Frágil e infinito

By evelynxwrites

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Theo solía ser el centro de atención. Lucy solía ser la chica invisible. Su historia se truncó pero diez año... More

Sinopsis.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Epílogo.
Plantilla de lectura
Libro 3

Capítulo 10

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By evelynxwrites

Durante el resto del día, Theo no fue capaz de perturbar el momento de felicidad para entrar en el terreno difícil, así que consideró pertinente esperar al día siguiente para abordar el problema. No fue a su apartamento a dormir, se quedó en la sala de descanso del hospital. Tuvo que atender una urgencia que provenía de un accidente vía y luego, apenas durmió. Intercambió algunos mensajes de texto con Lucy, contándole que habían dado justo en el clavo, ya que Mía se mostró cautivada por todo. No olvidaba su sonrisa de alegría, tampoco la forma en que brillaban sus ojos y mucho menos, esa sensación de querer protegerla del resto del mundo, a cualquier costo.

Theo: Todavía me debes una canción. ¿Cuánto más tengo que esperar?

Lucy: Solo un poco.

Theo: Veo que te gusta hacerme sufrir, eh.

La castaña sonrió, sosteniendo el teléfono frente a sus ojos. Le encantaba que él hiciera ese tipo de reclamos. Significaba que, de algún modo, estaba pensando en ella. Sin embargo, cuando aterrizó sobre la tierra, se dio cuenta que en diez minutos debía estar en el hospital. Trató de acabar el desayuno, pero no lo consiguió. Su jefa apareció en el recoveco se escabullía para comer y le dio una mirada de pocos amigos. <<Date prisa, Howard>> ordenó. Lucy arrojó el desayuno que estaba a medias en el cesto de basura y salió apresurada. Lo único que le gustaba de su trabajo, era ayudar a la gente. Odiaba la actitud soberbia de su jefa y a sus compañeros que la miraban con cierto desprecio por ser una <<simple pasante>>. Pero no podía dejarlo, era todo lo que tenía.


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Luego de darse una ducha rápida, Theo corrió a la reunión convocada en la sala común. Allí estaba Carol, una psicóloga infantil llamada Allison y Lucy, que representaba a los servicios sociales. Theo expresó su postura y leyó el informe que había constatado sobre las lesiones y los múltiples indicios que denotaban maltrato infantil. Debatieron durante un rato, hasta llegar a la conclusión que necesitaban la historia contada por Mía. Su testimonio de los hechos. Así podrían presentar una denuncia oficial al único familiar del que sospechaban, su padre. De hecho, el hombre nunca se había presentado. Brillaba por su ausencia.

Al final, las tres coincidieron en que Theo debía encargarse de hablar con Mía y hacer las preguntas que creyera pertinentes. <<Desde que está aquí, se muestra callada y temerosa con cualquiera que se le acerque. Excepto con Theo. Las veces que la escuché hilar más de una frase, fue en su presencia>> hizo saber Carol, apoyando esa decisión.

Él asumió la responsabilidad, aunque sabía que sería duro. Pensó en que le haría bien tener antes una pequeña conversación con Lucy, pero ella debió marcharse rápido porque la necesitaban en otro caso. De igual manera, se sintió orgulloso. Se notaba que era buena en su trabajo, aunque ni ella misma lo creyera.


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—¿Cómo amaneciste hoy, cariño? —Theo se sentó a un costado libre de la cama, donde Mía se encontraba erguida. Parte de ella, estaba cubierta por la cobija que él le regaló y a un costado, mantenía cerca el oso de felpa.

—Bien —respondió—. Comí todo el desayuno. Incluso las frutas —contó orgullosa, a lo que Theo sonrió ligeramente—. ¿Estás contento?

—Claro que sí. Muy contento —aseguró. Luego, hizo un silencio, buscando las palabras indicadas—. Oye, Mía... Hoy necesito que hablemos sobre algo más. —Ella frunció levemente el ceño, confundida—. ¿Recuerdas que hace unos días te tomaron una fotografía de tus huesos? —preguntó, recurriendo a las palabras sencillas que él había usado en su momento para explicar lo que harían.

Mía asintió.

—¿Salió algo mal?

—No, no. Todo está bien, ¿si? Estás mejorando, de hecho —La tranquilizó—. Pero en ocasiones, cuando los huesos se lastiman y luego se sanan, quedan pequeñas marcas. Como cuando te abres una herida en la piel y luego queda la cicatriz —explicó—. ¿Entiendes?

—Sí.

—En las imágenes que te tomaron, pudimos ver que dos de tus costillas, los huesos que se encuentran justo aquí, —se utilizó a sí mismo para señalar el lado izquierdo del tórax— se lastimaron en alguna ocasión, pero ya volvieron a sanar —mencionó con cuidado—. Mía, ¿tienes algún recuerdo de lo que pasó? Lo que tú quieras contarme. Nada más. Incluso si aún no quieres contarme, está bien.

Para ese entonces, Mía había fijado la vista en un punto invisible. Sus manos, se encontraban aferradas a la manta con fuerzas. Desesperación, tal vez. Su mente revivía ese día, una y otra vez. Golpes. Estruendos. Silencio y luego dolor. Mucho dolor.

—Había una escalera muy alta, en el sótano —comenzó a hablar—. Mi papá y yo estábamos cenando, en el comedor. Hacía mucho frío —las lágrimas empezaron a deslizarse en el rostro de Mía sin esfuerzo. Theo sintió el impulso de pedirle que no siguiera, no si eso le causaba dolor. Pero entonces recordó que eso sería inevitable y la dejó seguir—. Dije algo que lo hizo enfadar, no me acuerdo qué. Pero se puso furioso y dijo que tenía que bajar al sótano. Le dije que no quería, estaba... Estaba muy frío y oscuro, no me gustaba estar ahí. Pero él dijo que lo que yo quería no importaba y me empujó por las escaleras —sorbió la nariz, tomándose una pausa. A pesar de su agitada respiración, siguió—. O tal vez yo me caí, no lo sé. Pero luego... Luego dolía. Justo aquí. Y se veía muy mal. Le pedí que me llevara a un hospital, pero él no quiso —su voz tembló, mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de las manos—. No podía moverme. Tenía mucho miedo.

Theo lo notó. Aunque estuviera contando un suceso pasado, el terror seguía apropiándose de ella. Lloraba de un modo que parecía no tener consuelo y temblaba, como si estuviera a la deriva, sin ningún tipo de protección. De pronto, sintió algo de alivio cuando él se acercó y la estrechó entre sus brazos, en un gesto totalmente paternal de los que no conocía.

—Tranquila, linda. Ya está. Ya pasó —Mía escondió el rostro en su pecho, las lágrimas mojaron su camisa—. Estoy aquí ¿de acuerdo?

—No quiero volver a esa casa con él.

—Eso no pasará. ¿Confías en mí? No dejaré que eso pase —prometió, mientras le acariciaba el cabello con la yema de los dedos—. Solo habla conmigo, Mía. Cualquier cosa que quieras contarme, te escucharé. Creo en ti.


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En el baño, Theo se quitó el estetoscopio que llevaba alrededor del cuello y lo guardó en el bolsillo de la larga chaqueta blanca. Luego, se desprendió los primeros dos botones de la camisa y se refrescó la cara con agua fría. Lo hizo tres veces, intentando despejarse, aunque no lo consiguió del todo. Era lógico, teniendo en cuenta que había dormido unas pocas horas y que, la conversación con Mía le había impactado de un modo que no advirtió.

Se suponía que por su trabajo, estaba acostumbrado a ver y escuchar tragedias de todo tipo. Se suponía que sabía cómo mantener una distancia prudente y desconectarse de todo aquello cuándo llegaba a casa. Sin embargo, en el caso de Mía había algo diferente. Estaba metido de lleno. Cada vez que pensaba en ella, le surgía un instinto protector. Quería saber todo el tiempo cómo estaba, qué sentía o si lo necesitaba. Quería estar cerca, por si acaso.

Todavía agobiado, Lucy lo encontró caminando a paso rápido por el pasillo del hospital. Se dio cuenta que algo sucedía, lo notó afectado, como si hubieran apagado el brillo que lo caracterizaba y en su lugar, se instaló una corriente de furia.

—Hey —lo detuvo, tocando suavemente su brazo—. ¿Estás bien?

—¿Todavía estás aquí?

—Sí. Me dieron otros casos, pero no cambies de tema —remarcó—. ¿Qué te pasó?

—Nada. No dormí bien anoche. Eso es todo.

Lucy suspiró, terriblemente frustrada porque Theo no era capaz de salir de su rol de <<héroe que salva a todo el mundo>> para ocuparse de sus propios sentimientos y admitir sus debilidades. Aún así, no quería presionarlo a hablar. Era evidente que no se sentía bien.

—¿Seguro?

Theo la miró de reojo, dándose cuenta que no era bueno mintiéndole. No a Lucy, la persona más observadora que conocía, capaz de interpretar gestos y leer miradas. Por eso, ella seguía esperando que él se decidiera a hablar. Se relajó, cruzándose de brazos, repleta de paciencia.

—Bueno, además... Hablé con Mía, hace un rato —reconoció—. Voy a ponerle una denuncia a su padre.

De inmediato, Theo intentó seguir adelante, pero Lucy lo detuvo parándose en frente y colocando las manos en medio de su pecho.

—Eso es algo que tenemos que decidir en equipo, Theo. Lo más prudente es que esperes a la próxima reunión.

—¿Esperar? ¿Esperar qué? —cuestionó, arrugando el entrecejo. Tenía la furia a flor de piel. Era incapaz de contenerse. El maltrato y las injusticias lo sacaban de sus cabales. Mía, con su manera de vincularse, había tocado un punto sensible aún más profundo. Algo que lo movilizó por completo—. Me dijo que fue su padre, Lucy. Solo me contó una situación, pero es suficiente para mí. Quiero que encuentren a ese tipo y pague por lo que hizo.

—Lo sé. Todos queremos lo mismo —afirmó—. Pero te estás precipitando. Una vez que pongas la denuncia, vendrán a interrogar a Mía. ¿Crees que ya está lista para contarle a la justicia lo que pasó?

Theo tragó saliva y apretó la mandíbula, su mente cegada por el enfado se comenzó a esclarecer.

—No, no lo sé... No creo. No todavía —admitió. Luego, echó la cabeza levemente hacia atrás y resopló, liberando el aire contenido. Entonces, Lucy lo arrastró hasta sentarse en las sillas de espera, uno al lado del otro.

—Respira, Theo. Eso es. Cálmate —le habló suavemente, acariciándole la espalda en círculos. La situación lo tenía bastante alterado, tenía que enfocarse—. Estás haciendo un buen trabajo con ella, te lo aseguro. Y no soy médica, pero desde mi postura, creo que lo ideal sería que se recupere un poco más, antes de ponerla en esa situación.

—Sí, lo sé. Tienes razón —Theo desvió la mirada. Sus ojos lucían cristalizados—. Es solo qué... Tendrías que haberla visto, Lucy. Temblaba mientras me lo contaba. Está muerta de miedo. Quiero hacer que se sienta a salvo, eso es todo.

—Lo haces. Sé que sí —tiró la cabeza ligeramente hacia un lado, apoyándola sobre el hombro de Theo y lo miró de reojo, dándole una pequeña sonrisa—. Todo va a estar bien.

De regreso a casa, Lucy se detuvo a mitad de camino y sacó el celular. Respiró hondo y finalmente, se decidió a enviar la canción a Theo: <<Those Eyes - New West>>. Irremediablemente, esa canción le hacía pensar en él. En su manera de sonreír. En su forma de ser con los demás. En las pequeñas cosas que hacía a diario y que, sin saberlo, cambiaban el mundo.


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