Sand & Stars

Von SofiDalesio

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¿Reconocerías a un monstruo antes de transformarte en uno? Cuando la oportunidad de una nueva vida en el Oest... Mehr

Extracto del manual de cazadores
Dioses prohibidos
Léxico:
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44

Capítulo 25

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Von SofiDalesio

Feliz domingo, zorritos!

Estoy en un momento de mi vida en donde literalmente no estoy haciendo nada, no me estoy presionando con nada, y creo nunca he estado tan relajada antes. Te acostumbras tanto al estrés, que no es hasta que tan solo se te caen cinco cabellos por ducha que comprendes que antes tu cuerpo no estaba bien. Y estoy agradecida por haber descubierto aquello. 

También estoy agradecida por todos ustedes. Nunca deja de sorprenderme la cantidad de autores que se sienten atacados o presionados por sus lectores, y ustedes siempre han sido 100% amor y apoyo. Creo fuertemente que eso es por nuestra relación, tan abierta y directa. Un 50/50 que hemos creado y mantenido. Y los adoro por ello. Confío ciegamente en que si tratas bien a tus lectores, estos no tendrían por qué atacarte luego. Y aquí siempre ha habido respeto y honestidad. Así que gracias por seguir a mi lado.

Como siempre, no se olviden de votar y comentar el cap al final!

Xoxo,

Sofi

***

Si Nikka pudiera pedir cualquier cosa de su vida pasada de regreso, pediría el silencio. Cada día, la voz de Cal era más fuerte, sus acusaciones peores. Ni siquiera podía soportar la idea de volverse y mirarlo, sabía que simplemente no lo toleraría. Él no se detuvo esa noche, ni la mañana siguiente.

Débil. Traidora. Tonta. Ingenua. Nikka había escuchado todo. Débil por haber sido golpeada por un cazador, traidora por quedarse en la Hermandad de todos modos, tonta por preocuparse por Rajnik e ingenua por creer que a Lorcan realmente podría importarle. Porque cuando se trataba de su compañera, ni siquiera le había dejado acercarse. Ella había intentado hablar con él más tarde, pero él no había estado cerca.

Solo otra herramienta. No una persona, sino un objeto. No Nikka, sino una Vasija.

El Comandante la había convocado nuevamente ese día para jugar con los recuerdos de algunos cazadores en busca del traidor. Nada. Ni siquiera conocía los criterios para los elegidos ese día. A ella tampoco le importaba. Su mente estaba más ocupada repitiendo los eventos de ayer.

Las duras palabras de Rajnik. La indiferencia de Lorcan. El hecho de que no le dolía la cabeza, incluso después de que Nexan la hubiera pateado hasta sangrar. El día pasó tan rápido como un suspiro. Antes de que Nikka pudiera darse cuenta, estaba corriendo de regreso a su habitación durante el atardecer, decidida a probar lo imposible.

Cerró la puerta, agradecida por el poco de privacidad cuando sus guardias se quedaron afuera, y buscó la madera torcida de su pequeña cama. Cal seguía diciendo que era más fuerte que los cazadores. Rajnik le había advertido sobre ser una Vasija. Lorcan insistía en su humanidad. Aun así, Nikka quería saber. Si no por miedo, por curiosidad.

Respiró hondo y cerró los ojos antes de estampar su mano normal. La madera cortó a través de su piel y carne. Nikka se mordió la lengua para no hacer ningún ruido sospechoso. Fue rápido y doloroso. Ella sacudió su mano, intentando ignorar la sangre y el dolor, hasta que ya no hubo más.

No debería ser así. Giró la mano, pero la herida no era más que un rasguño. Curación rápida, uno de los muchos problemas que enfrentaban los cazadores en cada batalla. Lo intentó, una y otra vez, no porque disfrutara del dolor, sino porque trató de comprender su nuevo cuerpo. No se sentía correcto. Nada natural.

Sus células se habían quemado esa noche en el bosque y renacido en algo más fuerte, diferente. Su cuerpo estaba cambiando sin que lo sintiera, y eso la asustó más. Nikka intentó mantener la calma, ignorar las palabras de su amigo cuando se volvió hacia la ventana. La noche estaba casi allí.

Abrió la ventana y se inclinó hacia adelante. Su corazón se aceleró. Había al menos diez metros hasta el suelo. La ciudad bullía afuera, la vida nocturna comenzaba. Una vez había sido parte de eso, probando simple comida con Cal y riéndose en los bazares. En ese entonces ella no temía a los cazadores, solo soñaba con ellos.

La caída era demasiado alta. ¿Podría hacerlo? ¿Sería posible intentar lo imposible? Había visto salvajes dar grandes zancadas, saltar como si no hubiera límite, aterrizar sin un solo hueso roto. No quería ser una de ellos, pero ya no podía soportar la idea de estar cautiva.

Rajnik la había llamado una cosa, Lorcan no era muy diferente del resto, y el Comandante... Toda su vida, Nikka había deseado tanto ser alguien, ser útil. Había soñado con cazadores y el deber, pero ahora sabía que nunca sería uno de ellos. La cazadora tenía razón cuando había dicho que vivir sería más una condena que un alivio. Ya no era Nikka, solo una herramienta para la Hermandad.

Respiró hondo. Era una locura. Incluso pensarlo...

Cal no estuvo de acuerdo. La empujó por la ventana antes de que Nikka pudiera dar un paso atrás. Fue más rápido de lo esperado. Tropezó con el marco. En un momento estaba cayendo, al siguiente su cuerpo ya había golpeado el suelo con fuerza. Aterrizó sobre los arbustos que rodeaban la Hermandad, el perfume de la lavandula picó su nariz. El dolor estalló en cada hueso. Su visión se volvió totalmente blanca.

Humana. Nikka quería seguir siendo humana. Repitió esas palabras una y otra vez mientras todo su cuerpo se volvía a unir. Huesos fundiéndose, carne tejiéndose. Le rogó al Destino y a las Estrellas que no cambiara en absoluto, pero era innegable. Debería estar muerta. Si no en el bosque, entonces allí, pero el dolor se desvanecía lentamente a medida que la realidad le recordaba su nueva naturaleza.

Esperó, hasta que fue imposible ignorar la evidencia. No tenía ni un solo rasguño aparte de los de su ropa. Deseó que los guardias o los cazadores la encontraran y la llevaran de regreso, pero estaba afuera, ni una sola persona vigilando alrededor. Los salvajes no pasarían a través de la lavandula, y los humanos no sobrevivirían a la altura.

Y ya no era uno, pero tampoco el otro.

El tiempo pasó, la noche cayó y Nikka se levantó para alejarse. Arrastró un pie tras otro. Nadie la detuvo, la gente que pasaba no la miraba. Solo otra chica caminando por la calle, incluso cuando ya no se sentía parte de estas.

¿Sería tan malo? ¿Desear volver atrás en el tiempo? ¿Estar segura, al menos, de una sola cosa? ¿Cómo podía su sangre haberla traicionado así? ¿Cómo sentirse cómoda en un cuerpo que ya no era el que había conocido toda su vida? ¿Cómo aceptarlo?

La gente no parecía notar ninguna diferencia en su apariencia, pero no podía sentirse más extraña. Y tal vez esa fuera la peor parte. Los salvajes, esos monstruos devoradores de humanos, realmente se parecían a cualquier persona normal y corriente, y podían caminar entre estas sin ser notados. ¿Con cuántos se había cruzado en su camino? ¿Cuántos mentirosos se escondían a plena vista?

Sus pasos la llevaron más allá del centro, como un fantasma entre los vivos. No la notaron, y eso fue lo peor. Y si no notaban a una normal como ella, ¿cómo podían los cazadores esperar descubrir al Zorro? ¿Podía ella realmente ayudarlos? ¿Quería?

Rajnik. Necesitaba encontrar a la cazadora. Era la única que sería honesta con ella, aunque fuera cruel. Era la sola en quien confiar. Y tal vez, en realidad, la única con respuestas. Incluso si la cazadora la odiaba, incluso si tenía suficientes excusas para matarla. Porque esas eran exactamente las razones para confiar en ella.

El problema era que no sabía dónde vivía Rajnik más que fuera de la Hermandad. Y después de semanas viviendo allí, Nikka comprendía mejor por qué a la cazadora le gustaba mantener la distancia. Ella también lo haría con placer si pudiera.

Llegó a una zona de salvajes, pero no pudo ir más allá. Aquel submundo era más grande de lo que Nikka había imaginado, todas las calles le parecían iguales, toda la vida nocturna afuera hacía imposible saber dónde estaba parada exactamente. Música, bares, cantos y gritos... Vivían en un caos, un constante frenesí de despreocupación y libertad. Las mujeres vestían lo que les gustaba, no lo que se suponía que debían llevar. Los hombres no pretenderían ser más que seres honestos con deseos e ilusiones.

—¡Al fin!

Nikka jadeó cuando el Cuervo apareció frente ella. Se veía diferente que a la luz del día. Cuando antes había sido una elegante sombra, tinta contra el sol, ahora parecía tan casual como las estrellas. Su sombrero y guantes habían desaparecido, reemplazados por una camisa y un abrigo sueltos. ¿Acaso los salvajes, como algunos animales, actuaban de manera diferente según la hora?

—Te he estado buscando durante días —continuó él.

—¿Cómo haces para siempre encontrarme? —Nikka dio un paso atrás, el Cuervo lució tan desconcertado como ella.

—¿Cómo no lo sabes? —él rodó los ojos, incrédulo—. Tú puedes ver el pasado, yo puedo ver el presente. No es difícil para mí encontrarte una vez que eres visible.

—¿Cómo?

Su objeto maldito. Debía tenerlo en alguna parte. Y era peligroso. ¿Podría espiar a la Hermandad de ese modo? ¿Todas las Vasijas no eran más que una trampa letal para la humanidad?

—No deberías estar deambulando sola con todo lo que está sucediendo —el Cuervo la agarró del brazo y comenzó a caminar—. Tienes que ser más cuidadosa. Hay cazadores en esta ciudad, y viste que los Gobernantes no son mejores. Tenemos que llevarte a un lugar seguro. ¿Sabes lo que le sucedió a Narya?

¿Narya? Nikka abrió los ojos. El anterior Búho. Lorcan Blake. Eso le había sucedido a ese monstruo. Algo por lo que estaba agradecida, pero dudaba que el Cuervo pensara lo mismo. No por alguien a quien había llamado hermana. ¿Él también la consideraba así ahora?

¿Era esto también una fuente de información? Ya había roto las reglas de la Hermandad al salir, al menos necesitaba intentar sacar algo de ello. Tal vez así el Comandante no la castigaría. Quizás de ese modo podría hacer algo para ayudar a los cazadores y salvar la Capital.

—¿Tú lo sabes? —preguntó Nikka.

Era algo que Cal solía hacer cuando quería negociar u obtener información de su padre. Dar vuelta sus palabras. Ser quien preguntaba y no quien respondía. Así sabría lo que pensaba el otro sin revelar desinformación.

—Tengo mis sospechas, pero nada tiene sentido —continuó el Cuervo—. Empezando por qué diablos le sucedió al artefacto. Nunca había visto algo así.

Él levantó la mano de ella y Nikka fue consciente de cada pequeño trozo de vidrio pegado a su piel. De todo lo que había pasado, ¿esa era su principal preocupación? Podía pensar en al menos una docena antes.

—¡Está roto! —él estaba horrorizado—. ¿Cómo lo encontraste? ¿Cómo sucedió? ¿Alguien te hizo esto? ¿Y por qué peleaste con un zorro?

Nikka se paralizó ante esas palabras. El Cuervo se detuvo y giró para verla.

—¿Qué dijiste?

—Es muy sutil, pero puedo olfatearlo —él observó sus manos con sangre seca—. Entonces, ¿qué tan malo fue? Esos bastardos pueden ser realmente complicados.

—Esta es mi propia sangre —confesó ella.

Algo cambió en la expresión del Cuervo. Él la empujó fuera de la carretera principal y hacia un callejón. Nikka no tuvo tiempo de reaccionar, el joven le cortó la mano con sus propias uñas en un abrir y cerrar de ojos. La sangre brotó y el corte se curó igual de rápido. Eso lo preocupó aun más. Ella seguía horrorizada por el hecho de que sus uñas fueran tan afiladas como cuchillos.

—¿En qué estabas pensando? —él la empujó contra el muro, bajando la voz a un enfurecido susurro—. ¿Cuándo pasó esto?

—¿Qué? —preguntó ella con miedo—. No sé de qué estás hablando. Por favor.

—¿Cuándo juraste lealtad al Zorro?

—¡Nunca!

—Entonces, ¿por qué su sangre está en tus venas?

Por favor, no... ¿Por qué todo empeoraba a cada paso? El Cuervo debió haber visto el horror en su expresión, porque la dejó ir de inmediato. Nikka tiró de su cabello. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué había hecho para merecer todo ese castigo? No había modo. No había modo. No era justo, no era justo, no era...

Sus ojos se llenaron de lagrimas. Dejó que su cuerpo se deslizara hacia abajo. ¿Alguien escucharía si gritaba? ¿Le importaría?

—No lo entiendo, no lo entiendo, no lo entiendo...

—Oye, cálmate —el Cuervo se arrodilló frente a ella—. Lo lamento. No debí haber reaccionado así. Tal vez te engañó. Podemos resolver esto.

—¿Cómo? —El Cuervo suspiró y la ayudó a levantarse.

—Solo lo encontramos y le pedimos que rompa el voto —él no ocultó su mueca—. No será agradable.

Nunca lo era.

Él le pidió que confiara, lo que ella jamás haría. Afortunadamente, dijo el Cuervo, era una noche de juerga para los zorros, lo que fuera que eso significara. Nikka lo siguió por estrechos callejones, intentando recordar el camino mientras se movían. Los cazadores apreciarían ese tipo de información. El Cuervo no sabía dónde encontrar al Zorro, el Gobernante lo suficientemente inteligente como para siempre estar fuera de alcance, pero sabía dónde encontrar zorros que podían llevarlos con su Gobernante.

No fue agradable. El Cuervo le advirtió, y Nikka no creyó hasta que se encontró con una bolsa cubriendo su rostro y extraños empujándola escaleras abajo. El Cuervo estaba hablando a su lado, su compañía tranquilizadora cuando no debería. Tal vez su cuerpo ya no temía y por eso siguió moviéndose. Su vida no podía ser peor de todos modos. Y si con eso podía ayudar a los cazadores...

Nikka se aferró a ese pensamiento como un salvavidas. Rodeada de monstruos, se negó a llamarse a sí misma uno de ellos. Era humana, hecha y derecha. La muerte no se la había llevado, pero fortalecido su cuerpo. Entonces, incluso si la atacaran, sería inútil. Y mientras el Cuervo pensara que era una aliada, al menos no estaría sola.

La oscuridad y los susurros fueron reemplazados por música y un fuerte aroma a comida. La luz la cegó tan pronto como se retiró la bolsa. No estaba segura de lo que había esperado, pero no una fiesta clandestina. Los extraños que los habían llevado allí no se quedaron más tiempo. Simplemente los soltaron y se alejaron sin siquiera mirar.

—¿Son todos esos...?

—Todos —dijo el Cuervo—. No te alejes de mi lado. No se preocuparán por nosotros mientras no les demos razones.

No lo hicieron. Los zorros estaban demasiado ocupados de fiesta para prestar atención a extraños, porque eran extraños. Demasiado pálidos al lado de los demás, demasiado altos también. Los zorros saltaban como una ola, su largo cabello moviéndose con el ritmo. Dos hermanas gemelas estaban cantando en un escenario en una lengua que Nikka no comprendía. ¿Dónde se encontraban?

—¿Qué significa que tengo su sangre? —susurró Nikka.

—Lealtad. No puedes atacarlo ni hacerle daño. Eso significa. Tienes que hacer un pacto de sangre para eso.

—¡Nunca hice eso! —la simple idea la aterraba—. ¿Y si... y si fue Narya?

—No funciona así. Puedes heredar el artefacto, no un pacto de sangre. Y hay que hacerlo por propia voluntad, por eso no tiene ningún sentido. ¿Estás segura de que no te engañó?

—Lo recordaría si implicaba sangre.

Y ella había estado encerrada en la Hermandad. No era posible. Y, tal vez lo peor era que, en lugar de acusarla como los cazadores hubieran hecho, el Cuervo estaba tranquilo e intentando encontrar una solución. Él continuó moviéndose a través de la masa, Nikka siguiéndolo de cerca.

Las cantantes gritaron algo y todo el público vitoreó cuando apareció una delgada figura. Nikka se congeló. Había algo diferente en el aire, como electricidad antes de una tormenta. El mundo giraba alrededor de un Gobernante como la gravedad. E incluso desde lejos, Nikka sabía que estaba frente al Zorro, y no había forma de que lo hubiera cruzado antes sin notarlo.

El joven era tan hermoso como una espada, frío y peligroso. Había algo más en su aguda sonrisa, la promesa de un corte en el cuello. Su largo cabello caía detrás de su espalda más allá de la cintura. La gente lo miraba con la boca abierta. Había un halo a su alrededor, un campo magnético que mantenía la trampa del público en su mano. El Zorro sonrió, murmurando algo en esa lengua extranjera, y todos aplaudieron.

—¿Qué dijo? —preguntó Nikka.

—La libertad espera —tradujo el Cuervo. El Zorro siguió hablando, él también—. Era joven la última vez, cometí un error. Pero los errores se cometen para aprender, no para repetirse. Y aprendí. Así que confíen en mí por última vez, mis hermanos y hermanas, porque les daré esta ciudad. Incluso a costa de mi propio corazón.

La voz del Cuervo resultaba aburrida, pero la pasión en la del Zorro aterrorizaba. Nikka no lo dudó. Recuperaría esa ciudad, sin importar lo que costara. Resultaba un pensamiento horrible.

La gente vitoreó. El Zorro se apartó. El Cuervo se movió, llevándola a través de la multitud, siguiéndolo. Y tal vez fuera locura, pero la determinación reemplazó al miedo de Nikka. Gobernante o no, el Zorro estaba al alcance de su mano, tal vez la única oportunidad que tendría de obtener sus secretos. La única oportunidad para salvar la Capital.

Por Cal.

Era lo correcto que hacer. El Zorro era una amenaza, un enemigo, pero también una respuesta. Y quería creer que él no le haría daño si tenían un pacto de sangre, aunque Nikka no supiera cómo. Ella necesitaba intentarlo. Era algo que Rajnik haría. Y, métodos cuestionables o no, Rajnik era una de los mejores. Solo necesitaba llegar al Gobernante.

La oscuridad reinaba detrás del escenario. La fiesta se quedó atrás mientras seguían un corredor vacío. La luz era visible debajo de una puerta al final, acompañada de risas y charlas indistinguibles. ¿Podría hacer crecer garras como el Cuervo si fuera necesario? ¿Quería? Su cuerpo ya era el de un monstruo.

Se hizo el silencio cuando entraron en la habitación. Nikka no estaba segura de lo que esperaba, pero no un informal juego nocturno. Una niña estaba leyendo, sentada en el suelo en una esquina. Había una mesa en el centro, tres figuras encapuchadas interrumpidas allí. La propaganda llenaba la superficie: clases de baile, peinados, conciertos... No tenía sentido. Dos mujeres y un hombre los miraron con los rostros ocultos bajo máscaras de zorros. Podía ser divertido para ellos. Ni una sola señal del hermoso hombre de antes.

—Muéstrate, Gobernante —ordenó el Cuervo.

—Muestra algunos modales y pregunta apropiadamente quiénes somos —dijo una mujer pelirroja.

Nikka tragó saliva. Donde antes había reinado la diversión y el desenfreno, ahora había una fría bienvenida. El Cuervo no respondió. En cambio, Nikka llegó a la mesa, insegura mientras buscaba la verdad.

—¿Eres el Zorro? —le preguntó a la extraña, ella sonrió.

—Soy sus oídos —Nikka se volvió hacia el hombre en el medio.

—¿Y tú?

—Soy sus ojos —respondió, también sonriendo.

—Así que debes ser tú —Nikka miró a la mujer de piel oscura.

—Soy su voz —dijo, una no-respuesta como el resto.

—No estamos aquí para tus juegos —interrumpió el Cuervo—. Esto es urgente.

—Los problemas de las aves nunca serán urgentes —respondió la primera mujer—. No interrumpas nuestra noche libre por algún capricho.

—Muéstrate, por favor —intentó Nikka de nuevo.

Excepto que el Zorro ya lo había hecho. Hubo un fuerte ruido detrás cuando la niña cerró su libro. Nikka saltó y se volvió justo a tiempo para verla levantarse. Parecía linda, largo cabello rubio y cuerpo de bailarina, excepto que sus ojos brillaban como un depredador cerca del fuego de las velas en la mesa. El corazón de Nikka se detuvo cuando se detuvo frente a ella.

—¿Eres tú? —preguntó, asustada.

—Yo soy el Zorro.

La niña sonrió. El corazón de Nikka se hundió. La Hermandad estaba condenada. ¿Cómo podrían los cazadores luchar contra un enemigo así? El Zorro realmente podía ser quien él o ella quisiera. La niña se tocó la mejilla, un gran anillo de rubí brillaba en su dedo, y ya no era eso, sino una mujer joven con cabello corto y rizado oscuro. Sonrió como la amenaza que era, caminando alrededor de Nikka y observándola como un depredador.

—¿Qué hacen dos pájaros tan dentro de nuestro territorio? —preguntó con oscura diversión—. ¿Por qué dos pichones vendrían tan dispuestos a jugar entre mis garras? Hiciste un trabajo maravilloso, Cuervo. No solo encontraste el artefacto del Búho, sino también a la nueva portadora.

—No antes de que tú lo hicieras —respondió el Cuervo—. Basta de juegos y mentiras. Rompe el pacto de sangre que hiciste con mi hermana.

—No hice nada.

Nikka contuvo la respiración. Tal vez fuera estúpido, pero también le sostuvo la mirada al Zorro. Allí reinaba la picardía, y también un poco de peligro. Su voz era baja y seductora, el susurro de la arena del desierto llevada por el viento nocturno. La gente caería bajo su hechizo, si no por su poder, por su simple ser.

¿Cómo enfrentarse a un enemigo similar? Temía que cualquier paso o palabra solo fuera en beneficio del Gobernante. Los tres sujetos detrás reanudaron su conversación como si nada estuviera pasando. Nikka se aferró con fuerza a su determinación y luego levantó la mano.

—Tu sangre está en mis venas.

Un rápido movimiento, y el Zorro había vuelto a cortarla. Un rojo brillante cubrió su piel. El Gobernante siseó con reconocimiento, su rostro se contrajo con disgusto, antes de reemplazarlo con aburrimiento.

—Parece que así es, de hecho —dijo—. Curioso, al menos.

—¿Cómo sucedió esto? —preguntó Nikka.

—¿No es acaso lo que todos nos estamos preguntando? —inquirió el Zorro en su lugar—. ¿Por lo que estás aquí, después de todo? Disfruto un pequeño acertijo para mantenerme alerta por la noche. Gracias por el regalo. Deberías irte ahora.

—¿Cómo sucedió esto? —insistió Nikka—. Nunca juré nada, menos a ti. No me acerqué a la sangre de nadie. ¿Qué hiciste?

—Oh, confía en mí aquí, pájaro. Tengo mejores cosas que hacer que jugar con un patético pichón. Y me pregunto lo mismo que tú.

—Mientes —señaló el Cuervo—. La engañaste.

—También escuchaste a tu hermana. Ella nunca hizo nada relacionado con mi sangre —la respuesta del Zorro fue fría—. Ahora háganse un favor y váyanse antes de que arruinen mi fiesta.

—Rompe el pacto —instó Nikka y el Zorro rio entre dientes—. Eso es todo lo que quiero.

—¿Y por qué haría eso?

—¡Seguro la engañaste! —acusó el Cuervo—. Si tienes algo de honor, rompe este injusto pacto ahora. Es inútil para ti.

—¿Lo es? —el Zorro levantó el rostro y rio—. Siempre es bienvenido un pequeño juramento de no hacerme daño.

—No quiero estar relacionado contigo. Por favor, rómpelo —pidió Nikka

—Claro —dijo el Zorro, y por un instante Nikka tuvo esperanza. Ella se inclinó más cerca, una sonrisa maliciosa en su rostro—. Una vez que el sol arda azul y la última de las estrellas haya muerto.

Nada más que una patética presa entre las garras de un depredador. Nikka tragó, la injusticia llenando sus pulmones. Ella no se movió. Incluso con el Zorro respirando a centímetros de su rostro. No daría un paso atrás. Humana o monstruo, Vasija o no, enemiga o extraña, no podía seguir escondiéndose. Cal le ordenó que se quedara.

—Rómpelo —dijo ella, lentamente.

—¿Así tus amigos no sabrán al respecto? —susurró el Zorro, solo para ella—. ¿Saben dónde estás ahora?

Lo sabía. De una forma u otra, el Zorro lo sabía, y eso era más peligroso que cualquier otra cosa. El Cuervo no la llamaría hermana si conociera la verdad. La oportunidad de obtener información para los cazadores se perdería para siempre. Y ni una sola de las muertes del Oeste encontraría justicia, todo por culpa de un malvado Gobernante.

Cal merecía algo mejor. Su amigo no había muerto para que un zorro se burlara de ella. No cuando ella era la ladrona de secretos.

—¿Tu amante conocía tu verdadera naturaleza? —preguntó Nikka en su lugar y algo tembló en la sonrisa del Zorro—. El humano.

Entonces era cierto. Dos podían jugar ese juego. Si todo le había sido arrebatado, ella haría lo mismo. Si el Zorro tenía un punto débil, entonces lo utilizaría.

—Ten cuidado, cría —advirtió el Zorro—. El pacto de sangre solo protege a una parte.

—El conocimiento es más fuerte que el músculo. Una guerra se gana primero con la mente.

—¿Y realmente crees que algo como tú puede ser más astuto que yo? —El Zorro extendió su mano—. Adelante. Muéstrame.

Había dos tipos de poderes según la biblioteca de la Hermandad. Aquello que eran por fuera del cuerpo, como ilusión, y aquellos que eran por dentro, como recuerdos. Nikka no pensó, fue directamente a por las respuestas.

Tomó la mano desnuda del Zorro, los cristales contra la piel, y nada sucedió. Nikka jadeó. El Zorro sonrió con victoria. No era posible. Miró sus manos entrelazadas, la desesperación trepando por su cuerpo y turbando su mente.

Entonces Cal la alcanzó por detrás y le susurró la verdad al oído. El Zorro era un maestro de la ilusión, capaz de cambiar su cuerpo a su antojo. No podía confiar en nada de lo que veía. Ella no lo dudó.

—Entonces, sobre el amante humano... —continuó Nikka.

No le dio al Zorro la oportunidad de entender. Soltó su mano y fue directamente al rostro del Gobernante, segura de que ninguna tela invisible lo cubriría. Los recuerdos se la tragaron de inmediato.

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