La Hacienda

By KoryWoltz

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Muros de madera y piedra del siglo XX son testigos mudos del comienzo de algo que fue más allá de sus puertas... More

Prólogo.
Botas de tiburón.
Risas ahogadas.
Cielos abiertos.
¿Y si...?
Buen ladrón.
Siete años es mucho tiempo.
Enough said.
Lluvia.
¿Por qué me siento como un intruso?
Benny's
Copas de árboles y puntas de edificios.
Callejones.
Naturaleza muerta.
¿De verdad puedes olvidar?
Sol y cielo.
Estrellas.
Al final, una tumba es una tumba.
Colores.
La segunda estrella a la derecha.
Tiempo y Fuego.
Estrellas Muertas.
Llamadas.
Final.
Epílogo.

Girasoles.

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By KoryWoltz

Me despierto con Kory, el zorro de peluche, viéndome a los ojos desde la silla del comedor. La camisa de Zack cuelga del respaldo del sillón a mi derecha. De su bolsillo sobresale la foto donde cargo una serpiente. Recuerdos.

Creo que eso es lo que más amo de estar enamorado de alguien. Ver como tu camino se junta con el de él, enredándose y uniéndose, creciendo. Sentir como juntos suben y bajan, como al hablar del pasado es hablar de un momento juntos, de no necesitar explicar tu vida porque él la sabe incluso mejor que tu.

Me levanto a preparar café y el aroma tostado comienza a esparcirse poco a poco. Un aroma familiar y acogedor. Esta rutina es magnífica. Despertar, besarnos, desayunar, salir y ver que esconde el mundo, comer y volver a casa, vivir aventuras y hablar sin parar, descansar del día, ya sea bueno o malo y al final, justo cuando el sol muere en el horizonte, hacer el amor.

Sirvo el café en dos tazas. Ambas con dos de azúcar. La mía sin crema y la de Zack sólo con un poco. Las dejo en el comedor y acaricio mi zorro. Lo tomo entre las manos y lo abrazo. Huele a tela, pero me agrada. Hay veces que quisiera volver a ser un niño, a poder disfrutar de la inocencia y hablar con mis peluches sin ser tachado de loco. Quisiera volver a sentir la emoción de quedarme despierto toda la noche, de ser llevado a mi cama si me quedo dormido en el sillón.

-Te quiero, Kory-le murmuro a mi peluche en la oreja mientras lo cargo con ambas manos y aplasto mi cabeza contra su suavidad.

-Eres lo más adorable que existe, ¿sabes?

Suelto un brinco pues no esperaba, no quería que Zack escuchara eso. Lo amo, pero a hay cosas que quiero guardar solo para mí.

-Te hice café-digo para evitar seguir por ese camino-. ¿Cómo dormiste?

-Perfecto, como todos los días contigo-le da un sorbo al café sin levantarse de la cama. Se apoya en el codo y las sábanas se resbalan sobre su abdomen como acariciándolo-. Aun recuerdo esos días en los que tenía que huir antes que el sol subiera. Me arrojaba de la segunda planta, ¿te acuerdas?

Río al recordar cómo caía como un costal.

-Claro que recuerdo. También me acuerdo que cierta vez ibas a enseñarme a disparar y terminamos sobre las Atv's.

-Te enseñe a usar el rifle-dice guiñándome el ojo.

-A veces eres todo un sucio-le digo guiñando el ojo de vuelta.

Así pasaron los días. Hablábamos todo el tiempo y a veces me sorprendía que no se nos acabaran los temas de conversación. Salíamos algunos días y otros nos quedábamos en casa. Mi última semana se consumió como una cerilla que comenzaba a doler cuando la llama se acercaba más. Trataba de enviar ese recordatorio al final de mi cabeza, ignorarlo, pero eventualmente tuve que darme cuenta que tenía que volver.

El sábado estuvimos en la hacienda. Zack había subido a una yegua dorada y yo a garañón negro. Cabalgábamos por los terrenos pasando por los recuerdos de hace siete años. El establo, el lago artificial, su pequeña casita ahora condicionada como caseta de herramientas, el árbol donde cenamos todos... Recuerdos gratos y felices.

Hicimos una pequeña carrera, la cual ganó obviamente Zack.

-Espera, espera-le grité-. ¿Por qué coños reboto tanto?

-Porque te falta acomodarte.

-Me duele el trasero ahora-digo riéndome-. Es casi como cuando...

Y entonces comenzó.

Su celular sonó. Se bajó de la yegua y contestó levantándome el dedo índice y susurrando "un momento".

-Sí, ¿qué pasó?-dijo al celular.

Asentía, asentía, asentía y entonces negó con la cabeza. Su piel palideció un poco a pesar de su color. Gruñó y antes siquiera de colgar, lanzó con todas su fuerzas el blackberry contra un cedro blanco. El impacto destruyó completamente el celular que sacó un par de chispas antes de quedar muerto sobre la hierba.

Me quedé inmóvil y angustiado. Nunca lo había visto con ese semblante lleno de rabia e impotencia. Tenía las manos apretadas en puños y la mirada clavada en el suelo. Jadeaba.

Espere a que su respiración se calmara lo cual tardó varios minutos. Entonces, cuando me pareció pertinente, le pregunté con voz tranquila y suave:

-¿Qué sucedió?

Él me miro como si no entendiera lo que preguntaba. Me bajé del caballo que resoplo y comenzó a comerse la hierba bajo mis pies.

-¿Qué pasa?

-Golpearon a más de una docena de trabajadores y quemaron tres hectáreas de campos. Vargas me acusa de lo sucedido. Dice que yo quería unirlos al sindicato y que ellos se negaron entonces acudí con una cuadrilla a pegarles y quemar sus tierras.

-¿Qué?-no entendía el contexto. Era como ver una película desde la mitad-¿por qué?

-Para que todos me tengan miedo y piensen que soy un monstruo. Aquí el único puto monstruo es él.

-Tranquilo.

-No me digas tranquilo-me grito y yo entendí-. ¿Cómo alguien puede ser tan egoísta y... lunático como para hacer algo como eso? Esas personas no tienen nada ¡Nada! Y yo quería ayudarlos, pero ahora pensarán que yo soy el enemigo y entrará más a la boca del lobo.

-¿Vendrá la policía por ti?-fue lo único que se me ocurrió preguntar.

-No, no tiene pruebas de que fuera yo quien lideraba esa, esa barbarie. Así que no, no creo.

-Tran...-casi lo decía de nuevo-. Pensaremos en algo.

-¿A qué hora te irás mañana a la ciudad de México?-me pregunto sin mirarme. Le había dicho de mi partida hacía unos días, aproveché un momento en el que estaba de buen humor y le dije que debía volver para arreglar algo.  Él no me preguntó que y me dijo que no importaba. Tanta confianza tenía en mí.

-Alrededor de las nueve, ¿por?

-Iré a la oficina a preparar una denuncia por difamación. No puedo quedarme cruzado de brazos-las venas de su cuello habían saltado.

-Está bien, lo entiendo-le dije y tomé por los hombros-. Sólo ten cuidado, ¿ok?

-Cuidado...-dijo con desprecio-. El que se debe cuidar es Vargas.

Regresamos a los caballos a las caballerizas y comimos dentro de la hacienda. Zack no dijo una sola palabra durante toda la comida.

**

El camino de regreso fue callado. Un silencio pegajoso. Llegamos a su departamento y vimos la televisión durante un rato pero su semblante no cambiaba.

-¿Quieres matar zmbies?-le pregunté señalando el Call of Duty.

-Cómo quieras-contestó sin mucho entusiasmo.

Conecté el Playstation y comenzamos a masacrar a las hordas que nos atacaban. Zack en cierto punto se ensañó con un monstruo que se quedó sin munición para defenderse. Perdimos en el nivel doce.

-Pfff...-dijo soltando un suspiro-. Era algo que necesitaba. Gracias.

-No pasa nada. ¿Estás mejor?

-Sí, necesita desquitarme con algo.

-Recuérdame de nunca ser un zombie cerca de ti.

-A ti te mataría sin pensarlo... pero de amor-cuando hacia bromas así es que todo estaba normal de nuevo.

-Pues yo te dispararía... pero unos besos-dije y le sople un beso que él atrapó en el aire.

No quise tocar el tema de nuevo. Quería disfrutar de la última noche que estaríamos juntos. Lo menos que deseaba era tener que hablar de gente indeseable que lo único para lo que sirve es para arruinar bellos momentos.

Comimos pizza congelada. Zack terminó su tercer pedazo, se fue a la recamara y volvió con un sobre en las manos.

-¿Vas a enviar una carta a esta hora?-le pregunté mordiendo el penúltimo pedazo.

-No, no, es para ti-dijo entregándomela. Justo antes de que la tomara, él la retiró-. Pero promete que no la leerás hasta que estés en la ciudad.

La volvió a extender y esta vez la tomé. La guardé en mi maleta ya preparada que esperaba en la esquina del departamento.

-Hasta la ciudad-le dije.

-Es que me da un poco de vergüenza.

-Pues no debería.

-Tampoco Vargas debería echarme la culpa por cosas que...-comenzaba a calentársele la cabeza de nuevo, pero respiro de nuevo y colgó los hombros-. Perdón.

-Sé que te molesta mucho todo esto. Hablaré con mi papá, seguramente Vargas tiene algo por lo que pueda ser destituido o por lo menos cambiado de sección. Le diré lo que he visto y lo que me has contado. Lo resolveremos.

-Gracias, de verdad contar con tu apoyo, pensar que estabas en algún lugar pensando en mí ha sido lo único que me ha mantenido en pie.

-Pero tú debes mantenerte en pie conmigo o sin mí.

-Lo sé, pero si estás aquí es más fácil todo.

Lavamos los trastes y apagamos las luces. Cuando Zack estaba por meterse al sofá cama lo detuve. Lo tomé de la mano y lo llevé a su habitación. Nos metimos en su cama que era más pequeña y, por primera vez desde que había llegado, dormimos juntos en una cama como dos novios con la esperanza de ser algo más.

**

Me levantó Zack a las siete de la mañana. Hablamos un rato y luego nos despedimos efusivamente. Le dije que vendría pronto, que sólo harías unas cosas, que volvería. Él asintió y me besó. Yo lo abracé de los hombros y le dije:

-Estaremos juntos de nuevo.

-¿Y será para siempre?

-Sí-le contesté y lo volví a besar.

Se levantó y con su traje negro se fue a trabajar. Yo me metí a la bañera y después me vestí. Me puse ropa ligera para viajar, tendí la cama y arreglé un poco el departamento. Caminé hacia la sala, tomé mi maleta y a Kory. Abrí la puerta y miré hacia atrás. Estaba dejando la vida perfecta de nuevo, la abandonaba para verla quien sabe cuándo.

Apagué la luz.

Me entraron unas ganas terribles de ver a Zack de nuevo. El departamento vacío hacia que me sintiera raro, frío. Como si algo de mí, como si una pieza de computadora estuviera apagada y, por segunda vez en la vida, me dejé llevar por mis impulsos.

Guardé mi maleta en la cajuela del mini Cooper y manejé por varias cuadras. Todos los establecimientos estaban cerrados. Tuve que entrar a un Wal-Mart para comprar un ramo de girasoles. Lo puse de lado del copiloto y manejé hacia el trabajo de Zack.

Me estacioné en el mismo lugar que la vez pasada. Encendí un cigarrillo igual que la vez pasada y el clima no era como la vez pasada. Volvía a ser gris, color plomo y con olor a lluvia.

Estaba tan emocionado por sorprender a Zack que no me percaté que a la entrada de la calle una camioneta negra se estacionaba sin apagar el motor a las ocho con cincuenta y cuatro.

Escuché unos pasos de zapatos. Las puertas dobles de cristal se abrieron y salió Zack igual que la vez pasada: cargando demasiados papeles y con la mirada distraída. Tomé el ramo de girasoles y caminé hacia él. Levanté la mano y me vio. Primero no me reconoció pero luego su mirada se iluminó y vi su sonrisa una vez más.

Casi cruzaba la calle cuando la camioneta me cortó el camino y bajó los cristales. Tres armas apuntaron a Zack. El sonido de los disparos hizo que me quedara helado, petrificado. Las balas impactaban contra los cristales de las puertas haciéndolos añicos. Los casquillos volaban como luciérnagas metálicas tintineando contra el suelo. Zack tiró sus papeles y se lanzó atrás de un coche estacionado. Las balas no dejaron de impactar contra todo lo que se interfería en su camino y a pesar de no haber sido más de quince disparos, par mi fueron miles.

La camioneta arrancó de nuevo y dispararon dos veces más.  Entonces me desperté a medias del hipnotismo. Camine temblorosamente hacia el vehículo esperando ver a Zack hecho trizas, roto, vacío.  Di dos pasos y una sombra se levantó del suelo.

Zack.

Miraba hacia todos lados. Parecía estar bien pero yo no podía creerlo. Esperaba que como en las películas diera dos pasos y se desplomara, pero no fue así. Se irguió y se palpó el pecho. Estaba bien.

Justo comenzaba a sonreír cuando un relámpago metálico descendió sobre su cabeza. Era Ramírez. En sus manos tenía un bate de baseball de acero el cual chocaba contra la cabeza de Zack de una manera atroz.

Tomé la iniciativa y corrí hacia él. Su blanca cicatriz me miró y me lazó el bate pero falló. Corrió sobre la calle y dio vuelta a la izquierda donde la camioneta negra lo esperaba con las puertas abiertas. Corrí más fuerte aun. Ramírez se subió de un salto y desde las bocinas del vehículo pude percibir la canción de los Rolling Stones 'Paint in Black'. La camioneta arrancó justo cuando tomé la manija. Aceleró tan fuerte que salí disparado contra la acera. La puerta se cerró de golpe y la música cesó.

Quise ir tras ella pero no haría gran cosa. Entonces recordé a Zack que ahora estaba en segundo plano en mi memoria y volví corriendo.

Estaba de pie de nuevo. Se sostenía contra la pared de un edificio. Tenía los hombros caídos y los ojos inyectados en sangre.

-¡ZACK!-grité y lo sostuve. Para mi sorpresa se mantenía en pie por sí sólo.

A lo lejos se escuchaban sirenas que se acercaban.

-Estoy bien... estoy bien-me dijo sobándose la cabeza. Se miró la mano. No tenía sangre.

-Zack-susurré. No quería decir nada más que su nombre-Zack... Zack...

Él me abrazó y parecía que era yo quien había sufrido el atentado pues mis lágrimas cayeron a montones.

-Estoy bien, necesitan más que eso para ir contra Zack.

Llegaron alrededor de doce patrullas. Preguntaron, levantaron la denuncia, hicieron un peritaje de la zona y nos aseguraron que iban tras los culpables. Antes de que pudiéramos agradecer, un policía con una escopeta descomunal que estaba sentado sobre una motocicleta Harley escuchó por el radio que una camioneta negra iba sobre la carretera a exceso de velocidad. Como un rayo todos se subieron a los vehículos y en un pánico organizado cortaron los cartuchos de sus armas y salieron disparados.

-Vamos al hospital-le dije Zack.

-No, no, te aseguró que estoy bien.

-No me importa que me asegures que la virgen te habla, vamos.

-Que no, no quiero. Estoy bien.

-Zack...

-Tranquilo, Leo-me dijo abrazándome. Esa tibieza, ese olor... pensé por un instante que no volvería a sentirlos-. Estoy bien.

Quizás fue la necedad de Zack, quizás fueron los primero proyectiles de agua, quizás fueron mis ganas de llevarlo a un lugar conocido y seguro, quizás fue una mezcla de todo esto, pero le hice caso a Zack. Se veía muy bien, sólo estaba un poco tembloroso, pero hasta eso, temblaba menos que yo.

-Vamos a la hacienda-me dijo.

-Vamos, te llevaré.

-Con esa temblorina solo nos llevarás contra un poste-dijo. Se rió, pero yo no.

-Bueno, maneja tú.

Nos subimos al coche justo en el momento en que la lluvia fue más fuerte. Tomé las flores para sentarme en el asiento del copiloto y se las extendí a Zack.

-Mira, te traía... te traje flores-él las tomó muy contento.

-Vaya, gracias, las rosas son mis favoritas.

Tardé un segundo en darme cuenta.

-¿Zack?

-¿Sí?-encendió el auto.

-Son girasoles, no rosas.

Guardó silencio un segundo, sólo un segundo.

-Lo sé, estaba probando para ver si estás atento y no sufriste de una emoción violenta. Lo leí en un periódico ¿sabes?

Rodeamos veredas sin hablar mucho. Yo miraba a todos lados con la paranoia de ver una camioneta negra en cualquier momento. Pero llegamos a la hacienda y no hubo camioneta. La lluvia era más fuerte cada minuto.

Ante el enorme portón de madera Zack tocó el claxon un par de veces. Nos abrió un chico de unos dieciséis años. Zack metió reversa y nos hicimos para atrás. La sacó y, de nuevo, metió reversa.

-¿Qué le pasa a esto?-preguntó enojado.

-Zack, estás metiendo reversa-Tomé la palanca y metí primera.

-Oh, ya me había acostumbrado al automático que manejo aquí cuando vengo a ayudar. Lo siento. Mejor manejo una bicicleta, ahí solo una dirección, hacia adelante-dijo riéndose.

Entramos y Liz nos recibió muy contenta. Su felicidad contrastaba con miedo y preocupación.

-¡Leo! ¿Qué no te ibas hoy?-me preguntó al abrirnos la puerta.

-Sí, pero Zack...-no quería decirle del atentado, sería preocuparla. Además Zack me miró con ojos asesinos-. Se sentía mal de la cabeza y quería venir a dormir aquí. Ha trabajado mucho estos días.

-Sí, de hecho hoy trabajé. Estoy muerto.

Ahora quien le lanzó ojos asesinos fui yo.

-Pues deberías ir a la ciudad antes de que arrecie la lluvia-dijo Liz-. No quiero que vayas a chocar. Además en las noches hay muchos locos.

-Pero pensaba quedarme unos días más.

-Uy no, tu papá me colgaría de los talones. Ha llamado preguntando por ti. Se escuchaba molesto.

-¿En serio?

-Sí, algo de una tal Linda-dijo sacudiendo las manos-. Te necesita allá.

-Pero tengo que cuidar de Zack-dije mirándolo. Ahí, en su bolsillo seguí mi foto.

-Ay, niños, ustedes nunca se quieren separar. Pues no sé, pero tu papá está muy molesto.

-Sí, Leo, creo que lo mejor sería que fueras-intervino Zack-. Ya se me está quitando el dolor. Me siento un poco mejor. De hecho comienzo a sentir hambre.

-No...-le susurré pero él me miro como diciendo "vamos, no pasará nada".

-¿Seguro?

-Completamente-dijo y me abrazó. Como Liz no se fue no pude besarlo como quería. No pude decirle cuanto lo amaba, no pude decirle que era lo mejor de mi vida, que volvería pronto. Nos tuvimos que conformar con un "hasta luego" y un roce de manos. Ese roce fue lo único que me llevé de él antes de entrar al mini Cooper. Me despedí  a través del parabrisas y salí de la hacienda. El chico me abrió la puerta y la cerró después de mí. Tomé los girasoles en mis manos. Los hombres no se regalan flores, por eso Zack no pudo llevárselas. El mundo prefiere ver que dos hombres se golpeen a que caminen de la mano. Estruje las flores como si quisiera estrangularlas. Quería estar con Zack y a pesar de no estar a más de dos kilómetros de él, no podía, simplemente no podía. Una barrera impedía que estuviéramos justos más de dos semanas seguidas.

Bajé el cristal y lancé las flores a la calle donde se llenaron de fango. Los tallos se partieron por la mitad y las llantas traseras las terminaron de destrozar.

Y ahí se quedaron toda la noche. Pasando frío, esperando que alguien las rescatara de  su muerte segura. Rogando por ser escuchadas, murieron solas y tristes.

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