Arder | Versión en español

By _taini_

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Sean bienvenidos al limbo entre la vida y la muerte donde las almas de dos reyes pondrán en juego todo su pod... More

Antes de leer
Dedicatoria
Prólogo
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5
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9
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11
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Génesis
Soberbia
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Lujuria
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Gula
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19
20
Avaricia
21
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23
24 (Parte uno)
24 (Parte dos)
24 (Parte tres)
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28
Especial 5k
29
30
31
32
33
34 (Parte uno)
34 (Parte dos)
34 (Parte tres)
Especial 30k
35
36
37
38
39
40
41
Ira
Crucifixión (42)
43
44 (Parte uno)
44 (Parte dos)
44 (Parte tres)
Santa Trinidad (45)
46
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By _taini_

Raziel.

Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles.

Hebreo 11:36

°°

El sonido del reloj burlándose de mi desespero, el crujir de la madera bajo los estúpidos zapatos de Hale y el repiqueteo incesante de mi pierna parecen unificarse en una cuenta regresiva que indica el poco tiempo que queda para que explote.

Tic, tac.

Me paso la mano por el cabello, cargado de frustración, enojo y miedo. Mucho miedo. No recuerdo la última vez que temí por algo o alguien, más que aquella mañana donde Edén tuvo la osadía de volver al camión que largaba gasolina e intentar salvar al chofer. Maldición, se me había helado la sangre y el corazón se me detuvo por un par de segundos. No podía imaginar que sería de mí si no la volviese a ver. No puedo hacerlo ahora tampoco.

Desperté sin su abrasante figura a mi lado, ni la asquerosa presencia de Hale en la cama. Estaba solo. No quise actuar paranoico y lo dejé pasar, pero fue una mala idea. No daba con ninguno en el hotel y el tiempo corría, la boda es en un par de horas. Luego, colisiono contra un muy desesperado y pálido Hale. La boca se me inundó de sabor amargo.

- Tenemos que hacer algo. – Hablo entre dientes. – Han pasado 50 minutos de la hora pactada, Hale. Ella podría... - Paso saliva y niego. – Ella podría estar herida.

- No.

Hace lo mismo que lleva haciendo desde que me contó lo sucedido en la feria; Responder con monosílabos y caminar de un lado a otro en el cuarto. ¿Cómo pudo ser tan estúpido? ¿Cómo pudo dejarla ir sola?

- No puedes pensar más allá de tu propio feo culo, ¿no?

Se detiene en seco, a medio metro de mí, y rota lentamente la cabeza en mi dirección.

- ¿Qué has dicho? – Tuerce la boca, en una mueca que intenta intimidarme. No lo hace. Por mi parte, pongo ambas manos sobre mis rodillas y me impulso para levantarme, enfrentándolo.

- Que ella estaría aquí si tú no hubieses dejado que saliera sola de allí.

- Arriesgué mi "propio feo culo" para que pudiese llegar a la salida sin un rasguño, sin siquiera saber cómo salir de ese maldito lugar. Mejor cierra el hocico, o será mi puño quien lo haga.

Me muerdo la lengua. No puedo golpearlo. Si lo hago, lo mataría.

Respira, Raziel, respira.

Hale baja la mirada a mis manos, las cuales están apretadas a cada lado de mi cuerpo. Es obvio que estoy conteniéndome, él por su lado solo plasma una sonrisa en su amorfo rostro.

- ¿Qué pasa, Lans? ¿El perrito necesita que le jalen de la correa para comportarse? – Palmea mi rostro. Cierro los ojos y respiro profundamente.

Los gritos desgarradores de Edén aquella noche en la playa, cuando vio mi verdadero ser, vuelven a mi como una advertencia. Uso ambas manos para empujarlo del pecho y separarlo medio metro de mí.

- Edén está allá fuera, con quien sabe quién haciéndole quien sabe qué, ¿y tú buscas que te parta la cara? – Me cruzo de brazos y disimulo el nudo que se formó en mi garganta. - ¿Tu podrido corazón no es capaz de sentir, siquiera, un poco de miedo?

- ¿Miedo? – Suelta una seca risa. - ¿Estamos hablando de la misma Edén? La que te dio un rodillazo en las pelotas a los 15 minutos de conocerse, o la casi se carga a un bielorruso a golpes; porque suena como si te refieras a una maldita niña que no sabe cuidarse y, por lo que yo sé, esa loca no nos necesita.

- Eso no la hace inmortal, Hale. Deja los cuentos de superhéroes y ve la realidad. ¡A Edén la secuestraron, cabrón!

- O tal vez huyó de ti. – Suelta sin más.

- ¿Qué?

- Lo que escuchaste, Lans. Tal vez se fue porque ya no te soporta. – Se encoje de hombros y yo dudo de si podré mantenerme al margen. - ¿Qué? No sería la primera vez.

Maldito. Hijo. De. Su. Puta. Madre.

- Hasta donde recuerdo, Eva también te abandonó. ¿O acaso planeó huir junto a ti, dejando todo atrás, para empezar de cero? – Me rasco la barbilla y niego. – Ah, no, eso fue conmigo.

Las venas del cuello y frente de Hale parecen querer explotarle.

- Ella se fue porque no tuvo más opción. ¡Fue tu culpa! ¡Tú la obligaste a huir!

No hay peor ciego que el que no quiere ver, dicen por ahí.

Bufo.

- Dios mío, Hale, ¿Cuánto tiempo tiene que pasar, cuánta evidencia necesitas tener, cuánta gente te lo tiene que decir, para que te saques la venda de los ojos? – Exclamo, incrédulo. – ¡Eva nos usó a los dos! ¡Eva huyó porque es una jodida hija de puta con una mente tan retorcida que, aun pasando tantos años, te hace pensar que volverá!

En el silencio bajo mis gritos, escucho como su corazón se quiebra. Su expresión lo delata.

- ¡Eva no te amó, no te ama y nunca te amará! ¡Debes entenderlo! – Acabo con la respiración agitada. – Joder, hombre. Al principio dabas gracia, pero tu papel se ha tornado lamentable con cada día que pasa.

Niega y retrocede, tanto que su espalda da contra la pared. Eva supo plantar una semilla dentro nuestro que se desarrolló con el tiempo, en una especie de enredadera que nos sometía a sus encantos. Yo pude cortar todo de raíz cuando vi su verdadero rostro, en cambio Hale, con cada minuto que pasa, se hunde más y más en las espinas de una mujer que alguna vez le prometió flores.

- Si ella no me ama, ¿Cómo explicas que... - Su sentencia sin sentido se ve interrumpida cuando la puerta del cuarto se abre de par en par.

Como flechas, giramos nuestras cabezas en dirección a la entrada, quedando paralizados ante la imagen. Edén, con sus ojos vidriosos y cual cachorro, su vestido arrugado, unos zapatos que desentonan con su estilo y una herida en la cabeza, la cual deja un leve rastro de sangre seca que rodea el lado izquierdo de su rostro. No luce asustada, más bien en shock, y no alza la mirada de un punto inexistente en el suelo.

Ninguno dice nada.

Puedo sentir el respirar agitado de Hale dentro mío, cuando a mí me ha dejado de llegar aire a los pulmones. También oigo latir mi corazón desesperado, retumbando en todo mi carozo vacío. Las manos me tiemblan con el deseo irresistible de tocarla, los labios me ruegan unirlos con los suyos y asegurarme que está libre de malezas. Necesito sentirla, tocarla, olerla y escucharla.

Abro la boca y la cierro un par de veces, tratando de soltar las palabras que se me han estancado en la garganta. Cuando alza la cabeza y sus lastimeros ojos negros chocan contra mí, un subidón de adrenalina y calor corre por debajo de mi piel, devolviéndome el alma al cuerpo.

- Edén, estás... - Quiero continuar, decirle todo, pero Hale me la arrebata. Hace tres grandes zancadas hasta su posición y su mirada se pierde en él, brillando de un modo distinto.

- Nunca dudé de ti. – Murmura él.

Una burbuja los engloba y yo siento que caigo en un pozo sin fin, condenado a ver la escena que me revuelve el estómago. Edén no duda, no piensa ni tarda en colgarse de él, pasando sus brazos por detrás de su nuca y apretando su cabello. Su rostro se funde en el hueco de su cuello y cierra los ojos, inhalando su fragancia. Él la toma de la cintura y la une de tal forma a su figura que temo que se fundan en uno.

Hago un paso hacia atrás, sintiendo como me embisten mil balas, cien puñaladas, diez puñetazos en el estómago y un enorme golpe de realidad.

Cuatro palabras y un par de segundos le bastaron para que yo pasase a un segundo plano. Dejo de existir para ella cuando está él. Siento que el pecho se me cierra, la vista se me torna borrosa y la sangre me comienza a hervir. El corazón se me sumerge en un ácido que me quema desde dentro y me obliga a contraer la expresión, sintiéndome miserable, adolorido y traicionado.

Estoy a la merced de unos ojos que no ven, una sonrisa que no me ilumina y unos dedos que no me tocan. Que iluso, ¿cómo pretendo pertenecerle cuando ella pertenece a alguien más?

Los segundos se transforman en una eternidad, donde no puedo apartar la mirada de tal imagen. Sus manos, delicadas y finas, descienden por los hombros de él para trazar irregulares e imaginaros dibujos en la espalda de él, buscando unificarse a su cuerpo. Sus cejas se hunden, con una pizca de dolor, temor y paz. Ridículo y sin sentido, pero así se siente estar cerca de ambos. Un casi imperceptible balanceo conforma su abrazo, donde se mueven sin cesar, asegurándose de no ser un sueño lo que tocan y ven.

Pesadilla, lo llamaría yo.

Bajo la piel, dentro de mí, ardo, pero por fuera me siento frío. Helado, despechado. ¿Qué tan ciego es el corazón para entregarse a alguien, darle el poder de destruirlo y, aun cuando esa persona lo hace, seguir latiendo con cada trozo de ese irreparable rompecabezas?

Así me hace sentir ella. Puede tomarme, torturarme, matarme, traerme en vida y volver a cometer el proceso, y yo, como ciego que no quiere ver, seguiré rendido a sus pies, teniendo la esperanza de que sea diferente. De que quien me lastima, por una vez, me cure.

Su rosada boca se abre para susurrar inaudibles palabras en el oído de Hale, abriendo los ojos y separando su diminuta figura de él. Por un segundo la pierdo de vista, pero acaba saliendo de detrás de Hale. Su inmensa figura no voltea, más bien se pierde mirando el pasillo que hay del otro lado de la puerta, como si se rehusase a ver lo que sucederá. Sin embargo, mi mirada no pierde detalle de ella.

Edén avanza a tal velocidad que caigo en cuenta de que está abrazándome cuando su aroma me invade y su figura despierta ese calor en mí. Quiero decir que no, alejarme, pero estaría mintiéndome a mí mismo. No lo dudo y la encierro en mis brazos, en una especie de jaula que tiene la ingenua fantasía de poder protegerla de todo mal.

Siento como su pelvis encaja perfecto con la mía, como su cabeza parece tener un especio hecho a la medida en el centro de mi pecho y como mis brazos la rodean sin dejar centímetro de su estructura fuera. Dos pedazos de distintos rompecabezas destinados a una unión impracticable. Poso mi barbilla en la coronilla de su cabeza y, sin escrúpulo alguno, aspiro el aroma que desprende su cabello.

- Estás bien. – Susurro más para mí que para ella. – Estás jodidamente bien.

- No podrás deshacerte de mí tan fácil.

Edén alza la cabeza para cruzar miradas conmigo. Sus ojos negros hacen casi irreconocible su pupila, solo a una distancia tan corta como la nuestra podrías distinguir la tonalidad de cada uno. Me encuentro a mí mismo corriendo los cabellos que se cruzan en su armónico rostro y, otra vez sin pensarlo, lamiendo mi pulgar para eliminar los rastros de sangre seca. La herida es cercana a la de la emboscada, pero no tan profunda.

Su nariz se arruga al sonreír débilmente y los labios se le humedecen cuando su rojiza lengua los atrapa. Un sinfín de emociones brillan en ella, pero no puedo distinguir el miedo. Edén parece nunca tenerlo.

- Edén, yo...

- Te quiero, Raziel. – Me interrumpe. – Te quiero muchísimo.

El corazón me da un vuelco. Cuantas veces fantaseé con oírla decir esas palabras, solo a mí, y ni en un millón de escenarios ficticios hubiesen sonado tan bien como ahora. Sus labios se abren y sueltan un canto para mí, meciéndome en un trance por su voz y palabras.

Ella me quiere. Me quiere a mí.

- ¿Tu... - Siento el calor subir a mis mejillas. – tú me quieres?

Edén sonríe y yo siento que estoy alucinando. Es preciosa.

- Cuando ellos me tenían, no podía dejar de pensar en ti. En que no vería tu cara de nuevo, - Sus suaves yemas acarician mi mandíbula y yo cierro los ojos, recibiendo el tacto en el alma. - ni esos infinitos tatuajes que decoran tu piel, - Desciende hasta mi cuello, trazando un dibujo de este. - o nunca escucharía de nuevo tus indecentes propuestas y allí lo supe. – Siento que floto junto con cada palabra que suelta. – Supe que no podría irme sin decírtelo.

- Por favor, hazlo de nuevo. Repítelo.

Le ruego, embobado.

- Te quiero, Raziel.

- Y yo a ti, muñeca.

La levanto en brazos y junto nuestras bocas en un beso lento y profundo. Su boca me sabe a medicina, la cual adormece y cura cualquier mal que alberga mi amarga alma. Con el solo roce de sus labios contra los mío siento que cada pieza de aquel roto corazón vibra y se imanta, uniéndose con el tiempo. Tal vez no sea tan malo como parece. Tal vez necesitamos de quienes nos lastiman para sanar, y acostumbrarnos a rompernos para luego ser armados. Tal vez, ella, sea el bien que cura mi mal, a pesar de que lo nuestro lo provoque.

Un carraspeo me hace caer a la tierra con tal fuerza que siento como mi cuerpo se adormece por un par de segundos. Nuestras bocas se separan, pero me niego a dejarla ir de mis brazos, a la vez que volteamos la cabeza en dirección a él.

- No quiero arruinar el momento entre la princesa y el ogro, - Ya está arruinado, Hale. - pero no sé si saben que Edén fue secuestrada. Hace menos de una jodida hora. – Alza la voz en la última oración.

Cruzamos una fugaz mirada, mientras él chequea ese estúpido reloj que lleva siempre.

- La boda comienza en dos horas y los tres tenemos mucho de qué hablar. Será mejor que comencemos.

°°

Decidimos alistarnos para la fiesta, perdiendo una hora, pero ganando ventaja a los inconvenientes; Pues, si la boda llegase a adelantarse o requerir de nuestra presencia antes de lo previsto, podríamos levantar menos sospechas ya luciendo como gente que vino a divertirse y celebrar, y continuar la conversación en algún rincón de la fiesta.

Así es como llegamos a estar los tres vestidos de gala sentados en los sillones del cuarto donde Edén hizo su aparición. Ella delante de nosotros, en un sofá individual, y, a mala suerte mía, yo sentado junto a Hale en uno compartido. Como si nuestros cuerpos se repelasen, estamos ubicados a cada extremo del sillón, evitando cualquier contacto físico. De igual forma, solo tengo ojos para verla a ella.

Edén tiene las piernas cruzadas, evitando exponer su ropa interior por el corte del vestido que usa. Su piel morena se adapta a la perfección con el color verde oliva de la tela, y brilla bajo la luz del cuarto por las imperceptibles e infinitas partículas de glitter que ha depositado por su cuerpo. Desconozco si se trata de alguna loción o crema, pero siempre que hay un plan que requiere hacer presencia en una fiesta, ella unta algo en su sedosa piel para hacerla brillar. El escote de su vestido no es pronuncia, pero si ajustado, remarcando sus pechos, y llevándose la atención al denario de plata que brilla sobre estos. En otro caso hubiese pensado que desencajaba con la elegancia del evento y su porte, pero el signo religioso que cuelga de su cuello parece adaptarse a la perfección a su esencia y le otorga un aire más virginal, aunque de eso no tenga nada.

Cuando pone ambas manos a los laterales de su cuerpo, hace fuerza y se reacomoda, las hileras de pulseras que adornan sus muñecas tintinean y me sacan de mis pensamientos. Mi mirada va a su rostro, maquillado, y recae en sus ojos felinos. Un maquillaje negro rompe con lo puro de su denario y le da sentido al apodo de Hale. Fiera. Su mirada se acentúa cual cazador y sus labios de tinte rojizo llaman a lamerlos, aun temiendo ser devorados por ellos. Su rostro se despeja en un recogido con ciertos mechones ondulados cayendo a ambos lados de este, tentando a acomodarlos detrás de sus orejas. Además, la herida en su frente ha desaparecido de forma sorpresiva tras tantas capas de maquillaje que ella ha puesto.

Hale carraspea y rompe el hechizo en el que me tenía sumido Edén, haciéndome voltear el rostro hacia él. Tuerzo la boca y ruedo los ojos al verlo mirándome receloso, sin deparar nada de su atuendo o presencia. No importa el color, precio ni marca de su traje, siempre se verá ridículo para mí.

- El tiempo corre, Edén. – Habla con un tono más militar que humano. Edén asiente y suspira.

- Cuando... cuando logré salir de la feria y acercarme a la calle para pedirme un taxi, alguien se puso detrás de mí. El movimiento de gente un día como ese es... importante, por lo que no presté atención a los detalles. Lo último que recuerdo fue tener una bolsa en la cabeza y caer en un suelo profundo.

Un escalofrío me recorre.

- ¿Y luego? – Hale abre la boca antes que yo. Lo miro de reojo, implorándole un poco de tacto.

- Estaba en una habitación, atada a una silla y con la herida en la cabeza goteando sangre. – Edén comienza a juguetear con sus pulseras, bajando la mirada a su regazo. – Solo querían advertirme.

- ¿Los tipos de la emboscada? ¿Las Águilas Negras? – Cuestiono.

Edén niega de forma casi imperceptible y alza la mirada a mí. Luego, la corre hacia Caín. Repite el gesto un par de veces.

- No.

- Entonces, ¿Quiénes? – No responde a mi pregunta. – Edén, ¿Quién hizo esto?

- Las Calaveras.

La sangre se me torna helada. No, helada no. Glacial.

Giro el rostro para mirar a Hale, encontrando con su mirada ya clavada en mí.

- ¿Pudiste verles la cara? ¿Escuchaste algún nombre? – Ella niega ante el interrogatorio de Hale.

- ¡Mierda! – Golpeo con fuerza el apoya brazos del sofá. Deslizo ambas manos por encima de mi pantalón, sobre los muslos, buscando la calma que he perdido. - ¿Qué querían, Edén? ¿Qué te han dicho?

- Yo... yo... - La voz le tiembla y la expresión se le contrae. Va a llorar. – Eran... eran hombres enmascarados. Ellos... no, no... no me hicieron nada.

Frunzo el ceño, confundido.

- Si no querían nada, ¿Para que la llevaron? – Hablo directamente con Hale. - ¿Por qué no llevarte a ti, el almirante?

Puede que el odio hacia Hale sea el combustible de mi vivir, pero no puedo negar que su rostro se ha tornado más pálido y revela la preocupación, desespero y miedo que también estoy sintiendo. Baja la mirada, niega y se encoge de hombros.

- ¿Qué quería, Edén? – Su tono de voz es profundo, casi siniestro. Sus nudillos están blancos de tanto apretar los puños y la respiración se le ha tornado agitada.

Edén sorbe por la nariz y limpia una lágrima que intenta descender por su mejilla, evitando arruinar la perfección de su maquillaje. Por mi parte, me veo obligado a cerrar los ojos un par de segundos y contar hasta diez, rogándole al de arriba no destruir la habitación.

- Responde, muñeca. – Quiero sonar autoritario, pero las palabras salen como una súplica.

- Querían darme información.

- ¿Dártela? – Resopla, incrédulo, Hale. - ¿Sobre qué?

- Baltasar.

- El líder de las Calaveras. – Agrego. - ¿Qué sucede con él?

- Anoche fue... Anoche lo derrocaron.

- Imposible. De la mafia solo se sale cuando mueres.

- O te matan. – Suelta Hale. Lo miro de reojo.

No puede ser. ¿Él fue...

- Fue degollado delante de todos. – Dice con amargura. – Hay una nueva cabeza en las Calaveras.

- ¿No pudieron mandar un correo? – Intenta sonar graciosos Hale, pero acaba recibiendo un almohadazo de mi parte. - ¿Qué? Tarde o temprano nos enteraríamos.

- No lo entiendes, ¿verdad? – Pregunta Edén, llena de veneno. - ¿Sabes lo que significa un nuevo líder?

- Nueva sangre, nuevas reglas. – Murmuro.

Me paso una mano por la cara, frustrado. ¿Cómo Hale puede ser almirante y no conocer lo básico de una jodida mafia? Así está el país.

- Nosotros cazamos a las Águilas Negras y la dinastía cubana no tiene nada que ver. – Se defiende, ganándose una risa irónica por parte de Edén y una mala mirada mía.

- Hombre, ¿tú te escuchas hablar?

- Caín, si nuestra teoría es cierta y la muestra de la coca de El Paraíso coincide con la de mi sangre, eso significaría que...

- ¿La muestra de El Paraíso? – La corta Hale. - ¿Qué muestra?

Edén y yo cruzamos una mirada de complicidad.

- Dios, Edén. – Aprieta la mandíbula. - ¿Qué has hecho?

- Para unir el rompecabezas necesitábamos una muestra que demostrara que la coca que entra a El Paraíso es la misma que modifican los cubanos, la que me inyectaron en la última misión. Caín, tuve que hacerlo.

- ¿Qué cosa, Edén? ¿Qué mierda has hecho?

Esto se va a poner feo.

- Responde cuando le hablo, capitana. ¿Qué ha hecho?

- Accedí al club El Paraíso, tuve contacto directo con el dueño y pude ingresar en su oficina, señor. Luego, tras adoptar un papel de perro lastimero pude convencerlo de ingerir de su droga, señor, y así tomar una muestra para analizarla con mi sangre, señor. – Edén se burla, utilizando un tono militar cual soldado raso. Muerdo mi lengua, evitando reír.

- ¡¿Qué tu hiciste qué?! – Hale se levanta de un brinco. - ¡¿Con qué autorización?!

- Sabía que no me permitirías ir y...

- ¡Claro que no lo permitiría porque es una jodida locura! ¡No sabes de lo que es capaz Abel, Edén! ¡Tú no lo conoces! – Edén lo imita, levantándose de un brinco y enfrentándolo.

- Porque tú lo conoces muy bien, ¿no? – Lo empuja. – Por eso asistes a su club, consumes su droga y pagas por sus mujeres, ¿no? – Vuelve a empujarlo. – Porque tú y él tienen algo muy sucio que ocultar, ¿no?

- ¿De qué estás hablando, Edén? – Me encuentro perdido.

- De nada. Ella no sabe nada.

- ¡Claro que sé algo! ¡Sé que arriesgué mi vida entrando a ese maldito club para obtener una prueba de lo que me inyectaron aquel día y no obtuve tu permiso porque estabas desaparecido, porque, aunque lo niegues, estuviste con aquella mujer el día de tu estúpido cumpleaños y usaste la carta de los sentimientos y todas esas mierdas para excusarte! ¡Como lo haces siempre! ¡Sapo, hijo de su puta madre! – Edén todo el aire acumulado al finalizar con ese insulto en español, con el rostro colorado y el pecho subiendo y bajando de forma errática.

Hale está mudo. Demasiado, diría yo. Miro a Edén, quien se atreve a devolverme la mirada de reojo. Está ¿asustada?

- Estás fuera. – Musita.

- ¿Qué?

- Estás fuera del caso.

Me congelo por unos segundos, pero logro abandonar mi lugar en el sofá, parándome a un lado de ambos.

- No puedes estar hablando en serio, Hale.

- No hablo contigo, Lans, asique cierra el hocico.

- No le hables así, animal. – Edén me defiende y Caín suelta una risa tan amarga que el pecho se me contrae unos segundos.

Recuerdo ver esa mirada vacía en Hale. Esa postura como si hubiese recibido un disparo en el centro del pecho, hundiéndolo, y disimulándolo con una postura rígida. El tono similar al de un muerto, la nuez de Adán moviéndosele con cada trago que da y el ceño fruncido. Lo recuerdo así porque fue el día de Eva huyó y fue a buscarme. La primera y única vez que le temí.

- Has perdido todo tipo de derecho, Sánchez, asique cierra la boca.

- No sé qué planeas, pero...

- ¡Que cierres la puta boca! – Su repentino aullido la toma por sorpresa, haciéndola retroceder. Sus ojos se abren de par en par y la veo temblar ligeramente.

De forma inmediata, mi antebrazo choca contra el pecho de Hale y lo hace retroceder un par de pasos. Me paro delante suyo, cubriendo la figura de ella con mi cuerpo, y lo tomo del cuello de la camisa.

- Háblale una vez más así y tendrás que pagarte una dentadura nueva.

- Si antes te apodaba 'perro faldero', ahora te llevas el título. – Su mano quita la mía de sobre su ropa. – Despierta, Lans. Solo te está usando, como lo hace con todos.

Alza ambas manos, en señal de una falsa paz, y comienza a caminar en reversa en dirección a la puerta. Su mirada va de mi a Edén, con esa maldita sonrisa ladeada en su rostro.

- No puedes sacarme del caso, Caín. Sabes que me necesitas para ganar.

- Lo que necesito es soldados de verdad, no una niñata que juega a saltearse las reglas y pretende que sus actos no tendrán consecuencias.

- No soy un soldado, ¡soy una maldita capitana! – La voz se le rasga.

Hale se gira para abrir la puerta, lo hace, pero no sale. Vuelve a voltearse, con la mano sobre el pomo, y la mira de arriba a abajo. Tuerce la boca y niega, haciendo un sonido con la lengua.

- Con más razón deberías saber que acostarte con el jefe no te hace impune a los castigos.

Golpe bajo, Hale. Pienso al verlo salir del cuarto, azotando la puerta detrás de él. El silencio reina entre nosotros y, por primera vez en mucho tiempo, no sé qué hacer, ni qué decir. El sigilo tenso se ve interrumpido cuando Edén suelta un gruñido que me hace pensar que se ha dañado las cuerdas vocales, acompañado de insultos y patadas al sofá.

- ¡Idiota! – Patea. - ¡Estúpido! – Patea. - ¡Infeliz! – Se detiene y respira. - ¡Arrogante!

Abro los ojos asombrado, un poco temeroso y extrañamente excitado. Nunca la vi tan desatada, furiosa y agresiva. Pienso dos veces lo que voy a decir, pues no quiero que cambie su punto de boxeo del sillón a mis pelotas.

La tomo de los hombros, por la espalda, y la hago girar para enfrentarme. Suelta bramidos cual toro furioso, mientras vibra debajo de mi tacto. Tiene las mejillas sonrojadas, las narinas abiertas y el ceño hundido como nunca.

- Edén.

- ¡Lo odio! ¡Quisiera agarrarlo del cogote y comenzar a apretarlo para...

- ¡Edén! – La sacudo de tal forma que parece volver en sí, mirándome desorientada un par de segundos. - ¡Tienes que calmarte!

Hace un paso hacia atrás, frotándose las manos y mirando al suelo.

- Dios mío, no puede estar pasándome esto. – Comienza a caminar de un lado al otro, negando. – No puede sacarme del caso de ese modo, ¿no? ¿Puede? ¿Puede hacerlo?

El desespero en su mirada roza lo sicótico.

- De poder, puede, pero no es solo decirlo. Hay todo un procedimiento. – Trato de calmarla. – Edén, tú mejor que nadie, sabes que Hale es impulsivo, no piensa, solo actúa, y la mayoría de las veces solo quiere infundir miedo. Provoca, no hace.

Mis palabras parecen hacerla recapacitar, o eso creo. Alza la vista en mi dirección y su negrura brillan, con esperanza. Hace un par de pasos hacia mí y pone sus manos sobre mis hombros, sacudiéndome y apretándolos.

- ¡Tienes razón, Raziel! Él no hará nada...

- Claro que no, muñeca.

- ... si voy a buscarlo antes de que sea tarde.

¿Qué?

- Debo encontrarlo.

Sus palabras me chocan y paralizan, a tal extremo que no puedo ni voltear cuando se aleja en dirección a la puerta.

- ¿Te vas? – Logro pronunciar.

- Tengo que hacerlo. Es mi trabajo, Raziel.

Mi nombre desprendido de sus labios basta para que gire el rostro hacia ella, dando con una imagen que me destroza. Está parada fuera del cuarto, mirando por donde él se fue. Parece notar mis ojos sobre ella, por lo que me devuelve la mirada. Intenta contenerse, pero acaba sonriendo con una ridícula esperanza.

¿Es que acaso no lo entiende?

- Entonces, me dejas. Así, sin más.

- Volveré. – No respondo. – Sabes que volveré.

¿Quiero que lo haga?

Me duele tanto el pecho que pierdo fuerzas, de tal forma que solo niego mirando mis ridículos zapatos elegante y me encojo de hombros. El sonido de sus zapatos resonando contra el suelo, alejándose, y se siente como si caminase sobre mi débil corazón.

Se fue. Se fue tras él.

Le doy la espalda a la puerta y clavo mi mirada en el balcón. Necesito fumar. Había empezado a dejarlo, justo cuando la conocí, un poco por salud, otro poco porque me convencí de que ella era un buen reemplazo. Una droga.

Doy un paso, luego otro. Me siento vacío, roto. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo dejo que suceda una y otra vez? Me arranco la corbata como puedo y la tiro al suelo, y avanzo en dirección a la puerta de cristal. Mi mano lucha contra el pomo para definir cuál es más fría, y tiro de este para dejar que el fresco aire playero choque contra mi ridícula existencia.

Creo escuchar, entre el cantar de las gaviotas, romper de las olas y música de la recepción, el sonar de los zapatos de Edén. No me volteo, pues no soy tan estúpido para caer en juego mentales míos. Sin embargo, miro de reojo sobre mi hombro cuando escucho el carraspear de alguien.

Temo sufrir un infarto cuando el corazón me pasa de cero a mil al verla parada, detrás de mí. Me volteo. Mi cuerpo se imanta al suyo, pero me mantengo en mi posición. No voy a darle ese placer. No de nuevo.

- ¿Qué sucede?

Edén escanea mi rostro como si temiese olvidarlo y, antes de poder repetir la pregunta, responde estampando su boca contra la mía. El beso es fugaz, tanto que no logro seguirle el ritmo ni reaccionar a tiempo. Se separa de mis labios como si quemasen y me cuesta abrir los ojos, temiendo que haya sido una alucinación. Sin embargo, su voz me confirma que no es un sueño.

- Gracias por confiar en mí. – Susurra.

Intento cazarla de la cintura y convertir ese roce de labios en un beso verdadero, pero cuando mis dedos se hunden en la carne de su cuerpo, ella ha retrocedido tanto que desaparece por la puerta. Hago un paso hacia atrás, abatido.

Edén.

Dios, Edén.

¿Por qué creo tenerte en mis brazos cuando en realidad estás corriendo a los de otro? ¿Por qué, aun viendo como tomas mi corazón y lo destruyes delante de mí, sigo perdonándote?

°°

Cierro los ojos, en un nulo intento de que todo el bar deje de darme vueltas. Cuando los abre, mi vaso está lleno hasta arriba. Levanto la mirada y doy con la camarera que ha estado sirviéndome durante la noche, sonriéndole de un modo descarado mientras le guiño un ojo.

Me empino el vaso, dejando correr el líquido amargo por mi garganta y lo dejo sobre la sucia barra de madera con fuerza. Perdí la cuenta de tragos tras el quinto. Solo sé que después de ver a Edén ir tras el simio alias Hale, tomé mis cosas y me alejé de ese maldito hotel lo más que pude. Así, más o menos, acabé en este bar muy poco vistoso.

La música resuena por todo el lugar. Una banda, muy mala en lo personal, lleva dos horas tocando versiones de temas de rock conocido, haciéndolos sonar como mierda. Irónicamente, le da un toque al ambiente. Hay de todo un poco. Adolescentes con mucho maquillaje y poca ropa intenta conseguir tragos, usando identificaciones falsas y labia barata, hombres que rozan la tercera edad acompañados de mujeres que podrían ser sus hijas, empresarios que se hunden en sus tragos, resignándose por sus tristes vidas y mi sección favorita; Almas rotas buscando refugio en alcohol. Yo y los otros tres hombres que están sentados en la barra.

- ¿Qué es esto? – Pregunto cuando la camarera se inclina sobre la barra, limpiando los restos pegajosos de la madera. Intento que mis ojos no se posen en el pronunciado escote que enseña, con sus pechos balanceándose al ritmo de los movimientos del trapo, pero no puedo luchar contra mi falta de autocontrol.

- Aguardiente. Lo más barato que tenemos.

Paso la yema de mi dedo índice por alrededor del borde del vaso.

- ¿Luzco como alguien que no puede pagar un trago? – Bromeo y ella deja de limpiar, adoptando una postura más relajada delante de mí. Tiene un brazo estirado, apoyado sobre la barra, con el cual sostiene el trapo y el otro lo posa en su cintura. Su uniforme consiste en un pantalón de cuero negro, una camiseta roja con el nombre del lugar y un pequeño delantal de cintura amarronado.

- Luces como alguien que perderá las bolas por usar el dinero de la Luna de Miel en tragos baratos.

- ¿Luna de Miel? – Pregunto, confundido. Ella oculta una sonrisa y hace un ademán con la cabeza, señalando mi ropa.

No uso corbata, pero aun mantengo mi camisa blanca, con puños arremangados, y un pantalón de vestir azul oscuro. Niego.

- No me casaré esta noche. Ten fe de eso. – Bebo el final del vaso.

- Déjame adivinar. – Posa su dedo índice por debajo de sus labios pintados de rojo. – Mmmh, ¿un plantón en el altar?

- Algo así. – Respondo, soltando una risa amarga ante mi situación.

- Debes haber metido la pata muy hasta el fondo.

- ¿Por qué debe ser el hombre el que lo ha arruinado? – Inquiero entre indignado y juguetón.

- ¿Acaso no siempre es así?

Echo la cabeza hacia atrás, riendo como si hubiese sido la mejor broma que he escuchado. El alcohol comienza a hacer efecto. Cuando vuelvo a mirarla, tiene una botella de whisky en la mano, con la cual ha rellenado mi vaso.

- ¿Puedo pagar esto? – La pico.

- La casa invita. – Se voltea, toma un vaso del aparador y lo rellena con el mismo alcohol. Lo pone cerca de su boca y yo la imito. - ¡Por los no casados!

El lugar explota en silbidos, aplausos y bullicio ante el grito de ella. Yo sonrío y bebo el líquido de un solo tirón, sin quitar mi mirada de ella. Al final, puede no ser una muy mala noche.

La mujer deja el vaso delante del mío y se aleja para atender a un grupo de muchachos que se acercan a pedir cervezas, y yo aprovecho para echarle un vistazo. Cuando llegué estaba tan ocupado pensando en una morena vestida de verde que no me centré en el todo que confirman a la camarera, pero no le debo nada a nadie.

Tiene el cabello castaño atado en una cola de caballo que expone tatuajes en su cuello. El uniforme se le ajusta a la perfección a su cintura de avispa y los muslos gruesos le aportan una figura que te impide quitar la mirada. Las tetas se le sobresalen del escote con cada respiración, y no dudo en que su camiseta es dos talles más chicos de lo que suele usar. Luce bronceada. Algunos tatuajes envuelven sus brazos y no puedo dejar de mirar cómo se mueve sin patrón el aro que decora su labio inferior. Tiene los ojos verdosos, casi imperceptibles de lo oscuro que son, y casi no lleva maquillaje.

Cuando se voltea en mi dirección finjo tener un interés mayor en un punto inexistente en la barra. Se acerca hacia mí y carraspea.

- Me cuesta hallar una razón para que alguien te dé un plantón en el altar.

- Porque no me lo han dado. – Alza las cejas pobladas. – Es... complicado.

- ¿Cuántas copas necesitas tener encima para que deje de serlo y comiences a hablar?

- Dos. Una para mí, otra para ti.

Se cruza de brazos e inclina la cabeza hacia un costado.

- ¿Estás invitándome un trago? – Lamo mi labio inferior. Estoy tratando de llevarte a la cama, pienso.

- ¿Hay algún novio que vaya a romperme la cara por eso? – Niega mientras juguetea con el arete del labio. – Entonces, sí, estoy invitándote un trago.

- Definitivamente no es tu día de suerte, muchachote.

Frunzo el ceño cuando de debajo de la barra saca una campana, parecida a la que llevan las vacas en el cuello, y la hace sonar. El bar explota, nuevamente, en gritos de festejo y silbidos. Un par de personas se acercan a mí y me palmean la espalda, aprietan un hombre y me agradecen.

- ¿Qué... qué sucede? – Ella no responde, solo señala un cartel que está clavado en la pared de detrás de la barra, a medio metro de donde estoy sentado. No contengo la sonrisa cuando traduzco lo que dice.

"Coquetea con una de las camareras, paga una ronda de chupitos para todos"

- ¿Realmente les funciona? – Inquiero y ella se encoje de hombro, sonriente.

- Solo con extranjeros. La mayoría gringos. – Voltea los ojos. - Se tienen demasiada confianza.

- Golpe bajo, nena.

- No querrás que haga sonar la campana, nene. – Se burla.

- Lo harás, asique será mejor que valga la pena. – Me inclino levemente sobre la barra. – Dime tu nombre y a qué hora sales.

Para mi sorpresa, ella también se inclina en dirección a mí y deja nuestros rostros a tan corta distancia que su respiración recae en mis labios secos. Los relamo y bajo mi mirada a los suyo, teniendo el impulso de unirlos.

- Eso te costará dos campanadas, muchachote.

Pienso. Saber su nombre no me es de importancia, solo quiero descargar mi furia y dolor dentro de un coño.

- La hora.

Sonríe de forma ladeada.

- A las tres. – Murmura antes de hacer sonar la campana junto a nosotros, obligándome a cerrar los ojos y contrae la expresión ante el estruendoso sonido.

°°

- ¡Más! ¡Dame más! – Gimotea mientras acelero mis embestidas.

Las sábanas de la cama se arrugan ante nuestros movimientos, mientras siento como comienzo a acalambrarme, previendo una corrida. Mi pecho está pegado a su espalda, su pierna sobre mi cadera dándome acceso a su coño desde detrás y mi mano izquierda aprieta su pecho mientras que la derecha cumple función como collar en su cuello. Estamos de costado sobre la cama, en una pose donde no debo verle el rostro ni besar su boca. Solo meterla, sacarla, acabar e irme.

- ¡Oh, Dios, sí, sí! – Contesto con un gruñido entre el hueco entre su cuello y oreja. - ¡Voy a correrme! ¡Sigue!

- ¡Hazlo, nena! ¡Córrete para mí!

Aumento la velocidad, trazando círculos irregulares y cerrando los ojos con fuerza. Su cuerpo se tensa y vibra, acompañado de un gemido agudo que me resuena en la cabeza. Yo entre y salgo de ella tres veces más antes de acabar en su interior, soltando todo el líquido espeso y caliente, mientras estrujo su teta con fuerza.

Nos detenemos, agitados, sudados, desnudos y en silencio. Salgo de ella, con la verga goteando, y me echo boca arriba en la cama. Ella me imita y siento su mirada en el perfil de mi rostro, aunque no le correspondo. El techo de madera de su pequeño departamento me resulta más entretenido que la conversación incómoda que se aproxima.

- Nunca lo hice con un casado.

Frunzo el ceño.

- No estoy casado.

- Legalmente. – Se reincorpora, dándome la espalda y sentándose al borde de la cama. – Pero es obvio que está casado sentimentalmente con esa tal Edén.

La sangre se me hiela. Me apoyo sobre mis codos, mirando fijamente su tatuada espalda.

- ¿Qué has dicho?

- Oh, vamos. – Me mira sobre su hombro, de perfil. – Gemiste su nombre un par de veces.

Me dejo caer en la cama, poniendo mi brazo sobre mi cara. Menudo raro.

- Lo siento, yo... lo nuestro es...

- Complicado. Ya lo dijiste antes. – Siento como abandona la cama. – Mira, no quiero tu lástima, mucho menos que pidas perdón, solo evita coquetear con otras mujeres, llevarlas a la cama y gemirles en el oído el nombre de otra. En otra situación, podría costarte las pelotas.

Suelto un profundo suspiro. Además de estar buenísima, no es una loca. Premio doble. El crujir de la madera se hace presente cuando camina en dirección a una puerta. El baño, supongo.

- Tu nombre. Quiero saberlo. – Mi comentario hace que se detenga y se gire un poco, mirándome con gracia. – No hay campana que te salve, nena.

Muerde su labio inferior y niega. Sus ojos recorren mi desnudez entera, deteniéndose un poco más de tiempo en mi semi erecto miembro y su arete, y volviendo a mi rostro. Es obvio que no volveremos a vernos, pero había dejado la costumbre de follar sin siquiera saber con quién. No quiero parecer un simio desesperado por un hueco donde meter el pene.

- Demasiado tarde, nene.

Entra al baño y cierra la puerta antes que pueda decir algo. Suelto un bufido mezclado con una carcajada y vuelvo a mirar el techo, negando. Que noche más rara.

- ¡Cuando salgas, deja la puerta cerrada! – Grita la desconocida desde el otro lado de la puerta.

No sé si fue el alcohol, su coño o la combinación de ambos, pero, por primera vez en un par de horas, no me he sentido miserable por Edén. Mis sentimientos están adormecidos. Dicho así suena hasta bien, pero al igual que una buena borrachera, la resaca de un corazón roto es una mierda.

°°

No puedo apartar la mirada de la escena que se presenta tras el cristal de la oficina. Edén, vestida de capitana, y Hale, usando un traje aburrido, discuten algo inaudible. Ella está furiosa, noto como aprieta los puños, conteniéndose para no darle un golpe. Él, por su parte, luce y actúa como un témpano. Está parado, con su cara de póker y respondiendo de forma controlada a las eufóricas muecas de Edén.

Tras la noche con la mujer del bar, me vi obligado a volver al hotel donde era la boda. No lo pensé dos veces y armé un bolso, sacando un vuelo a Chicago y volviendo a la central antes de toparme con ella. Durante el domingo me sumí en un pozo depresivo, bebiendo en mi cuarto y negándome a salir de la cama. Le escribí a un par de viejas amigas, pero no me apetecía ni follar. El maldito rostro de Edén no parecía querer abandonar mi mente y eso me frustraba aún más.

Hoy, lunes a primera hora, la veo tras no saber de ella desde aquel beso fugaz en el dormitorio del hotel. No texteé, no llamé, no busqué. Es su turno de redimirse.

Una chillona voz lejana comienza a hacer presión dentro de mi cabeza hasta que un chasquido delante de mi cara me arrebata de mis pensamientos, trayéndome nuevamente a la sala. Sacudo la cabeza y miro a Mariah. Tiene una mueca de molestia obvia en su cara.

- ¡Raz! ¿Acaso estás escuchándome? – Gira bruscamente mi silla para ubicarme delante suyo. Sin embargo, mantengo mirada de reojo en dirección a ella.

- Sí, sí. Tú, Peter, una cabaña, mucho sexo, blah, blah, blah.

- ¡Eso fue hace como tres temas de conversación! – Me toma de las mejillas, apretándolas y formando un morro con mi boca, y me obliga a mirarla. Sus ojos verdosos me escanean. - ¿Qué te pasa?

Quito su mano de mi rostro.

- Nada.

- No parece nada, Raz.

Me encojo de hombros y sello mi condena cuando Mariah me caza mirando a Edén y Hale.

- Eso no parece nada. – Hace énfasis en 'eso'.

- No sé de qué hablas.

- Creí que tú y Edén irían a un maravilloso fin de semana en Colombia.

- Y así fue. – Miento.

Mariah tuerce la boca y alza una ceja.

- Estás mintiéndome. – No respondo. - ¿Qué pasó en Colombia?

Evito su mirada, recorriendo a los demás soldados sentados a lo largo de la mesa. Nuestra tropa y la de Hale conversan dispersos, esperando a que la junta comience. Nada me apetece más que largarme de este jodido lugar, pero ya es tarde para reportarme como enfermo.

- Raz. – Finjo no escucharla. - ¡Raziel!

Su llamado viene acompañado de una patada en el gemelo.

- ¡Mierda, Mary! – Me sobo la zona por debajo de la mesa.

- Si no me dices qué sucede, no puedo ayudarte.

De repente, siento que todos los sonidos me incomodan. Un soldado juguetea con un lapicero, apretándolo repetitivamente, el masticar de una goma de mascar, el repiqueteo de una bota, las carcajadas, los murmullos, las uñas chocando contra la mesa de cristal. Todo resuena en mí y la gota que rebalsa el vaso es Mariah, sacudiendo mi brazo y repitiendo mi nombre.

- ¡Basta! – Me hago hacia atrás con la silla con ruedas. Mariah abre los ojos sorprendida ante mi actitud. - ¡No quiero hablar al respecto!

Sé que he captado la atención de los demás soldado porque siento sus miradas recaer sobre mí, pero hago caso omiso. El calor corre por mis venas, el uniforme me asfixia y la respiración comienza a fallarme.

- Yo solo quiero ayudarte, Raziel. – Pongo ambas manos con fuerza sobre la mesa, de tal forma que todos se alejan temiendo que esta se estalle. Mariah brinca y se impulsa hacia atrás, tomando distancia de mí.

- ¿Acaso crees que necesito consejos amorosos de una persona que ve a su pareja no más de seis veces al año?

Cuando las palabras salen de mi boca es demasiado tarde. Sus cejas se hunden, los ojos se le humedecen y cierra la boca en una línea, conteniendo las lágrimas. Abro la boca y la cierro un par de veces, sin saber qué decir. Perdón, la he cagado. Parece fácil pero mi cuerpo reacciona antes que mi cabeza, y cuando quiero redimirme ya estoy empujando la puerta de cristal para salir de la oficina.

Afuera siento mi corazón palpitar en la garganta y los oídos zumbarme.

- ¿Lans? – La voz de Hale me hace voltear. Edén me mira, asustada y confundida, pero no le doy el gusto, por lo que vuelvo mi mirada al almirante. – Regrese adentro, soldado.

- No puedo. Estoy enfermo.

Ambos me miran incrédulo. Finjo una tos, muy falsa, y avanzo por el pasillo en dirección al ascensor. Cuando paso junto a ellos, una mano me detiene jalándome del brazo.

- Raziel... - Edén trata de frenarme, pero yo sacudo el brazo, quitando su agarre de mí. Por un segundo, milésimas diría, siento su roce quemar bajo la ropa que uso.

- Ni siquiera lo pienses. – Hago un paso hacia atrás, alejándome de ella. – Esto se acabó.

- ¿Qué quieres decir con eso?

Tomo la tarjeta de identificación como soldado que se prende de mi uniforme y lo pongo con fuerza en su pecho. Ella logra tomarlo antes de que caiga. Poso mi mirada en el inexpresivo rostro de Hale.

- Renuncio.

Alza las cejas.

- Sabes que, si dejas este trabajo, vuelves a la cárcel. Ese era el trato.

- Lo sé, Hale. Y, en lo que mí respecta, yo sí cumplo con mi palabra. – Hale niega, riendo para sí mismo.

- No habrá vuelta atrás, Lans. Volverás a ese pozo a pudrirte.

- ¡¿Qué?! ¿Te has vuelto loco? – Interrumpe Edén. Me mira como si fuese estúpido. – ¿Prefieres volver a la cárcel antes que trabajar conmigo?

- No creo que exista peor prisión que la tuya, Edén, porque pasará mi condena y aun así moriré siendo preso de ti.

Murmuro antes de alejarme completamente de ella.

°° 

UUUHHHHHH 

el peso de las acciones de Edén está empezando a caer sobre ella

CAÍN ESTÁ RE MALO QUE LE PASAAAA 

y Raziel... bueno. mucho ha sufrido el pobre

ustedes que dicen...

Edén dejará de ser capitana?

Raz vuelve a la carcel? 

Los leo <3

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