CONTACTO EN LA ÚLTIMA FASE

Galing kay RanniaCurtis

5.4K 706 340

Año 2521 de nuestra era. Una tierra desolada, desértica, pocos humanos sobreviven guarecidos en arcas. Un pu... Higit pa

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
Capítulo 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
CAPÍTULO 53
CAPÍTULO 54
CAPÍTULO 55
CAPÍTULO 56
CAPÍTULO 57
CAPÍTULO 58
CAPÍTULO 59
CAPÍTULO 60
CAPÍTULO 61
CAPÍTULO 62
CAPÍTULO 63
CAPÍTULO 64
CAPÍTULO 65
CAPÍTULO 66
CAPÍTULO 67
CAPÍTULO 68
CAPÍTULO 69
CAPÍTULO 70
CAPÍTULO 71
CAPÍTULO 72
CAPÍTULO 73
CAPÍTULO 74
CAPÍTULO 75

CAPÍTULO 40

52 10 11
Galing kay RanniaCurtis

El aroma de algo delicioso y caliente llegó hasta sus fosas nasales. Pero estaba tan a gusto dentro de su cama, envuelta en el aroma de Tarigh además de las suaves mantas...  remoloneaba. Se pateó mentalmente. Debería estar ya levantada, dispuesta, haciendo el equipaje, ayudando en el arca. Sin embargo allí estaba estirándose, en el lecho, con los ojos cerrados. Los cuales se abrieron de golpe al sentir hundirse el colchón a su lado de alguien pesado sobre su cama y sus labios besados con pasión.

Era la mirada plateada de Tarigh la que estaba sobre ella. Sonrió al separar su boca con una sonrisa sabia y masculina.

––Buenos días, dormilona, tienes que comer––se alzó de la cama, aunque quedó sentado en el colchón. Señaló el desayuno.

Lucía se incorporó despacio, sí tenia hambre. El sol estaba bien alto en los cielos.

––Creo que ya es hora del almuerzo. ¿Nadie ha preguntado por mí?––inquirió la alcaldesa.

––Por supuesto, les dije que habías acabado rendida después de pasar toda la noche copulando con un guerrero de mi posición y fuerza––respondió con tranquilidad Tarigh.

Uno de los cojines de la cama golpeó en pleno rostro la cabeza del comandante, al caer al suelo asustó a Bollito, este marchó ofendido a otra sala. La cara de sorpresa de Tarigh hizo que Lucía rompiera en carcajadas. La voz profunda del guerrero, resonó en tono cavernoso.

––¿Te has atrevido a golpear a tu amo, concubina?––respondió el guerrero en tono oscuro y cavernoso.

Ella sabía que Traigh estaba bromeando, se tapó la boca pero sus ojos seguía mirando al hombre sin una pizca de arrepentimiento. Asintió dos o tres veces. Él comenzó a reír.

––Come, Lucía y rápido, porque voy a volver a hacer el amor contigo antes de dejarte salir de esta habitación. Eres mía, ¿recuerda, hermosa?––prometió, poniendo una bandeja sobre las rodillas de la mujer

Ante tal promesa se dio buena prisa en comer, casi se atragantaba con el tercer bocado, tosió un poco y pregunto:

––¡No se te habrá ocurrido contar lo que ha pasado aquí esta noche!––dijo Lucía preocupada.

––No estoy tan loco, aunque estuve a punto de asomarme a una de las galerías y gritar a todos que eres mía al fin. No, para evitar problemas, cada uno de nosotros hablará y explicará nuestro problema a los suyos y pedirá discreción––alargó la mano para poner tras la oreja uno de los mechones rizados despeinados de Lucía que caía sobre su rostro––. Una vez en mi planeta, temo que tendremos que separarnos por un tiempo. Tendré que... cumplir con algunos deberes, los cuales sabes ya que. aunque no lo deseo, he de llevar a cabo.

Lucía puso un dedo en los labios de su amante.

––Ssst. Dije que aceptaba las condiciones, no necesito que volvamos a discutir del tema entre nosotros. Lo único explicar vuestras costumbres a los míos y los tuyos y dejar este tema zanjado. Pero ahora deja que termine de comer y al menos me de una ducha––sonrió Lucía mientras se llevaba a la boca una cucharada de cereales tostados y molidos con leche y miel.

––Come rápido, te ducharás luego, adoro mi olor sobre ti, mujer.

Elena casi tenía listo el equipaje que se llevaría junto a sí, ropas, zapatos, y sobre todo, algunos recuerdos, Su hija también había dedicado parte de la mañana en esa misma tarea, ahora estaba en la zona alta, tenían que pensar cómo llevarse a las abejas y que estas llegaran sanas y salvas. Soreigh había pasado a por ella y subido juntas.

Se sentó en la cama, en su mano un pequeño cofre con las joyas, más bien pequeñas fruslerías de las cuales no conocía el valor, aparte del sentimental. Los mismos anillos usados en su unión con su esposo estaban allí. Ambos, el que llevó él y el de ella en una cadenita fina dorada, unidos para siempre, aunque hiciese tiempo que había abandonado el mundo de los vivos en la última gran invasión de las hordas de los «Sin Pueblo». Si los guerreros venidos de las estrellas hubiesen estado allí solo diez años antes... quizás Damián aún estaría con ella, y no tendría que enfrentarse al desconocido futuro junto a su hija tan solas.

No quiso seguir mirándolos. Los volvió a encerrar en una diminuta cajita y los dejó en su sitio, al fondo de la bolsa para equipaje. La dejó al lado de la puerta. Muchas de las cosas que amaba quedarían detrás. Por muy grande que fuese la nave que los llevaría, había cosas que en realidad eran prescindibles. Era mejor llevar herramientas que figurillas de cerámica o cristal. Libros que muebles, aunque estos hubiesen sido hechos a mano por su abuelo.

Tenían que dejar detrás casi todo su pasado en búsqueda de un mundo nuevo, sobre todo para Nydia, esta era joven, inteligente, bonita, atrevida, encontraría pronto una pareja, la rodearía de nietos y estos serían su alegría. En esa tierra yerma que habitaban, no tenían futuro.

Dejó con cuidado la bolsa en el suelo tras la puerta. Su hija ya había dejado un par de bultos allí. Nydia también era parca en poseer demasiadas cosas. En realidad lo que había en su pequeño apartamento había sobrevivido milagrosamente a siglos de destrucción alrededor, pero ahora carecían de valor.

Necesitando aire, dejar los recuerdos a un lado, salió de su apartamento a la galería. Soreigh y Nydia parecían muy contentas. Se detuvieron ante ella.

––Tras recoger todas las semillas se me ocurrió... ––dijo Soreigh–– ¡Cajas de hibernación! Según tengo entendido estos animales duermen durante al menos tres meses. Si durante la noche introducimos os panales con obreras, zánganos , crías y reinas en esos recipientes y bajamos la temperatura hasta lo que se suponía lo que eran los inviernos... ¡Lucía debe de saberlo! Ya no están los libros en la biblioteca, pero ella...

––Es la «Mujer Memoria»... Ella ha de saber la temperatura exacta tanto en Célcius como en Farenhéit para extrapolarlo a vuestro sistema de medición––remató Elena.

––Un cálculo con las computadoras de a bordo nos darán la clave de a qué frío hemos de conservar los recipientes para que no sufran. Las colmenas vacías de sus habitantes pueden viajar en las bodegas junto a las herramientas que utilizáis.

––¿Os importa ir vosotras a visitar a Lucía, oh eruditas doctoras?––dijo teatralmente Nydia––Están desmontando la forja para el transporte. Quiero ver cómo numeran las piezas y cómo las empacan.

––Por supuesto, cariño––dijo Elena, su madre––. Después del almuerzo podemos seguir haciendo el equipaje.

Nydia sonrió y bajó las escaleras con la velocidad de su juventud.



––No la he visto en el desayuno esta mañana––dijo Soreigh–– . Pregunté por ella al comandante, y me dijo que la dejásemos dormir. Por lo visto está algo cansada. Pensaba visitarla de todas formas, por si necesita ayuda médica.

––Creo que nos hubiese mandado llamar si se encontrase mal. Has sido muchas emociones juntas, será solo agotamiento. También imagino que necesitará escoger qué llevar en su equipaje.

Ambas se encontraron ante la puerta cerrada del apartamento. Llamaron con suavidad. Sabían que su gato era un animal bastante nervioso, que escapase y tener que buscarlo en un arca que hervía de actividad, no era plato de buen gusto.

––Tenemos que abrir la puerta––dijo Elena––. Nunca cerramos con llave. Puede que esté tan concentrada en sus cosas que no se habrá enterado, o quizás continúe dormida.

Soreigh puso una mano en el pomo y giró con cuidado, observaron que el felino no estuviese cerca para que no huyese del departamento. Entraron casi de puntillas, la pequeña entrada daba paso a lo que fue alguna vez la zona de cocina y que ahora era el pequeño cuarto de juegos de Bollito. Allí estaba el enorme gato atigrado, repantigado en uno de sus cojines, les miró indiferente y desvió su mirada tras olisquear el aire con indiferencia. Elena cerró la puerta de la pieza para que no escapase.

Sonrió a Soreigh, esta dio un paso más, entrando en la segunda pieza, dónde se suponía dormía Lucía en el sofá cama. Este estaba recogido y sin visos de haber sido usado recientemente. Sin embargo de la última habitación se podía escuchar ahora con claridad cortos gritos de placer, cada vez más acelerados de Lucía, el sonido de la respiración afanosa de un hombre, el cual la teniente reconoció de inmediato, sobre todo cuando repetía «te amo» como un mantra, creyendo que nadie escuchaba su intima confesión salvo la mujer con la que compartía tan íntimo momento.

Soreigh empujó casi a Elena para escapar de allí y no ser sentidas por el guerrero ni por su amante.

Una vez fuera, tras la puerta cerrada y a varios metros en la galería, ambas se detuvieron, mirándose entre divertidas y sorprendidas.

––No sé, pero era de esperar...––dijo Elena.

––Yo también pensaba que ambos formarían una pareja maravillosa, pero...––dijo Soreigh en un susurro––. Acompáñame abajo, esto no debe saberlo nadie, júralo Elena. Podríamos meter en un problema a ambos.

Soreigh suspiró tomando la mano de Elena incitándola a alejarse del lugar y de cualquier oído indiscreto. Una esquina apartada de la galería de abajo, ahora desierta, les dio la tranquilidad necesaria para continuar hablando.

––El comandante tiene en el planeta una pareja asignada por su familia. Una «sangre ancestral», Creo que se llama Thamact. Ambos eran demasiado jóvenes cuando Tarigh se embarcó como para llevar a cabo la unión, pero como promesa de compañeros, entregó a esa joven mujer su brazalete de compañeros.

––Pero... ¿Él no puede cambiar de opinión?––inquirió Elena.

––Es una unión por razones políticas y de pureza de linaje. El padre del comandante renunció a su lugar en el Consejo por tomar una compañera que no era «Sangre Pura». Él deber de Tarigh es tomar ese puesto y tomar compañera con el linaje apropiado.

––Lucía es una mujer inteligente, es la alcaldesa de este pueblo, una de sus mujeres más respetadas...

––Nada de eso vale ante las leyes del Consejo. él no podrá ayudaros si no llega a formar arte en la institución que gobierna el planeta. La única manera de poder ser de utilidad a vuestro pueblo es llevar a cabo esa unión no pedida por él. Si desea estar con Lucía solo tendría el camino de tomarla como concubina, pero, eso la haría ser menos que una esclava ante nuestras tradiciones. No podría darle hijos, no tendría brazalete que ofrecerle, es una vida solitaria para una mujer. Por mucho que se deseen o se amen, Lucía no lo merece, no, no lo merece––se repitió Soreigh negando con la cabeza.



Elena quedó rumiando en su cabeza todo lo que habló con Soreigh en la apartada y solitaria galería. Las leyes que regían el planeta del que eran originarios eran estúpidas, a su entender. ¿Cómo iba a decidir la familia por sus hijos cual pareja tomar? Suspiró. En la tierra también hubo un tiempo en que el amor no importaba, sobre todo para los que poseían riqueza o poder. Antiguos reyes, cuyos nombres ya estaban perdidos de la memoria del pueblo, basaban sus enlaces matrimoniales en el interés de adquirir más fortuna o la forma de conseguir tronos o favores.

No eran tan diferentes, lo irrisorio era que una sociedad tan sofisticada, adelantada y superior en tecnología, siguiese esos esquemas. Estaba acodada en la galería del cuarto piso, en una esquina oscura. Desde el comedor central no la podía vislumbrar nadie. Sin embargo a sus sagaces ojos no se escaparon dos acontecimientos. Soreigh fue detenida unos segundos por Juan, el cual la siguió hacia los pasillos de la enfermería y en unos minutos la acompañaba cargando el material médico, y su hija.

Nydia también estaba escondida entre la oscuridad que ofrecía uno de los gruesos pilares que sostenían las galerías superiores. No estaba haciendo absolutamente ninguna labor, y bien sabía como madre que su hija jamás estaba ociosa. Pero en esos instantes parecía ocupada en no dejarse ver por alguna de las personas que estaban en una de las esquinas. Uno de los terráqueos estaba enseñando como montar y desmontar un antiguo fusil semiautomático, limpiarlo y tenerlo preparado para disparar. Entre los tres guerreros que se entretenían en comentar e intentar adquirir destreza con la antigualla, estaba el hijo de Soreigh,

Si no se equivocaba, Nydia no despegaba los ojos del joven de cabello platino, el cual llevaba recogido en una cola baja e intentaba desmontar el arma con destreza, aunque sin la rapidez del terráqueo. Elena se llevó las manos a la boca para reprimir una palabrota. Su hija estaba embelesaba en cada movimiento del teniente segundo Rioeigh. Para no ser descubierta, Elena caminó hacia atrás hasta dejar caer su cuerpo contra la fría pared. No, su hija tampoco sería jamás suficiente para los altos estándares de ese muchacho, más siendo un «Sangre Ancestral».

Angustiada se retiró de allí de vuelta a su apartamento, tendría una conversación seria con Nydia, debía sacarle esos pensamientos románticos que uniendo retales de memoria, tenía la joven hacia el guerrero.



Juan seguía a la doctora hasta la habitación preparada como celda y que guardaba a Fred. La única orden de el comandante era curarle, alimentarlo y controlar que no huyese, no estaba decidido su futuro. Pero si continuaba con vida y recibía cuidados en algún momento tendrían que dejarlo volver a Beta 2.

A pesar de que en su cabeza bullían todas esas ideas, en la mente del joven, sobre todo su mirada no se desviaba del cimbreante caminar ante él de Soreigh. Vestida como cualquier guerrero, con el uniforme ajustado a sus formas femeninas de color negro, solo las dos franjas en diagonal en color plateado sobre su hombro con tres círculos entre ellas, la distinguían como teniente médico de la tropa.

A punto estuvo de tropezar con ella cuando esta frenó a pocos metros de a puerta cerrada de la celda. Soreig se dirigió a los dos guardas terráqueos que estaban de turno.

––Abran la puerta, por favor, he de revisar las heridas de este hombre.

Fue obedecida de inmediato, ante los ojos de Soreigh fueron descorridos los cerrojos, y la entrada franca. En uno de los rincones más alejados estaba el jergón que e habían reparado a Fred, habían preparado un poco mejor la estancia, aunque continuaba siendo un lugar sombrío. El hombre de oscuro y despeinado cabello levantó la mirada. Estaba sentado en el camastro, con la espalda sobre la pared. Parecía incluso inofensivo. Los arañazos y moretones habían desaparecido de su rostro, sus ropas estaban cambiadas por otras limpias aunque bastante viejas. No faltaban mantas a sus pies ni comida ni agua sobre una mesa que instalaron atornillándola al suelo, así como un banco.

Juan siguió a su espalda, cargando con el material de la doctora, dejándolo a un lado. Fred miró silencioso, primero a la doctora y luego al joven.

––¿Cómo se encuentra hoy? Veo que ha tomado alimento.

El tipo solo asintió.

––¿Notas molestias? ¿Ha cerrado la herida?

El tipo se encogió de hombros. Juan se impacientó ante la desidia de Frederick.

––Estás faltando al respeto a la persona que te curó––dijo Juan de mal humor.

El hombre sobre el camastro puso una sonrisa sardónica en sus labios, echó hacia atrás su grasiento cabello mas largo en el flequillo.

––¿Persona? «Alienígena» más bien––la voz de Fred sonó despectiva.

La mano de Soreigh en el hombro de Juan impidió que este se lanzara a propinarle un puñetazo al herido. La fuerza de esa mano que parecía tan frágil era asombrosa. O quizás fue el electrizante gesto de tocar su antebrazo lo que le paralizó.

––Vengo en calidad de doctora, Frederick––dijo la mujer en tono conciliatorio y suave––. Por favor, permite que vea bajo el vendaje. Quizás necesites una nueva cura. No te inyecté un vial completo de nanomec, para que pudieses volver con los tuyos sin hacerles daño, y a la vez pudieras estar seguro en nuestra compañía.

––No necesito nada. Solo que abráis esa puerta y largarme de aquí. Si los del arca Alfa 1 están tan locos como para querer acompañaros, me importa una mierda.

La mano de Soreigh continuaba sujetando el brazo de Juan, este casi temblaba de ira.

––Nuestro comandante tomará una decisión pronto. Pero mientras tanto permanecerás controlado en este lugar. Recibirás atención médica, comida, agua potable y ordenaré que te lleven a las duchas si tu herida o permite, si no que te ofrezcan cubos de agua caliente y paños para que te asees. ¿Me permites que vea tu herida?––dijo la doctora sin perder su paciencia.

––Haga lo que quiera––dijo Fred cruzándose de brazos tras apartar una de las mantas que parcialmente le cubría las piernas.

Juan se acercó a la vez que la doctora, dispuesto a reducir a Fred si en cualquier momento hacía algún movimiento sospechoso que pudiese dañar a Soreigh. Esta procedió a destapar la herida. Había tocado la arteria, aún sangraba aunque poco. Un par de grapas habían saltado, seguramente por imprudencia del herido. El rostro de la teniente parecía preocupado.

––No quería hacerlo, pero no sanas a la velocidad que debieras. He de inyectarte de nuevo.

––No––respondió cortante Fréderick.

––¿Prefieres morir de infección o desangrarte poco a poco?––dijo la doctora con tranquilidad fingida––. Tu vida, tu decisión.

Frederick agachó la cabeza unos instantes.

––Haga lo que quiera...––claudicó el prisionero.

Soreigh procedió con el tratamiento. Fred permaneció impertérrito ante el pequeño vial y la nueva sesión de cura. Una vez que estuvo el vendaje limpio en su sitio la doctora volvió a hablar.

––Le ruego tenga cuidado, las grapas han saltado porque usted no ha sido cuidadoso. Ordenaré que le traigan agua caliente, pero muévase con lentitud. Nada de brusquedades. Coma y descanse. Sé que no es muy divertido permanecer encerrado, así que aproveche para dormir todo lo que pueda. Si lo necesita pida algo para ello a los guardianes de la puerta y yo acudiré a ayudarle.

Terminó de recoger el material usado y de echar en un recipiente hermético los restos de vendas y grapas rotas. Juan no cejó en vigilar al hombre, dispuesto a lanzarse sobre él si se movía lo más mínimo, pero Fred no ere idiota. Estaba herido, dolorido, e incapaz de escapar y llegar con vida al arca Beta 2. No estaba tan loco aunque a veces lo pareciese. El joven solo respiró tranquilo cuando el doble cerrojo fue cerrado por su mano.

Escuchó a Soreigh ordenar útiles de aseo para Fred y que aumentasen en ese momento la seguridad. Ella tampoco parecía fiarse de una fiera herida. La siguió de nuevo escaleras arriba, portando el instrumental, sin dejar que ella tomase nada.

––Gracias Juan––dijo Soreigh––, hasta cierto punto comprendo que te veas más fuerte que yo, pero suelo cargar con ese maletín allá donde voy sin problema.

––No es molestia, al contrario, es respeto, doctora––dijo el muchacho.

Subían juntos ese último tramo de escalera. Ella le miró con una suave sonrisa. El siguiente tramo estaba desierto, así como el hangar que debían cruzar antes de entrar en los pasillos que llevaban a la enfermería. A la mente de la mujer vino la conversación informal que tuvieron horas antes. Durante el día, sin querer, Soreigh le había dado vueltas en su cabeza al tema.

Escuchar como el propio comandante, en fin, tomaba lo que tanto deseaba, hacía que su corazón se acelerase a pesar de no llevar nada en peso y caminar a paso tranquilo. El joven permanecía silencioso y apenas la miraba de vez en cuando con ojos de cachorrito perdido. Parecía querer decir algo que callaba. Quizás por prudencia.

Se fijó bien en sus rasgos. Desde el primer día le había parecido un joven algo adusto pero atractivo, de rasgos correctos, cabello corto casi como un recluta que entraba a formar parte en la escuela de guerreros. Sonrió. Si los planes de Tarigh daban resultado tendría el mismo derecho de los demás jóvenes que pasaban la transición a ello. El cambio le había sentado bien, sus rasgos se habían endurecido, conservaba el mismo tono de piel más clara que Lucía y Laura, aunque fuese su cabello casi negro como la noche.

Se movía con elegancia y agilidad para tener el físico de un guerrero, los demás parecían pesados a su lado teniendo la misma complexión. Una vez dentro de la habitación de la enfermería, Juan estuvo a punto de despedirse, pero Soreigh se descubrió a sí misma en una faceta que creía olvidada o perdida.

––Juan...¿Puedo hacer una pregunta personal?

––No tengo demasiado que ocultar, doctora.

––Tienes cerca de treinta años terráqueos. ¿Porqué no tienes compañera?

––No he conocido mujer que consiga hacer que me una a ella de por vida. No soy célibe, tengo amigas que en ocasiones, en fin, compartimos momentos íntimos. Pero nada más.

––Comprendo...

––Si no tiene nada más que preguntar, o si me necesita para ayudar en algo... .. Voy a comenzar a hacer mi equipaje un rato hasta que llegue la cena.

Soreigh asintió, le veía marchar. No, había algo más que quería, que necesitaba. El joven estaba a punto de cerrar la puerta.

––Juan... ¿Esta noche hará tanto frío como la anterior?––preguntó con suavidad la doctora.

––Lamento decirle que incluso puede que más––respondió el hombre.

––Pues esta vez quisiera dormir con ese calor que necesito... mi puerta estará abierta––si quería entender la cuestión, sabía que era bastante inteligente para no tener que dar más explicaciones.

Juan fue o suficiente caballeroso para no decir nada y comprender todo, asintió con suavidad y desapareció de la habitación cerrando tras de sí.

Soreigh sonrió guardando cada cosa en su sitio, no, esta noche estaba segura de que no pasaría frío.

Ipagpatuloy ang Pagbabasa

Magugustuhan mo rin

257K 26.5K 45
3ª PARTE DE LA SAGA "LAS HIJAS DEL TIEMPO" Eiri Milwood sabe tres cosas con certeza: Es vegetariana, está embarazada y su exnovio es gilipollas. Clar...
78.3K 11K 54
En un mundo en donde los héroes y los hechiceros conviven con cierta armonía la cual se vera rota
325K 20.6K 63
Ella está sorda. El no lo sabía.
602K 46.2K 55
❝ Y todos los caminos que tenemos que recorrer son tortuosos, y todas las luces que nos conducen allí nos están cegando. Hay muchas cosas que me gust...