CONTACTO EN LA ÚLTIMA FASE

By RanniaCurtis

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Año 2521 de nuestra era. Una tierra desolada, desértica, pocos humanos sobreviven guarecidos en arcas. Un pu... More

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
Capítulo 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
CAPÍTULO 53
CAPÍTULO 54
CAPÍTULO 55
CAPÍTULO 56
CAPÍTULO 57
CAPÍTULO 58
CAPÍTULO 59
CAPÍTULO 60
CAPÍTULO 61
CAPÍTULO 62
CAPÍTULO 63
CAPÍTULO 64
CAPÍTULO 65
CAPÍTULO 66
CAPÍTULO 67
CAPÍTULO 68
CAPÍTULO 69
CAPÍTULO 70
CAPÍTULO 71
CAPÍTULO 72
CAPÍTULO 73
CAPÍTULO 74
CAPÍTULO 75

CAPÍTULO 10

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By RanniaCurtis

Los hombres que formaban tras el comandante no desviaron su vista al frente, sin embargo sus ojos plateados seguían tomando buena cuenta de la situación estratégica en que se encontraban, rodeados de terráqueos, en una gran sala. La mayoría parecían mujeres y niños desarmados y curiosos.

Aproximadamente todos los soldados que componían la pequeña tropa tenían la misma altura, con mínimas variaciones. Sus colores de cabello si oscilaban entre el plateado, y diversos tonos de dorado y castaño. Sus armas apuntaban al suelo y su posición parecía relajada aunque siempre alerta.

Lucía se adelantó hacia la apretada formación de humanoides tan parecidos a ellos con una sonrisa, Juan y su hijo mayor J. la flanquearon de cerca.

––Sean bienvenidos. Se han reparado alojamientos para sus hombres en los pisos altos que están vacíos. Igual para usted, comandante.

––Agradecemos su preocupación por nuestro bienestar. Me gustaría hacerle una pregunta, Lucía. ¿Tienen almacén de armas? Las nuestras no serán necesarias mientras estemos dentro de la torre. A pocas millas sobre nuestras cabezas nos sobrevolará como defensa la nave que nos ha traído  hasta ustedes. Está en modo vigía. Avisará si nos acecha algún peligro. Mientras tanto, como muestra de buena voluntad, preferiríamos estar desarmados, sobre todo habiendo presencia de niños pequeños y a toda seguridad curiosos...

La alcaldesa asintió.

––J., si eres tan amable acompaña a la guardia del comandante para que puedan dejar sus armas en el almacén.



Sin demasiadas ganas, J, obedeció, seguido por el pequeño escuadrón que se movía en perfecta formación tras él. Que esos tipos dejasen allí sus armas era también darle información de dónde guardaban ellos mismos sus escasas defensas.

Uno de los que parecía de mayor rango se puso a su altura, le ofreció un pequeño objeto, igual al que llevaba desde hacia dos días en su oído Lucía. Antes que él pudiese cogerlo o rechazarlo, el mismo hombre se lo introdujo en su oído.

Ya no podía negarse a ello.

No bien lo hubo sentido introducirse en su interior, el hombre que estaba mas cercano a él le sonrió.

––Soy el capitán Jaiden, tercero de a bordo de la nave Pueblo Errante. ¿Tu nombre, por favor?

––J.––dijo con total simpleza el joven. El otro asintió. Antes de que los suyos se pusiesen los mismos dispositivos en el oído.

––Nuestro comandante ha pensado que mejor que llevar ustedes solos los comunicadores, como muestra de nuestra buena fe, todos nosotros lo usaremos, así el medallón alrededor del cuello de la alcaldesa Lucía, no será necesario que lo llevéis todos.

––Me alegra oírlo, parece más bien joyería de mujer lo que usa la alcaldesa. No seremos aquí demasiados hombres, pero aún conservamos ciertas costumbres... Y eso de llevar collares, no nos haría sentir muy cómodos.

El que estaba cerca de él sonrió, igual que los demás, parecían comprender.

––Sí, más bien parece adorno que usan las hembras, que los hombres igual en nuestra cultura––aunque omitió decir que era la forma que tenían de distinguir los esclavos tomados de otros planeta,  diferenciandos de los ciudadanos de pleno derecho.

––creo que no poseen demasiadas armas, pero sí algunos suministros, nosotros tenemos herramientas necesarias en nuestra nave. Quizás podamos entretenernos algunas horas en arreglar y poner al día vuestro armamento mientras esperamos el trasporte a nuestro planeta. Es bueno estar siempre preparado para cualquier contingencia––dijo Jaiden––. Todo eses tiempo pasado en nuestra nave nos ha hecho aprender mucho sobre como mantenerlas siempre listas. Pero nuestro suministro es mucho mas ilimitado.

J. asintió de mala gana. No le apetecía mucho que esos seres tuviesen acceso a sus pocas armas, sin embargo, la mayoría necesitaba ser reparada y puesta a punto, a su pesar. No tenían ninguna posibilidad si los visitantes decidían tomar la torre del arca, por mucho que él quisiera defender a los suyos, se sentía por completo impotente.



Aunque el comandante Tarigh había sido muy explícito en ello. A los terráqueos, salvo que demostraran lo contrario o se volviesen hostiles, serían considerados sus iguales.

J. abrió con un par de llaves las dos cerraduras que guardaban el almacén.
Respiró hondo, quizás estuviese dando vía libre a todos esos sujetos para que tomaran por la fuerza de las armas a toda la torre.

Abrió y pasó, la habitación principal estaba recubierta con estanterías metálicas con diferentes repuestos, en la mayoría inservibles.

Las armas estaban al fondo, guardadas tras rejas, de la cual él también poseía la llave, pocos pasos más y todo podía haber acabado, sintiendo casi el aliento en la nuca del capitán extraterrestre, giró la llave en el candado.

Todo lo que había en esas habitaciones eran armas arrojadizas hacia la cabeza de Deigh. La terrícola tras pasar el celo, e intentar sacarse a la fuerza el brazalete de compañeros la había tomado con él. Joder, maldita fuese, la superaba en fuerza, pero no se atrevía ni a ponerle un dedo encima por no dañar a ella ni al futuro bebé que esperaría.

Pudo por fin conseguir que se cansase y se sentase en un rincón a llorar como una niña. Aprovechó la situación para llamar a Soreigh.

––Teniente, tengo un problema aquí...

––Si es comida haré que os la suban...––dijo la mujer con tono cansino––.Espero que el celo se os haya pasado ya, no deseo ver cuerpos desnudos por el momento, fuera de la habitación medicalizada.

––Ya ha pasado...

––Menos mal... Tres días solares, el doble que en nuestro planeta. Estaréis famélicos.

––Eso también, pero necesito que vengas, ella, ella no hace más que llorar, después de arrojarme todo lo que tenía a mano, intentar arrancarse el brazalete y llamarme palabras que ni siquiera he entendido, ¡Se ha acuclillado en un rincón, y no para de llorar, no habla, no dice, nada, solo...!

––Subidón de hormonas...––cortó al otro lado del comunicador Soreigh––. No intentes acercarte, no intentes tocarla, puedes hacerle daño, somos mucho más fuertes que ella, a pesar de los nanomec. Voy enseguida.

La voz de Soreigh se apagó al otro lado en un corto chirrido.

––Mujer... Laura, Laura, no llores, no temas nada, Soreigh viene enseguida, yo no quiero hacerte daño, eres mi compañera, jamás levantaría la mano en tu contra. Eres lo más preciado que puede recibir un guerrero, y ni siguiera soy merecedor de ello.

Laura seguía encogida en ese rincón, envuelta en telas color morado apenas cubierta con ellas, sola no había conseguido ponerse el vestido como era costumbre. Por suerte Soreigh no tardó demasiado, pero desde la otra esquina del camarote, a Deigh se e estaba haciendo una eternidad. Quería acercarse a ella para abrazarla y consolarla, pero no sabía como hacerlo, extraños sentimientos estaban rompiendo en su pecho y no sabía como calibrarlos ni manejarlos.

La puerta se abrió y Soreigh con su uniforme y una valija color plateado, le miró directo a él.

––Sal al pasillo, déjanos solas unos minutos. Será mejor para ambos un poco de distancia.

Deigh, a pesar de tener rango superior a Soreigh, en casos médicos no tenía ni idea y en hembras menos, así que salió lo más rápido que le dieron sus pasos, dejando a ambas solas dentro de su hasta ahora tranquilo camarote.

La teniente Soreigh se acercó hasta ella despacio, como si la terráquea fuese un animalillo herido y asustado

––¿Laura? ¿Estás bien? ¿Sientes dolor? ¿Alguna herida?

––Solo quiero irme a casa...––gimió la mujer sin dejar de llorar, alzando sus ojos casi plateados cuajados de lágrimas, el celeste grisáceo se iba diluyendo, quedando apenas un aro más oscuro alrededor de sus iris.

––Pronto, solo quiero saber si estás bien, y has de alimentarte bien, llevas tres días sin comer nada...

Ayudó a que se levantase y la llevó a la cama. Esta había sido cambiada de sábanas, las usadas estaban en un montón en un rincón alejado. Hizo que se sentase en el firme colchón , y le ayudó a abrir el vestido apenas envuelto.

Estaba llena de moretones azulados que amarilleaban a ojos vista y empezaban a curar, el ejercicio había sido duro. Los nanomec hacían rápido su trabajo.

––¿No sientes ningún dolor punzante?––preguntó la médico.

Temía que tres soles sin parar de copular hubiese hecho algún daño al cuerpo aún frágil de Laura.

––Solo quiero un plato grande de sopa de verduras del huerto y dormir, dormir mucho y en mi cama.

––Pronto, primero déjame hacerte una pequeña prueba de que todo está bien.

Sacó de su valija un pequeño instrumento. Esperaba que funcionase. Hacía demasiado tiempo que no había sido necesario. Lo introdujo en el dedo corazón de Laura, apenas un pequeño pinchazo, de lo que se quejó apenas la mujer encogiendo sus hombros.

Unos segundos, y el pequeño instrumento se iluminó por completo.

Los esfuerzos amatorios de esos dos, al parecer, habían dado sus frutos.

La terráquea estaba encinta, y el feto viable al ciento por ciento según la primera muestra. Soreigh no pudo menos que sonreír.

––¿Puedo abrazarte, Laura?––preguntó Soreigh con dulzura.

La mujer asintió. Junto a su oído le habló quedo la antigua formula de bendición por el hijo aún nonato, pero que traía tanta esperanza a nuestros pueblos.

––Que se te colme de parabienes a ti y a tu compañero, que todos lo sepan, sois los más afortunados, una nueva vida crece en tu vientre, eres la esperanza personificada.

––¿Q-qué?––dijo Laura mientras Soreigh soltaba su sincero abrazo.

––Tú y Deigh esperáis una nueva vida, habéis sido elegidos y nos hacéis muy felices a todos. Traeré el traje blanco, desde ahora todos los que te vean han de saber que han de tratarte como a una diosa caminando entre nosotros...

Laura se quedó muda por completo, veía a Soreigh moverse por la habitación, ayudando a vestir como a una niña pequeña con un traje de color blanco inmaculado, cubriendo con una capa corta negra sobre sus hombros con el broche de la familia de Deigh. 

Era su compañera de por vida, la futura madre de su hijo, quisiese o no.



Sentada aún en la cama Laura no comprendía nada, Deigh entró en la pequeña habitación, pero no tuvo ganas ni de gritarle ni de arrojar nada a su cabeza. Estaba demasiado aturdida en ese instante. Él se arrodilló ante ella para besar sus manos y tocar su vientre tan plano como siempre con reverencia.

––Mi diosa, mi compañera bendecida...––dijo Deigh con arrobo.

––Tengo hambre, Deigh, Déjate de monsergas, y no quiero esas raciones con más años que yo. Necesito una sopa caliente de la vieja Maddy, y un trozo de pollo frito, con hierbas y especias, que huele tan bien...

Se quedó callada unos segundos y se tapó la boca. Deigh y Soreigh la miraron asombrados.

––¡Soy vegetariana! ¿Cómo voy a querer comerme un pollo?



Era extraño ver el comedor tan lleno a la misma hora de la tarde. La comida fue repartida con suma rapidez entre los habitantes y los recién llegados, tras enseñarles lo que en un tiempo serían sus habitaciones y dormitorios. Los hombres que acompañaban al comandante se sentaban en una mesa casi céntrica. Nadie podía apartar los ojos de ellos, ni hombres, mujeres o niños.

Eran humanos, comían como cualquiera de ellos, respiraban el mismo aire, solo eran más altos y de proporciones más fuertes. Un par de ellos, a pesar de ser jóvenes, tenían el cabello color plata, igual que los ojos de todos. Los demás oscilaban en diversos tonos, igual que cada humano presente. El tono de su piel era dorado, como si el sol que una vez fue benigno par la humanidad les hubiese besado. No conversaban entre ellos, parecían algo tímidos, se dedicaban a sus platos y beber agua purificada.

Lucía se sentaba en otra de las mesas junto a Juan y al comandante. Este sí parecía más hablador. Se interesaba sobre todo de cómo funcionaban la comunidad, conseguían alimento cultivando en la zona alta y criando animales de granja.

Juan se mostraba amable y respondía con total confianza a cada pregunta. Su hijo, sentado a su diestra, permanecía silencioso y solo se alimentaba como si esa vez la cocinera no se hubiese esmerado en cocinar. Le sabía todo insulso. Algo atenazaba su pecho y su estómago. Lo atribuyó a no fiarse nada de los recién llegados, a pesar de estar todos desarmados y las armas bajo llave y bien custodiadas.

Tosió cubriéndose la boca, y se excusó, diciendo que apenas tenía hambre. Se retiró del comedor y a paso cansino subió a la habitación que usaba para dormir desde hacía más de diez años, su cubil, su lugar seguro. Cerró la puerta con pestillo, cosa que nunca hizo, y antes de acostarse sobre su cama, dejó bajo su almohada un buen cuchillo de caza, afilado por una parte, y de sierra por la otra.

No tardó en hundirse, a su pesar en un sueño intranquilo, sin querer, quedando con su mente en blanco, tosió varias veces, y el dolor iba y venía de su estómago a su pecho. A pesar de ello, no consiguió moverse por horas.



Loa hombres que se cruzaban con Laura se apartaban a su paso e inclinaban la cabeza en mudo saludo, pegándose a la pared, sin querer rozar siquiera la orla de su vestido. Caminaba rápido, Soreigh y su compañero la seguían a corta distancia.

––¡Es más seguro que permanezcas a bordo, la zona medicalizada está aquí, no ha pasado ni una hora desde que...

Laura se sintió enrojecer hasta las orejas. Esos hombres con los que se cruzaba estaban oyendo todo. Seguro también habían oído o sabían los casi tres días que había estado follando como una posesa con Deigh.

Estaba avergonzada, quería huir de todo, de todos, de su «compañero» antes que de ninguno.

Siempre tuvo buen sentido de la orientación, no le resulto difícil encontrar el hangar. Se paró ante una de las naves pequeñas, se volvió a mirarles. Cruzó sus brazos y miró alrededor. Reconoció a tres de los hombres que días antes la habían intentado atacar. Nada más mirarlos, estos cayeron de rodilla a tierra, inclinando su cabeza.

––Mil perdones, bendecida por la diosa––dijo el que parecía más mayor.

––¡Qué me lleven los demonios!––gritó Laura desesperada alzando los brazos––. ¿Quién sabe pilotar y me lleva a casa?

Todo el mundo permanecía estático a su alrededor como si no supieran que hacer o decir. Deigh llegó hasta ella.

––Faltan aún tres horas solares para poder llevarte con seguridad. Prometo hacerlo. Pero por favor, come algo, descansa, Soreigh te acompañará si no soportas verme...

––No es que no te soporte Deigh––levantó la muñeca donde estaba el brazalete de unión–– ¡Pero no me dijiste ni la mitad de lo que significaba que ambos nos pusiésemos este artefacto! ¡Ni que fuese a quedarme embarazada! ¡Tengo cuarenta años, diablos!

––Él no lo sabía. A nuestro nivel eres una hembra en plena juventud, los natotec solo han hecho que tu cuerpo recupere el vigor juvenil, para nosotros eres una jovencita––acudió la teniente Soreigh en ayuda de un azorado capitán, que ante esa mujer terráquea, perdía todo su arrojo––. Deigh mismo era un niño cuando embarcó en esta nave junto a su hermano, conoce nuestras tradiciones, sí, pero no ha vivido ninguna... No sabía hasta que punto podía llegar a unir a dos personas compatibles...

––¿Compatibles? ¡Compatibles! Ni he cruzado dos palabras con él, que diablos compatibles...

Laura quiso gritar, de rabia, frustración, no sabía de qué, pero de nuevo su cuerpo perdió las fuerzas,el aplomo, las ganas de pelea.

––¡Atrápala, Deigh!––gritó la teniente.

Fue lo último coherente que escuchó Laura. Se sintió alzada en vilo, llevada por pasillos sinuosos hasta una cama en la zona medicalizada. Sabía, hasta con los ojos cerrados que Deigh no separaba de la cabecera, y como la comandante médico Soreigh revoloteaba alrededor de ella, poniendo una vía en su brazo para alimentarla, y hacerle alguna prueba que ni siquiera sintió.

––Solo estoy alimentando su cuerpo por vía intravenosa. Los nanomec no tienen porqué dañar al feto, al contrario, serán lo que lo protejan. Pero no debería retirarse mucho de la nave. No quiero perderla de vista.

––Pero ella desea bajar al planeta...Quiere ver a los suyos. También es bueno que los habitantes del arca vean con sus propios ojos que está bien y a salvo todo este tiempo.

––Si no hay más remedio, sobre todo por la comida. No creo que le apetezca comer nada de lo que tenemos a bordo. Ni a mí me apetece después de tantos eter..

––Prepara una nave con medicalización. Tienes ayudantes, ellos pueden hacerse cargo de la zona médica.

––El comandante te dejó a ti al mando de la nave. Luego tú a mí después de vuestra unión...––Soreigh señaló con un gesto de cabeza el brazalete que ambos llevaban.

––A bordo hay capitanes de sobra y nada amenaza a esta zona del espacio. Si ella desea bajar, lo hará, y yo no puedo separarme de su lado, creo que moriría... No sabes lo que me está costando verla desmayada, en esta cama.

––Todo está bien, le faltaba alimento en su cuerpo, está agotada tras el apareamiento, deja que duerma y se reponga. Haré que traigan algo para que te alimentes tú también, no quiero dos pacientes en esta sala.

Soreigh salió de la habitación, dejando solos a Laura que seguía dormida y a Deigh, que se acercó aún más a ella, retiró su ensortijado y mal cortado cabello de su frente, y acarició con una ternura que nunca creyó sentir por nada ni por nadie, ni siquiera por su hermano. Era algo completamente distinto, una necesidad de acunar, proteger, algo que rompía cualquier esquema que hubiese en su cabeza.

Los terráqueos se fueron acercando poco a poco tras la comida a los recién llegados, los saludaban, con curiosidad, sonreían. Estos, superados en número se vieron pronto separados y rodeados por extraños, que solo querían hacerle preguntas sobre su planeta, sus costumbres, su cultura. Alguna que otra mujer se acercaba demasiado a ellos. Había una cantidad no superior a noventa, algunas estaban emparejadas y llevaban pegados a ellas a sus pequeños, pero las más atrevidas y jóvenes no, se les notaba a la legua en sus miradas hambrientas y no de comida precisamente.

Todos tenían ordenes estrictas en no iniciar ningún acercamiento con ninguna hembra, pero estaba resultando difícil. Sus corazones se aceleraban al mirar a los ojos de alguna de ellas, la sangre corría a gran velocidad por sus venas, y querían poner tierra de por medio. Pero en aquella torre, azotada por el sol y rodeada de aire pestilente y dañino, imposible.

No estarían allí más de una semana al mes, habría reemplazo, pero resistir siete soles parecía la prueba más dura a que habían sido sometidos. Todos embarcaron en la nave Pueblo Errante siendo demasiado jóvenes para saber lo que era la caricia de una hembra, y en aquel lugar la proporción era de cuatro a uno. La nave tardaría más de sesenta soles en llegar a hacerles el trasbordo y llevarles a su propio planeta, dónde, según su ley, podrían tomar compañera.

Pero el tiempo que restaba a muchos de ellos se les haría mas dura que cualquier batalla a la que se hubiesen enfrentado en cualquier planeta de la vía láctea, como llamaban a la zona del espacio donde giraba su roca moribunda.



Antes de ponerse en contacto de nuevo con su hermano, aún faltaba para que el satélite llegara a la órbita precisa y lo facilitase, Deigh engulló casi tres bandejas de alimento traídas por la teniente. Soreigh le informó de que prepararía una nave medicalizada para al menos cuatro tripulantes para estar mucho más cómodos. Esperaba que los cálculos hechos en la cabina de mando fuesen correctos y a nave cupiese dentro del Arca por una de sus puertas laterales más grandes.

Deigh apartó la última bandeja y pulsó el comunicador después de mirar a Laura, que permanecía dormida con la respiración relajada y un color lozano en sus mejillas más redondeadas tras recibir nutrición especial por sus venas.



Tarigh contemplaba satisfecho como sus hombres parecían integrarse entre los humanos, aunque destacasen por su altura y sus uniformes oscuros como la noche. Los terráqueos parecían confiar a cada instante más en ellos y los rodeaban y no sentían ningún pudor en preguntarles por cualquier tema. Solo esperaba que ciertos asuntos delicados no salieran a la luz, como las leyes de esclavitud,  que esperaba abolir en cuanto estuviese en su mano.  Su muñeca vibró con una llamada del comunicador.

Se apartó un poco del gentío para poder escuchar la voz de su hermano que en el instante de abrir la pantalla parecía terriblemente nervioso.

––¿Qué ha ocurrido Deigh? ¿Le ha pasado algo a la terráquea?––no quería ni imaginarse esto último.

Deigh no dijo nada, le mostró el brazalete de compañero tradicional en su muñeca y luego el brazo de Laura, la cual estaba comenzando a despertar. Parpadeaba confusa mientras su compañero la ayudaba a levantarse y se sentaba a su lado.

––Estas cosas se cuentan hermano mayor, con pelos y señales––casi gritó Deigh.

––¿Pero cómo? Recuerdo muy bien la conversación que tuvimos años ha...

––Creí que era solo una tradición. Desde que no hablamos esta mujer y yo nos hemos unido en todos los sentidos, y, por supuesto, la cosa funciona como dijo Soreigh, somos tan compatibles, que en el plazo usual, supongo que tendrás un sobrino.

––¡O sobrina! Demonios con estos tipos––gritó Laura a la pequeña pantalla dónde se asomaba el asombrado rostro de Tarigh.

––Veo que sois tal para cual... Al menos no te aburrirás a la vuelta––resopló el comandante, pensando en cómo comunicar la «feliz noticia» a la hermana de la compañera de su hermano.

––Oh, no te creas, en menos de media hora nos tendréis allí, mi compañera odia nuestra comida, y voy a bajar con ella, junto a la teniente Soreigh para que vigile su estado. El portalón sur del arca, que sea despejado, bajaremos en una B-345 de cuatro ocupantes.

No le dejó replicar, y eso que su hermano mayor era superior en rango. Cortó la comunicación y se volvió para tomar en brazos a su compañera.

––¿Qué demonios crees que haces?––chilló Laura al sentirse alzada como si fuese una pluma.

––No estás repuesta, o en mis brazos o en una camilla. Ahora mismo vamos a la nave para bajar a tu planeta. Soreigh ha dejado mensaje que todo está preparado y vuestra estrella está poniéndose, podemos viajar sin sufrir daño. Nos esperan...

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