Capítulo 11.
Los siguientes días transcurrieron en una tranquilidad que comenzaba a ser inquietante. Sin ningún lugar donde vampiros renegados ataquen como era de costumbre o personas que hayan sido secuestradas de la nada en callejones extraños…
Absolutamente nada.
Nada de nada.
Es extraño que cuando vemos que todo está bien y tranquilo, una angustia se instala en nuestros estómagos esperando lo peor. Como si no pudiéramos creer que lo bueno estuviera pasando.
Aunque en realidad nada bueno estaba pasando. Nos habían secuestrado unos demonios y hasta torturaron a Sam, Eros y Arik. Excepto a mí. No podía dejar de pensar en eso…¿por qué Dominik no me hizo nada? Era consciente de toda la historia que construimos y albergamos juntos, pero era claro que ya no era el mismo. No al elegir un camino totalmente diferente. Tenía otras intenciones, no sabía exactamente cuáles pero las tenía. Si estaba aliado con Semmyaza significaba algo totalmente retorcido. Y no sólo la alianza entre ellos sino también comenzamos a sospechar que esa alianza incluía a otras criaturas.
Así que no entendía por qué no me había hecho nada. ¿Quizás aún sentía algo por mí? No lo creo...
Y yo no sentía nada por él.
A pesar de traer esos recuerdos a mi memoria, de añorarlos en cierta manera, de saber lo bonito que fue nuestra relación…no sentía nada.
El beso había sido para mí como la simple explicación científica del acto. Un roce entre sus labios, una unión entre ambos…, pero vacía.
¿Debería sentirme mal por ya no amar a Dominik?
Aún recuerdo la decepción de sus ojos al no notar un cambio en mí al besarme. Pero, ¿qué esperaba? ¿Qué luego de haber estado durante años separados, todo volviera a la normalidad?
No conocía el verdadero concepto de normalidad, si es que eso existía siquiera.
Estaba tendida en el pasto del patio trasero de la iglesia. Aún me sorprendía ver su aspecto exterior conociendo el interior. Arik me había explicado que se debía a los poderes de uno de los chicos, Luke. Al parecer su poder era el engaño, y servía tanto en las personas como en lo demás. Podía darle un aspecto diferente y sólo sería un engaño.
Pensar en eso me hacía sentir que quizás hasta en este momento podría estar siendo engañada. Quizás el pasto donde estaba era pasto. Quizás era tierra y solo me engañaban al sentirlo como algo diferente.
Me reí por mi idea descabellada.
Últimamente sentía que aunque todo estaba fuera de lugar, el haber recuperado fragmentos de recuerdos gracias a Raziel y que cada día viera uno nuevo, a veces trivial y otras veces eran momentos importantes, era yo misma.
Todas las tardes, al anochecer, aprovechabamos con Derek que todos los demás estaban ocupados y nos escapabamos. Nos íbamos lo suficientemente lejos de la casa corriendo, y cuando creíamos que era una distancia prudente, desplegabamos nuestras alas observando pequeñas plumas caer sobre aquel suelo. Nos mirábamos, sonreíamos y nos elevabamos en el aire. A veces hacíamos carreras, otras veces solo disfrutábamos de la brisa golpear nuestro rostro.
Luego de enterarme que éramos hermanos parecía que nos habíamos unido mucho más, si eso era posible.
Irrumpía en mi habitación más veces que antes solo para hablar, comer algo, cualquier cosa que se le ocurriera con el pretexto de estar juntos y decirme muchas veces "hermanita".
Una sensación cálida se instalaba en mi pecho cada vez que lo oía. No me cansaría de hacerlo.
Observé el cielo, estaba amaneciendo. No había pegado un ojo durante toda la noche, creí que al menos algo bueno debía sacar de ello. Y ver el cielo siempre era algo bueno, más cuando amanecía o anochecía. La mezcla de colores que se generaba, la luna ocultándose a la vez que el sol aparecía como si le dijera "es tú turno".
Giré mi rostro cuando un cuerpo se tendió a mi lado. Eros no me dirigió la mirada, se dedicó a plantarla en el cielo y lo imité.
El silencio no era incómodo sino todo lo contrario. Nos mantuvimos así un rato largo...el mismo que le tomó al sol estar en su posición estándar de la mañana. Solté un suspiro y volví a girarme hacia él.
Desde el consuelo que me proporcionó, algo había cambiado. Él seguía siendo el mismo de siempre en parte, con su egocentrismo y sarcasmo, pero diferente. A veces lo encontraba observándome, quería creer que era para corroborar que estuviera bien y no anduviera llorando por ahí.
Pero me encontré también observándolo cuando podía, cuando nadie veía.
Sus pestañas eran largas, y lo parecían aún más con sus ojos cerrados, más que las mías seguramente. Sus pómulos marcados al igual que sus brazos…
Levanté mi vista avergonzada y me alivié al notar que no me había descubierto en pleno acto. Aún así no me contuve de seguir detallando su rostro, sus labios carnosos y su nariz perfilada…
Parecía una obra de arte y más en plena luz del día.
Me pregunté cómo serían sus ojos con la luz del sol, y como si me escuchara, abrió sus ojos y me miró.
Perfectos…
Así eran.
Un azul tan profundo que no podía describir...y tampoco podía dejar de mirar. Eran tan hipnotizantes que por un momento parecía que tuvieran su propio poder de encanto.
Un impulso descabellado nació de mí y no lo detuve. Levanté mi mano a la altura de su rostro, rozando su mejilla repetidas veces y luego solo la dejé reposar ahí. Eros mantuvo sus ojos cerrados cuando lo hice y los abrió cuando me detuve, parecía protestar con sus ojos.
Sonreí, retirando mi mano, me moví y enfoqué la vista nuevamente en el cielo. Un cielo que pareció detenerse cuando las yemas de sus dedos recorrían esta vez mi rostro. Pasearon por las pecas que adornaban mis mejillas, contorneó mi rostro tomándose su tiempo. Como un explorador se toma su tiempo investigando en una tierra nueva sin conocer.
No estaba segura si era todo lo acontecido lo que me abrumaba tanto como para dejar que estos sentimientos flotaran más allá de ella.
—A veces siento que te conozco de hace tiempo… —susurró Eros tan cerca de mi oído que mi piel se erizó.
—¿A qué te refieres? —cerré mis ojos disfrutando de sus caricias. Caricias que se sintieron prohibidas por un momento, y familiares al otro.
—No lo sé…—soltó una pequeña risa grave. Mi cuerpo parecía responder fácilmente a él, a su voz, a sus toques…
—Creo que te entiendo —murmuré luego de unos segundos.
Se detuvo y no protesté. Estar con él últimamente me resultaba embriagante, de la misma manera que cuando volaba.
Eros murmuró que iría dentro luego de un rato en silencio. Ya era la hora del desayuno y este día le tocaba a él encargarse. Cada uno tenía su día, si veías desde afuera, no pensarías que aquí residían vampiros.
Pasaron tan solo unos minutos cuando mi estómago gruñó. Tenía demasiada hambre, anoche no había cenado casi nada y sumando el no haber podido dormir, estaba hambrienta.
Apoyé los antebrazos al pasto y me impulsé para levantarme. No había dado tres pasos cuando sentí una presencia detrás mío y volteé.
Dominik.
—¿Qué haces aquí? —dije con desdén.
—¿Tan rápido me cambias? —soltó con algo de sarcasmo —. Aunque hace tiempo lo hiciste realmente… —fruncí el ceño.
—¿De qué hablas? —pregunté fastidiada —. ¿Qué haces aquí?
—Ay, Paige —suspiró dramáticamente y negó con la cabeza —. Deberías recordar al amante que te hizo pecar, ¿sabes?
Apreté mis puños.
—Vete antes de que llame a los demás —advertí en tono brusco.
Dominik rió, y eso me hizo enojar aún más.
—¿Qué rayos haces aquí? —repetí.
—Vine a buscarte —dijo con simpleza, como si todos los días me fuera con él a dar un paseo. Ja. Fruncí el ceño —. Debes venir conmigo, por las buenas o por las malas. Tú decides —se acercó dejando algo de distancia entre ambos.
—Vete al carajo —mi cara seguramente estaba roja de la rabia.
Dominik chasqueó la lengua.
—Qué lástima —repuso avanzando. Apoyé mi mano sobre mi pierna derecha, tocando el cuchillo que tenía debajo. Lo empuñé en el mismo instante que lo vi desaparecer, no sabía a dónde debía apuntar pero aún así lo intenté. Sentí unas manos rodear mis muñecas y apretarlas con fuerza —. Deberías comenzar a despertar...—su aliento chocó en mi rostro —. Podrías usar tus poderes de una manera que no podrías ni imaginar ahora…
Me soltó e intenté cualquier tipo de movimiento para golpearlo que fue en vano. Me encontré con una atadura en donde sus manos estuvieron, una cuerda fina de color negro. Rodeó mi cuerpo con sus brazos y nos levantó en el aire, alejándonos tan rápido que solo pude divisar a Eros salir a toda prisa de la casa, golpear el umbral de la puerta y volver a entrar.