Río Incendiado

By 17BrittanyCFrost

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Prólogo
1. Ceremonia de Unión.
2. La golodrina que era un dragón.
3. No todo está perdido.
4. El elfo que podía volar.
5. Escoria
7. Investigando
8. Secretos en la buhardilla.
9. Nosotros seremos tu familia
10. Padre Fuego
11. Peter Pan
12. Haciendo amigos
13. La fugitiva
14. El pequeño Oryll
15. La despedida
16. Vendaval
17. Noticias
18. El Bosque de las Estatuas
19. El mejor regalo de cumpleaños
20. Desolación
21. Orgullo herido.
22. La Gran Alianza
23. Sacrificio
24. Agua y Fuego
25. La señal
Epílogo

6.Lo que eres.

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By 17BrittanyCFrost

Y allí la encontró Silvan, tirada en el río como si una flecha la hubiese alcanzado de lleno. No había tenido fuerzas para levantarse. El agua hacía rato que había apagado las llamas de su brazo y calmaba el dolor de sus heridas, pero en esos momentos, Daelie se quería morir. Por supuesto, cuando el muchacho la vio, se tiró al agua para sacarla de ahí, alarmadísimo. La cogió en brazos y ella se dejó hacer. La depositó suavemente en el césped, tenía la mirada perdida en el cielo nocturno, la boca entreabierta, pero seguía respirando rítmicamente. Silvan le pasaba la mano por delante de la cara, pero ella no reaccionaba.

‒¡Daelie, despierta!‒ la sacudió suavemente.‒¿Qué te ha sucedido?

Entonces reparó en su brazo herido, y miró hacia todas direcciones buscando al desalmado que se había atrevido a hacer semejante atrocidad. Nuevas llamas surgieron del brazo, aunque no tan violentas, y Silvan no supo que hacer. El corazón le latía a mil por hora, cada vez se ponía más nervioso al ver que su amiga no despertaba de su trance. Le puso la mano en la cara, con timidez, pero el contacto tampoco le hizo reaccionar. Entonces, se le ocurrió una idea. Le tapó la boca y le cerró las fosas nasales. Tres segundos más tarde, se incorporaba y tosía algo de agua. Él la liberó, y dejó que tomara conciencia de su alrededor. El fuego de su brazo retrocedió. Cuando acabó de toser, le miró, con las lágrimas aún en los ojos y lo abrazó, asustada. Él se sorprendió por su reacción, pero pronto le correspondió el abrazo.

‒¿Quién te ha hecho esto?

‒No lo sé... estaba aquí y de repente han aparecido tres elfos encapuchados. Sus voces me eran familiares, quizás fueran alumnos de la Escuela de Artes Élficas. Me agarraron y uno de ellos me hizo cortes en el brazo, cuando salieron llamas de mi sangre, se asustaron y me arrojaron al arroyo... después perdí la consciencia de todo, veía y no veía a la vez... ¿Me entiendes?

‒Creo que sí. Estás sufriendo una conmoción. ¿Te duelen mucho los cortes?

‒No, pero me duele mucho el hecho de que ahora en mi brazo aparezca esta palabra tan infame.

‒Se te curará, seguro.

‒No sé yo. Los cortes son profundos... se me quedará la cicatriz. Nunca quise hacerme un tatuaje, y fíjate ahora.

Él la cogió en brazos.

‒¿Qué haces?

‒Te llevaré a casa.

‒No es necesario...

‒No digas tonterías, aún tiemblas como una hoja. ¿Crees que te dejaría volver sola en estas circunstancias?

Ella sonrió, y se recostó contra su hombro. No contestó, simplemente dejó que su amigo la alejara de aquel lugar ahora lleno de horror y miedo.

Silvan había pasado la noche entera despierto, sentado en las fuertes ramas de uno de los árboles del jardín de la casa de Daelie, vigilando los alrededores. Quería asegurarse de que esos desgraciados no volvían a tocarle ni un pelo. De hecho, se había pasado buena parte de la noche culpándose así mismo por no haber llegado antes. Si los hubiera pillado, les habría arrancado la cabeza. Cuando los tormentos de la culpa se disiparon, se dio cuenta de que con lo sucedido, no le había contado nada a su amiga sobre su conversación con Oswald. Aunque tampoco es que le hubiera dado una respuesta concreta, y eso le hizo reflexionar. Cada hipótesis que se le ocurría era más absurda que la anterior, pero alguna explicación tenía que haber para el fuego que habitaba dentro de Daelie. Al rayar el alba, Daelie salió por la puerta. Llevaba en un saco la comida de los unicornios. Silvan bajó de inmediato a ayudarla.

‒¿Se puede saber qué haces? ¡Tienes el brazo herido!

‒Calla, no tan alto, mis padres no se pueden enterar.

Él le cogió el saco y los dos se dirigieron a las cuadras.

‒Por cierto, ¿qué haces tú aquí tan temprano?‒ le preguntó ella.

‒No me he movido de aquí en toda la noche, no quería arriesgarme a que te pasara algo más.

Los dos abrieron las puertas de las cuadras y arrastraron el saco dentro.

‒Te lo agradezco, pero no puedes dormir en el árbol todas las noches por mí.

‒No he dormido.

‒Silvan...‒ dijo ella, suspirando exasperada y abrió el saco.‒No puedes poner tu vida al servicio de los demás. Estoy bien, de verdad, no me va a pasar nada más.

‒¿Cómo lo sabes? Anoche pudieron haberte matado.

‒No exageres.‒replicó ella dando de comer a Irvial.

‒No exagero. Si te hicieron eso, es que llevaban un objeto punzante. ¿Quién sabe qué te podrían haber hecho?

‒Pero el fuego... me protegió.

A Silvan le recorrió la espalda un escalofrío.

‒Aun así, no me quedo tranquilo.‒dijo dando de comer a las otras dos criaturas.

‒Dejemos esto aparte, por favor te lo pido, es muy temprano y no me apetece discutir...‒ dijo Daelie, cansada.‒¿Qué pasó cuando fuiste a ver al Sabio de Herlanis?

Silvan se lo explicó con todo lujo de detalles.

‒¿Que tuve contacto con un pyronum en el pasado?‒ repitió ella, cuando salían de la cuadra.

‒Eso me dijo. ¿No recuerdas nada?

‒Qué va, nunca he visto un pýronum... salvo aquel chico, y lo del fuego me pasa desde bastante antes de verle.

‒También me dijo que puede que no te acuerdes...

‒Entonces tampoco nos solucionó nada.

‒Te equivocas, yo tengo tres teorías de lo que pudo pasar.

‒¿Ah, sí? Esta noche te ha debido de dar para mucho reflexionar.‒ dijo ella, riéndose.‒ Dime, pues, ¿cuáles son esas teorías?

‒Siendo bebé te atacó un pýronum y te dejó una huella ígnea; alguien lanzó una maldición a la muralla, de manera que si alguien la tocaba se volvía medio pýronum; y que el colgante que siempre llevas puesto y que encontraste en el bosque de pequeña es en realidad un amuleto maldito por los elfos de fuego.

‒Creo que las dos primeras opciones son muy poco probables... pero puede que alguien lanzara este colgante desde el otro lado de Veradhëm.‒ murmuró, quitándoselo.

‒Será mejor que no te lo vuelvas a poner hasta que estemos seguros. Iremos esta tarde a Herlanis a ver a Oswald, me dijo que tenía curiosidad por conocerte.

Un terror enorme se apoderó de ella, y se agarró a cualquier excusa.

‒Te olvidas que sigo castigada, se supone que no puedo salir de casa.

‒Pues anoche bien que lo hiciste...

‒No es lo mismo, todos dormían y me amparaba la oscuridad.

Se hizo un silencio, que Silvan empleó en encajar las piezas.

‒Te da miedo, ¿no es cierto?

Ella murmuró algo ininteligible y se abrazó a sí misma, mientras caminaba de vuelta a la casa.

‒No tienes por qué tenerle miedo a Oswald, no te hará nada malo.

‒Es que... me pone enferma eso de ser el objeto de estudio de alguien.

‒No vas a ser su objeto de estudio, además, te recuerdo que fue tu idea recurrir a él.

‒¿Te crees que no lo sé? Pero nunca se me ocurrió que fuera a pedirte que me llevaras a verle.

‒Pues era algo de lo más obvio, chica. Siente curiosidad por ti, eso es todo... al fin y al cabo eso es lo que hacen los sabios, tener curiosidad.

Daelie suspiró, resignada.

‒Está bien, iré contigo. Pero sigo bajo arresto, ¿cómo lo solucionaremos?

Su amigo sonrió con malicia.

‒Tú déjamelo a mí. Estate preparada a las cuatro de la tarde para salir y no te preocupes, te sacaré de aquí sin que nadie se dé cuenta.

Y sin decir nada más, se marchó corriendo a su casa, dejando a Daelie desconcertada a medio camino entre las cuadras y la puerta de su casa.

‒¡Daelie! ¿Cómo puedes tardar tanto en dar de comer a los unicornios? Mira que eres lenta, ven aquí ahora mismo, alguien tiene que sacudir las alfombras.‒le ordenó su madre desde una ventana.

‒Y por supuesto, ese alguien tengo que ser yo.‒murmuró, cansada.

‒Ethel, necesito tu ayuda.‒ le comunicó Silvan por el cuenco de agua.

‒¿De qué se trata? ¿Daelie está bien?

‒Sí, sí, tranquila, no es nada... es sólo que necesitamos ir a un sitio, pero está castigada.

‒¿Y se puede saber a dónde vais?‒le preguntó, divertida.

‒A ver al Sabio de Herlanis.‒respondió sencillamente.‒Necesitamos tu ayuda para sacar a Daelie de casa por unas horas, hasta que volvamos de allí.

‒¿Qué tienes pensado, Silvan?

‒¿Puedo ir a tu casa ahora? Te lo explicaré todo con más detalle.

‒Claro, estoy preparando la comida. Si quieres, puedes quedarte a comer con nosotros.

‒Muchas gracias, Ethel, en seguida voy para allá.

Ya habían dado las cuatro en el reloj de agua del cuarto de Daelie. Había preparado una bolsa con todo lo que pudieran necesitar en el viaje, había cogido dinero e incluso había prevenido mentalmente a Irvial para el viaje. La joven se paseaba en círculos por su cuarto, nerviosa, pues ansiaba salir de allí con éxito, sin que su familia la detectara. Confiaba en Silvan, pero la suerte no parecía depender ni de él, ni de ella, ni de Irvial, desgraciadamente. Tal vez esa tarde le cortarían las orejas... o cabalgaría hacia Herlanis con su mejor amigo. En cualquier caso, se prometió a sí misma que no lloraría, no les daría el gusto a Eldiva y a sus hermanos de verla sufrir.

De pronto, en el silencio de sus cavilaciones, oyó unos gritos en el piso inferior.

‒¡Una rata! ¡Una rata!‒ gritaba Derva.

Daelie pudo salir porque se habían olvidado de cerrar su cuarto y cuando se asomó a la escalera, vio a su patética hermana y a su madre subidas sobre la mesa del comedor y a Dëehl intentando cazar con una escoba al animal que correteaba alrededor de la mesa.

No pudo menos que reírse, pero entonces algo llamó su atención dentro de su cuarto, unos ruidos extraños en su balcón y fue a ver de qué se trataba. Vio un lazo de una cuerda tratando de acertar a engancharse en las esferas que adornaban la balconada. Se asomó, y allí vio a Silvan, a su hermana y... a alguien idéntica a ella.

‒¿Qué estáis haciendo?‒ preguntó, a la vez que agarraba la cuerda y ataba el lazo a una de las esferas.

‒Baja, ahora te lo explico.

La chica, con un poco de miedo, descendió por la cuerda y se reunió con ellos. Silvan le echó encima una capa negra de viaje y Ethel ayudó a subir a su clon por la cuerda. Cuando esta hubo entrado, fueron a por Irvial al establo y salieron de allí sin que nadie se diera cuenta.

Ethel se separó de ellos y se alejó sobre su caballo, mientras ellos siguieron su camino dirección a Herlanis.

‒Así que...¿lo de la rata ha sido cosa vuestra?

‒Así es. Sé que no es muy original, pero tenía que buscar la manera para distraerles y poder sacarte de tu cuarto y meter allí a tu clon.

‒Por cierto, ¿cómo lo habéis hecho? Es una magia muy avanzada...

‒Por eso les pedí ayuda a Ethel y a su marido. Unimos nuestros poderes y logramos crear una figura de agua idéntica a ti.

‒¿No notarán la diferencia?

‒No. Trabajamos mucho en ella, es capaz de hablar y llevar a cabo órdenes, así que no te preocupes. Eso sí, tenemos que estar aquí antes de las nueve y media, o entonces se deshará y se convertirá en un charco de agua.

‒Si nos damos prisa estaremos en Herlanis a las seis. Tendríamos que salir de casa de Oswald a las siete para llegar aquí a las nueve. No podemos retrasarnos mucho, o será mi fin.

‒En caso de que nos retrasáramos, Ethel me dijo que le mandáramos un mensaje a su cuenco del agua. Si se da el caso, irá corriendo a entretener a tu familia hasta que lleguemos.

‒Bueno, pero de todas formas, apretemos el paso. No quisiera perder mis orejas.

Se esforzaron por llegar antes de las seis a Herlanis, y gracias a su empeño, lo lograron. Cuando desmontaron en la plaza de la ciudad y Daelie miró el reloj del templo, respiró tranquila.

‒Bien, lo conseguimos, sólo tenemos que volver tan rápido como hemos venido y no habrá problemas.‒ echó una ojeada a la gente que por allí pasaba.‒¿Qué hacemos con Irvial? Está llamando mucho la atención de la gente y creo que se está asustando ante tanta mirada.

‒Mira, ahí hay un establo, podemos dejarla ahí hasta que sea la hora de volver. Sólo nos costará unas monedas.‒dijo Silvan.

La chica asintió y acariciando las crines de platino de la criatura, la dirigió hacia allí.

Una vez la hubieron dejado a buen recaudo, Silvan guio a Daelie hasta la casa de Oswald. Apenas hubieron tocado sus nudillos la puerta, esta se abrió, y allí estaba el hombre, con el pijama ya puesto.

‒¡Hombre!‒ le saludó, efusivamente.‒Ya creía que no vendrías nunca...‒ luego reparó en Daelie y se sonrojó.‒Mira que no avisarme, no estoy presentable para recibir a esta señorita.

Ella sonrió, divertida y aliviada.

‒Pasad, pasad. Esperadme en mi despacho, que voy a ponerme algo de ropa.‒ dijo apartándose.

Ellos entraron y Silvan condujo a la chica escaleras arriba.

‒¿Ese es Oswald?

‒Claro... ¿por qué lo preguntas?

‒No sé, no me le imaginaba así... tan...

‒¿Tan de andar por casa?

Ella se rio, y su risa sonó relajada, los nervios habían desaparecido.

‒Bueno, es que con la fama que tiene, cualquiera diría que se las da de digno sabelotodo.

‒El día que vine yo, esa fue la primera impresión que me dio, pero luego me di cuenta de que es sólo una fachada.

Cuando abrieron la puerta del despacho se sobresaltaron, pues allí estaba ya Oswald, vestido con una túnica burdeos y acariciando un peludo gato blanco que ronroneaba sobre la mesa.

‒Es usted una caja de sorpresas, señor Oswald.‒ le dijo Silvan.

El anciano iluminó su rostro con una sonrisa divertida.

‒Supongo que no te esperabas que además de sabio, también fuera un mago.

Los dos tomaron asiento en frente de él. Daelie se fijó entonces en algo en lo que su amigo, irónicamente, no había reparado: Oswald tenía las orejas redondeadas.

‒Disculpe la pregunta...‒ se atrevió ella a decir.‒Pero, ¿es usted humano?

Silvan le dio un codazo.

‒En efecto.

‒¿En serio?‒ preguntó Silvan, sin poder creérselo.‒¡Pero los humanos no tienen poderes!

Oswald le guiñó un ojo.

‒Eso es lo que queremos que penséis.

Se hizo un breve silencio que hizo que Daelie se sintiera de nuevo un tanto incómoda.

‒Bueno, tú debes de ser la nerephin que sueña con el fuego... ¿no es así?

Ella bajó la cabeza y asintió.

‒Silvan, ¿le explicaste lo que te dije?

‒Sí, señor.

‒¿Y bien?‒ preguntó el hombre, mirándolos a ambos.

‒¿Y bien... qué?‒ dijo el chico, al cabo de unos instantes.

El hombre se llevó una mano a la frente, en señal de desesperación.

‒Pensé que con lo que te dije el otro día había quedado bastante claro... muchacha, tú pareces más avispada, ¿qué conclusiones sacas?

Ella se quedó en silencio. La clase de silencio que se hace cuando una pregunta te asusta... pero temes aún más dar una respuesta absurda. Finalmente optó por no responder, antes que meter la pata. Se encogió de hombros.

El hombre dejó de acariciar al gato y este se bajó del escritorio y salió de la estancia en sigilo. Oswald suspiró.

‒Con sólo verte hoy, mis sospechas se han confirmado. Tu piel es de un tono demasiado cálido para un nerephin común, con ese color casi lechoso que lucen con el mayor de los orgullos... tu mirada tiene calidez. Muchacha, ¿quieres saber lo que eres?

‒¡Sí!‒ respondió ella, con el mayor de los anhelos.

‒Eres un río incendiado.

Silvan y Daelie se miraron, extrañados, nunca habían oído antes esa expresión.

‒¿Disculpe?‒ preguntó ella.

Oswald puso los ojos en blanco.

‒Pero, ¿qué os enseñan en la Escuela de Artes Élficas?‒preguntó.‒Si no sabéis lo que es, quiere decir que debéis descubrirlo vosotros mismos,

Ella se frustró. Había oído demasiadas veces eso a lo largo de su vida, a veces proviniendo de ella misma, otras de Madre Agua, y no pudo soportarlo más. Se levantó, y sin dar las gracias, ni decir nada, salió de allí.

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