Frágil e infinito

By evelynxwrites

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Theo solía ser el centro de atención. Lucy solía ser la chica invisible. Su historia se truncó pero diez año... More

Sinopsis.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Epílogo.
Plantilla de lectura
Libro 3

Capítulo 18

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By evelynxwrites

—Tu amigo... Theo. Tiene capacidad, sí. Pero es demasiado emocional para esta profesión. Hay que ser duros ¿entiendes? En urgencia se debe tratar al paciente en el momento. Lo que ocurra después, no es de nuestra incumbencia. Si sigue así, quedará fuera de juego pronto —masculló Thomas Jefferson en el segundo encuentro con Lucy. Fue en ese instante, que ella lo supo. Todo saldría mal. Aunque tendía a creer que los demás guardaban buenas intenciones, tras escuchar aquel palabrerío una llama de furia se encendió en su interior—. ¿No lo crees?

—No —contestó con seguridad; bebió un largo trago de vino blanco y continuó—. Theo es una gran persona. Pero si hablamos del trabajo, es uno de los mejores profesionales que he conocido. De hecho, todos en el hospital lo quieren.

Casi todos —corrigió—. De acuerdo. Eres su amiga, claro que vas a pensar bien de él. Deberías ser médica para entenderlo. Por cierto, ¿cuál es tu título?

—Asistente social —expresó, orgullosa de sí misma—. Me he capacitado durante años. A veces trabajo con ustedes así que entiendo bastante bien el ambiente. Créeme que lo hago —defendió su postura. Luego, trató de mitigar la ira bebiendo otra copa de vino. En lo único que podía pensar era en que quería irse de ahí. Ya ni siquiera comprendía por qué había aceptado otra salida con él.

—Sí, claro. Lo entiendes —lo dijo en un tono irónico, incrementando la molestia de la chica que, harta, se puso de pie.

—Creo que mejor me voy a casa —de pronto salió de la silla. Experimentó un leve mareo, lo que le recordó que había bebido cuatro copas de vino a lo largo de la noche y que en realidad, no estaba acostumbrada a beber tan seguido. Debió controlarse.

—Lucy, siéntate. No hagamos el ridículo. Solo era una broma —trató de minimizar la situación. Demasiado tarde.

La jovén mujer era introvertida, silenciosa y usualmente trataba al resto con normalidad, pero eso no impedía que pudiera enfadarse. Tenía orgullo. Se sentía segura de la persona que era -y en la que se estaba convirtiendo- y la chica que se dejaba pisotear había quedado atrapada en su adolescencia. Tenía en claro sus creencias y valores, tenía en claro que merecía respeto.

—Prefiero irme a casa. De verdad —sacó un par de billetes, pagando su parte de la cena y los depositó en la mesa—. Adiós, Thomas.

Con la frente en alto, se escabulló hacia la salida. En el exterior, caminó a través de la acera del extenso boulevard en busca de un taxi. Pero antes de que pudiera sonreír por haberse librado de ese hombre, éste apareció y la sujetó por el brazo.

—Hey. ¿Qué haces? —se quejó.

—Espera. Te propongo algo. Vamos a mi apartamento y dejemos esta estúpida discusión atrás.

—No —Lucy se removió, intentando liberarse—. Prefiero ir a casa.

—Vamos. No seas tan terca. Te haré conocer lo que es bueno.

—Suéltame —alzó la voz. Se sacudió con fuerzas hasta desligarse de su agarre y en ese brusco movimiento, la pequeña cartera con sus pertenencias cayó al suelo. Todo en su interior quedó desparramado sobre el piso. Como si no tuviera suficiente, un vehículo pasó a gran velocidad, la rueda invadió un charco de agua y un montón de gotas la mojaron—. No iré contigo a ninguna parte. Déjame en paz —levantó la barbilla, haciendo caso omiso al incidente. No podía quebrarse.

Aturdida, se agachó a recoger sus pertenencias. Lo hizo apresurada, quería salir de ahí cuanto antes.

—Como sea. Ni siquiera me gustas —escupió, fingiendo que no le importaba. En realidad, Jefferson estaba furioso porque la chica acababa de rechazarlo—. Ni siquiera eres linda. Eres tan...

—¡Y tú eres una persona horrible! —largó Lucy, interrumpiendo sus palabras dañinas. Se desconoció, allí de pie, elevando la voz, gritándole a alguien de esa forma. Tenía que defenderse. Tras incorporarse, se alejó del hombre, metiéndose en el primer taxi que encontró libre. Iría a casa.


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<<No puede ser. No puede ser. Esto no puede estar pasando>> se repitió a sí misma, mientras hurgaba desperada en su bolso. Las llaves del apartamento no estaban. Era la quinta vez que revisaba así que no le quedó opción más que aceptar que las había perdido. ¿Y ahora qué?

Quedarse en los pasillos del edificio durante el resto de la madrugada no era buena idea. Nunca sabía cuando podía aparecer algún inquilino borracho, drogado o simplemente con ganas de molestar. También corría el riesgo de que Adrian estuviera por ahí. Nada bueno podía salir de eso. Tampoco quería ir a casa de su padre. Evitaba a su familia por un montón de razones, llegar a mitad de la madrugada hecha un desastre, medio ebria y sin las llaves de la casa, le daría una razón a sus familiares para que la siguiera considerando un <<fracaso>>.

Tenía el celular en su mano cuando este vibró.

Theo: ¿Así que otra cita con Jefferson, eh?

Ahí estaba. Su salvación.

Lucy: ¿Puedo llamarte?

Ni siquiera pasaron cinco segundos cuando Theo la llamó. Preocupado, preguntó qué pasó y Lucy se enredó mil veces en sus propias palabras al intentar explicar todo lo que había pasado.

—El punto es que perdí las llaves del apartamento. Olvidé el abrigo en el auto de Thomas. Ahora estoy en la puerta, muriendo de frío. ¿Crees que puedo quedarme en tu casa por esta noche? —preguntó, un tanto apenada pero tranquila al mismo tiempo. Oír su voz le había dado calma. Él siempre sabía cómo arreglar todo.

—Claro que sí, Lucy.

—Genial. Tomaré un taxi.

—No. Espérame ahí. Pasaré a recogerte.

—Está bien. Puedo tomar un taxi. En serio.

—Dijiste que no tenías abrigo. Te vas a enfermar si sales así a la calle —insistió. De fondo, se oyó un tintineo—. ¿Escuchaste eso? Son las llaves de la moto. Voy ahora mismo para allá.

Incapaz de contradecirlo, la llamada se cortó segundos después porque él debía conducir. Entonces, Lucy hundió el teléfono en su pecho, como si así pudiera mantenerlo cerca. Sentir su calor. La vida le había dado un Thomas Jefferson, pero luego dio un giro, dándole un Theo. Al final, el mundo no era tan injusto con ella, solo imponía un equilibrio. Quizá era cierto lo que leía entre líneas <<al final tendrás lo que quieras, pero te costará un par de lágrimas al principio>>.


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Subió de dos en dos las escaleras del viejo edificio, apresurado. Si no conociera el lugar y alguien dijera que está embrujado, le creería. La estructura, en general, se encontraba descuidada. Algunos peldaños estaban averiados, la pintura de las paredes se caía y los faroles que, se suponía, debían iluminar, no brillaban en su máximo esplendor. Le daba mala espina que Lucy viviera ahí, pero aún más que se encontrara sola, esperando en la puerta a mitad de la madrugada. La sangre le hirvió al deducir que Jefferson tenía algo que ver en la situación, se culpó a sí mismo por no haber sido lo suficientemente firme para advertirle que ese hombre no era de fiar. Entonces, llegó al final de las escaleras, transitó el pasillo indicado y la encontró, de pie, apoyada contra una pared, tratando de mitigar el frío abrazándose a sí misma. Llevaba un vestido de tirantes que le sentaba precioso, pero la angustia en su expresión la hacía dolorosamente bella.

—Hey. Te estaba esperando —los ojos de Lucy se iluminaron, aliviada de verlo.

—Hice lo más rápido que pude —aseguró. La espera había sido eterna, aunque en realidad él no tardó más de quince minutos—. ¿Estás bien?

—Sí, solo... Tuve este problema. Lo que te dije —respondió, conteniendo las ganas de desbordarse. No quería hacer un mar de lágrimas. Theo, que la conocía, enseguida mitigó la tensión.

—Te traje un abrigo —extendió la chaqueta que traía en su mano izquierda. Esquivando la mirada, Lucy la recibió. En seguida, se metió en ella. Percibió la textura de corderito sintético del interior, suave, cálida. Olía a él. Eso le dio aún más seguridad, se sintió en casa. Se prendió los botones, uno a uno, todavía con la mirada en el piso—. Hey, Lu. Miráme. ¿Me puedes mirar? —suave, Theo elevó su rostro, sosteniendo su barbilla con delicadeza. Lucy encontró sus ojos y tuvo que esforzarse para no romperse ahí mismo—. ¿Te hizo algo? Jefferson, ¿te hizo algo? —repitió, tornándose serio.

Ella negó.

—Discutimos. Y, obviamente, descubrí que sí, es un imbécil —reconoció, tratando de sonreír para no preocuparlo de más—. Tenías razón cuando dijiste que él no es para mí. Siento haberme enfadado, tú solo decías la verdad. Es que a veces... No lo sé, tengo miedo. Tengo miedo de que por rechazar cada oportunidad, acabe quedándome sola. Y es lo que probablemente pase, así qué... Ya sé todo eso de que me tengo a mí misma, lo que sea, creo que también es lindo tener a alguien ¿no? —respiró, acelerada por hablar tan de prisa. Afectada por exponer su corazón así, sin barreras ni métodos de protección.

—No, Lucy —interrumpió, dirigiendo una mano a su rostro, para colocar tras su oreja los mechones de cabello salidos de lugar. Lo hacía lento, con esmero, como una caricia—. No mereces tener solo a alguien. Mereces tener a la persona que quieres ¿sabes? Cuando te dije que él no era para ti, me refería a que él está aquí —señaló el suelo— y tú estás aquí —apuntó hacia arriba, sobre su cabeza—. Aún más alto —agregó, haciendo que la risa de Lucy se oyera a través del extenso pasillo—. Y no estás sola. Nunca dejaré que lo estés —sostuvo su mano, dándole calor—. ¿O no ves que salí de la cama a mitad de madrugada solo porque me necesitabas?

La castaña volvió a sonreír, miró al piso algo apenada por molestar, pero luego volvió a contemplarlo y se dio cuenta que frente a ella estaba lo que siempre había soñado. Se acercó en puntas de pie, dejó un beso en su mejilla y lo abrazó por el cuello, inundándose de él.

—Además de venir por mí, tendrás que dejarme dormir en tu cama hasta que un cerrajero pueda abrir esa puerta —bromeó. Así eran ellos.

—Todo el tiempo que quieras. Pero tendrás que dejarme dormir contigo, porque no tengo otra —dijo en el mismo tono divertido, provocando que las mejillas de Lucy se enrojecieran—. Anda, vamos a casa —exclamó, mientras la sostenía con firmeza por la cintura y se agachó, besándole el cabello.

Y allí, en medio de un edificio en ruinas, se dieron cuenta de que incluso después de diez años, jamás habían dejado de quererse. 


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