En el improbable caso de una...

By ellaasamigas

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Tras una situación límite, Manolo, un sofisticado bombero de Madrid, decide llevarse a su hijo a Murcia, dond... More

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XVI
XVII
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XIX
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XXII
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XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
Lou
Cómo organizar una boda y no matar a tu padre en el intento
Almas gemelas
Epílogo
Agradecimientos y alguna novedad

IV

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By ellaasamigas

Siempre ha creído que Madrid era una ciudad de locos, que tanta gente no podía traer nada bueno a sus emergencias. Hasta que ha llegado a una ciudad como Murcia, donde su primera llamada del turno es por intoxicación por mercurio. Una empresa entera intoxicada por mercurio, no está de broma.

Esto ha implicado muchas personas intentando autolesionarse y tirándose por las ventanas del edificio. Policía, bomberos y paramédicos trabajan lo más rápido que pueden para salvar el mayor número de vidas, teniendo en cuenta que una planta completa parece contaminada.

Por desgracia para Raoul, por supuesto que Agoney está allí y no siente que pueda concentrarse con el moreno siendo un continuo recordatorio de todo lo que está mal en él. No deja de mirarlo como cachorrillo, mientras el policía pasa de él y trata de hacerse útil en la situación estresante.

Lo único que le da alivio es que está respetando que parezca haber acabado todo.

Vuelve a la realidad al ver a Miriam moverse entre las mesas donde estaban sentados los ejecutivos antes del brote. Se cruza de brazos, acercándose a Aitana y Juan Antonio.

—Está haciendo lo suyo, ¿no?

—Tiene toda la pinta —musita la chica del flequillo.

—¿De quién es este sándwich? —Alza la voz la gallega, llamando la atención de todos. Levanta un bocadillo, para ejemplificar.

—Mío. —Levanta la mano un joven asiático, que tiembla, intentando liberarse para cometer un acto que su yo consciente lamentaría.

—¿De dónde has sacado esto? Tiene mercurio dentro, joder.

—De la mesa de la comida —contesta una mujer, su jefa por lo que recuerdan—. Todos hemos comido del mismo sitio.

La bombera se dirige a esta y comienza a inspeccionar todos los ingredientes. El resto se mira con preocupación.

—¿Tienes algo? —pregunta Manolo.

Miriam lo ignora y se dirige directamente a la jefa.

—¿Dónde compráis la comida? Esto es de algún servicio.

—Sí, lleva años con nosotros, nos lo traen todas las mañanas.

Entonces se vuelve hacia Agoney. El moreno asiente. Están pensando lo mismo.

Media hora después, un coche de reparto aparca frente al edificio. Aitana y Raoul son los encargados de salir, aún con su uniforme de bomberos.

—¿Diez bocadillos de tortilla de patatas con lechuga y tomate para el servicio de bomberos? —pregunta, a lo que la castaña asiente y se acerca para quitárselos.

—¿Es de buena calidad?

—De la mejor —presume el hombre—. La hacemos entre mi hijo y yo, pero me gusta encargarme de los repartos personalmente.

—Ya. ¿Tiene el extra de mercurio que le gusta añadir?

La sonrisa en su rostro va mutando a la estupefacción. Ninguno de los dos bomberos ha dejado su expresión alegre, comprobando que para ellos no hay mercurio. Con la cara pálida, comienza a caminar hacia atrás para alejarse de ellos.

Solo que choca con un pecho duro.

—¿A dónde ibas? —pregunta Agoney, aclarándose la garganta.

Palideciendo todavía más, intenta correr. Y hay que decir que lo intenta, porque de un tirón el policía lo tiene contra la puerta de su propio coche. Mientras le dice sus derechos y lo esposa, Aitana se acerca. Raoul aún no se atreve demasiado, pero ha sentido demasiadas cosas con esa imagen.

—¿Por qué? —La del flequillo se cruza de brazos.

—Llevo años subiéndoles la comida cinco días por semana. Ni un gracias, ni una sonrisa, solo "déjalo ahí". No saben quién soy, pero ahora no me olvidarán.

Agoney pone los ojos en blanco y tira de él para meterlo en el coche.

—Menudo chalado —comenta Aitana con su amigo mientras el policía se lo lleva.

—Ya. —Su vista no deja de seguir a Agoney, hasta que lo pierde en el coche patrulla. Coge aire por la nariz.

—¿Qué te pasa hoy? Estás más fuera de ti de lo normal.

—Nada. —Frunce el ceño—. He tenido un par de noches malas, ya está.

La bombera lo deja estar mientras estén en campo. Se aseguran de que todos los enfermos estén en las ambulancias, camino del hospital, antes de volver a la estación.

—¿Y a este qué le pasa? —pregunta al resto cuando el rubio va directo a la zona de entrenamiento.

—No tengo ni idea. —Y debe ser la primera vez que Miriam dice algo así—. En nuestro anterior turno estaba contento, creo yo. Dejamos de verlo unos días y de repente es un alma en pena.

—El churri de la otra vez le habrá dejado en visto —bromea Aitana, llevándose una mirada curiosa—. No creo, pero sí que es raro tanto cambio de humor. Siempre evadido de todo, luego contentísimo, y ahora en una nube otra vez.

—Estoy seguro de que tiene sus motivos —interviene Juan Antonio—. Mejor vamos a dejarlo, a ver si se relaja con las pesas.

Ricky pone los ojos en blanco. En su opinión, el pijo que encima es hijito del capitán no debería tener problemas reales. Es que, seguro que mea colonia, de lo perfecto que parece.

—112, ¿en qué puedo ayudarle?

—¡Mi edificio está ardiendo! ¡Vengan pronto!

A Raoul no le da tiempo ni a terminar una serie en el gimnasio cuando tienen su siguiente llamada. Esta vez sí que los necesitan, pues se trata de un edificio completo envuelto en llamas.

Mientras Juan Antonio, Miriam y Manolo entran a localizar a algunas personas perdidas en el interior, el resto se encargan de intentar apagar de las plantas a las que tienen acceso desde fuera. Los paramédicos están a un lado, recibiendo Nerea a la gente que va saliendo junto a los bomberos para encargarse de ellos.

Ricky ayuda en todo lo que puede, pero no deja de mirar con ojos de pena el interior, y se permite respirar únicamente cuando ve salir a todos sus compañeros. Algo parecido le pasa a Raoul, tras aparecer su padre junto a una mujer que no deja de gritar. Mientras Mamen sigue atendiendo heridos, Nerea se acerca a ellos.

—¿Qué le pasa? ¿Tiene alguna quemadura? —Permite que la coloquen en la camilla, aunque la mujer se levanta.

—¡No, estoy perfectamente! —espeta—. Mi bebé está dentro, y nadie está haciendo nada para sacarlo.

Manolo pone los ojos en blanco y se aleja de ellos. La paramédica empieza a llevársela hacia una de las ambulancias, pero Raoul les sigue el paso, sin quitarse la idea de la cabeza.

—¿Dónde está?

—En su habitación. Tercera planta. —Le tiembla el labio cuando dice—: Su capitán dice que esa zona estaba bloqueada por el fuego, pero ¡yo sé que no se estaba esforzando lo suficiente! ¡No quiere salvar a mi bebé!

El bombero mira a su padre y después al edificio. Apenas han conseguido nada con el agua que lanzan, pero tienen que seguir hasta apagarlo.

—Intentaré hacer algo. —Y se dirige hacia Ricky y su padre, que están preparados para ayudar en el agua—. Tenemos que sacar a ese bebé de ahí.

—Raoul —Manolo lo mira con lástima—, lo más seguro es que ese pequeño ya esté calcinado. La zona que ella me señaló estaba completamente en llamas. No hay manera de acceder, y no pienso arriesgar la vida de ningún bombero por algo así.

—Puedo entrar yo.

Lo miran como si fuera un insecto insignificante.

—Tú no vas a entrar a ninguna parte —llega a esa conclusión Manolo—. Anda, ponte a apagar el incendio, que no queremos que se expanda o que sea peor para otros edificios.

—No. —Se giran a mirarlo de nuevo—. Tenemos que intentarlo. Voy a entrar. —Esa vez no es una sugerencia.

Lo ven dirigirse al camión central y sacar su uniforme completo. Se pone el casco y la mascarilla para evitar respirar humo. Antes de que Ricky pueda detenerlo, ya está entrando en el edificio.

—Pero ¿qué...? —pregunta Aitana.

—Tú no le has puesto muchos límites a tu hijo, ¿no?

Manolo gruñe y se baja, manguera en mano. Lo va a matar en cuanto salga. Si lo hace.

En el interior, Raoul consigue alcanzar la tercera planta con ayuda de un extintor. No está apagando nada, pero el tiempo que tardan las llamas a volver al lugar donde apunta es el que necesita para avanzar.

Resopla al llegar a lo que cree que es el piso en cuestión. Le sale una sonrisa de alivio al escuchar un llanto incesable. Se deja guiar por el ruido hasta una habitación envuelta en llamas. No sabe ni cómo va a poder llegar, cuando la alfombra que rodea la cuna está ardiendo y llevándose la cuna consigo. Si se da prisa, puede intentarlo.

Se ayuda del extintor para llegar a la parte superior de la cuna, que está intacta. El bebé no deja de llorar, ni siquiera cuando lo coge en brazos. Mierda, seguramente haya inhalado humo, tiene que sacarlo de ahí de inmediato.

Tapándolo como puede con sus brazos y su cuerpo, vuelve sus pasos para salir de allí.

Fuera, Manolo hace todo lo posible por contener la calma. Las llamas de la planta baja están empezando a dejar de resistirse, pero eso no significa que tengan nada hecho. Es más, les va a tocar pasar el resto del turno pendientes del incendio.

Y de Raoul, si es que llega a salir.

—Venga, jefe, confiemos un poco. —Miriam se acerca a él, cuando este está a punto de subirse a la escalera para ayudar desde allí—. Saldrá.

—Es la persona más impulsiva que he conocido en toda mi vida, y lo conocí hace veintiséis años.

Ricky menea la cabeza, no queriendo opinar. No diría nada bueno, eso está claro.

—Mierda —escuchan a Juan Antonio.

Se giran justo cuando los cristales de las ventanas estallan en mil pedazos, planta a planta. Le entra un escalofrío cuando de uno de ellos sale una bomba de fuego que no llega a alcanzar a nadie. Al menos, a nadie que esté fuera en ese momento. Ricky se tambalea, pero trata de mantener la calma, aunque sea por su capitán.

A un lado, la mujer se baja de la camilla donde Nerea la tenía, entre llantos.

—¡MI BEBÉ! —Solloza.

—Mi hijo —susurra él.

Saben que no pueden entrar a ayudarlo, sería demasiado peligroso, así que solo pueden quedarse ahí a mirar como pasmarotes. Mientras, los trabajos para apagar el incendio no tienen fin, así que al menos pueden centrarse en la parte útil de la situación. Cuanto antes acaben con esto, antes sabrán qué ha sido de uno de los miembros más jóvenes del equipo.

Se les para el corazón cuando la puerta de la entrada, chamuscada, pero apagada, se abre de golpe. Manolo se baja enseguida, entre temblores.

—Bueno —llega a la conclusión—, parece que sí se podía, ¿no?

—Cállate la puta boca y dame un abrazo. —Lo estrecha entre sus brazos, sin importarle el bebé que no deja de llorar—. La última vez que me asustas así.

—Se intentará. —Suelta una risita—. Te juro que no suelo pensar en morirme ni nada.

—Pues menudo historial —masculla.

Ricky bufa y se aleja a seguir trabajando para acabar con el incendio. Raoul no tarda en acercarse a la mujer y a Nerea, dándoles indicaciones de que no ha podido evitar del todo que siga respirando humo. Tendrán que llevárselo al hospital sí o sí, pero al menos está a salvo.

—Ay, mi héroe, mi héroe... —Llora mientras lo abraza.

—No ha sido nada, es mi trabajo.

—Gracias, de verdad. —Le coge las manos—. No sé cómo podré pagárselo.

La deja ir hacia la ambulancia, para ser llevada al hospital, como el resto de gente que respiró humo mientras no podían salir.

Los trabajos para apagar el incendio duran toda la noche. Finalmente, sobre las seis y media de la mañana, pueden darlo por apagado.

—Cuando haya dormido volveré para intentar averiguar qué ha pasado —comenta Miriam—. Esta mierda no puede quedar impune.

Raoul asiente de forma distraída, pero está demasiado cansado para pensar en nada que no sea dormir un rato. No tiene ganas de enfrentar a nadie, mucho menos al conductor del camión. Porque Ricky parece querer quemarlo en la hoguera de un momento a otro.

Duerme una friolera de tres horas seguidas, y después se niega a quedarse calentando las sábanas. Prefiere ocupar su mente con algo útil, como limpiar el camión.

Es así como lo encuentra Ricky una hora después. En realidad, el bombero solo iba al baño, pero verlo ahí, tan tranquilo en apariencia, que le arde la cara.

—Míralo. —El rubio se gira y le hace un gesto que imita un saludo—. El niño que se piensa que puede hacer lo que le salga de los huevos.

—Ahora no, Ricardo. Necesito silencio para descansar de todo esto.

—¿Qué pasa? ¿Ahora te entran remordimientos de lo que podría haber pasado o te gusta demasiado ser el héroe del cuento?

Raoul coge mucho aire. Ha intentado evitarlo con todas sus fuerzas, pero si él quiere pelea, él puede darla.

—Tío, soy el héroe de la noche por ser el único —remarca la palabra— con huevos para salvar a ese bebé. Su madre habrá perdido su casa, pero al menos puede irse a un hotel con su hijo en unos días.

—¿Eso te gusta? ¿Ser considerado el héroe por desobedecer las órdenes directas de tu propio padre?

—Hice lo que creía adecuado para salvar una vida. No espero que lo entiendas.

—No lo entiendo. —Niega con la cabeza—. Bueno, de ti me lo espero, porque eres el niño de papá, pero no pensé que llegarías tan lejos.

—¿A ti qué te pasa? —Da un paso vacilante—. ¿Niño de papá?

—Está claro que nunca te han puesto límites. Has hecho lo que te ha dado la gana en todo, tu vida y tu trabajo. Adivina qué: hay acciones que tienen consecuencias. Un chaval incendió sin querer un granero y se llevó por delante a todo mi equipo.

—Lo siento mucho por eso, pero no tiene nada que ver conmigo. —Trata de quitarse de encima el malestar por lo primero que ha dicho.

—Va por aquí: me trae sin cuidado que dos pijos vengan aquí a imponer su estilo de estación de bomberos, pero si el pijo de veintitantos se empeña en portarse como un niñato porque necesita experiencias vitales, le partiré la cara.

—No necesito experiencias vitales, estaba salvando una vida —mastica cada palabra, para que lo entienda.

—Claro que sí, rey, finjamos que no era por tu ego y por las felicitaciones de después.

Raoul balbucea, con la cara roja. Está comenzando a mosquearse. El otro bombero no lo conoce, no sabe qué es de su vida y no debería decir todas esas cosas sin saber. Que se haya arriesgado no significa que el resto sea una mentira.

—Mejor cállate, anda.

—¿O qué? ¿Irás a llorar a tu papi?

Se acabó. Se lanza sobre él con un puño por delante, pero Ricky lo esquiva con facilidad, sujetándolo para que no se le acerque.

» Venga, niño bonito, venga, inténtalo.

Se ven envueltos en una pelea algo estúpida, llena de manotazos y golpes que no hacen verdadero daño. Ninguno de los dos para hasta que Juan Antonio aparece corriendo y se apresura a separarlos. El gitano se queda del lado de Raoul, pues el que parece más rabioso.

—¿Qué cojones está pasando aquí?

—Estábamos teniendo una conversación —masculla Ricky.

—Sí, con muchos signos de exclamación. —Juan Antonio los mira como si no pudiera creerlo—. ¿En qué estáis pensando?

—Nada —espeta Raoul—. Yo mejor me voy.

—Espero que no te vayas a mitad del turno, ya sería demasiado.

El rubio lo mira como si quisiera matarlo. Por suerte para el resto, se mantiene quieto, aunque sea por Juan Antonio.

—Voy al gimnasio, pero tú déjame tranquilo. Si estás enfadado con el mundo, no lo pagues conmigo.

Pasa de morros el resto del turno y el camino a casa junto a su padre. Manolo tiene que marcharse a su primera sesión de quimioterapia, y le pica la lengua por contárselo, pero lo ve tan enfadado que... no ve que sea el momento.

—Voy a pasar unas cuantas horas fuera —informa cuando aparcan frente al edificio donde viven—. ¿Te importa?

—No mucho —musita—. Prefiero descansar un rato.

—Te vendrá bien —opina—. Hoy has estado muy espeso.

—¿Tú también? —Suelta un gruñido—. Por favor, ahórratelo.

—Muy bien. —Le da una palmada en el hombro—. Hoy hiciste un buen trabajo, si te sirve de algo. Aunque fuera de auténtico kamikaze.

—Lo sé. —Arruga la nariz—. Pero no me arrepiento, ese niño tendrá una recuperación completa, a pesar de todo el humo que respiró.

El capitán asiente, mirándolo con cariño. Si fueran ese tipo de padre e hijo, ya lo habría abrazado. Pero no lo son, son esos que se miran con cuidado, como si cualquier cosa fuera a hacer explotar una bomba.

Y es todo su culpa.

En el hospital donde se realizará el tratamiento, se encuentra más solo que nunca. Todos los enfermos tienen a alguien que los acompañe, ya sea pareja, padres o incluso hijos. Se le forma un nudo en la garganta, que apenas consigue eliminar tragando saliva.

—Te noto un poco perdío, forastero. —Se gira, descubriendo a un hombre de unos sesenta años a su lado, recibiendo el mismo tratamiento.

—Solo... trataba de familiarizarme con este lugar. Es la primera vez que tengo una sesión.

—Se nota que no eres de aquí, te falta acento. —Le guiña un ojo—. Veamos..., catalán no suenas, ni gallego.

—En realidad nací en Cataluña —corrige—, pero llevo toda la vida en Madrid, así que... sí, madrileño.

—¿Y qué hace un madrileño en Murcia para un tratamiento de cáncer? ¿No tenéis hospitales o es que la Ayuso ya se los ha cargao?

Le entra la risa, pero menea con la cabeza.

—Tenía que sacar a mi hijo de su entorno —confiesa—. Estará mejor en un sitio donde no tenga distracciones.

—¿Y ese hijo tuyo está por aquí?

Sabe a lo que se refiere, así que niega con la cabeza.

—Aún no lo sabe.

—¿Y cómo es eso? ¿Dónde se supone que piensa que estás?

—Yo no le pido a él explicaciones de dónde pasa las noches, y él a mí tampoco. Somos adultos funcionales, funciona.

Lo mira con ternura, imitando su gesto anterior.

—Debería contárselo —utiliza un tono suave, asertivo—. Todo el mundo necesita un poco de apoyo en lo que supone esto y algún día podría arrepentirse de no hacerlo.

Todo el mundo le repite una y otra vez que debería sincerarse con él, pero sabe que no puede. Si tiene alguna emoción fuerte y le da por encontrar drogas, las conseguirá. Si no es comprando a algún camello, las sacará de la ambulancia de los paramédicos. Ahora que lo piensa, debería hablar con Mamen para que lo vigile también.

—Por el momento creo que estamos bien así. —Se encoge de hombros—. Pero gracias.

—Tú verás, muchacho. —Se pone a mascar un chicle hasta que llega su acompañante, una mujer joven que tiene pinta de ser su hija.

Los observa interactuar un rato más, preso del aburrimiento. No puede evitar volver a pensar en Raoul, en qué sería de ellos si tuvieran una relación más estrecha. De momento lo único que ha podido hacer es mudarse con él, pero nunca será suficiente.

Su hijo, en cambio, ha pasado la tarde durmiendo y mirando al techo, de forma alternativa. Se muerde el labio con tanta fuerza que hace daño.

Cuando se pone oscuro en la calle, decide que tiene que salir, moverse, no quedarse encerrado todo el día. Si su padre no va a volver y no puede llamar a Agoney, se le ocurrirá algo.

Sus pies lo llevan al bar de la primera vez. En esta ocasión, no reconoce a nadie, por lo que no está ocupado por policías o bomberos que le suenen. Perfecto.

Se acerca a la barra, donde un par de hombres gigantes intentan que la camarera les haga un mínimo de caso. Con los labios apretados, se aproxima hasta quedar entre ellos.

—Perdona. —Pone su mejor sonrisa, llamando la atención de la joven chica rubia—. ¿Me pones un agua mineral, por favor? —Esta asiente, devolviéndole la sonrisa y se aleja. Al notar la mirada de los hombres, se encoge de hombros en tono inocente, antes de hablar—. No es que no os haya visto, es que no le gustó lo que vio. —Le guiña un ojo.

Cuando se giran hacia él, ya es demasiado tarde para intentar esquivar un puñetazo, que lo tuerce hacia la derecha. Se recupera rápido y consigue sortear el segundo, asestando uno él que deja a uno de ellos algo tocado. Pero el otro lo sujeta con fuerza para que le venga el siguiente puñetazo.

Raoul consigue contraatacar y tirarlos al suelo, entre los vítores y gritos del resto de personas del local.

Media hora después, está esposado a la mesa de un oficial, a la espera de que le tomen declaración. La mujer policía que lo ha detenido le ha dado una bolsa con hielo antes de desaparecer, y está seguro de que nadie tendrá el detalle de cambiársela ahora que se está descongelando.

Intenta que el frío sirva para algo, que remita el dolor todo lo posible, pero no está funcionando.

Una bolsa de plástico con todas sus pertenencias aparece frente a sus ojos. Cuando los alza para enfrentar al policía de turno, se le va la respiración. No es uno cualquiera, por supuesto que no. Es Agoney. En uniforme de policía, después de haber bromeado varias veces con que le pone llevándolo. Lo mira con una seriedad que solo le dirigió cuando se fue de su casa.

—¿Es en serio? ¿No hay más policías en toda la puta ciudad?

—Te han detenido en un bar aquí al lado, trabajo muchas noches y no es una ciudad tan grande, Raoul. ¿O debería llamarte Raúl sin la o?

—Ugh. —Se aprieta el hielo contra la frente más fuerte.

El moreno lo mira en silencio hasta darse cuenta de que no piensa decir nada más que ese gruñido. Coge asiento frente a él, pero ni con esas aparta la mirada.

—Hay dos buenas noticias para ti —comenta, llamando su atención—. Esos tíos no quieren poner denuncia, pasan de líos, pero podrían, porque todo el mundo quién empezó.

—¿Y la segunda noticia buena? —lo apresura, con el ceño fruncido.

—Va junto a una mala —informa, con un suspiro. Comienza a quitarle las esposas, sin buscar su mirada. Raoul traga saliva, con el pensamiento de lo que sería esa imagen si la situación fuera otra—. Has dado negativo en alcohol y drogas. Lo que significa que te fuiste a un bar a provocar a unos moteros rabiosos que te sacan dos cabezas completamente sobrio. ¿En qué momento se te ocurrió hacer algo tan suicida?

Los hombros del rubio se hunden al escuchar la pregunta.

—No estoy con ánimos de que me den una charla, Agoney, no te ofendas.

—No te estoy hablando como novio, ni siquiera como amigo. —Está tan serio que levanta la cabeza, y sus ojos se encuentran. Traga saliva. Se le nota decepcionado, y es demasiado para no conocerse—. Pero sí que deberías hablar con alguien, con quien sea, de por qué decidiste hacer esa gilipollez.

Lo mira con seriedad durante unos segundos que se hacen eternos. Su mirada pide ayuda a gritos, pero no será él quien haga algo mientras siga tan cerrado a sí mismo. Raoul recoge sus cosas en silencio.

» Por cierto, tienes una mancha de sangre ahí.

Con un bufido, agarra un pañuelo y comienza a limpiarse el labio por el lado contrario. Agoney lo observa en silencio, con sus dedos deseando hacer algo.

» Por el otro lado. —Señala.

Raoul sigue limpiándose como puede, sin dejar de contemplarlo como si hubiera matado a alguien. Está tan serio que no se reconoce a sí mismo. Lo de no saber de relaciones sociales y de cómo arreglar lo que está pasando es parte de él ahora, por lo visto.

» Joder, espera.

El propio policía coge otro pañuelo de la caja y limpia la mancha que tiene en la comisura izquierda de sus labios. Cuando acaba, le murmura un gracias, pero no apartan la mirada del otro. La electricidad que los recorre desde que se han rozado para limpiarse les hace preguntarse cómo cualquiera de esa sala sigue respirando, pues es como si todo el oxígeno se hubiera vaporizado. En otra situación, sin ese muro que hay entre ellos, sería muy diferente. Pero, al contemplar esos ojos oscuros, Raoul se da cuenta de que no quiere no saber qué podría ser de ellos.

—Siento lo de la otra noche. Me comporté como un gilipollas.

—Soy policía. —Se pone a leer lo primero que pilla, para no mirarlo a los ojos—. Estoy acostumbrado a lidiar con gilipollas.

—Escucha —cierra los ojos. No le gusta que se haga el que no le importa, pero se lo ha ganado. Ahora espera que lo escuche—, mi vida ha sido una locura este último mes. Acabo... de pasar por una mala ruptura. De las terribles. Y... —se muerde el pulgar— entonces recaí —susurra.

—¿Acostándote conmigo?

—No, con las drogas. —Agoney se obliga a dejar el código que estaba fingía leer y lo observa con ojos cuidadosos. Pronto su expresión muta a la preocupación dulce, lejana de la lástima a la que suele acostumbrarse.

—Vale. —Se muerde el interior de la mejilla, sintiéndose un poco idiota—. Eso explica tu reacción al champán. Lo siento mucho, si desencadené algo...

—No, no te preocupes, desde que estuve en un centro no tengo esa necesidad. Recaer... fue porque necesitaba dejar de sentir después de esa ruptura. —Menea la cabeza—. Es solo que... está siendo un dolor de cabeza, con mi padre pendiente de mí y estar tan lejos de mi ciudad de siempre... Estoy muy cansado y esta noche solo quería sentir algo. Siento haberte usado a ti o esa estúpida pelea, fui un estúpido.

Se levanta, ya con la cartera en el bolsillo, dispuesto a desaparecer para meter la cabeza bajo tierra. Pero él no quiere dejarlo ahí.

—La próxima vez que quieras sentir algo, llámame directamente, que lo de crear escándalos en bares es muy de heteros.

Le parece distinguir un brillo pícaro en los ojos, así que se permite sonreír, con un asentimiento suave.

—¿De verdad? ¿Vas a meterte conmigo por eso?

—No lo dudes. —Le guiña un ojo, con una sonrisa ya instalada en sus labios.

Raoul vuelve a asentir y se marcha con el alivio en el estómago.

Agoney suspira. No ha ido mal, después de todo.

Esa misma noche, Ricky se acurruca entre los brazos de su chico. Ojalá todos los problemas desaparecieran simplemente con estar pegado a la mejor persona que conoce.

—Muy bien, casi puedo ver la nube sobre tu cabeza, así que tú dirás.

Resopla. Odia que, además de ser la mejor persona del mundo, Kibo lo conozca tan bien.

—Tú cogiste la llamada al 112 del incendio de anoche, ¿no?

—Sí, odio cuando tengo que contactaros a vosotros con un incendio. —Se muerde el labio—. Hasta que no me dices que todo está bien no me quedo tranquilo.

—Veo que no soy el único con secuelas del accidente —comenta, sin apenas tensar al rapado—. A lo que iba: el hijo del capitán es gilipollas.

Kibo alza las cejas.

—Tendrás que desarrollar eso un poco más.

Así que pasa los siguientes diez minutos despotricando sobre por qué ha sido un completo inconsciente, que podría haberse matado y provocar un trauma a su padre, por no hablar de su actitud de gallito.

—A ver, ¿qué opinas?

El rapado echa la cabeza hacia atrás en el sofá.

—Supongo que tienes un punto, fue muy peligroso lo que hizo, pero...

—No me jodas que hay un pero, Marc Kibo, que se supone que estás de mi lado.

Le roba un beso para callarlo antes de que se ponga a despotricar sobre él.

—Yo siempre estoy de tu lado, cariño, pero si su padre no le ha dicho nada...

—¡No le dice nada porque es un niñato mimado! Lo tiene entre algodones, no me jodas. Cuando se lo dije se puso...

—¿Se lo dijiste a Manolo?

—No, al propio Raoul. —Pega un bufido—. A ese chaval no le han dicho las cosas a la cara en su vida y se nota.

—Dime que no se lo has dicho de verdad, Ricardo Merino. —Se aparta para mirarlo con incredulidad.

—Sí, claro que lo he hecho. Anoche fue solo él, un día de estos nos pondrá en peligro a todos. Alguien tiene que decírselo.

—Deberías disculparte con él. No puedes soltarle esas cosas a un chaval sin saber la carga que lleva detrás. 

—¿Yo? No me jodas, ¿qué carga va a tener?

—Nunca lo sabremos si te comportas como un insensible. Ricky, vamos, eres mejor que eso. Imagina que, como tú siempre haces como si no pasara nada, la gente creyera que te la suda lo que pasó con tus compañeros. Tienes que disculparte. —Lo pincha con un dedo en el costado.

—Ya veremos —farfulla.

A pesar de estar enfadado con el mundo, no duda en volver a abrazarse a su marido, dejando que pase la noche con tranquilidad. Ya volverá a pensar en ello más adelante.


Qué os ha parecido? Contadme lo que os apetezca, que me hace mucha ilu, y no olvideis dejarme un votito

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