17. El descenso al infierno es fácil

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A AnnRodd por ser mi inspiración y siempre darme ánimos para que siga adelante 🌟🌻

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Violeta

Las semanas pasaron como si fueran segundos; el tiempo parecía diluirse y escurrirse como agua en nuestras manos, pero todo valió la pena. Cuando entramos en la primera semana de verano, sentí que mi cuerpo vibraba con una nueva energía, sabiendo que la estación que me había hecho tan feliz desde que era pequeña ahora también estaba teñida con otro tono, pues Ethan estaba conmigo.

Muchas cosas habían cambiado desde aquella niña que iba a la playa con sus padres y se revolcaba en la arena con el traje de baño empapado, mas no todo siempre era malo. El sol calentaba la acera desde más temprano, la oscuridad se cernía sobre nosotros cada vez más tarde... eso sí, Ethan pronto entraría a clases; eso los dos lo teníamos en cuenta, así que aprovechamos esas últimas semanas de vacaciones lo mejor que se pudo. Risas y nuevos recuerdos fueron creados, y estarían conmigo para el resto de la eternidad, y esos iban a ser los que me acompañaran cuando las tinieblas ingresaran a mi vida. ¿De Dominik? Ni idea; no sabía nada de él desde hace más de un mes, pero ya estaba cansada de buscarlo. Si él necesitaba tiempo, espacio... pues que lo tuviera.

Por la noche la luna llena brillaba espectacular en el cielo negro, inundando la habitación de una maravillosa luz de plata que me hacía sentir como en otro universo. El silencio sólo era roto por el lejano sonido de los autos al pasar, y alguna que otra risa de los peatones que caminaban por las calles con un mundo de infinitas posibilidades por delante. Me removí entre las sábanas, suspirando con la cabeza en las nubes y el corazón en la mano, y sentí completamente la mirada de Ethan sobre mi cara. Parecía que ya nada nos faltaba.

—¿Estás bien? —le pregunte al percibir sus ojos brillantes.

En la penumbra percibí que él asentía. No dije nada más; no supe qué, así que me quedé callada. Ethan seguía mirándome como si fuese lo más hermoso que había visto en su vida, y tuve la sensación de que ese pensamiento, por algún motivo que escapaba a mi razón, me entristecía más de lo que me alegraba. ¿Por qué sería? Sentía aquel río de luz plateada sobre nuestros cuerpos, sobre mi piel pálida y sus ojos negros, y tuve el presentimiento de que debía disfrutar ese momento mientras lo vivía, porque no volvería a repetirse; aún en el mismo lugar, en la misma situación, incluso en el mismo día y bajo las mismas condiciones, este instante era único y no había otro igual.

—Oye.

—¿Sí?

—Que no sé si te lo había dicho, pero... yo también creo que me estoy enamorando de ti —susurré.

—No me lo habías dicho, pero no me molestaría acostumbrarme a que lo digas.

—No me lo habías dicho, pero no me molestaría acostumbrarme a que lo digas

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Morir Mintiendo © Libros I y IIWhere stories live. Discover now