El Secreto mal Guardado De La...

By _imsander

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La corona guardaba un pequeño secreto que acabó enlazando la vida de Cirene y Jungkook. -Jeon Cirene, hija de... More

Prólogo
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Epílogo

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By _imsander

Bajamos las escaleras hasta llegar al bosque. Jungkook parecía seguro y cómodo siguiéndome, confiaba en mí y yo en algún momento comencé a confiar a ciegas en él también.

—Sigo sin entender cómo no os perdéis—dijo al saltar un par de raíces enormes.

Yo pensaba lo mismo del castillo, ¿Cómo no perderse en esos pasillos tan grandes?

—¿Ves eso?

Señalé un árbol que estaba ligeramente quemado.

—Hace cinco años, mi hermano salió a buscarme con una antorcha y le di un susto; casi quema todo—señalé una enorme roca—De ahí me caí cuando tenía diez años.

—Sigues tus recuerdos, suena interesante—susurró agarrándose de un árbol para bajar una pequeña cuesta abajo.

La luz se colaba entre las hojas, los sonidos del bosque me envolvían y sentir de nuevo que estaba en casa...fue la mejor sensación que había experimentado hasta ese momento.

No tardamos en llegar a la cabaña. Miré de cerca la cosecha, estaba inservible. Bufé, mi padre tenía cariño al huerto. Siempre estaba asegurándose de que de él saliera la cosecha perfecta.

—Entra—dije al ver que se quedaba mirando el huerto.

Cuando entró se quedó quieto en la entrada. Yo me quité el arco y las flechas y las colgué en un ganchito de la pared; siempre iba con ambas cosas. Me solté el pelo y estiré mis brazos antes de tumbarme en el sofá. Extrañaba ese olor a madera en el ambiente.

—Hace algo de frío aquí—susurró adentrándose a paso lento.

En la cabaña hacía mucho frío en otoño e invierno, demasiado para el gusto de cualquiera.

—En la noche podemos poner la chimenea, por ahora tengo que cazar la cena—dije rodando del sofá al suelo.

Me puse de pie y crují mi cuello. Hacía tiempo que no sentía la euforia de querer cazar.

—¿Vienes?

Jungkook asintió algo dubitativo, sus ojos seguían fijos en el lugar donde mi arco había sido colgado anteriormente. Agarré su mano y le acerqué a las escaleras de dentro de casa, le dije que subiera. Ya sentados en mi habitación en la cual no podíamos levantarnos porque la distancia hasta el techo era un metro cuarenta aproximadamente,  alcancé la ropa que mi hermano había dejado allí y se la tendí. La ropa de la realeza no era apropiada para la caza ni para moverse cómodamente.

—Cámbiate, te espero fuera.

Bajé las escaleras y salí con el arco y las flechas. Me senté en el pequeño banquito de madera observando los árboles entre los que me había criado. Escuchaba los insectos hacer ruidos y los pájaros revolotear. Una tranquilidad placentera que llevaba sin sentir semanas.

—Me siento...

Miré a mi derecha y sonreí.

—¿Libre?—pregunté mirando como la ropa ancha caía sobre su cuerpo.

Sin duda le estaba realmente bien; la camiseta beige de manga corta y los pantalones verdes anchos, se había puesto unas botas que reconocí al instante como aquellas que dejé de lado tras las nuevas que trajo mi hermano, todo parecía estar hecho a su medida.

—Algo así —me respondió acomodándose los pantalones.

Sus ojos fueron a parar a algún lugar del frondoso bosque de enfrente. La luz se colaba entre algunas hojas y dejaba una bella vista de troncos de todos los grosores, rayos de luz que atravesaban y dejaban un color verde por las hojas alrededor del bosque. A pesar de ser otoño, no caían las hojas porque eran árboles de hoja perenne, aunque había partes en las que algunos árboles de hoja caduca crecían y ver aquella zona naranja era un privilegio.

—Ven, esto va a ser complicado.

Caminamos hacia los adentros del bosque. Saqué un botecito que había agarrado de un cajón antes de salir y se lo ofrecí.

—Extiéndelo por tu cuerpo, es para ocultar tu olor.

—¿Mi olor?

—A los lobos les encantará oler tu aroma a melocotón—dije de broma.

—¿Cómo sabes...?

—Tengo el olfato desarrollado—paré cuando me devolvió el botecito— además dormimos en la misma cama.

Levanté la vista encontrándome con sus grandes ojos posados en mí. Tragué en seco, una sensación cálida lleno mi cuerpo antes de sentir como mi estómago se revolvía; como dije antes, tenía hambre...creo.

Anduvimos un par de minutos. Puse una mano en su pecho para frenarlo. Aplasté mis labios con mi índice indicando que debía mantenerse en silencio. Saqué la flecha sin dejar de ver al conejo que saltaba cerca de un tronco de eucalipto. Respiré profundamente antes de tensar y en cuanto lo vi quieto solté la flecha; acerté. Volví a tensar la cuerda esta vez apuntando a otro conejo que pasaba por allí.

—Wow, eres realmente buena.

—Ya tenemos cena—dije acercándome dando saltos a por las presas.

Le ofrecí una y se quedó mirándola, seguramente agarrar un animal muerto no era su sueño. Vi como su nuez se movió antes de agarrarlo. Sonreí divertida por la mueca de asco.

—Démonos prisa—dije acelerando el paso hacia casa.

Jungkook me comentó lo mucho que le gustaba el conejo, pero que de alguna manera ahora lo vería de forma distinta. Las personas no interiorizaban que antes de comérselos estaban vivos.

Me preguntó cómo sobrevivimos así, expliqué resumidamente que cazaba de más para intercambiarlo en el pueblo por otros productos. A veces intercambiábamos frutos por unas botas o un buen conejo despellejado por unas especias. El comercio en el pueblo era lo más habitual para nosotros, bajaríamos una vez al mes; incluso ellos nos esperaban con ganas a ver qué les traíamos.

—Bueno, ahora la peor parte—murmuré al entrar en casa.

Dejé la cena sobre la encimera y saqué un cuchillo enorme. Jungkook estaba a mi lado mirando fijamente qué hacía.

—Puedes leer, inspeccionar la cabañita o salir un rato; no quieres ver como los despellejo; créeme.

Fue una mala experiencia, lo admito. Tardé la tarde entera, ya entendía por qué mi padre bos decía que se lo dejáramos a él.

Salimos fuera, nos sentamos en el banquito frente a la hoguera que había pedido a Jungkook que hiciera. Los conejos se estaban haciendo al fuego mientras Jungkook me contaba anécdotas de cuando era pequeño; lo normal entre nosotros.

—Y por eso tengo una cicatriz en el rostro.

—¿San de verdad lo hizo a propósito?

—A ti te trata bien, al fin y al cabo le interesas; pero es un demonio peor que mi padre.

La dureza de sus palabras me dio escalofríos, ellos dos no se llevaban para nada bien al contrario que mi hermano y yo.

—¿Le intereso? ¿En qué sentido?

Rió negando. Se estiró para dar la vuelta a los conejos.

Odiaba interesar a las personas. La razón por la que odiaba la gente era esa, se mueven por interés y no valoran a la persona más que por esa cosa que te beneficia.

—No sabría decirte, su mente es complicada. Puede que solo quiera molestarme o que realmente tengas algo que le llame la atención en el ámbito de pareja y esas cosas. Eres linda, tal vez es eso.

—Gracias...—susurré incómoda por esa revelación.

Cuando los piropos salían de Jungkook no eran tan llevaderos como los de San, los de Jungkook me ponían nerviosa.

—Mi hermano tiene mal carácter, aunque no lo parece. Quiere todo lo que tengo y lo que pueda tener. A lo mejor por eso te quiere a ti, porque estás bajo mi responsabilidad.

—No creo que San sea tan...

—Créeme, lo es. Me ha hecho cada mala jugada...

Me quedé mirando su perfil durante un largo rato en silencio. Tenía algo, no sé el qué, pero me gustaba.

Comimos observando el bosque sobre una roca cercana a mi casa. Solía hacer eso con mi hermano. Estar en silencio observando los árboles iluminados y apreciando los sonidos típicos del bosque.

—Deben estar como locos en palacio— susurró sonriente—siempre quise escaparme, pero no tenía a dónde ir.

—Debe ser duro—me miró—Ser el heredero y eso, no sé si podría con el peso de la responsabilidad. Ni siquiera cierro la puerta de casa cuando salgo.

—Yo creo que lo llevarías bien, de hecho lo estas llevando bastante bien—dijo sonriéndome con esa cautivadora sonrisa—Tienes carácter, pero escuchas; eso es importante.

—Y pensar que te odiaba los primeros días.

Se sorprendió, se señaló con los ojos abiertos. Asentí confirmando lo que había dicho.

—Te reíste de mí cuando dije quién era, me encerraste en una celda y solo desprendías arrogancia—sonreí—Era imposible no odiarte.

—¿Y ahora me odias?

Esa pregunta era trampa, lo sabía pero igual respondí.

—Ahora mismo soy incapaz de odiarte.

Esa frase fue la que terminó la conversación por completo.

A la hora de dormir fue sencillo, simplemente dormimos como en el castillo, abrazados en mi incómoda cama en comparación con las del palacio. Su aroma a melocotón me ayudó a conciliar el sueño con facilidad, me sentía protegida.

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