CONTACTO EN LA ÚLTIMA FASE

Por RanniaCurtis

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Año 2521 de nuestra era. Una tierra desolada, desértica, pocos humanos sobreviven guarecidos en arcas. Un pu... Más

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
Capítulo 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
CAPÍTULO 53
CAPÍTULO 54
CAPÍTULO 55
CAPÍTULO 56
CAPÍTULO 57
CAPÍTULO 58
CAPÍTULO 59
CAPÍTULO 60
CAPÍTULO 62
CAPÍTULO 63
CAPÍTULO 64
CAPÍTULO 65
CAPÍTULO 66
CAPÍTULO 67
CAPÍTULO 68
CAPÍTULO 69
CAPÍTULO 70
CAPÍTULO 71
CAPÍTULO 72
CAPÍTULO 73
CAPÍTULO 74
CAPÍTULO 75

CAPÍTULO 61

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Por RanniaCurtis

La adrenalina que aún recorría las venas junto al extra de testosterona hacía que la cabeza de Doomey fuese un hervidero de malas ideas. Ellos estaban de vuelta, los que acabaron con la vida de su padre y de tantos otros de su pueblo. No iba a permitir que tal cosa se repitiese, ni que le fuese arrebatado el tesoro encontrado, su futura esposa.

Otra mujer de las estrellas vestida con un traje blanco, igual que aquellos primeros invasores bajaba de la nave se acercaba a ellos, llevaba el cabello recogido en lo alto de su cabeza y caminaba tranquila hacia ellos. Llevaba entre sus manos una lanza, la reconoció, había pertenecido a su padre, antes a su abuelo, siempre estuvo en su familia. Ahora la veía mancillada por esa mujer.

No, no era suficiente que fuese devuelta, él no dejaría escapar a Lucía, era su trofeo, su premio por lo sufrido por él, por su pueblo. La montaña brillante estaba llena de otras mujeres, todas hermosas. Él solo deseaba una, y la dejaría ir. Su mente no lo aceptaba, su parte más primitiva hizo que reaccionara con brutalidad.

Antes que la hembra vestida con ricos y vaporosos ropajes llegase hasta ellos , sacó su cuchillo de pedernal, abrazando la cintura de Lucía, le puso el filo contra su frágil cuello. Ella emitió un corto grito, elevando sus manos para intentar agarrar esa mano que la amenazaba, pero él fue rápido, elevando la mano que antes la retenía contra sí, pinzando ambas muñecas para detenerla.

Lucía pensó que Doomey nunca se había encontrado con mujeres como ella, no le dio tiempo a pensar, ni dejarle a él tomar ventaja. Con toda su fuerza, echó sus caderas hacia atrás en un movimiento que el hombre no esperaba de una mujer a la que creía indefensa, tuvo que soltarla . Las manos de Lucía quedaron libres, agarrando la muñeca que sostenía el cuchillo la retorció y aquella primitiva  arma cayó al suelo.

La lanza que perteneció a su padre apuntaba ahora a su corazón. La mujer de blanco no perdió el tiempo, su mirada retadora se clavó en sus ojos, silenciosa .
La voz de su madre sonó tranquila a sus oídos, sin el menor atisbo de miedo.

––Eres idiota, hijo mío. Da gracias por que sus hombres las conozcan tan bien y sepan lo fuertes y decididas que son, o estarías muerto.

Doomey alzó las manos y retrocedió poco a poco. Miró a su madre recoger de las manos de la mujer de blanco y como Lucía se alejaban, sus ojos llegaron hasta la «Montaña Brillante» . Los guerreros de negro, incluidas la mujer del cabello blanco y brillante, les apuntaban con extraños artefactos. Recordó las palabras de Lucía, fuego, esos artefactos podrían acabar con ellos, fulminarlos, hacerlos cenizas desde esa distancia y hasta de mucha más. Poco a poco se movió para proteger a su madre, interponiendo su cuerpo entre ella y las armas que les apuntaban. Sabía que era un gesto inútil si el pueblo de las estrellas decidía acabar con él en ese instante. Él lo haría si amenazasen a su mujer.

La observó subir en la «Montaña Volante», las enormes puertas cerrarse para poco a poco dejándoles a oscuras, y en breves instantes esta se elevó a una velocidad imposible, desapareciendo en el infinito, hasta parecer una estrella y perdiéndose en el cielo nocturno.

––Durante el tiempo que yo dibuje esta historia en piedra,––dijo su madre mirándole a los ojos, apenas alumbrados por una antorcha––, buscarás una esposa y me darás una nieta, ella ha de seguir la tradición, la historia de nuestro pueblo acaba de cambiar, quizás pasen muchas generaciones, quizás un día no haya curanderas como yo, pero seremos cada vez más fuertes, mas, aprenderemos, inventaremos, llegaremos lejos. Tanto que ellos volverán. Tú y yo no lo veremos, pero algún día serán para nosotros como nuestros hermanos. Escucha esta profecía, hijo. Todos los pueblos serán uno solo y juntos acabaremos con esa raza del «Pueblo Escamoso» que tanto daño nos hizo a ellos como a nosotros.

Deigh abrazó a su compañera y durante todo el camino hacia su camarote para no salir en horas, pues necesitaba sentirse vivo haciéndole el amor, no la dejó de regañar mientras esta reía. Esa mujer era imposible, la amaba, la idolatraba, no sabía porqué, eran tan diferentes. Sin embargo no podía dejar de admirar su fuerza, su valentía, su arrojo. Ese hijo que acunaba en su vientre, su futuro, tendría lo mejor de los dos mundos.

Soreigh les dejó pronto, pues no aguantaba tanto alboroto y ahora prefería ver como continuaba su paciente pelirroja. Lo que no pudo ignorar era a Juan, que había permanecido como guardián ante la sala médica. Rozó su cuerpo adrede, notó como el joven enrojecía ante el atrevimiento de la mujer. Ella susurró solo para sus oídos.

––Quizás una noche de estas me pase por tu camarote. Ahora duermes solo... No creo poder esperar demasiado, estamos a cinco o seis semanas terrestres de mi hogar. A veces las mujeres no podemos esperar tanto...

Lucía quedó mirando a la puerta cerrada. La fuerza gravitatoria del planeta se perdió, pero la de la nave casi le hizo que perdiese el equilibrio, aunque Tarigh estaba a su lado y sus manos se posaron en su cintura con firmeza para que no sintiese el tirón de los motores al lanzarse a plena velocidad. El calor de su pecho hizo que su mismo centro se derritiese. Pero se  prometió ser fuerte.

––¿Te han tratado bien?––preguntó el comandante con esa voz la fría que no reconocía.

––Aparte de trasladarme como un fardo, de lo cual tengo experiencia, ya que tú has hecho lo mismo, darme de comer carne desconocida seca y ahumada, y no dejarme dormir por horas debido a la incomodidad, no me ha ocurrido nada reseñable. Así que, gracias por venir a buscarme. Voy a tomar mi equipaje y buscar un camarote vacío. Espero que eso no suponga otro problema. Ya que dejaste claro lo que te importaba, aunque te doy las gracias por venir a buscarme. Aunque lo más seguro es que fuera el resto de los míos, a los que no deseas defraudar como a mí, por los que emprendiste tan loable acción.

Tarigh tuvo que hacer gala de toda su fuerza para no tomarla entre sus brazos, besarla y suplicarle que no le abandonase. Pero no, era lo mejor, separarse en ese instante, que todo acabase aquí y ahora. Se limitó a soltar su cuerpo, sabiendo que era la última vez que lo rozaría siquiera. Tomó una larga inspiración para que su voz no temblase y sonara gélida.

––Haz lo que desees. No te molestaré más. Danielle se encuentra bien. Nadie de esta nave dirá nada de nuestro acuerdo. Eres libre de hacer lo que quieras.

Lucía no respondió, ni siquiera se dio la vuelta para mirarle de nuevo, salió por una de las puertas laterales a buen paso.

Bajo la ducha, Lucía lloró. Mucho.

Hizo lo que le prometió, entró en el camarote que una vez compartió con Tarigh, tomó su equipaje y buscó entre los más alejados y vacíos. Puso su mano encima de el, y se abrió deslizándose. Tarigh la observaba a través de las cámaras del puente de mando, pulsó las órdenes necesarias para que ese camarote pasase a ser el de ella y reconociese su huella. En el lugar escogido había un par de camas, con una le bastaba pensó Lucía, pero daba igual, sobraba sitio en esa nave, así que en la otra dejó las bolsas de su equipaje , ya las desharía más tarde. El agua limpiaría el polvo y el sudor de esos dos días, así como el recuerdo de las manos de Tarigh sobre su cintura breves minutos antes.  O al menos eso creyó en un principio.

No, no... eso no podría borrarse jamás de su memoria, ni sus besos, ni abrazos, ni sentir su cuerpo duro sobre el suyo. Creyó encontrar el amor y lo que obtuvo fue ser el objeto de descargo de un hombre que llevaba demasiado tiempo solo. Ella también estuvo sola por años, pero jamás pensó en utilizarlo, para abandonarlo después.

El juego del gato y el ratón duraba durante gran parte del día en la nave Rescatista, pero en algún momento, ambos siempre se cruzaban. Rioeigh y Nydia ocultaron a todos sus encuentros, asunto difícil en ese lugar , pero no imposible. Hacían el amor en los sitios más peregrinos, siempre al borde de ser descubiertos. Cada noche, Nydia no podía poner excusa de que se quedaba en otro camarote con alguna amiga. A veces lo hacía, pero el corazón siempre le iba a mil al ver a Elena por la mañana. Tenía la sensación de que su madre podía adivinar que su niñita había dejado de serlo .

Pero Elena no sospechaba nada, se había integrado en el equipo médico y pasaba gran parte del día trabajando allí o estudiando nuevas técnicas. Era lo que siempre había querido. Nydia, al vivir en el arca, seguía la tradición, pero al verse libre, de que habría más doctores en el lugar donde vivirían en breve, se dedicó a lo que más le había atraído desde el primer momento que vio volar una aguja espacial. Aprender a pilotar. Su madre pensaba que el cambio de actitud de su hija era debido a eso, a que no seguiría la tradición de su familia. En el arca era casi una obligación   pero su hija sería libre de hacer lo que quisiera  no pensaba ni un ápice en cortar sus alas.

Rioeigh, por su parte se sentía mal, no se  atrevió a hablarle de que las mujeres no entraban jamás a gormar parte del ejército de guerreros por ser escasas. Solo viajaban en naves buscadoras de vida, si, como Soreigh, estaba casada con un mando y tenía, como esta, un puesto como médico de a bordo. Esperaba que el golpe o fuese duro para ella, Y le constaba , Nydia era una sobreviviente.

Pero el tiempo que ella pasaba en ese simulador, sabía que lo disfrutaba, le contaba sus progresos con ojos brillantes e ilusionados. Sin embargo nada sobre un futuro juntos. Nada de ser pareja, como si ella tuviese asumido que tras ese tiempo a bordo todo llegaría a su fin entre ellos.

El joven comandante callaba, para él era cada día más y más importante, no quería dejarla marchar y olvidarla como si esos momentos entre sus brazos no hubiesen existido.

El resto del viaje sería difícil para ambos comandantes a tantos ether de distancia. Ambos amaban a mujeres que no serían suyas. Rioeigh aún podía disfrutar del lujo de la compañía de Nydia hasta llegar a su punto de destino, Tarigh dormiría solo cada noche, sabiendo que su mano podría abrir la puerta del camarote donde Lucía se escondía la mayor parte del dia.

Soreigh comenzó a sospechar algo extraño. Lucía devolvía las bandejas de alimentos medio comer, Parecía pálida y dormía demasiado. Pasaba largas horas encerrada en su camarote, alejada de todos. Participaba poco en las actividades comunes, incluso tomaba sus comidas a deshora.

Esa mañana se decidió, podía estar enferma y los demás solo pensar que pasaba una especie de duelo por perder las atenciones y la compañía del comandante y a la vez ser tratada tan fríamente por este. Ella conocía bien a Tarigh, no parecía el mismo esos últimos días. Tampoco comía bien, pasaba demasiadas horas haciendo guardias en el puente, como si quisiera volcarse en el trabajo para olvidarse de todo.

La doctora tocó al lado de la puerta, no deseaba entrar sin anunciarse. Desde dentro la propia Lucía le abrió, tenía el cabello desastroso, vestía un horrible pijama, sus ojos estaban hinchados. Su color era pálido, aunque intentó sonreír, apenas le salió una falsa mueca. Se echó hacia atrás para dejarla pasar.

––Vengo a ver cómo estás, Lucía––saludo la doctora .

––No es necesario, solo estoy algo cansada––respondió Lucía aparentando una tranquilidad que no sentía.

Llevaba al menos tres veces que tras un ciclo largo de sueño, nada más levantar de la cama, le sobrevenían unas ganas enormes de ir al baño, obligada por nauseas. Al principio lo achacó a los alimentos o a algo que le sentó mal. Pero las palabras de la curandera sobre un posible embarazo rondaban su mente hasta el agotamiento.

––Por eso, has estado expuesta a patógenos en ese planeta y tu comportamiento desde entonces no ha sido normal. Puedes haber enfermado y no lo sabemos, así que, no vengo como amiga, sino como doctora. Siéntate en la cama, te haré primero un análisis rutinario.

Lucía no vio la necesidad de discutir, es verdad, debería haberse hecho algún chequeo al volver, pero el perder el amor de su vida de un momento a otro, no daban muchas ganas de pasar por la zona médica ni dejarse explorar o pinchar, como estaba haciendo ahora mismo Soreigh en su dedo con su pequeña maquinita blanca.

Lucía miró al techo con cara de aburrimiento, deseando que Soreigh marchara tras el puñetero análisis. Mientras tanto la escuchaba como de lejos parlotear sobre Danielle y Galia. Ambas resultaban ser hermanas. Tras repetir dos o tres veces los análisis de ADN, no cabía ninguna duda. La mujer asintió como una autómata. El análisis había concluido, con un ligero «bip» los ojos de Soreigh miraron hacia la pantalla, sus ojos se abrieron en extremo.

––Lucía, por favor, dime la verdad––dijo con voz preocupada la doctora––. ¿Esos seres te hicieron algo?

––¿Q-qué?––Lucía en ese momento no supo de lo que estaban hablando.

––Por la Diosa, debí de darme cuenta antes, tienes todos los síntomas, esa tristeza, no querer ver a nadie, dormir tantas horas. Tendrías de haber acudido a mí en primer lugar. Hubiera limpiado por completo tu útero... Hubiese sido un secreto entre nosotras, sabes que, además de tu doctora, soy tu amiga.

––¿Pero de qué estás hablando?––dijo Lucía sin entender, tampoco le había prestado demasiada atención.

––Esos seres te forzaron... ¿No Lucía?––preguntó Soreigh, tomando sus manos y mirándola con intensidad.

––No, no, me llevaron sin parar de correr hasta la montaña que la anciana curandera usaba como vivienda y santuario. Ellos no me tocaron. No diré que su jefe no me propuso unirse a mí y de tener familia, que fuera su esposa... pero de ahí a tocarme sin mi permiso, solo para ponerme el cuchillo en el cuello a vuestra llegada––alegó Lucía casi ofendida.

La doctora se dejó caer hacia atrás en la cama de Lucía como si los valores que mostraban el analizador no pudieran ser reales.

––Antes de nada, preferiría que vinieses a que te explore y repetir los análisis de sangre––dijo Soreigh con seriedad, sentándose tras unos segundos.

––Me daré una ducha en unos instantes, me vestiré decente y te acompañaré para que me hagas las pruebas que quieras. Pero... ¿Qué demonios  dice ese análisis? ¿No será un fallo? ––preguntó la mujer terrestre.

––Lucía, estás embarazada de apenas unas dos semanas...––repitió Soreigh ––. Los marcadores son claros.

Esta vez fue Lucía la que tuvo que tenderse al lado de Soreigh.

––Imposible, imposible...––repetía––. No ha habido nadie antes de Tarigh, esos seres del planeta rosado no me hicieron daño, aparte de que su comida era pésima e insípida.

––Pues hasta ahora, durante siglos, sin los brazaletes de compañero, ni una mujer se ha quedado embarazada. Es imposible... Ninguna de nuestras mujeres...

––No soy una de vuestras mujeres. Ha habido sexo entre Tarigh y yo, demasiado a menudo...––contestó Lucía con sincera tristeza.

Soreigh se levantó para tirar de ella y empujarla al baño.

––La zona médica está libre, Danielle hace días que duerme con su compañero, Galia tiene su propio camarote y si mi olfato no me engaña ha pasado alguna que otra noche con Accrush, aunque no sé si ha habido algo más que compañía mutua entre ellos. Así que... andando.


Lucía marchó al  baño, sin saber qué pensar, dejando a Soreigh preocupada y ansiosa. Ella misma lo sentía así, miedo, esperanza, pero sobre todo, tristeza.

Dentro de la sala médica, encerradas ambas mujeres, Lucía se dejó pinchar de nuevo, explorar con diversos aparatos médicos . Responder miles de preguntas, y aguantar. Volver a repetir y el rostro de Soreigh mostraba tal sorpresa que Lucía creyó que en un momento entraría la doctora en shock.

––¡Qué ocurre!––gritó casi Lucía.

Soreigh, con su ropa color negro suelta y cómoda para trabajar en el laboratorio suspiró, tomó sus manos como si fuera a darle la peor de las noticias y soltó.

––Lucía, estás embarazada, igual que tu hermana el feto es más grande de lo que calculamos para una hembra terráquea, perdón... mujer––dijo apretando las manos de Lucía.

Tendida en la camilla de exploración, vestida con ese ridículo camisón color blanco inspiró varias veces antes de hablar. Debía de tomar decisiones a la de ya, no  tenía tiempo que perder.

––¿Cuánto nos queda para llegar a NovaTerra?––preguntó a Soreigh.

––Hemos tomado otra ruta, un poco más larga––respondió la doctora––podrían pasar ocho o nueve semanas terráqueas.

––En ese tiempo. ¿Se me notará?––preguntó Lucía con desespero.

––Si usas ropas holgadas...––respondió Soreigh–– y si no tenemos ningún percance... No sé, no puedo saberlo, somos la misma raza, pero nacidos en planetas diferentes, ni nuestros días duran el mismo tiempo, ni el clima, ni siquiera la gravedad.

––En ese caso el comandante no tiene porqué enterarse de nada. De todas formas sospechará que no es su hijo, por esos malditos brazaletes, jodida rancia tradición...––se quejó Lucía.

––El último análisis es claro, deberías comunicar tu estado a Tarigh...

––No, es solo mío. Tarigh no deberá saber nada. Una vez que estemos en NovaTerra iré con los míos, él no volverá a verme. Los míos me ayudarán. Serán la familia de mi hijo, aunque hay dejado la jefatura, no me dejarán sin amparo––dijo decidida Lucía.

––Pero tu hermana es la compañera de Deigh... será difícil que le ocultes a ella...––suplicó Soreigh con la mirada.

––Mi hermana callará, nacerán más niños en nuestra comunidad, no tienen porqué enterarse nadie de los del NovaTerra. Y tú, Soreigh, eres mi doctora, eres como mi confidente. No dirás nada tampoco. Júralo Soreigh, por favor, júralo.

Con la mano sobre su corazón Soreigh juró, sabiendo que era un error, ese bebé era un milagro, concebido como en otros tiempos, hijos de la unión, del amor de dos personas, sin necesidad de esos brazaletes implantados como tradición, para concebir lo más rápido posible y aumentar la población. Fue una forma de forzar a la naturaleza a trabajar más rápido, necesario en aquellos tiempos. Un invento hecho por su pueblo, que una vez fue necesario, pero... ¿y si la llegada de este pueblo pudiese cambiar todo su futuro?


De pie sobre el puente de mando, el comandante Rioeigh dio la orden de encender todas las comunicaciones. Estaban a punto de entrar en el territorio de su pueblo y no podían aparecer como un punto sin identificación. Habían comprobado que nadie les seguía, tardaron un poco más , pero NovaTerra estaba a apenas unos días. Los organismos de los terráqueos que les acompañaban, así como los de sus animales parecían adaptarse bien al cambio en las cantidades de oxígeno y la atracción del nuevo planeta sobre sus cuerpos.

Nada más cruzar la primera zona de vigilancia llegó la primera comunicación.

––Atención, aquí punto de vigilancia Exo-uno. Identifíquese––escuchó a través de los altavoces.

Rioeigh tomó aire y con voz profunda habló por el intercomunicador.

––Somos Rescatista 31. Misión de rescate A5524. Traemos seres humanos y animales rescatados desde el otro extremo de la galaxia.

––Les esperábamos, hemos intentado rastrearles desde que Rescatista 31 cambió de rumbo para ir en vuestra búsqueda. ¿Es usted el comandante Tarigh?

Rioeigh apretó los ojos, respiró hondo.

––No, soy en antiguo teniente segundo Rioeigh, ahora al mando de la nave, oficial de mayor graduación. Cerca del lugar de rescate fuimos atacados por nuestro enemigo, dos naves de los Lacertis.  La nave en que viajaba el comandante Tarigh y otros nueve entre terráqueos y guerreros, incluidos su hermano el capitán Deigh y mi madre la Teniente Doctora Soreigh, la <<Pueblo Errante>> sufrió el primer ataque, y para que pudiésemos ponernos a salvo, no ser un lastre y defender nuestra retaguardia, decidieron desensamblar. Desde ese momento, el comandante Tarigh ordenó cerrar comunicaciones de radio para que no fuésemos seguidos. Se sacrificaron por el resto de nosotros.

––Comunicaremos a las demás vigías y a la base central de Nova Terra. Antes de llegar le indicaremos a cual base serán dirigidos. En cuanto a <<Pueblo Errante>>, necesitaremos permiso de nuestros mandos para enviar naves rápidas de búsqueda y rescate. Por favor, manden coordenadas del último punto en que los vieron y actuaremos lo más rápido posible.

Rioeigh respiró hondo. Naves de batalla, no solo de rescate, pidió. <<Resatista 31>> siguió rumbo a NovaTerra con fuerzas renovadas. El corazón le decía que pronto, muy pronto, les encontrarían. 


Con la promesa de Soreigh escapó de nuevo a su camarote. Usó uno de los pasillos menos transitados, sin embargo él estaba allí, al volver un recodo. El comandante estaba esperándola, con los brazos cruzados sobre su amplio pecho. El corazón de Lucía empezó a latir desaforado en su tiempo.

Solo saludar y sobrepasarle, intentó ser lo más natural posible. Un simple buenos días, y estaba a pocos metros de su camarote, se encerraría en él y no saldría en horas, volvería a su cama, se cubriría la cabeza con la colcha y rogaría porque ese embarazo nunca fuese notado por él.

Pero no pudo pasar de largo, la voz profunda de Tarigh resonó en sus oídos.

––¿Vienes de la zona médica?

Lucía se puso en guardia al escucharle.

––¿Ahora me vigila?––dijo de malos modos.

––No, solo saber si te encuentras bien después de estar expuesta en ese planeta dos soles completos––dijo Tarigh. 

––No hay problema, comandante, Un chequeo de rutina, por complacer a Soreigh. De todas formas estoy aislada en mi camarote, si hay alguna enfermedad en mí contagiosa, no expondré a nadie. No tiene que preocuparse––respondió orgullosa––. Así que, con permiso, voy a encerrarme para no ponerle a usted tampoco en peligro.

Tarigh la siguió con la mirada, sin saber qué contestar. La vio encerrarse en el camarote. Él podría ir ahora mismo y posar su mano en esa puerta, como comandante tenía acceso a cualquier zona, por razones de seguridad. Llegar hasta ella, abrazarla, consolarla, besar sus dulces labios hasta volverla tan necesitada de él y tan consciente de su cuerpo que nada pudiese jamás separarles.

Pero Tarigh se dio la vuelta, no podía dejar a sus pensamientos seguir por ese camino. No, no después de haberla alejado, de haberla salvado de que la sociedad de NovaTerra  poco menos que una esclava por ser una simple concubina sin derechos, nada más que los que él tuviera a bien otorgarle.

Se encaminó al puente de mando, casi vivía ahí. Cuando estaba a solas prendía la cámara del dormitorio de ella. La veía dormir, pasear por el pequeño recinto, ir y volver al baño, donde por respeto no había ninguna. Esas cámaras no le hacían llegar su voz, pero veía sus ojos, lloraba gran parte del tiempo, dormía demasiado y apenas comía. Por ello mandó a Soreigh para convencerla hacerse un chequeo. Podría estar enferma y por su orgullo no decir nada.

En un rato llamaría al puente a Soreigh para informarse de la salud de ella. No se fiaba de sus palabras. Se quedaría de guardia unas horas, relevando a su hermano, y tendría privacidad para que la doctora le informase del estado de salud de Lucia sin que nadie tuviese que enterar de nada.







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