Colores.

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Callejones, personas, extranjero y nacionales, estrellas en el cielo, iglesias de piedra y casa de colores, luces y farolas con sabor único que no se encuentra en ningún lado, ámbar, tequila con pólvora. El centro de Guanajuato es una explosión de sentidos. Antiguo, actual y moderno. Una dulcería establecida en mil ochocientos abre sus puertas de madera y, frente a mí, una colección de dulces con recetas anteriores a la memoria me hacen querer comprar todo.

Zack compra chocolates, dulces empaquetados y unos cuantos sueltos. Nos dan tres bolsas y así salimos a lo que podría ser el Montmartre de México.

Pasemos de un lado a otro sin presenciar una sola persona triste o molesta. Todos están felices y como no estarlo, el mismo aire irradia algo que te hace sentir bien contigo mismo. Doblamos un callejón de paredes azules y rosas y ahí está, en una esquina de adoquín gris, el Callejón del Beso.

Las farolas, las estrellas y la propia vibra de las personas hacen que se vea magnifico de noche. Nos quedamos helados mientras vemos como el balcón de la chica de la historia se erige sobre la cabeza de todos, como esperando, siempre esperando a volver a ver a la pareja que lo hizo famoso, esperando en vano pues la tragedia corto todo lazo terrenal, quito el cuerpo y la carne dejando solo una estela de memoria y la esperanza, la maldita y tortuosa esperanza, de volver a sentir sobre sus tabiques una muestra de amor.

-Señor, señor, ¿se sabe la leyenda? Por cinco pesos se la cuento-nos dice un niño, uno muy vivo por cierto. Le damos veinte y nos al cuenta con algunas variaciones, pero se conserva lo importante.

Nos cobra cincuenta por la foto y le damos cien. Las parejas pasan una a una, ancianos, adolescentes, novios y esposos, amantes e incluso solteros han venido de todos lados solo para plasmar una idea, un recuerdo en una foto. Fantasmas de una historia que son ajenos a nosotros como nosotros a ellos.

Pasamos después de unos minutos. El niño sujeta con seguridad la cámara y nos indica los tres segundos antes de disparar. Nos besamos y justo cuando me percato que estoy rodeado de gente, el flash me azota la cara. Indiferente, el chico nos grita:

-¡Una más!

Otro beso, otro flash y otra sorpresa de no estar rodeado de víboras que acechan la oportunidad de comerse a alguien diferente.

Quizás... todo este tiempo fui yo, fui yo quien se estuvo engañando.

Y sobre las escalinatas del callejón, bajo el balcón, vi elevarse una estrella humana: otro globo de cantoya. Quizás no fuera real, quizás fuera mi imaginación o la vida de nuevo, pero flotaba indiferente a lo que sucedía bajo su luz. Tranquilo y sin llamar la atención, se deslizaba por el aire como una hoja en un río. Era hermoso, pues las cosas hermosas no necesitan llamar la atención para ser vistas.

Cerré los ojos y el mundo se detuvo. Los murmuros callaron y el tiempo dejó dde matarnos a todos.

Deseo que nuestra historia sea recordada siempre como la este callejón. Que inspire a la gente. Que seamos un ideal.

Abrí de nuevo los párpados y todo continuo como si no pasara nada. Bien icen que dentro de un segundo hay un abismo. Miré hacia arriba y nula fue mi sorpresa ver que la flama que se elevaba como promesa de un deseo había desaparecido llevándose con ella mi amor por Zack.

**

Después de una deliciosa cena que constó de tacos y tequila con refresco de toronja en la terraza de un edificio, fumo un cigarrillo.

Es algo que nos falta a todos, a los mexicanos y a todos los que vivimos al sur de una frontera delimitada por el Río Grande: recordar.

Sobran las oportunidades para criticar nuestros países, para querer largarnos a campos más verdes. Ignorar nuestro pasado colectivo y sólo envidiar el cabello rubio y la plasticidad. Ignoramos que llevamos cien sangres diferentes, que tenemos historia. A cada esquina que volteamos hay color, color en la comida, en las calles, en el cielo y en la hierba. Deseamos tanto ser otros que nos olvidamos de ser orgullosos de lo que somos. México, Chile, Colombia, Argentina, Venezuela... Nos olvidamos que nuestro país no son los políticos que tenemos, no son tampoco los trabajos ni la posición en los estatutos mundiales. No somos cifras ni somos encuestas, no somos un maldito voto. Somos gente, somos la cultura de hace quinientos años reencarnada una y otra vez, cada vez palidecemos más, cada vez negamos más nuestros colores queriendo ser algo que no fuimos destinados a ser pues nosotros somos afortunados de pensar y no conformarnos con plástico. Nosotros no somos plástico, somos hierro, madera, oro, agua y tierra.

La bandera de México teñida de paz, sangre y hierba se ondea altiva y arrogante, como debe ser, sobre las decenas de escalones de la Universidad de Guanajuato. Choca contra la oscuridad de la noche atenuando su rabia y su bravura, pero siempre elegante. Eso me llena por dentro y me hace sentir de nuevo feliz por ser quien soy.

Apago la colilla del cigarrillo en el cenicero. Zack termina su cuarta paloma y la deja sobre la mesa. Su mirada camina de un lado a otro a casusa del alcohol.

-Te amo-me dice sin precedentes.

-Te amo-miro el lugar donde estoy y no logro no derramar una lágrima. Agradezco la oportunidad de estar aquí-. Te amo como nunca amaré a nadie.

La Hacienda Where stories live. Discover now