En el improbable caso de una...

By ellaasamigas

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Tras una situación límite, Manolo, un sofisticado bombero de Madrid, decide llevarse a su hijo a Murcia, dond... More

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XXVI
XXVII
XXVIII
Lou
Cómo organizar una boda y no matar a tu padre en el intento
Almas gemelas
Epílogo
Agradecimientos y alguna novedad

XVII

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By ellaasamigas

Que nadie se líe, en este capítulo metemos una trama de la tercera temporada, aunque no acaba en este cap

La primera mirada que comparte Manolo con su hasta ahora ex es bastante incómoda, por decir algo. La abogada bufa al notar que se está alargando el momento y no duda en sentarse en el taburete para tomarse su desayuno en paz.

Pero el bombero no puede más con esa situación tan rara entre ellos. Menea la cabeza y apoya las manos sobre la encimera, quedando frente a ella.

—No quiero que estemos así eternamente.

—¿Así cómo? —Alza una ceja, mientras bebe un sorbo de café—. Yo estoy muy tranquila con todo lo que he hecho hasta ahora. ¿Tú no?

—No te pongas en modo abogada, porque esto es serio. Me parece que el otro día soltaste una bomba y desapareciste antes de poder procesarla.

—Sí, porque dejaste claro cómo te sentías al respecto. —Arruga la nariz—. No pasa nada, soy una mujer adulta, con cierta edad, puedo soportarlo. Pero me voy.

—¿Te vas? —Se le salta un latido.

—Sí, vuelvo a Madrid. No tiene sentido seguir aquí, cuando no tengo nada serio o importante que hacer. —Le echa un vistazo con desdén—. En fin, Raoul pasa más tiempo con su novio que en esta casa y está claro que no tiene secuelas del disparo, así que... se acabó.

Manolo intenta pensar algo que decir, algo que termine con esa conversación estúpida. Él no sabe si quiere algo serio con ella, pero solo de pensar en que se vaya todo a la mierda, así como así... Tienen algo muy especial, demasiado como para dejarlo estar.

Está a punto de abrir la boca para intentar algún movimiento que los arregle de una vez, pero Raoul aparece por la puerta, arrastrando los pies y con cara de no haber dormido apenas esa noche.

—¡Hombre! No te esperábamos aquí. Creía que te quedabas con Ago hasta el próximo turno.

—Ya... —Se rasca la parte de atrás de la cabeza—. Hemos discutido, así que era mejor alejarme un poco.

—¿Qué me dices? —Susana lo hace tomar asiento en el taburete contiguo—. ¿Qué ha ocurrido, cariño?

El rubio coge una bocanada de aire, encogiéndose de hombros. En realidad, no se siente con tanta energía como para rememorarlo, pero quizá pueda pedirles consejo sobre cómo debería llevar la próxima conversación que tengan. Sin duda, no quiere repetir el mal sabor de boca que se le quedó al salir de la casa de su chico.

—Resulta que ayer estuvimos haciendo las compras juntos —Manolo y Susana asienten, prestando atención a cada palabra— y nos cruzamos con sus padres por casualidad. Total, que hablaron un poco y Agoney me presentó... como su compañero de trabajo.

La pareja cambia su expresión en apenas dos segundos.

—¡Dime que no! —Susana se lleva una mano a la boca—. ¿Por qué?

—No lo sé, te juro que no entiendo en qué momento decide que es buena idea. —Se le corta un poco la voz, así que se tranquiliza y entonces sigue explicándose—. Quiero decir, estoy hablando del mismo tío que consiguió que admitiera que me moría por él y que quisiera tener pareja después de la hostia con Alex. El mismo tío que ha sido un sol desde el minuto uno, ahora finge que no somos nada con las personas más importantes de su vida.

—Quizá no lo sean —interviene su padre—. A lo mejor la situación ha sido difícil con el tema de que le gusten los chicos. ¿No es su padre guardia civil? Porque no quiero ser prejuicioso, pero... es todo mucho más conservador por esos círculos.

—Sí, pero hasta donde yo sé, ha salido del armario, aunque sea complicado. No debería esconder lo nuestro.

—Por supuesto que no debería. —Susana le da la razón con el ceño fruncido—. Tú mereces que la persona con la que estés te presuma cada día y crea en lo vuestro, no te esconda en los momentos serios.

—Bueno —Manolo chasquea la lengua—, pero a veces esa persona puede no estar preparada para que las cosas cambien. Una vez te encuentras cómodo en una situación, salir de ese confort, y más con un padre así...

—Acomodarte en no querer algo serio porque eso lo estropearía todo es de ser muy crío, y ya tienen una edad. Raoul debe sentirse... poco seguro en una relación en la que no puede ser él al completo. —Le aprieta los hombros en señal de cuidado—. Pobrecito mío.

Raoul se muerde el interior de la mejilla, mientras gira su cabeza, como si de un partido de tenis se tratara, cada vez que uno de ellos interviene en la discusión. Al menos él ya está fuera de ella, aunque lo que digan le afecte de la misma manera.

—Tendrán la edad que sea —masculla el capitán—, pero estas situaciones son complicadas para todos los involucrados.

—Chicos —decide cortarlos hasta que dejen de ser neutrales y usen sus propios nombres—, ¿por qué tengo la sensación de que esta conversación ya no va sobre Agoney y yo?

Susana imita su gesto anterior, mordiéndose el hueco de la mejilla.

—No nos hagas caso, cariño. —Le quita importancia con la mano—. Vamos chocheando, es la edad.

—Vale, voy a ignorar por dónde ibais y volver a mí, si no os importa. ¿Algún consejo? Como veo que tenéis opiniones diferentes, me vendría bien saber qué pensáis los dos.

La pareja comparte una mirada con un punto de complicidad que casi le da envidia. Casi, porque él sabe con quién tiene ese nivel de conexión. Y también están peleados.

—Deberíais hablarlo, sentaros y discutir sin gritos ni tonterías.

—Lo que dice tu madre. —Señala Manolo—. Es lo mejor, darle vueltas solo alarga un dolor que es inútil. No se vive para siempre, y menos siendo un Vázquez, así que hablad y arregladlo.

Susana le da una colleja por sus palabras, pero el rubio asiente con una sonrisilla.

—Sea lo que sea, habladlo vosotros también. —Los señala de forma alternativa—. Que me vais a volver loco.

—Oh, hijo, es que tú no sabes...

—Me parece que sé demasiado. —Le roba la taza de café para tomarse lo que queda.

—¿Qué sabes tú? —Lo miran con susto conforme se levanta hacia el frigorífico.

—¿Todo? —Les dedica una sonrisa culpable—. Las paredes no son tan gruesas como pensáis. Lo sé desde hace tiempo, lo que sea.

—Aún no sabemos muy bien...

—Si ya imagino, y que conste que me parece genial. —Alza las manos—. Pero arreglad vuestros asuntos, que ya estáis mayorcitos.

Y vuelve a su habitación con una manzana en la mano y la sonrisa satisfecha de quien los ha dejado sin palabras.

Esa misma mañana, Agoney consigue quedar a desayunar con Kibo. Ha tenido que desplazarse hasta la zona de trabajo del operador, pero sabe que, en cuanto acaben, él podrá empezar su jornada en apenas unos metros.

—Vale, ya tenemos nuestras tostadas con aguacate, ahora ¿puedes explicarme cuál es la prisa de quedar a desayunar de mala manera en mi trabajo y sin el resto?

Es una pregunta excelente para empezar a abrir la boca. En primer lugar, porque no ha dormido ni media hora desde que su novio salió de su piso. En segundo, porque Nerea tiene sus problemas propios con Aitana y es mejor dejarla solucionarlos sin drama extra, y Ricky nunca es totalmente objetivo cuando se trata de Raoul.

Así que pasa directo a la parte donde le explica lo gilipollas que ha sido con su chico y lo poco que se merece estar con alguien como él. El rapado lo escucha en silencio, dando mordiscos suaves a su desayuno y asintiendo cuando lo cree necesario.

—Eso sería todo. —Acaba soltando todo el aire acumulado—. ¿Puedes insultarme ya? Me agobia que estés tan callado.

—Solo estoy procesando lo que ha pasado, ya está. Supongo que si quieres que te insulte es porque estás más de acuerdo con Raoul que anoche.

—No sé, sí, supongo. Es que me fastidia haberla jodido por una tontería así, pero a la vez..., me da miedo cómo pueda salir con mis padres.

—¿Crees que se lo tomarían muy mal? —Kibo alza una ceja.

—Creo que el 99% del tiempo se olvidan de que soy gay. Viven genial fingiendo que todo está bien, yendo a la iglesia y seguro que presumen de su hijo policía, sin mencionar ese pequeño detalle que constituye toda mi vida.

—Bueno, como inspector recién ascendido que ha resuelto más de un caso gordo..., me parece que te infravaloras si crees que tu personalidad es ser maricón.

—Pero Raoul sí es parte importante de mi vida —susurra, escondiendo la cara entre los brazos, apoyados en la mesa—. No quiero que lo traten mal, o que le miren con asco o algo.

—Pero te ha costado mucho que sea tu novio, y ahora que lleváis más de seis meses buenísimos, ¿de verdad vas a joderlo todo por no presentarlo como lo que es?

—Por eso debería entenderme. —Lo señala con vehemencia—. Él no estaba listo para ser mi novio y yo lo esperé lo que hizo falta, a lo mejor yo no estoy listo para decirles que lo es.

Kibo suspira con tanta energía que poco más y tira todas las servilletas al suelo.

—Vale, creo que deberías contarle eso, pero también escucharlo.

—Si yo sé por qué está enfadado, joder, solo que no estoy preparado para solucionarlo ahora.

—Tú habla con él —El rapado se termina la tostada de un bocado— y ahora, si me disculpas, voy a salvar vidas de gente con problemas reales.

El policía abre la boca para protestar, pero el operador ya está camino de su escritorio, listo para trabajar respondiendo las llamadas. Ni siquiera le pide que se marche, así que se toma su tiempo para salir de allí e irse al trabajo. Por suerte, aún queda un día para el turno de Raoul, así que tiene margen para volvérselo a encontrar, antes de que todo empiece a ser raro.

Uno y otro se descubren a sí mismos revisando el móvil a menudo, en busca de un mensaje que ansían y no parece llegar. Acaban bloqueando el teléfono con mal gesto, solo para entrar en bucle un rato después. Para el rubio es aún peor, porque, a falta de turnos y con su padre de un lado para otro, no tiene mucho que hacer.

Intenta quedar con Aitana, pero ella tiene sus propios planes. De hecho, se dirige a ellos a primera hora de la tarde, aún con la lasaña en el estómago.

—Hey. —La saluda Miguel, con dos besos que ella no niega.

—¿Llevas mucho esperando?

—Qué va, he dado un par de vueltas para intentar llegar a tiempo. Estoy algo nervioso.

—No tiene por qué serlo. —Agita la cabeza—. Es hablar con ellos y explicarles que somos mayorcitos para que jueguen con nosotros a las muñecas. No nos vamos a casar y punto.

Da un paso al lado para cruzar la entrada del hotel en el que se están alojando, pero Miguel da uno a la derecha y se lo impide.

» ¿Te pasa algo?

—Es que me apetecía hablar contigo antes de tener esa reunión. Sobre todo porque me gustaría que lleváramos la misma versión de los hechos.

—¿Versión? Pues la que hemos tenido desde hace años: que no nos gustamos de esa manera, que de todas formas a mí no me gustarías y que queremos hacer nuestra vida. Y que algún día nos casaremos, o no, con quien nos dé la gana.

—¿Y si yo no pensara lo mismo?

Vale, puede que esto sí haya desarmado un poco sus planes, pero ella no le da a nadie la satisfacción de que piensen que la han pillado por sorpresa.

—Si quieres decir que estás enamorado de otra persona para ayudar a mejorar la explicación, tienes mi permiso. Quizá hasta yo añada algo así —dice para sí misma.

—No. Quiero decir... —cierra los ojos— sí que estoy enamorado de alguien.

—Eso es fantástico...

—... de ti.

Aitana entreabre la boca, pero esta se cierra por la gravedad, porque no consigue pronunciar ningún sonido. Esto sí ha sido un desarme de manual.

—¿Cómo que de mí? —Ponerse recta no hará que sea más alta, pero al menos se siente más intimidante—. ¿Cómo...? ¿Cómo ha pasado esto?

—Con el tiempo, supongo. Aiti, tú eres la hostia, pasábamos mucho tiempo juntos antes de que te mudaras a la ciudad que no existe para trabajar. Pero tú perteneces a Barcelona, a mí.

—No soy una posesión de nadie, si acaso soy mía. —Aprieta el puño—. Y ahora mismo estoy muy a gusto aquí, la verdad.

—No lo niego, pero tú y yo... siempre hemos tenido una conexión especial.

—Claro, porque somos amigos...

—Yo ya no puedo ser tu amigo.

Y no la deja volver a protestar, pues une sus labios con un gesto lento, manteniendo agarrada su nuca para evitar que se aparte inmediatamente. En cuanto puede hacerlo, le pega una bofetada.

—¿Qué coño haces?

—Besarte como siempre había deseado hacerlo.

—Soy lesbiana.

—Pero eso se puede solucionar.

Coge aire por la nariz y lo suelta por la boca. Se está tomando su tiempo para no arrancarle la cabeza ahí mismo, aunque no se ha ganado esa compasión.

—Voy a entrar, hablaré con nuestros padres y romperé el compromiso de los cojones. Échame la culpa si te sientes mejor y no te apetece escucharlos, pero yo tampoco te quiero escuchar nunca más. —Casi deletrea las últimas palabras.

Sube a la habitación de hotel, ya sin los impeditivos de Miguel, e irrumpe con fuerza y la cara enrojecida.

Para cuando sale, no sabe si ha conseguido su objetivo, pero al menos ha dejado claro su postura. Y nadie la podría hacer cambiar de opinión.

Va tan acelerada que le cuesta unas diez veces encender su móvil y reabrir la última conversación en la que escribió. Raoul contesta a su única pregunta en apenas un minuto, lo que refleja su nivel de aburrimiento.

También le envía un «qué envidia, vais a ser las mejores novias, cabronas», y le saca una sonrisilla.

Se planta en el edificio en diez minutos, justo a la vez que una familia bastante numerosa está saliendo. Uno de ellos, el más adolescente, le sujeta la puerta, así que sonríe en agradecimiento y busca el ascensor para llegar a su destino.

Nerea lleva toda la mañana haciendo una limpieza gigante de su piso, con música de Melendi de fondo, cuando el timbre suena con fuerza y sin detenerse, por encima de la música. Frunce el ceño, apaga la radio que estaba en pleno salón, y se acerca a la entrada sin quitarse los guantes de limpiar.

—Aitana, ¿qué...?

No le da tiempo a preguntar pues, igual que a ella una hora antes, le roba un beso, apretando su boca con la contraria. Puede sentir cómo Nerea se relaja de forma progresiva al darse cuenta de lo que pretendía al aparecer allí y empieza a corresponder el beso. Y menos mal, porque a veces le entra la ansiedad de no gustar y estaba a punto de separarse y pedir disculpas.

Pero no le hace falta: la rubia pasa las manos por su espalda y la estrecha contra sí. Solo entonces su respiración se tranquiliza bastante como para entreabrir la boca y dejar que sus lenguas se crucen por el camino. Y vaya si se cruzan, se hacen mejores amigas en un segundo y al siguiente ya conocen cada recoveco de la contraria.

Todo esto sin moverse la puerta.

—¡Toda la tarde con el puto Melendi de los cojones y ahora las bolleras enrollándose en la entrada! —Nerea pega un respingo, mordiéndole el labio a la chica—. ¡Vaya falta de respeto!

Aprietan los labios, pero eso no evita que la carcajada llene el pasillo comunitario del edificio. La rubia tira de la morena y cierran la puerta tras ella. En esta ocasión comparten un beso mucho más sentido y menos abierto, pero que las hace separarse con una sonrisa que les cruza la cara por completo.

—Eh..., eso ha sido intenso.

—Perdona, yo no voy por medias tintas, y encima me han cabreado... ¿Te ha molestado?

—Ahora voy a empezar a esperar abrir la puerta y que todo el mundo me coma la boca. Sería decepcionante otra opción después de la mejor experiencia de mi vida..., de abrir la puerta, me refiero.

—Debería patentarlo. —Se rasca la barbilla, haciéndola reír.

—Ahora quitando la broma..., ¿qué ha cambiado?

—Supongo que mi familia ya sabe que no me interesa Miguel, él también se ha enterado de la peor manera posible y...

—¿Cómo se ha enterado él? Pensaba que estabais en el mismo punto.

—Es una historia muy larga. —Se permite un segundo para coger aire y mirar a su alrededor—. ¿Estás desinfectando todo?

—Mañana tengo turno, limpio cuando no toca. —Se encoge de hombros—. Pero ¿qué te voy a contar, si tenemos el mismo? En fin, siéntate, te escucho mientras pongo este lugar presentable.

Así que coge asiento en el sofá, se acomoda hacia atrás y empieza a hablar y a explicarle cómo se ha cagado en los muertos de dos de las familias más importantes en la Barcelona empresarial.

Tras una noche intensa en sentidos poco sexuales, Aitana tira de la paramédica para llegar a la estación donde trabajan juntas.

—¡Adivinad qué ha pasado!

Miriam entrecierra los ojos, enfocando las manos entrelazadas, la mirada sonrojada de Nerea y la ilusión de los ojos verdosos de la bombera. Mientras esto sucede, Raoul llega a la misma conclusión y pega un bufido que se puede malinterpretar con facilidad.

—Al fin habéis dado el paso y ya no sois solo amigas.

Aitana guiña la mirada, algo molesta por la facilidad de razonamiento.

—Odio cuando te pones en modo Sherlock.

—Tú preguntaste. —Se encoge de hombros.

El rubio se apoya en el camión con un gesto desconsolado.

—¿Y a este qué le pasa?

—Aún no ha hablado con Agoney y está en modo drama —explica Juan Antonio, que no ha dejado de limpiar el camión del que se encargaban juntos.

—¿Me he perdido cosas? —Pestañea Nerea.

—Uy, habrá que ponerte al día.

—No, no hace falta que arruinemos su día especial por mi drama. —Le quita importancia el bombero—. Chicas, enhorabuena, sabía que en algún día pasaría, así que solo puedo ponerme feliz por vosotras. Eso sí, me encantaría no sentirme un imbécil porque yo he tenido esto y lo he arruinado.

—El que no quería arruinarlo con drama. —Suspira y busca un abrazo que está claro que necesita.

—Lo voy a hablar con él después de este turno, cuando sepa que él no está de guardia nocturna. Pero de momento vamos a pasar del tema, ¿vale? —La aleja con toda la delicadeza que puede.

Aitana pone una mueca, pero lo deja estar. Sabe lo que es que todo el mundo te pregunte y te apresure sobre algo que ya es bastante doloroso de por sí. Lo mejor para su amigo es tratar de vivir el turno sin entrar en bucle, y luego solucionarlo con la única persona con la que debe hablar.

A las afueras de la ciudad, junto a la autovía que lleva a la zona universitaria y de centros comerciales, una niña se acuesta cuando su madre se lo dice. Apenas protesta, y eso que sus ojos están abiertos, sin ni una pizca de sueño.

—¿Lucía? —Su cabeza se levanta de golpe al escuchar una voz grave y distorsionada que sale de uno de sus peluches—. ¿Estás despierta?

—Hola... Sí, no tengo nada de sueño. —Sale de la cama sin pensarlo dos veces, pero queda sentada al borde para poder hablar con él.

—Eso está bien... Así podemos charlar un rato sin que nadie nos moleste... ¿Le has contado algo a tu madre?

Se apresura a negar con la cabeza, pero no sirve de mucho cuando no lo ve, así que lo verbaliza.

» Perfecto. ¿Le robaste el mechero? Ya sabes que no nos gusta que fume tanto.

—¡Sí, lo tengo por aquí! —Corretea por la habitación y no duda en volver con él, una vez está segura de que nadie entrará en la habitación.

—¡Eso es estupendo, cariño! —sigue diciendo la voz grave que tan contenta la pone siempre—. Ahora vas a tener que ayudarme con una cosita de nada más...

Lucía asiente despacio, con los ojos entreabiertos, mientras la voz le explica con exactitud los pasos que debe seguir. Y así lo hace, girándose con el mechero en las manos y usándolo tal y como le describe.

La cámara en el peluche es testigo de cómo las cortinas comienzan a teñirse del anaranjado color de las llamas. La persona al otro lado de la imagen sonríe, preparada para salir.

El sonido de las sirenas de bomberos irrumpe en el silencio de una noche bastante tranquila, ante la llamada de los vecinos. Para cuando aparcan frente al edificio, la familia al completo ya ha salido a la calle, con un par de mantas sobre los hombros y los ojos abiertos como platos.

—¿Están todos fuera? —pregunta Manolo, apretando con cuidado el brazo de la madre de familia.

—Mi hija... —Se sorbe la nariz—. Mi nena pequeña, solo tiene seis años, no la encontramos, no estaba por ninguna parte y tuvimos que salir, no se podía respirar.

—A partir de ahora nos encargamos nosotros. —Hace un gesto al grupo de bomberos, que estaban ya con el casco puesto—. Cortés, Rodríguez, empezad los trabajos de apago de incendio. Merino, Vázquez, entráis a buscar a la hija pequeña de la familia. Ocaña, tú conmigo desde otra puerta.

Todos asienten y se ponen manos a la obra. Mientras el camión sube las escaleras para poder apagar el fuego desde las alturas, Ricky y Raoul suben por las escaleras, esquivando a los vecinos del edificio, que bajan sin ningún orden ni prioridad.

Localizan la puerta del piso, abierta y emitiendo calor con solo acercarse. Se echan una mirada de preocupación: es imposible que una niña tan pequeña sobreviva a algo así sin equipo protector. Hasta ellos lo están notando con los trajes puestos.

Dividen el espacio para avanzar con rapidez, muriendo de ganas de salir de ahí lo antes posible. Raoul se encarga del salón y una de las habitaciones, mientras que Ricky revisa la cocina y las otras dos habitaciones, cada una con un baño. Se cruzan en una ventana que tiene balcón incorporado, con la muestra de preocupación cada vez más grabada en la cara.

—Aquí no hay nadie, ¿verdad?

—Ni siquiera un cuerpo calcinado. —Ricky niega despacio, mordiéndose el labio—. Esto me huele raro.

—¿Has comprobado en los armarios?

Vuelven sobre sus pasos y registran cada lugar con el espacio suficiente como para esconder a una niña muerta de miedo. Para cuando salen del piso con las manos vacías, están seguros de que algo va mal.

La familia que vive allí está hablando con la policía, y Raoul no necesita ni que se gira para reconocer a su novio. Esto lo hace retroceder, pero su compañero no tiene la menor intención de dejarlo ignorar a su mejor amigo.

—Joder, Ricky... —masculla, pero tiene que cambiar la cara cuando la madre los mira con cierta esperanza—. Ahí no había nadie.

—¿Eso qué quiere decir? —Pueden ver cómo se tambalea, así que Agoney tiene tiempo de sujetarla antes de que sus piernas cedan.

—La buena noticia es que no está muerta, al menos no por el fuego o el humo. La mala...

—Que no la encontramos, básicamente. —Ricky arruga la nariz—. Lo sentimos, señora Ramírez.

—Pero eso no puede ser, no... —Le tiembla el labio—. Yo la dejé en su habitación a las diez de la noche, estaba dormida, no puede ser...

—Lo trataremos como una desaparición —asegura el inspector, adoptando su tono más profesional—. No se preocupe. Hágame caso, estará en buenas manos.

El bombero tiene que apretar los dientes para no soltar un sonido que delate lo que piensa de su tono profesional. Pero es que el conductor de su camión no tiene pensado dejarlo en paz mientras se esté comportando como un crío. O eso le dice un rato después, cuando los trabajos con el incendio ya están mucho mejor.

La familia que vive allí ha pasado todo el rato junto a los paramédicos, en revisión, mientras varios policías, entre ellos Agoney, les toman declaración de lo sucedido. Es él quien acaba primero y se gira, resuelto, hacia los dos bomberos que entraron.

—Que me mate un camión —suspira al ver cómo se acerca.

—Si me das una hora, yo mismo te hago el favor. —Ricky le da un codazo.

—Vale, necesito un mapa mental de lo que ha pasado. —Se rasca el ojo con un cansancio que solo dejaría entrever frente a gente en la que confía. Qué pena que él ya no sepa si puede confiar en el moreno—. Vosotros habéis entrado, así que contadme. ¿Nada de armarios ni baúles?

—Hemos revisado hasta los de la cocina de su tamaño, inspector. —Raoul hace rechinar sus dientes—. Ahí dentro no está.

—Si me lo creo, pero no sé cómo ha podido ocurrir todo... —Se gira hacia la ventana que da a la calle en la que se encuentran. Ya está casi apagado todo, pero el equipo sigue trabajando a dos bandas para acabar lo antes posible—. Pensar en una desaparición en un barrio como este, viviendo ella en un edificio de varias plantas...

—¿Qué piensas? ¿Que la han secuestrado y han quemado todo para disimular?

—Sí, porque esto les ha dado unas cuantas horas para desaparecer sin dejar rastro, mientras la calle entera se volvía loca por el incendio.

—Pero sin incendio les habría dado tiempo igual, ¿no? —Ricky se cruza de brazos—. De hecho, su madre no tiene pinta de ir a vigilarla hasta la mañana siguiente, así que...

—También es un buen punto. —Se vuelve hacia Raoul, que parece muy interesado en la punta de sus botas—. ¿Tú qué piensas, Ra? Estás muy callado.

—No lo sé, inspector, somos compañeros de trabajo, pero este no es mi campo de conocimiento.

—¿Vas a seguir con eso hasta en el puto trabajo? —masculla, inclinándose hacia él para que solo ellos dos, y Ricky, escuchen sus palabras.

—¿Cuándo quieres que siga con esto? —Pestañea, con un tono inocente más que fingido—. Si somos compis de curro, está claro que tendremos que hablar de estas cosas en el trabajo.

—Sabes que no quería...

—¡Muy bien, ya vale! —Con su grito, Ricky ha llamado la atención de más de uno, pero no parece muy preocupado—. Aquí tengo que estar de acuerdo con Agoney, estamos en el trabajo, así que no es momento de que os pongáis a discutir como unos críos. Una niña está desaparecida, así que quien tenga que trabajar por ello, que lo haga. Tú ven conmigo, que seguro que podemos ayudar a tu padre.

Se lo lleva a rastras a la parte de atrás del edificio, donde Manolo y Aitana trabajan en apagar el piso, con más suerte que los de delante.

Para cuando han terminado, aún no hay ni rastro de la pequeña Lucía.

El grupo de bomberos no tiene nada que hacer allí, así que se marcha. Los policías se quedan un rato más, bajo las órdenes del inspector, que va directo a Tráfico para pedir varias grabaciones de cámaras. Si esa niña no está en el incendio ya apagado, ha tenido que salir por alguna calle, acompañada o no.

Los bomberos no duermen demasiado, sin dejar de pensar en la única emergencia que han tenido en todo el turno. Es Mamen la que los despierta, con varias palmadas y tirando de la cama a algunos de ellos.

—¿Qué...?

—Media noche trabajando y ahora nos tratan así —gruñe la morena.

—Tengo alguien aquí a quien me gustaría que conocierais —explica.

—Si tienes un novio nuevo, espero que al menos Ed lo sepa —masculla Ricky.

—Dejad de vaguear, que son casi las diez de la mañana.

—Muy temprano.

—Luego dicen que si los bomberos son unos vagos... —Pone los ojos en blanco, pero sus palabras se clavan en ellos y los obligan a levantarse.

—Lo que hay que hacer por la capitana. —Juan Antonio se estira, antes de ir tras ella.

Nerea ya está allí cuando todos entran en la sala de descanso de la estación. Junto a ella, un hombre alto, de pelo castaño oscuro y barba de varios días. Los observa sin mucho entusiasmo, pero sí sonríe a la capitana paramédica cuando se acerca.

—Bien. —Se aclara la garganta—. Sé que estos últimos meses han sido algo jodidos, que la pérdida de Alfred se ha notado, pero también ha sido un problema haber postergado encontrar un nuevo paramédico para mi ambulancia. Por eso he estado entrevistando a varios candidatos junto a vuestra compañera Nerea y me gustaría presentaros a Luis, Luis Cepeda. Adelante, preséntate.

—Pues... —duda, echando un vistazo a todo el grupo— me llamo Luis, eso ya lo ha dicho, y llevaba un tiempo buscando un cambio de aires. Sois el primer sitio que ha respondido, así que estoy deseando empezar, ya en vuestro próximo turno.

—Para que lo sepáis, Luis tiene un porcentaje del 100% de vidas salvadas en todos sus años de trabajo como paramédico —explica la capitana con orgullo—. Estoy muy feliz de tener a alguien que aporte tanto en nuestro equipo.

—No me gusta presumir. —Su sonrisa es torcida y orgullosa, aunque no lo exteriorice—. Todo lo que he hecho en los últimos doce años ha sido trabajar duro y nunca rendirme con ningún caso que empiezo. No espero menos del resto del equipo que me acompañará.

—No tendrás muchas quejas nuestras, te lo aseguro.

Mientras el grupo al completo se va presentando, Ricky se lleva a Raoul a una esquina, con el ceño fruncido.

—Ay, no me marees que estoy cansado...

—Habla con mi amigo.

—¿Qué? —Se despeja de golpe.

—Me niego a que estéis mal por una gilipollez, así que nada más acabar el turno te quiero en su casa de rodillas. —Hace una pausa y rectifica—. Pero nada de rodillas en el suelo hasta que no seáis los moñas de siempre, ¿me escuchas?

—Te escucho, y ya era mi plan. —Suspira, apoyando las manos en su cintura—. No te preocupes que yo también odio esto.

—Para odiarlo tanto, bien que has provocado en pleno incendio.

—¿A ti no te jodería que tu novio te presentara como un compañero de trabajo después de tanto currárselo para ser mi novio? Joder, no es por nada, pero yo presumo cada vez que puedo, y era yo el que tenía dudas al principio.

—Claro que me jodería, pero por eso mismo tienes que hablar con él, porque no todo es blanco o negro y él lo explicará mejor que yo.

Asiente, con el interior de la mejilla siendo maltratado por sus dientes.

Como el turno se está haciendo repetitivo, a la vez que aburrido, aprovecha la estación para ducharse y salir cambiado para ir directo al chalet de su chico. A las dos en punto sale de allí, no sin antes recibir mil consejos no solicitados y varias "suerte" que no lo hacen estar menos nervioso.

Una vez en la puerta, duda en si debería llamar. Hay luz dentro, y algo de movimiento, pero espera que solo sea su chico y no haya una tercera persona que lo haría todo más raro.

Pasan catorce segundos desde que toca la puerta con el puño hasta que Agoney abre con la mirada algo cristalizada.

—Hey... —Carraspea, cruzándose de brazos.

—Hola. —Se inclina hacia el marco, sin llegar a apoyarse—. ¿Puedo pasar?

—Tienes llave —musita.

—Ya, pensaba que a lo mejor querrías que te la devolviera.

—¿Por qué? ¿Se supone que esto es una ruptura?

—No —se apresura a negar, cambiando todo el peso de su cuerpo de un lado a otro—, es decir..., espero que no.

Agoney suspira y abre la puerta por completo.

—Pasa. —Le hace un gesto de cabeza.

Camina despacio por un salón que ya conoce como el suyo propio, ahogando momentos mientras el policía cierra la puerta y se gira para mirarlo.

—Mira, sé que he sido un gilipollas...

—No... —Cierra los ojos, dispuesto a aceptar las culpas.

—Sí, lo he sido, y solo quería decir que no lo siento.

El moreno pestañea, con su frente arrugándose como en la última discusión.

» No lo siento, Ago. Sé que me he comportado como si la relación con tus padres fuera sobre mí, pero en realidad es sobre los dos. ¿Sabes a lo que me refiero?

—Estoy más perdido que antes de que entraras.

Raoul se lame los labios y comienza a pasearse por el salón hasta llegar a la mesa de la cocina.

—Eh... Cuando no le dijiste a tus padres que yo soy tu novio, me sentí muy inseguro con nuestra relación y lo que significo para ti...

—Y eso me mata... —Suspira, acercándose para tomar sus brazos, sentado en uno de los sillones del salón—. Por eso mismo estaba evitando presentaros, porque no quería que eso pasara y al final... al final ha pasado.

—Sí, pero ¿tiene que pasar? Se supone que saben que eres gay.

—Lo saben, sí. —Balbucea algo inteligible mientras se retuerce los dedos—. Ya te lo dije, después de salir del armario no volvieron a mencionar el tema. Ni a la mañana siguiente ni nunca más. Por su parte, es como si nunca les hubiera dicho nada.

—Parecen gente tan maja... —susurra, con la culpabilidad cada vez más presente, frente a la inseguridad que le provocaba antes.

—Y lo son, son gente majísima. —Su sonrisa sabe a mueca dolorosa—. Pero no son perfectos.

—¿Sabes? Mis padres podrán ser muy abiertos en todo tema queer, pero tampoco son perfectos. Antes del último turno me intentaron ayudar con una charla que iba más sobre ellos que sobre mí.

—Eso explica mucho sobre ti también. —Sonríe.

Raoul no duda en buscar la mano de Agoney, dejando un apretón antes de acariciar su palma. Es justo lo que necesitaba.

—Hubo algo que mi madre dijo... —Suspira—. Dijo que me sentí atacado porque no me siento a salvo en esta relación.

El moreno traga saliva. Quiere llorar.

—Siento mucho escuchar eso —susurra.

Raoul le gira la barbilla para que sus ojos se crucen y pueda seguir hablando.

—A lo que me refiero es que cuando me lo dijo pensé que había algo que no había considerado en ese momento: lo poco seguro que has estado tú durante tanta parte de tu vida. —Hace una pausa para tomar sus manos por completo entre las suyas—. Quiero que sepas que estoy por y para esto al 100%. Puedes decirles a tus padres que somos amigos, compañeros de trabajo —al moreno le entra la risa tonta, mezclada con alguna lágrima—, que soy tu... entrenador de gimnasio. Me da igual, ¿vale? Por el tiempo que necesites, para que estés seguro en esta relación.

—¿Y si eso nunca cambia? —Lo mira con un miedo que lo destroza. Odia haberlo hecho sentir así por su propia inseguridad.

—Las cosas nunca se mantienen iguales, Ago.

Y, sin separar sus manos, acerca sus cabezas hasta poder juntarlas en un beso. Puede notar como todo el cuerpo del mayor se relaja bajo un tacto conocido y cariñoso, especialmente después de haber creído que iba a llevar a una ruptura.

Se separan enseguida, acomodándose juntos en el mismo sofá. Raoul acaricia el pelo de su novio con dulzura, expresando con estos gestos todo el amor que no le cabe en palabras.

Ahí se quedan durante buena parte de la tarde, con la angustia disipándose conforme lo van teniendo más claro.

Esa misma noche, Manolo espera en la cocina de su casa a la llegada de su exmujer. Sabe que ha tenido algunas reuniones, pero eso no le importa. Aguantará lo que sea necesario con tal de tener una de las conversaciones más importantes de su vida.

Se pone recto al escuchar el sonido de la llave y los mil llaveros en la cerradura. Deja unos segundos de margen para que se quite el abrigo y deje las bolsas, antes de aparecer.

—Ah, hola. —Pasa por su lado para coger agua del frigorífico—. He hablado con Raoul, parece que lo han arreglado.

—Me alegro por esos dos. Parecen tener algo muy real entre manos.

—Eso parece —musita, echándole un vistazo antes de alejarse.

—Espera, Susana. —La rubia se detiene—. He estado pensando en nuestra pequeña discusión delante de Raoul.

—¿En serio?

—Sí, y un poco de razón tenías en algunas cosas... No puedo estar siempre escondiéndome detrás de una relación sin ataduras.

—Eso está bien, ya era de que la madurez te llegara, Manolo. —Le sonríe con cariño.

Él se la devuelve, pero no se queda ahí. Tarda un par de segundos en arrodillarse y sacar un estuche dorado.

—Susana García, estoy harto de que juguemos sin ponernos serios, así que ¿quieres casarte conmigo?

La abogada abre la boca, cambiando su mirada de su rostro al anillo una y otra vez. Cuando parece dispuesta a hablar, no tiene la respuesta que esperaba:

—Estoy embarazada.


Bueno BUENO, QUÉ TAL? Espero que os haya gustado el capítulo, contadme qué tal

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