Morir Mintiendo © Libros I y...

Від xantoniaguzman

20.4K 2.6K 1.9K

🏆 FINALISTA DE LOS PREMIOS WATTY 2021 Entre el amor y la venganza, ¿cuál destruye más? Los padres de Violeta... Більше

Hasta que la muerte nos separe
Primera Parte
Espígrafe
1. ¿La gente cambia?
2. La Residencia
3. Las cosas cambian. Las personas... no tanto
4. Las Furias
5. Quema
6. Salvación
7. Maldito sea el destino
8. Otra vez sola
9. Expuesta
10. Error tras error
11. Un viaje al pasado
12. Memorias de un engaño
13. Fase 1
14. Conexión y quiebre
15. Cambio de planes
16. De lo que pudo haber sido y no fue
17. El descenso al infierno es fácil
18. Morir mintiendo
Segunda Parte
19. La vida según Dominik Benedict
20. Años de recesión
21. Vivir en la penumbra
22. Las consecuencias de mi odio
23. Palabras para el dolor
24. Anestesia
25. Visitas inesperadas
26. Deseo, parte I
26. Deseo, parte II
27. Sanar las heridas
28. Vuelven a brillar las estrellas
29. El amor más grande y roto
30. Las lágrimas que lloramos
31. El vínculo que no tuvimos
32. Con el paso del tiempo
33. Elegir ser feliz
34. La estrella más grande
Tercera Parte
35. Algo nuevo
36. La cena
37. Nueva York
38. Washington
40. Libre
41. Inquebrantable
42. Vuelve el invierno
43. Un agujero en el pecho
44. Vivir a medias
45. Medio corazón
46. Aprender a decir adiós
47. Flores entre la nieve
48. Nuestro "para siempre"
49 (final). Un amor que nunca se olvida
Epílogo.- Vivir amando
Los Wattys
Galería

39. Los Ángeles

111 28 1
Від xantoniaguzman

Esa noche Dominik no paraba de hacerle preguntas a Violeta sobre cómo le había ido en la salida con su madre, qué más habían hecho y, sobre todo, de qué habían hablado. Quería detalles, y lo entendía, pero lo cierto era que sentía que esa conversación debía quedarse entre las dos, así que ante cada nueva pregunta se limitaba a responder, tal como lo había hecho Adelaide horas atrás: cosas de chicas. Lo decía siempre con una sonrisa, y evitaba su mirada para que él no pudiese ver el rubor en sus mejillas. Era tonto, pero esa confidencialidad que habían logrado en el salón de la peluquería había significado mucho para ella.

—Bien, no me digas —replicó él, cruzando los brazos como un niño pequeño—. Te ves hermosa, por cierto. Ese corte te queda... y los lentes también.

Violeta

La mañana del jueves, mientras estábamos en la mesa del comedor tomando desayuno, sonó el teléfono de Dominik. Estaba tan tranquilo y silencioso que me sobresalté por el timbre.

Él sacó el teléfono y, luego de ver la pantalla, me dijo:

—Es Jasper —yo asentí y él descolgó la llamada.

—¡Dominik! —Jasper hablaba tan fuerte que podía escucharlo incluso a través del auricular.

Dominik hizo una mueca y alejó un poco el aparato de su oído.

—Jasper —respondió sonriendo—. ¿Cómo has estado?

—A que te olvidabas.

La expresión de Dominik fue épica.

—Puedo haberme olvidado de muchas cosas —murmuró al fin, como quien no quiere la cosa.

—¡Mi cumpleaños, tonto! Tienes que venir.

—Si me acordaba de eso, Jas —le respondió con elocuencia, mirándome de reojo. Yo bajé la vista y me metí otra cucharada de careles en la boca, tratando de no sentirme como una espiona a pesar de que él no había hecho nada por bajarle el volumen a la llamada—. Siempre me acuerdo, es solo que... estoy en Washington —confesó.

El tono sorprendido de Jasper fue lo que le siguió al corto silencio que le tomó procesar el significado de sus palabras.

—¿Qué? ¿En serio? ¿Fuiste...? ¿Fuiste a verlos?

—Sí. Vine con Violeta.

Me bastó con imaginarlo asintiendo del otro lado de la línea para que un rubor me cubriera la cara. Seguí comiendo.

—¿Hasta cuándo se quedan?

—Hasta el domingo —tres días más.

—Perfecto. Entonces quédense hasta el domingo y luego vienen para acá.

Sonreí ante la seguridad con la que lo dijo. Con razón él y Dominik se llevaban bien.

—¿Qué?

—Es un buen plan. ¡Qué digo! Es un excelente plan. Además, así puedes presentarme por fin a la chica de la que no parabas de hablar.

Casi me atraganté con el cereal. Tragué apenas y no pude contener la carcajada que salió de mi boca. Miré a Dominik con una disculpa en los ojos, solo para ver que se había puesto rojo como un tomate y eso solo me hizo reír más.

—Jas...

—¡Vamos, di que sí! Sé que quieres. Y Violeta también lo pasará bien. Se llevará bien con las demás. Pueden hacer cosas de chicas y tal.

Otra carcajada salió de mis labios: había mucho de eso últimamente, sin embargo, esta vez me contuve y me lo pensé un momento. La verdad es que la idea no sonaba para nada mal, y un vistazo a Dominik me dijo que él pensaba lo mismo. Supongo que podía permitirme usar ahora los días de vacaciones en el trabajo y... bueno, ya haría turnos extra para ir a ver a Zoë. ¿Quieres ir?, formulé la pregunta con los labios. Él asintió una única vez, sin perder la sonrisa, mas pude ver el deseo en sus ojos. Yo asentí de vuelta, murmurando:

Vamos.

—Está bien, Jas —una risa de triunfo se escuchó por el auricular y no pude evitar sentirme tan feliz por Dom, que estaba poco a poco juntando todas las piezas de su vida—. Nos vemos allá.

Después de un par de palabras más que intercambiaron, colgó el teléfono. Yo seguía escuchándolo todo, sin embargo, mi mente ahora estaba en otra parte, muchos kilómetros lejos de ahí.

—Violeta... —lo interrumpí antes de que pudiera decir lo que sea que iba a decir.

—Tienes que presentármelos a todos —él rodó los ojos y sonrió para mi.

—Por supuesto que sí —suspiró y se levantó de su silla para venir a sentarse a mi lado. Dejé mi plato, ya vacío, a un lado y me volteé para mirarlo—. Entonces iremos de vuelta a casa y luego...

—¿Para qué? Ya estamos aquí. Vámonos directo a Los Ángeles, así también aprovechamos mejor el tiempo. ¿Vacaciones, recuerdas? Ya tenemos todo lo que necesitamos en maleta, qué mejor.

Él dudó.

—¿No necesitas cambiar de ropa o... yo qué sé?

—En LA también existen las lavadoras, ¿o no? Además, siempre puedes acompañarme a comprar ropa nueva. Es la excusa perfecta.

La sonrisa de Dominik no tardó ni medio segundo en aparecer, haciendo que casi me arrepienta de haber soltado lo que dije... casi.

Se areció hasta que sus labios me rozaron el cuello cuando habló.

—Solo si me muestras todo lo que te pruebes. Especialmente la ropa interior —susurró. Su aliento me golpeó el oído.

—Pervertido —murmuré, pero ya sentía el deseo carcomerme las entrañas.

Sus manos me acariciaron la espalda, la cintura... y ahí se detuvieron. Y apretaron.

—Pervertido sería decirte que quiero que vayamos a mi habitación y quitarte la ropa.

Su voz seguía siendo un murmullo, pero estaba tan cerca que lo escuchaba a la perfección. No era solo su tono grave, ni la chispa en sus ojos, ni sus dedos juguetones que subían por mis costillas. Era una mezcla de todo lo que me hizo decir:

—¿Y quieres?

Su respuesta fue besarme como si fuese un pez en busca de agua, y yo fuera el océano. Era urgente, sin cuidado. Su necesidad me traspasaba y hacía que el fuego me recorriera las venas a mil por hora, como siempre que estaba con él.

Cuando aterrizamos en Los Ángeles el sol fue lo primero que noté. Nos recibió un calor agradable, un calor de comienzos de primavera en un lugar donde casi nunca hay invierno. Dominik tenía razón: ya amaba este lugar.

Los últimos días que pasamos en Washington fueron tranquilos, y llenos de significado. Dominik no me lo decía, pero yo me daba cuenta de lo conmocionado que estaba de estar ahí, conmigo, en la casa de sus padres. La despedida fue dulce, tierna, con la promesa de que volverían a verse pronto, cuando todo estuviese asentado y ellos hubiesen arreglado sus problemas. Él sonrió y abrazó a sus padres, y yo fingí que no me di cuenta de que tenía los ojos enrojecidos. Los días pasaron rápido, quizás demasiado. Sentí que una semana había sido demasiado corto, y con cada noche que llegaba era un día menos que nos había quedado de visita, y sabía que Dominik era plenamente consciente de eso, sin embargo, aprovechó cada segundo con sus padres. Un día incluso nos llevaron a recorrer la ciudad y sus alrededores. Nos mostraron todo lo que había por conocer, y por las noches salíamos a cenar o nos quedábamos en casa.

Apenas bajamos del avión inspiré hondo, absorbiendo el aire tibio, levemente húmedo de California.

—No puedo creer que estemos aquí —le susurré a Dominik mientras nos encaminábamos a recoger nuestras maletas.

Él me dio un beso en el cabello y me pasó el brazo por los hombros mientras avanzábamos. Era lindo sentirlo así, tan entregado y relajado.

El aeropuerto, cómo no, estaba atestado de gente, y tuvimos que esperar bastante para que nuestros bolsos salieron de la máquina. Una media hora, más o menos, pero no me importó; ya estábamos aquí.

—¿Tu amigo...? Jasper —me corregí—. ¿Nos está esperando?

Él asintió por toda respuesta, haciendo un gesto leve hacia la entrada del recinto, dándome a entender que estaba afuera. Tenía que admitir que, así como con sus padres, me daba un poco de nervios conocer a sus amigos, a las personas que habían estado en una etapa de su vida de la que yo no fui parte. Siempre me había dado curiosidad saber en mayor detalle qué fue de su vida en esos tres años en que estuvimos separados. Sabía lo básico: que se había mudado, que había entrado a estudiar economía, que había hecho amigos, había ido a fiestas, había dejado la carrera y luego había vuelto; sin embargo, el único por menor que me había contado eran los nombres de dichos amigos. Con algunos mantenía contacto —como Jasper— y otros no.

Me dije a mi misma que todo iba a ir bien. Era una persona extrovertida. Jamás había sido tímida y no iba a empezar ahora. No obstante, una vocecilla maliciosa en mi cabeza murmuró:

De niña lo eras.

No, pensé. Eso era miedo, era supervivencia, no timidez.

Así que, con eso en mente, tomamos nuestros bolsos y nos encaminamos a la salida. O entrada. Como quisiera verse.

Una semana: ese era el tiempo que íbamos a quedarnos en Los Ángeles. Era lunes, y el cumpleaños de Jasper, según me dijo Dominik, era el sábado. 20 de marzo, un día antes del comienzo de la primavera. No sé por qué, pero ese pensamiento me hizo sonreír. Iba a comentárselo a Dom cuando un grito entre la multitud llamó nuestra atención:

—¡Benedict! —toda mi atención se desvió al muchacho que, unos pasos más allá, nos hacía señas con la mano.

Dominik sonrió y nos apuramos a su encuentro.

—Ha pasado tiempo —lo saludó.

—¡Y que lo digas!

Lo envolvió en un abrazo como si Jasper fuera un niño pequeño. Hasta se dieron palmaditas en la espalda y todo. Se veía que estaba contento de verlo incluso si no lo decía con esas palabras exactas. Era algo extraño entre los hombres, al menos los que yo conocía, porque Dominik me decía a mi que extrañaba a su amigo, pero nunca se lo decía a él.

—Violeta —Jasper se giró hacia mi y me extendió la mano, que yo estreché con una sonrisa—. Por fin nos conocemos.

—He escuchado mucho de ti —le dije.

—Cosas buenas, espero —lanzó una mirada de reojo a Dominik, quien se encogió de hombros por toda respuesta.

No pude evitar tomarle el pelo y decir:

—La mayoría.

Él resopló.

—Tú y yo vamos a llevarnos muy bien —declaró.

Nos condujo por el aeropuerto hacia el estacionamiento, zigzagueando entre las personas que transitaban de un lado para otro. Cuando salimos y nos dirigimos al auto yo permanecí callada, asimilando todo aquel lugar y guardándolo en mi memoria, mientras que Jasper le contaba a Dominik sobre el fin de su año escolar y lo que pretendía hacer en las vacaciones. Por un minuto me sentí pequeña al pensar en que ahí yo era la menor de los tres.

Fuera el aire estaba tibio, los rayos del acariciaban mi piel.

—¿Siempre tienen este clima? —le pregunté a Jasper—. ¿También en invierno?

—Ahora está agradable —respondió él, abriendo el portaequipaje y haciéndome una seña para tomar mi bolso. Se lo entregué de buena gana y vi cómo lo encajaba junto al de Dominik y luego desaparecía al cerrar la puerta—. En verano hace mucho más calor, quizás demasiado. No te gustaría.

—Créeme que si.

—Déjame preguntarte... si odias tanto el frío, ¿por qué vives en una ciudad donde el invierno es tan... gélido?

La pregunta era simple. Muy simple, en realidad, pero me quedé pensando en la respuesta como una tonta. Me gustaba Nueva York, siempre encontré que era una ciudad maravillosa, llena de vida, sin embargo, había muchos otros lugares que podían ser igual de hermosos.

Quizás la respuesta estaba en que siempre lo había considerado mi hogar. Incluso cuando viví tres años en París seguía pensando en que mi casa estaba en Nueva York, ni siquiera el tiempo, mi amor por ese lugar o Zoë pudieron cambiar eso.

—No lo sé —terminé por decir, suspirando—. Supongo que nunca he considerado nada más. Es... es donde he pasado casi toda mi vida.

—¿Tienes mucho a lo que aferrarte?

De nuevo, me quedé callada. Sí, la verdad es que lo tenía, y no estaba cien por ciento segura de si eso era bueno o malo. Nunca respondí aquella pregunta, ni a él ni a mi misma tampoco. Tal vez no estaba lista para ello.

Dominik se dio cuenta de eso, porque me preguntó algo infinitamente más fácil.

—¿Quieres irte delante, o atrás?

Suspiré aliviada, relajando los hombros y mostrándole una sonrisa.

—Atrás —decidí, no solo porque no quería enfrentarme a las preguntas de Jasper, sino porque se me ocurrió que así podrían conversar con mayor facilidad.

Fue una sensación extraña el querer impedir que alguien supiera más de mi, en general jamás me molestaba, sobre todo si era amigo de Dominik, pero por algún motivo el hecho de no haber tenido respuestas para Jasper me había desconcertado. No sabía si era porque él podía ver a través de mi o solo había tenido suerte en hacer las preguntas correctas. Sin embargo, me di cuenta de que el problema no era él, sino yo: yo no sabía lo que quería y, por ende, no sabía qué demonios contestar.

Respiré profundo y dejé de pensar en el tema. Más adelante lo resolvería. No había apuro y, además, estábamos de vacaciones.

Ensimismada como estaba ni me di cuenta en qué momento partimos. Cuando volvía a la realidad y miré hacia afuera ya habíamos dejado el estacionamiento, y la radio estaba sonando despacio, como música de ambiente al tiempo que Jasper decía:

—Te va a gustar la casa.

Mi curiosidad me ganó y no le di a Dom tiempo de responder cuando pregunté:

—¿Te mudaste?

—¿Qué?

—Yo... bueno, Dominik me dijo que se habían conocido en la universidad y que los dos vivieron en el campus. Supongo que asumí que seguirías ahí.

—Ah, eso —dijo Jasper sonriendo. Pensar que siempre sonreía era una suposición un tanto prematura para el poco tiempo que lo conocía, pero me dije que tendría que averiguarlo—. Me mudé a fines del año pasado.

—¿Por qué? —quise saber—. ¿No te gustaba, o tener que compartir habitación?

De niña había compartido habitación con decenas de chicas y chicos en la Residencia, pero supuse que no se comparaba.

—Oh, no; todo eso estaba bien. De hecho, después de Dominik llegó Archer y... bueno, ya lo vas a conocer, pero nos llevamos muy bien. Es solo que ya he vivido cuatro años en el campus y pensé que era hora de ir por mi cuenta.

Me pareció justo, así que, en lugar de preguntarle de nuevo por eso, lo que salió de mi boca fue:

—¿Qué voy a conocer a... quién?

Dominik lanzó una risilla baja, sin mirarme, y murmuró:

—Jasper quiere presentarte a todos sus amigos.

Nuestros amigos —lo corrigió. Dom asintió.

—Nuestros amigos. Te van a caer muy bien, Vi.

—Espero que hayan traído algo lindo que ponerse —dijo Jasper con una sonrisa sugerente.

Dominik rodó los ojos, ignorándolo, pero yo repliqué.

—Por supuesto que sí.

—Bien, porque esta noche nos vamos de fiesta.

Me pasé el resto del camino desviando la vista entre los altos edificios que se extendían a ambos lados de la carretera, los restaurantes y las áreas verdes, y el cabello de Jasper. Ese era un dilema que me tenía completamente intrigada, porque no podía decidirme si era rubio o pelirrojo, o si solo se veía rojizo con la luz del sol. No podía evitar preguntarme cómo hubiese descrito mi madre ese color y qué pinturas hubiese mezclado para obtenerlo. A menudo me encontraba pensando de esa forma, tratando de adivinar si el rosa del cielo era más rojo o anaranjado, más coral o salmón.

Por otro lado, Jasper era un muy buen guía, porque durante los cuarenta y cinco minutos que nos tomó llegar a su departamento (más por el tráfico que otra cosa) fue señalando distintos lugares que creyó que podrían interesarme. Vi muchas tiendas caras, las mismas que había en Nueva York y en muchas otras ciudades, y también una increíble pista de patinaje. Aunque nunca me había gustado el deporte tuve que admitir que me gustó mucho alcanzar a observar cómo se deslizaban con tanta gracia con las ruedas sobre el cemento. A mi me daría muchísimo miedo caerme.

No sé qué esperaba de Los Ángeles. Creo que, precisamente, me sorprendí tanto porque no esperaba nada. Lo cierto era que lo poco que había visto de la ciudad me encantaba. Era difícil describirlo de otra forma, pero sentí como si estuviese en la tierra del verano. Un verano eterno.

Pensé que ese sería un buen título para una pintura.

Observé el sol azul en lo alto del cielo. Eran alrededor de las dos de la tarde y mi estómago rugía de hambre. Rogué por que nadie más fuera capaz de escucharlo.

Era curioso el ambiente de Los Ángeles, entre desértico y playero. Por un lado, no había tanto verde como estaba acostumbrada, sino que se notaba más árido y la vegetación no era muy frondosa. Algo que no se veía en Nueva York eran las palmeras, y a mi me encantaban. Las había en abundancia, junto con distintos tipos de cactus que adornaban los lados del camino. Por otro lado, disfrutaba tanto del olor a mar y a playa que pensé que podría respirarlo para siempre.

Jasper nos llevó hasta su nuevo hogar, una pequeña cabaña estilo AirBNB en Pasadena. Tuvimos que cruzar toda la ciudad para llegar, pero a él le quedaba de maravilla ya que estaba muy cerca del instituto y podía caminar a clases.

El estacionamiento estaba cubierto de arena y piedrecitas blancas, rodeado por macetas con más cactus, cercándolo. Jasper apagó el motor y fue el primero en salir del auto para ayudar a Dominik con los bolsos en el portaequipajes. Ninguno me dejó tomar el mío, así que me limité a rodar los ojos e ir hasta la entrada de la casa de madera clara y grandes ventanales.

—Sí que te conseguiste un buen lugar —comentó Dominik.

Jasper lanzó una carcajada con ganas.

—Pero no tiene piscina —se quejó.

Lo decía como si fuera la peor de las ofensas el hecho de que la casa careciera de un gran pozo de agua; su expresión decía todo lo contrario. El lugar no era muy grande, una sala con dos sillones, una cocina americana con una isla en medio y un hall de entrada... pero lo que le faltaba en espacio lo compensaba con una hermosa sensación acogedora, y por la sonrisa y la admiración en los ojos de Jasper... me di cuenta de que amaba su pequeño hogar.

En un gesto inconsciente llevé la mano a la cadena que colgaba de mi garganta, un collar dorado, delgado, que terminaba en un dije de corazón colgando del centro. Ese había sido el segundo regalo, la segunda sorpresa que me había dado Dominik el día de mi cumpleaños. Desde entonces no me lo había quitado, y se había transformado en una costumbre juguetear con él cuando no me daba cuenta de lo que hacía. Era como mi amuleto.

—¿Tienen hambre? —quiso saber Jasper.

Dominik ni siquiera alcanzó a abrir la boca para contestar cuando yo dije:

—Sí. Mucha.

—Entonces es bueno que haya preparado algo antes de salir.

—¿Tú cocinas? —se burló Dominik.

Jasper tomó aire y se llevó la mano al pecho.

Por supuesto que cocino.

—¿Desde cuándo? —inquirió—. Según recuerdo, hasta el agua se te quemaba.

—Me ofendes, Dominik —no pude ocultar mi risa, pero traté de contenerla porque no quería "ofenderlo" también—. He aprendido muchas cosas desde que te fuiste. Si vinieras a visitarme más seguido, lo sabrías.

—Vine hace no mucho —se defendió.

—¿No mucho? ¡Eso fue hace como seis meses!

—Ya —lo cortó—. Es que las cosas en casa han estado difíciles.

Desvié la mirada. No necesitaba que me lo recordaran, porque esa "última vez" fue poco antes de que me confesara que estaba enamorado de mi, antes de que lo que tenía con Ethan se fuera al carajo y su madre me apuñalara. Su visita había durado unos tres días. Había sido apresurado, impulsivo y precipitado. Jasper no tenía ni idea de todo lo que habíamos vivido luego de esos días.

Ni siquiera tenía caso pensar en eso. Él debe haberse dado cuenta, porque cambió radicalmente su expresión. Sonrió de oreja a oreja, y exclamó:

—¡Bueno, vamos! Les muestro dónde dormirán y ya comemos.

El resto de la tarde pasó rápido, aunque quizás fui yo la que lo registré así, pues Jasper no paraba de hacer bromas bochornosas sobre "no hacer cochinadas en su habitación", ante lo cual yo enrojecía y dejaba a Dominik para lidiar con él. Dentro de todo me gustaba escucharlo, me gustaba conocerlo de esta forma, saber quién era el Jasper que se había vuelto tan cercano a la persona más importante en mi vida.

Después nos dijo que deberíamos dormir un rato, porque la diferencia horaria iba a hacernos mella y no quería que nos arruine la noche. Al parecer, iba a ser una larga.

Y por fin conocemos en vivo y en directo a Jasper, el mejor amigo de Dominik. En el próximo capítulo tendremos nuevos personajes también 😍😍

En los próximos capítulos también voy a empezar a poner canciones al inicio. Les recomiendo escucharlas mientras leen para vivir la experiencia al máximo ✨ También aquí les dejo el link de la playlist 🍂 https://open.spotify.com/playlist/0yO6Kp0RytbVnOoHh68zQi?si=954b6b3024974f7d 🍂

¡No se olviden de dejar su voto y comentariooooo!

Продовжити читання

Вам також сподобається

6.5K 673 25
En esta historia se juntaran todas las versiones de Jinx (La original y sus skins). Cada una se encontraba en sus respectivos universos haciendo lo s...
Prohibido Enamorarse© Від CapitánRoz

Підліткова література

81.5K 8K 35
Portadas realizada por la tienda de portadas: Eridanus. Muchas gracias a @-stupidLove. Que hace un trabajo magnífico. 🚫PRIMER LIBRO DE LA SAGA PROHI...
11.1K 110 1
Nina es una joven estudiante de medicina, con algunos conflictos personales, fiel a sus sentimientos, enamorada de su primer amor el cual no es bien...
735K 32.1K 47
¿Como algo que era incorrecto, algo que estaba mal podía sentirse tan bien? sabíamos que era un error, pero no podíamos estar sin el otro, no podíamo...