CONTACTO EN LA ÚLTIMA FASE

By RanniaCurtis

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Año 2521 de nuestra era. Una tierra desolada, desértica, pocos humanos sobreviven guarecidos en arcas. Un pu... More

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
Capítulo 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
CAPÍTULO 53
CAPÍTULO 54
CAPÍTULO 55
CAPÍTULO 56
CAPÍTULO 57
CAPÍTULO 59
CAPÍTULO 60
CAPÍTULO 61
CAPÍTULO 62
CAPÍTULO 63
CAPÍTULO 64
CAPÍTULO 65
CAPÍTULO 66
CAPÍTULO 67
CAPÍTULO 68
CAPÍTULO 69
CAPÍTULO 70
CAPÍTULO 71
CAPÍTULO 72
CAPÍTULO 73
CAPÍTULO 74
CAPÍTULO 75

CAPÍTULO 58

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By RanniaCurtis

Nydia desapareció el día entero. Evitó con todas sus fuerzas cruzarse con él. No era difícil en una nave enorme como aquella. Llevaba días observándole, y conocía al dedillo sus costumbres, rara vez las variaba, ni horas de comidas, vigilancia, visitas al Puente de mando, reuniones diarias. El juego del escondite que jugaba de niña entre los entresijos del arca, llevado a la adultez, aunque no a la madurez.

Su actitud era infantil, ella era la que le había arrastrado hasta el henil, la que le había ofrecido sus labios, sabiendo que él no podría resistirse. Sus brazaletes también le hablaban a ella de una forma extraña, y eso que ni siquiera los había visto, pero en sus paseos por la nave, descubriendo su laberinto, llegó en los primeros momentos hasta la zona de dormitorios de los oficiales. De un modo instintivo sabía cual era el camarote asignado a Rioeigh.

En ese instante no estaba allí, le sabía en sus obligaciones en el puente de mando. Se acercó a su puerta y sabiéndose en esos instantes sola en ese ala, se dejó caer en esa puerta, dejando su mano en su superficie, en el mismo sitio dónde él la ponía para que se abriese. No ocurrió nada, pero su oído captó algo, el zumbido lejano de algo metálico, casi musical, el calor la invadió y le era imposible alejarse de ese sonido. Solo el ruidos de pesados pasos por el recodo del pasillo le hizo abandonar el lugar a toda prisa.

Desde ese día estaba decidida a dar ese paso, a entregarse a él. Si Rioeigh no admitía que la deseaba, que estaban destinados el uno al otro, si ponía sobre la mesa las tradiciones de su pueblo, era un jodido cobarde.

Ahora le tocaba a él buscarla, encontrarla, perseguirla, conquistarla si deseaba algo más que una sola noche de pasión.



El ser al que Lucía había ayudado seguía sobre el suelo, aunque respiraba, su pecho desnudo subía y bajaba con ritmo casi natural. Era difícil dar un diagnóstico a través de las cámaras, aunque incluyeras las de temperatura sin saber siquiera la fisiología de esos seres, aunque estuviesen entroncados con su misma especie. Pero seguía vivo. Los suyos parecían demasiado acobardados para salir a la luz y llevarlo a zona cubierta.

Continuaba a pleno sol, sin recibir alimento, o agua. Jodidos idiotas, si al que Lucía se había arriesgado a ayudar era el jefe de la pequeña expedición y por su apostura parecía evidente, antes de la noche moriría delante de sus ojos a pesar de todo los esfuerzos.

Los cuatro guerreros que estaban en el puente apenas lo habían abandonado para necesidades básicas, observaban todo el perímetro mediante sus cámaras preocupados.

No querían retirarse de allí, no podían continuar con los arreglos básicos para aventurarse de nuevo al espacio tras la estela de la nave rescatista. Tenían en su poder diferentes vías de llegar a su planeta, usar la misma que esa nave cargada con todas aquellas vidas imposible, pensaba el comandante, había más rutas, con sitios dónde esconderse de posibles avistamientos y despistar al enemigo. Pero todas ellas les harían llegar mucho más tarde que la primera nave. Podrían hasta tardar lo que los terráqueos llamaban meses.

No les faltaría raciones de alimento y el agua tampoco, antes de salir de ese planeta estaban llenar hasta los topes los depósitos, filtrando antes de las impurezas. Pero estaban atrapados. Todos los sistemas de vuelo y sostenimiento de vida a bordo debían de ser revisados y eso al menos podría llevarles otra semana. Y todos los que estaban en esa sala eran necesarios.

La mente de Tarigh volvió a centrarse en el individuo caído a pocos metros de la nave.

––Trae a Soreigh––se dirigió a su hermano.

Deigh se levantó de su asiento y salió a toda prisa del lugar para obedecer la orden.



Lucía una vez recuperado el aliento corrió a ver a la joven Danielle. Despierta, sentada en una de las camas entre almohadas, Galia la alimentaba con cucharadas pequeñas con un mimo que sorprendía. Por unos segundos quedó muda contemplando la escena, la alta y fuerte mujer cuyo cabello ya no estaba rapado, sino que empezaba a nacer, la cuidaba con la solicitud de una madre.

––¡Cuánto me alegro de verte!––exclamó Danni nada más verla aparecer en la puerta. Con una mano hizo un gesto para que Galia parase un instante y abrió sus brazos para que Lucía se acercase y estrecharla––¿Dónde has estado? He preguntado por ti, pero solo querían que me asease y descansase además de alimentarme.

Lucía la abrazó, nadie le había comentado nada a la joven de su estancia en la celda como castigo. Ella se negó a sí misma a preocupar a la joven aún recuperándose con esa nimiedad.

––He estado muy ocupada, preguntaba por ti, y todos me informaban––mintió sonriendo.

––Casi acabo de despertar, y, y no sé como asimilarlo todo––continuó la jovencita con ojos brillantes, y esta vez no era por la fiebre, sino la emoción.

––¿Qué ha ocurrido? ¿Maddekj ha doblado al fin la rodilla y te ha dicho que te ama?––bromeó Lucía ante la muchacha pelirroja

Esto provocó la carcajada y la sonrisa de las demás mujeres. Ese tipo mal encarado, con el cabello rapado y lleno de cicatrices, rendido a los pies de esa criatura que parecía una pequeña duende de cuento en comparación. Ninguna dudaba que eso fue lo primero que hizo el guerrero.

––Eso ya pasó hace tiempo–– confesó enrojeciendo la muchacha.

Galia permanecía sentada al lado de la cama, elevando su vista de vez en cuando hacia Lucía. Hasta ahora quizás la mujer nunca se había fijado en ella tan a fondo. Tenía los ojos grandes y almendrados, y unos labios rojizos, el inferior más grueso y un delicado arco de cupido esculpiendo el superior, Nunca hubo notado el parecido hasta que ambas estuvieron juntas.

Lucía se tapó la boca, no podía decir lo que estaba pensando, después de tanto dolor, no podía sucumbir a una simple e ilusoria similitud en la fisonomía de dos mujeres tan diferentes.

––Mi madre era pelirroja, de ojos verdes como gemas––dijo Galia––Tuvo tres vástagos, mi hermano Fredd, el primogénito, tres años después llegué yo, y tras cuatro más ella...

Había señalado a Dannielle. Pero... ¿Cómo...?

––Yo era la más débil, hubo una gran hambruna en Beta 1 ese año... no sabemos si fue nuestra madre, no conocimos nunca a nuestro padre, no sabemos quién tomó la decisión, si los que nos gobernaban en ese entonces... Pero yo fui entregada a los «Sin Pueblo», a cambio de comida, medicinas, o a saber, no cumplía ni tres años.

Las lágrimas comenzaban a brotar de los ojos de la pelirroja. Galia la atrajo hacia ella como una hermana consuela a otra. Esta continuó.

––Si no hubiese sido envenenada por la planta diamantina... Soreigh tomó una muestra de mi sangre por si era compatible con ella, ninguno de los terráqueos a bordo de esta nave servía, pero nosotras lo somos al cincuenta por ciento. Solo las hermanas pueden serlo. Lo ha estudiado luego con tranquilidad y lo ha comprobado y reiterado. Ella es mi hermanita perdida, la que creí que había muerto de casi bebé. Pensé que me había quedado sola en un mundo con el cual non tenia nada que ver pero aquí estoy arrepentida de haber intentado quitarme la vida. Si hubiese... muerto, ella también.

Lucía se secó las lágrimas tras escuchar el relato de ambas. Sonreía, estaba feliz y arrepentida a la vez, sentía dolor y alegría, un pellizco en la boca del estómago. Esa mañana ni siquiera se había alimentado, y eso era hambre.

––Me alegro tanto por ambas, pero... ¿Queda algo de comer cerca? Ni siquiera he roto el ayuno esta mañana y ya he puesto en peligro mi vida, mi futuro y mi felicidad con un solo acto. Tras esto un estómago vacío no debería ser problema, pero...¡Tengo hambre demonios!

Se rieron a sus espaldas las demás mujeres, le prepararon algo del alimento que les habían dejado allí para que subsistieran durante la crisis, y ella estaba dando buena cuenta de que sí, tenía un apetito voraz ahora mismo.


Juan abrió la puerta de la zona médica, la cual vigilaba, dejando pasar a Deigh.

Las mujeres que allí había encerradas en diferentes estados de ánimo, desde el enfadado de su compañera, hasta el feliz de Danielle le contemplaron llegar. Demasiado tiempo encerradas en esas habitaciones sin luz natural y sin obligaciones algunas con la que matar el tiempo.

El interfecto apenas dedicó un saludo con la cabeza a su compañera antes de Soreigh. Esta le siguió fuera de la estancia, la cual volvió a cerrarse herméticamente. Lucía, algo agobiada se dejó caer justo bajo una de las rejillas de ventilación. Su hermana se dejó caer a su lado, con su vaporoso traje blanco de un material que ni siquiera se ensuciaba.

––Esto lo tengo que hablar seriamente con Deigh. Las terráqueas no estamos acostumbradas a ser tratadas como si nos fuésemos a romper.

––No lo dirás por mí, Tarigh me dejó aquí tras cargarme como si fuese mercancía al hombro.

––Sí, muy melodramático todo. Y tras escuchar el relato de como saliste con Maddekj para curar a ese individuo, ya no me extraña nada.

––¿Por qué habrá venido a buscar Deigh a Soreigh?––preguntó Lucía a nadie en particular, en ese momento volvía a abrirse la puerta, y esta vez no era Deigh, sino Tarigh, seguido de esta.



Él comandante mostró a la doctora las imágenes del individuo que seguía sin recibir ayuda de los suyos. Tendido en el suelo, respiraba hondamente y apenas se había movido. Un pequeño charco de sangre se veía bajo su pantorrilla derecha, donde recibió el impacto de las espinas. A pleno sol sudaba copiosamente.

––¿Qué opinas Soreigh?––preguntó Tarigh.

––Que si no recibe más ayuda, lo que ha hecho Lucía habrá sido inútil. Hay que socorrerlo , comprobar su estado, cerrar sus heridas y saber si necesita más antídoto. El peso de Danní, para el que estaba preparado ese vial, es dos terció de ese ser. O le ayudamos o acabamos con su sufrimiento––dijo con seriedad le doctora.

––Esta especie fue casi letal con los míos, no nos tientes. Pero Lucia se ha arriesgado por su vida, además, hostiles o no, provenimos de la misma semilla extendida por cientos de planeta y no en todos fueron fructíferas.

––En ese caso me prepararé con un traje de combate para salir y le ayudaré––afirmó decidida la doctora.

––No puedo prescindir de la única doctora a bordo, de ninguno de mis guerreros tampoco, tenemos una terráquea en recuperación, otra embarazada y a Galia, que aún no sabemos como le afectará el cambio a una hembra––contestó el comandante.

––En ese caso la única que queda es Lucía, tiene conocimientos básicos de curación, como todas las demás, puede aplicarle de nuevo un vial y vendar su herida––dijo Soreigh.

Tarigh la miraba con ojos fríos, nunca le había visto en ese estado, solía ser un guerrero de ademanes cálidos a pesar de su alta posición.

––Ella tomará la decisión una vez que le expongamos el problema. Si ella no actúa, solo me queda dar la orden de hacerle sufrir lo menos posible, pero puedo tener una horda en ciernes y algunas de nuestras armas no han sido comprobadas y ni siquiera sabemos s son efectivas o si siquiera pueden disparar.



Lucía fue informada en un camarote aparte tras sacarla de la zona médica junto a Soreigh. La voz de Tarigh sonaba tan diferente, parecía fría e indiferente, dolorosamente lejana. Estaba en sus manos decidir si ese ser tan parecido a un humano de los que en la tierra se consideraba «primitivo», vivía o moría.

––No puedo arriesgar a uno solo de mis hombres, te cubriremos como nos sea posible desde dentro de esta nave, pero tú decides. Si dices que no puedes hacer nada, ordenaré ahora mismo que acaben con su largo sufrimiento.

Lucía le escuchaba cada vez más sorprendida, le pedía a ella que decidiese sobre un asunto del cual se sentía horrorizada.

No supo como, pero vio como Soreigh echaba fuera de ese camarote que parecía ser el de la doctora al mismísimo comandante de la nave.

––Lucía, no tienes porqué hacer nada, no es tu culpa que fuese torpe y casi tropezase con la planta diamantina.

––Igual que Dannielle. ¿No tuve yo la culpa? Ha pasado exactamente lo mismo, si no llega a ser por mi maldita curiosidad, no me habría visto a través del cristal, hubiese rodeado la nave y ahora estaría escondido con los suyos. Iré, le intentaré ayudar como pueda y volveré.

Soreigh abrazó a la valiente terráquea, se volvió a abrir uno de los cajones cercanos, sacó uno de los uniformes protectores.

––Te estará algo estrecho y largo. Eres más exuberante que yo, aunque algo más baja. Pero el tejido es adaptable y fuerte, tanto como para detener un golpe o cuchillada. Usarás el casco y...

––Sin casco, Soreigh, o pareceré un guerrero como todos, él vio en nosotras mujeres, por eso se quedó sorprendido. No esperaba eso en una nave de fuera de su planeta. Por lo que sé, en la nave de Maddeck no viajaba ninguna.

––Lucía...

––Prepara una bolsa de curas, pro favor, nanomec de batalla, el antídoto... y estaré vestida en poco tiempo, usaré mis propias botas, son fuertes, y no tan rígidas como las que usan ustedes.

La doctora asintió, se apresuró en salir. Tarigh la miró.

––Irá. Sola. Curará a ese ser, no se siente capaz de dejarle morir. No aprecias a Lucía lo suficiente Tarigh. Ni uno de tus hombres arriesgaría así la vida por un extraño. Pregúntate a ti mismo. ¿La mereces? ¿Mereces hacer de ella una simple concubina sin derechos?

Le dejó atrás, con prisas preparó en un bolso bandolera lo que Lucía pudiese necesitar. No dijo nada a las demás evadió con prisas cualquier pregunta y las dejó atrás, preocupadas pero si supiesen la verdad se arriesgaba a un motín femenino en la nave.



Tarigh la llevaba atenazada por el brazo hacia la puerta que ya usó con anterioridad tras que Soreigh la ayudase a ponerse el bolso bandolera con los suministros médicos.

No dijo ni una palabra al verla salir vestida con el uniforme prestado por la doctora. Sus ojos color plata continuaban fríos como el hielo. ¿Por qué se mostraba así con ella? No lo conocía, había cambiado, qué diablos ocurría con el amante atento y generoso que una vez fue. Sintió ganas de llorar, pero se tragó orgullosa sus lágrimas. Estaba ante la puerta. Quizás sería mejor que todo acabara allí y ahora. Si no volvía, si moría en el intento de ayudar a ese ser... por la única que sufriría sería por Laura, pero esta tenía a Deigh, que a pesar de parecer un cabrón al principio, era un compañero y complemento perfecto para su díscola hermana menor, y también estaba esperando una hija. Se olvidaría de ella, con el tiempo no sufriría, emprendería una nueva vida, sin la vergüenza de que su hermana fuese poco menos que una esclava, una concubina, de ese ser que no merecía ya ni una lágrima.



Doomey sentía como el sol le quemaba tanto o más que la herida de las púas de la flor arcoíris. Su vida parecía acabarse, sentía una sed abrasadora, su mente iba y venía. Había ordenado a los suyos no actuar, pasase lo que pasase, también estaban al otro lado de esa montaña brillante, ni siquiera veían su sufrimiento. Quizás le creían escondido al otro lado, observando, en vez de a punto de ser tragado por la oscuridad de los que no mueren en batalla.

El sol que le cegaba poco antes pareció cubrirse con una nube o quizás era una sombra que empezaba a cubrir el lugar dónde había caído y quedado sin fuerzas. La temperatura ese día era demasiado alta para lo que habitualmente estaba acostumbrado. ¿El frío de la muerte quizás lo que le estaba guareciendo?

Unas gotas de agua fría se colaron por sus labios resecos, no supo cómo tuvo fuerzas pero asió contra su boca el fresco recipiente, duro como la piedra. Y bebió, bebió largos tragos.

Lucía aprovechó que ese ser sostenía la cantimplora para llevar hasta su oído uno de los pequeños dispositivos que ella misma llevaba hace tiempo, era la única manera de hacerle entender, puesto que en la nave no había apenas datos sobre el idioma que hablaban. Soreigh había colado unos cuantos en uno de los bolsillos accesibles del traje de batalla prestado que usaba para facilitar su tarea.

A los oídos de Doomey llegó una voz musical tanto que la creyó más imaginación que real.

––Tranquilo, tranquilo, voy a curar tus heridas, voy a salvar tu vida, pero tú no vas ha hacerme ningún daño––le escuchaba decir con acento extraño a sus oídos.

Por un instante Doomey quedó paralizado y tenso, dejó de beber esa deliciosa agua que le devolvía la vida, quitando de sus labios el recipiente. Parpadeo incrédulo para ver tras enfocar su mirada una mujer hermosa como una diosa, de rostro redondeado, facciones delicadas, cuya piel era dorada como la suya y su cabello oscuro rizado con reflejos de un tono dorado.

––¿Quién eres?––consiguió articular Doomey––. Te vi dentro de la montaña brillante.

––Soy Lucía, una curandera venida de muy lejos, de mas lejos que las estrellas––tradujo a su parco idioma casi primitivo el dispositivo que ni siquiera él notaba tener dentro de su oído.

––¿Vienes con ellos? Ellos mataron a muchos de mi pueblo y hace demasiados soles se llevaron a casi toda la población consigo para esclavizarla y no volvimos a verles, pero ellos no tenían tu rostro, estaban llenos de escamas pardas....

––No, no fuimos nosotros, solo somos unos viajeros que hemos bajado aquí para tomar un poco de descanso y continuar nuestro viaje, no queremos hacer daño, nos iremos en breve. Pero no queremos que tu mueras. ¿Puedo ver tu herida?

––Antes intentaste curarme...––recordó Doomey

––Sí, pero nuestros hombres temían que me hicieses daño y solo pude ponerte una medicina, pero el sol te matará y si no te curo la herida también. ¿Puedes ponerte hacia el lado izquierdo para facilitar que vea tus heridas?––casi imploró Lucía.

Ella parecía ser sincera, su misma voz le tranquilizaba, no llevaba ningún arma en sus manos delicadas. Doomey se movió como ella pedía y dejó que observara de cerca donde la planta arcoíris había clavado sus venenosos dardos.

––Voy a limpiar con un ungüento las heridas y luego vendarlas, tendrás que confiar en mí, quizás sientas algún dolor––le informó con una  tranquilidad que en el fondo no sentía.

––Soy un jefe guerrero, no puedo sentir dolor y si lo siento no lo demostraré––dijo el ser en voz solemne.

––Solo quería avisarte, intentaré que sea lo más rápido posible y dejarte a la sombra con agua y alimento. Luego tendré que volver a la protección de la montaña brillante, los hombres de mi pueblo temen que pueda sufrir daño––le informó sencilla.

Mientras empezaba a trabajar curando las heridas, que no necesitaban sutura, el ser habló.

––Eres una mujer curandera, las mujeres que conocen como la medicina ayuda al pueblo son muy respetadas, nadie de los míos te hará daño––dijo Doomey en voz demasiado alta a su parecer.


Ella no estaba atenta a lo que ocurría a su alrededor, solo a cubrir la herida con rapidez con una venda elástica y limpia. Inyectó de nuevo en la corva de la pierna el antídoto, pidiendo que fuese verdad que los «jefes guerreros no demostraban dolor». Pero la tensión posterior de sus muslos semidesnudos le decía todo lo contrario. No quiso sonreír, pero todos los machos eran iguales, pensó.

La sonrisa nunca se mostró en sus labios, se sintió arrebatada por un par de brazos fuertes y llevada al abrigo de la espesura sin poder ni gritar, tampoco le serviría de mucho. Otros dos hombres arrastraban a Doomey igual que a ella al abrigo de las rocas cercanas.




En el puente de mando de la «Pueblo Errante todos estaban demasiado nerviosos. Soreigh se unió a ellos sin dejar de mirar las pantallas acuclillada ante ellas entre dos sillones.

––Han subido demasiado las temperaturas, nuestros detectores de calor son inútiles desde hace rato. Observad cualquier movimiento, no puedo tener localizado por su emisión de calor corporal a los seres de este planeta––dijo preocupado Accrush intentando regular los mandos.

––¿No podemos ubicarlos como antes?––preguntó Soreigh.

––El amanecer fue frío, desde el ser más diminuto puedo sentir su calor, pero este lugar ahora casi es un erial ardiente. No sé si se han movido o no, llevan demasiado tiempo quietos, seguro que a órdenes de su jefe, el herido. Pero pueden cambiar de opinión, no sé dónde están ahora mismo, todo tiene la misma temperatura.

––Maldita sea––masculló Tarigh, intentando aguzar la mirada pasando de una pantalla a otra. La vegetación era espera y las piedras caldeadas al sol subían la temperatura aún más.

––¿Qué diablos?––gritó casi Deigh.

No sabía cómo ni de dónde habían surgido pero aquellos seres vestidos con primitivas pieles saltaban como animales sobre el herido y Lucía arrastrándolos en segundos con una agilidad inusitada. Ni siquiera le dieron tiempo de apuntar las armas que si sabían que funcionaban. De todas maneras se ampararon en la desarmada Lucía para desaparecer en la espesura.

––Por la Diosa, Soreigh, dime que usa uno de tus trajes con localizador.

––Lleva el mejor que tengo, intenta averiguar con mi código dónde está.

Un punto azul se movía rápido, como si fuese llevada por alguien a velocidad impresionante. El planeta tenía una gravedad baja para los cánones de su pueblo, pero no tanto para los venidos de las estrellas.

Tarigh sintió ganas de golpearse a sí mismo, no debió de dejar en las manos de una mujer terráquea llena de emociones y curiosidad esa decisión, debió acabar con la vida de ese individuo antes de permitir que ella se arriesgase. Lo que pretendía ser una lección para alejarla de sí, que ella al fin fuese la que le abandonase, le había salido francamente mal.

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