Frágil e infinito

By evelynxwrites

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Theo solía ser el centro de atención. Lucy solía ser la chica invisible. Su historia se truncó pero diez año... More

Sinopsis.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Epílogo.
Plantilla de lectura
Libro 3

Capítulo 39

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By evelynxwrites

No iba a mentirse a sí misma. La idea de vivir con Theo le hacía ilusión. Él lo había propuesto, por lo tanto, significaba que apostaba por un futuro juntos. De hecho, la convivencia temporal -a causa del accidente de Theo- sirvió para darse cuenta que hacían un excelente equipo. Le gustaba poder contarle cuando surgía algún problema en el trabajo, hablar sobre cualquier pensamiento que aparecía en su cabeza o tan solo buscarlo cuando necesitaba cerrar los ojos y perderse entre sus brazos. Del mismo modo, le gustaba la forma en que él comprendía y respetaba sus espacios, manteniendo la distancia o quedándose en silencio, aún habitando el mismo cuarto.

Sin embargo, como ocurría la mayoría del tiempo, Lucy empezaba a sobre pensar. Quizá se estaban apresurando, entusiasmados por los primeros meses de enamoramiento, tomando el camino rápido y equivocado.

¿Y sí vivir juntos arruinaba la relación?

Nada le daba más miedo que eso.

Antes de reencontrarse con Theo, su vida había sido como una línea recta sin curvas ni bifurcaciones. Tranquilidad. Una peligrosa soledad con la que se sentía extrañamente a gusto. Nadie la cuestionaba, nadie aceleraba su corazón ni modificaba su estilo de vida. Ella ponía todas las reglas.

De pronto, todo su mundo había sido sumergido en cambios. Cada vez que miraba a Theo, sentía que sería capaz de hacer cualquier cosa para verlo feliz. Él aceleraba su corazón de emociones. Él ponía su mundo patas arriba. Y no le importaba. No le importaba en absoluto sacrificar sus momentos de soledad o tener que negociar ciertas cuestiones de convivencia para encontrar el equilibrio justo. Nada de eso tenía importancia cuando, al final del día, lo sentía respirar a su lado. Nada se comparaba con sus brazos que la sostenían como si fuera lo más importante. Nada se comparaba con los besos en cualquier parte, las sonrisas, las canciones que bailaban juntos. Nada se comparaba con la actitud protectora que Theo adoptaba cada vez que aparecía algún posible riesgo. Tenía la sensación de que él se preocupaba todo el tiempo, la cuidaba, estaba pendiente de su bienestar. Y vaya, por más que adorara la soledad, nada se comparaba con sentir que alguien la estaba amando.

Después de tantos años convencida de que había nacido para estar sola, Lucy lo sabía mejor que nadie.

Adquirió una sonrisa mientras subía las escaleras hacia su apartamento, pensando que, al llegar, haría las maletas. Dejaría ese sitio que tanto odiaba. No obstante, encontró a su mamá esperándola en la entrada.

—Lucy.

—Mamá —murmuró sorprendida—. ¿Pasó algo?

—Dímelo tú. Llevas meses sin atender el teléfono —reprendió.

Era cierto. Después del casamiento -y la discusión que mantuvieron- la chica optó por distanciarse de su familia. De su madre, en particular. Cada tanto, intercambiaba mensajes con su padre o sus hermanos.

—Lo siento —se disculpó. Aún mantenía esa estúpida costumbre de disculparse cuando ni siquiera le correspondía hacerlo—. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Vamos a tomar un café.

Lucy accedió. No la invitó a su casa. Hacía demasiado tiempo que no pasaba por ahí, de seguro había polvo y desorden por todas partes. Se dirigieron a una cafetería que se encontraba a unos pocos metros. Lucy ordenó un capuchino, su madre un té negro.

La hipótesis de que algo malo había sucedido fue desbaratada al instante, lo que la alivió. La mujer reconoció que le preocupaba no saber sobre la vida de su hija, que se había mantenido intranquila y que no aguantaba más la distancia. Lucy, fiel a su sensibilidad, sintió que le golpeaban el corazón de mil maneras y luego, llegó el peso de la culpa. No quería ser una preocupación para su familia, mucho menos ser la causante de malos sentimientos. De inmediato, se disculpó y se dijo a sí misma que debía empezar a comportarse como una «hija normal». Era hora de asumir responsabilidades, evitar señalar a sus padres por viejos errores.

Tal vez, podrían comenzar de nuevo.

Así que, tratando de adecuarse al rol, se animó a contarle sobre su vida. Contó sobre el ataque que sufrió Theo y como, a pesar del mal trago, las cosas estaban yendo mejor que nunca. También comentó que él le había sugerido vivir juntos y por último, agregó: «Él está por adoptar a una niña de diez años. Mía. Es adorable. Los dos juntos lo son».

—¿Está por adoptarla solo? ¿Lo hace por su cuenta? —Hizo énfasis en la palabra «solo» como si fuera algo malo.

—Sí —respondió Lucy con normalidad—. Él siempre me habló de lo mucho que le gustaría ser papá.

La mujer elevó las cejas.

—Adoptará a una niña y te propone vivir con él —expuso—. Lucy, despierta de una vez.

Ella arrugó el entrecejo, mientras terminaba el capuchino.

—¿A qué te refieres?

—Quiere que lo ayudes con la niña —aclaró—. Piénsalo. Necesitará una madre después de todo, ¿no? —Lucy no consiguió responder. Las palabras de su madre la sacaron de eje—. Tarde o temprano, tendrás que hacerte responsable de ella. Y yo, te diría que lo hagas. Hablo en serio. Un hombre como Theo te llega una sola vez en la vida, querida.

—La está adoptando por su cuenta —su voz tembló ligeramente—. Yo no voy a ser su madre.

Odió ser ella misma en ese instante. Su mente se convirtió en un desastre que también alteró sus sentimientos. Quería responder con altura. Justificar de una manera coherente, pero su progenitora, de varias maneras, la intimidaba. Sentía que cualquier cosa que pudiera decir, no tenía la fuerza suficiente para anteponerse a la contraria.

—¿No? Bueno, tienes que madurar. Es evidente que él está buscando una familia —pronunció como si fuera una obviedad—. Sé que parezco la mala de la película, pero estoy diciendo las cosas como son, Lucy. Abre los ojos o lo perderás.

En su garganta se formó un nudo. Un nudo que apretaba cada vez más y más. Percibió las inevitables ganas de llorar. No quería perder a Theo, pero también estaba harta de que intentaran encasillarla en roles que no le pertenecían.

—¿Sabés algo, mamá? A veces... A veces creo que no te importa cómo estoy. No importa si estoy feliz o triste. Lo único... Lo único que te interesa es que me case con un hombre, tenga hijos y me convierta en lo que tú quieres que sea. Eso te haría feliz ¿no? —expresó aturdida por la situación. Siempre llegaban al mismo punto—. En realidad, no hace falta que respondas. Estoy cansada.

Dejó un billete sobre la mesa, recogió su teléfono y abandonó la cafetería. Tuvo que quitarse las lágrimas mientras caminaba de regreso. Le empañaban los cristales de las gafas, le impedían ver el camino. Regresó a su apartamento, pero esta vez nadie le impidió la entrada. En el interior, todo lucía igual, excepto por las capas de polvo acumuladas sobre los muebles. Ese piso, así de simple y humilde, había sido su refugio desde que terminó la universidad y se negó a regresar a casa de sus padres. Recordó la felicidad que sintió en aquel momento y los días que siguieron, mientras lo ambientaba hasta convertirlo en su verdadera casa.

Durante un largo tiempo, navegó a través de mares que conocía casi a la perfección. Tenía que elegir si seguía confiando en aquel camino o si era hora de aventurarse y transitar lo desconocido.

Se quitó la chaqueta, las zapatillas, las gafas y se acostó en la cama. Se hizo un ovillo. Permaneció un extenso rato en esa posición, cerrando los ojos, tratando de dormir para olvidar un rato el mundo pero al mismo tiempo, incapaz de hacerlo. Su mente iba a una velocidad abrumadora.

Fue el sonido de su celular el que la distrajo.

Theo: Lu, ¿qué te gustaría cenar?

Podía volver. Sería tan fácil regresar, hacer de cuenta que nada había pasado y seguir adelante. Sin embargo, no podía ignorar que las palabras de su madre le habían afectado. Aún la golpeaban. No quería hacer de cuenta que estaba bien, no quería fingir ni dejarse influenciar por el resto. Necesitaba pensar. Encontrar claridad. Calmarse y ponerse a sí misma en primer lugar, asegurarse de lo que realmente quería, ser la prioridad. Nada iba a funcionar a largo plazo si no se tomaba el tiempo de aclarar sus sentimientos.

Así que, consciente de lo que estaba pasando, respondió.

Lucy: Me quedaré en casa esta noche. 


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