CONTACTO EN LA ÚLTIMA FASE

By RanniaCurtis

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Año 2521 de nuestra era. Una tierra desolada, desértica, pocos humanos sobreviven guarecidos en arcas. Un pu... More

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
Capítulo 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
CAPÍTULO 53
CAPÍTULO 54
CAPÍTULO 55
CAPÍTULO 56
CAPÍTULO 57
CAPÍTULO 58
CAPÍTULO 59
CAPÍTULO 60
CAPÍTULO 61
CAPÍTULO 62
CAPÍTULO 63
CAPÍTULO 64
CAPÍTULO 65
CAPÍTULO 66
CAPÍTULO 67
CAPÍTULO 68
CAPÍTULO 69
CAPÍTULO 70
CAPÍTULO 71
CAPÍTULO 72
CAPÍTULO 74
CAPÍTULO 75

CAPÍTULO 73

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By RanniaCurtis

Juan no se separó de Soreigh ni un instante. No le importaba dónde fuese llevada, no le importaba que su hijo le mirase con ojos de asombro después de que los doctores se la arrebataran para estabilizarla, y él insistiera quedarse cuidándola toda la noche. Rioeigh no lo pudo evitar, pensó que si él amaba a una mujer terráquea, ¿Porqué no podía un terráqueo estar prendado de su madre siendo hermosa y aún joven? Por cierto, debía ir a por Nydia, había que poner las cosas claras, no pilotar sin aprender primero y sin él a su lado para evitar accidentes, se retiró tras asentir al pedido del joven guerrero terráqueo.

Nydia le esperaba en el pasillo, sentada en el suelo, agotada de tantas emociones. Había pilotado una nave, visto el desenlace del duelo de Lucía y el comienzo de las revueltas. Protegida entre los soldados y llevada casi a rastras de allí por el brazo fuerte de Rioeigh sin apenas dirigir a su persona una palabra, se temía lo peor, tanto para la salud de Soreigh, que se interpuso entre la daga que podía haber causado un daño irreparable a Lucía. Solo le había dicho que se quedase esperando allí, pero la sala de espera estaba muy bulliciosa.

Estaba a punto de ponerse el sol y no había probado más que un tentempié antes de capturar la aguja espacial.

Vio en cuál quirófano se encontraba la doctora siendo curada y se quedó allí, frente a la sala, dejándose caer poco a poco al suelo, abrazando sus piernas, dejando caer allí su cabeza atribulada. Esos orgullosos guerreros... ¿Perdonaría Rioeigh su falta? Quizás no pudiera unirse a ella nunca, no se sabía nada, el pueblo se había escondido en sus casas o algunos huido de la capital.

Todo era un caos, ahora NovaOrbe estaba tomada en cada esquina por guerreros que mantenían o al menos intentaban que todo estuviese en orden y nadie resultase herido. El Consejo, incluido Tarigh, que solo había dejado a Lucía en ese hospital enorme de la capital para que fuese revisada a fondo se hallaba ahora reunido. ¿Qué sería de ellos, de los simples terráqueos? ¿Tendría voz y voto suficiente Tarigh para que fuesen libres de ir y venir, o seguirían siendo esclavos de ese sistema caduco?

Ante sus ojos unas lustradas botas de color negro, las reconoció enseguida, levantó poco a poco la mirada cansada.

–– Levántate de ahí, mi madre ha de pasar aquí la noche, pero Juan la cuidará. Y Lucía no ha sufrido ningún percance grave, salvo unos arañazos en su rostro, de los cuales ni le quedará cicatriz. Tú y yo nos vamos a casa.

Tiró de su mano para alzarla y llevarla por los pasillos a paso tan rápido que a ella le costaba trabajo seguirlo. Una vez fuera del edificio una nave les aguardaba ya, la empujó casi a que se subiera y la dejó caer en uno de los sillones. Solo había un piloto y otro guerrero que ni siguiera le miraba.

–– Tarigh recogerá a Lucía y la llevará de vuelta. Deigh y Laura están ya en su hogar, y por lo que escuché a través del comunicador, ambos andaban bastante enfadados.

–– ¿Tú también lo estás?–– preguntó con voz temblorosa la joven que tejía una trenza con su dorado para hacer algo con su nerviosismo.

–– Hablaremos en casa Nydia–– fue su cortante respuesta.

El trayecto fue muy corto en manos de un piloto experto, una vez quitado su cinturón de seguridad, Rioeigh volvió a tomarla de la mano con fuerza para llevarla fuera. No estaban en el centro de la plaza de Alfa 1, sino sobre el enlosado de piedra azul oscuro que era el patio delantero de una mansión más pequeña que la de Tarigh pero del mismo estilo. La nave se elevó de nuevo a sus espaldas.

Uno de los sirvientes de esa casa les abrió las puertas antes que subiesen el último escalón. Rioeigh le agradeció con un asentimiento. Llevada de nuevo e la mano entró en esa casa que aún no conocía. El joven teniente se dirigió al hombre que esperaba instrucciones.

–– Gidde, que preparen bastante comida y la suban a mi dormitorio. Mi madre no vendrá esta noche. Pueden cerrar todo y poner las alarmas. Tras esto, que el personal descanse y no se nos moleste bajo ningún concepto que no sea de gravedad extrema.

El hombre, de piel casi dorada y cabello negro azulado, una tonalidad que ella jamás había observado en un humano o habitante de ese planeta asintió cerrando la puerta principal. Sin dejarla suelta, Rioeigh la llevó por las escaleras hasta un piso superior, recorriendo un pasillo largo hasta la última habitación. Ahí debe tener una celda, pensó por un instante antes de preguntar sobre otro asunto distinto que le preocupaba en ese momento.

–– ¿La persona que nos ha abierto es... es... un esclavo?–– preguntó Nydia con un hilo de voz.

–– Es esta casa hay asalariados, no hay ningún esclavo–– dijo el joven antes de abrir la puerta.

Bueno al menos la habitación no era un cuchitril de paredes de cemento, pensó Nydia, era amplia y tenía tres ventanas. La casa que habitaban su madre y ella casi cabía en ese enorme dormitorio. Él seguía sin soltarla hasta llegar otra de las puertas que estaban en esa habitación luminosa. Solo entonces y tras abrirla, y comprobar ella con cierto descanso que no era un armario que usara para encerrarla y no cometiese más locuras, como la de hacía apenas tres horas. Soltó un enorme suspiro.

–– ¿Qué ocurre? ––preguntó el joven, soltando apenas su mano para dejarle entre ellas una enorme camisa negra limpia y unos pantalones ajustables a la cintura con un cordón.

–– Creí que me ibas a encerrar...–– admitió Nydia.

–– Aún me lo estoy pensando, siento no tener ropa interior de tu talla ni de mujer, y tampoco me propongo asaltar la habitación de mi madre, como comprenderás–– respondió el teniente, tras empujarla dentro de la habitación del baño. Esta se iluminó enseguida al cruzar ella la puerta––. Sácate todo, toma una ducha. Luego iré yo. Comeremos juntos.

–– Pero...–– comenzó a rezongar la muchacha, pero una mirada ceñuda de Rioeigh hizo que le cerrase la puerta en las narices y comenzara a desnudarse antes de entrar en el recinto de la ducha, mucho más lujoso que los de los camarotes de la nave «Pueblo Errante» y los de su hogar, los cuales eran casi una copia de estos.

Se dio buena prisa en tomar la ducha y en dejar que el aire emitido secara su cuerpo y su cabello, el cual quedó como una melena leonina. Al salir buscó en las encimeras un cepillo tras vestirse y alisó como pudo esas ondas doradas rebeldes. Qué suerte tenían los nativos de ese planeta, ni con ese secado express de aire caliente dentro de la ducha, parecían despeinarse. Su lacio cabello color platino volvía a su sitio de forma natural.

Salió vestida con el enorme pijama, cuya camisa le llegaba casi a las rodillas y tuvo que darle dos o tres vueltas al bajo del pantalón, él estaba asomado a una de las ventanas, parecía más relajado.

–– No tienes que preocuparte por Lucía, el comandante va de camino a recogerla del hospital. Danielle ha sido llevada junto a su compañero a casa, dispensado de seguir el servicio. Mi madre sigue estable, y NovaOrbe ha dictado una serie de medidas tras la muerte del Consejero Principal, cuando me duche , durante la comida, te termino de contar todo, necesito sacar el sudor de mí enseguida, me has hecho pasar demasiado, Nydia.

La dejó con la palabra en la boca y entró a la ducha.

Ella se quedó mirando por la misma ventana que él el paisaje apenas iluminado a lo lejos con las luces de Alfa 1, hasta que tocaron con suavidad a la puerta. Acudió enseguida, casi enredada en el enorme pijama, aunque era bastante decente, se sintió cohibida ante la llegada del sirviente con una bandeja.

–– Gracias...–– no recordaba el nombre del sirviente, ni siquiera recordaba casi el suyo, puñetas.

––Gidde, soy Gidde, no se preocupe. No hay por qué dar gracias, es mi trabajo, señorita. Que pasen buena noche. Si no nos necesitan para nada, seguiré las ordenes del Teniente y ya nos retiramos hasta que seamos requeridos, no se les molestará.

Tras una breve inclinación el mismo hombre que le había entregado la bandeja cerró la puerta. Ella escuchó cómo marchaba por el pasillo y comenzaba a bajar las escaleras, allí plantada sin hacer nada más que sostener la pesada bandeja cubierta con una cúpula negra y plata.

Rioeigh salía del baño, solo con unos pantalones parecidos a los que ella llevaba, si no eran acaso iguales.

–– ¿Qué haces ahí como estatua? Ven a la mesa y comamos––le dijo caminando a paso tranquilo. 

Traía entre sus manos el comunicador, este emitía breves «bips» cada vez que entraba algún mensaje, lo había sacado de la funda de su traje de oficial.

Ella caminó, cuidando de no volcar la bandeja y la dejó entre ambos en una mesa con forma octogonal. Él le ofreció el asiento de en frente con un ademán sin dejar de mirar esa jodida pantalla. Fruncía el ceño repetidamente. No sabía si por ella o por lo que leía.

Nydia tomó asiento, y él hizo breves instante después lo mismo, contestando algún mensaje en la pantalla táctil a velocidad vertiginosa. Sus propias tripas rugieron y ella se avergonzó del poco poder tenía sobre ello, tenía hambre y bajo la cúpula había algo que olía francamente delicioso.

–– Destapa la bandeja mujer, comienza a comer antes que desfallezcas.

–– Puedo esperarte, no es de buena educación...–– quiso seguir contestando Nydia cuando el la corto con un simple ademán de dos dedos.

–– ¡Come!–– dijo Rioeigh siguiendo con la conversación a través del dispositivo sin alzar los ojos de él.

––¿Es una orden, teniente segundo?––rezongó Nydia.

Él apenas le dirigió una mirada socarrona y le hizo un gesto hacia la bandeja, lo que debía estar escribiendo y con quién debía de ser importante. Nydia no pudo resistir más, destapó la enorme y cargada bandeja y se sirvió de todo lo que había una porción, bebió un poco de delicioso zumo comenzó a comer. No quiso seguir mirándole. En realidad no sabía si iba a gritarle o  qué. Pero que su escapada en la aguja espacial no iba a quedar impune, seguro. Por el rabillo del ojo notó como al fin dejaba el dispositivo a un lado y empezaba a comer. Un silencio se instaló entre ambos mientras se dedicaban a sus respectivos platos.

Pero lo bueno no duraba eternamente. Rioeigh al fin abrió la boca. Ahora comenzaría la tormenta, suspiró la joven abandonando la cuchara de su postre.

––Nydia, Nydia... he pedido consejo sobre qué hacer contigo. Ninguno de mis parientes mayores, ni Deigh ni Tarrigh sabe qué hacer con vosotras, las terráqueas––negó con la cabeza como si asumiera un cruel destino, prosiguió––. Una buena noticia, queda derogado el sistema de esclavitud, nadie se negó a ello tras la lucha de Lucía y las maldades cometidas por el padre de Ebeiretj. Una vez curada, ésta y su madre han sido escoltadas a un lugar fuera de NovaOrbe, había muchos que pedían también su cabeza. Están siendo custodiadas hasta que todo se tranquilice y marchen a un sitio alejado, con posesiones suficientes que cuentan por todo este vasto mundo, irán a alguna de ellas y les han ordenado mantener un perfil bajo.

––¿Cómo que no sabéis qué hacer con nosotras?–– dijo belicosa Nydia tras tragar el bocado último.

–– Sabemos que todas las terráqueas habéis tenido que adaptaros al medio tanto o más que los hombres de vuestra raza, pero ese arrojo, esa falta de temor al riesgo, el actuar sin casi pensar solo por salvar a otra persona...

–– Tu misma madre, Soreigh, hizo lo mismo hace un rato, interponerse entre una daga y Lucía––se defendió Nydia.

––Asumo que ha tomado la mismas mañas que vosotras–– respondió Rioeigh suspirando.

–– No son mañas, hemos sobrevivido en mayor número que todas vuestras beldades de cabello platino porque hemos luchado, no por quedarnos sentadas esperando a que un tipo nos defienda–– contestó casi sin pensar la rubia jovencita.

–– Por eso mismo he consultado con mis parientes–– continuó ej joven.

–– ¿Y que te han dicho que hagas conmigo?–– preguntó Nydia.

––Estas mismas palabras, «únete a ella o te arrepentirás de por vida,...»–– dijo el joven con un suspiro.

Nydia casi se atragantó con su propia saliva al tragar. Él joven Rioeigh continuó tras tomar aire.

–– «Las terráqueas nunca harás que te aburras, eso sí te pueden acorta la vida en un segundo que dejes de vigilar». Ya, ya, mujer, respira. No se te va a castigar. Esta noche mi brazalete será tuyo, serás mi compañera de vida, si tú lo aceptas.



Deigh a pesar de intentar tranquilizar a una Laura en la cual, por sus venas corría un cócktel de hormonas tanto defensivas como del embarazo, acabó durmiendo ante su puerta, arrastrando uno de los sofás que adornaban el pasillo, para que no escapase en un descuido. Por mucho que le juraba que no le pasaría nada a Lucía ni a las demás se negó a admitirle en su cama. Así que el capitán, vencido por la mujer que amaba, le dio el espacio que parecía necesitar. Le habló a través de la puerta, prometiendo viajar junto a ella al pueblo al día siguiente para que se cerciorarse que todo estaba bien, y que, por supuesto, tras la insistencia del comandante la palabra esclavo había sido abolida.

–– Pues ya que soy una mujer libre más, solo ejerzo mi libertad durmiendo en una cama, toda para mí––declaró Laura a gritos.

Aun resonaban esas palabras en la cabeza de Deigh. Sin embargo, se relajó lo suficiente para dormir esa noche en un sofá que resultaba incómodo y corto para su altura, después de todo, ¿Qué era un par de noches malas en comparación a toda una vida de soledad? Laura no era en absoluto vengativa, solía olvidar toda discusión al día siguiente... o al otro.



Lucía se negó en redondo a ser llevada por Tarigh a su mansión, le gritó una y mil veces hasta que la dejó en la plaza del pequeño pueblo Alfa 1, Ni siquiera permitió que la ayudase a bajar de la aguja espacial usada para llevarla hasta a puerta de su hogar. No le dio tiempo a bajar y seguirla para convencer a la mujer que era mejor que hasta que todo se tranquilizase, estaría mejor protegida en la casa de él, la mujer cerró su pequeño hogar antes de dejarle terminar.

Tarigh ordenó desde su comunicador que pusiesen guardia alrededor de la casa. Esperó a que las luces fuesen apagadas y solo entonces volvió a su hogar solo y agotado de día. Al menos había conseguido que el pueblo que él había rescatado ya no fuese considerado esclavo y tuviese libertad de ir y venir a cualquier lugar, incluso la capital.

Lucía era otro problema, debía esperar a que se tranquilizase, le aseguraron en el hospital dónde la custodiaron hasta que él paso a buscarla tras la larga reunión, que ni ella ni el bebé de su seno tuviera problema alguno, los arañazos de su rostro apenas se notaban ya, en pocos días serían solo un recuerdo, ni siquiera habría cicatriz.

Se elevó en la aguja dando un par de vueltas más al pueblo para comprobar personalmente que la guardia estaba en su lugar y bien atentos, puso rumbo a su hogar. Subiendo a sus habitaciones no escuchó nada de la otra ala, ni el dormitorio que Deigh utilizó la noche antes fue ocupado por éste, al menos uno de ellos parecía tener mejor suerte con las terráqueas, además de Rioeigh, que si todo iba bien, pronto tomaría como compañera Nydia si no es que lo hubiese hecho ya. Pero tampoco se atrevió a mandar un mensaje para no molestar.

Al fin se quitó el uniforme, se dio una larga ducha caliente y se dejo caer desnudo en la cama sin ponerse siquiera el pantalón del pijama.



Tras atender a su gato, que la echaba de menos de lo que maullaba y las carantoñas que le hacía. Apagó la luz, pues la aguja espacial seguía allí estacionada. ¿No se le ocurriría golpear su puerta de nuevo?

Lo temía igual que lo deseaba, igual que los gemelos que llevaba en su vientre. Qué sola se sentía sin su presencia. Ya no era una esclava, pero ella siempre se sentiría unida a Tarigh, aunque no fuese la persona idealizada de la que ella se enamorase. No era el ser atento y cuidados, sino un guerrero que luchaba por la supervivencia de su especie, pesase a quién pesase. Orgullosa y cabezota se había propuesto no aceptar nada más de él, trabajar por su cuenta, labrarse un futuro enseñar a nuevas generaciones. Por sus bebés no tendría problema, no sería ni la primera mujer ni la ultima que tendría un hijo o dos sin un padre a su lado, eso en la tierra de dónde venia casi era el pan de cada día. Si no era por muerte por algún ataque de alguna banda de sin ley, era una enfermedad incurable o accidente, o que la mujer no quisiera atarse a nadie de por vida. Sabía bien que su gente no la dejaría nunca sola, tendría ayuda por parte de ellos ante cualquier necesidad y de Soreigh, la cual además de salvarla de un ataque inesperado, una vez restablecida sería, igual que Elena sus puntos de apoyo para el embarazo. Estaba tan decidida a llevar ella sola la crianza de sus hijos, respiró aliviada cuando Tarigh al fin partió en su oscura y estilizada nave.

Se veía fuerte, capaz de criar a los dos bebés que traería al mundo, a oscuras solo con la luz de las luces exteriores penetrando por la ventana se dirigió a la cocina a comer un bocado, tras ello se metió en la cama. Había estado tanto tiempo en ese hospital que hasta tuvo espacio y tranquilidad para una ducha y vestir un traje médico de color negro, que entregaría a Elena o Soreigh. Pero los alimentos que le ofrecieron allí no fueron de su agrado, las nauseas se apoderaron horas de su estómago tras todo el tiempo de estrés sufrido en los dos días pasados. Ojalá se hubiese podido marchar con su hermana, pero esta también fue ingresada para un chequeo completo, jodidos y protectores guerreros. Pero luego, tras abrazarla, solo supo que Tarigh se encargaría de llevarla a casa. 

A casa, a su hogar, con su pequeño felino ronroneando a su lado y ella acariciando el suave pelaje mientras dormía de puro agotamiento en la amplia cama, sin querer pensar ni un segundo más en el comandante.



Sabía por las comunicaciones llegadas a casa que Nydia estaba bien, igual que Laura, Danni, y por supuesto Lucía. Al escuchar el zumbido de la nave sobre los tejados del pequeño pueblo Alfa 1, suspiró aliviada. Ya era bastante de noche, pero su hija aún no había regresado. Se levantó del sofá con el corazón latiendo fuerte y se asomó a una de las ventanas que daba a la plaza. No quería salir desesperada a su encuentro, su hija ya era una mujer, mejor esperarla en casa, o mejor, irse a su dormitorio, encajar la puerta, y escuchar que entraba en casa. Ya podrían hablar por la mañana. Le habían garantizado que estaba sana y salva.

Escondida tras la puerta de su propio dormitorio Elena esperó y esperó, incluso oyó como el suave sonido que hacían esas naves al elevarse se perdía tras dar un par de vueltas sobre el pueblo. Pero la puerta de casa seguía sin abrirse. Extraño.

Salió de nuevo de su dormitorio, quizás Nydia estuviese hablando con Lucía o Danni, aunque esta había vuelto mucho más pronto con su compañero y estaban en su casa, no habían vuelto a salir en todo el resto del día.

Tomó una chaqueta sobre su vestido floreado de estar por casa. Se calzó lo primero que vio, unas botas ajadas que le llegaban a la mitad de la pantorrilla. Cerrando los botones de la prenda que la cubría salió afuera.

No, Nydia no estaba allí, respiró hondo. ¿Dónde iba a pasar esa noche esa chica? ¿Y si preguntaba directamente a uno de los guerreros que custodiaban el lugar? Acercarse a uno de ellos era poner el cuello en juego, a veces estaban tan en modo defensivo que resultaba peligroso no advertir su presencia antes de acercarse a uno.

No se ocultaban. Un par de ellos estaban montando guardia, uno en cada punto de la plaza de Alfa 1. Abrazada a sí misma, e intentando parecer lo más indefensa posible, se acercó con una sonrisa en la cara, despacio.

Cómo esperaba el guerrero reaccionó al escuchar sus pisadas, apuntándola con su arma. En seguida la reconoció, y la bajó con una sonrisa de disculpa.

––Lo siento, doctora Elena. ¿Qué hace aquí fuera a estas horas?––le preguntó con tono amable.

––Busco a mi hija, Nydia. Este mediodía...––respondió Elena.

––Ya, ya, sabemos la historia. Este sitio es demasiado pequeño, y nos hemos acostumbrado a ser tan curiosos como los terráqueos. No tenemos noticias de heridos graves en la capital. Quizás haya quedado allí. Que recuerde conoce a uno de los nuestros, el piloto Accrush y a su compañera, la cual es de su planeta. Puede que la hayan acogido esta noche.

––¿La capital es segura?––preguntó preocupada Elena.

––Antes de ponerse el sol se erigió un Consejo de gobierno provisional, y se apaciguó a la población. Debe haber recibido en su pantalla de comunicación de su casa esas noticias, igual que la prohibición de tener esclavos, señora.

––Sí, sí , pero eso no me aclara dónde está Nydia––suspiró Elena.

––No hay nadie detenido, salvo consejeros y personal afín al Consejero Mayor, el cual es en mayor parte culpable de la situación que estábamos viviendo. Su hija estará bien. Para su tranquilidad emitiré una alerta de búsqueda, si alguien sabe algo, yo mismo iré a avisarla a su casa, vuelva a su seguridad, por favor.

El guerrero tecleó enseguida en su comunicador, ella dio las gracias y se alejó hacia la calle aledaña, en dónde se encontraba su casa. Estaba a apenas diez metros de la puerta, era una noche fresca, el viento azotaba su vestido que casi le llegaba por los tobillos, enredando en sus piernas. No iba a dormir en toda la noche, hasta que no supiese que Nydia se encontraba a salvo. Con al mano en el pomo de su puerta miró a derecha e izquierda. Ahora no era una esclava, según el edicto del nuevo Consejo. Podía ir y venir a dónde se le antojase... ¿Y si tomara el camino del itsmo y cruzara hasta NovaOrbe?

Un medio de locomoción, pensó... ¡Los caballos! Los establos estaban en las afueras del pueblo, podría tomar uno, no había que molestar más a esos guerreros, demasiado estrictos con eso de proteger a las mujeres, como si ella no supiese defenderse sola. No lo pensó más, aprovechando el silencio de la noche y la tranquilidad de no ver cerca a ninguno de ellos, dirigió sus pasos a la busca de una buena montura que le pudiese llevar hasta la capital. En unas horas a buen trote llegaría. Claro que sería más fácil en una de las agujas espaciales, pero ni ella sabía como manejarlas, como Nydia, ni los guerreros iban a atender tan peregrina petición de llevarla. Aunque en esos aparatos no se tardase mas de diez minutos en hacer el recorrido que ella haría como mínimo en dos o tres horas.

La cuadra estaba cerrada, pero no con seguridad. Nadie por lo visto robaba caballos, vacas o camellos. Solo mujeres. Bah, y ahora ya ni a ellas. No eran lo suficientemente hermosas y perfectas como las «Sangre Ancestral». Encendió alguna de las luces y los caballos relincharon suave, si no se equivocaba, en el cuarto cercado había uno especialmente rápido, color castaño con las crines negras. Un caballo oscuro mejor que claro para pasar desapercibida en los caminos u ocultarse si era necesario. No tardó en enjaezarlo. Sin tener que ponerles las protecciones y el respirador, era mucho más rápido. Lo sacó del lugar agarrando sus bridas, para poder cerrar el portón.

Montó sobre el lomo de el caballo y lo azuzó, tomando el camino mas directo para salir del itsmo. Pasar la guardia que allí se encontraba en perenne estado de alerta, no sería fácil, pero, su estatus de doctora podría ser una baza para rebasarles con alguna pequeña mentira oportuna.

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