El Beso de la Muerte. #1 [✓]

De just_unity

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Una chica sin nombre y complicada. Un chico físicamente perfecto. Un mundo desconocido. Ambos buscados por un... Mai multe

Prólogo
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Epílogo
Mini guía

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De just_unity

♑︎

Me desperté y lo primero que sentí fue algo helado rodeando mi cintura, pegado a mi espalda. Era Az. Me removí un poco para intentar que me soltara, pero hizo todo lo contrario y me pegó más a él. Me quedé quieta unos segundos. En realidad la postura no era lo incómodo, sino la situación. Cuando vi que no me iba a soltar me rendí, e iba a dormirme otra vez, pero entró Mary en la habitación haciendo que la puerta chocara con la pared. Az se sobresaltó y levantó de golpe, con el cuchillo de cuarzo en la mano. Mary abrió los ojos desmesuradamente al verlo y se apartó un poco.

—Sólo venía a despertaros —dijo ella algo asustada. Az bajó el cuchillo.

—Pues no entres así. —Se giró hacia mí y sonrió de lado—. Buenos días, Ellie.

—Buenos días —respondí.

Salí de la cama y miré a Mary, que se había quedado bajo el marco de la puerta.

—¿Tienes ducha, verdad?

—¿Por quién me tomas, Agnes?

—Hoy es Hazel. —Ella elevó las cejas, sin entenderme.

—Cada día se llama de una manera, Mary —añadió Az a mi espalda.

—Ah, qué interesante —dijo perpleja.

—¿Me podrías dejar algo de ropa?

—Sí, claro, querida.

Después de ducharme y cambiarme de ropa fui a la cocina, donde estaban Az y Mary. Antes de entrar los oí discutir. Aunque no era propio de mí, pegué la oreja a la puerta para escuchar qué decían.

—Si no se lo dices lo haré yo —decía Mary enfadada.

—¡No! ¡No puedes hacer eso! —exclamó Az. Su tono de voz me desconcertó, sonaba enfadado, triste, asustado.

—Puedo, y lo haré.

—No, por favor, lo haré yo, pero aún no. Deja que lo haga yo —suplicó Az, con voz dolida.

—¿Por qué? —cuestionó Mary con voz fría.

—Porque es ella.

—Me acabas de dar más razones para decírselo.

—¡Que no! ¡Deja que se lo diga yo, joder!

De repente la puerta se abrió, haciendo que yo casi cayera hacia delante. Me estrellé contra el pecho de Az. Me miró desconcertado al principio, pero luego volvió a fruncir el ceño y me cogió por la muñeca. Avanzó por el pasillo tirando de mí y salió por la puerta. Hizo un movimiento con su mano y apareció ante nosotros la moto. Me puso el casco bruscamente y se colocó el suyo. Nos montamos en la moto cuando el suelo empezó a temblar y se abrió de nuevo el lago. Abracé a Az por la cintura y él aceleró para bajar por la montaña. Fuimos dando tumbos, por un terreno peligrosamente empinado, hasta el fondo del lago. Aceleró aún más al llegar al fondo llano y me agarré aún más fuerte a él. Continuó igual de rápido por el bosque. Cuando nos acercamos a la ciudad por la que habíamos ido el día anterior, giró para rodearla. Aceleró aún más, y entonces me asusté de verdad.

—¡Az, o frenas un poco o me tiro de la moto en marcha!

Aquello hizo que frenara en seco. Estuvimos a punto de salir despedidos hacia delante. Cuando nos hubimos equilibrado se bajó de la moto quitándose el casco. Se pasó las manos por el pelo mientras se alejaba un poco del vehículo. Se giró para mirarme. También yo había bajado y me había quitado el casco. Se quedó parado mirándome fijamente a los ojos. Entonces empezó a acercarse a mí de nuevo, y me abrazó. Me apretó contra su pecho estrechándome entre sus brazos y enterró la cara en mi pelo.

—Lo siento —susurró.

—No pasa nada, sólo no lo hagas más. Me has asustado.

—Perdón.

Me sorprendió llamativamente aquella reacción. De Az esperaba de todo, excepto que supiera pedir perdón, porque sabía que estaba siendo sincero.

Volví a coger mi casco y a subirme a la moto. Az me imitó. Siguió conduciendo, esta vez a una velocidad más normal. Pasamos la ciudad y llegamos a la zona donde estaba la brecha por la que habíamos entrado. Az volvió a frenar. Oí cómo pronunciaba algo en voz baja, y volvió a aparecer la abertura en el aire. Cogió el manillar de la moto con firmeza y atravesamos la brecha.

Y estábamos de nuevo en Deill. Siguió conduciendo por aquel barrio oscuro. Me fijé en que era de noche, cuando en Nusquam era de día.

—¿Hay diferentes zonas horarias respecto a Nusquam? —pregunté.

—Nuestros horarios están al revés. Cuando aquí es de noche, en Nusquam es de día; y viceversa.

Siguió conduciendo hasta aparecer en mi barrio de nuevo. Pasó de largo mi edificio y condujo por el centro de Deill. Llegamos a las afueras de la ciudad. Y paró en la puerta del cementerio de Deill. Az se bajó y se quitó el casco, yo me quedé en mi sitio. Sonrió burlón.

—Ellie, ¿tienes miedo?

—¿Qué? No, por supuesto que no.

Me bajé de la moto y dejé el casco. Az empezó a caminar y me puse a su lado. Cruzamos la verja que rodeaba el cementerio. Deseé que amaneciera pronto. Anduvimos entre las lápidas y los árboles. Odiaba aquel sitio, todo lleno de conmemoraciones para no olvidar a gente que jamás volvería, con flores de gente que no se recuperaba de su pérdida... Era triste, y de noche daba miedo. Se oyó un ruido entre la oscuridad y me sobresalté, pegándome a Az. Rió por la nariz por mi reacción.

—Ellie, tienes miedo.

—¿Y qué problema hay?

—Ninguno, Ellie, ninguno...

Seguimos caminando hasta llegar a una lápida más grande y llamativa que el resto. Tenía la estatua de un Ángel sentado encima, con las alas extendidas, tocando la flauta travesera. Az bufó al ver la estatua.

—Ningún Ángel toca la flauta. En Nusquam tenemos un oído muy fino y odiamos el sonido que produce ese instrumento.

Se apoyó en un árbol, a esperar algo, no sabía qué o quién, pero algo. Me coloqué a su lado. Entonces escuché unos pasos acercándose, me asusté y cogí el brazo de Az, por si me veía en la necesidad de correr. Él me miró y sólo con su mirada me tranquilizó; me empezaba a molestar que me hechizara para contener mis nervios. Miré hacia el lugar del que provenían los pasos. De entre la oscuridad apareció una figura. Era un chico alto, de pelo blanco, casi transparente, tan delgado que se le notaban los huesos y que no parecía vivo. Estaba sin camiseta y con tan sólo unos vaqueros. Tenía la boca cosida, sus labios estaban sellados por un hilo dorado. Sus ojos no tenían esclerótica, iris o pupila; eran completamente negros. Nos miró a uno y a otro.

«Tengo el lapislázuli» nos dijo mentalmente. Su voz era profunda y de dolor constante.

—Gracias —respondió Az. Se acercó a él alargando la mano para que pudiera darle la piedra.

«Quiero algo a cambio» dijo él.

—¿Qué? —preguntó con fastidio Az.

«Algo con valor sentimental.» Az se giró directamente hacia mí, sin preguntarse siquiera si tenía algo que ofrecer.

Miré la pulsera en mi muñeca. Una pulsera de cuentas de colores que me había regalado Galatea. Probablemente lo más valioso que tenía. Recordé el anillo de mi dedo índice, que me compré por mi último cumpleaños. Me quité el anillo. Tenía significado sentimental porque me lo compré con mi primer aumento de sueldo. Me acerqué a los dos chicos y le entregué el anillo al de pelo blanco. Lo cogió y se lo puso en el dedo índice de la mano derecha, el sitio en el que lo había llevado yo.

«Gracias. Toma tu piedra.» Az alargó su mano para que le diera el lapislázuli, pero me lo dio a mí.

El chico de pelo blanco asintió y se dio media vuelta para volver por donde había venido. Tuve que ahogar un grito. Porque en la espalda tenía una enorme herida con forma de uve invertida, una herida que nadie se había molestado en curar ni limpiar. Parecía que le habían arrancado algo, y no estaba muy segura de si quería saber qué. Miré a Az, que tenía la mirada clavada en el lugar por el que había desaparecido el chico. Notó mi mirada sobre él.

—Un Ángel Caído —susurró.

Az se dio la vuelta y empezó a caminar por donde habíamos llegado. Lo seguí y llegamos a la moto. Montamos y Az condujo por exactamente los mismos lugares por los que habíamos venido. Atravesamos el espejo para ir a El Hinfierno. Rodeó la ciudad y pasó por el bosque para llegar al lago. Me bajé de la moto para darle una patada a la piedra y que se abrieran las aguas. Me alivió que ocurriera y no me hubiera equivocado de piedra. Volví a subir a la moto y llegamos a la puerta de la torre de Mary.

Nos abrió y miró enfadada a Az. Él apartó la mirada. Cuando la Bruja me miró a mí, sonrió y nos dejó pasar. Le entregué la piedra.

—Espero que esta no me manche la ropa de azul —comentó antes de encerrarse en la sala con el caldero.

Fui al salón a sentarme en uno de los sofás. Az me siguió y se sentó a mi lado.

—¿Por qué se ha enfadado contigo ahora? —pregunté mirando por la ventana. Estaba tan pegado a mí que sentí cómo se encogía de hombros—. Me gusta este sitio. Nusquam quiero decir —dije tras un rato en silencio.

—Sí, está bien.

Después de unos minutos en silencio me cogió de la mano y se levantó. Tiró de mí hasta que salimos de la casa. Siguió caminando con nuestros dedos entrelazados, atravesamos el lago y continuó andando por el estrecho sendero de un bosque. No pregunté adónde íbamos. La realidad era que me importaba bastante poco. Tropecé unas cuantas veces, y en ninguna caí porque Az seguía cogiéndome de la mano; se detenía un momento, veía que estaba bien y continuaba caminando. Al rato me vino a la cabeza una pregunta que no supe callar.

—¿No tienes nada con valor sentimental? —Cuando el Ángel lo había pedido, Az me había mirado directamente a mí.

—Sí. Mis sentimientos por tí.

Frené en seco. Se me aceleró el corazón sólo con aquellas palabras. Az siguió caminando, nuestras manos se soltaron y él se giró hacia mí, con el ceño ligeramente fruncido. Me quedé mirándolo, esperando que se echara a reír después de decir aquellas palabras. «Mis sentimientos por tí», no estaba segura de querer saber lo que significaba aquello. Az deshizo los pasos que había dado hasta estar frente a mí. Nos miramos a los ojos. Aquellos ojos tan profundos en los que te podías perder si los mirabas demasiado rato; con aquellos ojos la frase «me he perdido en tu mirada» era literal.

—¿He dicho algo malo? —susurró.

—Malo no, sino... confuso. —Frunció aún más el ceño —. ¿Sabes lo que significa para los terrestres lo que has dicho?

—Sé que lo que quería decir es que eres la persona más importante de mi vida ahora mismo, porque eres la única por la que siento algo. —Aquella vez fui yo la que puso su más sincera expresión de confusión.

—¿Por qué te cuestan tanto los sentimientos? —pregunté en voz baja.

—Porque no los he tenido hasta que te he encontrado.

Se dio media vuelta para emprender de nuevo la marcha y ni siquiera tuve tiempo de preguntar qué significaba eso. Lo seguí, pero unos pasos por detrás. La situación se había vuelto incómoda, y no parecía la única que lo creía, porque por primera vez vi a Az tenso, con los músculos algo más marcados bajo la camiseta.

El bosque terminó y empezamos a caminar por campo abierto. Toda la hierba estaba seca y la inexistencia de flores le daba peor aspecto. Y entonces, casi como de la nada, apareció un campo repleto de dientes de león. Un enorme campo de dientes de león, repleto de flores amarillas y villanos blancos, en los que se transforman las flores.

Az se sentó al borde de dónde empezaba el campo, completamente rígido, tenso. Me senté a su lado. Intenté buscar su mirada, pero parecía distanciado, como si no estuviera allí realmente, con la vista clavada en las flores.

—Esto es lo más vivo que hay en El Hinfierno —dijo con voz inexpresiva.

—Me gustan los dientes de león —dije en voz baja—. En la Tierra creemos que conceden deseos si los soplas al pedirlo—comenté.

Cogí uno para demostrarle a Az a lo que me refería, pero en cuanto el tallo se hubo desprendido de la tierra se convirtió en polvo negro.

—Aquí si los arrancas se desvanecen —dijo describiendo lo que acababa de ocurrirme a mí.

Igualmente estaba decidida a pedir un deseo, por tonto que fuera. Me tumbé en la hierba boca abajo con la cara pegada a un diente de león. Cogí aire y soplé, con el deseo repitiéndose en mi cabeza una y otra vez. Las semillas se desprendieron del tallo y empezaron a volar por el aire, pero en unos instantes también se desvanecieron, dejando un polvo negro atrás.

—Lo has intentado —comentó Az, sin mirarme aún—. Pero de todas maneras menuda mierda de deseo que has pedido.

—No sabes lo que he deseado —repliqué, sin estar muy segura de si lo sabía.

—Se te olvida que puedo meterme en tu cabeza si me da la gana —respondió con una sonrisa burlona.

—Es la peor invasión de privacidad posible.

Az no respondió, porque se levantó de un salto y empezó a mirar a todos lados frenéticamente. No entendía qué ocurría, y lo comprendí aún menos cuando él me cogió de la mano para levantarme y empezó a correr tirando de mí a través del campo de dientes de león. Miré a mi espalda mientras corríamos a una velocidad antinatural, que no era capaz de comprender cómo yo alcanzaba, y vi que todas las semillas de las flores volaban durante unos segundos en el aire antes de convertirse en polvo negro. Cada vez veía menos por aquella niebla negra, espesa y artificial que creaban las semillas.

Miré al frente para ver adónde me llevaba Az. También tenía que preguntarle por qué. Seguimos corriendo, el viento me deshizo en gran parte las trenzas y se me estaban destrozando las zapatillas. Aparecieron unas montañas frente a nosotros. Az empezó a rodear la primera montaña de la hilera de picos que se alzaban hasta las nubes. Encontró una pequeña cueva al pie de la montaña, y me arrastró con él dentro.

Nos agachamos para no chocar con el techo de la cueva, que era más bien un agujero grande en la roca. Iba a preguntar qué ocurría cuando Az me puso una mano en la boca y estrelló mi espalda contra su pecho.

—Si haces un sólo ruido estamos muertos —susurró Az en mi oreja. Asentí vagamente, pero él no retiró su mano.

Nos quedamos allí varios minutos, en completo silencio y haciendo el menor ruido posible al respirar. Pasaba un minuto tras otro, sin ocurrir absolutamente nada; iba a preguntar qué estábamos haciendo cuando algo se detuvo delante de la entrada de la cueva. Era una figura. La de una persona. Tenía las extremidades demasiado largas y delgadas, igual que su tronco; estaba de espaldas, y dejaba ver su cabello castaño peinado hacia atrás, cayendo hasta sus hombros. Se giró lentamente, y por poco grito. Tenía aquella sonrisa. Dos cortes cruzaban sus mejillas y por ellos salía veneno negro, que al entrar en contacto con el suelo, lo quemaba todo. Sus ojos eran de un azul tan pálido que parecían blancos.

Me iba a llevar una mano a la cinturilla del pantalón, donde tenía el cuchillo de cuarzo, pero Az me detuvo con un hechizo y fui incapaz de mover la mano. Por un momento aquel ser se detuvo a mirar fijamente el hueco entre las rocas en el que nos encontrábamos, y pensé que nos había descubierto, que íbamos a morir. Pero entonces paseó su mirada por el resto de la zona y de un instante al siguiente, había desaparecido. Az se quedó quieto unos segundos más, asegurándose de que aquella delgada silueta no regresaba. Me soltó y fui capaz de salir del agujero. Caí de rodillas al suelo, cerca de donde había caído el veneno negro que desprendían los cortes en la cara de aquello que se había detenido frente a nosotros, sin vernos.

—Cada vez tienen peores buscadores —comentó Az, sacudiéndose del pantalón la tierra del suelo.

—No estoy para bromas, Az. Ahora quiero saber por qué desde que te conozco hemos visto a tantos con esa mueca tan horrible —dije poniéndome en pie.

Lo miré fijamente a los ojos. Aquellos ojos tan negros y que al principio parecían indescifrables, pero que poco a poco iba sabiendo cómo desentrañar parte de las emociones que ocultaban. Me sorprendió descubrir dolor, y culpa. Podría haber preguntado, pero prefería que respondiera mi otra pregunta. Vi cómo tragaba saliva, entreabrió los labios para hablar, pero ninguna palabra salió de su boca.

—Me da la sensación de que no me lo quieres contar. —Asintió casi imperceptiblemente—. Bien, pero entonces yo tampoco tengo por qué contarte nada a ti. —Me di media vuelta para volver por donde habíamos llegado antes corriendo. Sentí la presencia de Az a mi espalda, muy cerca.

—¿Qué significa eso? —preguntó preocupado.

—Que tú no me cuentes nada, y yo haré lo mismo.

No dijo nada más, sino que continuó caminando a mi lado. Llegamos al campo de dientes de león, donde quedaba un camino de flores sin pétalos por el que habíamos corrido, escapando de quien fuera que nos perseguía. Decidí caminar por el mismo sitio, para no estropear más flores. Llegamos al bosque y caminamos en silencio, con el único ruido de mis pasos. Az había empezado a caminar a mi lado, y sentía el peso de su mirada de vez en cuando; me cuesta confesar que yo lo miraba a veces también. Estuvimos así el resto del camino, compartiendo miradas que no estaba muy segura de saber qué significaban. Por poco caí al suelo cuando observaba su perfil, pero me cogió en el aire. Me dejó en el suelo sin decir palabra, y emprendió de nuevo la marcha.

Después de casi dos horas caminando empecé a ver el techo de la torre por encima de los árboles.

—Pero a mí me gusta —dijo de repente, sin mirarme y con una expresión seria en el rostro. Lo miré, sin saber del todo a qué se refería—. Quiero que sigas haciéndolo. Me gusta que me hables de ti, de esa manera tan extraña. Quiero terminar de conocerte, quiero saber más de ti que Galatea. Porque eres alguien de quien me apetece saber. Quiero saber más aparte de que te encanta un zumo malísimo, o que nunca has visto la tele. Si dejas de contarme cosas, no podré terminar de conocerte.

No supe qué decir. Lo había dicho muy serio, con una voz neutra. Seguí caminando sin mirarle a la cara, pero él sí quería que lo mirara. Me detuve y Az hizo lo mismo, casi a la vez, como si supiera que iba a parar.

—Ese es el problema —dije. Él frunció el ceño, pero no dijo nada, siguió mirándome fijamente, esperando a que continuara—. Yo te cuento cosas, te hablo de mí y mi vida. Tú no. Sé muy poco sobre ti, lo poco que sé, no me ha asustado; lo que me da miedo es la parte que desconozco.

Se quedó en silencio. Tragó saliva. Esperé unos segundos a que dijera algo, pero no iba a abrir la boca. Puse los ojos en blanco y comencé a caminar de nuevo. Había avanzado unos metros cuando Az por fin habló:

—Me buscan. —Paré y volví sobre mis pasos para colocarme otra vez frente a él —. No he hecho las mejores cosas, y te las contaría todas, pero entonces tú estarías implicada. —Bufé, y estuve a punto de echarme a reír.

—Mira, eso está muy bien, pero creo que ya estoy bastante implicada. Además, ¿qué podrían hacerme? Ni que hubieras matado a alguien y creyeran que soy tu cómplice —ironicé, pero la seriedad que Az mantuvo hizo que se me formara un nudo en la garganta—. No has matado a nadie, ¿verdad?

Cerró los ojos, inspiró hondo. Por un instante pensé que iba a decirme que sí. El nudo en mi garganta se intensificó y el corazón se me aceleró. Esperé unos segundos a que dijera algo. A que se explicara. Estaba a punto de gritarle que respondiera, cuando negó lentamente con la cabeza. Asentí un par de veces.

—Genial, estupendo. Me alegra no ser amiga de un asesino.

Comencé a caminar de nuevo, empezando a ser consciente de que muy en el fondo no quería que Az me contara nada; eso sólo incrementaría el miedo que ya sentía. Porque en aquella revolución de emociones que sentía, había miedo. En mi opinión justificado, lo que no sabía, era si en algún momento desaparecería mientras siguiera a Az a todas partes.

Llegamos al lago en el que se encontraba la entrada a la torre de Mary Storm. Ya había oscurecido, por lo que me costó algo más encontrar la piedra, pero lo conseguí, y las aguas se abrieron cuando la pateé. Paseamos por el pasillo que había dejado el agua y llegamos a lo alto de la montaña en la que estaba la torre.

Llamé a la puerta y a los pocos segundos se abrió sola. Az y yo pasamos y fuimos por el pasillo hasta el salón, donde Mary leía con una taza de té en la mano. Iba a abrir la boca para hablar, pero la Bruja me detuvo con un gesto de su mano, dejando la taza en el aire, para que esperara un momento. Nos quedamos en silencio hasta que ella cerró el libro y lo dejó sobre la mesilla baja, volviendo a coger su taza.

—Hola, es algo bueno que volváis. Por un momento pensé que os había pasado algo. —Hizo un gesto señalando el sofá frente a ella y nos sentamos—. También se me había ocurrido que me habíais engañado, pero luego he comprobado que era un verdadero lapislázuli.

Señaló una bolsita de tela que había sobre la mesa. Az se inclinó para cogerla y se la metió en el bolsillo. Mary seguía con el brazo estirado y la palma hacia arriba.

—¿Cuánto es? —pregunté. Mary pasó su mirada de Az a mí y sonrió, retirando su mano.

—Querida, ahora es nada por estar dispuesta a pagarlo. Hay gente que cree que esto es gratis. —Hizo un disimulado gesto con la cabeza señalando a Az—. Pero me has caído bien, y eres una terrestre especial. Espero verte más por aquí —dijo. Se giró hacia Az—. Respecto a ti, creo que podría sobrevivir sin verte el resto de mi existencia, la cual es eterna.

—¿Tú eres Eterna? —pregunté asombrada.

—Sí, a servicio de toda criatura desde el año 24. Por eso soy tan buena Bruja, he vivido demasiado como para no serlo.

Abrí mi boca con sorpresa.

—¿No es aburrido? Quiero decir, tienes casi dos mil años...

—No es aburrido, es cansado, pero me gusta poder conocer tanto. He vivido todo tipo de edades y épocas, y a todas me he adaptado. Cuando vosotros ya hayáis dejado estos mundos, yo me estaré adaptando a la forma de vivir de vuestros descendientes. Nunca vivo mucho tiempo igual, porque los mundos cambian.

Az se puso en pie.

—Gracias por hacernos polvo el lapislázuli. —Mary asintió, él empezó a caminar por el pasillo, para salir de la torre.

Me levanté, me despedí y corrí tras Az, antes de que me dejara allí. Me subí a la moto con él y arrancó.

—¿Seguro que quieres ser Eterno? Ella lo ha puesto como algo muy bonito, pero si sólo tú vives para siempre, vas a ir perdiendo poco a poco a todos los que quieres...

—Ya te he dicho antes que eres la única por la que siento algo.

—Da igual, yo también voy a morir.

Apagó la moto. Se quitó el casco y se bajó. Lo miré sin entender nada. Me despojé del casco también y lo dejé sobre el vehículo. Az se había alejado unos pasos, se pasaba las manos por el pelo. Estaba de espaldas a mí, pero cuando se dio la vuelta todo lo que pude ver en su expresión fue dolor y angustia.

—¿Crees que no lo sé? —preguntó, empezando a caminar en círculos, como hacía yo cuando estaba nerviosa—. ¿Crees que nunca lo he pensado desde que te conozco? Eres la única que ha conseguido que sienta algo, ¿qué va a pasar cuando tú ya no estés para hacerme sentir? Es horrible, tener la certeza de que va a pasar, y duele muchísimo. También consigues que me duelan cosas que no son físicas. Eres alguien a quien necesito.

Cayó de rodillas al suelo y me acerqué a él rápidamente. Cuando me agaché a su lado él tenía las manos cubriéndole el rostro. Le aparté las manos y cogí su cara entre las mías. Sólo abrí algo más los ojos por la sorpresa de lo que vi. Az estaba llorando, gruesas lágrimas caían por su rostro, su mueca de dolor hacía que sufriera yo. Le limpié unas lágrimas con mis pulgares, pero no cesaban de caer más. Sonreí con lástima, porque no sabía qué más hacer. Y maldije no tener magia para ayudarlo, como él había hecho el primer día que nos conocimos. Sólo tenía las palabras para tranquilizarlo.

—Lo siento —susurré.

—¿Qué me pasa? —preguntó él entre lágrimas y sorbiendo por la nariz.

La vulnerabilidad en la que se encontraba era algo que no esperaba de él. Pero ese había sido mi fallo. Suelen ser las personas que tienen todo bajo control las que más sufren, porque llevan el peso de las expectativas del resto sobre los hombros.

—Estás llorando —susurré.

Lo acerqué a mí y lo abracé. Me senté en el suelo y dejé que apoyara su cabeza en mi pecho. Siguió llorando, pero abrazó mi cintura con fuerza, como si en aquel momento yo fuera lo que lo mantenía allí, lo que evitaba que cayera aún más hondo.

—¿Por qué? —preguntó con voz ronca al rato, todavía con la cara llena de lágrimas.

—Porque estás triste.

—¿Ésto es la tristeza? Duele.

—Sí... Muchas emociones duelen.

—Pensaba que sentir era mejor.

—Es bueno. El dolor es bueno. Si nada doliera no sabríamos apreciar lo que no.

—Si nada doliera nadie sufriría —replicó él, después de restregar la cara contra su brazo para limpiarse.

—Si nada doliera no sabríamos lo que es no sufrir.

—¿Intentas que parezca que lo que me pasa es bueno?

—Es bueno, ¿no te encuentras un poco mejor?

—Supongo que sí.

—Exacto.

—¿Te he dicho ya que eres la persona más importante de mi vida?

—Sí, y tú te estás convirtiendo en una de las mías.

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