Sand & Stars

Por SofiDalesio

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¿Reconocerías a un monstruo antes de transformarte en uno? Cuando la oportunidad de una nueva vida en el Oest... Más

Extracto del manual de cazadores
Dioses prohibidos
Léxico:
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44

Capítulo 10

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Por SofiDalesio

Feliz viernes, zorritos!

Aquí les escribo desde un tren camino a Amsterdam, pero no podía dejarlos sin su lectura de fin de semana. Sigo súper positiva y optimista respecto a mis resoluciones 2023: hacer algo por mi trabajo, hacer algo por mi cuerpo, y hacer algo por mí. Y ustedes entran un poco en la última categoría, porque pocas cosas disfruto tanto como leer sus comentarios.

Espero disfruten y encontrar más tiempo para escribir este año. ¡Al menos al fin llegó mi escritorio y pude armarlo! Y fue una decisión difícil, pero me he propuesto no ser tan perfeccionista y no releer mil veces antes de compartir un cap porque, a fin de cuentas, lo importante es avanzar con la historia y que ustedes la lean. Así que entre no subir y subir una versión imperfecta, me esforzaré y haré lo segundo. Lo siento por toda eventual falta!

Como siempre, no se olviden de votar y comentar al final!

Xoxo,

Sofi

***

Era asombroso cuánto el duelo podía distorsionar el tiempo. Un día podría pasar en un abrir y cerrar de ojos, y un segundo durar toda una eternidad. Aun así, el cuerpo no lo percibiría, como si estuviera en pausa desde la pérdida inicial.

Una semana había pasado sin que Nikka lo notara. Lorcan la había dejado en un hotel con un crédito ilimitado para pedir comida, ropa o cualquier otra cosa que pudiera necesitar. Nikka apenas recordaba la última vez que había comido.

Estuvo tres días en ese dormitorio sin hacer nada más que mirar un muro. Había dejado la habitación que solía alquilar cuando había partido hacia el Oeste y vendido todo lo demás. Su equipaje se había perdido en algún lugar de la naturaleza. Le había hecho la estúpida pregunta a Lorcan para saber si era posible recuperarlo. Si aun pudiera sentir, la mueca con la que él había respondido hubiera sido graciosa. Pero solo había sido incómodo y Nikka había perdido un poco más de cualquier esperanza.

Al cuarto día, se levantó y pidió su trabajo en la cafetería de regreso. Y allí había estado desde entonces. Llegando primera en la mañana. Trabajando el doble, triple de veces. Escogiendo cualquier tarea que la mantuviera ocupada. Cualquier cosa que pudiera mantener sus pensamientos lejos de Cal y la verdad debajo de su vendaje.

Se quedaría en la cafetería hasta el final, cuando el dueño la echaría y luego correría todo el camino de regreso al hotel. Lejos de la noche y sus peligros. Y entonces, se sentaría en el suelo y miraría el muro de nuevo hasta que saliera el sol y tuviera adónde ir.

La cafetería estaba tan ocupada como de costumbre esa mañana. Las otras camareras se habían acercado a ella durante los primeros días, pero ahora simplemente la ignoraban ya que Nikka nunca escuchaba ni respondía. Si la consideraban un fracaso por regresar o sabían la verdad sobre lo que había sucedido con la expedición, no le importaba.

El mundo había seguido moviéndose sin ella. Y su mente estaba solo en instintos básicos: tomar una orden, buscarla y servirla. Seguiría toda su vida de ese modo si mantenía alejados los recuerdos.

—Qué sitio tan aburrido. ¿Has estado en el de la calle Mael? ¡Tiene libros para leer! Aunque este café es más fuerte, —el cliente cogió la muñeca de Nikka antes de que pudiera irse—. Oye, te estoy hablando, pájaro.

Esa sola palabra fue suficiente para hacerla reaccionar. Nikka se concentró y encontró la desafiante mirada de Rajnik. Era extraño cómo la admiración y ahora el miedo podían coexistir en su corazón. La cazadora había sido una vez su héroe, ahora también una amenaza.

—No deberías estar trabajando, —Rajnik frunció el ceño, sonando casi preocupada—. Mi Dios, ¿qué haces trabajando? Claramente no estás bien.

Nikka se congeló, sintiendo todos los ojos en ella antes de darse cuenta de que era invisible al lado de la cazadora. Rajnik tenía una manera de atraer toda la atención, si no por su fama, por su apariencia. Donde todas las mujeres de la cafetería mostraban sus mejores vestidos y faldas largas, ella vestía un traje de hombre. Los botones de su camisa se encontraban en su mayoría abiertos, mostrando parte de sus vendajes. Estaba sentada como si estuviera sola en su salón, tumbada y cómoda. Las mujeres susurraban detrás de sus abanicos, los hombres la cuestionaban mientras también se preguntaban por el resto de su piel. Aun así, a Rajnik no le importaba en absoluto.

—Yo...

Nikka no pudo encontrar las palabras. La cafetería era elegante, fina con su porcelana y decoraciones de madera. Bonita y diminuta, un lugar donde las chicas de la alta sociedad podían hablar de las flores pintadas en los muros o de los candelabros de cristal que colgaban del techo.

—No importa, —continuó Rajnik—. La Hermandad solicita tu presencia, así que será mejor que te apresures. Tienes hasta que termine este amargo café.

Siseó a la taza como si fuera un enemigo. Nikka abrió y cerró la boca varias veces. La cazadora se veía tan radiante como Nikka siempre la había recordado. Si no supiera lo contrario, nunca adivinaría que Rajnik estaba herida.

—Estoy trabajando, —logró decir finalmente.

—Cuando no deberías, —respondió Rajnik, sin inmutarse, su dispersa atención de regreso a su café—. Así que tienes dos opciones. Puedes venir conmigo o ser arrestada en unos minutos. Lo primero es menos dramático.

—No puedo simplemente irme, —si Rajnik hubiera aparecido un mes atrás y le hubiera pedido que dejara todo y la siguiera, Nikka no lo habría dudado. Pero ahora, la monotonía de su trabajo era todo lo que tenía—. No puedo perder mi puesto.

—No puedo y no quiero son dos cuestiones diferentes. No compliques las cosas, ya llego tarde a mi primera reunión.

—¿Dónde está Lorcan? —preguntó Nikka y Rajnik sonrió con encanto.

—Con algo de suerte, extrañándome. De seguro, maldiciéndome. Pero él no es de tu incumbencia, —la sonrisa desapareció igual rápido—. No lo metas en problemas. No me quieres como tu enemigo personal.

—Me dijo que volvería.

—Ah, ese hombre siempre toma más de lo que puede manejar, —Rajnik dejó caer su cabeza hacia atrás—. Es un buen chico. Pero no dejaré que arruines su reputación. Así que estás atrapada conmigo y el tiempo corre.

—Pero yo...

—¿Pasa algo, señorita?

Nikka se sobresaltó cuando el dueño de la tienda apareció junto a ella. El bajo hombre estaba nervioso, sus gordas mejillas se sonrojaron al ver a una aburrida Rajnik jugando con unos terrones de azúcar. ¿Él también la había reconocido?

—Oh, nada, —respondió Rajnik como si fuera un hecho—. Ha contratado a una rebelde. Solo le preguntaba si vendría conmigo voluntariamente o si debía solicitar un arresto.

***

La chica perdió su trabajo. Rajnik no se sentía culpable al respecto. Era eficiente, no amable, y no le debía nada a un búho. O lo que Nikka fuera. Y, a juzgar por la mirada que Lorcan le lanzó, llegaba más que tarde esa mañana.

Se sacudió cualquier preocupación y sonrió, de pie junto a él. ¿Estaba más alto? Ciertamente ella no era más pequeña, pero su memoria tampoco era la mejor a veces. Apenas le llegaba a los hombros, algo que le había molestado al principio, pero que ahora la alegraba.

Cuando era pequeña, Rajnik siempre se había enfrentado a las críticas. Demasiado pequeña. Demasiado delgada. Muy debil. Pesadas palabras entonces que nada significaban ahora. E incluso cuando el Comandante se encontraba furioso, ella solo quería reír mientras esperaba en la antesala a ser llamada. Era imposible no sonreír después de una semana sin ver a Lorcan, incluso cuando él no parecía feliz de verla.

—¿Dónde estabas? —preguntó él.

—Ah, sabes que no soy de las que madruga, —ella movió sus manos detrás de su espalda, incapaz de quedarse quieta—. Debería ser rápido, ¿no crees? ¡Hola! ¡No muerta! ¡Perdón por ilusionarte! ¿Piensas que a alguien le importe?

—Solo te lo preguntaré una vez, —Lorcan bajó la voz hasta el susurro de un amante. Él también inclinó la cabeza en su dirección, sus labios casi rozando su cabello—. ¿Por qué fingiste tu muerte?

—Ya conoces la respuesta, —dijo Rajnik, confiada.

—No. Conozco la mentira. ¿Quisiste retirarte? ¿Abandonar tu nombre para siempre?

Rajnik solo sonrió, en silencio. No se tocaban en absoluto, pero de algún modo se sentía más íntimo incluso.

—¿Me hubieras dicho la verdad más tarde? ¿Al menos enviado una carta? —continuó él.

—¿Hubieras respondido esta vez? —preguntó ella en su lugar—. No pidas cosas que no quieres. Estoy aquí ahora, herida y lista para cazar, y parece que nunca creíste ni te preocupaste por un segundo sobre ese asunto.

Doloroso, sí, pero seguro. Daría la bienvenida con gusto a la amarga franqueza por encima de una mentira más dulce. Lo había extrañado, pero no había pensado que la noticia de su supuesta muerte se difundiría tan rápido. Y una pequeña parte de su corazón quería creer lo que no podía.

Lorcan se alejó y Rajnik lamentó su distancia. ¿Por qué habría esperado otra situación? Sus palabras exactas, años atrás, en ese mismo lugar, habían sido que no quería volver a verla.

—Eso es lo que pensé, —murmuró ella—. ¿Tu padre estaba feliz de que recuperaras este trabajo?

Él llevaba una semana ausente, el tiempo exacta para ir y venir de Venvia en tren. No fue difícil para ella deducir lo que había hecho Lorcan. Debió haber recibido la misma carta que ella, un llamado de regreso para cualquier cazador o cazadora que pudiera luchar.

—Te envía saludos, —respondió Lorcan simplemente.

—Entonces eso es un no... —dijo ella—. Es un buen hombre, le enviaré chocolates luego. Le gustan esos picantes, ¿no?

La puerta se abrió en aquel momento. Rajnik dejó de hablar y escogió su mejor sonrisa para pelear.

La gran sala de reuniones estaba como ella la recordaba, tal vez un poco más polvorienta. La Hermandad solía reunirse en una antigua y pequeña fortaleza justo entre el cuartel de los guardias y el palacio del gobierno. Ideal para ejecutar tareas entre poder y fuerza. Se encontraban en la torre principal, una circular estructura llena en su interior de balcones y una escalera en espiral elevándose hasta la cima abrazada a los muros como una serpiente. La luz del sol entraba por todas las ventanas de arriba. Los ramos de Lavandula colgaban de los muros.

Los otros cazadores ya estaban allí, diez en total, cada uno con sus propios asuntos. Así que todos habían respondido a la llamada... Y todos estaban vivos. El Comandante se encontraba al otro lado, junto a la Mesa Grande. Había un mapa del territorio tallado encima, con montañas y todo. Las ciudades tenían pequeñas banderas clavadas en ellas e incluso diminutos soldados de hierro para representar tropas y cargos políticos.

El Oeste estaba perdido. No había un solo objeto reconocible allí. En cambio, las tropas y los gobernadores habían sido reemplazados por fichas rojas y animales de madera tallada. Deliah, un cazador, estaba tallando otra en ese momento sentado al comienzo de las escaleras.

—Tanto tiempo sin verlo, —Rajnik sonrió cuando se detuvo frente al Comandante.

El hombre rondaba los cincuenta años, alto y delgado como un esqueleto. La piel se hundía en su cráneo como rocas en el mar. Una herida décadas atrás le había arruinado el estómago y desde entonces no podía comer demasiado. Los círculos debajo de sus ojos eran tan oscuros como para preguntarse si estaba experimentando con maquillaje. En dos años, no le había crecido ni un solo cabello en la cabeza, por lo que Rajnik se preguntó si su calvicie también sería consecuencia de una vieja pelea.

—Te declaraste muerta, —su voz no tenía emociones, sus ojos nunca dejaron el mapa.

—No creo que nadie pueda declararse muerto. Los difuntos no hablan, —respondió Rajnik—. Pero el chisme está más allá de la muerte. Entonces, sí, tal vez los rumores sobre mi fin fueron simplemente exagerados. No puedo controlar eso.

—Tienes suerte de no estar en prisión. La deserción...

—Estaba herida, —Lorcan apareció a su lado y Rajnik giró su rostro al instante para mirarlo—. Yo también hubiera sido discreto en su lugar. No estaba en condiciones de enfrentarse al enemigo o escapar de la ciudad.

—Ah, sí. Tengo un buen corte si quiere ver, —Rajnik agarró los bordes de su camisa, listo para levantarla.

—Basta, —ordenó el Comandante antes de que pudiera hacerlo—. Y arregla ese uniforme. Eres una desgracia. Solo aléjate de mi vista antes de que considere perder a un cazador en tiempos de necesidad.

—Oh, no querría eso. No tiene idea de las pesadillas que vi en Arcadia, y vienen por nosotros también, —Rajnik sonrió—. Tal vez la muerte sea un destino más dulce que lo que está por venir.

—¿Tan dispuesta estás a dar tu vida por esta tierra? —sólo entonces el Comandante levantó la mirada—. No me presiones, Rajnik. O juro por el Destino y las Estrellas que te enviaré de regreso a Arcadia esta misma noche.

—¿Desea que vuelva? —una vena apareció en la cabeza calva del Comandante.

—Me ocuparé de ella y de sus palabras, —Lorcan le dirigió a Rajnik una mirada de advertencia—. Fue solo un malentendido. Nunca volverá a pasar.

—Eso espero, o la próxima vez la haré ejecutar por deserción, —respondió el Comandante—. Ambos hicieron un juramento a esta ciudad que espero que cumplan.

Rajnik abrió la boca para responder, pero Lorcan fue más rápido—. Lo haremos mejor.

Él cogió su chaqueta y la apartó antes de que pudiera decir algo más. Qué hombre tan aburrido... Rajnik sopló, pero permaneció en silencio. ¿Qué era tan difícil de creer sobre ser herida en una ciudad reclamada por el enemigo y tener que esperar hasta la recuperación para hacer algo al respecto?

Deliah terminó su animal. Lo tiró a la mesa, el Comandante puso al brusco coyote en Arcadia junto a una buho, una culebra y un zorro. Otros animales estaban en otras ciudades occidentales. Y no debería ser extraño, Vasijas y salvajes siempre cazando, si no fuera por su nueva asociación.

—¿Sabes? Soy una cría ya crecida que puede masticar su propia carne, —Rajnik metió las manos en sus bolsillos—. Puedo ganar mis propias batallas.

—Lo sé, —dijo Lorcan.

—Aun así, no me dejas pelearlas.

¿Siempre se había sentido así? El odio del Comandante era algo a lo que Rajnik estaba acostumbrada desde el primer día. Y Lorcan siempre había interferido en su nombre. Entonces, ¿por qué la molestaba ahora? ¿Cómo podía sentirse tan distante estando de pie junto a ella?

—Ódiame si quieres, —susurró Rajnik, solo para él—. Pero no me subestimes. Nunca te haría eso.

Fue breve, pero parecía como si ella lo hubiera abofeteado.

—Yo...

—¡Tenemos un gran desastre entre manos, cazadores! —La voz del Comandante interrumpió cualquier palabra que Lorcan fuera a decir—. ¡Así que acérquense y escuchen!

Rajnik se dio vuelta y obedeció. Un chico era solo un chico, como una orden era solo una orden. Los corazones no tenían ningún rol cuando el deber jugaba. Y había aceptado, hacía mucho tiempo, que su vida no le pertenecía enteramente.

Se detuvo junto a la Mesa Grande como los otros cazadores, la más pequeña de todos. Y por primera vez en las muchas reuniones que había tenido en esa habitación, se sintió vacía y sola. El Oeste estaba tomado. Su pulso se aceleró con recuerdos de sangre y fuego. Un zorro de madera estaba parado en Arcadia. ¿Estaban bien trazadas las nuevas fronteras? ¿Habían vuelto a cambiar durante la semana que ella se había ido? Cerró sus manos en puños.

—Mientras todos ustedes descansaban y hacían sus vidas, el enemigo estaba reuniendo fuerzas y aliados. El gobierno confió demasiado en nuestra victoria. Todo lo que hacen los salvajes son trucos y engaños. Ahora hemos perdido una quinta parte de nuestro territorio, —el Comandante arrastró su dedo por la zona perdida—. La Capital del Oeste ha caído. Las ciudades cercanas son las siguientes si no tomamos ninguna medida. A este ritmo, tendremos rebeldes llamando a la puerta de la Capital a finales de año. ¿Cómo se atreven a dejar que esto sucediera?

Rajnik ni siquiera parpadeó, el calor quemando su pecho. ¿Cómo se atrevía él a hablar de ese modo cuando había sido quien había declarado la victoria? La Capital los había llamado de regreso y todos los cazadores habían respondido. ¿Para qué? ¿Para ser juzgado por obedecer órdenes? ¿Por retirarse cuando les habían dicho que lo hicieran?

—Ahora tenemos noticias sobre salvajes en todas partes. Las Vasijas están matando. Los Gobernantes se han reunido con el único objetivo de matar y conquistar. ¿Y qué tengo yo? Solo un grupo de niños estudiosos que pueden saber dos o tres cosas sobre matar salvajes y todo un territorio que defender.

Dos cosas o tres podían ser la diferencia entre la vida y la muerte. Entre inofensivo y letal. Entre ser útil o inútil. Rajnik no podía correr el riesgo de caer en la segunda categoría debido a su herida.

—Esta Hermandad está de vuelta en servicio. También pediremos el apoyo de la policía local y la milicia. En diez días se llevará a cabo un reclutamiento y se capacitará a los voluntarios para el trabajo. Necesitaremos todo el apoyo que podamos conseguir. Si no están en una misión, estarán aquí entrenando. Vuelvan a formar equipos para que podamos seguir adelante con la agenda.

Era la regla principal para todo cazador, trabajar siempre con un compañero. Era la única forma segura de enfrentar y tal vez derrotar a una Vasija. Una estrategia sencilla. Uno para defender o distraer, otro para atacar. Los salvajes eran más fuertes, más rápidos, más resistentes, por lo que necesitaban compensar eso.

Rajnik se dio vuelta, los ojos brillando cuando vio que Deliah escogió a otro compañero que su anterior. Y, por primera vez en mucho tiempo, tuvo esperanzas. Alguien la elegiría, o le sonreiría, o simplemente no la rechazaría cuando se acercara...

Excepto que todo el mundo le estaba dando la espalda, ya estrechando la mano de viejos o nuevos compañeros. Y era lógico. Había estado fuera demasiado tiempo, había perdido el contacto con todos ellos. Obviamente, los cazadores irían con aquellos habían mantenido el contacto.

—Parece que estamos atrapados juntos de nuevo, —Lorcan se detuvo junto a ella y Rajnik tardó unos segundos en crear una sonrisa para darle.

—Ah, siempre por caridad.

Era un hecho. Nadie había querido hacer equipo con ella la primera vez tampoco y las parejas eran definitivas. La sincronización resultaba clave. Necesitaban conocer a sus compañeros mejor que ellos mismos si querían ganar una pelea. Nadie querría a una chica problemática.

—Solo cúbreme la espalda —respondió Lorcan.

—Estaba hablando de mí. Nadie más quiere lidiar con tu amargura.

Nadie quería tratar con una persona más débil como ella, sin habilidad para la espada ni para el combate cuerpo a cuerpo. Una niña enferma y herida llena de problemas. Una hija de Occidente que no rezaría al destino y a las estrellas, sino a su antiguo Dios y a sus antiguas costumbres.

Pero Lorcan no la había rechazado cuando habían sido emparejados la primera vez. Cuando él ya era un cazador y ella solo la chica nueva en la ciudad. Cuando el Comandante había dicho que una mujer no tenía lugar entre cazadores y Lorcan lo había llamado estúpido si alguna vez se atrevía a dudar de las habilidades de Rajnik. Había sido la única vez que ella lo vio faltarle el respeto a su superior. Tal vez la única a juzgar por la reacción del Comandante. Pero el hombre había aceptado y ahora había incluso otras dos chicas en el equipo.

—No necesito a nadie más.

No. No lo hacía. Si había un cazador capaz de tal vez enfrentarse solo a una Vasija y vencer, ese era Lorcan. Esas palabras no eran para ella. Rajnik no se permitió creer lo contrario.

Su dedo meñique rozó el de ella. Fue rápido, y si no hubiera sido por la electricidad del toque, Rajnik habría pensado que solo estaba soñando despierta.

—Dividiremos esto en tres grupos. Quienes se quedan, quienes buscan información y quienes cazan, —continuó el Comandante.

Un accidente. Solo había sido un accidente. Aun así, no confiaría en otro cazador para luchar a su lado.

Rajnik apenas prestó atención al resto de la explicación, de todos modos estaba atrapada en la Capital. Necesitaba descansar, así lo había dicho el médico. El tiempo de aventura había terminado por un rato.

—No sabemos con certeza si los Gobernantes son los mismos que enfrentamos hace años, pero tenemos otro problema en este momento, —dijo finalmente el Comandante—. El Búho está aquí.

Sólo entonces las puertas se abrieron y dos guardias entraron arrastrando a Nikka.

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