Record of Ragnarok: Blood of...

By BOVerso

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Los diez milenios de existencia de la humanidad estarían por terminar por la mano de sus propios creadores. ... More

ꜰᴀʙᴜʟᴀ ᴍᴀɢɴᴜᴍ ᴀᴅ ᴇɪɴʜᴇɴᴊᴀʀ
ӨBΣЯƬЦЯΛ
Harā'ēkō Bud'dha
Buddh Aur Daakinee
Taantrik Nrty
Tur Arv Valkyriene
bauddh sapane
Vakning einherjar
Yātrākō antya
Interludios: El Presidente, la Princesa y el Jaguar
Interludios: Los Torneos Pandemonicos
Interludios: Los Reclutadores y los Nipones
Libro Uno: Los Viajes de Uitstli
Quezqui Acalpatiotl
Tlachinolli teuatl
Kuauchili Anxeli
Amatlakuiloli Mapachtlan
Teocuitla coronatia
Yaocihuatl
Olinki Yaoyotl
Huey Tlatoani
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 1)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 2)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 3)
Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 4)
Interludios: La Reina, el Semidiós y los Reclutadores
Huallaliztli Yehhuatl Teotl
Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 1)
Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 2)
Inin Ahtle To tlamilistli
Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 1)
Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 2)
Etztli To Etztli (Ajach 1)
Etztli To Etztli (Ajach 2)
Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 1)
Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 2)
Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo Inin (Ajach 1)
Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo In in (Ajach 2)
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕱ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖚𝖓𝖉𝖊
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕯𝖊𝖓 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖇ø𝖉𝖉𝖊𝖑𝖊𝖓 𝖔𝖌 𝖉𝖊𝖓 𝖘𝖛𝖆𝖗𝖙𝖊 𝖏𝖆𝖌𝖚𝖆𝖗𝖊𝖓
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖚𝖙𝖓𝖞𝖙𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊𝖗
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕭𝖑𝖔𝖉𝖘𝖚𝖙𝖌𝖞𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖍𝖊𝖑𝖛𝖊𝖙𝖊 𝖐𝖔𝖒𝖒𝖊𝖗 𝖋𝖔𝖗 𝖔𝖘𝖘
𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖙𝖎𝖉𝖊𝖓𝖊𝖘 𝖘𝖙ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖆𝖓
Tlatzompan Tlatocayotl
Libro Dos: La Pandilla de la Argentina
Capítulo 1: Los Vigilantes
Capítulo 2: Los Mafiosos
Capítulo 3: Cuatro Días Perdidos
Capítulo 4: Renacidos Sin Cobardía.
Capítulo 5: Pasar Página
Capítulo 6: Bajo la mirilla
Capítulo 7: Adiós, Sarajevo
Interludios: Academia de Magos y Hielo de Gigantes
Interludios: El Flash de Helio
Interludios: La Maldición del Hielo Primordial
Capítulo 8: Economista... Pero, en esencia, Moralista.
Capítulo 9: Nueva vida, nuevos desafíos, nuevos enemigos.
Capítulo 10: Mercenarios de Oriente

Ayauhcalli Ocelotl

363 28 374
By BOVerso

EL JAGUAR DURMIENTE

┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓

🄾🄿🄴🄽🄸🄽🄶

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

Región autónoma de Tláhuac.

Tres días después de la visita de la Reina Valquiria

Los inclementes rayos mañaneros del eclipse transmitieron la monótona mañana a toda la ciudad de Tláhuac.

En el centro urbano de la misma se oía el rumor motorizado del tráfico y de los peatones aztecas caminando de aquí para allá. Pero a pesar del despertar de la industria, la ciudad misma acallaba en un silencio sepulcral. Alejados de los bordes urbanos de la pequeña ciudad, los campesinos empezaban a arar sus campos de cultivos, bañados por los tenues destellos del eterno eclipse que dominaba el cielo rojo y desolador. Los mexicas ya estaban acostumbrados a esto.

En toda la explanada urbana de la ciudad, la plaza de Piedra del Sol era el lugar más concurrido donde hacer comercio y compraventa. Allí se concentraba una diversidad de tiendas de ropa, perfumes y orfebrerías se distribuían en todo el perímetro; carnicerías, panaderías y hasta restaurantes bien atestados. Gran parte de la población venía al mercado con el propósito de rezar a su diosa madre, Xilonenl en los grandes templos o en los pequeños santuarios.

Alejado del horizonte urbano, el follaje del bosque tropical era agitado por las ráfagas de la brisa que soplaba sobre todo el terreno. La selva tupida murmuraba al son de los vientos y se iluminaban con los rayos de luz del gris alba que se filtraba por la copa de los árboles. El repique de las campanas de los atrapasueños se oía por los alrededores del bosque, armonios, igual que los vientos que viajaban de sople y sople por la colina boscosa hasta llegar a la finca del Sumo Sacerdote.

Construida cerca de la gran secuoya que se alza de forma oblicua cerca del borde, la mansión se erguía con ponencia y solemnidad. Los rayos de luz se filtran por las ventanas del segundo piso, metiéndose en de la habitación de la joven y risueña Zaniyah. Los rayos se deslizan a través de las cortinas, decoradas estampados de mariposas de colores variopintos. La joven dormía abrazada a su almohada; estaba arropada hasta el cuello. El cuarto era acondicionado por un abanico que pendía del techo y giraba y giraba, emitiendo unos leves chirridos de madera.

La joven azteca abrió de apoco. El marrón de sus irises se iluminó, la vista esclareciéndose y así viendo su cuarto. Zaniyah vira la cabeza y observa su derredor, descubriendo los condecorados de pieles de animales en las paredes, símbolos y talismanes aztecas en sus tocadores, así como también justo a un lado de un closet un espejo de cuerpo completo. A su derecha, el sable de doble hoja dorada reposaba sobre la pared como una escoba. Zaniyah se rasca la picazón de sus ojos para seguido estirarse y soltar un exuberante bostezo.

Zaniyah se quitó las sábanas; vestía un pijama verde de puntos negros. Se bajó de la cama, los pies descalzos. Se dirigió hacia su armario, lo abrió y escudriñó las mudas de ropa que iban desde pantaloncillos, túnicas, vestidos, camisetas o suéteres. Descolgó una de sus camisas blancas y una falda larga marrón decorado con entramados aztecas. Se vistió, y salió de su habitación con una sonrisa vehemente en su cara.

El pasillo del segundo piso estaba condecorado con variopintos mosaicos de bellos paisajes. La joven azteca anadeó por el pasadizo, llegó a la puerta del baño y posó su mano sobre su picaporte, pero antes de girarlo reparó en la ausencia de algo. Se dio la vuelta y olfateó el aire, incapaz de oler el aroma de las resinas aromáticas que por lo general impregnaban los interiores de su hogar.

Zaniyah siguió olfateando hasta formar una mueca de curiosidad en su rostro. Cuando abrió la puerta, supo el por qué no olía esos aromas:

<<¿Vuelvo a ser yo la primera en despertarse?>> Pensó, deteniéndose en mitad del pasillo. Más allá de los muros de la casucha alcanzó a oír los canticos de las pequeñas y coloridas aves quetzales anunciando el inicio de la mañana. Zaniyah se encogió de hombros <<¡Ah! Supongo que me toca a mí hacer el desayuno... otra vez>>

Los quetzales siempre anunciaban las siete y media de la mañana. Por lo general su padre ya estaría despierto para esta hora, pero al no oler ni el aroma de la comida o siquiera de los inciensos, fue clara señal que la visita de la Reina Valquiria anoche lo seguía encerrado en el sueño.

Zaniyah caminó sin prisas por el pasillo hasta llegar al borde de las escaleras en espiral. Los escalones y el pasamano estaban construidos alrededor de un gran árbol en medio de la casa. <<Podría tomar mi atajo usual...>> Pensó, volteando la cabeza y prestando atención al ventanal circular por el que pudo ver las ramas del mismo árbol. Apretó los labios y ladeó la cabeza. <<Hoy no me siento tan enérgica>>.

Descendió las escaleras en caracol hasta llegar al primero piso. Al bajar el último escalón, la joven morena miró su alrededor, alcanzado a ver los inciensos aromáticos de la sala del primer piso se encontraban todos apagados. Zaniyah frunció el ceño al oler un débil aroma impregnado en la sala. Aquel gesto facial se agrandó al dar un paso hacia adelante y escuchar como la madera del suelo rechinaba con fuerza. Zaniyah bajó la mirada y vio como dos pares de tablones de madera del suelo no solo estaban descolocados, si no también agrietados como si hubieran puesto un peso considerable sobre ellas.

—Eso explica el temblor de anoche en la casa —murmuró Zaniyah para sí misma. Alzó nuevamente la vista y se aproximó a los inciensos- La joven azteca tomó una caja de cerillos de la chimenea, encendió un cerillo y comenzó a prender de una en una las velas. Esa es casi siempre la primera de las rutinas que ella misma estableció una vez que Uitslti y ella terminaron de construir esta casa, hace cosa de varias décadas.

Zaniyah inspiró hondo y relajó el cuerpo, gratificada de ver como el denso humo aromático se esparcía por toda la sala.

—Despertar primero tiene sus ventajas, pero lo demás es... —susurró Zaniyah al tiempo que miraba los utensilios de limpieza que hay dentro de un cuartucho. Escobas, recogedores y trapeadores junto a cubetas para llenar de agua— Toca limpiar la casa. —Zaniyah se cruzó de brazos bajo el pecho y suspiró—. Gajes de ser una joven ama de casa.

Fue hasta el cuartucho, tomó todos los utensilios de limpieza y comenzó a asear la casa: barrió bajo los muebles y las alfombras, levantando todo el amueblado y recogiendo todo el polvo y basura, quitó el polvo de los atrapasueños que colgaban de los tabiques, los tocadores y las pilastras de piedra, cambió el aceite de las lámparas... Una vez terminado de limpiar la sala, la joven azteca sorteó los tabiques que separaban el salón principal de la cocina para empezar a cocinar el desayuno.

Zaniyah hacía todas estas labores del hogar siempre sonriente, como si hacer esto le divertía... y porque genuinamente la ponía alegre. Era al fin y al cabo su hogar, y una casa fue lo que no pudo gozar en el pasado antes de establecerse en esta Región Autónoma. Para ella, levantarse por las mañanas y hacer la labor de joven ama de casa ha sido una actividad tan rutinaria que la acabó adoptando. La joven azteca se absorbió tanto en esta vida de carácter sedentaria que, por momentos, pensaba que había superado todos los traumas del pasado. Ojalá y fuera de esa forma.

Los minutos pasaron y entre más se acercaba a terminar el desayuno se dio la tarea de preparar la mesa. A pesar de la paz que ahora se transpiraba con los aromáticos, no fue suficiente para que Zaniyah olvidase la repentina llegada de Brunhilde Freyadóttir ayer en la noche... y como toda la estancia fue arrellanada con la mayor de las brumas.

<<La llegada de la Reina Valquiria fue repentina pero...¿Qué hizo para poner a mi padre tan tenso?>> Se preguntó mientras ordenaba la mesa circular.

Una vez culminó por ordenar la mesa, Zaniyah exploró los interiores de su hogar una vez más. Fijó ahora su atención en las máscaras aztecas y los mosaicos tan pintorescos de guerreros aztecas y bellos panoramas mesoamericanos que daban vida al silencioso hogar. Pero en vez de quedarse a ver estos cuadros de forma embelesada, reposó sus ojos marrones en una pequeña foto de un cuadro que había en el soporte de un tabique. una foto familiar, de ella junto a su padre y acompañado por tres personas más.

Se vio a sí misma en mitad de la foto, con los brazos sobre la cintura; a su lado derecho estaba una mujer de piel morena similar a ella y vistiendo una túnica azteca, brazaletes en sus brazos de color verde esmeralda, y tenía su largo cabello castaño recogido en una coleta de caballo; a su lado izquierdo habían dos pequeños pero enérgicos animales antropomórficos: uno de pelaje blanco como la nieve y con la apariencia de un oso polar, y el segundo de pelaje marrón, con negro y blanco y con la forma de un mapache.

Zaniyah sonrió al ver aquel recuadro familiar con un sentimiento de nostalgia. Se fijó sobre todo en su padre Uitstli; el hombre vestía sus ropas de Sacerdote Supremo del Tláhuac ataviado con forros de animales, pero en su rostro en vez de un semblante de rabia y dureza se veía una sonrisa en sus labios- Una sonrisa de genuina felicidad que brindaba el cobijo familiar.

Sus pensamientos nostálgicos fueron irrumpidos con el repentino chirrido de una puerta. Velozmente se devolvió hacia la cocina para terminar de servir el desayuno, pero su apuro era en especial para evitar que se encontrara algo ínfimamente desordenado.

La silueta del guerrero azteca salió del umbral de su cuarto y se dirigió hacia la sala de estar. Uitstli observó con sus ojos rojos cual rubís la luz del alba filtrarse por el tejado a través de las hojas de las ramas del árbol. El aroma de las cerillas aromáticas impregnando el ambiente lo hizo inhalar y exhalar, deleitándose con los exquisitos olores de incienso ambiental.

Uitstli se peinó el cabello bermejo hacia atrás con una mano. Se masajeó el bigote y la barba. Su nariz se deleitó con el aroma del desayuno viniendo de la cocina. Tomó una silla y se sentó, haciéndola rechinar al tiempo que escuchó a la voz chillona de su hija desde la cocina. La joven azteca ya estaba sirviendo la comida, y desde donde estaba sentado podía oírla tararear una canción que se grabó de tanto escucharla en La Piedra del Sol.

Uitstli reposó sus brazos sobre la mesa. Vio a su hija salir de la cocina sorteando los tabiques, cargando en cada palma de su mano largas bandejas llenas de comida. La joven azteca, se dirigió hacia la mesa y colocó con cuidado las bandejas sobre la mesa.

Uitstli hizo un ademán de buenos días con la cabeza.

—¡Buenos días, bello durmiente! —respondió Zaniyah de forma enérgica, tomando los platos y colocándolos en sus respectivos lugares junto con los cubiertos— Que bien que despertaste. Ya temía que estabas hibernando cual oso de cavernas.

—Te levantaste primero —dijo Uitstl sin mostrar ánimos en su voz. Apuntó con la mirada hacia las escaleras que iban hacia el segundo piso, señalando algunas hojas del árbol se encontraban repartidas por el suelo— Se te olvidó barrerlas todas

—Estaba más ocupada en el primer piso y, como no, haciendo el desayuno. —Zaniyah le sirvió los cubiertos junto a su plato de comida un par de Omelettes, uno para ambos mientras un tercer plato era puesto en medio de la mesa siendo dos pares de Molletes con Pico de Gallo, queso y frijoles.

—Creí que harías Molletes con chorizo. —protestó Uitstli, frunciendo el ceño al ver su plato y después ver como la castaña ladeaba la cabeza y volvía a la cocina.

—Iba a hacerlo, pero hoy decidí por mi gourmet, el Pico de Gallo. Te lo haré para la próxima —explicó Zaniyah, dándose la vuelta y dedicándole su sonrisa infantil.

Uitstli afirmó con la cabeza mientras se llevaba su tenedor con un pedazo de Omelette a boca. Zaniyah se devolvió hacia la cocina, abrió el refrigerio y buscó la bebida designada entre tantos cubos de hielo y odres de pieles. Uitstli exploró los interiores de su hogar con la mirada, oyendo el cantar de los Quetzales a las afueras de su vivienda. Luego de tragar se llevó uno de los Molletes a la boca y le dio mordisco. Estuvo a punto de tragar hasta que sus ojos se posaron justo en los muebles donde él, la Reina valquiria y sus acompañantes habían discutido su propuesta de unirse a los Legendarium Einherjers.

Las palabras de la Reina Valquiria calaron en su mente. Uitstli cerró los ojos y buscó concentrarse en el presente, olvidar la imagen de aquella insidiosa mujer que vino a invadir su mundo con su petulante y sagaz personalidad. Oyó la silla del frente chirriar. Abrió los ojos y vio a su hija poniendo dos vasos de metal recubierto de sándalo en la mesa. Uitstli se la quedó viendo por un rato, y después fijó la vista en la comida. Zaniyah no reparó en ello; ya estaba atacando vorazmente su plato.

Uitstli se la quedó observando fijamente mientras comía. Cuando vio y olió el azúcar de su agua de horchata, frunció el ceño. Zaniyah lo veía de reojo mientras comía, notando la cierta molestia en su ceño.

—Pensé que era buena idea empezar el día con una rica bebida azucarada —comentó la joven. Uitstli bebió un leve sorbo— Me la recomendaron en Piedra del Sol la última vez que fuimos de compra.

—Te quedó bien —admitió Uitstli, reposando el vaso sobre la mesa luego de darle su sorbo. Zaniyah sonrió— Me gusta ver que aprendes más cosas de la cultura agropecuaria.

—Bueno... he tenido mucha pena por ellos por como la última sequía los golpeó fuertemente —Zaniyah bebiendo de su vaso para aparentar que no dijo nada.

Sus palabras no pasaron desapercibidas para Uitstli. Se quedó viendo su plato de comida y su tenedor con un trozo de comida empalado antes de devorarlo de un mordisco. Ambos permanecieron en un sepulcral silencio, ambientado por las sacudidas de los vientos del exterior.

Casi estando por terminar su desayuno, Zaniyah vio a su padre de reojo, otra vez. Parecía esperar algo de ella con lo cual seguir con la charla, pero solo obtenía silencio. Aunque lo ocultaba con sus gestos faciales animados, la chica se sentía preocupada por su padre. No se le quitaba de la cabeza la llegada de la inesperada visita de la Reina Valquiria.

—Papá...¿Qué fue lo que hablaron tu y la rei...?

—Una vez termines de comer, lava los platos acompáñame. Vamos a arar la tierra del campa.

Zaniyah sintió su interrupción como si le hubieran golpeado en la cara. El guerrero azteca tornó su mirada hacia las ventanas que daban vista hacia los campos de cultivos.

—Ahorra que mencionaste la sequía, me recordó lo que me dijeron mis feligreses y los campesinos de alrededor. Muy seguramente nuestras tierras estén secas también. Hay que ser sus guardianes ahora, y los de la gente también. Ya tengo muchas suficientes quejas de eso por Tláhuac. No quiero más problemas.

Aun con la dureza de las facciones de Uitstli y la seriedad en su voz, Zaniyah podía determinar entrelíneas las palabras de su padre. En medio de cada una lograba identificar un tono preocupación de por medio que buscaba disimular y esconder.

— Luego de eso, iremos a La Piedra del Sol. Vamos a hacer unas donaciones al mercado para los más necesitados —continuó Uitstli, parándose una vez terminó de comer. Se terminó de beber su agua de horchata. La dejó sobre la mesa.

—¿Otra vez, en serio? —protestó Zaniyah, el ceño fruncido— La última vez que lo hicimos fue en la semana pasada. Antes lo hacíamos mensualmente, ¿ahora semanal?

—La crisis ha creado un efecto domino. Más luego de la conmoción que creó... Brunhilde, con su circo en la Conferencia de Urd —la dificultad aparatosa en pronunciar el nombre de la reina se denotó en la voz de Uitstli. Mientras hablaba metió la silla de nuevo en la mesa—. Temo incluso porque el saqueo y la rapiña. Ya tenemos suficiente con los problemas agrícolas y ecológicos, tampoco estamos para confrontar latrocinios.

Zaniyah se quedó callada y pensativa. La forma en que mencionó la Reina Valquiria con su nombre sin nombrarla su alteza es lo que más captó su atención. Uitstli hizo ademán para apurar la comida mientras él se dirigía hacia la salida frontal de la finca. Zaniyah terminó su desayuno, se levantó de la silla, llevó los platos hasta la cocina tirándolos en el lavamanos y corrió hasta alcanzar a su padre. Se interpuso en su camino, justo cuando iba a salir, y la joven azteca lo encaró con una pregunta capciosa:

—¿La reina valquiria no va a ayudarnos? Porque si no vino aquí a ofrecernos ayuda, ¿a qué vino entonces?

El silencio volvió a reinar en todo el rellano. El rostro de Uitstli se ensombreció. Se quedó quieto justo cuando ya había tomado el pomo de la puerta con su mano.

—Ayer vino junto al señor William —insistió Zaniyah— ¿No dijeron nada sobre esto? Incluso ha habido protestantes pidiendo ayuda humanitaria. ¿No hablaron sobre eso?

Nuevamente, silencio. La atmosfera se volvió pesada para Zaniyah, quien la incomodidad ya se le hacía insoportable solo viendo el rostro enjuto de su padre. Uitstli suspiró, se encogió de hombros y giró el pomo de la puerta. Zaniyah se hizo a un lado, y justo cuando Uitstli salió, este le dedicó una mirada de soslayo y dos palabras.

—No demores.

Nada más salir, Uitstli se arrodilló y se puso un par de botas que lo esperaban reposando sobre unas vallas de madera. Zaniyah se quedó allí de pie, observando absorta el umbral de la puerta. Permaneció petrificada por unos instantes, hasta que se dio la vuelta y regreso a la cocina para lavar los platos. En el camino recogió el vaso que dejó su padre en la mesa. Mientras lavaba los trastes pensó en sus cortantes palabras. Se le hizo extraño y preocupante el tono con el que lo dijo, en especial con sus expresiones serias. No podía evitar que todo esto era porque había algo más grande que le preocupaba.

<<Aun con todo lo que hemos pasado sigues manteniéndote cerrado en tantas cosas, papá...>> Suspiró una vez cerró el grifo y puso todos los platos en la alacena. Tras eso se dirigió hacia la salida y buscó a su padre con la mirada.

Afuera, Uitstli había terminado el proceso de arado. Las zonas de coltivo se encontraban divididas las unas de las otras por canales de agua. Cada sección de cultivo tenía sus diferentes cultivos de arroz, trigo, cebada y maizales. El agua limpia de los canales se abría paso por múltiples zanjas de tierra excavadas y construidas a mano para que grandes cantidades de agua de montaña se filtrara de sus ríos hasta sus campos. Al estar al aire libre, eran bañados por el eclipse.

Uitstli se quedó viendo el eclipse por un rato, antes de aproximarse hacia sus establos para alimentar a los animales de granja. Escuchó los chillidos de los cerdos, el cacareo de las gallinas y los galles junto a sus polluelos como también los balidos de las ovejas, las vacas y de los caballos. Se adentró en el establo, y comenzó a alimentar a los animales y a recoger con pala y carro los excrementos.

Zaniyah seguía regando los canales. Observó de reojo la sombra de su padre dentro del establo. No tardó en empezar a oír los chillidos de los animales siendo sacrificados. Zaniyah arrugó su semblante y se encogió de hombros. En otro tiempo se habría escandalizado de ello, pero ya estaba insensibilizada de los sacrificios de animales.

Uitstli era el sumo sacerdote de Tláhuac, pero no siempre había sido así cuando reenarcaron en el Valhalla. Vivieron en el anonimato durante un tiempo, solo para tiempo después empezar a forjar una nueva civilización azteca fundando una ciudad heredera de Tenochtitlan. Pero eso cambió... con la Segunda Tribulación.

Todo lo que construyeron se vino abajo igual que en la Conquista. Las legiones demoniacas del Duque Aamon provocaron genocidios peores que cualquiera que los conquistadores españoles. Ciudades borradas del mapa, Einhenjars aztecas caídos incontables... Recuerdos inmemoriales que quedaron marcados en la historia mexica para siempre.

Luego de culminada la guerra, Uitstli se había puesto a la cabeza de la mancomunidad de Tláhuac como guardián, pero sobre todo un gurú espiritual para devolverles su añorada paz y prosperidad. No tardó en labrarse el cariño de su pueblo y fue venerado como sumo sacerdote.

<<Solo que por cuánto tiempo>> Pensó Zaniyah, sintiendo la desolación colmarla en su corazón. Alzó la cabeza y vio fijamente el Estigma de Lucífugo. 


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2
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|◁ II ▷

Cuarteles del Sindicato de Einhenjers

Aposento del Presidente Einhenjer

Nikola Tesla caminaba por los pasillos del segundo piso del edificio del Sindicato

Mientras se arregla los botones de sus bocamangas y se aseguraba que su traje blanco de una pieza no tuviera ninguna arruga o mancha. Lo pulcro era la idiosincrasia máxima del magnate serbio, casi hasta le diagnostican con trastorno compulsivo obsesivo. Eso fue lo que le canjeó el prestigio de ser el mayor inventor que la historia humana ha conocido... Y también uno de los más trágicos por como la misma fue injusta con él.

Tesla descendió del último peldaño y comienza a caminar por la Pasarela de los Einhenjers Caídos. A su izquierda, los ventanales dejaban filtrar los densos rayos color carmesí oscuro que despedían el eclipse solar del Estigma de Lucífugo; al ser recortados por los bordes de las cortinas, creaban sombras fantasmagóricas que se reflejaban en las paredes. Tesla no se asombró ni sintió miedo al ver pasar su propia sombra por los recuadros de Marie Curie, Michael Faraday y Thomas Édison. Por unos instantes, Tesla se detuvo para dedicarle una mirada de soslayo al cuadro de Édison. Una colisión de sentimientos encontrados se produjo en lo profundo de su corazón; bestias de recuerdos indeseados gritaban desde lo hondo, y él llanamente los ignoraba. Se dio la vuelta, y siguió su curso, siendo perseguido por las miradas de los fantasmas atrapados dentro de esos recuadros.

A pocos metros de llegar a la estancia del Presidente, Tesla escuchó pisadas vigorosas venir del pasillo contiguo. El magnate hizo un parón repentino para ver quién llegaba por el otro lado. De pronto las pisadas se detuvieron, y una risotada varonil se escuchó venir de la penumbra del pasillo iluminado por antorchas alquímicas.

—Dioses, ¿cómo eres así de precavido incluso en el edificio más protegido de la Civitas Magna, Tesla?

El magnate serbio dio un suspiro y cerró los ojos. Las pisadas se reanudan, y quién emergió de la oscuridad del pasadizo fue Publio Cornelio, reluciente con su lorica segmentada de color plateado y su capa de piel negra. Tesla sonrió de forma cordial, aunque para los ojos de Cornelio más pareció una sonrisa forzada.

—Sabes que soy de los pocos a los que no les gusta tener barracones de demonios allá afuera —admitió Tesla, mirando de reojo los ventanales y el complejo urbano de la ciudadela del Valhalla. Resopló un poco—. Así habían sido los precedentes para la Segunda Tribulación, ¿lo sabes, no?

—Sí, lo sé perfectamente —Cornelio se rascó la nuca—. Pero te aseguro que esta vez todo está bajo control. Sirius, como mi lugarteniente, me mantiene al tanto de hasta cuando un demonio está cagando donde no debería.

—Parece que Sirius está siendo mejor procurador de pretorio que el que tenías antes durante la Segunda Tribulación... —Tesla se mordió el labio y chasqueó los dedos varias veces alrededor de su cabeza— Ahora la memoria me falla. Era ese tipo que contentaba la soldada de los pretorios e hizo que se levantaran en motín contra ti. ¿Cómo se llamaba?

—Sulpicio Galba —el solo pronunciar aquel nombre hizo que Cornelio pusiera un semblante de asco—. Y por favor no me traigas a colación mis pésimas decisiones que hice hace cien años en base a la poca data que tenía de los emperadores romanos. No querrás desmoralizarme ante el presidente.

—Tienes razón. Una y mil disculpas, Cornelio —Tesla agachó la cabeza y esbozó una mueca de culpa.

—Maldición, Tesla, no te lo tomes todo tan a pecho —Cornelio le dio una palmada amistosa en el hombro. Aquel gesto animoso le levantó de nuevo la sonrisa a Tesla—. Venga, entremos.

El dúo de Ilustratas atravesó las compuertas, vadeadas a cada lado por un guardia pretoriano. Al entrar, fueron recibidos por la no tan cordial mirada penetrante de William Germain. El Presidente Sindical está sentado frente a su escritorio, con los brazos en jarras, la espalda recluida contra el espaldar de su sillón, y una botella de ron de la marca Gevrey Chambertin y con tres vasos de cristal dispuestos sobre el mesón. Cornelio y Tesla se aproximaron hasta estar frente a frente con William, quien al instante se inclinó, destapó la botella Gevrey con un ágil movimiento de su versátil mano prostética, y empezó a servir el ron en los tres vasos. Ambos magnates intercambiaron miradas, pero en vez de extrañeza, los dos comunicaron una misma obviedad sobre la situación que estaba ocurriendo.

William en todo momento mantuvo una sonrisa de cordialidad. No obstante, en su mirada con ojeras se pudo leer la desazón, el desánimo y la fatiga del inhumano trabajo en el que William se esforzaba en sacar adelante. Tesla y Cornelio tomaron asiento justo cuando el presidente les colocó los dos vasos frente a ellos. Ellos dos pensaban que sus trabajos eran duros, pero apenas y podían considerar las mil y una preocupaciones que su presidente tenía que pesar en sus hombros para evitar que todo se viniera abajo.

—Nada que tener una buena bebida y fría en la mano luego de un exhaustivo trabajo —confesó William. Se llevó el vaso a los labios y de un solo sorbo se lo tomó todo. Expulsó un suspiro de alivio—. Ah... relajante, como siempre —William, al ver como Cornelio y Tesla no bebían y más bien se lo quedaban viendo con cierta preocupación, sonrió y agitó sus brazos en gesto de instigarlos—. ¡Vamos, beban! Esto es el preámbulo a la conversación que vamos a tener.

Los dos Ilustratas bebieron con mucha más parsimonia. Al acabar colocaron los vasos sobre el escritorio. William asintió con la cabeza en señal de estar satisfecho.

—Se abre el telón —Germain extendió los brazos hacia los lados y después apoyó los hombros sobre el escritorio—. ¿Qué pueden decirme sobre el estado de la Civitas Magna y el pronto Torneo del Ragnarök? A ver si tienen cotilleos igual de interesantes como los que me trajo Smith y Robespierre.

—Los pretorianos han mantenido el orden hasta el último callejón de ciudad, señor presidente —comenzó Cornelio, al tiempo que se rascaba toda su barba y barbilla recortada con dedos enguantados—. Lo máximo horrible que ha pasado, según Sirius, fue sobre las protestas de algunos grupos que hicieron actos vandálicos con tal de agenciarse bienes para apostarlos en el Torneo Pandemonico. Eso y que por poco Geir es abusada.

—Eso último él directamente vino y me lo dijo —reconoció William, agitando un dedo—. Me reprochó también el cómo le pedí a Geir que fuera a por los uniformes para ir a Tláhuac. Lo bueno es que sabe mantener la compostura, no como Maddiux —el francés de cabellos rubios se echó a reír—. De haber sido lo contrario con Sirius, ¡no estaría hablando con ustedes ahora mismo!

Cornelio se quedó callado, mirando con gran fijeza y análisis a William. El presidente sindical se sirvió otro vaso, y como el primero, se lo bebió de un trago.

—¿Nada sobre el Ragnarök?

—Todo se mantiene en tablas —respondió Cornelio—. Los dioses siguen planificando a las deidades que enviarán a la arena de combate. De haber sabido alguna data importante, John Edgar ya me lo habría dicho.

—Que Hoover y sus espías no le quite el ojo de encima a los panteones. En especial a los Grecorromanos. A diferencia de lo que muchos Einhenjers del sindicato creen —William extendió ambos brazos e hizo un breve ejercicio de estiramiento—, el Pandemonium no será ya nuestro enemigo primario, como lo fue antes. Ahora serán los Grecorromanos.

—Debo darle la razón en ello, señor presidente —admitió Cornelio. William tomó la botella y quiso servirle otro vaso a Publio. El coronel romano puso su mano sobre la boca del vaso, William supo identificar el gesto, y en cambio dirigió la botella hacia el vaso de Tesla, quien si aceptó que lo sirvieran.

—Ahora, Tesla —dijo William mientras le servía el vaso—. ¿Qué tienes tú para decirme sobre los avances en los estudios meteorológicos? —tras terminar de servir William dejó la botella a un lado— Créeme, yo tengo mis dotes animistas. Le doy importancia a lo que tengas que decirme a diferencia de la Sa Majesté Le Cochon sobre como cuidar el planeta.

Tesla sonrió y dio una fuerte palmada, como si estuviera a punto de presentar su función. Su corazón rimbombante de inspiración siempre era avivado por la honestidad y transparencia de William; por eso es que le caía tan bien, y por eso se preocupaba mucho cuando veía sus ojeras y quería actuar de forma simpática cuando, en el fondo, estaba cansándose de todo ya.

—He colocado nuevos paneles solares en los extremos limítrofes de la ciudad —explica Tesla al tiempo que sacó de su bolsillo un dispositivo circular. Oprime el botón, y de sus orificios emergieron haces de luces celestes opalescentes que conformar el holograma de la vista panóramica de un barrio de la ciudad, la cual hacía frontera con los páramos y el campo abierto. Cerca de las casas, circundadas por vallas que cubrían kilómetros de distancia, se establecían rectangulares paneles de placas reflectoras que relucían al recibir los rayos del eclipse—. Estos paneles lo que hacen es tomar toda la energía y radiación del eclipse solar y redireccionarlas hacia la atmosfera, lo que limpia el aire de la ciudad. No del todo, pero es un primer paso para purificar el oxígeno que respiran los Manganesos. Además de que es mi primer prototipo de "Geo-Control".

—¿Geo-Control? —inquirió Germain, frunciendo el ceño.

—Control de clima —especificó Tesla. La propuesta hizo que Cornelio enarcase una ceja, y que Germain se cruzara de brazos y oyera con más atención a Tesla—. He estado trabajando en este proyecto desde que acabó la Segunda Tribulación. El cambio climático está siendo más severos con nosotros, y no parece que los dioses hagan algo al respecto. Si queremos que haya si quiera un Torneo del Ragnarök —Tesla realizó un gesto con su mano en el que apuntó hacia el holograma de los paneles solares—, entonces apoyar este proyecto de Geo-Control hará realidad la supervivencia humana.

—Entonces los dioses no son el único enemigo que abrió un frente contra nosotros —Germain se rascó la barbilla con su mano metálica—. ¿Qué tanto daño ha hecho el cambio climático? —preguntó al tiempo que se servía un tercer vaso de ron.

—Las sequías y el fenómeno del niño están siendo más frecuentes en las zonas agrícolas aledañas —Tesla agitó su mano cerca del opalescente holograma. El dispositivo reaccionó ante el movimiento de su mano, repeliendo la imagen de los paneles solares y reemplazándolo con la ilustración de planicies de campos agrícolas muertos, ríos drenados o de aguas sucias, y tierras de suelo resquebrajado donde había cadáveres de animales de ganado—. A las puertas de las empresas vinculadas a mi multinacional llegan bandas de protestantes aztecas exigiendo ayuda humanitaria. Hago todo lo que puedo en dárselas, pero no siempre es suficiente —Tesla sacudió su mano, removiendo la imagen holográfica del llano moribundo y pasando a la imagen del enorme y diverso pueblo de Tlahuac— Temo porque esta sequía dificulte nuestra diplomacia con el Legendarium Uitstli.

—No lo hará, que ni se te cruce por la mente —William señaló a Tesla con un dedo acusador—. Uitstli es un problema del que Brunhilde y yo nos encargaremos. No temas porque el problema del cambio climático sea una responsabilidad que nos afecte. Si se te escapa de las manos, se te escapa de las manos. Ya lo lidiaremos.

—No es la idea, señor presidente —dijo Tesla, la sagacidad en su voz y en su mirada determinante—. No quiero que esto sea un problema que se me escape de las manos. Eso significa la pérdida de vidas humanas, y eso es lo último que deseo —Tesla intercambió miradas con Cornelio. El jefe del pretorio le estaba dedicando una sonrisa, como motivante y acreditación de que lo que estaba diciendo era algo que debía ser escuchado y tener en cuenta. Tesla sonrió también, y se giró para ver a Germain—. Si hace que Brunhilde patrocine estos proyectos míos, estas patentes y estas ideas humanitarias, podemos sacar adelante a la humanidad que reside en los Nueve Reinos.

William alzó su mano en señal de no seguir con el tema. Tesla logró entenderlo a la primera y asintió con la cabeza.

—Veré que hago al respecto —respondió Germain—. Por el momento, ni me menciones a Brunhilde. Lo último que quiero es recordar la enorme cagada que hizo con Uitstli —el presidente sindical apoyó su cabeza contra el espaldar del sillón y se quedó viendo el techo.

El silencio comenzó a reinar en la estancia. Lo único que se escuchó reverberar en la estancia fue el murmullo de los vehículos y el tránsito denso a las afueras del edificio. William se sirvió el cuarto vaso de ron, y le sirvió también a Tesla, quien lo aceptó de buena gana. Cornelio entrecerró los ojos. No le estaba gustando como William era sucumbido en esa botella de alcohol.

Antes de llevarse el vaso a los labios, William se quedó observando con aprecio e hipnosis el color dorado del alcohol girando dentro del vaso de cristal. El presidente sindical sonrió y dio un bufido de gracia. Cornelio y Tesla se lo quedaron viendo con atención, a la espera de lo que diría a continuación.

—Rodeados de demonios —manifestó William con gran asco—. Cada vez que cierro mis ojos, veo sus alas de murciélago sucias, sus colas que me dan ganas de jalarlas hasta arrancárselas, y sus colmillos igual. ¿A ustedes no les molesta también?

—Ciertamente —admitió Cornelio, juntando las yemas de sus dedos—. Quién diría que los tendríamos de regreso dentro de la ciudad, solo que en calidad de ciudadanos antes que de saqueadores.

—Ahora el Totius Infernum pretende hincar la rodilla ante el Alfather como todos los demás panteones —William se bebió el trago de un sorbo y estrella el vaso contra la mesa—. Pero no por mucho tiempo. Tarde o temprano, sea por un casus belli justificable o porque un demonio decidió violar a una humana, volveremos a la guerra contra ellos. Y quién sabe si esta vez todos saldremos vivos.

—Los demonios ya no son el único enemigo del qué preocuparnos, señor presidente —comentó Cornelio—. Tal como usted lo dijo, ni los dioses ni los demonios son nuestros únicos enemigos. Quizás hasta tengamos enemigos desconocidos frente a nuestras narices a los cuales lidiar también.

William chasqueó los labios. Se encogió de hombros y miró hacia otro lado, como buscando confortarse de las palabras crudas de Cornelio observando las estanterías o las sedosas cortinas con encaje.

—Yo aún sigo recordando los rostros de los demonios a los que maté, tanto los que maté en mi tiempo de vida como los que asesiné en la Segunda Tribulación. El hecho de que tengamos que convivir con ellos es el mayor surrealismo que tengo que plantar cara. Gracioso, porque todos aquí hemos asesinado demonios, ¿no? —William miró a Cornelio primero y después a Tesla, ambos absortos por su discurso medio borracho. William clavó sus ojos dorados sobre el jefe de pretorio— ¿Tú recuerdas a tu primer demonio?

—Por supuesto, señor presidente —contestó Cornelio, sonriente, dejándose llevar por el nuevo tema de conversación.

—¿Quién fue?

—Pazuzu, rey de los vientos sumerobabilonico. De eso ya hace ocho o nueve siglos.

—¿Últimas palabras? —preguntó William, interesado.

—Estaba demasiado furioso como para darle ese honor —Cornelio alzó los hombros.

—¿Y cómo lo mataste?

—Decapitación y después aplastarle la cabeza de un pisotón.

William cuchicheó unas cuantas risotadas.

—¡Y una ejecución medieval digna! —exclamó, valorando la hazaña de Cornelio. William se inclinó hacia delante— El primer demonio que yo asesine fue al hombre lobo de Gévaudan, en la Occitania francesa. Yo y otros dos militantes de la francmasonería de los Rosacruces, de nombre Duhamel y Francois Antonié, cazamos a la bestia hasta llegar a un acantilado. Tenía unos diecinueve en ese entonces, y estaba que me meaba en los pantalones por enfrentarme a semejante bestia sobrenatural. Mi vejiga aguanto, pero los que no aguantaron fueron Duhamel y Francois —el semblante de William se tornó ligeramente nostálgico—. Ambos fueron aniquilados por el hombre lobo. Estaba debilitado, y vino directamente hacia mí. Por instinto alcé mi brazo —William alzó su brazo prostético, y su mano de plomo se retrae para revelar una hoja de plata filosa que sale de una boca de cañón—, y le atravesé el corazón con esto. Me dijo algo con su último aliento. Me dijo "Carne... carne maldita..." —William bufó, en un intento de hacer una risa que salió ahogada— Esa fue la primera maldición que un demonio me lanzó.

>>Esto de aquí —William agitó su brazo prostético ante los ojos de los dos Ilustratas—, fue la primera arma que usé para matar a un demonio. Aún siento los nervios correrme por el brazo cuando lo recuerdo —William bajó el brazo y lo reposó sobre su escritorio—. Desde ese entonces, el Pandemónium se convirtió en mi enemigo número uno. Y mi vida... —William cerró los ojos y ladeó la cabeza— una constante de altos y bajos.

Se hizo el silencio, y reinó durante unos cuantos segundos. Tesla, con sus manos entrelazadas, esperó a que el presidente sindical le dirigiese la palabra. Se preparó cuando vio como William volteó su cabeza hacia él.

—Nikola Tesla, hijo pródigo de la revolución industrial —exclamó Germain. Tesla pudo olfatear el fuerte olor del ron venir de sus labios. El presidente ya está perdido en el alcohol de Gevrey Chambertin—. ¿No te da rabia ver como sigues creando, inventando, patentando y que la Reina Valquiria te sigue desprestigiando todo lo que da a luz tu Multinacional?

—Ya me acostumbré a eso —respondió Nikola, encogiéndose de hombros—. Me acostumbré también a no buscar la aprobación de los demás.

—Eso es mentira —William lo señaló con un dedo acusador y después carcajeó de forma sardónica. Tesla se quedó con un rostro impasible ante su comentario—. ¿Cuál fue el primer demonio que asesinaste? Sin contar a las sucias súcubos.

—Un basilisco, durante la Segunda Tribulación.

—Yo estuve contigo en esa batalla —comentó Cornelio, apoyando un codo sobre su rodilla y volviéndose hacia Tesla con una mirada de interés—. Eras un novato en la batalla, cual niño de diecinueve años. Un muchachito haciendo lo que podía con su prototipo de exoesqueleto.

—Aún no tenía en mente al Super Autómata —Tesla esbozó una sonrisa, feliz de que Cornelio recordara ese combate tan lejano—. De hecho, tú fuiste el que me inspiró a crearlo. En esa batalla, vi como mataste al duque Aini Abdal con un combo de puñetazos y por último un remate de espada. De los mejores movimientos que he visto.

—Un buen peleador, ese Abdal, pero le faltó reducir su arrogancia —Cornelio correspondió a la sonrisa de Tesla, sonriendo también y con una jovialidad tal que dejó encantado al inventor sueco—. Y oye, Hasta ahora es que me dices que eras mi fanático secreto

—Tu basilisco, Tesla —dijo William, llamando la atención de los dos Ilustratas. William enarcó una ceja—. ¿Últimas palabras?

—El demonio no tenía capacidad de hablar, por lo que fueron solo gruñidos —Tesla ladeó la cabeza en gesto de negación.

—¿Y qué hay de Belcebú? —la pregunta de William tomó desprevenido a Tesla y hasta a Cornelio—¿Qué dijo el Señor de las Moscas cuando atravesaste su pecho con su propio bastón? Nunca te lo pregunte. ¿Te llamó humano insignificante? ¿Suplicó por su vida? ¿Intentó sobornarte? —William apoyó los brazos sobre la mesa en gesto de querer saber. Cornelio por su parte se quedó viendo a Nikola, interesado en saber la respuesta. El magnate se queda callado por mucho tiempo, cavilando la respuesta mientras miraba a los ojos a William. 

William parpadeó varias veces, como si hubiese tenido una epifanía con esas tres palabras que dijo Tesla y comprendiese la magnitud de lo prodigioso que es aquel hombre, aquel excandidato para ser Legendarium Einhenjar. El magnate se puso de pie y realizó una reverencia hacia William.

—Si eso es todo por hoy, señor presidente. Me retiro —se da la vuelta y sale de la habitación, dejando solos a William y Cornelio, quienes lo siguen con la mirada hasta que lo ven atravesar la puerta y cerrarla tras de sí.

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|◁ II ▷

Región Autónoma de Tlahuac

Mercado La Piedra del Sol

De camino hacia La Piedra del Sol en carruaje, Uitstli y Zaniyah fueron saludados por los peatones mexicas y rendidos tributos por la turba de aztecas que iban y venían por las aceras y por las calles pavimentadas a pie. Había poco tránsito, y las que pasaban conduciendo por alguna avenida lo conducían comerciantes de expresiones apuradas. El aire se transpiraba con una gran tensión social, además de la constante lluvia de ceniza.

Como una mala broma, la lluvia de ceniza se hizo tan a la mar de constante que llegaba a recubrir grandes partes de los techos de paja de las casuchas de adobe, caoba y en su mayor parte de concreto. La acumulación de las cenizas en los techos corredizos y en las esquinas de las calles era igual de insoportable que las actitudes de resignación y abandono de los aztecas a las últimas sequías que han sufrido.

El carruaje de Uitstli es el que pasaba primero a través de las anchas avenidas pavimentadas que daban directo a la plaza. Numerosos comerciantes y cientos de familias querían entrar a la fuerza al mercado para llevarse todo lo que pudieran para así proveerlo a sus familias, pero los guardias, con sus rostros estoicos, les negaban el paso. Incluso con toda esa desesperación desoladora, el campesinado no dejaba de lado sus respetos hacia el Sumo Sacerdote. La torva se hizo a un lado, y todos se hincaron de rodillas una vez el coche se detuvo y Uitstli bajó con el regio de un monarca.

—Señor Uitstli... —balbuceó una madre azteca, quien de repente se salió de la fila de arrodillados y se aferró al tobillo del Jaguar Negro— Por favor... haga algo por su pueblo... Se lo suplico... La comida cada vez escasea, y mis hijos... mis pobres hijos... se mueren de hambre...

Zaniyah apretó los labios y miró hacia otro lado con tal de que no vieran su semblante de simpatía por la señora. Le daba vergüenza que su padre la viera regalando esa empatía y cualquiera, pero lo que ella no sabía es que Uitstli, en ese momento, también tenía esbozado una mueca de preocupación y de altruismo hacia la mujer azteca.

Uitstli se acuclilló y tomó a la azteca por sus mejillas. Alzó gentilmente su rostro para que lo mirara a los ojos. A aquellos ojos llenos de experiencia, de traumas bélicos y de sabiduría pueblerina.

—Hago todo lo que puedo por usted... por todos ustedes —contestó Uitstli— Pero si me toca hacer todo lo inhumanamente posible, entonces me enfrentaría a otro dios... por ustedes.

El rostro de la madre azteca se iluminó de la alegría por haber sido reconocida por la compasión del gran protector Uitstli. El Sumo Sacerdote le dedicó una sonrisa triste, se reincorporó y retomó su marcha hacia el mercado, acompañado por Zaniyah y un nutrido grupo de soldados vestidos con uniformes de pieles de leopardos.

El mercado estaba atiborrado por familias mexicas, cual turba alocada que estaba inundado por la histeria de la mezquindad en recursos-. Gritaban, se apiñaban, se empujaban y alzaban sus brazos para exigirles a los mercaderes que les dieran comida y otros recursos artesanales que igualmente escaseaban. No había cavidad ni siquiera para los comerciantes, quienes se rebuscaban refugios en los callejones para no verse empujados por la masa de gente descontrolada. Era tanto el relampagueo alterado de esas aglomeraciones de gente desesperada que ninguno reparó en la presencia de Uitstli, Zaniyah y la guardia leoparda. Solo los comerciantes repararon en su entrada, y se hincaron de rodillas nada más Uitstli caminar de largo.

Uitstli se detuvo y miró de soslayo a los comerciantes arrodillados. Le pidió a uno que se irguiera. El comerciante maya se puso de pie y miró a Uitstli a los ojos.

—¿Tanto arquea los fondos de alimentos que la gente se ha puesto así de la nada? —exigió saber Uitstli, señalando a la estampida de gente que seguía intentando entrar a la fuerza dentro de los mercados.

—E-es el efecto dominó, señor Uitstli —farfulló el comerciante, sudando profusamente—. Desde el anuncio del Torneo del Ragnarök, seguido por la llegada de las sequías, creo una cadena de r-reacciones que derivó e-en... en lo que ve ahora.

—Hay que ponerle orden a este ganado desordenado —dijo Uitstli. Hizo un ademán con la cabeza a sus guardias leopardos, y estos hombres bien pertrechados asintieron con la cabeza y se dirigieron hacia las turbas de aztecas para llamar su atención a base de salvajes gritos—. ¿Iban a ver al Pochtecatl de Piedra del Sol?

—En efecto —contestó de forma recia otro mercader maya.

—En ese caso llámenlo y díganle que se reúna conmigo en la plazoleta —Uitstli hizo un ademán con la cabeza de que lo siguieran y retomó su marcha hacia el centro del enorme mercado.

La guardia leoparda desagrupó a las concentraciones de aztecas aglomeradas en las tiendas y, como grupo de hormigas que son llamadas por su reina, se dirigieron hacia la plaza del mercado. En poco menos de unos diez minutos, más de quinientas personas estaban reunidas a lo largo de la cuadrangular plaza; a través de los senderos pavimentados del mercado también se acopiaban aztecas que estaban interesados de forma fervorosa en la reunión que el Sumo Sacerdote llevaría a cabo. Es tanta la devoción de la gente que incluso los que se encontraban fuera de las murallas de la Piedra del Sol escalaban torres y techos de las casas todo con tal de poder ver la improvisada conferencia que se iba a llevar a cabo.

Uitstli estaba de pie en lo alto del altar de madera que constituía la gradería donde usualmente se hacían subastas. Los murmullos de los aztecas acallaron al ver a su Sumo Sacerdote ascender las escaleras y ponerse en el centro de aquel baldaquín. Allí lo esperaba el Pochtecatl, el jefe mercader que dirigía Piedra del Sol, un hombrecillo moreno de metro sesenta de alto que vestía con una sencilla manta marrón.

Pronto, todo el gigantesco mercado quedó sumido en silencio, y las miradas de todos y cada uno de los aztecas se posó sobre el estoico Uitstli de semblante endurecido. Pero a pesar de toda la severidad que expresaba, tanto Zaniyah como el resto del populacho sabía leer la compasión y el deseo de protección en las facciones del Jaguar Negro.

El guerrero azteca permaneció callado por unos segundos. En ese lapso miró a todos y cada uno de los aztecas, y Uitstli pensó en lo grande que era este mundo por lo más pequeño que era. La felicidad de esta gente lo era todo para él, porque llegó un punto en el que pensar en sí mismo significa otra cosa más que desilusiones y calamidades. Todo ocultado en su eterno semblante duro. Uitstli respiró hondo, exhaló y se volteó hacia el jefe del mercado.

—Pochtecatl Zuma —exclamó—, dime de nuevo qué tan grande es la problemática agrícola asolando a Tláhuac.

Zuma se sorprendió al oír al Sumo Sacerdote instarlo a dar los hechos. Se aclaró la garganta, dio un paso adelante y dijo:

—P-producto de la sequía, hemos perdido alrededor de quinientas hectáreas de zonas de producción agrícola. Los ríos desaparecen, los lagos son infectados por agua estancada, la tierra se está volviendo infértil, el ganado está sufriendo de epidemias que son cada vez más difíciles de controlar y...

Uitstli le hizo un ademán de cabeza indicándole que se detuviera. Zuma acalló y dio paso atrás. El Jaguar Negro se volvió hacia su gente, y observó en sus semblantes expresiones baldías, decaídas y depresivas en hombres, mujeres y hasta niños. Ahí estaba esa tristeza devastadora que quería ver y que le fue revelada al recordarles la crisis por la que pasaban. Este es el tipo de enemigo al que se tuvo que enfrentar en las últimas décadas: la neurosis de desesperanza en su pueblo. El podio hacía de caja de resonancia, y su voz, emitida con potencia y pasión, llegaba a la mayor parte de los aztecas reunidos:

—¡Aztecas de Tláhuac! ¡Escúchenme, y háganlo con atención! ¡Todos somos participes de una guerra! Pero no una guerra contra bárbaros demonios, como en la Segunda Tribulación. Esta vez es una guerra contra un enemigo invisible. ¡La sequía no es un enemigo al cual apalizar! ¡Todo lo contrario: este es un enemigo que nos humillará sin césar y sin clemencia! —calló unos segundos para observar el efecto de sus palabras en el populacho: alcanzó a ver las miradas melancólicas pero atentas de los aztecas en primera fila— Es un tormento de la naturaleza indiferente, un designio del cual no somos pecadores, sino infortunados de sufrirla. Pero en eso hemos construido la historia de este pueblo: en ser los guerreros que han sobrevivido a las peores calamidades del universo. ¡Pero además es una guerra que no existe para la Civitas Magna, una guerra que no tiene lugar para la mente de la Reina Valquiria ni de los Magnum Ilustrata! Para ellos la verdadera guerra es contra los dioses en el Torneo del Ragnarök. Para ellos, el hambre de sus hijos, las lágrimas de sus abuelos y las penurias de sus esfuerzos por abastecer a sus familias no existe. Esta sequía no existe. Estos cadáveres no existen. ¡Este pueblo llamado Tláhuac no existe para ellos! Pero la crisis seguirá asolando, con o sin la ayuda de la oligarquía de la Civitas Magna, y mañana la sequía nos golpeará más duro que hoy, y tendremos que luchar por nuestra supervivencia. ¡La Reina Valquiria nunca mirará hacia aquí, porque para ella nosotros no existimos!

Acalló, y su silencio sirvió como manto que se elevaba para revelar los semblantes abatidos y los ojos de desalientos en los aztecas. Las personas estaban confundidas por sus palabras, que se podían interpretar como un intento de rebelión local. Todos estaban hundidos en el barro de la desmoralización, y cuando se está sumido en la confusión, se buscaba de alguien que le dijeran lo que tenía que decir. Y ese alguien, aquí y ahora, en frente y encarando la cruda realidad, era Uitstli.

—¡Lo quieran o no, participan en esta maldita guerra invisible! Pero no lo hacen ni lo harán solo, ya que yo estoy con ustedes bajo este mismo barro, bajo esta misma lluvia de cenizas, bajo estas mismas tierras infértiles y bajo estas epidemias. Quizás la Civitas Magna nunca documente sus esfuerzos de supervivencia, pero hay alguien más importante que si se fija en sus heridas y sus síntomas por el trabajo de arar y de quema de cultivos. Alguien que sí admira su valor cuando luchan contra este inclemente fenómeno de la naturaleza. ¡Y ese alguien SOY YO, UITSTLI! ¡SUMO SACERDOTE! ¡Llámenme como quieran, siempre que cumplan con mis cometidos! ¡En esta guerra invisible, sus actos son solo visibles para mí! Y yo siempre lo recompensaré con comida y protección por más que falten recursos. ¡No sé si esta guerra la vamos a ganar o perder, pero sí sé que mientras yo los observe, ninguno de ustedes cederá un pie ante estas terribles sequías! Yo sufro lo mismo que ustedes, ¡y lucharé por lo mismo que ustedes! —Uitstli estiró un brazo y señaló a toda la turba de aztecas que, corcoveados con vehemencia por su discurso exaltador, miraron al Sumo Sacerdote con ojos inundados de esperanzas y de disciplina— Muchos de ustedes me dicen que si los Dioses Aztecas nos ayudarán, que si ofrecemos sacrificios en sus nombres salvarán Tláhuac... —Uitstli ladeó la cabeza y bajó el brazo— Yo les digo que sí. Los Dioses Aztecas salvarán Tláhuac... —sus ojos se entrecerraron en una mirada determinante— ¡Porque ellos nos dieron la fuerza para hacerlo nosotros mismos! ¡Por lo que desde ya les digo, mi pueblo, mis corazones vivientes! ¡LAS REGIONES AUTÓNOMAS NO CAERÁN!

Los vitoreos, aplausos, silbidos y exclamaciones de adoración no se hicieron esperar. Un ciclón de gritos alabando al Sumo Sacerdote se revuelven por todo el mercado de la Piedra del Sol. El frenesí del populacho hizo que todos y cada uno de ellos repitiera las últimas tres palabras del Sumo Sacerdote:

—¡NO CAERÁN! ¡TLÁHUAC NO CAERAN!

Zaniyah, con sus manos sobre su cintura, tenía los ojos asombrados al inicio, pero después pasaron a entrecerrarse y sus labios a inclinarse en una amplia sonrisa. La alegría por ver el poder emocional de su padre la colmó por completo, y en especial al verlo extender sus brazos y ser bruñido por los rayos del eclipse del Estigma de Lucífugo, como diciendo que, incluso si se tratase de un sol maldito, él podía vanagloriarse de sentir la radiación benevolente de Tonatiuh.

<<Si tan solo Yaocihuatl estuviera aquí para verte...>> Pensó Zaniyah, apretando los labios y encogiéndose de hombros.

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|◁ II ▷

Teocalli de Otuanaka

El templo dedicado a Xilonen era el edificio más grande de todo el pueblo... Y de las pocas reminiscencias de la antiquísima gloria perdida de la Triple Alianza.

Midiendo casi cuarenta metros de alto, la pirámide constituía todo el centro cuadrangular de la ciudad, y era allí donde se acarreaban la mayoría de los rituales aztecas. Formada por la superposición de mastabas, estas últimas creaban terrazas que servían a modo de balcones en las partes laterales. La escalinata alcanzaba los cien escalones, todos empinados y apoyados gracias a los contrafuertes y los grandes sillares donde estaban dispuestos, a modo de ornamento, las cabezas de serpiente de Quetzalcoatl y los cráneos humanos en símbolo de Xipe Tócih. Además de Xilonen, Quetzal y Xipe eran otros dos dioses que las gentes de Tláhuac adoraban profusamente, más que cualquier otra deidad azteca. No era de extrañar, pues esta trinidad de dioses fue elevados a la categoría de héroes locales luego de ayudarlos a reconstruir su civilización.

Los colores naranja, verde, amarillo y dorado primaban por la fachada y por los laterales con formas geométricas policromas. Estas líneas se extendían en zigzag hasta acabar en cabezas de serpientes. La majestuosidad de esta pirámide era comparable con la del Templo Mayor, en la ya extinta Tenochtitlan. El recorte de su imagen se podía ver a kilómetros de distancia gracias a su altura y su grosor. Este era, sin duda, el mayor ejemplo de orgullo nacional de un pueblo que ha perdido sus tierras hace mucho tiempo.

Pero para Zaniyah, todo ese nacionalismo empedernido no era más que un sentimiento banal siempre que era vista por el eterno ojo del Estigma de Lucífugo. Y ese desánimo estaba siendo más presente ahora que Tláhuac estaba pasando por esta crisis.

Dentro del templo que estaba instalado en la mastaba más alta, Zaniyah y Uitstli hacían la labor de hacer mantenimiento. Pasaron varios meses desde la última vez que limpiaron las compuertas, las estatuas, el amueblado, los conductos de ventilación y cada esquina que no estuviera manchada con montículos de polvo. La niña azteca estaba barriendo los últimos rastros de polvo del pabellón principal, mientras que su padre pasaba un trapo sucio sobre la estatua de bronce de Xilonen; una mujer arrodillada, de vestido holgado, disco solar de Tonatiuh en su pecho, tocado semejando plumas, un cuchillo en su mano izquierda y muchos otros ornamentos orfebres colgando de sus manos y su cuello.

Zaniyah recogió todo el polvo con la pala de mano y lo echó dentro de una bolsa. Mientras le hacía su nudo, la niña azteca giró la cabeza y vio por encima de su hombro a Uitstli. Su padre se bajó de la estatua de Xilonen, retrocedió tres pasos hasta detenerse, y apreció con ojos fascinados el relucir del bronce de la estatua.

—¿Ya terminaste? —preguntó Uitstli sin dirigirle la mirada.

—Sí, papá —gruñó Zaniyah, terminando de haberle el nudo a la bolsa—. No entiendo por qué hacemos mantenimiento. ¿El equipo que se encarga de esto está...?

Uitstli la miró de reojo, y su severa mirada bastó para transmitirle a Zaniyah la respuesta.

—Sí... —murmuró ella, la mirada cabizbaja— Supongo que esa epidemia está golpeando a todo el pueblo igual que la viruela que trajeron los españoles.

—Una epidemia no acabará con nosotros —contestó Uitstli, devolviendo su mirada inmersiva sobre la estatua de Xilonen.

—Cosas peores se avecinan, según dicta el calendario maya —bromeó Zaniyah, reincorporándose y colocándose al lado de su padre.

La claraboya que abría el techo escalonado dejaba filtrar los rayos del eclipse. La iluminación era natural en aquella estancia, y los arcos de luz rojo y anaranjado dotaban de una aura silenciosa y tranquila en aquella sala, donde padre e hija miraban hipnotizados la estatua multicolorida de Xilonen.

—Ese discurso que diste en el mercado, papá —dijo Zaniyah sin despegar los ojos de Xilonen. Sonrió—. Un discurso levanta ánimos, hasta a mí se le pararon los pelos del cuerpo de solo escucharlo. No sabía que tenías esas ínfulas, papá. Un monologo digno de alguien como el difunto Moctezuma —la melancolía se le adhiere a la garganta al pronunciar el último nombre.

—Mmmmm... —fue la escueta y hasta indiferente respuesta de Uitstli.

Los dos se quedaron en silencio por un largo lapso de veinte segundos. La incomodidad de ese hielo silencioso hizo que Zaniyah entreabriera varias veces la boca, pero no llegara a decir nada. Tenía tantas cosas que decirle a su padre, que todas se apelotonaban en su garganta y se caían en avalancha antes de poder producir un balbuceo.

Al final la joven azteca se armó de valor. Apretó los labios, suspiró y se dirigió a Uitstli con la siguiente pregunta:

—Papá, ¿qué fue lo que pasó cuando Brunhilde llegó a nuestra casa?

La pregunta relampagueó dentro de la cabeza de Uitstli. Aunque por fuera pareciera igual de indiferente que en horas anteriores, por dentro el guerrero azteca tenía un fuerte debate contra sí mismo. Un debate que suponía la preservación de la confianza de su hija. Por un lado, la honestidad le suplicaba que le dijera la verdad. Por otro, la obstinación de guardar secretos lo mantenía a raya en el silencio.

Al final este último prevaleció en el duelo.

—No pasó nada —respondió, y se volvió sobre sus talones para caminar cuera del templo.

Zaniyah apretó los dientes en una mueva hastiada. Se interpuso en el camino de Uitstli y le dio un empujón para echarlo hacia atrás. La embestida solo sirvió para detenerlo a regañadientes. Uitstli cerró los ojos y bajó la cabeza.

—No puedes seguir ocultándome secretos, papá —masculló Zaniyah, dando vueltas de un lado a otro cada que Uitstli giraba la cabeza para evitarla—. Ya soy lo bastante grande para saber que Brunhilde no vino a nuestra casa a predicarnos el padre nuestro.

Uitstli permaneció en silencio. Su rostro se ensombreció, pero aun así Zaniyah no se dejó intimidar por esa gélida muralla de hielo que creó su padre... y que siempre creaba cada vez que lo confrontaba sobre estos temas.

—¿Qué fue lo que te dijo Brunhilde que de repente estás más arisco de lo normal? —insistió Zaniyah, sus ojos refulgiendo de decisión mientras acribillaba a su padre con preguntas— ¿Te dijo algo incitador? Ella quería algo de ti, ¿no? ¿Qué quería? ¿Qué te ofreció?

Nuevamente, silencio por parte de Uitstli. Su rostro prevalecía en las sombras de la incertidumbre. Zaniyah no se echó para atrás, y siguió con su lluvia de preguntas al tiempo que ella avanzaba y Uitstli retrocedía:

—¿Ella nos ofreció ayuda a cambio de algo? ¿Qué es ese algo? ¿Por qué no me lo quieres decir...?

Y justo cuando Uitstli estuvo a punto de chocar su espalda contra la pared, Zaniyah se detuvo, y en su rostro se esbozó una mueca de clarividencia. Ensanchó los ojos y quedó boquiabierta por unos cuantos segundos.

—Ella te ofreció unirte a ese grupo... Los Legendarium Einhenjar, ¿cierto?

Se logró oír un bufido de sorpresa atemorizante venir del oscuro semblante de Uitstli.

El silencio atenuante que advino después incrementó la tensión entre padre e hija; incluso sin decir palabra alguna, Uitstli respondía con la información necesaria para alterar a su hija. Zaniyah retrocedió unos pasos, los labios temblorosos, los ojos parpadeando varias veces, su mente revolviéndose en mil cuestiones que no llegaban a nada. La joven azteca agitó los brazos y, con la mirada entrecerrada, observó con desidia a su padre.

—¿Desde cuándo tienes pendiente esa oferta? —gruñó Zaniyah, acercándose a su padre hasta tenerlo a un metro— ¿Días? ¿Semanas? ¿Años? ¿Es acaso esta la primera vez que ella viene a nuestra casa? ¿Es por eso que la señorita Randgriz se relacionó con nosotros para no volver a hablarnos? —al ver como su padre persistía con su molesto silencio, Zaniyah apretó los dientes y se inundó en ira— ¡RESPÓNDEME, POR FAVOR!

Más silencio. Ese mutismo tan asqueroso para Zaniyah, esa manera de cerrarse sobre sí mismo en no responder a su acribillamiento de preguntas, es lo que más odiaba de su padre. Uitstli siempre le había enseñado a no ser una cobarde en todos los ámbitos, pero la partía en pedazos al ver como su padre se retraía sobre su propio espíritu y se negaba a revelar información crucial para profundizar más en su vínculo.

—¿Por qué rechazaste la oferta de Brunhilde, ah? —balbuceó Zaniyah, retrocediendo y llevándose las manos a la cabeza— ¿Porque piensas que puedes solucionar esto por tu cuenta? O-o s-sea... —Zaniyah apretó los puños— En vez de consultarmelo, ¿lo mantienes en secreto? ¡NO PUEDES ESTAR HABLANDO EN SERIO!

Zaniyah acalló para respirar y coger aire. La posterior afonía que vino después hizo que la joven azteca se concentrara en el rostro enjuto de oscuridad de su padre. Notó como sus labios se torcían en una disgustada mueca. Uitstli comenzó a caminar, un paso tras otro, lento y tan soberbio que Zaniyah retrocedió cada paso que él daba. La histeria se desvaneció de la joven azteca, y todo lo que quedó en su rostro es un semblante de desespero e incertidumbre por no saber lo que iba a responder su padre a continuación.

—No quiero que ni Tláhuac y ni las demás Regiones Autónomas sufran de la belicosidad de Brunhilde —bramó Uitstli, formulando cada palabra con un bufido demandante que hizo sentir a Zaniyah como si estuviera siendo regañada—. Es por eso por lo que no acepté su oferta. Porque esta guerra se trata sobre ella misma, no de la humanidad.

—E-eso tú n-no lo sabes, padre —farfulló Zaniyah.

—Lo he visto antes, y lo vuelvo a ver en ella —Uitstli se detuvo, y Zaniyah chocó su espalda contra la pared. El Jaguar Negro se inclinó hacia delante hasta estar a la altura de la joven morena—. Los reyes que pelean por sí mismos arriesgan todo para ganar, incluidos a sus más cercanos aliados. No importa la cantidad de soluciones que ella tenga para nosotros... —Uitstli ensanchó los ojos blancos, y estos refulgieron en llamas escarlatas— Yo no pienso poner nuestras vidas en la palma de su mano.

Zaniyah bajó la cabeza y tragó la saliva. Por más que ella quisiera protestar, por más que ella no estuviera de acuerdo, la dominancia que su padre demostraba con estos gestos y estas palabras hacían dormitar su actitud rebelde y la colocaban en la actitud sumisa y callada en la que está ahora.

—No me vuelvas a hablar sobre Brunhilde. ¿Quedó claro?

La joven morena asintió nerviosamente la cabeza. Uitstli irguió la espalda, se volvió sobre sus pasos y se dirigió hasta el umbral del templo.

—Vamos —dijo, deteniéndose justo debajo del dintel para dirigirle una mirada a su hija aún quieta en la pared—. Ya está anocheciendo.

Y Zaniyah siguió con desdén a su padre fuera del templo, de regreso a casa, y con la siempre eterna mirada del Estigma de Lucífugo cerniéndose en el cénit del firmamento. 

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5
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

Mansión Folkvarng

Corredores de las Antesalas Reales

La Valquiria Real Randgriz anadeaba por los desolados pasadizos de la mansión Folkvarng. Por ellas no pasaba ni una sola alma a excepción de las dos guardianas valquirias que la escoltaban... y de la adorable Geir, quien caminaba alegremente a la par de ella y la guiaba hasta los aposentos de la Reina Valquiria.

—Ha habido mucho movimiento estos últimos días —dijo Geir, mirando de soslayo y con una sonrisa a la severa Randgriz—. Los Ilustrata moviendo todos los aparatos del Estado para evitar que se desmorone, los príncipes demonios haciendo ruedas de prensa, los dioses anunciando el Torneo del Ragnarök... —Geir lanzó una mirada expectativa hacia el eclipse solar, visto a través de los lujosos ventanales—. No se sucedían tantos eventos históricos como hace diez años.

—Tienes razón, Geir —respondió Randgriz, las manos sobre su vientre, la mirada fija hacia delante—. Todo sucede muy rápido ahora.

—Y tan muy poco preparados estamos, de verdad —reconoció Geir, bajando la mirada unos instantes—. De los quince Legendarium, aun nos faltan unos siete u ocho de ellos. Algunos son difíciles de alcanzar, como Hui Yi, quien no se separa nunca de su emperador. O de Jibun, quien no se separa nunca de su esposa Aino... O de...

—O de Uitstli, quien no se separa nunca de su pueblo.

La voz de Randgriz pareció quebrarse al decir el nombre del Legendarium azteca. Geir alzó los ojos verdes, y se llevó una ligera sorpresa al descubrir y leer la melancolía en el semblante gentil y ovalado de Randgriz. La pequeña valquiria de cabello rosado no fue capaz de reprimir las penas que sintió al ver ese semblante; los ojos decaídos y los labios torcidos hacia abajo ya indicaban todas las connotaciones que la Valquiria Real tenía con el Legendarium.

—¡Mira, ya llegamos! —indicó Geir, adelantándose a su hermana y llegando hasta las compuertas que daban a la morada de la Reina Valquiria— ¿Lista para entrar?

Geir alcanzó a ver el semblante retraído y preocupado de Randgriz antes de que esta lo borrara pasándose una mano por encima del rostro, cambiándolo por un semblante preparado y seguro.

—Lista, Geir.

Geir removió las hijas que sellaban las compuertas y más empujó lentamente, abriéndolas de a poco y recibiendo los nítidos rayos de luz que venían del interior. Las dos valquirias se adentraron en la pomposa estancia de amueblado impecable de bordados dorados y rojos, recuadros neoclásicos repintado a las valquirias, estanterías llenas de libros y, por sobre todas las decoraciones, un cuadro de la antigua Reina Valquiria. Ni Randgriz ni Geir son sorprendidas o extrañadas de encontrarse a Brunhilde observando la pintura de Freyja. Ya era habitual topársela dando miradas de reojo o, ya de plano, mirar obsesivamente las pinturas de Freyja que estaban repartidas por toda la mansión.

—Me llamaste, Su Majestad —dijo Randgriz, tomando los extremos de su ancha saya para así hacer su característica reverencia—. Aquí estoy.

—Esta vez llegas a tiempo —respondió Brunhilde, sin darse la vuelta. Tenía los brazos en jarras—. Bien.

Geir frunció el ceño. No le gustaba la forma más gélida de lo habitual en la que su hermana mayor estaba hablando.

—¿Hilde-Onee-Sama? —farfulló, dando un paso adelante.

—Por favor, tomen asiento —profirió Brunhilde, señalando con un brazo las sillas dispuestas fuente al escritorio. Seguía sin darse la vuelta—. Ya les diré que de trata esta reunión a puertas cerradas.

Randgriz y geir se sentaron al unísono. El silencio que se prolongó por los siguientes segundos las puso extrañamente incómodas. Por lo general Brunhilde no se la pasaba viendo el recuadro de su madre por más de veinte segundos, pero ahora rozaba el minuto y ella no decía nada, no las miraba para darles la bienvenida... nada.

—¿Hay algo de lo que debamos saber, Su Majestad? —increpó Randgriz, ligeramente harta de tanto silencio por parte de su hermana mayor.

—Randgriz, ¿cuándo fue la última vez que interactuaste con Uitstli?

La pregunta que lanzó Brunhilde agarró desprevenida a ambas hermanas Valquirias. Randgriz frunció el ceño y caviló en la meditada respuesta.

—Hace... hace menos de un siglo —afirmó Randgriz, aunque en su mirada se deleitaba cierta inseguridad—. Luego de que las legiones de Aamón destruyeran los poblados aztecas, él fue a sacar a los invasores de sus tierras. Intenté convencerlo de dejarme ayudarlo. Sugerí el Völundr, incluso...

—Pero él lo rechazó, ¿no es cierto? —Brunhilde colocó sus manos en su ancha cintura. Seguía sin darse la vuelta.

Randgriz se le dificultó responder a la pregunta retórica. Se le formó un nudo en la garganta, y nervios de recordad esas épocas tan turbulentas.

—Sí... —contestó Randgriz secamente.

Se hizo otro silencio prolongado que fortaleció la incomodidad en Geir y la pesadumbres en Randgriz. La Reina Valquiria por fin se dio la vuelta, y las dos hermanas valquirias observan un semblante endurecido y severo en la reina. Brunhilde caminó hasta su silla, y mientras se sentaba, lanzaba otra pregunta:

—Hermanas, ¿cuál es nuestro objetivo como valquiria reales?


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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

La pregunta arrojada por Brunhilde dejó estupefactas a las dos hermanas. La respuesta era obvia; ellas se habían entrenado académica y militarmente en esa idiosincrasia. No obstante, que Brunhilde se las estuviera haciendo ahora, y de una forma tan repentina, les parecía extravagante.

—Nuestra misión es reunir a los Einhenjers más fuertes para prepararlos para el Ragnarök contra los dioses —contestó Randgriz, muy a su pesar de sentir su respuesta algo artificial.

—¡Sí! —corroboró Geir, aseverando las palabras de su hermana. Randgriz la miró, y sonrió al verla apoyándola moralmente— Ese ha sido nuestro objetivo milenario desde que nuestra madre Freyja fundara esta dinastía.

Brunhilde aguardó en silencio. Se tronó los dedos de sus manos mientras cavilaba sus meditadas palabras.

—Cuando Freyja fundó a las Valquirias, lo hizo pensando en el amor que Frigg le tenía a la humanidad —comenzó a explicar la reina—. Frigg fue quien la motivo en ello, y fue también quien la indujo en que todas nosotras fuéramos semidiosas, y no diosas completas —Brunhilde bajó los brazos sin despegar sus manos—. Es por eso que todas aquí somos hijas de hombres mortales: caballeros, reyes, héroes... e incluso de otros semidioses.

—Y es por eso que la segregación entre nosotras y los demás fue tan intensa a lo largo de nuestra historia —comentó Randgriz—. Ahora más que nunca.

—Nunca nos hemos doblegado —prosiguió Brunhilde, masajeando sus manos enguantadas—. Nunca lo hicimos, y nunca lo haremos. Nuestra idiosincrasia hacia el amor por el hombre, por más que este sea impulsivo y destructor con el mundo y consigo mismo, es una moral que nunca se quebrantará... —la reina se quedó con la boca entreabierta por unos segundos— Pero no quiere decir que cambie con el tiempo.

—¿Q-qué quieres decir con eso, Hilde-Onee-Sama? —farfulló Geir, tragando saliva.

Brunhilde se tocó la horquilla dorada que colgaba de su melena azul oscuro. Se mordió el labio y clavó sus ojos a sus dos hermanas en una mirada de decirles que ya sabían la respuesta.

—Nuestro objetivo no ha cambiado —dijo—. Como Valquirias, respondemos por la integridad de la humanidad, no por el nepotismo de los dioses. Aun así, Frigg y hasta Freyja buscaban unidad para todos. Que viviéramos todos juntos —Brunhilde sonrió cínicamente y señaló a Geir y Randgriz con una mano—. Pero las tres aquí sabemos que esa utopía nunca existiría. Nunca existió paz; siempre hubo crisis entre héroes y semidioses como Heracles... o Sigfrido —al mencionar este último nombre, Brunhilde se mordió el labio y bajó por un par de segundos la mirada. Su rostro se ensombreció.

>>Ya desde antes de la Segunda Tribulación, Freyja se dio cuenta que había un bando que no podía compartir el mismo universo, y esos eran los dioses. Cuando Frigg murió, se llevó todo rastro de pacifismo con ella. Y mi madre dejó de buscar la paz... —Brunhilde volvió a sonreír— igual que yo. Por eso le pedí al dios elfo Völundr, antes de su deceso a manos de Thrudgelmir, que fundara la habilidad definitiva que permitiría a la humanidad batirse en duelo contra los dioses en esta batalla final.

—La habilidad que lleva su nombre —recitó Randgriz—. Völundr.

—Muchas en Vingólf me criticaron por la poca practicidad del Völundr. Que se necesita de mucho tiempo para que sus almas se entremezclen con las del Einhenjer. Meses, hasta años, para que la fusión sea completa —Brunhilde chirrió los dientes—. Pero es precisamente ese tiempo lo que hace de esta habilidad tan poderosa. ¿Qué hace diferente el Völundr de otras habilidades de fusión de almas del estilo? Los Bodhisattvas del budismo, por poner un ejemplo.

Randgriz y Geir intercambiaron miradas. Geir le hizo un ademán con la cabeza como diciéndole que dé una respuesta así sea a la desesperada. Randgriz cerró los ojos y se encogió de hombros.

—Supongo que... —empezó a decir— Que la Devoción que un Bodhisattva le provee a su Buda no es la misma, ¿no? Porque mientras que las almas del Bodhisattva y la del Buda se fusionan para ser un solo ser autónomo que alcanzó la Iluminación...

—Las almas de las valquirias y los Einhenjar no se fusionan, sino que se complementan —la interrumpió Brunhilde, y la claridad de su interrupción fue tal que Geir y Randgriz se la quedaron viendo con algo de asombro—. Sus almas crean una triple dimensionalidad que permite alcanzar un nuevo estado. Triple dimensionalidad, como una triqueta-Brunhilde trazó con su dedo el dibujo de una triqueta en el aire—. Si el Einhenjer comparte su elemento "Mortal" y la Valquiria su elemento "Divino", entonces se crea una nueva dimensión de consciencia y poder Una dimensión que mi madre apodo con el adjetivo de... —Brunhilde extendió su dedo índice hacia Randgriz y Geir— "Amor". Pero no amor de pareja o esas tonterías que le vienen a la mente cuando piensan en la palabra "amor" Me refiero al amor universal. Para ser precisas, el amor que las valquirias tienen hacia toda la raza humana. Ese es el poder de nuestro Völundr, señoritas.

-—Por más de que me lo haya aprendido de memoria, aún me sigue sonando algo cursi... —confesó Geir, las mejillas ruborizadas y tocándose una con un tremuloso dedo.

—Oh, no me digas ¿ahora si te estás enamorando de Sirius, acaso? —la tanteó Randgriz, cruzándose de brazos, entrecerrando los ojos y sonriendo pícaramente.

—¡Ya te dije que es un amor de hermanos nada más, Randgriz! —exclamó Geir, su cara roja cual tomate y muerta de la vergüenza. La empezó a golpear inocentemente en su hombro, y Randgriz sonrió de oreja a oreja.

—Hey, una nunca sabe qué tipo de amor puede salir de allí —Randgriz alzó los hombros y enarcó ambas cejas, ignorando los múltiples golpecitos que Geir le estaba dando.

—Y no solo amor hacia la humanidad, sino amor hacia nosotras mismas —continuó Brunhilde con la misma devoción en su tono de voz. Geir paró su pequeño berrinche y volvió a su asiento—. Por eso es que le pedí a Völundr que hiciera de esta habilidad siguiendo los parámetros del Ciclo del Héroe. Es a través de esa introspección, de ese viaje espiritual, de ese autoconocimiento, que el Völundr se hace fuerte. Nada de que una valquiria y un Einhenjer se conocen, el einhenjer dice un pirobo, la valquiria se moja la entrepierna, y listo y ya pueden hacer Völundr. Así no funciona -Brunhilde agitó su mano en gesto de negación. Al bajarla, guió su mirada esmeralda hasta clavarse en Randgriz-. Eso me lleva a ti, hermana Randgriz.

—¿Sí, Su Majestad? —aludió Randgriz al instante, sin despegar la expectativa sobre lo que Brunhilde tenía que decirle.

—Vas a volver a Tláhuac y convencerás a Uitstli de participar en el Torneo del Ragnarök y en hacer Völundr contigo.

Randgriz se quedó estupefacta por unos instantes. Cerró con fuerza los ojos y entreabrió la boca.

—S-Su Majestad —farfulló—. Usted sabe lo mal que nos fue, ¿no?

—Me fue mal a mí, pero a ti te deberá de ir espectacular —argumentó Brunhilde—. No digo que vayas, toques su puerta y digas "Uitstli, soy Randgriz, ¡hagamos Völundr!" —Brunhilde exageró su tono y realizó ademanes con sus manos para ejemplificar de forma graciosa la escena. Randgriz permaneció con el rostro severo, sin embargo Geir le sacó una sonrisa esa impresión de Brunhilde— Puedes ir de a poco, investigar como es el estilo de vida de Zaniyah y Uitstli y, si te es posible, reunir a los antiguos compañeros del Jaguar Negro. Desde que Uitstli se separó de su esposa, evitan verse por la misma calle.

—Su Majestad... con todo respeto que le tengo... —Randgriz frunció el ceño y ladeó la cabeza, la frustración denotándose en su voz— ¿Qué diferencia haría esto del intento que hice hace un siglo? Yo ya no... —Randgriz se atragantó con sus palabras por unos instantes— yo ya no interactúo con hombres como él. No soy la misma Randgriz de ese entonces. No desde el deceso desde mi queridísima madre...

—Pues entonces te voy a pedir encarecidamente que vuelvas a ser esa Randgriz —le espetó Brunhilde, el rostro ensombrecido por la seriedad. Cuando la Valquiria de cabello naranja iba a hablar, Brunhilde la interrumpió—. Escucha, entiendo lo que tuviste que pasar por culpa de tu padre durante la Segunda Tribulación. Negligencia que hizo que tu madre, la Asynjur Fulla, muriera a manos de las legiones del Totius Infernum. Pero eso ya es agua bajo el puente desde hace un siglo —La Reina Valquiria se inclinó hacia delante y junto las yemas de sus dedos—. Así que sal de ese invernadero que es tu casa, actúa como una mujer adulta, y haz lo que tu Reina te ordena. ¿Entendido?

Un asalto de vahídos sentimentales se desplomó sobre Randgriz. La valquiria apretó los labios, entornó los ojos, enarcó las cejas, movió sus pómulos... Un conjunto informe de sentimientos iba y venía en su cara cambiante, coda que puso más nerviosa a Geir de lo que ya estaba. La valquiria de pelo rosa poco conocía del pasado de su hermana, pero bien sabía que una sola referencia a su padre bastaba para ponerla histérica... Menos ante la reina.

Randgriz asintió con la cabeza y esbozó una mueca derruida.

—Entendido, Su Majestad.

—Bien —Brunhilde hizo un ademán de dar permiso para retirarse—. Puedes irte. Mañana en la mañana quiero verte ya en Tlahuac.

Randgriz se puso de pie, hizo una última reverencia hacia Brunhilde, se volvió sobre sus pasos y salió de los aposentos reales. Geir no pudo evitar darse la vuelta y mirar a la reina con una expresión de incredulidad y ligero repudio.

—¿Hacía falta hablarle de esa forma, Hilde-Onee-Sama?

Brunhilde le dedicó su mirada gélida y comandante. Geir se asustó y sintió escalofríos. La Reina Valquiria sonrió, posó un brazo derecho bajo su busto y colocó su mano izquierda en su mejilla. Sus pómulos se alzaron gracias a la sonrisa astuta que esbozó.

—Geir, ya deberías saberlo...

—Geir, ya deberías saberlo... Nuestro amor por los hombres es tanto nuestro cielo como nuestro infierno.

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6
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|◁ II ▷

De regreso a la finca de Uitstli

La caravana repiqueteaba a medida que avanzaba por el pedregoso camino. Debajo de la manta que recubría la parte trasera del carruaje había un montón de herramientas de cocina y de arar, comidas enlatadas, frutas y verduras, especias, inciensos y perfumes. Ellas también se reñían entre ellas a causa de las sacudidas algo intensas del carromato. Los llanos que se extendían a cada lado del sendero, ya sea en camino recto o ascenderos por laderas de mesetas. Las extensiones de suelo estaban abiertas por grietas secas, lo que hacía ver la infertilidad en su mayor esplendor.

El eclipse solar se oteaba en su siempre cénit del firmamento. Apenas soplaban vientos y caía ceniza. Eso le hizo pensar a Zaniyah lo mucho que extrañaba el verde de los bosques. Si bien había extensiones de bosques a las afueras de Tláhuac, sus hojas siempre estaban manchadas de hollín. Desde la Segunda Tribulación, jamás volvió a ver la hermosura del pasto, los helechos y las hojas verdes y vivarachas. Ahora todo parecía moribundo, justo como lo eran ellos por culpa de esta crisis de sequía.

—¿Por cuánto tiempo podrá sobrevivir nuestro cultivo? —inquirió Zaniyah, sentada en la parte trasera del carruaje junto con los útiles ocultos bajo el manto.

—Menos de dos semanas —contestó Uitstli en el asiento de conductor, espoleando con impasibilidad a los caballos que tiraban del carruaje—. Y eso si aplicamos bien las técnicas de cuidado.

—No es la primera vez que sufrimos una sequía, a decir verdad —Zaniyah enroscó un mechón de cabello alrededor de su cuello—. Pero esta será la más fuerte hasta el momento. Peor incluso que la de la Segunda Tribulación.

—Ni lo dudes.

—Ah, si tan solo Tepatiliztli con sus técnicas de curación y de cultivo estuviera con nosotros para ayudarnos...

—No necesitamos la ayuda de ella ni la de nadie —respondió Uitstli de forma abrupta—. No somos dependientes de nadie.

—No será por mucho tiempo, papá. Tarde o temprano, tendremos que pedir ayuda cuando menos lo esperemos.

—Mmmmm...

El carruaje atravesó el último de los puentes de madera que conectaban a la meseta donde se encuentra su mansión. Al acercarse lo suficiente a ella Uitstli la detuvo justo frente a la fachada. Se bajó de asiento de conductor, y Zaniyah de la parte trasera. La joven azteca removió la manta que ocultaba todos los utensilios requisados de la Piedra del Sol.

—Yo llevo las resinas primero —dijo, tomando las bolsas con los recipientes de inciensos dentro y dirigiéndose hacia la puerta de la entrada.

No obstante, a mitad de camino, chocó contra el brazo que Uitstli interpuso en su camino. La joven azteca trastabilló.

—¿Qué demonios, papá? —masculló ella, pero la rabia se le esfumó al ver el rostro de su padre y descubrir en su semblante... una mueca de ojos ensanchados y labios entreabiertos, como si se sorprendiera de alguna presencia que ella no pudiese ver. 

Uitstli velozmente se dio la vuelta y clavó sus alterados ojos en el horizonte de las mesetas, como queriendo hallar con la mirada aquello que tanto lo perturbó. Zaniyah se extrañó y le preocupó el comportamiento tan brusco de su padre que también se dio la vuelta e intentó hallar con la mirada algo que ni ella sabía que era. Así estuvieron por varios segundos, incómodos para Zaniyah, quien no pudo soportarlo más y exclamó:

—Papá, ¿qué sucede?

Uitstli no respondió. De repente comenzó a caminar a grandes zancadas alrededor de la casucha. Zaniyah le dijo que esperara y lo siguió como buenamente pudo.

Al llegar a la parte trasera donde se encontraban los campos de cultivo que recién habían arado antes de salir... Se toparon con el horror de descubrirlas completamente destruidas. Toda la siembra de maíz y trigo estaba arrancada y vulgarmente regada por todo el perímetro como cadáveres de personas que sufrieron una masacre; las vallas estaban derribadas, y cortadas en pedazos, dejando así las marcas de arañazos; los canales de agua estaban sucias con sedimentos tóxicos que los coloraban de color verde. Uitstli y Zaniyah permanecieron en gélido silencio: el primero con el rostro ensombrecido, y la segunda con una mueca de espanto.

—¡¿Q-qué fue lo que pasó?! —farfulló Zaniyah— ¡¿Acaso fueron bandidos?!

—La puerta no tenía señales de haber sido forzadas... —Uitstli caminó hasta uno de los huertos. Al bajar la mirada, descubrió algo. Se acuclilló, tocó el suelo con un dedo, y tanteó las huellas con formas de patas de cuatro zarpas que marcaban la tierra— Un animal hizo esto.

—¿Pero qué clase de animal habría hecho algo así? —balbuceó Zaniyah, corriendo de un lado a otro para verificar que hasta el último vergel estaba derruido— Es más, ¡¿qué clase de animal dejaría las aguas intoxicadas?!

Uitstli se llevó una mano a la barbilla en gesto pensativo. Toda la paz que había gozado hasta este entonces se deshizo en añicos. La vehemencia de haber dado aquel discurso en la Piedra del Sol se esfumó también, siendo reemplazado por la crisis pensativa de identificar lo que pasó aquí, y lo que pasará ahora que perdieron toda la siembra. Y en aquel torbellino de pensamientos ariscos, a su memoria llegó un recuerdo que tomó por sorpresa a Uitstli.

—No... —fue lo que alcanzó a decir antes de que él y Zaniyah fueran sorprendidos por el estridente chillido de una bestia a lo lejos.

Los dos se dieron rápidamente la vuelta en dirección al origen de aquel alarido. De repente se toparon con una densa cortina de niebla verde que tapaba su visión y no les permitía ver el horizonte. La ilusión óptica que creó aquella humarada les hizo ver charcos de agua estancada y lodo semejantes a los de un pantano. Se oyó el rumor de una llovizna, y segundos después padre e hija observaron la tenue emanación de la lluvia cenagal formando aquellos lodazales. El miedo allanó en los corazones tranquilos de Uitstli y Zaniyah, y el primero agarró a la segunda del hombro y la colocó detrás suyo para defenderla.

—Papá, ¡¿qué está pasando?! —bramó Zaniyah, entre la rabia de la confusión y el pánico por la misma.

Uitstli no respondió y permaneció con la mirada fija en la muralla de vapor verde. En su mente, además del pensamiento de proteger a su hija, también destilaba el temor de un recuerdo impertérrito que jamás pensó revivir, mucho menos después de haber revivido y reencarnado en este lugar. Su cerebro se cerró sobre si mismo, y pensó que esto no era más que un sueño, una pesadilla, o algo para poder tranquilizarlo...

Pero todas esas conjeturas se vinieron abajo cuando vio a la criatura humanoide y anfibia surgir de uno de los lagos pantanosos.

Uitstli acomodó a Zaniyah detrás de sí para que no viera lo que él estaba observando. Aquella abominación de aspecto vagamente humano caminaba a paso lento, emitiendo sonidos de charcas con cada zancada. A medida que se aproximaba hacia la casucha, dejaba ver mejor su aspecto: un engendro de forma humana, pero de piel verde llena de ostras y placas de armazón, vendas cubriendo sus manos y muñecas y harapos negros cubriendo sus piernas. Aquel hombre lagarto extendió ligeramente sus brazos a cada lado, sus ojos se iluminaron de un brillantino color anaranjado, y emitió un gruñido draconiano acompañado de una macabra sonrisa de colmillos.

<<No... esto no es posible...>> Pensó Uitstli, anonadado por primera vez en muchísimos siglos. <<Estos malditos... ¡Los había aniquilado a todos!>>

—Papá, si algo malo está pasando, ¡será mejor que me lo digas ya! —maldijo Zaniyah, harta ya de estar escondida detrás de las piernas del inmovilizado Uitstli y de escuchar aquellos sonidos guturales y grotescos.

El hombre lagarto apretó los puños y un aura de color verde oscuro envolvió su cuerpo. Uitstli apretó los labios y endureció su semblante. Sea esto una ilusión, una pesadilla, o algo por el estilo, no importaba. No dejaría que nada ni nadie perturbara la paz que tanto le costó construir.


╔═════════ °• ♔ •° ═════════╗

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