Girasoles.

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Me despierto con Kory, el zorro de peluche, viéndome a los ojos desde la silla del comedor. La camisa de Zack cuelga del respaldo del sillón a mi derecha. De su bolsillo sobresale la foto donde cargo una serpiente. Recuerdos.

Creo que eso es lo que más amo de estar enamorado de alguien. Ver como tu camino se junta con el de él, enredándose y uniéndose, creciendo. Sentir como juntos suben y bajan, como al hablar del pasado es hablar de un momento juntos, de no necesitar explicar tu vida porque él la sabe incluso mejor que tu.

Me levanto a preparar café y el aroma tostado comienza a esparcirse poco a poco. Un aroma familiar y acogedor. Esta rutina es magnífica. Despertar, besarnos, desayunar, salir y ver que esconde el mundo, comer y volver a casa, vivir aventuras y hablar sin parar, descansar del día, ya sea bueno o malo y al final, justo cuando el sol muere en el horizonte, hacer el amor.

Sirvo el café en dos tazas. Ambas con dos de azúcar. La mía sin crema y la de Zack sólo con un poco. Las dejo en el comedor y acaricio mi zorro. Lo tomo entre las manos y lo abrazo. Huele a tela, pero me agrada. Hay veces que quisiera volver a ser un niño, a poder disfrutar de la inocencia y hablar con mis peluches sin ser tachado de loco. Quisiera volver a sentir la emoción de quedarme despierto toda la noche, de ser llevado a mi cama si me quedo dormido en el sillón.

-Te quiero, Kory-le murmuro a mi peluche en la oreja mientras lo cargo con ambas manos y aplasto mi cabeza contra su suavidad.

-Eres lo más adorable que existe, ¿sabes?

Suelto un brinco pues no esperaba, no quería que Zack escuchara eso. Lo amo, pero a hay cosas que quiero guardar solo para mí.

-Te hice café-digo para evitar seguir por ese camino-. ¿Cómo dormiste?

-Perfecto, como todos los días contigo-le da un sorbo al café sin levantarse de la cama. Se apoya en el codo y las sábanas se resbalan sobre su abdomen como acariciándolo-. Aun recuerdo esos días en los que tenía que huir antes que el sol subiera. Me arrojaba de la segunda planta, ¿te acuerdas?

Río al recordar cómo caía como un costal.

-Claro que recuerdo. También me acuerdo que cierta vez ibas a enseñarme a disparar y terminamos sobre las Atv's.

-Te enseñe a usar el rifle-dice guiñándome el ojo.

-A veces eres todo un sucio-le digo guiñando el ojo de vuelta.

Así pasaron los días. Hablábamos todo el tiempo y a veces me sorprendía que no se nos acabaran los temas de conversación. Salíamos algunos días y otros nos quedábamos en casa. Mi última semana se consumió como una cerilla que comenzaba a doler cuando la llama se acercaba más. Trataba de enviar ese recordatorio al final de mi cabeza, ignorarlo, pero eventualmente tuve que darme cuenta que tenía que volver.

El sábado estuvimos en la hacienda. Zack había subido a una yegua dorada y yo a garañón negro. Cabalgábamos por los terrenos pasando por los recuerdos de hace siete años. El establo, el lago artificial, su pequeña casita ahora condicionada como caseta de herramientas, el árbol donde cenamos todos... Recuerdos gratos y felices.

Hicimos una pequeña carrera, la cual ganó obviamente Zack.

-Espera, espera-le grité-. ¿Por qué coños reboto tanto?

-Porque te falta acomodarte.

-Me duele el trasero ahora-digo riéndome-. Es casi como cuando...

Y entonces comenzó.

Su celular sonó. Se bajó de la yegua y contestó levantándome el dedo índice y susurrando "un momento".

-Sí, ¿qué pasó?-dijo al celular.

La Hacienda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora