Frágil e infinito

By evelynxwrites

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Theo solía ser el centro de atención. Lucy solía ser la chica invisible. Su historia se truncó pero diez año... More

Sinopsis.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Epílogo.
Plantilla de lectura
Libro 3

Capítulo 45

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By evelynxwrites

Es increíble el impacto que puede generar un simple movimiento, una sencilla decisión, una  mirada.

Mía tan solo sujetó la mano de Theo aquel día que él la encontró. Theo tan solo supo ver que a su alrededor había una niña indefensa que necesitaba ayuda. Lucy llegó a causa de que, en una ocasión de su vida, decidió dedicarse a una profesión que pudiera hacer un cambio en la sociedad.

La simpleza de esos actos, lo unieron todo.

Theo reconstruyó un trozo de su vida que creyó perdido, Mía halló una familia y Lucy se encontró a sí misma para reafirmar que había elegido el camino correcto.


━━━━━━━ ∙ʚ♡ɞ∙ ━━━━━━━


Aquel día tenía motivo de celebración. Después de ocho meses, habían superado el período de pre-adopción y la jueza dictaminó la adopción definitiva. Mía podía enterrar su viejo apellido, ese que le producía dolor en el estómago y un desagradable sabor amargo, para convertirse oficialmente en Mía Dankworth.

Estaba orgullosa de su nuevo nombre.

Durante esos meses, nada fue fácil. Tuvieron que superar un sinfín de obstáculos. El pasado de Mía siempre estaba ahí. Malos recuerdos bloqueados que aparecían en los momentos menos pensados, pesadillas, dolores fantasmas, miedos irracionales y lágrimas que no tenían explicación o, mejor dicho, que no sabía cómo describir. Cada día surgía algo nuevo con lo que lidiar, Theo lo enfrentaba aprendiendo en el camino pero, más allá de todo, siempre había comprensión, un montón de abrazos y sobre todo, dosis infinitas de amor.

En una ocasión, después de cenar, Mía dejó caer un vaso por equivocación. Los cristales estallaron contra el suelo causando un pequeño desastre, quedó paralizada ante el objeto hecho añicos y de inmediato, los ojos se le llenaron de lágrimas. Trató de apañarse: por el instinto que desarrolló en su pasado, esperaba alguna clase de reproche o castigo. Estaba desesperada por disculparse o hacer algo que pudiera remediar lo que causó. Sin embargo, su corazón le dejó de latir con prisa cuando Theo se puso de rodillas y le explicó con cariño que «no pasaba nada, cualquiera podía equivocarse o tener un accidente, no había nada malo en cometer errores».

De vez en cuando, la tristeza se manifestaba de la nada. Aparecía. Él también le había dicho que no había nada malo en estar triste o llorar, pero que siempre podían hablar, salir a dar un paseo, o hacer cualquier cosa que pudiera distraerla. Eso servía. Servía tanto.

Cada nueva sonrisa sanaba un viejo rasguño que tenía su corazón. Como si los buenos momentos fueran una especie de tiritas protectoras.

Y de pronto, todos los momentos tristes se veían opacados por la magia de las primeras veces. Por primera vez, Mía aprendió a usar una bicicleta. Por primera vez, Mía festejó su cumpleaños. Por primera vez, Mía fue al cine. Por primera vez, Mía superó sus miedos y logró dormir una noche entera sin tener pesadillas. Por primera vez, Theo escuchó a su hija llamarlo papá. Y en un futuro próximo, por primera vez, Mía conocería el mar -aunque era un secreto que Theo tenía bien guardado porque quería sorprenderla, le encantaba la sonrisa que ponía cuando algo le hacía ilusión-.

Se trataba de pequeñas batallas que combatían día a día y así, obtenían las pequeñas victorias. Mía no solo adoptó un padre, también se integró a una familia entera: tenía a Lucy a quien adoraba con el corazón, una tía, un tío, primos, Carol que era una especie de madrina y además, en el colegio, estaba haciendo amigas.

Si de algo estaban seguros, era de que no cambiarían nada. La familia estaba unida.

Mila y Elián habían organizado la celebración, la espaciosa casa que tenían fue el lugar elegido. Habían preparado distintas variedades de platos, esparcidos sobre la mesa, para que cada uno pudiera servirse a su gusto. Era una reunión íntima: Mila, Elián, Theo, Lucy y las niñas, Mía, Valentina y Molly, que se encontraban en la sala de juegos porque ya habían saciado su apetito.

—Entiendo que estamos celebrando que la jueza apuntó en un papel que tú eres su padre adoptivo pero ugh, odio esos trámites —Mila hizo una mueca de asco que causó gracia a todos—. Tú eres su papá desde que la encontraste y te hiciste cargo de ella —opinó, siempre dejándose llevar por lo emocional.

—Los papeles son necesarios —resaltó Elián. Sí, a pesar de llevar años juntos y enamorados, a menudo sus formas de pensar se confrontaban.

—Bueno, el papel es significativo —explicó Theo—. Pero también tenemos otro motivo para celebrar —dirigió la mirada hacia Lucy, que estaba sentada a su lado—. ¿Lo quieres contar?

Lucy miró hacia abajo, mientras sonreía.

—Está bien —Aceptó—. Me ascendieron en la institución donde trabajo. Dejé de ser una simple pasante, ahora tengo el puesto oficial —comentó un tanto tímida—. Me voy a especializar en la adopción de niños.

—¡Yay!, eres una genia —murmuró Mila—. ¿Sabes qué? Esto amerita un brindis.

—Felicidades —Elián habló—. Tengo una reserva para eso —se refirió a una botella de vino que guardaba para ocasiones especiales.

—Ey, fíjate si Brett te llamó. Dijo que intentaría venir.

—De acuerdo, pero yo que tú, dejaría de esperarlo —respondió Elián, rumbo a la cocina—. Estoy prácticamente seguro de que está saliendo con alguien.

Elián se escabulló y Mila puso los ojos en blanco, para ella Brett seguía siendo el adolescente que recurría a ella cuando estaba en problemas.

—Estoy muy orgulloso de ti, ¿sabes? —Theo le habló a Lucy. Ella volvió a sonreír.

—Es la octava vez que me lo dices —bromeó. Los dos rieron—. Pero ey, esto es en serio. Ustedes me inspiraron.

Se refirió a Theo y Mía, dado que, el artículo que escribió para obtener ese ascenso, se trataba sobre la adopción de niños grandes. Después de investigar, había llegado a la conclusión de que a los niños mayores de ocho años, se les dificultaba conseguir familias. Quería visibilizar esa realidad, usar la historia de Theo y Mía para ayudar a romper ese estigma. Todo niño u adolescente desamparado merecía una oportunidad, merecía tener una familia. Luchar por esa causa había provocado que, una parte de ella que siempre se sintió vacía, de pronto empezara a sentirse completa, latía, estaba repleta de vida.

En ese instante, Mía apareció tras pasar un largo rato con sus primas en el salón de juegos. Abrazó a Theo por detrás y se mantuvo aferrada a su cuello, mientras apoyó el mentón sobre la curvatura de su hombro.

—Ey, cariño. ¿Todo bien?

—Sip. Solo quería abrazarte porque te extrañaba —respondió la niña con ternura—. Ya me voy.

—Espera un segundo. Vuelve aquí —Theo tiró delicadamente de su brazo, haciéndola regresar—. Un abrazo no es suficiente para mí ¿sabes? —Mía sonrió, pero esta vez fue Theo quién la atrapó entre sus brazos. Luego, besó su cabello mientras ella mantenía esa expresión risueña.

Lucy, que estaba a su lado, contempló la escena con admiración. La manera en que Theo se comportaba con su hija hacía que se sintiera aún más enamorada de él. Lo amaba tanto. Estaba segura de que nunca amaría a nadie más de ese modo: tan sano e intenso al mismo tiempo. Aún lo miraba cuando extendió la mano y le acarició suavemente la nuca, su pulgar desplazándose a través de su mandíbula.

En todo ese tiempo, no solo se trató de quererse a sí misma. También aprendió a querer a los demás. Y estaba aprendiendo a dejarse querer. A recibir los gestos de amor sin tantos rodeos, reconociendo que alguien más podía amarla tal cómo era. Sin trampas, sin intenciones ocultas.

Siendo testigo de esa simple escena, Lucy supo que estaba en el lugar correcto. No quería estar en otro sitio más que allí.


━━━━━━━ ∙ʚ♡ɞ∙ ━━━━━━━


Al menos, tres veces a la semana, Lucy dormía en casa de Theo y después del amanecer, preparaban juntos el desayuno. Luego, Theo despertaba a Mía al son de «arriba, cariño. Ya es hora. Tienes que ir al colegio». Ella refunfuñaba un poco, pero cada día se encontraba más adecuada a la rutina, así que simplemente tenía que seguir los mismos pasos. Por último, los tres desayunaban sentados alrededor de la mesa, con la luz del sol colándose por la ventana y la música que sonaba en la radio matutina.

—¿Sabes lo que me preguntó la mamá de una compañera? —Mía se dirigió a Theo, mientras untaba una tostada con jalea de fresas.

Al mismo tiempo, Lucy se encontraba de pie tras ella y le cepillaba el cabello.

—¿Qué te preguntó?

—Me preguntó por mi mamá —comenzó a explicar—. Le dije que había muerto. Entonces preguntó si tu eras ¿viudo? o algo así —se encogió de hombros—. Le dije que no, que me habías adoptado, pero creo que eso no era lo que en realidad le interesaba —le dio un mordisco a la tostada. Tragó y retomó el habla—. Porque luego me preguntó si estabas soltero, lo dijo con otras palabras, pero eso es lo que quería saber —bebió un sorbo de jugo de naranja, bajo la atenta mirada de los adultos. La anécdota aún no había acabado—. Obviamente le dije que no, que estás muy enamorado de Lucy y que ella es muy hermosa —sonrió con inocencia—. ¿Estuve mal?

De inmediato, los adultos intercambiaron miradas de complicidad. Ambos contenían la risa, aunque eran inevitables sus expresiones de gracia.

—No, claro que no —contestó Theo, casi de inmediato—. Dijiste la verdad.

Lucy, que había comenzado a trenzar el pelo, apretó el labio inferior con los dientes y reprimió una sonrisa.

—Lo sabía —sentenció la niña con semblante victorioso. Entonces, tiró ligeramente la cabeza hacia atrás y observó a Lucy—. Quiero que seas para siempre la novia de mi papá.


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La decisión de ser padre, sin dudas, había traído incontables cambios. Uno de ellos, fue su trabajo. Llegó a un acuerdo para disminuir las horas, se negó al puesto de jefe de residentes que su superior quiso otorgarle y se las ingenió para adaptar sus horarios a la rutina de Mía. Quería estar presente tanto como fuera posible. También, vendió la motocicleta y se compró un auto, siendo consciente que era lo más adecuado para su familia.

Esa mañana, luego del desayuno, Lucy fue junto a ellos al colegio. Esperó dentro del auto, viendo como su novio acompañaba a Mía hasta la entrada y regresaba, caminando bajo las devoradoras miradas de las mujeres a su alrededor.

—¿Pasó algo? —Theo indagó, mientras se acomodaba de nuevo en el asiento de conductor.

—Nunca imaginé que las madres del colegio iban a ser tan peligrosas —bromeó, divertida—. Parece que tengo nueva competencia, además de las madres de tus pacientes. Uf, cada día se vuelve más difícil.

—Lu, ¿de qué hablas? Tú no compites con nadie.

—A partir de mañana, puedo ocuparme de traer a Mía al colegio. Sí, definitivamente lo haré —siguió hablando en chiste—. Aunque pensándolo bien, ella ya se encargó de hacer justicia. Confío en su defensa.

—Sí. Sí qué lo hizo —Theo rió, recordando aquella conversación con Mía. Era tan especial. Tan despampanante. Cada cosa que hacía o decía le resultaba maravilloso.

—Ey, ¿por qué tomaste otro camino? —Lucy notó que, en lugar de transitar la dirección de siempre, él conducía por otra calle—. ¿Theo? —se exasperó, al ver que colocaba una sonrisita misteriosa.

—Hay algo que quiero mostrarte.


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En más de una ocasión, Lucy había expresado su fascinación por aquel vecindario. Abundaba la tranquilidad y los espacios verdes. La comunidad, en general, se mostraba amigable. De hecho, era el mismo donde residían Mila y Elián, quienes lo habían elegido bajo el criterio de criar allí a sus hijas. Se quedó pasmada cuando Theo detuvo el auto frente a una casa de dos plantas, estructura moderna y un jardín delantero repleto de margaritas. Frunció el ceño, a pesar de que también desplegó una especie de sonrisa mientras intentaba entender qué estaba sucediendo.

—Ven. Sígueme.

—Theo, no entiendo. —Lo siguió de todas formas.

—Ya lo harás. Te lo prometo.

Su confusión aumentó al observar que él sacó un juego de llaves de su bolsillo y, con naturalidad, abrió la puerta. Le hizo una seña para invitarla a entrar y ella lo hizo, siempre dispuesta a perseguirlo incluso en sus locuras. Porque esa situación se asimilaba a eso, a una locura. De inmediato, comenzaron a recorrer la planta baja.

—¿Qué piensas?

—Que es una casa preciosa, Theo. Pero no entiendo qué estamos haciendo aquí.

—Lo es ¿no? Mira, tienes que ver las habitaciones.

Él sostuvo su mano, ella se aferró y entre risas, lo siguió a través de las escaleras. Actuaban como adolescentes revoltosos invadiendo una casa ajena. Sin embargo, en ese instante en que saltaban como tontos los escalones de dos en dos, Lucy sintió que ese lugar les pertenecía, como si hubiera sido construido especialmente para ellos. Entonces, su corazón empezó a latir emocionado y su sonrisa se amplió tanto, que los ojos se le volvieron finitos, repletos de lágrimas.

—¿Ves? Las ventanas de los cuartos apuntan hacia el este. Así veríamos salir el sol cada mañana.

—¿Veríamos?

Él asintió.

—Tú y Mía tienen en común el gusto por los lugares repletos de luz —destacó—. ¿Y has visto los armarios? Son espaciosos.

—Theo... —habló, conteniendo el aliento. En su cabeza, las piezas encajaban como un puzzle perfecto. Una ilusión que crecía sin medidas. Por inercia, se acercó al guardarropas blanco hueso y deslizó la puerta hacia un lado. El interior se hallaba vacío, excepto por una cajita rectangular que reposaba sobre un estante. En seguida, se apropió del objeto.

Bajo la mirada expectante de Theo, lo abrió.

Había una llave.

Sin decir nada, las lágrimas se deslizaron a través de sus mejillas.

—Una llave —musitó, afectada. Lo comprendía, pero había tantas palabras atascadas en su garganta que no sabía qué decir.

—Sí. Una llave —ambos rieron—. Te escuché por mucho tiempo decir cuánto odias tu apartamento. Y sé que eres reversada, que a veces te encierras en ti misma y necesitas estar sola, por eso conseguí esta casa. Para que tengas tu propia habitación y sepas que aquí tienes una familia, Lucy. Te amo, así, tal cómo eres. No tengas miedo de dejarte querer.

Trató de contenerse, pero sus emociones se desbordaron. Nunca había sido capaz de explicar con exactitud lo desastrosos que solían ser sus pensamientos. Intrusivos. Tan dañinos. Tanto tiempo pensando que había nacido para estar sola, que era autosuficiente, que no necesitaba de nadie más. No obstante, allí estaba. Sollozando porque él había notado ese deseo que la hacía sentir vulnerable. El deseo de ser amada. De pertenecer. De sentir que, a pesar de todo, había alguien a su lado que en sus peores días no la dejaría caer y que en los mejores la haría sentirse aún más afortunada.

De puntillas, Lucy le rodeó el cuello y lo besó, mientras las manos masculinas envolvían su cintura como si no fueran a soltarla jamás. Luego, escondió la cabeza en el hueco de su hombro y lo abrazó durante un largo rato, hasta que sintió que iba a dejarlo sin respiración si continuaba aferrada de esa manera.

—¿Qué tienes ahí? —levantó las cejas, de nuevo sorprendida al ver que Theo hurgaba en el bolsillo de su chaqueta.

—Hay algo más.

La sonrisita ilusionada de Lucy volvió a aparecer. Theo sacó de su bolsillo un papel doblado a la mitad y se lo entregó. Ansiosa, ella lo abrió por completo y se encontró con una nota escrita a mano titulada "Lucy" junto a un símbolo de corazón.

Debajo, una lista de canciones que Theo seleccionó porque le recordaban a ella.

Sí, lo que un día le prometió, ahí estaba. Hecho realidad.

En silencio, bajo los rayos de sol que se colaban por la ventana, contempló a Theo. Apreció el momento, justo cuando se sintió extremadamente afortunada. Los dos lo hacían. No había más que pudieran pedirle al mundo que, sin dudas, les estaba mostrando el resultado de un largo camino.

Un viaje que al principio los unió, luego los distanció y acabó en un reencuentro inolvidable.

El amor es frágil, pero si lo cuidas y lo alimentas, se vuelve infinito. 


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NOTA DE AUTORA:  Al fin llegó el día. Último capítulo. ¿Qué les pareció?

Frágil e Infinito es la clase de historias que me hacen sentir en un lugar seguro. Sí. La clase de historias con las que me siento realmente cómoda. Disfruté de escribir cada palabra, cada escena, cada momento. Amé la relación de Theo y Lucy. Me emocioné hasta las lágrimas con el vínculo que fueron construyendo Mía y Theo, de a poquito, aprendiendo, sanando heridas.

Y me emocioné aún más con el apoyo de ustedes. Cada comentario, cada estrellita, cada vez que alguien me etiquetó en redes para recomendar la historia, me dio ánimos para seguir adelante con esta historia. Siempre lo digo, pero no se imaginan cuánto significa el apoyo de los lectores, es algo que me hace sentir tantas cosas lindas que ni siquiera sé explicar.

Por eso, les digo gracias. Por apoyarme durante el proceso de escritura y en cada actualización, por permitirme compartir con ustedes lo que más amo hacer. Mi mayor pasión. ¡Las amo!

Ojalá pueda encontrarlas en otras de mis historias, porque son increíbles.

—Evelyn. 

PD IMPORTANTE: ¡Aún falta el epílogo! Así que estén atentas. Lo subiré durante la semana <3.


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