34. La estrella más grande

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Al llegar de la playa Violeta tiró las llaves sobre el sillón de la entrada sin preocuparse demasiado por dónde caían, y sin despegarse de los labios él

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Al llegar de la playa Violeta tiró las llaves sobre el sillón de la entrada sin preocuparse demasiado por dónde caían, y sin despegarse de los labios él. Cada toque, cada uno de sus roces, incluso cuando sus pieles apenas sí se tocaban... se sentía como una sacudida a sus mundos. Sus besos eran febriles, cargados de deseo reprimido y sentimientos encontrados.

Casi sin saber cómo el suéter que llevaba la muchacha terminó por desprenderse de su cuerpo, dejando sus brazos y hombros al descubierto. Dominik la contempló con un deseo que se apoderaba de él con más fuerza, incitándolo a moverse, a actuar. Y era tan fuerte, tan devastador, que incluso sabiendo que no podía a punto estuvo de ceder y arrancarleel resto de la ropa de un tirón. No estaba seguro de si debía ceder.

—Te deseo tanto que me duele —musitó contra su boca, casi en un suspiro.

—Entonces tómame y acaba con el sufrimiento.

No hizo falta que se lo dijera dos veces.

Así el vestido se deslizó por su cuerpo y cayó también al suelo, y la camiseta de Dominik quedó en alguna parte entre la entrada y el pasillo. Sin dejar de besarse en ningún momento llegaron a la habitación principal, y él recorrió las curvas de su cuerpo con las manos, tiroteando de su traje de baño hasta que éste también desapareció.

Empujó a la chica a la cama y la contempló con el corazón acelerado y la respiración entrecortada. Su cabello alborotado por el agua salada y el viento; el rubor en sus mejillas, el brillo en sus ojos, cada una de sus curvas... Dominik estaba perdidamente enamorado de esas curvas. Todo ese día; la playa, las bromas, el agua, los besos y ahora, eso... era demasiado. Era, definitivamente, más de lo que se había atrevido a soñar cuando creyó que la había perdido para siempre, pero ellos estaban hechos para estar juntos y, de algún modo, siempre lo habían sabido. Ella entre sus brazos se sentía tan bien, como si todo encajara en el mundo.

Violeta suspiró sin siquiera imaginarse todo lo que pasaba por la cabeza del muchacho; sólo veía su propio reflejo en sus ojos nublados, y pensó que a pesar de todo lo que había sucedido... estaba donde tenía que estar.

Lo atrajo más hacia sí; no quería que hubiese ningún espacio entre sus cuerpos, así que enredó las piernas en el torso de Dominik y apretó con fuerza, mareándose al sentir la presión de él entre sus piernas. Y cada vez que se movía el roce aumentaba. Lo hacía a propósito, estaba segura.

El placer y el deseo se revolvían en su interior con tanta furia e intensidad que le era imposible estar satisfecha: siempre querría más de él, más de Dominik, incluso cuando ambos estuvieron piel con piel ya sin ropa de por medio y con las sábanas hechas un desastre entre la cama y el suelo. El sentimiento crecía, y terminó por golpearla como una bola de demolición cuando sintió sus dedos dentro de ella.

Gimió sin contenerse, y con los ojos cerrados alcanzó a ver lo que a él le provocó. Una ola de calor lo recorrió.

Dominik se separó apenas, jadeando, y trazó un camino de húmedos besos desde su mandíbula hasta su cuello. Lo sentía en la curva de su hombro, en la clavícula, en el centro de su pecho para que su lengua finalmente terminara jugueteando con uno de sus pezones como si fuera su dueño, mordiéndolo de apoco y sujetándolo con cuidado entre los dientes.

Morir Mintiendo © Libros I y IIWhere stories live. Discover now