Llueve el cielo en agosto ( B...

By josetellez0

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"Su corazón palpitaba cada vez más rápido, el aire le faltaba nuevamente, levantó sus manos y vio la sangre q... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9: Gritos en la oscuridad
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 22

Capítulo 21

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By josetellez0


    Cuando Aureliano cumplió diez años, pensó que ya tenía edad suficiente para entrometerse en las conversaciones adultas, que podía dar su opinión y que los demás lo escucharían. Todas las personas que miraba día a día eran adultos, la mayoría eran viejos, panzones, barbudos, calvos y con arrugas prominentes en las sienes, que tenían entre 50 y 80 años. Muchas veces escuchaba tertulias sobre la política y la guerra, temas poco a poco comenzaron a intrigarlo, pero cada vez su ávido deseo de comprender esos temas hasta llegar al punto, en ciertas ocasiones de esconderse detrás de los arbustos del patio de la mansión de su padre y escuchaba atentamente todas las palabras que usaban los allegados a su padre. Entre ellas escuchó muchas veces "golpe de estado", "invasores", "imperialistas", "yankees", palabras que a pesar de no conocer su significado quedaron estampadas en su frágil mente. Aureliano procuraba agradar a su padre, trataba de ser el mejor en todo lo que hacía, su permanente actitud competitiva le impidieron tener amigos de confianza durante un largo tiempo, sin embargo al señor Leid no le interesaba lo que hacía o decía su segundo hijo mayor, le interesaba más saber como se vestía su primogénita. Aureliano a sus diez años se hizo la idea que su padre en realidad estaba sentado en un trono y que gobernaba la nación como un rey, por lo cual él debía ser algún príncipe heredero. Para un niño de diez años podría resultar ser un simple juego, pero para Aureliano no lo era. Todos los días observaba lo que hacía su padre simplemente deseando seguir sus pasos y el día que asumiera el "trono" tener asegurado el cariño y el apoyo de su padre, pero este le había enseñado que un país se debía gobernar de forma autoritaria, sin importar la opinión de los demás ciudadanos, no necesitaba el apoyo de los miserables que se oponían a su política, el viejo Leid le había enseñado a su hijo que la violencia y la intimidación podían someter hasta la más indomable de las bestias.

   Aureliano fue creciendo con la misma mentalidad, nada le hizo cambiar de opinión, y con el tiempo se había creído una especie de dios o de ser poderoso, ya que todos en la mansión obedecían sus órdenes sin cuestionar una sola palabra. Sin embargo ser empático y agradable con los demás no eran sus punto fuertes, a sus veinte años, sabía que todos lo detestaban, pero no entendía por qué, hasta que su padre le mostró que las personas detestan a aquellos que son mejores a ellos por el simple hecho que los hacían sentirse inferiores. Hasta que esa noche, momentos antes de perder el conocimiento, Aureliano se sintió por primera vez en su vida, inferior a alguien, débil, frágil y adolorido.

  Sin necesidad de esforzarse Joeman arrastró a Aureliano por el cuello de su camisa hasta una de las pocas camionetas blindadas del ejército. Por suerte al bajarse los militares habían dejado todas las puertas abiertas. La oscuridad de la noche no le permitió distinguir claramente lo que había dentro del vehículo pero apartando algunas botellas de gaseosas y canastas viejas, Joeman hizo un pequeño espacio, lo suficientemente grande para que Aureliano alcanzara, este aún seguía inconsciente cuando Joeman lo levantó del piso como un muñeco de trapo y sin compasión lo tiró a la parte trasera de la camioneta, luego lo encadenó a una de las barandas que protegían la ventanilla que permitía la comunicación de la cabina delantera con la tina. Después de asegurarse de haberlo dejado muy bien amarrado terminó de cerrar las puertas y se dirigió rápidamente hacía donde reposaba el cuerpo inerte de quien fue el padre Silvio.

  "Le aseguro que vengare su muerte padre... todos ellos van a pagar por esto" – dijo Joeman para sí mismo en voz baja. Luego lo levantó del piso cuidadosamente y lo cargó en sus brazos hasta el edificio lateral de la capilla. Al levantarlo Joeman no pudo evitar ver su reflejo en el charco de sangre que había quedado estancado en el piso, un rojo oscuro que jamás se borraría de ese lugar.

  Trozos de vidrio habían quedado esparcidos en la entrada principal de la iglesia, al pasar entre estos, Joeman vió su reflejo en los pedazos que pisaba, unos más grandes que otros, pero no logró reconocerse en ninguno de ellos. Su rostro se había transmutado, su cuerpo a pesar de verse cansado, no había hecho más que fortalecerse y en su mente y alma una brillante y sofocante hoguera comenzó a quemar todo sentimiento de piedad o de perdón que había aceptado. En ese momento Joeman decidió que ya había esperado demasiado a la justicia terrenal y divina. Por lo cúal se dijo a sí mismo: "No habrá necesidad de esperar la justicia de este mundo por las personas que el gobierno de Leid haya asesinado, torturado, maltratado, violado o incluso robado, yo mismo voy a hacer justicia por todos ustedes". Enfocado en sus pensamientos, Joeman no se dió cuenta que se había pasado de la entrada, retrocedió unos pasos y entró en la sacristía, donde tres religiosas se encontraban de rodillas rezando frente a una crúz y aferradas a un rosario que aseguraban en sus manos.

– Lamento la muerte del padre Silvio – su voz interrumpió la oración de las religiosas, Joeman entró con la cabeza baja, no como una seña de debilidad o sumisión, simplemente para grabar en su mente el rostro del sacerdote y tenerlo muy presente en su mente el dia que el señor Leid tuviera que pagar por todos sus crimenes.

– No fue culpa suya, señor Prétel. Dios hará justicia por él – respondió una de las religiosas mirando a Joeman.

"Dios le hará justicia en el cielo, pero yo voy a hacerle justicia aquí mismo" pensó Joeman.

– Me gustaría estar presente para el entierro pero me temo que no va a ser posible – dijo él en voz baja a una de ellas, la cual asintió con la cabeza y le pidió a Joeman que dejara el cuerpo del padre sobre una mesa de cemento que se asemejaba más a una camilla de la edad de piedra que a una mesa.

  En silencio, Joeman se retiró de la sacristía. Al salir de la Iglesia caminó con paso apresurado hacía el pequeño cuarto dondé había dejado sus computadoras y las demás cosas que había comprado para secuestrar a Aureliano, después de revisar que todo estuviera en el mismo estado en el que los había dejado, logró meter todo su equipo en una vieja maleta que había encontrado en el pequeño armario del cuarto, excepto una de las computadoras ya que estaba seguro que en algún momento iba a necesitar la ayuda de Miura.

  Al cerrar la puerta del cuarto, Joeman sostenía la vieja manecilla algo oxidada con la mano derecha, lentamente la soltó y apoyó su otra mano sobre la puerta, luego dejó reposar su frente contra el muro y en ese instante no pudo evitar soltar un largo suspiro, el acto de cerrar una puerta le recordó momentos similares de su pasado, uno de ellos fue cuando tuvo que huir de su casa, él fue el último en cerrar las puertas, y después pensó en Ángela, en los momentos del pasado en los que estuvo con ella, se dió cuenta que probablemente nunca podría tener una relación estable, fuera del peligro, sin amenazas y que Ángela no se merecía una vida al lado de él. Joeman se dió cuenta que siempre tendría que estar huyendo de la familia Leid y de todas las mafias que dependían de esa familia. Perdido una vez más en sus pensamientos, Joeman se mantuvo en esa posición por unos cinco minutos hasta que un fuerte presentimiento trágico invadió su mente, escuchó gritos de alguien en su mente, alguien que él conocía, pero no logró identificar de quién eran. Levantó la cabeza rápidamente y volteó a ver a su alrededor, no había nadie, solo un pasillo vacío y poco alumbrado. Soltó la manecilla, retrocedió dos pasos y exhaló con fuerza, agitó la cabeza levemente como si despertara de un sueño, cuando se sintió totalmente consciente de la realidad, tomó sus cosas y apresuradamente regresó hasta la camioneta donde había dejado atado al hijo del presidente.

  Al llegar al vehículo, Joeman escuchó algunos rumores provenientes de la tina, eran similares a gruñidos sofocados, uno que otro golpe a la carrocería se confundía con estos últimos, pero sin prestarle atención se adentró en el vehículo, colocó las llaves y encendió el motor. De repente se escuchó un ruido estrepitoso provenir de la parte trasera de la camioneta. como si se hubiera dejado caer alguna pieza de metal. Joeman bajó del vehículo tranquilamente, se dirigió a la parte a la tina y abrió la puerta del valijero, para su sorpresa el hijo del presidente había logrado sentarse, pero también había logrado dejarse caer en las piernas un tanque de oxígeno, Aureliano tenía la cabeza gacha, tal vez no pensó que podía tener una hemorragia externa si dejaba que todas las gotas de sangre de su frente cayesen sobre su pantalón. Joeman no le dió mayor importancia, solo se aseguró que aun tuviera la mordaza y que los nudos aún siguieran socados. Con el mismo desprecio que había sentido hacia la familia Leid desde pequeño, antes de cerrar la puerta de la tina, Joeman empujó a Aureliano, quien cayó de lado con el tanque de oxígeno en las piernas.

  Eran alrededor de las 10:00 de la noche, Joeman abrió la puerta para que Wolff subiera primero, luego subió a la camioneta, arrancó y salió del parqueo de la Iglesia dejando atrás a veinte soldados del ejército y un desastre que tomaría tiempo arreglar. Mientras conducía sobre la carretera tuvo el cuidado de no decir una sola palabra, no volvió a escuchar ruidos en la parte trasera del vehículo, Wolff apenas asomaba la cabeza por la ventana, y al igual que su dueño, no pronunció el mínimo ruido. Joeman conducía a más de cien kilómetros por hora en carretera, cambiando de carril cada vez que alcanzaba un vehículo más lento que el suyo. Esa noche tenía pensado salir de la capital, no pretendía quedarse más tiempo arriesgándose a que alguién más resultara herido o muerto por su asunto con el gobierno.

  Joeman trataba de no pensar en nada, trataba de ignorar la existencia de Ángela, de sus amigos, de sus conocidos, de la muerte del padre Silvio, pero le resultaba difícil casi imposible. De repente su teléfono vibró, alguien llamaba, pero esa fue una de las cosas que Joeman pudo ignorar muy bien. Sin embargo la segunda vez que el teléfono volvió a vibrar no pudo evitar mirar quien era, lo tomó y contestó la llamada.

– Están aquí – dijo una voz temblorosa del otro lado de la línea.

– No te entiendo Laura, de quien hablas? Y porqué tenés el teléfono de Tony?– preguntó Joeman, tratando de comprender que sucedía.

– Hay militares... y policías en la casa... de Tony... te están buscando – Laura apenas lograba pronunciar palabras. Su voz parecía temblarle.

– Maldita sea – murmuró Joeman, en ese instante entendió que todos sus planes probablemente nunca podrían resultar tal como él los pensaba – Voy para allá – concluyó Joeman.

– ¡Que sea rápido por favor! – Al hablar, su voz parecía casi un murmullo silencioso. Para Laura la situación no era para menos, no le temía a la muerte pero sí a las formas que la muerte podía tomar.

  Al colgar la llamada, Joeman giró todo el volante hacía la derecha, subió el freno de mano, cambió de velocidad, soltó el acelerador, bajó el freno de mano, soltó el clutch a medias, aceleró y soltó el volante, nuevamente volvió a cambiar de velocidad y acelero. No tuvo tiempo para buscar un lugar para retornar, y esa noche no hubo tráfico así que tuvo que hacerlo en la carretera. Nuevamente en camino hacía la casa de Tony, Joeman no volvió a pronunciar una sola palabra, Wolff con una seguridad y tranquilidad implacable se mantenía sentado como si nada hubiese pasado.

  En ocho minutos, Joeman cruzó media ciudad, para su provecho las calles estaban casi desiertas ya que pocos vehículos circulaban a esas horas de la noche. Durante el corto trayecto Joeman trató de pensar en alguna idea para poner a salvo a Tony y su familia al igual que Laura. Su mente daba vueltas tras vueltas, pensando, imaginando, divagando hasta que una idea arriesgada se apoderó de él. Al llegar cerca de la casa donde vivía Tony y su familia, Joeman avanzó lentamente hasta estacionarse detrás de unos arbustos verdes y frondosos y de algunos troncos de árboles secos alrededor de unos 10 metros de distancia con el portón de la casa. Apagó la camioneta, escondió sus cosas en la guantera y debajo de los asientos. Luego de haber retirado las llaves, se bajó del vehículo. Se fue a la parte trasera de la camioneta y al abrir las puertas lo primero que vieron sus ojos fue al hijo del Presidente acostado de lado, aún seguía con el tanque de oxigeno encima de las piernas.

  Ver el rostro de Aureliano causaba más disgusto, asco que compasión y piedad. En todo el trayecto mantuvo los ojos cerrados por el dolor insoportable y la dificultad que sentía al intentar levantar la pupila reventada del ojo izquierdo, por lo cúal solo podía abrir el ojo derecho. Sin perder tiempo Joeman tomó dos Beretta de las que estaban colgadas a los lados de la camioneta, las escondió detrás de su espalda, y por si acaso se colgó al cuello una ametralladora de 50 disparos. Aún había una decena de armas cargadas dentro de la camioneta. Había dejado allí a Aureliano ya que confiaba que no lograría escaparse y menos tomar una pistola lo que efectivamente sucedió de tal forma. Dejando que Wolff se quedara en el asiento delantero, Joeman agitó violentamente y sin piedad a Aureliano para que despertase. Cuando finalmente consiguió abrir su ojo derecho, Joeman lo sacó de la tina tan solo sujetándolo del cuello de su camisa.

– Aquí termina tu viaje – le dijo Joeman a Aureliano quien a duras penas trataba de aflojar el agarre de este último por el miedo de asfixiarse.

  Joeman lo empujó para que caminara tal como si fuera un simple reo al que obligan a entrar a su celda. Aureliano estaba agotado, renqueaba al caminar, pero tuvo que apresurar el paso, cuando estaban llegando a la casa, Joeman tomó una de las Beretta. Sujetó firmemente al hijo del presidente por el cuello de la camisa y lo obligó a seguir caminando. Segundo después Aureliano sintió que una pistola le apuntaba al cráneo.

– Bajen sus armas – amenazó Joeman irrumpiendo en la escena, lo que logró inmediatamente llamar la atención de todos los policías

– Primero baja tu el arma – le ordenó el Capitán que estaba a cargo de la misión, y al igual que Joeman dirigió su arma hacía la cabeza de este último.

– Jamás – dijo el chico sin apartar la mirada al Capitán – Déjenlos salir si quieren que este pedazo de mierda siga vivo

– ¡Ten cuidado con tus palabras, niño! – dijo el Capitán elevando el tono de voz – Ese hombre vale mil veces más que tú.

– Dije que los dejen salir y punto – reiteró Joeman manteniendo su firme postura.

– No es capaz de matarlo, si lo hace vivirá una tormenta y el infierno en carne viva – dijo uno de los oficiales en voz alta.

A lo cúal, Joeman respondió disparando cerca de los pies del oficial que quiso intimidarlo. La bala por pocos centímetros hubiera causado daños irreversibles en las piernas del policía

– ¡Maldita sea! ¿Qué te pasa pendejo? – le insultó el mismo policía al sentir el roce del proyectil.

– Yo soy la tormenta y mi vida ha sido un infierno por culpa de la familia de este imbécil – dijo Joeman pronunciando cada palabra lentamente y asegurándose que todos lo escucharan. Y dije que los dejen salir – volvió a repetir Joeman

– Adelante – dijo el Capitán – Déjenlos salir y bajen sus armas – ordenó. Enseguida todos los policias dejaron sus armas en el suelo y dos de ellos tocaron al porton negro de la casa

  Sin esperar más tiempo los portones de la casa se abrieron y uno tras otro salieron Laura, Tony y sus padres quienes tenían un semblante más pálido que la misma nieve. Joeman les hizo seña que se acercaran, mientras sujetaba del cuello a Aureliano y le seguía apuntando a la cabeza con la pistola. Todos avanzaron, Joeman les dijo que subieran a la camioneta, le dijo a Tony que la llevara hasta donde él.

  Cuando Tony detuvo el vehículo en frente de los militares, Joeman quitó el seguro de su pistola, mantuvo su brazo firme amenazando con disparar y los obligó a retroceder. Al igual que los policías Joeman retrocedió dos pasos luego soltó a Aureliano y lo tiró hacía los pies de los policías. Quienes no hicieron nada más que ver al hijo del presidente atónitos por el semblante que este tenía. Joeman subió rápidamente a la camioneta, arrancó y avanzó.

  Pero en su mente, aún no había dejado de pensar en la muerte del padre Silvio, en la muerte de su hermano, en el hombre y el cuchillo que cortó su garganta, en el hombre que fue capaz de asesinar toda su familia, tan solo por poder, dinero, sadismo y soberbia. Joeman ya no sintió nada más que rabia, ira, deseos de venganza, odio y más odio. Tanto que cuando pateó a Aureliano, sintió una ligera y mórbida satisfacción por finalmente pagarle con la misma moneda con la cual él le pagó al padre Silvio, pero para Jomean, humillarlo y dejarlo moribundo no fue suficiente.

  Todos seguían dentro de la camioneta, Joeman iba al volante de esta, ya había avanzado algunas decenas de metros, cuando súbitamente se detuvo. Colocó sus dos manos sobre el volante y bajando la cabeza, cerró los ojos, respiró profundamente y trató de razonar, de conservar algo de moral y evacuar todos sus oscuros sentimientos. Sin embargo todo acto fue vano, en dos maniobras dió media vuelta con el vehículo para dirigirse nuevamente hacía a la casa de Tony.

– ¿Qué pasó Joe? – preguntó Laura mirando hacia los lados, ni ella ni los demás comprendieron el porqué de hacer media vuelta. Todos seguían impávidos por lo que había sucedido segundos antes.

Joeman no respondió, pensó que no era momento para abrir la boca y dar explicaciones de algo personal. Por unos segundos un silencio fúnebre reinó dentro del vehículo.

Inclinándose hacía adelante Tony le preguntó:

– Joe, ¿por qué estamos regresando?

Al igual que para la pregunta anterior, Joeman no pronunció palabra alguna, continuó avanzando, casi llegaban cerca de la casa de Tony.

– Bajen sus cabezas – ordenó Joeman sin apartar la vista del frente y con voz autoritaria. Inmediatamente todos bajaron sus cabeza y Wolff quién estaba al frente con su dueño, se escondió bajo la guantera.

  Cuando estaban en frente del portón negro de la casa de su amigo, los policias y militares aún seguían de pie con mano sobre sus escopetas, algunos atendían al hijo del presidente el cúal aún seguía de rodillas en el piso. Todos los policías levantaron sus armas al notar el acto sospechoso de Joeman, pero antes que alguno de ellos pudiera reaccionar, antes que Aureliano pudiera voltear a ver hacia atrás. Joeman retiró rápidamente la Beretta M9 que había escondido bajo su camisa, bajó la ventana y sin dudarlo un segundo, apuntó, aseguró y una bala se escapó del arma una vez, luego otra y otra más. Enseguida solo se escucharon gritos de espanto, se vieron miradas de horror, y sangre derramándose por el piso.    


  "...Tan solo si pudieras matar de un disparo el alma de alguién que nunca tuvo una. "

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