Record of Ragnarok: Blood of...

By BOVerso

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Los diez milenios de existencia de la humanidad estarían por terminar por la mano de sus propios creadores. ... More

ꜰᴀʙᴜʟᴀ ᴍᴀɢɴᴜᴍ ᴀᴅ ᴇɪɴʜᴇɴᴊᴀʀ
ӨBΣЯƬЦЯΛ
Harā'ēkō Bud'dha
Buddh Aur Daakinee
Taantrik Nrty
Tur Arv Valkyriene
bauddh sapane
Vakning einherjar
Yātrākō antya
Interludios: El Presidente, la Princesa y el Jaguar
Interludios: Los Torneos Pandemonicos
Interludios: Los Reclutadores y los Nipones
Libro Uno: Los Viajes de Uitstli
Ayauhcalli Ocelotl
Quezqui Acalpatiotl
Tlachinolli teuatl
Kuauchili Anxeli
Teocuitla coronatia
Yaocihuatl
Olinki Yaoyotl
Huey Tlatoani
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 1)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 2)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 3)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 4)
Interludios: La Reina, el Semidiós y los Reclutadores
Huallaliztli Yehhuatl Teotl
Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 1)
Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 2)
Inin Ahtle To tlamilistli
Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 1)
Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 2)
Etztli To Etztli (Ajach 1)
Etztli To Etztli (Ajach 2)
Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 1)
Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 2)
Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo Inin (Ajach 1)
Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo In in (Ajach 2)
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕱ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖚𝖓𝖉𝖊
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕯𝖊𝖓 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖇ø𝖉𝖉𝖊𝖑𝖊𝖓 𝖔𝖌 𝖉𝖊𝖓 𝖘𝖛𝖆𝖗𝖙𝖊 𝖏𝖆𝖌𝖚𝖆𝖗𝖊𝖓
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖚𝖙𝖓𝖞𝖙𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊𝖗
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕭𝖑𝖔𝖉𝖘𝖚𝖙𝖌𝖞𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖍𝖊𝖑𝖛𝖊𝖙𝖊 𝖐𝖔𝖒𝖒𝖊𝖗 𝖋𝖔𝖗 𝖔𝖘𝖘
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖙𝖎𝖉𝖊𝖓𝖊𝖘 𝖘𝖙ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖆𝖓
Tlatzompan Tlatocayotl
Libro Dos: La Pandilla de la Argentina
Capítulo 1: Los Vigilantes
Capítulo 2: Los Mafiosos
Capítulo 3: Cuatro Días Perdidos
Capítulo 4: Renacidos Sin Cobardía.
Capítulo 5: Pasar Página
Capítulo 6: Bajo la mirilla
Capítulo 7: Adiós, Sarajevo
Interludios: Academia de Magos y Hielo de Gigantes
Interludios: El Flash de Helio
Interludios: La Maldición del Hielo Primordial
Capítulo 8: Economista... Pero, en esencia, Moralista.
Capítulo 9: Nueva vida, nuevos desafíos, nuevos enemigos.
Capítulo 10: Mercenarios de Oriente

Amatlakuiloli Mapachtlan

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By BOVerso

El Cartel de los Mapaches

┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓

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Mansión Folkvarng

Sala de Reuniones de los Ilustrata

La Reina Valquiria estaba apreciando la imagen del cuadro de dos metros de su madre, Freyja, cuando escuchó las pisadas de alguien entrar en la estancia. Esta vez, Brunhilde se dio la vuelta, y vio a William Germain entrar en la sala con un leve apuro. Las sillas de la mesa ovalada estaban vacías: solo estaban ellos dos.

—¿Dónde están los demás? —preguntó William, el ceño fruncido al ver que no se encontraban el resto de Ilustratas, exceptuando Hoover, quien ya sabía de antemano lo que estaba haciendo y la reina no.

—Ocupados, como es de esperarse —respondió Brunhilde, enarcando ambas cejas en una mueca—. Cornelio está ocupándose de la seguridad de la ciudad junto con Sirius; Smith y Robespierre se están encargando de esparcir las mentiras con parte de verdad sobre Omecíhuatl en las Regiones Autónomas en forma de anuncios; Tesla está encerrado en su burbuja haciendo no-sé-qué sobre Geocontrol...

—Le hice un favor para que patentaras ese proyecto —indicó Germain, apoyando su mano prostética sobre la mesa—. Al menos con esto está haciendo algo productivo para la gente antes que crear armas de destrucción masiva.

—Y creando más gastos para la Corona de los que Smith apenas puede cubrir —replicó Brunhilde, ladeando la cabeza en gesto exasperado—. Pero de eso no he venido a hablarte, William. Es de algo importante, una información que me acaba de llegar recientemente de la mano de mi Valquiria Real, Eir.

—Pero ¿no se supone que...? —William indicó las sillas vacías con un gesto de mano

—Lo entiendo, que no están el resto de Ilustratas —el apuro se notaba en el tono de voz de la reina—, pero esto es algo que primero lo tiene que saber el Presidente Sindical. Sobre todo, si se trata concerniente al Torneo del Ragnarök. Ya después se lo diré al resto a su debido tiempo.

Germain se dispuso en rectitud seria y escucha tras oír esa palabra clave. Se agitó la capa roja.

—Me sorprende que información de esa índole no haya llegado a mí primero —dijo, pero no le dio más vueltas al asunto—. ¿De qué se trata?

Se hizo un breve silencio. La reina recapacitó antes de responder con gravedad

—Odín acabó de anunciar cuándo se inaugurará el Torneo —Brunhilde respiró hondo y se encogió de hombros—. Lo que menos me gustó de lo que me dijo Eir es que el viejo enclenque ese acaba de mover la localidad de dónde se hará el Torneo.

—¿Cómo? ¿Ya no será aquí, en la Civitas? —el Presidente alzó una ceja en gesto de confusión genuina.

—No. Ahora será en la Capital Real, Asgard.

William Germain tardó unos segundos en concebir lo que la reina le acabó de decir. Cerró los ojos por unos segundos y después garabateó unos balbuceos antes de aclararse la garganta,

—E-espera, espera, ¿Asgard? ¿Cuándo Odín hizo este anuncio? ¿Y por qué no se ha escuchado hasta acá?

—Según me dijo Eir, ese anuncio real que dio el Allfather fue hace poco menos de dos días, y solo lo hizo anunciar en Asgard —explicó Brunhilde. Los dientes chirriaban entre ellos a medida que avanzaba en su exposición—. Solo en Asgard... como una estrategia de parte suya, pues quiere hacerlo una contramedida para, según en sus palabras, que "el festival más grande e importante en la historia de dios y del hombre se lleve a cabo en la capital real".

—Pues entonces ese viejo es más estúpido que cuerdo —farfulló William, el ceño fruncido y señalando con un dedo metálico a Brunhilde—. Luego de lo del Pozo de Urd, se hizo un acuerdo con la firma de los dioses para que el Torneo del Ragnarök se llevara a cabo en la Civitas, donde todos los demonios del Totius Infernum se han establecido. Smith y Robespierre ya registraron los documentos de más de mil demonios que han ganado la ciudadanía en poco menos de tres meses. ¡Tres meses! Y todo para ver el Torneo del Ragnarök en persona. ¿Qué no entiende que mover el torneo a Asgard es lo mismo que ofender a la Reina Demonio? ¡Es como mover los Torneos Olímpicos a último momento! Y eso haría que Lilith crea que esto es una movida en su contra.

Brunhilde sonrió de forma socarrona y tambaleo sus caderas en un gesto pícaro.

—Si así como él pudo ver un vacío legal en el Acuerdo de Maat para manipular todos los dioses a decidir la extinción de la humanidad —explicó la Reina Valquiria, su horquilla dorada reluciendo en las luces fosforescentes de la habitación—, él mismo puede ver los vacíos legales que puso en sus propios acuerdos. Además, sabiendo que él todo lo ve y todo lo sabe, es más que seguro que supo que Eir lo espiaba, y cuando dijo sobre "que se lleve a cabo en la capital real" quizás lo hacía como una tapadera al espionaje para ocultar sus verdaderas intenciones.

—¿Y qué intenciones son esas? —inquirió Germain, el ceño aún fruncido— ¿Qué clase de vacío legal pudo crear él mismo para correr el riesgo de manipular la volatilidad de la Reina Demonio sin causar estragos? Porque honestamente, no me explico eso —el Presidente Sindical se puso las manos sobre la cintura.

La Reina Valquiria se llevó una mano a la boca y se quedó pensativa por unos segundos hasta hallar una hipótesis a sugerirle:

—El Rey Demonio aún no ha llegado al Reino de Asgard, ¿cierto? —dijo al tiempo que volteaba la cabeza y veía, a través de las ventanas superpuestas de la claraboya, el Estigma de Lucífugo.

—Se dice que él aún sigue atendiendo problemas en el Yomi —contestó William, el ceño fruncido, incapaz de entender lo que sugería la reina—. ¿Por qué...?

Brunhilde se cruzó de brazos y no le quitó el ojo de encima al eclipse solar. Sonrió, y fue entonces que William reparó en su atrevida sugerencia ensanchando los ojos en gesto de comprensión.

—No... —murmuró Germain, ladeando levemente la cabeza.

—Se me ocurren muchas razones para que Odín haya movido el torneo a Asgard —manifestó—. Pero la que más me parece adecuada de acertar... Es en que el Allfather va a oficializar a Lucífugo Rofocale dentro del Concejo de Dioses en la propia Asgard. Y lo va a hacer con o sin el disgusto del resto de los Supremos.

—Si de por sí los dioses del Concejo no les agrada esta política flexible que tiene Odín hacia los demonios, ¿cómo pretende él hacer ese evento sin levantar las huestes de una Tercera Tribulación?

—Si quieres pregúntaselo a uno de sus cuervos —Brunhilde se señaló a sí misma con un dedo y después hizo un gesto de negación—. Hasta ahí llega mis suposiciones. Pero qué más da eso; Odín ya sabe el resultado de esta contienda, y no nos corresponde a nosotros preocuparnos. Lo que sí debe preocuparnos, sin embargo, es en saber los dioses que participaran en el Torneo.

William se inclinó sobre el borde de la mesa, sin quitarle el ojo de encima a la reina.

—Eir te dijo cuándo se inaugurará, ¿no?

—Dentro de cincuenta y dos días —Brunhilde miró a William, lanzando de vez en cuando miradas esporádicas hacia el Estigma de Lucífugo—. En eso es lo único que no mintió Odín, pues es el mismo tiempo en el que Omecíhuatl estableció el siguiente Xiuhmolpilli para que todos los aztecas que asistan —la reina sonrió—. ¿Si ves cómo actúan de forma coordinada estos bastardos? Como si compartieran neuronas.

—Sí... —William tenía que admitirlo: los Supremos estaban adelantados a ellos en muchos ámbitos.

—Y así es como deseo que ustedes cooperen conmigo —Brunhilde masculló la breve rabia interna que tenía acumulada—. Vale que a veces no sea la mejor dando mis políticas, pero ahora mismo solo me importan dos cosas: una, reclutar al resto de Legendariums, y dos, patearles el culo a los dioses en el Torneo. De resto, haré mi mejor intento de cooperar para que ustedes se encarguen del aparato del Estado y evitar que todo se desmorone.

—No es como si lo hubiésemos hecho desde antes de reclutar a Tesla y Hoover —William esbozó una sonrisa ladina, y Brunhilde correspondió sonriendo también. Germain también reconocía que, a pesar de estar un poco desquiciada, la Reina Valquiria aún tenía rastros de carisma con los cuales poder compartir charlas amenas.

—Ahora que mencionas a Tesla, debo pedirte el favor de que hables con él sobre uno de los aliados de Uitstli... —Brunhilde arrugó la frente en gesto de pensar demasiado— Como se... ¿Cómo se llamaba la rata apestosa esa?

—No me preguntes, que yo de nombres náhuatl sé más bien poco —William alzó sus manos y miró a otro lado.

—Cómo sea, hazme el favor de decirle a Tesla que comience un protocolo de cese a su persecución contra él y su banda. Que pague su recompensa y le permitan ser parte de la política de la Región Autónoma de Mecapatli, a cambio de que ellos se unan a la Multinacional Tesla en el departamento de cuerpo de seguridad.

—¿Y tú crees que Tesla o ese Nahual van a estar de acuerdo con eso? —William se cruzó de brazos— Qué demonios, si hasta ese mapache tiene enemigos dentro de su propio contrabando. Imposible tirar todo ese sistema de tráfico con un simple estrechamiento de manos y una firma de paz.

La nueva sonrisa que se formó en el rostro de Brunhilde destiló un aura siniestra que William no pudo evitar notar con una ceja enarcada.

—Ahí es donde Randgriz entraran en acción —señaló la reina—. Si la envíe para que buscara a sus aliados antes que al propio Uitstli es por la pequeña pero intensa guerra que se suscitara en los próximos cincuenta y dos días. Y los necesitaremos a todos, incluyendo a esos criminales que el mapache tiene a su disposición. Sé de antemano que él tiene contactos con lideres populachos de las Regiones Autónomas, por lo que podemos usar eso a nuestro favor. Esto, William, no es más que otra forma para ganarnos el apoyo moral de los aztecas en el Torneo del Ragnarök. Randgriz evitará a toda costa que esa perra de Omecíhuatl se los lleve a todos.

—Yo pensaba que Tesla ya hacía lo suficiente con las ayudas humanitarias...

—Nunca es suficiente cuando se trata de los dioses a los que ellos adoran comparándolos con una reina que les recuerda a la Monarquía Española. Si nos ganamos a Uitstli para el torneo —Brunhilde apretó un puño—, nos ganamos a todas las Regiones Autónomas.

Se hizo un silencio de diez segundos. William resopló después de cavilar en este lapso. Asintió con la cabeza y se separó del mesón.

—Muy bien, iré a buscar a Tesla.

—Antes de que te vayas, William —Brunhilde lo tomó de su hombro y lo detuvo—. ¿No has sabido nada de Randgriz?

El Presidente Sindical ensanchó los ojos ante la pregunta, dándose cuenta, con gran horror, que no ha recibido ningún telegrama u otro mensaje de Randgriz desde hace una semana ya.

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Sur de Mecapatli

En los mercados de las colinas

El tradicionalismo mexica se palpaba en el sur de la Región Autónoma. Allí en el centro urbano donde más poblaba la interconexión de otras culturas, en las zonas fronterizas donde más poblaban los montes y los pueblos campesinos, se palpaba la cultura mexica entremezclada con las festividades modernas de México.

El rebuznar de las mulas y el repiqueteo de las herraduras se entremezcla con el tamborileo rítmico de las bandas de mariachis y de conjuntos norteños, conjuntos de jarochos y tantos otros ensambles mexicanos que diversificaban el ambiente semidesértico del lugar. De aquí para allá viajaban carruajes de terratenientes, cargando en sus vehículos mercancías de todo tipo. La presencia de nahuales en la zona era mucho más densa que en el centro de la Región Autónoma; los pocos seres humanos que allí había caminaban con precaución y, de vez en cuando, temor de no cruzarse con estos brujos mexicas.

En especial con los que tenían apariencias de mapache.

Había pocos mercados, y los que había eran pequeños y siempre estaban atiborrados de campesinos que venían a comprar e intercambiar granos para su cultivo, a la vez de productos de fertilización para combatir la sequía. El humo de los cigarros pululaba por todo el aire como vaharadas densas, haciendo juego con el exquisito alcohol que los granjeros tomaban mientras jugaban domino al ritmo de la exótica música guaracha de las bandas de nahuales que tocaban en lo alto de los quiscos. Y en una de las tiendas donde se vendían productos Nahualli para propiciar el poder transformador de los brujos, la presencia de nahuales mapaches era tan densa, y su aura amenazante tan palpable, que solo terratenientes poderosos protegidos por nutridos guardaespaldas se aproximaban para contrabandear.

Dentro de aquella tienda, grupos de obreros nahuales estaban distribuyendo y organizando armas de fuego dentro de casilleros. Todos y cada uno de estos bandidos vestían uniformes de guerrilleros, y estaban armados hasta los dientes. Eso en los niveles superiores; dentro del subsuelo, sin que nadie del exterior pudiera reparar en ello a través de las rendijas de las alcantarillas, más grupos de mapaches estaban produciendo psicoestimulantes en la forma de herbáceas de Lycoris Radiata que sintetizaban y la convertían en polvo rojo. Mesas largas estaban atiborradas de este polvo rojo, que después metían en grandes y pequeñas bolsas de plástico, para último esconderlas dentro de los productos Nahualli.

Dentro de una celda, esposada a un poste metálico y despojada de su armamento, la Valquiria Real Randgriz pudo intuir sobre el tipo de narcótico que se estaba preparando al otro lado del portón. No sabía dónde estaba: la noquearon y después la llevaron en coche con los ojos vendados, por lo que no pudo determinar el camino que recorrieron. Pero por la música y el ajetreo de gente que oyó través de los boquetes de las paredes, supuso que estaban en las zonas exteriores de Mecapatli; había estado lo suficiente en la ciudad como para saber que ese tipo de música no se oía en las zonas urbanas.

Lentamente movía su muñeca de arriba hacia abajo, con lo que su piel de a poco se iba librando de la tenaz fricción de las esposas, aunque con ello se generaba raspones feos. El sudor también la ayudaba; producto del calor que había en la celda, Randgriz estaba crispándose allí dentro desde hace... ¿Cuántos días tenía ya? ¿Dos días? En todo este tiempo solo habían entrado para traerle agua y comida; no tuvieron modestia de interrogarla, así sea con tortura. Por más que su misión era reclutar a Xolopitli para llevarlo con Uitstli, esto solo era un contratiempo, un obstáculo en su camino.

De repente, la Valquiria Real escuchó cuatro fuertes golpeteos, lo que hizo que se quedara quita y la mirada se fijara en la puerta. Los golpeteos no vinieron de la puerta, sino de una mesa al otro lado de la estancia. Randgriz alcanzó a oír gimoteos de rabia antes de dar un respingo por el grito que vino después:

—¡¿Y acaso andaban intentando sobornar al jodido Rómulo Quirinus, ah?! ¡Que era el pinche Cabeza de Vaca! ¡EL MALPARIDO CABEZA DE BACA! Y ahora por culpa de su cobardía, esa mercancía se perdió, ¡no me jodan!

<<Esa voz...>> Pensó Randgriz, pensativa. No sonaba igual a la de Xolopitli. ¿Será algún lugarteniente suyo?

—¡¿Y ahora que hago yo con toda esa mercancía perdida, ah?! ¡¿Toda regada en los malditos Manizales?! ¡¿Regalada para que nos chantajeen con soplarnos contra la Multinacional Tesla?! —prosiguió gritando aquella voz, embriagada en la cólera de un narcotraficante— ¡A ver, hablen! Hablen y díganme sugerencias, que pa' eso los tengo de mis jodidos socios.

—No pues patrón... —farfulló otra voz, trémula y nerviosa— vea que ese Cabeza de Vaca me quiso cobrar el doble, y yo no pude...

—¡¿No pudiste qué, ah, huevón?! ¡¿No pudiste tener los pantalones bien apretados a los huevos para darle sus buenas amenazas a ese Cabeza de Vaca?! ¡Xolopitli no puede perder toda esa mercancía, carajo! ¡¿O sea que tengo que ir pa'rriba y pa'bajo con ustedes para explicarles como es este negocio, hombre?! ¡O sea que tengo que cobrar los tiros de esquina y las metidas de goles, NO JODAS! ¡¿Pa'qué les pagó, ah?!

Se hizo un breve silencio. Randgriz permanecía quieta, escuchando atentamente; puede que de este regañón que aquel lugarteniente estaba dándole a los pobres desgraciados aprendiera de algo que le sirviera más tarde.

—Miren, se me largan. ¡Se me largan antes de que les meta un taladro en el culo a los dos y les truene las costillas por la mercancía perdida! ¡YA! ¡SE FUERON! ¡LOS VI!

De nuevo, el silencio reinó, y Randgriz oyó un último grito exclamando "¡sigan trabajando" para seguidamente escuchar a los obreros volver a sus actividades. La Valquiria Real tragó saliva y reprimió todos los nervios que sacudieron su cuerpo luego de oír unas ligeras y solemnes pisadas dirigirse hacia su celda. La mujer se colocó contra el poste con tal de no quedar en una posición sospechosa. Respiró hondo, volvió a tragar saliva, y vio la puerta de hierro abrirse. Era una puerta de más de dos metros de alto, pero quienes atravesaron su umbral no medían más de metro y medio.

El nahual mapache se la quedó viendo a los ojos con su mirada marrón, teniendo uno de sus ojos cubierto por un parche. Frunció el ceño, con lo que su pelaje ocultó las cicatrices. Vestía un abrigo negro de hombreras acolchadas, un sombrero marrón de ala ancha, un chaleco negro con ganchos y bandoleras, una corbata negra oculta debajo del jubón, pantalones con zahones y unas botas decoradas con relieves y espuelas colgando de los tobillos. Entre sus dedos enguantados de negro sostenía un cigarrillo. El nahual abrió la boca, y de ella emergió una densa humareda que ululó en el aire hasta desaparecerse.

—Usted disculpe el griterío que acabo de mentarle a dos imbéciles allá atrás... —dijo el nahual mapache, hablando con un acento mezcla entre mexicano y colombiano. Le hizo un ademán de cabeza a uno de sus compañeros, y este le pasó la silla que tenía al lado. El nahual de parche negro tomó la silla, la puso frente a Randgriz, y se sentó. La Valquiria Real alcanzó a ver el mango de una escopeta en su espalda— No suelo hacer ese tipo de espectáculos en frente de mis hombres, pero en verdad que ya me tenían harto como manejaban el negocio. Ah, y disculpe también que no haya venido antes a hacer la debida interrogación. Tan ocupados, tanto problema... ¡No, esto es mucha vida triste la mía...! —el nahual mapache se llevó una mano al sombrero y se lo acomodó.

Randgriz no dijo nada, y se lo quedó viendo a los ojos con una mueca endurecida. Su silencio indicó una especie de respuesta para su captor, pues este sonrió brevemente, se llevó el cigarrillo a la boca y lo caló en dos bocanadas. Sus vaharadas soplaron contra el rostro de Rangdriz; la valquiria desvió la mirada, tosió varias veces y volvió a alzar la cabeza para mirarlo con el ceño fruncido.

—Como se denota que no eres ninguna chica normal —dijo, e inclinó su torso hacia ella para más cercanía—. Deje y me presento, hombre... 


Yaotecatl volvió a liar el cigarro. Esta vez fumó profundamente, hasta el punto que el anillo de fuego recubrió la mitad del tabaco. El mapache mercenario tiró a un lado la colilla, y expulsó todo el humo hacia arriba, como un dragón que liberase todo el vapor estomacal tras haber disparado su fuego.

—¿Usted quién putas se cree, para andar detrás del Cartel de los Tlacuaches, ah? Y que ni siquiera lo hace la mitad de bien que lo haría agentes de la Multinacional.

Randgriz apretó los labios y se forzó a trabajar lo más duro posible los engranajes de su mente. A pesar de la presión de enfrentarse a una situación que jamás en su vida tuvo que afrontar, las palabras de Brunhilde sobre "actuar como una mujer madura" cesaron todo atisbo de nerviosismo y la pusieron en el camino recto de la elocuencia.

—No soy lo que usted cree que soy —dijo, y la seguridad con la que lo dijo hizo que Yaotecatl se reclinara hacia atrás—. No soy una agente de la Multinacional Tesla, tampoco una cazarrecompensas barata... La única explicación que tengo para mi espionaje es solo por una cosa... —se detuvo un instante. Titubeo un poco ante la idea hecha palabras que estaba a punto de decir. No sabía si esto surgiría, pero era lo mejor que ideó su altercada mente ante este cambio de planes, todo tal de poder acercarse a Xolipitli primero, y después a Uitstli— Unirme a su banda. 

El subalterno frunció el ceño y quedó boquiabierto por largo rato. Miró a sus compañeros, y estos fueron los primeros en comenzar a reír. 

—Oigan a esta boba... —gruñó Yaotecatl entre risas— Una amazonas berraca como usted, que vino de yo-no-sé-dónde para hablar con el patrón sobre unírsenos. ¿Cómo pretendía usted unírsenos, si el primer acercamiento que tuvo con nosotros fue hacerse la espía de la Guerra Fría?   

—No nací ayer  —replicó Randgriz— Dije que no soy una cazarrecompensas "barata". O sea, sé como funciona este mundo, por lo que primero me digne a ver qué tipo de banda eran antes de presentarme debidamente. Y sí, fui algo negligente en mis métodos, pero eso no quiere decir que el cambio de planes haya cambiado mi objetivo. Yo estoy ante usted, usted está ante mí... —la valquiria esbozó una leve sonrisa— Podemos hablar de negocios.

—Epale, epale, epale —Yaotecatl arrojó la colilla al suelo y la aplastó con su bota—, dos cosas antes de lanzarnos a esa piscina, chica. Primero, tendrá que decirme su nombre y cuál es su verdadera intención de ser parte del Clan de los Tlacuaches. Segundo, luego de que me explique eso, esperaremos a que el patrón Xolopitli regrese de hacer unas vueltas.

—¿Vueltas? ¿A qué se refiere con...?

La escopeta recortada voló de la espalda de Yaotecatl dando giros a través de los dedos del pistolero hasta que, de una sola empuñadura, apuntó los dos cañones hacia el rostro de Randgriz. La Valquiria Real acalló al instante, los ojos completamente ensanchados, el corazón en la garganta y pulsando con tal temor que su cuerpo tembló un poco. Eso Yaotecatl lo notó, lo que lo hizo sonreír con orgullo.

—Vea mija —murmuró el mapache, los ojos marrones entrecerrados—, a partir de ahora yo hago las preguntas, y usted las responde. Tendremos laaaaaaaargo interrogatorio donde seré el policía bueno hasta que el patrón llegue, ¿oyó? 

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Frontera entre Mecapatli y Cuacuauhtzin

El terreno que vadeaba la autopista era llano, de tierras duras y desérticas donde apenas crecían brotes de arbustos y arboledas. Las colinas subían y bajaban en pendientes orondas, y no se veía ningún pueblo a la redonda. Lo único que acompañaban los más de cincuenta camiones y tráileres (todos con el emblema de la Multinacional Tesla, indicativo que los robaron) que conducían por el árido terreno era el calor sofocante del eclipse solar y la soledad y la nostalgia lúgubre de las ruinas de pirámides, templos, estatuas y plazoletas, otrora partes de una ciudad azteca destruida en la Segunda Tribulación.

En la radio rezongaba a todo volumen la música de Oye Como Va. Xolopitli, en el asiento de conductor de camión que conducía primero en la larga fila de tráileres, se movía de un lado a otro al ritmo de la canción de Santana; el ritmo de mambo siempre lo ponía hiperactivo en estos largos viajes. Y muy prolongados eran cuando se trataba del transporte de enormes cargamentos con electrodomésticos industriales, todos de la alta tecnología originaria de la Multinacional Tesla, con la cual pretendían contrabandear en el mercado negro y también para hacer más eficiente la sinterización de la "Flor de los Íncubos", el narcótico con el cual también comerciaban en el Bajo Mundo.  

La persona que iba a su lado, un azteca con tatuajes amarillos en su rostro y uniforme de trabajador, le dio varios toques en el brazo para llamar su atención. Xolopitli se disgustó de que lo interrumpiera, pero al ver su rostro, descubrió un semblante de pavor inmenso, con los ojos fijos hacia delante. El Mapache Pistolero volteó la cabeza, y vio lo mismo que él: un puesto militar fronterizo, compuesto por un séquito de soldados aztecas armados con lanzas, espadas y arcabuces, y vistiendo con uniformes militares de color blanco y de cuero tachonado. Y a diferencia del que iba a su lado, Xolopitli no entró en pánico.

—Oiga, oiga, jefe —farfulló el azteca, reclinando la espalda hacia el espaldar del sillón—, esa no es la misma gente que Tonacoyotl nos dijo que nos esperaba en la aduana. Nos lo cambiaron o algo —agarró de debajo de su asiento un transmisor y estuvo a punto de oprimir el botón—. ¿Le avisamos a Zinac o...?

—Espérate, espérate, mamón —gruñó Xolopitli, poniendo su mano sobre el transmisor y quitándoselo al azteca. Empujó las palancas adheridas a sus tobillos para así alcanzar a pisar los pedales, y comenzó a reducir la velocidad—. Espera a que lleguemos y analizamos mejor la situación. No saltemos a conclusiones tan rápidas.

La larga camioneta ralentizó la velocidad hasta detenerse justo a unos metros de las barandas que demarcaban la frontera. Los soldados aztecas fronterizos se aproximaron, y el que parecía ser el jefe (teniendo un casco de caoba blanco y teniendo el rostro pintado de negro y blanco)  fue el que más se acercó hacia el camión.

—¡Tonatli, cuahpilli! —exclamó Xolopitli en un dinámico náhuatl, sacando el brazo por la ventana en gesto de saludo.

—Tonatli —respondió el cabo azteca, mucho más serio, igual que la expresión en su rostro. Movió su mano hacia abajo en otro—. Por favor, desciendan del vehículo.

El Mapache Pistolero descendió del camión junto con su compañero azteca. Los soldados fronterizos los rodearon, caminaron alrededor del camión, inspeccionando con la mirada toda su estructura en busca de algo fuera de lugar. El cabo azteca miró hacia abajo para ver mejor a Xolopitli; esa mirada de desagrado que le dirigió hacia él no pasó por desapercibido para el mapache.

—Documentos de identificación, por favor —dijo el cabo azteca.

—Como no, mi cabo —Xolopitli sacó del bolsillo de chaqueta una cartera negra. La abrió, y de dentro sacó una tarjeta que se la tendió al cabo azteca. Este la tomó, y le hizo un ademán a uno de sus hombres para que inspeccionara a Xolopitli. EL Mapache Pistolero se apoyó sobre la camioneta y dejó que lo revisaran para verificar que no tuviera armas, todo mientras el cabo azteca escudriñaba la identificación.

De repente resonó el sonido de una radio viniendo dentro de la cabina del camión. Todos los soldados aztecas se agruparon sobre la puerta; el compañero azteca de Xolopitli trató de detenerlos, pero fue en vano. Uno de los soldados abrió la puerta, tomó el transmisor y, al activarlo, él y sus compañeros escucharon una voz masculina, reservada y ceñuda viniendo de él.

—¿Xolopitli? ¿Cómo va todo por allá? ¿Te encontraste con los amigos que Tonacoyotl nos dijo?

Un soldado fronterizo abrió la puerta del camión y metió su mano. Sacó de allí el transmisor, lo jaló y lo desconectó.

—¿Acaso tiene permiso para tener este tipo de radiotransmisor? —le recriminó el soldado al tiempo que enrollaba el cable alrededor de su mano.

—No, pero esperen un momentico, mis estimados —protestó Xolopitli, resguardando toda su rabia interna para hablar con la mayor cordialidad. <<La puta madre, Zinac. De lo taciturno que eres, ¡justo tenías que hablar ahora!>> Pensó—. Ustedes y yo somos amigos. ¿Por qué tantas restricciones? Si yo por aquí pasé muchas veces.

—¿El señor "Juan Gaviria" hacia donde se dirige? —preguntó el cabo azteca.

—Pues mire, mi cabo, yo me dirijo hacia la Región Autónoma de Mecapatili —Xolopitli extendió uno de sus brazos hacia delante en ademán de señalar el norte—. Le andaba haciendo la avanzada a una caravana que traen la mercancía, importada de la Multinacional Tesla para esta región en concreto. Y bueno, usted sabe lo peligroso que están ahora los caminos con todo eso de los Carteles.

—Así es, tiene la razón, y más si llevan un cargamento tan grande del que no nos comunicaron nuestros superiores —el cabo azteca se cruzó de brazos y alzó la vista. Observó a lo lejos las siluetas lejanas de los camiones, cruzando a una velocidad de marcha los senderos baldíos en dirección hacia el puesto fronterizo—. Esperemos el resto de camiones, y proseguiremos. Si lo que tiene de carga es legal, ahí sí podremos ser amigos. 

—Bueno, como usted diga, mi cabo —a pesar de los traspiés que estaban resultando ahora, Xolopitli demostró total seguridad y templanza al cruzarse de brazos también y apoyar la espalda sobre el camión. Eso hizo que su compañero azteca se armara de valor igual y cruzara de brazos.

El camión que iba en vanguardia con el resto de la caravana se detuvo. Los soldados fronterizos retrocedieron para echare un ojo cuán larga era la fila de tráileres, y se quedaron sin aliento al ver como la hilera se extendía hasta casi perderse en el horizonte. Eso se lo comentaron al cabo azteca, y este no se mostró para nada impresionado por la exageración en las palabras de sus hombres. La puerta izquierda del camión en primera fila se abrió, y de él descendió la silueta de un fornido hombre al parecer encapuchado. 

El hombre impuso un aura de peligrosidad mercenaria con la pisada que dio al bajar del camión. Vestía con una larga capa negra que oteaba moviéndose como si fuera una sombra, botas, grebas, hombreras y saya con escarcelas, todos de color negro y con estampados de murciélagos. Tenía el torso revelado, musculado, de piel morena y con tatuajes dorados en los costados y en los tríceps. Su collerón de plumas se fusionaba con su cubrecuellos negro, y el yelmo de hierro que portaba era uno con forma de murciélago. 

El sujeto se detuvo a unos metros cerca de Xolopitli, y clavó su mirada sobre el cabo azteca. La visera se retrajo mecánicamente, revelando el rostro cuadrado un hombre con barba recortada e irises de color ónice.


Los soldados fronterizos se quedaron enmudecidos de la perplejidad y pavor de escucahr al voz profunda de aquel azteca de aspecto mercenario. Al decir esas palabras tan cortantes y autoritarias, Zinac se dio la vuelta y se dispuso a irse. No obstante, la repentina exclamación del cabo azteca lo detuvo: 

—¿"Nos vamos"? Caballero, vamos a revisar la mercancía que tiene allá atrás.

Zinac dirigó una mirada despectiva a Xolopitli. El Mapache Pistolero respondió con un ademán de hombros de "qué se le puede hacer". Zinac se encogió de hombros y le hizo un ademán al cabo azteca para que lo siguiera.

Zinac y Xolopitli acompañaron al cabo azteca hasta la camioneta donde el primero se bajo; tras ellos lo siguieron el séquito de soldados fronterizos y los choferes de las mulas, la gran mayoría de ellos siendo humanos. Al llegar a la parte trasera del camión, Zinac abrió de un solo tirón la tela de la carpa, revelando el interior del tráiler al cabo azteca y sus militares. Dentro había grandes y gruesas cajas de madera, apiñadas una sobre otra, formando torres que llegaban hasta el techo del camión. El cabo azteca, con las manos sobre la cintura de su taparrabos, caminó de un lado a otro y escudriñó el contenido con el ceño fruncido. Zinac no le quitó el ojo despectivo ni un solo segundo. 

—Supongo... que tiene el manifiesto de todos estos artículos, ¿no? —gruñó el cabo azteca, girándose hacia Zinac y Xolopitli—. Más si se tratan de... "hombres" de la Multinacional Tesla —el jefe de los soldados fronterizos entrecerró los ojos y miró con sumo cuidado al dúo de aztecas.

Zinac quedó inmóvil y no hizo ningún gesto; se quedó tieso, cuál murciélago colgando de una estalagmita. Xolopitli por su parte se rascó la nuca e hizo una mueca de un niño al cual lo acaban de pillar haciendo una travesura.

—Hijole, mi cabo —dijo el Mapache Pistolero a modo de burla—, supone usted mal, pues como le parece que no los tengo —Xolopitli se llevó las manos a los bolsillos de su abrigo y los sacó, revelando nada en su interior. Eso hizo que los demás soldados fronterizos fruncieran el ceño de la molestia.

—En ese caso, toda esta mercancía le queda confiscada —sentenció el cabo azteca, la voz autoritaria en su intento de intimidar a Zinac y Xolopitli—. Estará retenida en este puesto fronterizo hasta que usted me presente los papeles de todos estos productos. Y los camiones también les quedarán confiscados. 

El cabo azteca espero unos momentos a la reacción de nervios de sus contrincantes. No obstante, su sorpresa al ver como ni Zinac ni Xolopitli ni ninguno de los choferes se inmutan a su advertencia es tal que el cabo azteca frunció aún más el ceño. El Mapache Pistolero, inclusive, le dio un golpe amigable en la mano a Zinac y le sonrió en tono de burla para después dar un paso adelante y encarar al cabo azteca.

—Pues capitán —dijo Xolopitli, las manos sobre su cinturón—, para que usted pueda hacer todo eso, le digo lo primero: tendrá que traer cincuenta choferes, porque como le parece que son cincuenta camiones los que traigo —los choferes aztecas sonrieron de arrogancia ante su comentario—. Segundo: tiene que traer el triple de hombres para poder descargar toda la mercancía. Y tercero: yo le recomiendo que pida el apoyo de unos dos mil hombres de sus cuarteles generales, para que podamos levantarnos a tiro entre todos aquí —lo último que dijo levantó una avalancha de tensión creciente acompasada con el silencio que se postergó por los siguientes segundos—. Ahí si se le digo como lo vamos a arreglar sin tener que confiscar lo nuestro.

El cabo azteca, por más que intentaba mostrar un semblante sólido e inamovible por dentro hervía del pavor. Zinac se le acercó unos dos pasos, poniéndose frente de él y palideciendo su sombra con la de él. La mirada oscura de Zinc lo vivió directo a los ojos.

—Solo hay una solución, pendejo —siseó Zinac, intimidante—: usted recibe los mismos pesos que su amigo, el Cabeza de Vaca, recibió de allá arriba —hizo un ademán de mano de señalar hacia el norte— Si no acepta esto, entonces solo nos queda matarnos entre nosotros —lo dijo con tal seriedad, y lo demostró al levantar sus manos y activar las púas de sus brazaletes que se levantaron todas al unísono—. Y no creo que quiera arriesgar la vida de todos estos... hombres de familia, ¿o sí? —Zinac le dirigió una mirada amenazante hacia los soldados fronterizos.

Con el comentario del azteca murciélago, tanto el cabo como sus hombres no tuvieron ninguna complicación en reparar sobre quienes estaban lidiando ahora. Los soldados fronterizos se echaron para atrás, sobre todo con ver a su jefe siendo incapaz de poder ocultar más el miedo de estar frente con los líderes del Cartel Tlacuache. El cabo azteca tragó saliva  y retrocedió cuando Zinac avanzó hacia la camioneta y lo obligó a hacerse a un lado.

—Eso pensé —dijo el murciélago azteca, agarrando el borde de la tela de la carpa y, de un jalón, cerrándolo. Tras eso se volvió hacia los chóferes y los exhortó de forma animosa con dos aplausos—. ¡Todos, de nuevo a los camiones!

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4
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Mecapatli

Laboratorios de la "Flor de Íncubos"

Los más de cincuenta camionetas donde cargaban con todos los dispositivos de la más alta tecnología robados de la Multinacional Tesla se distribuyeron en grupos pequeños a lo largo y ancho de Mecapatli. Aquellos vehículos se estacionaron detrás de enormes bodegas, siendo estas parte de instalaciones manejadas por el Cartel de los Tlacuaches. El grupo de camioneta donde iban Xolopitli y Zinac se les complicó el recorrido hacia los laboratorios; tuvieron que vadear y crear atajos al ver como, la mayoría de las avenidas y bulevares principales, estaban atestadas de personas que, con pancartas por encima de sus cabezas, denunciaban las manipulaciones y los abusos de parte de la Multinacional Tesla y del gobierno de la Civitas Magna por sus constantes negligencias hacia el bienestar de las Regiones Autónomas.

—Ay, de verdad que ya me tienen hasta la verga, hermano —gruñó Xolopitli, el ceño fruncido de ver como al entrar en otra avenida se topó, a lo lejos, con otra marcha de protestantes—. Pues que bien que el pueblo indirectamente nos esté ayudando a hacer tapadera de nuestro contrabando. Pero ya párenle, nojoda, que yo no puedo andar como gallo sin cabeza de aquí para allá, de aquí para allá, de aquí para allá —mientras manejaba el volante, hizo un ademán con su mano de moverse en zigzag.

—Hubiéramos viajado en helicóptero tú y yo —dijo Zinac sentado al lado suyo. Siempre que hablaba lo hacía su tono de voz neutral y los brazos siempre cruzados.

—Pero no lo hicimos, y con eso salvamos a todos estos maricones de la aduana —Xolopitli chirrió los dientes y ladeó la cabeza—. Voy a tener que hablar con Tonacoyotl sobre esto. Deberá tener una buena explicación para esto.

—Mi instinto me dice que eso debió de ser una trampa —sugirió Zinac.

—Pfff, oigan a este —Xolopitli se rió y lo miró de reojo—. Usted lo que tiene de instinto lo tengo yo en oler basura por ser un mapache.

—Lo digo en serio —insistió el Murciélago del Cartel, cruzando miradas con él. Xolopitli guardó silencio al ver aquellos ojos de severidad de su fiel compañero. Cuando lo veía dedicándole esa mirada, era porque hablaba con el corazón—. Tonacoyotl no ha estado de acuerdo con las reformas de contrabando que has hecho con la Flor de Íncubos. Eso mismo tú lo has visto en las últimas reuniones que has tenido con él.

—Ajá, pero tú sabes que él es obediente —Xolopitli agitó una mano en ademán de opresión y totalitarismo—. Él sabe que esto lo hago por el beneficio tanto mi cartel como del suyo, para mantener la paz y así seguir organizando el mayor asalto a la Multinacional. Tanto que hasta el propio Nikola Tesla diga que este ha sido el mayor robo desde Thomas Edison.

Zinac ladeó la cabeza y desvió la mirada hacia la ventana, observando el borrón de fachadas de viviendas pasando a toda velocidad. La camioneta, guiando a otras cinco que venían detrás suyo, conducía ahora a una velocidad considerable luego de no haberse encontrado con ninguna marcha obstruyendo el paso. Con ello, tanto él como Xolopitli pudieron ver, a lo lejos, el sendero que los conduciría por las altas colinas y hasta los lejanos mercados donde estaban establecidos sus laboratorios.

—Te lo advierto, Xolopitli —sentenció Zinac—. Mucho ojo con Tonacoyotl.

El Mapache Pistolero guardó silencio y se obligó a tragarse sus palabras. Le dio la razón a Zinac, y su sugerencia se lo grabó con fuego en la mente.

Luego de meter las mulas dentro de bodegas a las afueras de los mercados, Xolopitli, Zinac y los choferes bajaron de los vehículos y se dispusieron a encaminarse hacia la tienda de estupefacientes Nahualli. Se adentraron por medio de las entradas traseras del bazar luego de que el guardia los reconociera, con lo que accedieron a los laboratorios subterráneos, iluminados por focos en los techos e infestados con el intenso holor de los narcóticos sintetizados. Todos los cocineros, desde humanos aztecas hasta nahuales mapaches, todos los conserjes y todos los encargados del censo se detuvieron brevemente en sus quehaceres para hincarse en una rodilla y dedicar su total devoción hacia la figura de su jefe. Xolopitli y Zinac caminaron por senderos de sirvientes arrodillados, cuales reyes, mientras se acercaban hasta su destino: la celda donde habían capturado a la misteriosa mujer.

Xolopitli y Zinac se detuvieron al toparse de frente con el subalterno Yaotecatl. El nahual mapache hizo una reverencia en ademán de saludarle.

—Patrón, que gusto que por fin llegó —dijo. Xolopitli sonrió y le tendió su mano. Yaotecatl se la estrechó con gusto—. ¿Cómo le fue en el contrabando de Cuacuauhtzin?

—Eso puede esperar, Yaotecatl —contestó Xolopitli, dándole una palmada en el hombro y viendo de reojo la puerta de hierro que daba a la celda—: Y dígame, ¿cómo le fue a usted interrogando a esa mujer espía? ¿Te dijo para quién trabaja o algo?

—No, patrón, más que interrogación fue entrevista de trabajo —respondió Yaotecatl, haciendo que Xolopitli frunciera el ceño. El mapache tuerto se le acercó al oído, y Xolopitli se inclinó hacia él—. Ella dice que se quiere unir al Cartel de los Tlacuaches.

El Mapache Pistolero retrocedió un pasó y miró a Yaotecatl con una mueca sorprendida, de no creerse lo que le acababan de decir.

—¿Qué me estás diciendo tú, cuate? 

—La berraca esa fue bastante transparente conmigo, patrón —Yaotecatl puso sus manos sobre la hebilla de su correa—. Me dijo que su nombre es Randgriz, que es una valquiria prófuga de Vingólf sentenciada por la mismísima Reina Valquiria a cadena perpetua, y que ahora quiere ganarse platica trabajando con nosotros.

—Pues es que usted se está dejando jalar el pelo, Yaotecatl —replicó Xolopitli, borrando su perplejidad y reemplazándola con el ceño fruncido de la rabia—. ¿Y qué tal si todo lo que dijo no es más que pura tapadera para ocultarnos que es una ¿espía?

—No patrón, yo no me dejé huevonear por la vagabunda esa —Yaotecatl levantó las manos en gesto de yo-no-fui—. Yo dejé que la mujer hablara hasta por los codos, y yo le estoy diciendo lo que me dijo. Ahí está a su decisión de qué hay que hacer con ella.

El Mapache Pistolero se dio la vuelta y miró a Zinac, como buscando una opinión terciaria. El Murciélago del Cartel se encogió de hombros, y esa fue respuesta suficiente para Xolopitli.

—Bien, pues —masculló, apretando el hocico y dirigiéndose hacia la celda—. A ver qué me dice a mí directamente.

Yaotecatl manipulo la manilla de la puerta de hierro y la deslizó. Él, Xolopitli y Zinca entraron en el pequeño cuadriculo que era el calabozo; la paja crujió debajo de sus pies, el olor se impregnaba con el fétido excremento del ganado de afuera y del tóxico narcótico de la Flor de íncubos. La luz que se filtraba por las rendijas dejaba ver a la demacrada mujer de melena roja apelmazada, encadenada al poste. Al oír el chirrido de las bisagras abrirse y cerrarse, la mujer alzó su cabeza, revelando su rostro ensuciado por el polvo y el hollín... Pese a todo, Xolopitli reconoció la hermosura impecable de Randgriz.

—Miren a esta —dijo el Mapache Pistolero, desviando la mirada par ver el último plato de comida que le trajeron. Estaba intacto—. ¿Qué acaso no le gusta la gastronomía que hacemos aquí?

—Tanta generosidad crea sospecha —replicó Randgriz entre dientes y sonando carraspeada. 

—Deshidratada estás incluso —Xolopitli chasqueó los dedos. Yaotecatl y Zinac se colocaron lado a lado del jefe, rodeando a Randgriz por ambos lados—. Puedo hacer que te metan un tiro en la cabeza cuando se me pegue la gana. ¿Cómo me cree tan naco para recurrir a envenenamientos?

—Es mejor no correr los riesgos —la Valquiria Real empezó a reincorporarse, poniendo en breve alerta a Zinac y a Yaotecatl. Randgriz sonrió sardónicamente—. ¿Sabes, Xolopitli? Incluso si me despojaron de mis anillos, aún tengo el poder suficiente para salir de aquí y abatirlos a todos ustedes. Soy una semidiosa, al fin y al cabo. ¿Sabes por qué no lo hago? Porque quiero unirme a ustedes.

—Usted misma se buscó que la pusiéramos aquí —le recordó Xolopitli.

—Y yo lo pague al no intentar fugarme —respondió Randgriz—. Creo que eso es motivo suficiente para que sepas que digo la verdad. 

<<Oculta bastante bien su miedo bajo esa osadía férrea>> Pensó Yaotecatl, sin parar de analizarla de arriba abajo.

—Pues andamos en malos pies si veo que rechaza nuestra comida; usted misma reconoció que aún tiene sospechas —el Mapache Pistolero se cruzó de brazos y guardó silencio pensante por unos segundos—. Pero te daré el beneficio de la duda. Digamos que sí creo que quiere unirse a nosotros. Solo tengo que saber algunas cosas, cosas distintas que se las dijo a mi subalterno.

—Bien. Pero antes... Ahora sí quiero un poco de agua.

Xolopitli le hizo un ademán a Zinac para que trajera agua. El Murciélago del Cartel salió y, a los pocos segundos, volvió a la celda cargando un vasto de agua. Se lo tendió hacia la boca de Randgriz, y la valquiria bebió todo lo que pudo; algunos hilillos de agua le cayeron por la barbilla. Al acabar, Zinac se alejó de ella en seguida. Xolopitli no perdió el tiempo y arrojó la primera pregunta:

—¿Por qué se quiere unir específicamente al Cartel de los Tlacuaches? Sabiendo que existe también el Cartel de los Tezoh, casi tan poderosos como nosotros, tengo autentica curiosidad por tu interés en unírtenos.

—He oído mucho sobre ustedes —comenzó a decir Randgriz—. No sólo sobre su poder sobre todas las Regiones Autónomas, sino también sobre su "inmunidad". Por más que todos ustedes estén siendo buscados por las organizaciones de control de drogas de la Corona, son capaces de burlarse de ellos y demostrarles que no les temen a nada ni a nadie —Randgriz ensanchó los ojos al rememorar un elemento importante que la ayudaría para convencerlos. Clavó sus ojos sobre Xolopitli—. Como por ejemplo, tú te tomaste una fotografía junto con Yaotecatl y Zinac frente a las instalaciones de la Multinacional e incluso de Vingólf.

—Hey, hey, eso fue hace muchísimo tiempo —la corrigió Xolopitli—. Nuestra "inmunidad" no es la misma de hace un par de décadas. Tenemos que ser mucho más cautelosos ahora. 

—Aún así —insistió Randgriz—, en mi humilde opinión, es mejor ocultarme dentro de su Cartel antes que irme por mi cuenta para algún otro Reino Divino como una prófuga sin ningún tipo de apoyo. El mundo es muy grande, pero sus rastreadores lo son todavía más. Creo que ustedes y yo podemos tener una buena amista...

—No sigas tentando, vieja —Xolopitlli alzó una mano en gesto de detenerla—. ¿Qué le hace creer que yo la necesito? ¿Qué puedes aportar para mí? —estiró los brazos hacia ambos lados y miró a Yaotecatl y Zinac— Hasta donde tengo entendido, el Cartel no tiene vacantes disponibles para nuevos empleados, ¿o me equivocó?

Yaotecatl y Zinac ladearon ambos la cabeza.

—¿Usted no sabe el valor que tengo como Valquiria Real?

La tranquilidad con que Randgriz respondió dejó en un silencio gélido la habitación. Los tres mafiosos se quedaron boquiabiertos, y se la quedaron viendo por un buen rato. Randgriz sonrió; era un gran riesgo el que hacía al revelar a medias su identidad, pero si lo ocultaba todo con mentiras piadosas, entonces improvisaba en su papel como una peligrosa criminal.

—Yo si decía que el nombre de esta mae me era familiar —dijo Yaotecatl, señalándola con un dedo—. Ella es la hija de la diosa Fulla y de un man mortal que ya se me olvidó el nombre. Un rey vikingo, sino me equivoco. ¿Cómo fue que alguien de la realeza como usted pudo acabar siendo fugitiva?

—Mis crímenes no son lo que importan, sino mi valor. Y no, no me refiero a valor para pagar un rescate, o para que me pongan de prostituta exótica —los ojos esmeraldas de Randgriz resplandecieron con un brillo determinante—. Valquiria Real significa que tiene el poder de una semidiosa en su organización. Semidiós —volvió a sonreír al notar de a poco un semblante de interés en Xolopitli—. Apuesto que es una palabra que has escuchado mucho, pero nunca has visto a uno en acción ¿cierto? Pues yo soy una. Acéptame, y serás invencible. Solo imagínatelo: tendrías el poder de una semidiosa entre tus efectivos. ¡Con ello ganarías las guerras que tienes en un santiamén! 

Las cadenas de Randgriz tintinearon en el siguiente lapso de silencio. En el rostro de Xolopitli, a pesar de ser el de un animal, se reprodujeron un montón de sentimientos encontrados que lo hacían debatirse consigno mismo. Yaotecatl y Zinac notaron esto, y ellos tampoco pudieron evitar esbozar semblantes pensativos. 

<<El poder de un semidiós...>> Pensó Xolopitli, los ojos entrecerrados, fijos en Randgriz. La manera en que formuló su argumento le recordó muchísimo a cuando él intento reclutar a un viejo amigo suyo a su recién fundado Cartel. La nostalgia lo golpeó como un boxeador a un saco. Se mordió la lengua, avanzó dos pasos hacia ella, y la miró directo a los ojos.

—Mira... —murmuró el Mapache Pistolero— Usted dice que yo confíe en usted, ¿no? Como tú dices, al final ambos ganaríamos: tú por la "inmunidad" de mi cartel, y yo al tener tu inmenso, INMENSO poder.

—Ponme en la misión que usted desee —dijo Randgriz, mirándolo a los ojos igualmente—. Haré lo que sea, mataré a quien sea, para oficializarme en el cartel —<<Matar...>> Pensó Randgriz, su garganta volviéndose un nudo. Hacía más de un siglo que había matado a alguien con alevosía. ¿Sería capaz de volver a las usanzas de esa vieja Randgriz?

Xolopitli intercambió miradas con Zinac primero, y después con Yaotecatl. El Mapache Pistolero esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza. Eso hizo que Randgriz compartiera la misma arrogancia con su sonrisa femenina.

—Muy bien —exclamó Xolopitli, agitando los brazos a ambos lado—, en ese caso, señorita Randgriz, creo que tengo el trabajo perfecto para que usted me pueda comprobar eso.

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

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Mecapatli

Laboratorios de la "Flor de Íncubos"

Los más de cincuenta camionetas donde cargaban con todos los dispositivos de la más alta tecnología robados de la Multinacional Tesla se distribuyeron en grupos pequeños a lo largo y ancho de Mecapatli. Aquellos vehículos se estacionaron detrás de enormes bodegas, siendo estas parte de instalaciones manejadas por el Cartel de los Tlacuaches. El grupo de camioneta donde iban Xolopitli y Zinac se les complicó el recorrido hacia los laboratorios; tuvieron que vadear y crear atajos al ver como, la mayoría de las avenidas y bulevares principales, estaban atestadas de personas que, con pancartas por encima de sus cabezas, denunciaban las manipulaciones y los abusos de parte de la Multinacional Tesla y del gobierno de la Civitas Magna por sus constantes negligencias hacia el bienestar de las Regiones Autónomas.

—Ay, de verdad que ya me tienen hasta la verga, hermano —gruñó Xolopitli, el ceño fruncido de ver como al entrar en otra avenida se topó, a lo lejos, con otra marcha de protestantes—. Pues que bien que el pueblo indirectamente nos esté ayudando a hacer tapadera de nuestro contrabando. Pero ya párenle, nojoda, que yo no puedo andar como gallo sin cabeza de aquí para allá, de aquí para allá, de aquí para allá —mientras manejaba el volante, hizo un ademán con su mano de moverse en zigzag.

—Hubiéramos viajado en helicóptero tú y yo —dijo Zinac sentado al lado suyo. Siempre que hablaba lo hacía su tono de voz neutral y los brazos siempre cruzados.

—Pero no lo hicimos, y con eso salvamos a todos estos maricones de la aduana —Xolopitli chirrió los dientes y ladeó la cabeza—. Voy a tener que hablar con Tonacoyotl sobre esto. Deberá tener una buena explicación para esto.

—Mi instinto me dice que eso debió de ser una trampa —sugirió Zinac.

—Pfff, oigan a este —Xolopitli se rió y lo miró de reojo—. Usted lo que tiene de instinto lo tengo yo en oler basura por ser un mapache.

—Lo digo en serio —insistió el Murciélago del Cartel, cruzando miradas con él. Xolopitli guardó silencio al ver aquellos ojos de severidad de su fiel compañero. Cuando lo veía dedicándole esa mirada, era porque hablaba con el corazón—. Tonacoyotl no ha estado de acuerdo con las reformas de contrabando que has hecho con la Flor de Íncubos. Eso mismo tú lo has visto en las últimas reuniones que has tenido con él.

—Ajá, pero tú sabes que él es obediente —Xolopitli agitó una mano en ademán de opresión y totalitarismo—. Él sabe que esto lo hago por el beneficio tanto mi cartel como del suyo, para mantener la paz y así seguir organizando el mayor asalto a la Multinacional. Tanto que hasta el propio Nikola Tesla diga que este ha sido el mayor robo desde Thomas Edison.

Zinac ladeó la cabeza y desvió la mirada hacia la ventana, observando el borrón de fachadas de viviendas pasando a toda velocidad. La camioneta, guiando a otras cinco que venían detrás suyo, conducía ahora a una velocidad considerable luego de no haberse encontrado con ninguna marcha obstruyendo el paso. Con ello, tanto él como Xolopitli pudieron ver, a lo lejos, el sendero que los conduciría por las altas colinas y hasta los lejanos mercados donde estaban establecidos sus laboratorios.

—Te lo advierto, Xolopitli —sentenció Zinac—. Mucho ojo con Tonacoyotl.

El Mapache Pistolero guardó silencio y se obligó a tragarse sus palabras. Le dio la razón a Zinac, y su sugerencia se lo grabó con fuego en la mente.

Luego de meter las mulas dentro de bodegas a las afueras de los mercados, Xolopitli, Zinac y los choferes bajaron de los vehículos y se dispusieron a encaminarse hacia la tienda de estupefacientes Nahualli. Se adentraron por medio de las entradas traseras del bazar luego de que el guardia los reconociera, con lo que accedieron a los laboratorios subterráneos, iluminados por focos en los techos e infestados con el intenso holor de los narcóticos sintetizados. Todos los cocineros, desde humanos aztecas hasta nahuales mapaches, todos los conserjes y todos los encargados del censo se detuvieron brevemente en sus quehaceres para hincarse en una rodilla y dedicar su total devoción hacia la figura de su jefe. Xolopitli y Zinac caminaron por senderos de sirvientes arrodillados, cuales reyes, mientras se acercaban hasta su destino: la celda donde habían capturado a la misteriosa mujer.

Xolopitli y Zinac se detuvieron al toparse de frente con el subalterno Yaotecatl. El nahual mapache hizo una reverencia en ademán de saludarle.

—Patrón, que gusto que por fin llegó —dijo. Xolopitli sonrió y le tendió su mano. Yaotecatl se la estrechó con gusto—. ¿Cómo le fue en el contrabando de Cuacuauhtzin?

—Eso puede esperar, Yaotecatl —contestó Xolopitli, dándole una palmada en el hombro y viendo de reojo la puerta de hierro que daba a la celda—: Y dígame, ¿cómo le fue a usted interrogando a esa mujer espía? ¿Te dijo para quién trabaja o algo?

—No, patrón, más que interrogación fue entrevista de trabajo —respondió Yaotecatl, haciendo que Xolopitli frunciera el ceño. El mapache tuerto se le acercó al oído, y Xolopitli se inclinó hacia él—. Ella dice que se quiere unir al Cartel de los Tlacuaches.

El Mapache Pistolero retrocedió un pasó y miró a Yaotecatl con una mueca sorprendida, de no creerse lo que le acababan de decir.

—¿Qué me estás diciendo tú, cuate?

—La berraca esa fue bastante transparente conmigo, patrón —Yaotecatl puso sus manos sobre la hebilla de su correa—. Me dijo que su nombre es Randgriz, que es una valquiria prófuga de Vingólf sentenciada por la mismísima Reina Valquiria a cadena perpetua, y que ahora quiere ganarse platica trabajando con nosotros.

—Pues es que usted se está dejando jalar el pelo, Yaotecatl —replicó Xolopitli, borrando su perplejidad y reemplazándola con el ceño fruncido de la rabia—. ¿Y qué tal si todo lo que dijo no es más que pura tapadera para ocultarnos que es una ¿espía?

—No patrón, yo no me dejé huevonear por la vagabunda esa —Yaotecatl levantó las manos en gesto de yo-no-fui—. Yo dejé que la mujer hablara hasta por los codos, y yo le estoy diciendo lo que me dijo. Ahí está a su decisión de qué hay que hacer con ella.

El Mapache Pistolero se dio la vuelta y miró a Zinac, como buscando una opinión terciaria. El Murciélago del Cartel se encogió de hombros, y esa fue respuesta suficiente para Xolopitli.

—Bien, pues —masculló, apretando el hocico y dirigiéndose hacia la celda—. A ver qué me dice a mí directamente.

Yaotecatl manipulo la manilla de la puerta de hierro y la deslizó. Él, Xolopitli y Zinca entraron en el pequeño cuadriculo que era el calabozo; la paja crujió debajo de sus pies, el olor se impregnaba con el fétido excremento del ganado de afuera y del tóxico narcótico de la Flor de íncubos. La luz que se filtraba por las rendijas dejaba ver a la demacrada mujer de melena roja apelmazada, encadenada al poste. Al oír el chirrido de las bisagras abrirse y cerrarse, la mujer alzó su cabeza, revelando su rostro ensuciado por el polvo y el hollín... Pese a todo, Xolopitli reconoció la hermosura impecable de Randgriz.

—Miren a esta —dijo el Mapache Pistolero, desviando la mirada par ver el último plato de comida que le trajeron. Estaba intacto—. ¿Qué acaso no le gusta la gastronomía que hacemos aquí?

—Tanta generosidad crea sospecha —replicó Randgriz entre dientes y sonando carraspeada.

—Deshidratada estás incluso —Xolopitli chasqueó los dedos. Yaotecatl y Zinac se colocaron lado a lado del jefe, rodeando a Randgriz por ambos lados—. Puedo hacer que te metan un tiro en la cabeza cuando se me pegue la gana. ¿Cómo me cree tan naco para recurrir a envenenamientos?

—Es mejor no correr los riesgos —la Valquiria Real empezó a reincorporarse, poniendo en breve alerta a Zinac y a Yaotecatl. Randgriz sonrió sardónicamente—. ¿Sabes, Xolopitli? Incluso si me despojaron de mis anillos, aún tengo el poder suficiente para salir de aquí y abatirlos a todos ustedes. Soy una semidiosa, al fin y al cabo. ¿Sabes por qué no lo hago? Porque quiero unirme a ustedes.

—Usted misma se buscó que la pusiéramos aquí —le recordó Xolopitli.

—Y yo lo pague al no intentar fugarme —respondió Randgriz—. Creo que eso es motivo suficiente para que sepas que digo la verdad.

<<Oculta bastante bien su miedo bajo esa osadía férrea>> Pensó Yaotecatl, sin parar de analizarla de arriba abajo.

—Pues andamos en malos pies si veo que rechaza nuestra comida; usted misma reconoció que aún tiene sospechas —el Mapache Pistolero se cruzó de brazos y guardó silencio pensante por unos segundos—. Pero te daré el beneficio de la duda. Digamos que sí creo que quiere unirse a nosotros. Solo tengo que saber algunas cosas, cosas distintas que se las dijo a mi subalterno.

—Bien. Pero antes... Ahora sí quiero un poco de agua.

Xolopitli le hizo un ademán a Zinac para que trajera agua. El Murciélago del Cartel salió y, a los pocos segundos, volvió a la celda cargando un vasto de agua. Se lo tendió hacia la boca de Randgriz, y la valquiria bebió todo lo que pudo; algunos hilillos de agua le cayeron por la barbilla. Al acabar, Zinac se alejó de ella en seguida. Xolopitli no perdió el tiempo y arrojó la primera pregunta:

—¿Por qué se quiere unir específicamente al Cartel de los Tlacuaches? Sabiendo que existe también el Cartel de los Tezoh, casi tan poderosos como nosotros, tengo autentica curiosidad por tu interés en unírtenos.

—He oído mucho sobre ustedes —comenzó a decir Randgriz—. No sólo sobre su poder sobre todas las Regiones Autónomas, sino también sobre su "inmunidad". Por más que todos ustedes estén siendo buscados por las organizaciones de control de drogas de la Corona, son capaces de burlarse de ellos y demostrarles que no les temen a nada ni a nadie —Randgriz ensanchó los ojos al rememorar un elemento importante que la ayudaría para convencerlos. Clavó sus ojos sobre Xolopitli—. Como por ejemplo, tú te tomaste una fotografía junto con Yaotecatl y Zinac frente a las instalaciones de la Multinacional e incluso de Vingólf.

—Hey, hey, eso fue hace muchísimo tiempo —la corrigió Xolopitli—. Nuestra "inmunidad" no es la misma de hace un par de décadas. Tenemos que ser mucho más cautelosos ahora.

—Aun así —insistió Randgriz—, en mi humilde opinión, es mejor ocultarme dentro de su Cartel antes que irme por mi cuenta para algún otro Reino Divino como una prófuga sin ningún tipo de apoyo. El mundo es muy grande, pero sus rastreadores lo son todavía más. Creo que ustedes y yo podemos tener una buena amista...

—No sigas tentando, vieja —Xolopitlli alzó una mano en gesto de detenerla—. ¿Qué le hace creer que yo la necesito? ¿Qué puedes aportar para mí? —estiró los brazos hacia ambos lados y miró a Yaotecatl y Zinac— Hasta donde tengo entendido, el Cartel no tiene vacantes disponibles para nuevos empleados, ¿o me equivocó?

Yaotecatl y Zinac ladearon ambos la cabeza.

—¿Usted no sabe el valor que tengo como Valquiria Real?

La tranquilidad con que Randgriz respondió dejó en un silencio gélido la habitación. Los tres mafiosos se quedaron boquiabiertos, y se la quedaron viendo por un buen rato. Randgriz sonrió; era un gran riesgo el que hacía al revelar a medias su identidad, pero si lo ocultaba todo con mentiras piadosas, entonces improvisaba en su papel como una peligrosa criminal.

—Yo si decía que el nombre de esta mae me era familiar —dijo Yaotecatl, señalándola con un dedo—. Ella es la hija de la diosa Fulla y de un man mortal que ya se me olvidó el nombre. Un rey vikingo, sino me equivoco. ¿Cómo fue que alguien de la realeza como usted pudo acabar siendo fugitiva?

—Mis crímenes no son lo que importan, sino mi valor. Y no, no me refiero a valor para pagar un rescate, o para que me pongan de prostituta exótica —los ojos esmeraldas de Randgriz resplandecieron con un brillo determinante—. Valquiria Real significa que tiene el poder de una semidiosa en su organización. Semidiós —volvió a sonreír al notar de a poco un semblante de interés en Xolopitli—. Apuesto que es una palabra que has escuchado mucho, pero nunca has visto a uno en acción ¿cierto? Pues yo soy una. Acéptame, y serás invencible. Solo imagínatelo: tendrías el poder de una semidiosa entre tus efectivos. ¡Con ello ganarías las guerras que tienes en un santiamén!

Las cadenas de Randgriz tintinearon en el siguiente lapso de silencio. En el rostro de Xolopitli, a pesar de ser el de un animal, se reprodujeron un montón de sentimientos encontrados que lo hacían debatirse consigo mismo. Yaotecatl y Zinac notaron esto, y ellos tampoco pudieron evitar esbozar semblantes pensativos.

<<El poder de un semidiós...>> Pensó Xolopitli, los ojos entrecerrados, fijos en Randgriz. La manera en que formuló su argumento le recordó muchísimo a cuando él intento reclutar a un viejo amigo suyo a su recién fundado Cartel. La nostalgia lo golpeó como un boxeador a un saco. Se mordió la lengua, avanzó dos pasos hacia ella, y la miró directo a los ojos.

—Mira... —murmuró el Mapache Pistolero— Usted dice que yo confíe en usted, ¿no? Como tú dices, al final ambos ganaríamos: tú por la "inmunidad" de mi cartel, y yo al tener tu inmenso, INMENSO poder.

—Ponme en la misión que usted desee —dijo Randgriz, mirándolo a los ojos igualmente—. Haré lo que sea, mataré a quien sea, para oficializarme en el cartel —<<Matar...>> Pensó Randgriz, su garganta volviéndose un nudo. Hacía más de un siglo que había matado a alguien con alevosía. ¿Sería capaz de volver a las usanzas de esa vieja Randgriz?

Xolopitli intercambió miradas con Zinac primero, y después con Yaotecatl. El Mapache Pistolero esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza. Eso hizo que Randgriz compartiera la misma arrogancia con su sonrisa femenina.

—Muy bien —exclamó Xolopitli, agitando los brazos a ambos lados—, en ese caso, señorita Randgriz, creo que tengo el trabajo perfecto para que usted me pueda comprobar eso.

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6
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

Frente al Hogar del Conquistador

Cuatro y media de la tarde

La camioneta Volkswagen se quedó estacionada a cien metros del rancho, oculto detrás de la falda de una colina para no ser visto por los guardias de los altos torreones que vadeaban el edificio. Zinac se separó del trío y desapareció en el horizonte desértico. Yaotecatl le dijo a Randgriz que no se preocupara, que el Murciélago conocía bien el perímetro y sabría donde colarse dentro de la mansión. El mapache tuerto sacó de la cajuela del camión su escopeta reccortada de cuatro cañones con grabados de tecnología tesla, y se la escondió detrás de la capa negra de su abrigo. Randgriz por su parte verificó que llevase todos sus anillos, y luego de cerrar la cajuela del coche, ambos comenzaron a caminar por el sendero directo hacia al entrada del rancho. 

—¿Y cómo sabremos que Zinac neutralizó las torretas? —preguntó Randgriz, los ojos entrecerrados por las polvaredas que arrastraban los soplidos de los vientos. Miraba su derredor, observando a lo lejos cajas de madera en mitad de la nada, siendo estos los baños de los trabajadores, y también los cadáveres en descomposición de vacas y toros.

—Él siempre indica a la distancia con silbidos de ultrasonido —indicó Yaotecatl, caminando con rápidas zancadillas para así ir al mismo ritmo que ella—. Y si me lo preguntas, sí, es habilidad propia de él como nahual murciélago.

—Si que me están recuerdan a los magos de Asgard, ustedes, los nahuales —Randgriz se acomodó el sombrero de ala ancha para observar bien el rancho que tenían en frente.

Su apurada caminata los hizo acercarse lo suficiente para adentrarse en la terraza al aire y ver la mansión: un largo edificio rectangular con ventanales abiertos, largos balcones con puentes que interconectaban los porches, un cuadricular jardín que rodeaba los parapetos y un bosque artificial que rodeaba todo el edificio. A lo lejos, en las esquinas que vadeaban un muro invisible que hacía limítrofe de la propiedad, se encontraban las altas torres donde estaban las ametralladoras.

Randgriz analizó rápidamente los balcones para determinar algún movimiento extraño. El silencio que se prolongó por los siguientes segundos la puso a ella y a Yaotecatl en alerta constante. De repente, la Valquiria Real vio por el rabillo del ojo a múltiples siluetas surgir de los porches y de los arbustos, apuntándolos con rifles y subfusiles. Ella actúo rápido al cerrar su puño, invocar una alabarda dorada de mango grueso, y poner detrás suyo a Yaotecatl. Una feroz lluvia de balas cayó sobre el dúo, y Randgriz, esgrimiendo en círculos su alabarda y con una sola mano, logró bloquear y desviar la ráfaga de plomo, generando un estruendo que resonó en toda la llanura y destellos y chispas que salpicaron toda la tierra. 

Cuando hubo acabado el acribillamiento, Randgriz detuvo el giro de su alabarda agarrando con fuerza el mango. Lentamente se reincorporó, y Yaotecatl se asomó para ver los semblantes de sorpresa inmensa de los soldados de la finca. Eso hizo que el mapache tuerto sonriera de la vanidad, sintiendo la gracia de ver la estupefacción en los rostros de aquellos hombres engreídos. Le dio un golpecito en la cadera a Randgriz; la valquiria lo miró, y Yaotecatl le guiñó el ojo.

—Ahora vea el espectáculo que voy a hacer —murmuró. Dio tres pasos hacia delante, encarando la mansión española como si fuera un enemigo a derrotar. Aprovechando el momento de confusión de los soldados, se llevó las manos al hocico y grito a todo pulmón— ¡ÁLVAR NUÑEZ! ¡PONGASE LOS PANTALONES, Y SALGA DE AHÍ COMO EL HOMBRECITO QUE ES!

Algunos militantes de la finca ya habían recargado sus armas. Las alzaron y apuntaron contra Yaotecatl, pero antes de apretar el gatillo fueron petrificados por la penetrante mirada esmeralda de Randgriz, quien blandió fugazmente su alabarda detrás del mapache nahual en un gesto dominante y protector. El choque psicológico que creó su presencia hizo que nadie volviera a apretar el gatillo.

Se hizo el silencio por varios segundos, y al no ver presencia del Cabeza de Vaca en ninguno de los balcones, se llevó las manos al hocico y volvió a vociferar:

—¡¿POR QUÉ NO SE DEJA DE PENDEJADAS Y SALE DE UNA MALPARIDA VEZ?! ¡NO SIRVE DE NADA ESCONDERSE! ¡¿PENSASTE QUE SE LAVARÍA LAS MANOS Y HARÍA ARDER EL CULO DE XOLOPITLI CON ESA HUEVONADA QUE USTED HIZO?! ¡¿NOS CREYÓ LIENDRAS O QUÉ?! ¡SALGA, LE DIGO!

Una única silueta caminó dentro de los pasillos del segundo piso de la mansión. Al salir a uno de los balcones, reveló apariencia de hombre musculado vestido con camisa blanca de mangas recogidas y abotonada hasta sus pectorales revelados, pantalones blancos, cinturón marrón, cabello peinado hacia atrás, barba recortada y gafas de sol. A pesar de que se veía y era un humano común y corriente, las vibras que Randgriz sintió de él fueron de poderío, más de los de un narcotraficante que la de un "alguacil" de la región autónoma. 

Álvar Nuñez sonrió al principio, para después esbozar una mueca de molestia seria adornada con su carisma.


Álvar Nuñez dirigió una mirada de confusión primero, y después de exaltación al ver a Randgriz. Analizó con una cuidadosa mirada su rostro ovalado, las hombreras doradas con forma de alas, su largo vestido blanco ajustado a su chaleco rojo, la alabarda dorada que empuñaba en su mano derecha y su bellísima melena roja con mechones anaranjados. El Cabeza de Vaca sonrió e inclinó la cabeza hacia atrás.

—Pero bueno, ¿qué tenemos aquí? —dijo— Yaotecatl, ¿quién es esta muñequita que me has traído? 

—No me cambie la conversación, Álvar Nuñez —espetó Yaotecatl, alzando un bracito y señalándolo con un dedo acusador—. Usted ya sabe a lo que venimos aquí. Ya estuvo bueno que se haya comportado como un culicagado y nos haya visto la cara de bobos por todas estas semanas. Ahora le toca responder, Cabeza de Vaca, le toca lavar los platos rotos.

—Claro, claro —Álvar caminó de un lado a otro. Señaló a Randgriz con una mano—. ¿Por qué no hacéis que esa mujercita le friegue los platos? Yo la verdad estas manos sirven más para disparar francotiradores —alzó y agitó sus manos.

<<Y aquí vamos>> Pensó Randgriz, poniendo los ojos en blanco y encogiéndose de hombros.

—Manos te van a faltar para pelársela a esta berraca, señor Cabeza de Vaca —replicó Yaotecatl, apuntando a la Valquiria Real con un dedo pulgar—. Esta mujer tiene más cojones de los que tú tienes. Y poder. Déjame decírtelo antes de comenzar el Operativo "Despellejar al Puerco Vivo" —el Mapache se agitó la capa hacia atrás, enseñando sus bandoleras llenas de balas, sus pistolas envainadas en su cintura, y la escopeta recortada en su espalda. Su semblante se esbozó en una mueca envalentonada—: ¡EL CARTEL DE LOS TLACUAHCES TIENE A SU DISPOSICIÓN EL PODER DE UNA VALQUIRIA REAL!

Los soldados de a pie se miraron entre sí, las expresiones confusas; todos ellos eran jovencitos, hijos de campesinos y rancheros, por lo que jamás han entrado en contacto con el complejo mundo de dioses y semidioses que era la Civitas Magna. No obstante Álvar Nuñez, Einhenjer antiguo conquistador español, quien visitó un sinfín de veces la Civitas Magna, sobrevivió a la Segunda Tribulación y vio de primera mano el poderío de los Legendarium y los semidioses contra las legiones del Pandemonium... Sabía lo soberanamente grave que era la sentencia que dijo Yaotecatl. 

—Es por eso que no me ves aquí con todo el ejército nacional para derrocarte —prosiguió el mapache tuerto, la sonrisa megalómana de oreja a oreja—, porque la güerita que tengo aquí atrás vale más que todos los Carteles puestos juntos. 

—¿Acaso ya te quieres sentir como el papi chulo de Bilboa y Fuentealbilla solo por tener a una monada como esa? —a pesar de la fuerte revelación, Álvar Nuñez no se dejó intimidar y siguió manteniendo su sonrisa. Aquella nula demostración de miedo hizo que Randgriz enarcara una ceja y le hizo pensar en sí aquel sujeto tenía un haz bajo la manga.

—¡Todos ustedes, jovencitos, tienen un chance de sobrevivir esta tarde! —Yaotecatl señaló a todos los militantes de los balcones y los de la escalinata. Por el rabillo de su ojos pudo observar, a lo lejos, como la sombra rapaz de Zinac asesinaba silenciosamente a los hombres de las torretas en la cima de los torreones— Ríndanse y vivirán. Tiren al suelo sus armas, y entréguennos a Álvar.

El silencio reinó en los próximos segundos. En ese lapso, los jóvenes carabineros se miraron entre sí; Randgriz no vio atisbo alguno de miedo en ellos. Confusión, sí, pero en ellos tampoco se veía intimidación como Yaotecatl originalmente tenía pensado hacerles sentir. Eso hizo que la Valquiria Real frunciera más el ceño; había algo que no cuadraba en todo esto.

Álvar Nuñez torció los labios hacia abajo y ladeó la cabeza. Sonrió, y miró a cada uno de sus militantes, quienes no parecían romper su compostura por más imponencia que Randgriz y Yaotecatl emitían con su presencia. El alguacil entonces colocó sus manos y exclamó:

—¡Pues llegaron bastante tarde para prometerles un paraíso a mis muchachos! —agitó un brazo en gesto de orden— ¡DISPAREN!

Los carabineros alzaron sus rifles y subfusiles. Randgriz colocó a Yaotecatl detrás suyo y esgrimió su alabarda dorada, mientras que el nahual mapache desenfundaba de su cintura sus dos pistolas. Pero antes de que los sodados de Álvar pudieran apretar el gatillo... son sorprendidos por un insoportable zumbido que penetró y les hizo sentir comezón dentro de sus orejas. Álvar pudo soportar a duras penas el pitido perforar sus tímpanos; retrocedió hasta meterse dentro de la sala.

Y entonces, los borrones de esferas negras aparecieron cayendo del cielo y estallando a lo largo y ancho de la fachada, cubriéndolo todo de un denso humo oscuro y chisporroteante. 

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6
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Valquiria y mapache siguieron la mirada la veloz caída de una sombra con forma de murciélago. El mercenario azteca cayó de rodillas al piso y después se puso de pie, agitando su capa negra que no paraba de desperdigar humo por el aire. El Murciélago del Cartel irguió la espalda y alzó sus guanteletes llenos de púas.

—¡No sigan perdiendo el tiempo! —exclamó, y al instante se abalanzó hacia la muralla de denso humo, desapareciendo dentro de él.

—¡Ya perdí suficiente saliva en esa habladuría, ahora me vas a infectar con tu puto HUMO! —chilló Yaotecatl, alzando ambos brazos y disparando sus pistolas, matando en el proceso a dos militantes que estaban en un balcón. Ambos cayeron a gran altura con heridas de balas en el cráneo.

Randgriz se quedó brevemente catatónica al ver a Yaotecatl acabar de tiros certeros a los soldados, mientras que Zinac, con habilidades de boxeo brutalismos, tiraba al suelo, noqueaba y asesinaba a los militantes de sendos puñetazos que les torcía el cuello y les desfiguraba los rostros. No pudo evitar sentir un breve remordimiento y pesadumbres en su corazón al ver a aquellos jóvenes, muy seguramente de quince o dieciséis años, ser asesinados de las peores formas por parte de dos mafiosos que nada tenían en contra de ellos. 

No obstante, todo ese peso moral se desvaneció cuando oyó el silbido de las balas venirle por su lado izquierdo. Rápidamente esgrimió su alabarda y desvió la ráfaga de balas, desviándolas y haciendo que algunas acribillaran al joven carabinero que la estaba hostigado detrás del parapeto. Otro soldado apareció detrás de una fuente de agua y le disparó por detrás. Randgriz blandió una vez más su alabarda y hacia atrás, consiguiendo así que las balas se retraigan y perforaran la cabeza y el pecho del joven. Otra andanada de disparos vino de la escalinata; Randgriz desvió las balas, y al ver como su enemigo no salía de su escondite, arrojó la alabarda cual jabalina. El arma atravesó el balaustre y atravesó el pecho del joven militante y lo empaló. horrendamente contra la pared.

<<Ya es demasiado tarde para lamentarme>> Pensó Randgriz, los labios apretados, los ojos enojados clavados en uno de los balcones de la finca. La alabarda se desvaneció y reapareció en su mano derecha. La muralla de humo ya se había disipado por completo, enseñando el desastre de cadáveres que Yaotecatl y Zinac dejaron; cuerpos tendidos sobre los parapetos y sobre el suelo, algunos triturados e irreconocibles bajo sus charcos de sangre. Llamaradas grandes emergían de alguno de los balcones, y la mansión parecí arder en llamas desde dentro. Los dos se reunieron a las puertas de la mansión, y Randgriz se dirigió hasta la escalinata pero fue detenida por el grito de Yaotecatl:

—¡NOSOTROS NOS QUEDAMOS CUSTODIANDO LA PUERTA POR SI VIENEN MÁS! —el mapache tuerto alzó su mano hacia arriba, hacia el segundo piso del edificio— ¡USTED VAYA Y ENCARGUESE DEL CABEZA DE VACA ESE!

Yaotecatl y Zinc se clocaron a los pies del primer peldaño de la escalinata cuales perros guardianes. Randgriz asintió con la cabeza; el anillo de arce hizo brillar su esmeralda, y su alabarda dorada fue reemplazada con la Tepoztolli. Inclinó su cuerpo hacia atrás, apunto con un ojo hacia el único balcón que no ardía en llamas y, cual habilidosa olímpica, arrojó la lanza azteca hacia el porche. Nada más el arma clavarse dentro de la estancia, Yaotecatl y Zinc vieron como Randgriz, en un abrir y cerrar de ojos, desaparecía en un torbellino de partículas verdes.

La valquiria reapareció dentro de la sala del segundo piso. El comedor estaba siendo consumido por las llamas: las cortinas se deshacían en ascuas, y la mesa se caía pedazo a pedazo. Un joven carabinero apareció detrás de un pilar embebido y disparó su subfusil:  Randgriz velozmente arrojó la Tepoztolli, y el adolescente cayó muerto empalado por la lanza. La valquiria se teletransportó y al reaparecer le propinó una vigorosa patada a otro militante que justo salió de una puerta. Aquel joven fue de vuelto dentro de la habitación y atravesó la pared contigua por la aceleración de la patada. A pesar de todo el remordimiento que la corroía por dentro al estar manchando su rostro con la sangre de unos niños criollos que nada tenían que ver con su objetivo, a pesar de las breves recaídas que estaba teniendo su mente al estar viéndose rodeada por fuego, un fuego que le recordó indebidamente al las llamaradas de los demonios de la Segunda Tribulación, Randgriz no podía hacer más que tragarse todas esas penas y seguir con la misión hasta el final.

Observó por el rabillo del ojo a Álvar Nuñez correr y meterse dentro de su despacho. Randgriz agarró a Tepoztolli y lo arrojó con todas sus fuerzas hacia la puerta que daba a su morada. La lanza atravesó e hizo trizas el portón de madera, y se deshizo en mil partículas esmeralda que se transformaron en la valquiria. El Einhenjer español desenfundó de su cintura su desert eagle y disparó con gran potencia contra la Valquiria Real. Una, dos, tres, cuatro, cinco... Más de doce veces, pero todas las balas fueron desviadas por la elegante esgrima de la Tepoztolli.  Álvar Nuñez tiró la mesa de una patada, revelando dentro de u infraestructura una ametralladora que empuñó con amabas manos, se la llevó a la altura de su hombro, y comenzó a disparar inclemente sobre Randgriz.

Pero no tuvo tiempo de hacer llover una prolongada ráfaga sobre ella, pues Randgriz chocó la punta de Tepoztilli sobre el suelo, generando una explosión de luz verde y una onda de choque que empujó a Álvar contra la pared. Los libros de las estanterías se desmoronaron, y los cuadros cayeron de sus encajes. El humo del fuego ya se filtraba por los resquicios, así que la Valquiria Real no perdió más tiempo: de una patada alejó la ametralladora y acercó la punta de su lanza contra el cuello de Álvar.

Sin embargo, al no ver ni un solo atisbo de miedo en el semblante de aquel hombre, la detuvo de cortarle al cabeza.

—¿Por qué no suplicas por tu alma? —inquirió Randgriz, el humo del fuego haciéndose más denso.

—¿Por qué iba a suplicarla? —farfulló Álvar, sonriendo desquiciadamente— Yo no moriré una segunda vez, Valquiria Real. Mi alma... mi alma ya tiene un puesto asegurado en el Omeyocán. Tanto yo... como mis muchachos...

Randgriz miró de reojo uno de los cuadros que cayó con la onda de choque. Ensanchó los ojos de la sorpresa absoluta al descubrir que, uno de esos cuadros, era una ilustración en óleo de la Diosa Suprema Omecíhuatl. ¡¿Entonces eso explicaba su tan devota negación a rendirse, incluso si hayan sido jóvenes que poco sabían del mundo?! 

—¡¿Acaso te dejaste seducir por los encantos de esa diosa?! —masculló, entre sorprendida y encolerizada.

—Yo y los jefes de los Carteles —Álvar se quitó las gafas de sol, revelándole a Randgriz sus artificiales irises verdes con formas de serpientes emplumadas. La valquiria sintió un genuino escalofrío de miedo al ver aquellos ojos y al escuchar su respuesta. ¿Acaso eso quiere decir que Xolopitli...?—. Omecíhuatl tiene planes grandes para todos nosotros, pequeña valquiria ignorante. ¡Las Regiones Autónomas renacerán en un nuevo Imperio luego de que Huitzilopochtli gane el Torneo del Ragnarök! ¡Y mi alma estará allí presente para ve...!

Randgriz dio un grito de frustración y, de una sola esgrima de Tepotoztlli, decapitó a Álvar Nuñez. La cabeza del hombre rodó por el suelo hasta detenerse frente a una pared con una ridícula expresión de sorpresa. El cuerpo sin cabeza cayó de lado, y la sangre manó por borbotones. La Valquiria Real observó la cabeza con gran desprecio, un odio creciente contra aquel muerto que no hacía más que aumentar su angustia por toda esta secta que se ha montado a base de la integridad de aquellos adolescentes... Algo que le hizo recordar mucho a su padre.

Randgriz chirrió los dientes y no le dio más vueltas al pensamiento. Se volvió sobre sus pasos y salió del despacho, dejando el cadáver allí siendo consumido por las flamas.

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