CONTACTO EN LA ÚLTIMA FASE

By RanniaCurtis

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Año 2521 de nuestra era. Una tierra desolada, desértica, pocos humanos sobreviven guarecidos en arcas. Un pu... More

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
Capítulo 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
CAPÍTULO 53
CAPÍTULO 54
CAPÍTULO 55
CAPÍTULO 56
CAPÍTULO 57
CAPÍTULO 58
CAPÍTULO 59
CAPÍTULO 60
CAPÍTULO 61
CAPÍTULO 62
CAPÍTULO 63
CAPÍTULO 64
CAPÍTULO 65
CAPÍTULO 66
CAPÍTULO 67
CAPÍTULO 68
CAPÍTULO 69
CAPÍTULO 70
CAPÍTULO 71
CAPÍTULO 72
CAPÍTULO 73
CAPÍTULO 75

CAPÍTULO 74

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By RanniaCurtis

Los dos guerreros que le dieron el alto a la entrada al itsmo, por suerte para Elena no eran de los más espabilados.

––¿Un accidente?––repitió el tipo––. No se nos ha notificado. ¿Pero de eso no se encarga la doctora Soreigh o sus ayudantes?

––La doctora se encuentra herida, en un hospital de NovaOrbe, los ayudantes, tras las revueltas están muy ocupados. Se me ha llamado a mí para ello, solo es un herido, viajaba en un monovehículo. Solo necesita nanomec para sanar, los suyos se rompieron durante la caída. Daos prisa, guerreros, no querréis que uno de los «Sangre Pura» muera de un accidente si yo puedo evitarlo.

––¿No sabes el nombre del herido?––le preguntó el otro.

La estaban retrasando, demonios de guerreros idiotas.

––No, pero me gustaría saber los vuestros, si ese habitante de NovaOrbe muere, querrán saber quiénes detuvieron a la doctora que iba a ayudarles.

––Mujer, no podemos acompañarte, esta noche solo somos dos. Tenemos varias patrullas, pero tardarán en llegar pues caminan a pie, no usan vehículo.

––Iré y volveré enseguida, tengo esta montura––respondió Elena con paciencia.

––Pero las hembras han de ser protegidas––repuso el que estaba mas alejado.

Elena se estaba hartando de tanta conversación que no llevaba a ninguna parte, necesitaba salir a la de ya. Tiró de las riendas, y el semental que montaba manoteó en el aire. Bien asida con las piernas a la silla, picó espuelas e hizo que el animal se lanzase a la carrera dejando a dos guerreros boquiabiertos sin saber qué demonios hacer, salvo usar sus comunicadores y despertar a Tarigh en su primer sueño.

A pleno galope Elena gritó.

––Mujeres, imbéciles, no hembras.



Tarigh despertó sobresaltado, la insistencia del comunicador le obligó a saltar de la cama y buscarlo, lo había dejado entre sus ropas en el baño.

––¿Qué ocurre?––dijo de mala gana, una vez que se conseguía dormir, y lo despertaban.

––Una hembra, perdón comandante, una mujer se nos ha escapado por el itsmo ––escuchó desde el otro lado.

Se pasó la mano por la cara para despejarse y cerciorarse que era verdad lo que escuchaba desde el otro lado.

––¿Saben quién de ellas es?––preguntó, pensando en Lucía. Pero ella estaba siendo vigilada, no podía ser.

––La doctora terráquea, Elena, dijo que había recibido un aviso de un accidente de un monovehículo a la salida del itsmo.

––¿Y a ninguno de vosotros se le ha ocurrido acompañarla? Tanto puede ser verdad, como no. Aunque la doctora no suele ser de las más insumisas––preguntó Tarigh comenzando a ponerse nervioso.

––Para reforzar otros puntos, solo somos dos en la entrada señor, perdone nuestra franqueza–– repuso el guerrero.

––Está bien, yo me encargo, seguid la guardia, peor que no se os escape ni una más...––gruño el comandante a sus hombres.

No podía castigar a sus guerreros por órdenes que él mismo dio horas antes. Buscó sus ropas limpias y se dirigió a la salida de su casa, tecleó los símbolos para abrir la seguridad y se dirigió a su nave tras cerrar de nuevo. Tenía una vieja mononave, una antigualla, pero siempre estaba a punto, no era tan rápida como las últimas fabricadas, pero nunca le falló.

¿A dónde se dirigía esa mujer? Estuvo a punto de golpearse a sí, mismo, por supuesto, no sabía nada de su hija. El enamorado de su sobrino se había llevado directa a su casa a Nydia y a ninguno de los dos tortolitos se le había ocurrido dar noticia de ellos a Elena. Iba en busca de su hija a una ciudad que ni conocía, en una montura terrestre y sin saber por dónde empezar en una zona que apenas dejaba atrás un grave conflicto.

Enderezó el camino hacia el itsmo, lo rastreó , hizo de ida y vuelta varios viajes. Pero no dio con Elena, bajó la mononave al suelo, y se bajó de ella. Estaba en la salida del itsmo. Elena debió de ocultarse o salir antes de su llegada. Solo quedaba una cosa, buscar alguien de confianza para que la retuviese.

Accrush estaba en pleno apareamiento con su compañera. Su familia respondió por él a su llamada, imposible que en tan delicado momento interrumpir. Llevaba demasiado tiempo alejado de su mundo para conservar amigos, no sabía a quién comunicar que buscase a esa mujer y que la detuviese sin hacer daño ni a ella ni a su cabalgadura. Por unos segundos dio dos o tres vueltas a su antigua mononave. Un nombre se le vino a la cabeza, Laiccetr. Era demasiado tarde, pero era cuestión de vida o muerte. No podía perder a Elena.

Tecleó en su comunicador, con un breve resumen de lo acontecido y envió el mensaje al joven consejero.

Este no tardó en responder a viva voz a través del comunicador.

––Comandante Tarigh. ¿Has perdido a una mujer rubia montada en un animal terráqueo grande?

––Tenía pocos guerreros disponibles y esas terráqueas son demasiado inteligentes e intrépidas–– se disculpó.

––Y que lo digas. Ahora mismo había recibido el aviso de que han detenido a la entrada a una hembra que dice llamarse Elena tirando de un animal que era cinco veces más grande que ella. Los guerreros pusieron nervioso a ese ser que ella montaba antes de darle el alto y un guerrero acaba de recibir una bofetada por apuntar con un arma a ese ser que protege. La estoy viendo ahora mismo. Cabello color oro, no muy alta vestida de forma extraña y con un genio bastante vivo al parecer.

––Tranquiliza a Elena, por favor, iré en seguida––dijo Tarigh soltando un respiro..

––Por supuesto. ¡Eh, vosotros, dejad de atosigar a la mujer terráquea y a su montura! Alejaos de inmediato para que el animal se relaje.

La comunicación se cortó en ese instante dejando a Tarigh en la oscuridad, solo con su vehículo en mitad del itsmo.



Nydia estaba nerviosa, tanto que ni siquiera había avisado a su madre que no llegaría a casa en... a saber. Sabía del efecto de los brazaletes, aunque ellos hubiesen tenido sexo con asiduidad durante el vuelto hasta NovaOrbe en la «Nave Rescatista». Se sintió tímida y eso que él solo la estaba mirando desde el otro lado de la mesa. Era un paso importante. ¿Deseaba unirse a ese guerrero de por vida? Cerró los ojos apretadamente.

––¿No lo deseas como yo, Nydia?––preguntó Rioeigh con preocupación en su voz.

––No lo sé, esto ha sido un vaivén de emociones desde que nos conocimos––se sinceró la muchacha––. ¿Qué es lo que ha cambiado para que ahora me propongas que  seamos compañeros?

––Las uniones suelen ser arregladas en mi planeta, por poder, ascender en el escalafón. Soy un «Sangre ancestral», el patriarca de mi familia decide siempre sobre ello.

––¿Y que dirá de esto?––inquirió preocupada la joven.

Rioeigh se encogió de hombros.

––Hace un par de días ya tuve esta conversación con él, junto a mi madre. No nos impondrá nada, ni a mi madre, que aún es joven para unirse aunque haya enviudado ni a mí. Si hubiese sido el padre de mi tío quizás, pero Tarigh... él no es un «Sangre Pura» y cree que la raza mejora introduciendo nueva sangre a la familia. Los hijos de los que quieren mantener su pureza, o no llegan a nacer o son tan imbéciles que sus mismos padres los... se deshacen de ellos y dicen que nació muerto. ¿Por qué crees que nos estamos extinguiendo y aceptaron la unión con Tarigh con Ebeireth? Temían eso mismo, hicieron creer a nuestro antiguo patriarca que le estaban haciendo un favor, pero era al revés.

Nydia necesitó un receso para asimilar toda la información, alzó sus manos, aún sentada frente a Rioeigh.

––Espera, espera un momento...¿Quieres decirme que. a quién tanto temías es al patriarca de tu familia, que te impusiera una unión, y ese es el comandante Tarigh?––pregunto Nydia asombrada.

––No lo supe hasta poco antes de llegar a la zona guardada por nuestro pueblo, las trasmisiones tan lejanas como a vuestro planeta, tardan demasiado. El padre de Tarigh falleció, ahora él es a quien debía pedir permiso, y no ha puesto objeción, al contrario.

––¿Esa era la conversación que mantenías antes? No, no, prefiero que no me contestes, me muero de la vergüenza.

Rioeigh alzó una ceja a la vez que ocultaba los restos de la cena con la cúpula.

Nydia se puso de pie en un salto y corrió hacia el baño, se miró en el cristal de espejo y echó agua en su rostro, el cual estaba rosado. Limpió sus manos y enjuagó su boca con un elixir que se había habituado a usar durante el viaje y que había en todos los baños. No sabía absolutamente a nada, pero dejaba sus dientes perfectos, como si deshiciera cualquier mota de suciedad. Se atusó el cabello y miró las ropas que vestía.

––Menudo vestido de novia––murmuró observando el liviano tejido negro de un pijama varias tallas más grandes.

Al salir, estaba sola en el enorme dormitorio. Esa gigantesca cama ricamente adornada por una colcha dorada le hizo tragar saliva como a una virgen ruborosa. Maldita sea, había dormido con él en más de una ocasión, había perdido hasta la cuenta. Allí nunca había problemas, se acoplaban como si hubiesen nacido para ello, pero... ¿Unirse con Rioeigh?

Nerviosa comenzó a caminar por el piso alfombrado en tono tan dorado como la colcha. A cada minuto que pasaba se encontraba más nerviosa. ¿A dónde demonios había marchado a esas horas?

Se acabó sentando en la cama, retorciendo crispadas sus manos. La puerta se abrió para dejar pasar a Rioeigh con una preciosa caja en sus manos. Los jodidos brazaletes, pensó Nydia. Él parecía tan formal, tan serio, tan metido en su papel... se sorprendió viéndole arrodillado ante ella en un gesto gentil, abriendo y ofreciéndole el contenido del cofre.

––Creo que es la costumbre de tu pueblo ofrecer un «anillo de matrimonio» de esta manera, algunos hombres terráqueos me explicaron durante el viaje. No puedo ofrecerte un anillo, pero sí pedirte que seas mi compañera de vida a la manera de tu pueblo.

Ella lo miró entre perpleja y emocionada. ¿Había preguntado a otros terráqueos sus costumbres solo por ella? Si sería tonta que hasta una lagrimilla rebelde escapó de sus ojos húmedos. Él, el dueño de sus sueños , de su corazón, desde el mismo instante en que puso sus ojos sobre su persona, esperaba paciente que ella tomara el brazalete pequeño y lo llevara, la quería a ella, no a una de esas perfectas habitantes del planeta, a una terráquea que no era nadie, hasta hace pocos instantes una mera esclava si no hubiesen derrocado el antiguo gobierno.

Nydia estiró una de sus temblorosas manos para tomar el irisado objeto, que a igual que a él la llamaba con la potencia de su vibración. Subió su manga y lo colocó sobre ella, los cierres se cerraron solos, como si supieran que ella era la única a la que pertenecía la joya.

La sangre fluyó desde su mismo centró, caliente como magma emergido de la tierra. Ahogó un grito ansioso, solo deseaba una cosa y era que Rioeigh la poseyera en ese instante. Arrancándose casi suave pijama que llevaba observaba como el guerrero ceñía a su fuerte muñeca el brazalete gemelo.

No supo como pero estaba bajo el, sobre esa cama dorada, ambos desnudos, prestos a unirse con una urgencia que era casi dolorosa, escuchando las palabras de él como un mantra.

––Prometo protegerte para siempre, mientras esté en este mundo mi vida es tuya...



Elena se tapó la boca con la misma mano que abofeteó al guerrero que apuntaba al nervioso caballo que ella llevaba de las riendas al entrar en NovaOrbe.

La potente voz de uno de esos «Sangre Ancestral» de cabello platinado sonó a la vez que sus fuertes pisadas, le seguía una pequeña tropa de guerreros con una armadura más elaborada y lujosa que los que a ella le rodearon nada más llegar a las calles de la capital y le dieron el alto. Vestía parecido a Tarigh, pero con tejido más brillante y una capa plateada larga que se cerraba en un broche azul sobre su hombro derecho, llegaba a ellos a la vez que introducía un nanotraductor en su oído para entender a la mujer..

––¡Eh, vosotros, dejad de atosigar a la mujer terráquea y a su montura! Alejaos de inmediato para que el animal se tranquilice!

Los que la detuvieron con antelación se retiraron de inmediato. El garañón color canela se comenzó a tranquilizar en cuanto se vio libre de su cercanía. ¿Quién era ese hombre? Tenía el mismo porte de un guerrero, con la misma autoridad que mostraba Tarigh al hablar. Creía que había visto su rostro en algún lugar, pero no supo ubicarlo. Puede ser que en la fiesta de la fallida unión de compañeros a la que asistió, y abandonó junto a los suyos.

Con la tranquilidad el consejero se acercó a la mujer terráquea. Laiccetr sonreía, paso a paso, despacio, tampoco quería intimidarla a ella, sus propia guardia se quedó atrás como ordenó.

––¿Eres Elena?––preguntó.

La mujer asintió con la cabeza, acariciando el belfo de ese animal que casi la duplicaba en altura para tranquilizarle.

––¿Y tu montura es...?––siguió preguntando el consejero con voz serena, otro paso más cerca.

––Es un caballo, se llama Lancelot ––respondió la doctora.

––Hermoso animal terráqueo, sí, había oído hablar de ellos y tenía curiosidad. Nosotros carecemos de animales semejantes, la mayoría de nuestra fauna se extinguió en la gran invasión. Es bueno que los hayáis traído con vosotros. Son hermosos.

––Gra-gracias––tartamudeó Elena. Sin saber porqué, a pesar de que el «Sangre Ancestral» no mostraba una actitud hostil, más bien al contrario, su corazón comenzó a latir desaforado. La luz incidió directa sobre él. Era un hombre de unos cuarenta años, si fuera a calcularlo en años terrestres, atractivo, de facciones nobles y perfectas, como nunca había visto en su vida. Conocía a todos los guerreros que acompañaban al comandante Tarigh, entre los cuales había auténticos «Sangre Pura», pero ese aura de poder, casi regio, no la había contemplado nunca, su boca estaba seca y no sabía qué contestar, como si su inteligencia hubiese marchado volando de su cerebro.

––¿Crees que dejará que yo lo acaricie?––siguió hablando––. Por cierto, perdón por mi falta, mi nombre es Laiccetr, soy uno de los Consejeros, al igual que Tarigh, el comandante que os encontró y ofreció asilo en su propiedad y con tanta vehemencia, junto a vuestra alcaldesa Lucía, ha defendido vuestra libertad.

Elena solo asintió, no le salían las palabras, joder....¿estaba idiota o qué? Lancelot estaba mucho más tranquilo. El consejero se sacó sus guantes y los guardó, acercó su mano desnuda muy despacio al la nariz del caballo. Este lo olió con fuerza, en un resoplido, pero permaneció quieto al sentir como le acariciaba desde la frente hasta el belfo.

––Hermoso y noble animal. Me encantaría aprender a montarlo. Quizás algún día vaya a Alfa 1 de visita y te pida, si eres tan amable, que me enseñes como manejarlo.

––Por supuesto, consejero...––contestó Elena sin poder alejar sus ojos de Laiccetr como una adolescente con un subidón de hormonal.

Cuando él la miró a los ojos acabó por derretirse el poco sentido común que le quedaba.

––Me complacerá mucho––afirmó Laiccetr.

––Y a mí más––soltó Elena sin pensar.

Solo en ese instante a apenas distancia Laiccetr contempló a la terráquea. Tenía un extraño color en su cabello, era como el metal del oro, pero se veía suave y apenas ondulado. A pesar de su extraña vestimenta no podía decir que no le resultara atractiva. Su hermana iba a tener razón, Laiccetr es hora que busques una compañera....Parpadeó varias veces al tener ese pensamiento. ¿Porqué no podía apartar los ojos de esa terráquea de ojos almendrados y labios rosados entreabiertos, como si suplicasen ser besados, mordidos, poseídos. hasta la misma locura...

Se retiró un par de pasos para recuperar la compostura, tosió un poco.

––El comandante Tarigh vendrá enseguida a acompañarla de nuevo a su hogar.

––Pero busco a mi hija...––dijo suplicante la mujer.

¿Era demasiado pedir que una mujer hermosa no estuviese ya unida? Laiccetr eres idiota, se dijo.

––¿Su compañero también la busca? Tendré que dar las órdenes necesarias para que le encuentren y le traigan en su compañía––pregunto el consejero intentando ocultar la desilusión de que una hembra hermosa no estuviese sola.

––Mi compañero falleció hace años en la Tierra, consejero. Mi hija es lo único que me queda.

Laiccetr se sorprendió soltando un suspiro hondo. Como si hubiese estado aguantando demasiado tiempo la respiración. El zumbido de una mononave llegó a su fino oído y al de los guerreros. Elena sujetó lo mejor que pudo a Lancelot, el animal aún no se acostumbraba a las naves, habiéndose criado casi encerrado toda su vida, al oír el ruido de motores segundos después. El consejero le ayudó a que el animal no se moviese de su sitio, sujetando las riendas al igual que ella, susurrándole palabras quedas que ni siquiera la mujer pudo escuchar,

De las sombras surgió el comandante Tarigh sacando su casco de su cabeza.

––Gracias consejero––saludó al llegar a ellos.

––Un placer ayudar y conocer a tan extraordinaria madre y a su montura––respondió el consejero sonriendo.

––¿Extraordinaria madre?––preguntó asombrado.

––Elena busca a su hija. ¿Cómo se llama la niña?––preguntó el consejero con amabilidad.

Tarigh se adelantó.

––No es una niña, ya es una mujer, tan hermosa como su madre. No la encuentra por la sencilla razón de que en estos momentos debe estar uniéndose como compañera de vida a mi sobrino Rioeigh. Hace un buen tiempo que le di permiso para ello. Siento que los jóvenes no te hayan avisado, Elena. Pero la juventud a veces solo piensa en el momento. A mí también me hace feliz.

Las lágrimas de emoción arrasaron los ojos de Elena. Su niña, su hija, había encontrado a su pareja en ese joven. El consejero se acercó a ella, creyendo que iba a sufrir algún desmayo.

––¿Se encuentra bien Elena? ¿La llevamos a un hospital?––preguntó preocupado.

Ella se sacó las lágrimas de emoción secándolas en la manga de su chaquetón con cierta torpeza.

––Solo es emoción. Las costumbres de nuestro mundo son distintas, pero que mi hija sea una compañera y alcance la felicidad de tener a su lado un compañero... me he emocionado, lo lamento.

––No debe lamentarlo, es natural, ¿Verdad comandante?––dijo Laiccetr––. Aunque creo que el viaje de vuelta en esta noche tan oscura, si desean pueden quedarse en mi hogar, tengo habitaciones de invitados y un hangar pequeño dónde dar refugio a este noble animal y ofrecer alimento y agua si lo necesita.

––Preferiría hacer el viaje de vuelta––contestó Tarigh algo incómodo. No era tonto, notaba la química en el aire, las feromonas de un guerrero en el aire, su olfato no le engañaba, la mujer terráquea emitía también ese especial aroma que tenían las hembras al sentirse atraídas. Su presencia sería un estorbo entre esos dos.

––Sí así lo prefieres, comandante. Pero Elena es mi invitada, y Lancelot, por supuesto. No vas ha hacer que esta mujer cabalgue de nuevo en plena oscuridad todo el camino de vuelta. Mi hogar está cerca. Elena, me haría el honor de ser mi invitada? Mañana la llevaré personalmente a su hogar, así conoceré a los habitantes de su pueblo ahora ciudadanos de NovaTerra. Algo que pensaba hacer en algún momento, usted me ofrece una escusa y un paseo para despejarme de estos días de tensión.

Elena asintió, sin saber porqué. No le conocía, Tarigh se ofrecía a acompañarla a su casa y ella se iba alejando paso a paso tirando de las riendas de Lancelot hacia el lugar que le indicaba el consejero. Este se despidió de Tarigh y ella seguía embobada mirando su perfil a contraluz.



El comandante les vio alejarse quedando pasmado ante la docilidad que mostraba Elena, la que hacía poco había huido del pueblo lanzándose a lo desconocido a lomos de un corcel. Si era verdad la química sexual que había sentido entre ambos, el consejero no sabía dónde se estaba metiendo. Sabía que no tenía mujer, a pesar de tener un puesto en el consejo, hasta el momento ninguna mujer de clase se atrevía a tomar como compañero a un consejero que podía estar en la cuerda floja por culpa del ahora difunto Hivretj. Ahora podía escoger entre cualquier mujer de ese planeta, y había puesto sus ojos, apenas conocerla, en Elena.

De veras, no sabía dónde se estaba metiendo, con las terráqueas no podría aburrirse jamás, no eran como las mujeres de su planeta, un bello adorno que si tenías suerte. te daba un hijo o dos. No, Elena tras que se le pasara el subidón de hormonas mostraría su carácter y sorprendería de verdad al consejero.

No, no iba a decir nada, que se descubrieran el uno al otro... sonrió sintiéndose algo malvado y contento si entre ellos surgía algo tan bello como lo que él había tenido con Lucía hasta que todo se estropeó. 

Volvió a su mononave y puso rumbo de vuelta a su hogar, no quiso pasar por encima de los tejados de Alfa 1, si no era capaz de bajar su nave, caminar esa plaza, echar la puerta abajo de la casa de Lucía y demostrarle lo que de verdad sentía en ese momento. Pero Lucía era demasiado cerebral para un comportamiento tan cercano a ese primitivo impulso de poseerla, sabiendo sobre todo que era la madre de su futuro hijo.

No, tendría que desplegar una estrategia, conquistarla de nuevo, pedir consejo a algún terráqueo de confianza quizás, pero esa noche no podía hacer su voluntad, tendría que volver a su hogar y sufrir en la distancia.

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