Los lugares son recipientes de momentos que se impregnan del olor de las emociones, y traen consigo esa sensación pasada que ni siquiera recordaba, pero ahí está, en las paredes, en el suelo, incluso en el cielo nublado, soleado o nocturno.
Los lugares me recuerdan situaciones a las que no volveré más, y buenas o malas, siento una extraña nostalgia característica, recuerdos teñidos de emociones fuertes evocadas y un orgullo y una tristeza agridulces, espeluznantes y entrañables a la vez.
No volveré a ese lugar de mi mente, aunque lo esté pisando con mis propios pies, porque la brisa transporta un aroma diferente, el cielo me muestra estrellas distintas, los años han pasado y la gente de mis recuerdos ya no está a mi lado, aunque sean las mismas personas que me acompañan hoy.
No se puede volver el tiempo atrás porque corre más rápido hacia delante, y aunque duela, el propio tiempo lo cura: las agujas del reloj te cosen las heridas sin anestesia, y sólo quedan cicatrices que te recuerdan a tus días felices y tristes, tus días productivos y destructivos, días normales y de perros (o de peros), pero está bien.
Al final, es la vida, y se trata de construirte hasta que no haya más material que mejorar.
Los que ya no están no se olvidan. Se quedan impregnados en los lugares, en las cosas, en el viento, en el cielo y las estrellas, en recuerdos de personas y en sitios que se deterioran y cambian. En lugares que no son ya los mismos, como nosotros, porque todos nos hacemos de lugares.
~A. 210322