La Hacienda

By KoryWoltz

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Muros de madera y piedra del siglo XX son testigos mudos del comienzo de algo que fue más allá de sus puertas... More

Prólogo.
Botas de tiburón.
Risas ahogadas.
Cielos abiertos.
¿Y si...?
Buen ladrón.
Siete años es mucho tiempo.
Enough said.
Lluvia.
¿Por qué me siento como un intruso?
Benny's
Copas de árboles y puntas de edificios.
Callejones.
Naturaleza muerta.
¿De verdad puedes olvidar?
Estrellas.
Al final, una tumba es una tumba.
Colores.
Girasoles.
La segunda estrella a la derecha.
Tiempo y Fuego.
Estrellas Muertas.
Llamadas.
Final.
Epílogo.

Sol y cielo.

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By KoryWoltz

Despierto a Zack antes de que salga el sol moviendo su cuerpo por debajo de las sábanas.

-Zack, Zack...

-¿Hmm?

-¿Sí iremos a los globos aerostáticos?-le pregunto. De verdad me he quedado con la inquietud de ir. Son cosas que uno siempre ve en postales y en fondos de computadora pero que en realidad no conocemos. Quiero ir a la aventura, conocer algo nuevo, saber de qué se trata el mundo.

-¿Quieres ir?-me pregunta medio dormido.

-Sí.

-Ok, iremos-dice pero vuelve a pegar la oreja a la almohada. Pocos segundos después vuelve a dormirse.

-Zack... ¿Vamos a ir o no?

Zack se quita las cobijas de golpe y se incorpora rápidamente.

-Sí, sí, ya te dije que sí-dice suplicante-, pero déjame dormir.

-Pero vamos a llegar tarde.

-No lo creo-se tapa de nuevo y me da la espalda.

-¿Seguro?

-Leo, a veces eres todo un chiquillo.

-Un chiquillo muy guapo, ¿cierto?

-Sí, y muy molesto. Si nos vamos ahora seremos los primeros.

-Pues eso es lo mejor, así no hay filas ni nada.

-Me refiero a que seremos los primeros ¡de todo! No habrá ni siquiera personal de staff. Empieza hasta las cuatro de la tarde y, hasta entonces, quisiera dormir en paz y en silencio, ¿sí? Sólo te pido eso, Leo bonito.

Zack vuelve a acostarse y se duerme rápidamente. Lo abrazo con una mano y contemplo el techo. Dormir... es algo tan burdo y extraño. Son horas perdidas, horas que pasamos en un mundo desconocido. ¿Qué peligros nos aguardan los sueños? ¿Por qué despertamos antes de morir en ellos? ¿Será que la vida sólo crea un simulacro para prepararnos en la vida real?

Afuera la paz es total. El murmullo del viento acaricia las ventanas. De vez en cuando las luces de un coche que da la vuelta se reflejan en la pared frente a mí, crecen y crecen hasta desaparecer de nuevo. Siento la suavidad de las sábanas en mi piel desnuda. Es uno de esos momentos de completa lucidez donde tus sentidos se expanden, quieres que la noche se alargue, que el sol no interrumpa el trance que tienes, que los acordes de la noche no dejen de sonar pues es en la noche cuando las cosas se tornan especiales, los espacios vacíos que llena la luz en el día ahora se llenan con nuestra imaginación, volviendo nuestros deseos realidad, nuestros miedos, sombras que nos observan.

El techo sigue inmóvil, quieto, eso me sirve para convertirlo en un lienzo para mi imaginación. A pesar de no dejar de verlo fijamente, mis ojos han recordado muchas cosas. El tiempo en la noche corre de manera diferente. Es algo abstracto.

Los eslabones de mis recuerdos me ligan unos a otros. Llevándome de la felicidad a la desesperación en saltos demasiado cortos. Era una noche como está cuando mi trance fue interrumpido si no por el sol, sí por una llamada.  Fue una llamada corta, dos palabras. Dos palabras que tomaron mi vida por el cuello y la azotaron contra un muro. Mi alma libre como corcel, indomable hasta donde me creía capaz, fue azotada por mi propia mano. Domada. Aun siento vívidamente como me quedé petrificado, como tenía ganas de huir, pero, a donde fuera, mi sombra me seguiría, y eso era de lo primero que quería alejarme.

El horno de microondas lanza un bip marcando la hora desde la cocina.

Recuerdo como esa vez sentí mi garganta cerrarse. Me ahogaba. Miré el celular y los segundos se abrían como agujeros en la tierra. Uno a uno, marcando la duración de la llamada. Estaba mudo. Quise murmurar algo, pero sólo solté un suspiro de miedo.

Zack se acomoda en la cama. Su respiración es pausada. Cada respiración llena de tranquilidad su cuerpo. ¡Oh! Que dichosos son los que  pueden darse ese lujo de respirar y sentir paz, de poder tumbarse sin tener que tener un ojo abierto. De cuidarse las espaldas de cualquier mentira, de cualquier palabra que no sea parte del libreto establecido. Una palabra de más y todo se vendría abajo... bueno, de manera prematura, porque al final la verdad siempre salé a la luz como el cadáver que al tercer día flota sobre el agua del río.

Recuerdo como tome mi celular esa noche entre mis dedos. Como poco a poco traté de asfixiarlo. Quería destrozarlo por ser portador de malas noticias. Apreté las teclas, los bordes, la pantalla comenzaba a mancharse por el líquido del display, pero mi arranque de rabía fue mayor y terminé lanzándolo contra el suelo. Para mi frustración no sé rompió, ni siquiera se rayó. Caminé como un condenado a muerte a la espera de su última comida. De aquí para allá, de allá para acá. De pronto de mi cuarto me pareció pequeño. Lo peor de todo fue la fuerza con la que cayó el recuerdo de Zack. Fue un aguijonazo, un recuerdo que poco a poco se corrompía, pasó de ser una imagen bella, preciosa, a convertirse en algo amargo y alquitranado.

Tenía que buscar un salvavidas para no ahogarme y fue cuando acudí a mi papá. Abrí la puerta de su cuarto. Tengo esa imagen impresa en mi cabeza. Él viendo un documental de los faraones en National Geographic. Me preguntó qué sucedía y, sin tiempo a suavizar las cosas, le solté la bomba. Él quedó callado, dejó a un lado la Corona que estaba tomando y se levantó. Me pidió que lo siguiera a la cocina. De uno de los cajones sacó un Marlboro rojo, abrió la puerta que daba al patio y comenzó a fumar con medio cuerpo afuera. Me dijo que no estaba orgulloso de lo que yo había hecho, pero qué lo entendía. Me dijo que terminará la escuela, que él me daría trabajo después. Sacrificaría su intachable código de honor con una mancha de nepotismo, pero para eso está la familia. Hablamos durante horas, pero las palabras se borraron de mi cabeza como las esquinas de una pintura. Recuerdo que me dolían los pies de estar parado tanto tiempo.

-Sabes-me dijo cerrando la puerta, disponiéndose a terminar-. Me preocupabas. Tenía miedo de qué... bueno, de qué se te cayera la mano-al darse cuenta de que no entendía su expresión continuó-, de que fueras marinconcito. Tenías unos movimientos y hablabas de una manera muy rara. Ese fue la principal razón de que te mandará a la hacienda y mira, se te pasó la mano, pero por lo ahora nadie puede tacharte de homosexual. Mi hijo es todo un hombre.

Asentí, murmure un gracias y me levanté del banquillo donde me había sentado. Enfilamos juntos las escaleras. Llegamos al segundo piso y, justo antes de que cada quien entrara a su respectivo cuarto, mi papá hizo una última pregunta:

-¿Cómo se llamará el niño?

Agito la cabeza y me levanto de un salto de la cama. El recuerdo se ha fundido con un sueño aumentado su realidad, haciéndolo real una vez más. Mis pulmones por más que respiro no se llenan, mis manos tiembla y sobre la cama durme Zack ajeno a todo esto pues él no ha cometido ningún error, o quizás ha cometido el peor de todos el cual ha sido el quererme demasiado.

Quererme más de lo que lo quiero yo.

Camino de un lado a otro como esa noche. Quiero un cigarro pero mi papá fumaba esa noche. Quiero aire pero eso también me recordará a aquél día, la brisa que se colaba por la puerta... Siento que me hundo de nuevo, que las cosas se salen de control aunque el agua esté tranquila. Eso es quizás lo que más me desespera, el océano está quieto, pero debajo de él el leviatán se agita y nada hacia la superficie trayendo como estela tristeza y enojo, decepción y traición.

Salgo del departamento de Zack. No puedo estar ahí dentro después de la traición que una vez más, inconscientemente, cometo. Subo las escaleras sin saber porqué. Cruzo los pares de puertas donde, detrás de ellas, la gente duerme, habla, come, hace el amor y ríe. Todos aquellos placeres son privados de mi espíritu ahora, pues cada momento de felicidad traerá consigo un sabor a ácido de pila. Mi consciencia, el destino o Dios quieren que no olvide mi traición en ningún momento.

Llego al último de los pisos. Una escalera metálica sube a la azotea. La subo. Tiene candado, pero no está cerrado. Lo quito y el aire a esta altura me satisface. Es como abrir la escotilla después de estar recluido mucho tiempo en un barco que se hunde. Camino hacia el borde protegido por un barandal de hierro. Mis pies descalzos sienten cada guijarro del suelo, la textura del concreto. Las estrellas me vigilan como ojos muertos. Me recargo en el barandal y trato de ignorar la sensación en mi estómago de querer vomitar. ¿Por qué a las personas que más amamos son las que más sufren a nuestro lado? ¿Por qué es como si, al amar a alguien, tuvieras una pistola en su cabeza y el dedo en gatillo donde cualquier titubeo puede causar un estrago? ¿Por qué tuve que nacer para ver este anochecer que sólo recuerda lo negro de mi pasado? Es injusto ¡injusto! El tiempo no se detiene, el futuro no se presenta y lo único que puedes hacer es bailar sobre un hilo suspendido que se llama presente donde cada cosa que hagas quedará grabada y será permanente, para siempre.

El ciclo espacial gira y gira. Mis cavilaciones comienzan a menguar. Mi marea mental comienza a bajar.

Solo quiero estar con Zack como dice esa canción:

Y ahí,

 Juntitos los dos,

Cerquita de Dios,

Será lo que soñamos.

Miro de nuevo al cielo y nunca lo había sentido tan lejano. El sol comienza a salir con sus mil promesas de un nuevo día. La ciudad comienza a despertar. Rugidos metálicos, voces ahogadas.

Sería demasiado cursi y demasiado cliché que una estrella fugaz volara. Pediría regresar el pasado, hacer bien las cosas.

Pero en la negrura abismal no pasa nada recordándome que los designios de Dios sobre los humanos no son nuestros ni nos incumben. No somos nada para el tiempo, nada para el universo.

El sol, esa bola de color sin vida sale por el horizonte. Los radios de la gente sintonizan las noticias de las seis.

Detrás de mí se escucha la puerta abrirse.

Me levanto del barandal y noto que unas lágrimas y una congestión nasal me han asaltado por sorpresa.

-Lo siento, mi llave del agua no servía y-miento a quien ha llegado.

-Ah, ¿no hay agua? Pues con más pretexto hay que ahorrar tomando una ducha juntos-dice Zack con una taza de café en la mano-. ¿Viniste a pensar?

-Más o menos, quería ver el amanecer-miento de nuevo.

-Es hermoso desde aquí. Un nuevo sol cada veinticuatro horas. No deja de maravillarme que ese es el mismo sol de Napoleón, de Cleopatra, de Pedro Infante. Es algo que une a toda la humanidad.

Nos recargamos en el barandal. De su taza de café sale bailando como un fauno el humo que se bate con cada soplo de viento.

No decimos nada, no hay que hacerlo. En mi cabeza aun lucha el leviatán por salir a la superficie, aún la marea azota los acantilados y ruge con enojo, pero la mano de Zack que poco a poco toma la mía calma mi lucha interna. No hay besos, no hay palabras. Sólo un sol, y la promesa de un día nuevo.

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