De Príncipes y Caballeras - L...

By JFSavvie

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Primera parte de la Trilogía de los Seis Reinos. Bianca White, caballera de los Seis Reinos y rescatadora de... More

Prólogo
De rescates y princesas
De presentaciones y sorpresas
De recuerdos y comienzos
De accidentes y rescates
De obligaciones malditas
De un nosotros que no existe
De juegos en la cama
De mentiras Blancas y dragones rojos
De lazos inquebrantables
De lo mucho que desearía creerte
De silencios, lecciones y promesas
De lo que voy a mandar al diablo
De cosas un tanto extrañas
De ojos azules y piernas largas
De lo que viene luego de morir
De emociones complicadas
De purgatorios terrenales
De largo tiempo sin vernos
De ribetes dorados y bailes robados
De la comprensión en los largos minutos sin ella
De la verdad oculta
De una dolorosa traición
De cuervos, carroña, y perdón
De las razones que el corazón no entiende
De las palabras que acallaron sus temores
De su nombre llevado por el viento
De un destino que corrió más rápido
De lo que ocurrió después
Epílogo
De espadas y encuentros
Comentarios finales
¡Goodreads!

De deberes y destinos

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By JFSavvie

—Descansemos —ordenó Alexander.

Su garganta estaba reseca y sentía que los pies le pesaban más de lo debido.

—Tenemos que seguir. No es momento para tus alardes de realeza —respondió la caballera, por enésima vez esa tarde.

—Bianca, no sé con qué diablos te alimentaron tus padres de pequeña, pero yo necesito descansar ahora. —Alexander se plantó en el lugar decidido a no moverse de ahí hasta que la muchacha cediera.

Por un lado, Bia sabía que debían continuar, pero también se sentía fatigada y aquella armadura le estaba pesando más de lo debido. Continuó caminando unos cuantos pasos, pero el rugido de su estómago la traicionó antes de lo esperado.

—Y tengo hambre —dijo Alexander.

—Está bien. Acamparemos aquí esta noche, pero partiremos al alba ¿Me expliqué claramente? —Bianca caminó a zancadas hasta un tronco cortado, perfecto para sentarse.

Alexander por otro lado se dejó caer contra el tronco de un grueso sauce, y por un momento solo se dedicó a contemplar su alrededor. Una pequeña laguna se abría a su izquierda, brillando en tonos naranjas y rojos propios del atardecer. Los sauces se extendían por doquier otorgando una suave sombra y un espeso verdor al extenso e interminable bosque por el que llevaban horas caminando. Entre las ramas se colaban rayos de luz dorados y podía escuchar a las cigarras cantando a todo su alrededor. Alex no podía dejar de admirar, aunque muy para sí mismo, que aquel lugar era hermoso.

Dejó vagar su mirada, hasta toparse a Bianca absorta en la tarea de sacarse sus botas. No podía saber su edad exacta, pero suponía que la chica no era mayor que él, quizás unos veinte años como máximo. Su semblante no era el de una belleza clásica, tenía un rostro más bien suave y no afilado, como les encantaba ostentar a las princesas de todos los reinos que pudiera recordar. En cambio, ella llevaba su pelo castaño recogido en una coleta y a diferencia de los fríos ojos azules o verdes de la mayoría de las muchachas del reino, los suyos eran de un color café, similar al de la tierra mojada. Todo en ella respiraba bosques y lugares salvajes.

Alexander reparó en una larga cicatriz que recorría su mejilla derecha en una línea imperfectamente rosada, mientras Bianca conseguía sacarse sus botas con éxito. Prosiguió a sacarse la pechera, pues con ella se sentía como un pedazo de carne asándose a las brasas, sin reparar en la escandalizada mirada de reproche que Alex le lanzaba.

—¿Acaso no tienes decencia? —dijo el príncipe, con la voz ronca.

—¿Acaso no tienes calor? —respondió Bianca, despreocupada.

—¿Sabes una cosa? Eres la mujer más rara que he conocido en mi vida.

Alexander decidió que quizás era una buena idea sacarse las botas.

—Usas la palabra «conocer» con demasiada libertad —gesticuló las comillas en el aire—, pero lo tomaré como un cumplido —finalizó Bia, lanzando la pechera al suelo y quedando expuesta al delicioso aire que traía el atardecer.

—Montas a caballo, peleas con espadas, insultas como un borracho, rescatas princesas...si eso no es raro no se que lo es —Alex la miró a los ojos, dejando en claro que aquel comentario no era precisamente un cumplido.

Bianca decidió ignorarlo, pues no tenía energías para continuar discutiendo con él.

—Eso debe doler —Alex señaló las vendas que le cubrían el torso a Bianca, ocultando su figura femenina y dejando ver una piel herida por su uso constante.

—Imagina que una mula te muerde la entrepierna. —El príncipe hizo una mueca de dolor involuntaria con su cara, recordando un accidente similar.

—Bueno, así se siente después de unas cuantas jornadas —añadió Bianca sobándose las pantorrillas, sintiendo sus músculos palpitar dentro de la piel.

Alex contempló unos minutos más el paisaje, en el mayor silencio que habían tenido desde el inicio de su huida, mientras Bianca extraía un frasco con ungüento de su macuto, aplicándoselo en el borde del pecho.

—Pues no sé tú, pero yo muero de hambre —dijo la caballera, subiéndose el dobladillo de los pantalones, tomando su espada, caminando en dirección al lago y rompiendo la aparente calma que se había apoderado del lugar.

—Sabes que debo entregarte al Rey ¿Cierto? —Alex dio un mordisco a su pescado asado, mientras dejaba que el calor de las brasas entibiara sus cansados pies.

La noche se había extendido sobre ellos dejando ver una enorme luna llena, que se reflejaba como una doble luna con doble número de estrellas sobre el lago.

—Lo sé. Y tú sabes que de igual manera debo llevarte a tu castillo —enfatizó Bianca, mientras frotaba sus dedos en un intento de aliviar el dolor que le habían provocado las riendas de Rómulo.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —dijo Alex, dejando de masticar su pescado.

—Claro, pero que te responda es otra cosa.

—¿Por qué eres un caballero? —replicó mirándola.

El fuego de su improvisada fogata se reflejaba en sus ojos, variando el tono de sus iris entre el rojo y el café.

—¿Por qué quieres ser Rey? —contraatacó Bianca, mientras estiraba su cuello para contemplar las estrellas.

—Son cosas diferentes. Ser Rey es mi deber —Alex irguió su espalda adoptando una postura digna de un heredero al trono, que Bianca ignoró con facilidad.

—Pues es lo mismo para mí. Tu deber es ser Rey, el mío, ser un caballero —dijo cerrando sus ojos por un largo minuto.

—Mira, no pretendo ser tu amigo, ni comprender el por qué de los misterios del universo, pero si vamos a continuar esta travesía juntos, me gustaría saber porque no me abandonaste en el primer instante que pudiste. Ambos sabemos que te cortaran la cabeza cuando te entregue al Rey—dijo el príncipe, olvidando por completo su pescado, que poco a poco comenzaba a enfriarse entre sus manos.

—Ya te lo dije. Es mi deber. Como el tuyo es ser rey de Rampagne, el mío es ser un caballero. Y por mi honor jamás abandono una cruzada.

—¿Aunque esa cruzada te cueste la vida?

—De eso se trata el honor de un caballero ¿No? —Bianca se acomodó sobre el pasto acurrucándose cerca del fuego para no enfriarse, aunque podía jurar que sentía escarcha corriendo por sus venas.

—Bianca, ¿De dónde vienes? —Alex continuó interrogándola con el mismo aire de superioridad que ponía en todo lo que decía, aunque con una curiosidad desconocida para él, que con los años de arrogancia puesta en su entonación no fue difícil de ocultar.

—Estás preguntando demasiadas cosas. Si ya terminaste de comer solo duerme —dijo rodando sobre si misma hasta darle la espalda.

Alex dejó su comida cerca del fuego, sin más apetito. La perspectiva de volver al castillo no lo enloquecía, pues por más que dijera que su deber era ser rey su corazón se sentía muy frío al respecto, sin el fragor propio de un soberano. Contempló la danza sin sentido del fuego frente a él y miró a la caballera dormir a través de este, mientras recordaba las palabras que su madre repitiera para él cada noche antes de dormir cuando era un niño, «Llegado el momento, Alexander, te convertirás en rey y soberano de estas tierras, pues este es tu destino y tú deber...»

—Que deberás cumplir con honor y valentía —recordó de forma apenas audible entre el cantar de los grillos.

Alex no era el tipo de persona que sobrepensaba demasiado los problemas, no por falta de inteligencia, sino por miedo a pensar en cosas con las que no tenía permitido soñar. Pero aquella noche, bajo esas estrellas silenciosas y contemplando la espalda de su compañera, se preguntó si su destino era tan cruel de poner la vida de una chica que apenas estaba conociendo lo mejor de la vida, en sus propias manos y si acaso su deber y el de Bianca eran tan poderosos, que ambos iban directos a enfrentarlo sabiendo que de una u otra manera iba a destruir la vida tal y como la conocían.

Se tumbó junto al fuego, tratando de calentar sus pensamientos con otros más felices, que aquella noche simplemente no llegaron ni para él, ni para Bianca.

Hola a todos, ¿Estáis disfrutando esta lectura? Vuestros votos me hacen bailar de felicidad (no literalmente...o tal vez si).

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