CONTACTO EN LA ÚLTIMA FASE

By RanniaCurtis

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Año 2521 de nuestra era. Una tierra desolada, desértica, pocos humanos sobreviven guarecidos en arcas. Un pu... More

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
CAPÍTULO 53
CAPÍTULO 54
CAPÍTULO 55
CAPÍTULO 56
CAPÍTULO 57
CAPÍTULO 58
CAPÍTULO 59
CAPÍTULO 60
CAPÍTULO 61
CAPÍTULO 62
CAPÍTULO 63
CAPÍTULO 64
CAPÍTULO 65
CAPÍTULO 66
CAPÍTULO 67
CAPÍTULO 68
CAPÍTULO 69
CAPÍTULO 70
CAPÍTULO 71
CAPÍTULO 72
CAPÍTULO 73
CAPÍTULO 74
CAPÍTULO 75

Capítulo 19

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By RanniaCurtis

El tiempo pasó lento pero consciente para Tarigh. Dejado caer inmóvil en ese camastro notaba que su fortaleza aumentó hasta su potencial habitual. Lo único que no sanó tan rápido fue su rostro, ni siquiera se lavó las sangre de las heridas. Si hacía notar su capacidad de reposición tras una paliza, y una exposición desnudo al clima del planeta, podría generar un miedo bien fundamentado entre sus captores.

Una raza casi invencible hubiese hecho cundir el miedo, su supervivencia y la de Lucía dependía que le creyesen débil y mermado en sus fuerzas. Siguió con los ojos cerrados, la pequeña luz sobre el alto techo no había sido apagada en todo ese tiempo, ¿Una forma de tortura? Ni siquiera era una simple molestia.

Escuchó al otro lado de la puerta voces terráqueas, una discusión. Vaya, sus captores parecían no ponerse de acuerdo en algo. Su estómago sintió la mordida del hambre. El agua de la botella que le habían proporcionado estaba casi acabada. ¿Sorteaban entre sus vigías, quién entraba a servirle el desayuno? No quiso sonreír, pero casi lo hizo.

Pobre del idiota que entrase primero, pensaba acabar con él en menos de un secoether, avalanzarse sobre el que permaneciese guardando la puerta, arrancarle su arma y obligar a todo el que estuviese en el pasillo a darle sus armas y comunicadores, si los tenían y encerrarlos en esa misma celda. No quería muertes innecesarias, solo lo haría por su supervivencia y la de Lucía. Su cuerpo podía resistir algunas de esas balas que lanzaban las armas usadas por los humanos. Aunque el traje que llevaba no era de batalla, también era bastante seguro. Solo debía evitar ser disparado en la cabeza, pero debido a su altura en comparación, les sería más difícil a los que estuviesen cerca.

Los que estuviesen a distancia, si estaba rodeado de humanos intentando reducirle, podían cometer el error de disparar y herir a un compañero. Esperaba que aún hubiese la semilla de la lealtad entre esos hombres, o tendría un problema más.


Maddekj llamó a la puerta de la enfermería dónde se encerraba ella misma por la noche la joven terráquea, su protegida. Sorprendido de como pensaba en ella se rio de sí mismo, no, era su vigía, no su guardaespaldas.

Pero tampoco permitiría que nadie le hiciese daño. Había trasladado su jergón de campaña y dormido sobre el duro suelo ante su puerta a escasos metros de ella. Tan pocos que el olor de la pequeña mujer se colaba bajo la puerta, pues no era estanca. Desde el día anterior parecía haber cambiado. Estaba sangrando, al principio creyó que se había herido, pero al verla aparecer tras la doctora con sus mejillas sonrosadas y pasar sin querer mirarle a su lado, como avergonzada, le dio las pistas necesarias.

El apenas había vivido su vida en el planeta de origen, demasiado joven se había embargado en la aventura de buscar y descubrir nuevos mundos en una nave repleta de hombres. Pero eso no quería decir que no fuese consciente de la anatomía femenina, no conociendo cuándo volvería había aprovechado sus últimos días en buscar mujeres liberales y complacientes. No abundaban mucho en su planeta, salvo que fuesen viudas o jóvenes sin esposo aún y estas guardaban su primera vez para su verdadero compañero.

Pero entre las de otros mundos, dependiendo de su cultura, si accedían de buen grado a una noche de pasión con un guerrero. Todas sabían que eran incansables y que acabarían bien satisfechas en la cama de alguno de ellos. En ese tiempo era un sangre pura, sin ninguna señal ni daño en su rostro o cuerpo. Guardaba bien al fondo de su equipaje los brazaletes de compañeros, joyas que ahora, con su lastimosa apariencia, ninguna mujer estaría dispuesta a aceptarlo, por mucho que vibrasen esos malditos artilugios. Las pocas mujeres que podían quedar en su planeta, solo querían lo mejor, no material dañado para parir sus futuros hijos.

Sus sangrados menstruales, no le eran material tabú. Sabía bien que no era tema que se hablara a las claras, muchas hembras se negaban a practicar sexo durante unos días por ello.

La muchacha debía estar pasando por esa fase, no conocía su cultura, quizás debería permanecer un poco más alejado de ella por respeto a unas costumbres de las que debía informarse, ya que no podía dejar su vigilancia.

La observó caminar tras la doctora, y esta le asignó una rarea sencilla coser viejos paños de diferentes colores desvaídos en pequeñas toallas. No era tonto, pretendía entretenerla y a la vez que se fabricase ella misma aquello que necesitaba para contener su sangrado. El quedó a un lado, a cierta distancia para no avergonzarla. Alguna otra mujer le ayudó y explicó algo, seguro de cómo debía aprovechar bien los retales. Ella solo asintió y, una vez a solas con una cesta pequeña con lo que necesitaba, buscó un rincón tranquilo e iluminado para ponerse a ello, sin soltar una sola palabra.

Él se sentó a una distancia prudencial. La siguiente vez que vio como la doctora pasaba cerca quiso salir de dudas.

––Doctora. ¿Puede atenderme un momento?

La mujer paró en seco, miró al hombre que se ponía de pie. Era el guardián de la muchacha de los «Sin Pueblo». Llegó a su altura y pudo comprobar que era realmente intimidante, con esas marcas mal cosidas sobre la piel de su rostro, su tamaño que aventajaba a la primera tanda de guerreros llegados. También era chocante que su cabeza estuviese afeitada en vez de con esos cabellos hermosos que solían lucir esos hombres a diferente largura.

––¿Necesitas algo, guerrero?––dijo la mujer sin ningún atisbo de miedo, mirando directo a sus ojos.

––Mi nombre es Maddekj, doctora.

––Bien, Madekj. ¿tienes algún problema médico? ¿Quieres que le eche un vistazo a alguna herida?

––No doctora, si se refiere a mi rostro, yo mismo he querido que permanezca así, fui un mando de otra de las naves de búsqueda de vida, se llamaba «Pueblo azul» por el color de los uniformes que nos diferenciaban y que apenas había sangre mezclada en nuestro cuerpos. La mayoría éramos hijos de los primitivos habitantes de nuestro planeta. La élite.

El hombre se pasó la mano por su desnuda cabeza. La doctora seguía dejando que hablase, permaneciendo en silencio. A veces los pacientes daban más y mejores pistas si los dejabas hablar, aunque divagasen, en vez de ser insistente en las preguntas.

––Mi cabello es igual que el de Soreigh y el de su hijo, pero fue mi culpa que no reaccionásemos a tiempo y apenas quedásemos diez hombres maltrechos en una de nuestras incursiones de búsqueda. Desde entonces no he permitido a la doctora Soreig que repare el daño de mi piel, y he rapado mi cabeza en señal de duelo.

––Costumbres de vuestro planeta––dijo la mujer.

––Más bien autocastigo––confesó el guerrero algo avergonzado.

––Pues no debería fragelar tanto esa mente además de ese cuerpo, guerrero. Maddekj... ¿Qué es lo que necesitas realmente?

––Mi protegida...––la señaló con la mirada unos segundos.

––Aquí nadie le hará daño ni intentará vengarse. Todos han sido informados de su situación como esclava de los «Sin Pueblo», nadie la culpa de nada. Es ella la que ha de abrirse a los demás. No tenemos ningún problema en aceptar a esta mujer como compañera de viaje.

––Agradezco mucho eso. Sé ya que nada tiene nada que temer. Solo he de vigilar que no intente huir.

––Es una mujer bastante cuerda, me ha contado su pasado, no creo que quiera volver con quien tan mal la trató. Ella no es un objeto. Es una persona como cada uno de nosotros. ¿Eso te preocupaba, Maddekj?

––Sí y no. He notado que... no sé como las terráqueas se toman este asunto, pero iré de frente. He notado que tiene su menstruación. Dependiendo de cada pueblo que llega a nuestro planeta tienen unas costumbres, en algunos hasta las mismas mujeres suelen aislarse en casas para ello expresamente...

––No voy a preguntar cómo lo has notado, supongo que vuestros sentidos están aumentados con respecto a los nuestros. Aquí hacemos vida normal, Maddekj. Agradezco que seas tan considerado––tampoco iba a añadir «a pesar de tu aspecto fiero e intimidante», no sería adecuado para un hombre tan sincero y que cargaba tanto en su bagaje emocional.

––¿No he de permanecer a tanta distancia?––preguntó como con un atisbo de esperanza.

––Como si quieres aprender a coser bragas sentado con ella, muchacho––dijo Elena, soltando una risotada detrás de su broma.

––No creo poder llegar a tanto...––respondió el enorme guerrero en un tono algo azorado que ni la doctora esperaba escuchar.

Ella se atrevió a palmear incluso su brazo. Ninguna mujer de su planeta le tocaría, con ese aspecto y después de haber perdido el honor y el mando de una nave de élite. Los terráqueos eran extraños y fascinantes a la vez. Tras ello se marchó, pues el hombre permaneció con la vista perdida unos segundos. La conversación parecía haber terminado.

Al rato, la doctora volvió a pasar por el área de reunión y comedor. Otra mujer se había acercado a darle telas y darle instrucciones de cómo debía coser para su máximo aprovechamiento. Reconoció que era la compañera del capitán Deigh, algo azorado bajó la cabeza, debía de pedirle perdón, pero ese n o era el momento.

Maddekj apenas estaba a dos metros de Danielle, sentado a la más cercana mesa y reparando algo con herramientas, como un comunicador pequeño, comprobó horas después la doctora. La vigilaba, sin parecer que lo hacía. Bien por él.

A la hora de comer se sentaron en una de las mesas frente a frente, hablaba con ella para que comiese más. Parecía cuidarla más que ser su carcelero. No parecían ser malos hombres a pesar de su altura, tener una avanzada tecnología con la cual podían haberlos destruido o capturado y esclavizado sin poder hacer el arca nada para impedirlo los habitantes de Alfa 1.

Aquella mañana el sol opacado por cristales especiales de protección estaba alto cuando el capitán Deigh despertó solo en la cama. Nadie le había sacado de su profundo y reparados sueño tras casi media noche de satisfactorio sexo. Su compañera que debía de estar lo suficiente lejos como para que su propio brazalete vibrara por la separación.

Sus hombres tampoco debían de tener noticias, pues les había dado orden de avisar con cualquier incidencia con respecto a su hermano o a Lucía. Se vistió tras asearse y comprobar que su comunicador permanecía silencioso.

No podía negar que estaba preocupado por la marcha de su hermano totalmente solo y desarmado. Pero bajando las escaleras comprobó que estaba de nuevo al completo de sus fuerzas. Quizás tuviese suerte y hubiera sido admitido dentro de aquel arca. Aunque no creía que su hermano expusiese a una población entera que podía ser inocente, a padecer la misma suerte que el joven Juan. Del cual hacía horas que tampoco tenía noticias.

Accionó la llamada a la nave «Pueblo Errante» para comunicarse con ella. Su voz sonó cansada, y Igual que su imagen a través de la pantalla.

––Buenos días, teniente doctora, desde al tierra al menos. ¿Cómo está su paciente?

––Aún no lo sé, capitán. Hemos tenido que sacarlo del tanque antes de lo habitual. No estamos seguros de porqué ha completado el ciclo de transformación antes que nuestros guerreros.

––En ese caso, se encuentra bien...––dijo Deigh con tono de esperanza, deseoso de dar una buena noticia a sus preocupados padres.

––No ha despertado aún, señor––la mujer reprimió un sollozo, cosa que él no esperaba. Estaba demasiado implicada emocionalmente con ese problema, no era bueno para sus funciones.

––¿No habéis hallado razón alguna para ello?––dijo Deigh

––Al vaciar el tanque de biogel despertó unos instantes, sus ojos estaban completamente igual que los nuestros, su trasformación física completada. Pero cayó ante nosotros y tuvimos que llevarlo a una camilla y poner las restricciones. Perdió el conocimiento, y aún no lo ha recuperado.

––¿Cuánto hace de ello en horas solares?––preguntó el capitán, sintiéndose preocupado.

––Calculo que está a punto de pasar doce horas en este estado. No nos hemos separado de él, le he puesto una vía con líquidos y alimento, pero no puedo hacer más.

––Haz lo que puedas, Soreigh––dijo su capitán intentando que su tono fuese suave y firme a la vez––. Tienes que cumplir con tu obligación, pero si no te vez capaz de ello si no lo consigue...

Ella negaba con la cabeza.

––No, la responsabilidad como superior médico es mía, no delegaré en otros––dijo en tono firme aunque algo ahogado la mujer.

––Tienes implicaciones emocionales que los demás ayudantes médicos no tienen...––repuso Deigh.

––Disculpe, señor, pero es mi deber. Si no desea nada mas..––la conversación se estaba convirtiendo en algo doloroso para ella.

––Cierro comunicación, Soreig ––comprendió el capitán––. Avísame de lo que ocurra enseguida. He de tratar muchos temas hoy, pero estaré pendiente a tus comunicaciones.

Ella asintió con los ojos cerrados como si quisiera contener sus lágrimas, y su imagen desapareció de la pantalla.

A punto de bajar los escalones últimos echó un vistazo al salón abierto donde unos pocos terráqueos y sus hombres se dedicaban a diferentes tareas. Su compañera alzó la cabeza al sentir su cercanía, él sonrió. Caminó hacia ella para desearle unos buenos días, los cuales hubiese preferido dárselos en la cama, pero debería haber estado agotado para no cerciorarse ni que ella se levantaba y marchaba de su lado.

Sin embargo Laura le miró sin expresión alguna en sus ojos, se levantó del lado de la chica que vigilaba Maddekj y marchó en dirección a las cocinas que se encontraban en una estancia anexa. Sorprendido un poco de su reacción de huida, contempló la posibilidad de que estuviese algo azorada, aquella noche, plenamente ambos conscientes y sin el apresuramiento del celo, al menos él la había disfrutado al máximo.

Caminó hacia la mesa dónde Maddekj se afanaba en arreglar un diminuto localizador, y se sentó pesadamente ante él.

––Buen día, capitán––dijo el hombre levantándose y cuadrándose ante él.

––Siéntate hombre, no estamos en un acuartelamiento sino en un hogar. ¿Cómo está la pieza que vigilas?

––Entretenida con costura, haciendo ropa para ella según me ha dicho la doctora. Está sanando de su vida junto a los «Sin Pueblo», al menos físicamente.

––No da muestras de querer escapar––dijo Deigh mirando a la afanosa muchacha entretenida en sus quehaceres con verdadero interés.

––Ninguno––repuso Maddejh, mirándola también. Estaba muy hermosa, mordiéndose el labio para intentar algo difícil al parecer en su labor de aguja. Un rayo de sol filtrado incidía sobre sus cabellos arrancando de ellos todo su fulgor cobrizo.

––Si es así, mejor. Otra hembra más en edad fértil para encontrar un compañero.

«Un compañero» repitió Maddekj en su mente. Sus ojos se desviaron a otros guerreros que caminaban o hacían tareas en el lugar. Cualquiera de ellos podría ser el futuro compañero de la pequeña muchacha.

––No creo que esté preparada––dijo Maddekj a Deigh––según la doctora ha llevado una vida muy dura, sin apenas alimento para desarrollarse como mujer.

––Los nanomec y buena comida hará que se encuentre perfectamente, aunque su altura no sea demasiada, por suerte nuestra genética es dominante, producirá hermosos vástagos con ese color extraño de cabello.

Maddekj sintió como su corazón se apretaba dolorosamente. ¿Imaginarla en brazos de otro guerrero? No, no, le repetía su mente. Era una niña casi. ¿Qué eran veintiún años para su raza? Necesitaba disfrutar de libertad, de observar los hermosos amaneceres de su planeta natal, de gozar de un baño en las aguas de los lagos salinos de su planeta. Correr por praderas llenas de hierba de dulce olor, gozar de que nadie dispusiese de su vida si ella no quería.

Al fin y al cabo sería cambiar un amo por otro. Uno que no la haría pasar hambre o miedo, pero que restringiría su libertad, cortaría en dos su inocencia. No dejaría a ningún idiota acercarse a ella con esas intenciones. Para ello solo estaba la opción de entregarle su brazalete. No lo rechazaría, ella seguro no entendería las consecuencias de una unión de compañeros, pero estaba seguro que eso la protegería de todo y de todos. Le daría su hogar, la trataría como ella se merecía, no volvería a luchar por sobrevivir ni a temer por su vida. Sería como un padre para ello aunque eso le costase el no dejar descendencia en su mundo. Solo si ella deseara a otro pasado el tiempo, la dejaría ir con él, no sin cerciorarse que sería tratada como el ser extraordinario que se ocultaba bajo su apariencia tan especial y exótica a sus ojos.

Ambos se sobresaltaron, pues sus mentes estaban en otro lugar. Deigh y Madekj miraron a la recién llegada. Laura llevaba en sus manos una bandeja y la dejó casi con desgana enfrente de Deigh con el desayuno. Agitó un dedo ante él.

––No te acostumbres, no soy criada de nadie. pero te perdiste el desayuno e imagino que tendrás hambre. La próxima vez entra en la cocina y pregunta a Maddy si quedaron sobras.

––La próxima ves, compañera, seré yo el que tenga que despertarte de lo agotada que te habré dejado––respondió Deig con sorna a la malhumorada mujer. 

Esta se puso roja como la grana y desapareció de su vista. No era una amenaza, pensó Deigh, sino una promesa ¿Porqué estaba tan enfadada?



El sonido de un candado abriéndose y de varias cerraduras manuales dieron la pista a Tarigh que alguien venía a traerle comida, a interrogarle, o en el peor de los casos a dispararle y acabar con su vida. Se preparó, todos sus músculos, cada sentido se puso en alerta.

El ruido de goznes mal engrasados hicieron un sonido atronador en unos oídos ahora demasiado sensibles al estar preparado para la acción. Pero su olfato hizo que se quedase quieto, con los ojos cerrados. El aroma que llegaba a él era en extremo conocido.

Lucía...

Su voz en forma de grito desgarrado ante la vista de la sangre ya seca que manchaba su rostro y su completa inmovilidad asustaron a la mujer,

––¿Qué le habéis hecho? Panda de idiotas sin cerebro, hijos de madres que no os merecen.

Notó las pisadas de ella sobre el suelo basto y sus suaves manos sobre sus hombros, agitándole.

––Tarigh, Tarigh...

––Aún respira, mujer. Solo queríamos demostrarle quién  manda en esta arca, no somos unos confiados y blandos como vosotros. Ni siquiera sé como habéis sido capaces de sobrevivir tantos años...

––Porque hemos alcanzado el equilibrio que tu pueblo no tiene. Viniendo hacia  aquí he visto mujeres y niños desnutridos. Ninguno de nosotros lo está, seremos menos, nuestras armas no tan eficaces como las vuestras, pero  colaboramos para defendernos y sobrevivir mejor que todos vosotros juntos.

Su mirada volvió a caer en Tarigh, este tenía su inteligente mirada clavada en ella, estaba completamente consciente de todo, el muy... se estaba haciendo el débil. Comprendió al fin que era mejor así, no parecer lo verdaderamente peligroso que podía llegar a ser uno solo de los guerreros.

––Idioteces––dijo Fred desde la puerta.

––Piensa lo que quieras, pero hasta que no esté restablecido no contestará a vuestras preguntas. Además, necesito material de cura y que nos traigan comida para los dos. ¡Por todos los demonios! Y agua limpia, tanto para beber como para asearse, aunque sea en cubos. Yo le atenderé.

––El alcalde quiere que le interroguemos...

––Y la alcaldesa de Alfa 1, o sea, vuestra «invitada» no traducirá ni una palabra hasta que no sean complacidas sus demandas. No soy una niña, y también me debes respeto.

Fred resopló. Tampoco quería enfadarla demasiado, seguía viéndola deseable como futura mujer y madre de sus hijos. No quiso enfadar más a Lucía.

––Ya habéis escuchado, idiotas, traed comida y todo lo que ha pedido la «alcaldesa» de Alfa 1.

Lucía miró directamente a Fred irguiéndose.

––Y mantas, permaneceré a su lado mientras no esté repuesto––añadió.

––No vas a estar en una celda con el «alienígena», en verdad debe de estar dominando tu cerebro con sus artilugios––dijo Fred envarado..

––Ni siquiera un poco, si no quieres que sea una celda, o nos trasladas a otro lugar o dejas la puerta abierta siempre. Pero hasta que no esté curado dormiré, comeré y viviré aquí mismo. Seré tratada como le tratéis a él.

––Estás loca, mujer––Fred quiso dar un paso dentro para tomarla de un brazo y sacarla a la fuerza.

––Ni lo pienses––dijo Lucía mostrando un atisbo de sus cartas––. Mi pueblo ha sido «vacunado» y no padece con su presencia. Pero vosotros no. Su cuerpo emite radiaciones que son nocivas para los terrestres si no nos inyectan un compuesto médico. Yo misma puedo ser en este momento dañina para vuestra existencia.

Fred se pasó la mano por el rostro con desespero mientras volvía al vano de la puerta. No parecía que estuviese mintiendo. Maldita sea.

––Lo que pensaba, os están controlando con sus artimañas––dijo Fred enfadado.

––Pues arriésgate y entra hasta mí, tenme a tu lado unas horas y así sales de dudas, eso sí, uno de los nuestro, el joven Juan, no se inoculó su medicación y ha enfermado, tanto que ha debido ser trasladado para curarle.

––¡Joder Lucía!–– gritó Frederick cerrando la puerta blindada. Lo primero que se le pasó por la cabeza fue que había perdido sus ojos y oídos en Alfa 1.


Tendrían algo de tiempo a solas antes de que volviesen para traerle lo pedido, pensó Lucía. Ninguno de los sistemas de seguridad que la cerraban sonó. Estaba simplemente encajada. No creía que retirase la guardia, pero al menos era un paso más.

Lucía sonrió, ni Fred era tan malvado como para matarles allí mismo. Se había arriesgado demasiado, pero ahora no la sacarían de allí si no era para dejarles libres.

––Ni te muevas apenas Tarigh. Sacaré toda esa sangre seca de tu rostro. ¿Te sientes bien?

––No queda nada roto en mi interior, no te preocupes––susurró tranquilo.

––Esos malnacidos te golpearon y tú no te defendiste ni un poco––le riñó la mujer..

––No quería que conociesen mi verdadera naturaleza. Apenas son veinte, hasta sin mis armas... pero prefiero tenerlos de futuros aliados que de enemigos––contestó el guerrero.

––Te comprendo, pero un leopardo nunca cambia sus manchas...––suspiró Lucía.

––En ocasiones no entiendo la jerga que utilizáis...––confesó sin dejar de mirarla a los ojos, ella se había sentado junto a su cadera y tenía una mano sobre su pecho, como si comprobase que su corazón seguía latiendo. Y sí, cada vez más frenético ante el inocente contacto. Tarigh respiró hondo e intentó que no siguiese su mente por caminos más sórdidos, sin embargo más excitantes.

––Fréderick ya os ha puesto la etiqueta de «peligrosos» será difícil que se avenga acompañarnos en nuestra marcha.

––Pero en esta arca hay más personas. No todas se dejarán influenciar por él. Y si es cierto lo que he oído que le decías sobre las mujeres y niños que habías visto en malas condiciones...––repuso Tarigh preocupado esta vez.

––Es cierto, pero ellos se rigen por un régimen militarizado, sobre todo desde que su alcalde pierde facultades. Liberarlos de ello nos será difícil.

––Si nosotros no podemos, la siguiente llegada de los nuestros a bordo de la nave que os llevará a nuestro planeta lo intentará. Con ellos y las demás arcas que podamos encontrar. _Te prometo que salvaré a todos los terráqueos que pueda y mi sustituto a la vez que lo llevo a mi hogar tendrá la misma misión––prometió el hombre, siguiendo inmóvil a su lado.

Con cuidado, Lucía se atrevió a acariciar el rostro lleno de sangre seca y suciedad de Tarigh, en un gesto dulce que él degustó como la mejor de las cosas que le había pasado jamás en su vida.

¿Sería ella su verdadera compañera?

Maldijo en ese instante que sus brazaletes llevasen tanto tiempo en manos de una mujer que no conocía. Solo esperaba que ella se hubiese cansado de esperarle y encontrado compañero, de todas formas había exceso de población masculina y de mejor linaje que el suyo, un guerrero mestizo.


Nidya también pasó u rato sentada junto a la joven de los «Sin Pueblo» se había presentado ante ella con su juvenil y dulce sonrisa. Tenía obligaciones en el huerto superior, pero las había terminado rápido solo por bajar a la gran estancia donde tarde o temprano le vería.

A pesar de haber sido tan considerada con él, el guerrero de plateado cabello no le había vuelto a dirigir la palabra. Quizás ella fue demasiado audaz al tratarle, podría ser que su cultura no acostumbrase a que las mujeres tomasen tanta iniciativa.

Pero necesitaba verle. Hablar, sentada al lado de la joven Danielle que tenía casi la misma edad que ella y ayudarla con su labor no era lo que debería estar haciendo, pero era una buena excusa para estar allí. Miraba por todo el recinto, vigilante.

Hasta que lo vio. Caminaba con paso firme hacia las escaleras. No podía parecer más perfecto su rostro, ni tan apuesto, ni tan viril su forma de moverse. Suspiró pensando que para una chica como ella de pelo pajizo no era nada.

Por un segundo antes de iniciar el ascenso lo sintió. Rioeigh miró hacia donde notaba que le observaban. Pilló a la muchacha de cabello color de oro agachar la mirada e intentar parecer concentrada en algo que tenia entre sus manos. Sus sentidos nunca fallaban, desde que puso el pie en la gran estancia la sintió, supo que le miraba, pero ni siquiera hizo por volver la cabeza a saludar a la hija de la doctora del arca. Debía de agradecerle sus desvelos el día del ataque, aunque estos fuesen apenas necesarios.

Apretó los ojos unos instante y subió los escalones con rapidez hacia la sala de comunicaciones dónde le estaban esperando. Maldita sea, no podía dejarse llevar por el deseo de tomar a esa mujer, él era un sangre pura, su familia esperaba que tomaría una igual que él, no a alguien que podía considerarse ciudadano de segunda o esclavo... Sin embargo eso no entraba en su cabeza, y menos en su pecho, el cual había empezado a sentir cosas de las que apenas entendía. Llegó al mundo y con pocos años embarco junto a sus padres en la nave «Pueblo Errante».. Ni siquiera entendía lo que le estaba pasando, solo que ala vez que necesitaba verla, debía huir de ella.

Rioeigh tenía su mente y su corazón confuso, atado por las tradiciones de su pueblo y lo que en realidad sentía.

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