El Misterio del Gran Charco

By AlejandroCalleOspina

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Tras descubrir accidentalmente al lado del instituto un misterioso charco que no cumple las características n... More

TODO COMIENZA...
LOS TRES A
EL SUEÑO
EL SEGUNDO GRUPO
DANIEL Y NOELIA
EL SECUESTRO Y LA CASA DE LOS TORRES
SÍRPOLIS
LA GUERRA DE SÍRPOLIS
EL FINAL
EPÍLOGO Y AGRADECIMIENTOS

HACE 170 AÑOS...

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By AlejandroCalleOspina


   Si no hubiese sido por lo que pasó esa mañana, creo que todo hubiese acabado ahí, en una experiencia paranormal, pero no, todo no acabó ahí.

Era la mañana del 20 de enero, realmente no había pasado mucho pero ya teníamos abandonado un poco el charco, aunque aún seguía ahí. Yo estaba desayunando junto a mi padre que también se había levantado pronto y estaba viendo las noticias. Aunque yo no les hacía mucho caso, porque estaba más centrado en mi desayuno comiéndomelo tranquilamente, el titular de una noticia me llamó la atención. El caso es que la noticia, trataba de una historia de hace 170 años que, aunque no había sido tan escuchada últimamente, aún se recordaba después de tanto tiempo, por lo importante que había sido. Al parecer, fue algo que sorprendió a las personas, entre ellas, a mí. Hay que ver que bien que se conserven los sucesos tan antiguos, porque si no fuesen por ello, actualmente no podríamos saber de dónde vienen algunas cosas. Nada más oírla, me apresuré a acabar mi desayuno y me preparé rápidamente para salir, ante la sorpresa de mi padre por la repentina prisa que tenía. Me despedí de él, me puse la chaqueta, cogí la mochila y me fui al instituto.

Llegué corriendo, al mismo tiempo que algunos de mis amigos también llegaban pero sin tanta prisa. Algunos ya estaban y como no, se dieron cuenta de mi apresurada llegada.

—¿Te persigue alguien? —me preguntó Víctor.

—No —respondí.

—¿Entonces? —preguntó Guillén.

—¿Habéis visto las noticias de esta mañana? —dije con entusiasmo.

—Yo, pero no me he enterado de nada —contestó Daniel adormilado.

—Yo sí. Han dicho que en el día de hoy hace 170 años, unos submarinistas desaparecieron y nadie supo más de ellos —comentó Arturo.

—Exacto —respondí.

—¿Y? —preguntó Marta al mismo tiempo que llegaba.

—Pues que unos submarinistas desaparecieron hace muchos años y por lo que he oído, en unas circunstancias parecidas a las nuestras —dije.

—Aquí está la noticia —anunció Natalia mirando en su móvil.

—Fijaros en que eran unos submarinistas, que bueno, a ellos les pasó en verano. Estaban descansando en la ciudad donde vivían, una ciudad como esta, sin mar cercano —dije.

—Según esto, lo más parecido que había en el momento de su desaparición, era un charco cercano a su casa —dijo Natalia.

—¿Esos son ellos? —preguntó Daniel señalando una foto en blanco y negro.

—Supongo —dijo Noelia.

—Dice que sus familiares contaron que días anteriores a sus desapariciones, dijeron que se iban a una expedición, pero los encargados de organizarlas, aseguraron que no tenían ninguna programada —leyó Guillén.

—Sigue pareciendo raro, pero bueno, me resulta curioso tantas coincidencias, mismo caso, misma situación... algo pasa aquí —comentó Víctor.

—Ya tenemos motivo para seguir investigando ¿no? —pregunté.

Todos asintieron entusiasmados.

En el primer recreo nos volvimos a reunir.

—Entonces, ¿por dónde empezamos ahora? —preguntó Daniel.

—Creo que deberíamos investigar sobre lo que ocurrió hace 170 años —respondió Arturo.

—Sí —coincidió Natalia.

—Tendremos que volver a buscar en internet y en libros —dijo Marta.

—Sí, tendremos que hacer eso —corroboró Noelia.

—¿Y si conseguimos la información de primera mano? —propuso Guillén.

—¿A qué te refieres? —preguntó Víctor.

—A que si le preguntamos a alguien que sepa de esto, le podremos conseguir toda la información que necesitemos —respondió Guillén.

—Pero para eso ya tenemos internet —replicó Víctor.

—Ya, pero a mi parecer será más fácil —continuó insistiendo Guillén.

—¿Y a quien le pretendes preguntar? —quiso saber Arturo.

—A Raúl —dije adivinando las intenciones de Guillén.

—Exacto —contestó él.

—Me parece bien —dijo Marta.

—¿Y quién le va a preguntar? —observó Natalia.

—Pues los más cercanos a tener la clase Historia, que somos Daniel, Arturo, Adrián y yo —propuso Noelia.

Para la clase de Historia. Noelia, Daniel, Arturo y yo, nos separábamos de Marta, porque ella daba la asignatura en bilingüe francés.

—Vale, ¿entonces le preguntamos nosotros? —dijo Daniel.

—Estaría bien —contestó Natalia al mismo tiempo que tocaba la campana.


Raúl, nuestro recién llegado profesor de Historia, era un hombre alto, de piel blanca, su pelo era negro, corto y rizado y sus ojos también negros. Hay veces que llega muy pronto, otras se toma su tiempo, pero hoy, diría que llegó puntual.

Las mesas iban de dos en dos, es decir nos sentábamos por parejas, había hasta tres columnas y cinco filas. Nosotros cuatro nos sentábamos cerca, Daniel y yo nos poníamos juntos en la tercera fila, en la parte de en medio. Noelia en la misma parte, en la fila de atrás junto con otra compañera y detrás de Daniel, para ser exactos. Arturo se sentaba en diagonal derecha, arriba mío, es decir, la segunda fila en la columna de la izquierda, con otro compañero. Antes de que llegase Raúl, nos apiñamos en mi mesa, para acordar lo que íbamos a decir.

—Bueno, mejor le dejamos terminar la clase, porque no creo que quiera resolver dudas nada más empezar —propuso Noelia.

—Estoy de acuerdo —contestó Arturo.

—¿Quién le llamará? —pregunté.

—Si queréis, yo —se ofreció Arturo.

—Preferiría que fuesen Daniel o Adrián que son los que están en medio, porque si le preguntas tú, igual yo no puedo oír bien —sugirió Noelia.

—Está bien —respondió Arturo.

—Esperemos que nos dé tiempo a preguntarle —comento Daniel.

Muy poco después, Raúl entró por la puerta, nos mandó sentarnos en nuestros sitios y abrir el libro y el cuaderno. Se gastó cuarenta y cinco minutos de los cincuenta que tenemos de clase. Al terminar nos ofreció empezar a avanzar, los deberes que había mandado. Daniel nos miró rápidamente y empezó a hablar.

—Raúl, ¿puedes venir? —dijo Daniel, levantando la mano.

—Sí claro —contestó al mismo tiempo que se acercaba a la mesa de Daniel.

Cuando llegó vio que Noelia estaba inclinada hacia nosotros.

—¿Pasa algo Noelia? —le preguntó Raúl.

—Ella, Arturo y yo, tenemos la misma pregunta que Daniel —respondí.

Entonces Raúl se giró para ver a Arturo que también estaba inclinado hacia nosotros.

—Bueno, está bien ¿Qué queréis saber?

—Es sobre Historia —contestó Daniel.

—Hemos leído que hoy, hace 170 años, desaparecieron cinco submarinistas ¿nos podrías decir algo al respecto? —continué.

Raúl puso cara de sorprendido y se colocó a mi lado, para no darle la espalada a Arturo.

—No pensé que me fueseis a preguntar algo así ¿Qué queréis saber exactamente?

—Todo lo que se pueda, nombres, algún dato llamativo... —dijo Noelia.

—Supongo que lo habréis oído en las noticias ¿no?

—Sí —respondió Daniel.

—¿Y qué habéis leído? —preguntó.

—Que eran cinco, que dijeron que se iban a una expedición, pero no había ninguna programada, que vivían en una ciudad sin mar como está y que era verano cuando desaparecieron —respondí.

—Sí, no había mar en su ciudad, lo más parecido eran charcos que se habían formado a causa de las lluvias de esos días, creo —añadió Noelia.

—Veo que sabéis mucho. Los nombres de los desaparecidos no los conozco. No obstante, más que vosotros solo sé, que puede que fuese aquí. No es seguro, pero lo intuyo porque aquí en nuestra ciudad, en el Museo de la Historia, se va a exponer durante una semana, unos trozos que se encontraron del diario del capitán, y sí, sus desapariciones fueron en una ciudad sin mar y para esas fechas hubo muchas lluvias y se formaron charcos —dijo Raúl—. Me resulta curioso que os interese esto, ¿hay algún motivo en especial?

Daniel negó con la cabeza.

—Bueno, siento no saber más. La verdad es que no ha sido un dato muy relevante en la historia. Podéis ir al museo si queréis, e investigar en internet a ver si encontráis algo más y me lo comentáis —acabó diciendo.

—Eso que nos has contado está bien, gracias —dijo Arturo.

—Chicos, podéis ir recogiendo que ya va a tocar la campana —dijo Raúl en voz alta, a la vez que miraba su reloj de muñeca.

Historia nos había tocado a cuarta hora, por lo tanto lo siguiente era recreo, así que aprovechamos ese rato para darles la información a los demás.

—¿Qué os ha contado? —preguntó Natalia.

—Lo mismo y dos cosas nuevas —respondió Noelia.

—¿Cuáles? —quiso saber Marta.

—Dice que no está seguro, pero que la ciudad puede que fuese esta misma donde estamos viviendo, Zaragoza —dijo Arturo.

—¿Queee? ¿Aquí mismo? —exclamó Guillén asombrado.

—Sí —contestó Daniel.

—¿Y lo segundo que os ha dicho? —preguntó Víctor.

—Que durante esta semana, van a estar expuestos en el Museo de la Historia, algunos trozos del diario del capitán de los submarinistas y por eso cree que esta es la ciudad —dije.

—¿Pues tendremos que ir no? —dijo Natalia.

—Cuanto antes —respondió Noelia.

—¿Este viernes por la tarde podéis? —propuso Arturo.

—Yo sí —contestó Daniel.

—Yo también —dije.

Al final todos pudimos y nos pusimos de acuerdo para ir el viernes por la tarde, al Museo de la Historia.


Era viernes por la tarde, había llegado el momento de ir al museo a ver que podíamos averiguar sobre estos antiguos submarinistas. Fueron llegando todos, el que más tardó fue Arturo, porque se paró a mirar los papeles que había por el suelo, ya que él tiene esa costumbre de mirar lo que pone en un papel. Papel blanco que encuentra en el suelo, papel que mira a ver que pone, porque como dice él, "por si acaso".

Entramos y nos atendió una de las recepcionistas del museo, por su placa de identificación supimos que se llamaba Sara, era una mujer con el pelo largo y negro tirando a castaño al igual que sus ojos.

—¿En qué os puedo ayudar? —preguntó Sara.

—Veníamos a visitar el museo —respondió Marta.

—¿Otros? —murmuró Sara.

—¿Qué has dicho? —dijo Guillén.

—Nada tranquilos. Aquí tenéis —contestó Sara, extendiendo varios planos.

—Gracias —respondió Arturo.

Entonces entramos.

—¿Por dónde podemos empezar? —preguntó Daniel.

—Deberíamos dividirnos —propuso Noelia.

—¿Cómo? —preguntó Natalia.

—Por parejas diría yo, el museo es grande y así vamos rápidos —contestó Guillén.

—Sí, yo voy con Noelia —se apresuró a decir Víctor.

Note que Daniel se les quedaba mirando.

—Daniel y yo juntos —continué.

Él me hizo un gesto de aprobación.

—¿Te pones conmigo? —le pregunto Arturo a Guillén.

—De acuerdo.

—Pues Natalia y yo juntas —dijo Marta.

Una vez elegidas las parejas nos separamos y empezamos a buscar, acordamos que en dos horas nos reuniríamos en el mismo sitio.

—Te he notado algo mal cuando Víctor y Noelia se ponían juntos ¿Pasa algo, Daniel? —le pregunté.

—No que va, ¿por qué dices eso? —respondió en tono de defensa.

Yo me le quedé mirando.

—Bueno nada, serán imaginaciones mías, dije sonriendo.

—¿A qué sala entramos? —preguntó Daniel tratando de evadir el tema.

—Espera que miro —respondí mirando el plano del museo.

Sara nos había dado varios planos, seis exactamente, pero como nos dividíamos de dos en dos decidimos llevar uno cada pareja y los que nos sobraron, los dejamos en una estantería. Por lo tanto, Daniel y yo llevábamos un plano.

—¿Eso qué es? —señaló Daniel en el mapa.

Miré un texto en el que ponía "Hace 170 años..." y empecé a leerlo.

—Los textos están repartidos por el museo —dije levantando la vista.

—¿En qué salas? —preguntó.

—Estamos cerca de una, terminamos este pasillo, giramos a la izquierda y al fondo está. Se llama "Historia en Texto" —respondí.

—Pero esa sala es muy grande, no sé si lo encontraremos — dijo poco convencido.

—Ya, pero la sala está dividida por hechos históricos más recientes, a más antiguos. No será muy difícil —contesté.

—Bueno está bien —dijo Daniel— ¿Tenemos alguna otra cerca?

—Que vea ahora no, pero por donde se han ido los demás sí —respondí—. Por si no lo han visto, escribámosles un mensaje, tú díselo a Víctor y Noelia y yo a los demás.

—De acuerdo.

—Marta y Natalia ya están allí y Arturo y Guillén van para allá, ¿Qué han dicho Víctor y Noelia?

—No me responden.

—¿A cuál de los dos has escrito?

—A Noelia —respondió Daniel en tono entristecido.

—Bueno igual ya han llegado y no lo han leído —dije intentando animarlo.

—Puede —respondió encogiéndose de hombros.

—Bueno, pues vamos a nuestra sala y le tomamos foto sin flash, a lo que encontremos.

—Vamos —dijo Daniel.

Dicho y hecho, fuimos a la sala. Tardamos un rato hasta encontrar lo que buscábamos, pero cuando lo hicimos, vimos que el papel, parecía que estuviese cortado. Le tomamos la foto y estuvimos un rato más buscando por si acaso, pero no hubo suerte. Decidimos volver a donde habíamos quedado.

—Adrián, un día te digo algo —me dijo Daniel cuando estábamos llegando al punto de encuentro.

—Dímelo ahora.

—No, ahora no —respondió lanzando una mirada hacia Arturo y Guillén que ya llegaban.

—Vale, pero me lo tienes que contar ¿eh?

Nos encontramos con Arturo y Guillén. Poco después llegaron los demás.

—¿Tenéis algo? ¿Le habéis tomado foto? —preguntó Marta.

—Nosotros sí, pero parece que este cortado —respondió Guillén.

—Igual que el nuestro —dijo Daniel.

—Puede que sea la continuación el uno del otro —comentó Noelia.

—Es posible —respondí.

—¿Vosotros tenéis algo? —preguntó Arturo a Víctor.

—No, nada —respondió.

—Pero si os mandé un mensaje de dónde podíais encontrar algo —le reprochó Daniel a Víctor.

—¿Y? No encontramos nada y ya —se defendió.

—Bueno, no pasa nada —dije tratando de calmarlos.

—Tendremos que juntar los trozos, pero hoy ya es tarde —comentó Natalia.

—¿Mañana podéis? —pregunto Noelia.

—Yo no, tengo algo familiar —respondió Víctor.

Al final todos, menos Víctor, pudimos. Quedamos en ir al día siguiente, al parque a las seis de la tarde, para juntar los trozos.

Cuando estábamos saliendo, me pareció ver desde la entrada, a unos compañeros del instituto, pasar desde la sala más próxima a otra. Algo que me resultó extraño.

—¿Qué pasa? —me preguntó Arturo.

—Nada, nada, da igual —le respondí.

Desde el museo, a cada uno nos venía mejor un camino que otro, así que nos separamos. Marta, Noelia y Víctor se fueron por un lado, Guillén y Natalia por otro y Daniel, Arturo y yo, por otro distinto. La casa de Arturo, era la primera por la que pasábamos, así que dejamos a Arturo y Daniel y yo seguimos. Daniel era el siguiente en llegar a su casa y como a mí, me seguía viniendo de paso, lo acompañé. Cuando me estaba girando para ir ya hacia la mía, me preguntó algo distinto de lo que veníamos hablando por el camino

—¿Me has notado algo tenso con Víctor, cuando nos volvimos a juntar en el museo?

Yo me giré.

—Diría que un poco, pero... no tanto.

—Espero que Noelia no se haya dado cuenta, porque no me gustaría que estuviese molesta conmigo —comentó preocupado.

—No creo, en todo caso, Noelia es buena amiga y dudo que le diese importancia. Y, por cierto, ¿Qué me querías decir antes?

En ese momento, le llego un mensaje de su madre.

—Lo siento tengo que subir ya —dijo mientras miraba el móvil.

—Bueno, pues ya me lo dirás, chao.

—Adiós —se despidió.

Y ahí ya me fui a casa, intuyendo el verdadero motivo de las preocupaciones de mi amigo.


Era sábado y eran las seis de la tarde, hacía una temperatura más o menos fresca, pero que se podía aguantar. Llegué al parque para reunirme con mis amigos y empezar a juntar los trozos y ver qué información podíamos sacar.

—Bueno, pues yo creo que podríamos empezar leyendo el trozo de Marta y Natalia que está completo —sugirió Daniel.

—Me parece bien —dijo Noelia.

—¿Quién va a leer los trozos? —preguntó Natalia.

—A mí me da igual —dijo Marta.

—¿Adrián? —me preguntó Natalia, mientras me miraba y extendía su móvil.

—Está bien —respondí.

"Si te has molestado en mirar esto, o eres un investigador, simplemente un curioso, o El Elegido. Optaría por lo último, si es así, ten paciencia y prepárate, pues no sabes lo que está por venir."

Yo me quede mirando la foto que habían tomado Marta y Natalia, en la que aparecía el texto.

—¿Alguien ha entendido algo? —acabé diciendo, mientras le devolvía el móvil a Natalia.

Todos estaban igual que yo.

—O sea que antes de su desaparición, escribieron sobre un elegido y de lo que está por venir —continué.

—Maravilloso —dijo Marta con cierta ironía.

—Esto es muy sorprendente —dijo Noelia pensativa—. Bueno, tendremos que pensar antes de actuar, ahora mejor leamos el siguiente.

—Sí, miremos a ver si los trozos de Guillén y el mío y el de Daniel y Adrián van juntos —dijo Arturo.

—¿Leo otra vez yo? —pegunté.

—Si quieres... —respondió Marta encogiéndose de hombros.

Guillén me pasó su móvil. Antes de leerlo en alto lo leí por encima, para ver si coincidían.

—Sí, son la continuación el uno del otro, vamos a ver que pone:

"Para el descubrimiento volver a hallar, tú te debes arriesgar, unos cuantos pasos bajo el mar, tú has de dar. Solo un poder has de poseer, para que tú y tus acompañantes, podáis obtener, la entrada a la Ciudad de Sírpolis y enfrentarte a mil peligros y más. Solo si tu equipo tiene lo que hay que tener. Nosotros fallamos y ahora les toca a los siguientes guardianes de los sirpolitanos. A pesar de que años pueden pasar, solo a los Elegidos la puerta se les abrirá, y valor han de tener, para las mil aventuras que les van a suceder."

—¡Ahh! —exclamó Daniel—. No entiendo nada.

Noelia se rio.

—Si los submarinistas escribieron esto, por algo sería ¿no? —dijo Guillén.

—Ya, pero podrían haber explicado más y ser más claros, si querían que el mensaje llegara a alguien—respondió Natalia.

—Es verdad —coincidió Arturo.

—En conclusión, al parecer, puede haber una ciudad debajo del charco, puede que nosotros seamos los Elegidos, necesitamos poderes y hay peligros ¿no? Bueno, pues eso es facilísimo, para nada es de película —dijo Marta haciendo un poco de burla.

Nosotros nos sonreímos.

—Pues aquí no sale nada de Sírpolis —dijo Natalia mirando el móvil— ¡Ah! y mandar las fotos de los trozos, para que todos las tengamos.

—Buena idea —dijo Marta.

—Bueno, pues si queremos seguir tendremos que investigar más —observó Noelia.

—Sí, yo quiero saber que pasa —continuó Daniel.

—Y yo —respondí.

Todos estábamos de acuerdo en que era todo increíble, pero también, que queríamos seguir investigando.

—Bueno, aún es pronto ¿os apetece ir a jugar un partido de fútbol a la cancha de aquí al lado? —propuso Arturo.

Guillén sonrió.

—¿Qué pasa? —le preguntó Arturo a Guillén.

—Nada que así empezó todo ¿recordáis? —respondió Guillén.

Todos nos reímos.

—Es verdad —dijo Natalia.

—Bueno, si queréis, sino, no pasa nada —dijo Arturo.

—Que va, por mi genial —respondió Guillén.

—Digo lo mismo —añadió Daniel.

—¿Y con qué pelota? —observó Noelia.

—Echo una carrera a mi casa y traigo una —se ofreció Daniel.

—Está bien —dijo Natalia.

—Si quieres te acompaño —le dije.

—No hace falta —respondió.

Y así fue, Daniel llegó a su casa corriendo y volvió con una pelota en sus manos, afortunadamente, íbamos con la ropa adecuada. Fuimos a la cancha, allí había un chico que nos pidió jugar y lo aceptamos. Formamos equipos de cuatro, Arturo y Daniel eran los porteros de cada equipo. Guillén, Natalia y el otro chico eran los que se movían por el campo para el equipo de Arturo. Y Marta, Noelia y yo, los del equipo de Daniel. Estuvimos una media hora jugando, he de decir que estuvo reñido pero al final mi equipo ganó tres a dos al otro.

—Los dos primeros goles estuvieron buenos, pero porque me la liaste pasándole el balón a Marta que marco el tercero y por el paradón de Dani, que si no, igual os empatábamos o incluso os ganábamos —me dijo Arturo mientras salíamos de la cancha.

—Venga no te piques —le dijo Daniel riéndose.

—Eso, además... ¡así es la vida! —le dije a Arturo riéndome–. Y vuestros goles, no han estado mal.

Al final todos acabamos riendo. Vimos que se había hecho tarde y decidimos irnos.

—Bueno, nosotros nos vamos por ahí —dijeron Guillén y Natalia señalando.

—Vale —respondí.

Yo le iba a decir a Daniel de irnos juntos pero lo dejé.

—¿Por dónde te vas? —le preguntó Daniel a Noelia.

—Por ahí —respondió Noelia señalando con la mirada.

—Ah pues por ahí, yo también puedo ir a casa —dijo Daniel—. ¿Te importa si voy contigo?

—Para nada —contestó Noelia.

Entonces alguien me tocó el hombro.

—Déjalos ir solos —me susurró Marta.

Yo asentí y Daniel con su pelota y con Noelia ya se empezaban a ir.

—Adiós —dijeron.

—Adiós —nos despedimos.

—¿Te vienes conmigo? —me preguntó Marta.

—Vale —respondí.

—¿Puedo ir con vosotros? —nos preguntó Arturo.

Nosotros lo miramos.

—Bueno, por mi bien —dije.

—Por mí también —añadió Marta.

—Gracias —dijo Arturo.

—Nada —respondimos.

Y entonces los tres, nos fuimos.

Pasamos un buen rato y es un bonito momento que siempre recordaré. Además, así también logramos despejarnos de todo eso que nos estaba ocurriendo y como decía el trozo del diario del museo, sin saber aun lo que nos esperaba...


Al día siguiente, domingo, estuve jugando por la mañana con Víctor a un videojuego. Entonces, estábamos en llamada para jugar mejor y ya llevábamos unas cinco partidas .En la primera y cuarta, nos eliminaron pronto, pero no nos rendíamos porque el juego tenía misiones y teníamos que hacer ciertas cosas, para completar las misiones y poder ganar recompensas. Antes de ir a por la sexta partida, estuvimos hablando un rato sobre nuestras cosas, sobre el charco y sobre el día anterior.

—¿Una más? —le pregunté

Víctor se río.

—Va —respondió—. Ah, Adrián, antes de empezar, te quería preguntar algo.

—Dime.

—¿Cómo va lo de la cosa esta? —preguntó.

—¿Cuál? —respondí sin entender lo que decía.

—Ya sabes, lo del charco este —respondió.

—Ah, bueno, ahí sigue, no ha desaparecido ni nada.

—Desde luego que todo esto es alucinante. ¡Ah! y oye... —empezó a decir, pero lo interrumpió una voz—. Espera, que me llaman mis padres.

—De acuerdo.

Entonces aproveché para retirarme los cascos pero pudiendo aún oírlo. Minutos después volví a oír una voz por los cascos y me los puse.

—¿Adrián? —preguntaba.

—Sí, aquí estoy.

—Vale nada, que se me había olvidado guardar una cosa —dijo Víctor.

—Uy, muy mal ¿eh? —dije en broma.

Él se río.

—¿Por dónde íbamos? Ah sí, ¿Qué tal fue ayer, qué pasó?

—Pues nada, estuvimos juntando los trozos y después jugamos un partido de fútbol todos juntos.

—Ah, guay, ¿y que ponían los trozos?

—Ahora mismo no lo recuerdo, pero lo tienes en el chat del grupo.

Él se calló un momento.

— Es verdad, perdón, no lo había visto —se disculpó.

—No pasa nada.

—¿Y Noelia? —preguntó.

—¿Qué pasa con ella? ¿Le ha pasado algo?

—No, no, solo quería saber que tal está y que hizo.

—Ah, pues está bien, hizo lo que hicimos todos, nada más ¿por? ¿Discutiste con ella? —pregunté intuyendo lo que quería saber.

—No, no hemos discutido. Por cierto, cambiando de tema, estaba leyendo los papeles, pero no entiendo nada ¿habéis conseguido descifrar algo?

—Para nada, solo tenemos teorías —respondí.

—Vaya ¿y cuáles son?

—Pues, que los elegidos podríamos ser nosotros, que Sírpolis es una ciudad escondida o algo así y que el charco es como la puerta para entrar en ella, pero no entendemos como puede ser —contesté—. ¡Ah! y que necesitamos unos dones.

—¿Y buscasteis algo sobre Sírpolis?

—Sí, pero no encontramos nada.

—Pues entonces no sé —dijo Víctor—. Bueno, sigamos con la partida, ¿cómo crees que debemos jugar?

Yo seguía pensando en el charco.

—¿Adrián?

—Sí, sí, aquí estoy —respondí—. Creo que deberíamos no atacar tanto y quedarnos más en el centro, escondernos y cuando vengan los otros eliminarlos y atacar cuando no puedan hacer nada, porque si vamos al ataque todo el rato, nos pueden eliminar o ir ellos también.

—De acuerdo, respondió—. Y bueno, mañana en los recreos, podríamos recapitular todo lo que tenemos hasta ahora.

—Buena idea, luego lo proponemos por el grupo.

—Vale.

Después, continuamos jugando.


Esa tarde saqué a mi perro y volví a pasar cerca del charco. Seguía teniendo esa extraña sensación y me fui acercando hasta estar casi a la orilla. Sentía gusto de estar ahí, no sabía si era por mi afición a la natación o porque simplemente me gustaba. Volví a escuchar esa suave brisa, que me parecía como un susurro.

—¿No pensarás volver a meterte? —preguntó una voz que me sacó de mi profundo pensamiento.

Me giré hacia donde venía la voz.

—Mira, que esta vez no está tu amigo para que te ayude, me parece que salió hace ya un rato —continuó la voz.

Volvía a ser él, César, el conserje. Yo me sonreí.

—No tranquilo, por ahora no lo volveré a hacer —respondí.

—Por ahora dice...

—Bueno, César, que me tengo que ir.

—Hasta luego, que te vaya bien y cuídate —respondió César.

Entonces me fui.

Lunes, ese día nos tocaba Biología, bueno, al menos a mí y a los que iban conmigo a clase. Una vez pasadas esas dos primeras horas y llegado el recreo, nos reunimos todos como siempre.

—Bueno, entonces recapitulamos ¿no? —preguntó Noelia.

—Sí, será lo mejor —respondí.

—Pues tenemos, que al parecer, hubo unos submarinistas que desaparecieron —dijo Arturo.

—También, que debajo del charco, cabe la posibilidad, no sé cómo, de que haya una ciudad —continuó Marta.

—Y luego, están los mensajes que dicen que hay unos aliados, que puede que seamos nosotros, que necesitan unos poderes y que no sé de dónde se sacarán —aportó Daniel.

—Exacto —dijo Natalia.

—No tenemos nada más ¿no? —pregunto Víctor.

—No —respondió Noelia.

—¿Algo que decir? —me preguntó Guillén al verme pensativo.

Yo tenía la cabeza hacia abajo y la levanté para mirarlo y responderle.

—No.

—Bueno, pues de momento, eso es todo, ya veremos que más sale —dijo Noelia.

—Sí —contestó Guillén.

Ya habíamos recapitulado y como quedaba un poco más de recreo, seguimos con nuestras cosas.


Habíamos acabado ya el instituto, por ese día. Yo estaba volviendo a casa con Dani. Esta vez no iba nadie más, porque algunos tenían que irse pronto.

—Oye, a ti te pasa algo —observó Daniel.

—¿A mí? Nada, no sé por qué lo dices.

—No sé yo, ¿será que últimamente estás pensando en alguien en particular? —me preguntó Daniel en un tonillo... especial.

—Que va —respondí.

—Bueno, bueno, lo que tú digas —dijo riéndose.

— ¿Es que desconfías? —le pregunté.

—Ah, no, no, lo que tú digas.

—Igual eres tú el que tiene a alguien en especial...

Él se calló un momento y me apartó la mirada.

—No —acabo diciendo.

Yo me quedé mirándolo y hubo un momento de silencio.

—Bueno, igual si me pasa algo, pero no es nada malo, es más, yo creo que no soy el único que lo siente —continué diciendo.

—Ah, ¿y qué es?

—Algún día te lo digo —le dije en tono de broma.

El capto la referencia.

—O si quieres, puedes empezar diciendo lo tuyo...—comencé a decirle.

—Mejor en otro momento —respondió.

Yo suspiré resignado y me reí.

Ya estábamos debajo de su casa y nos íbamos a despedir pero de repente...

—Espera, calla un momento, —le dije mientras lo llevaba hacia detrás de un arbusto.

—¿Qué pasa?

—Mira hacía el charco —respondí

Él miró y dijo:

—Ah, hay unos encapuchados.

—Exacto —respondí—. ¿No te parece algo raro?

—Bueno, puede que solo se hayan reunido para... ya sabes... eso que se suele ver a estas horas —dijo Daniel con cierta picardía.

—Puede ser, pero... no sé — cuchicheé. A mí se me ocurren dos cosas: o que solo estén hablando y por el frío vayan encapuchados, o que están tramando algo.

—¿Y, qué crees que es?

—Podría ser lo mismo en lo que estamos metidos nosotros.

—¡Te refieres al charco! —exclamó Daniel asombrado.

—¡Shhh!... —le hice bajar la voz—. Sí, puede ser.

—Bueno, es una posibilidad —dijo Daniel—. Y mira, llevan mochilas, o sea que pueden ser del instituto y por su estatura, puede que de nuestro curso.

—Es verdad, vamos a hacer esto. Tú sube a tu casa y yo paso lo más cerca posible de ellos para ir a la mía, hago como que hablo por el teléfono pero les tomo fotos y luego os las mando y lo digo por el grupo o ya os comentaré mañana lo que oiga. ¿Te parece bien?

—Sí —respondió.

Y tal como lo habíamos planeado, Daniel se fue a su casa y yo pasé cerca de ellos pero guardando las distancias, para que no pareciese muy sospechoso y a la vez, hacía como el que hablaba por teléfono. Había nueve personas en semicírculo mirando al charco, por lo que me daban la espalda. Algunas encapuchadas, otras con bufandas y otras con ambas. En definitiva casi no se les veía la cara. Cuando estaba pasando, vi que se cerraban más en círculo para hablar. Yo ya había tomado unas cinco fotos.

—Tenemos que volver al museo a ver si hay más papeles del diario de los submarinistas esos —dijo una voz para mi sorpresa.

—Estoy de acuerdo —dijo una segunda.

—Callar —dijo una tercera voz.

Cuando dijo eso, miré disimuladamente y vi que los que formaban el círculo, dándome la espalda, ahora me estaban mirando. Yo tomé unas últimas fotos, hice como que me despedía, colgaba el móvil y, me fui a casa, con paso más ligero.

Llegué a mi casa y miré rápidamente las fotos. Algunas no se veían muy bien y en otras, no se les veía casi las caras por lo tapados que iban, cosa que me dio algo de rabia. Me parecía todo muy intrigante, como que fuesen tan enmascarados ¿por qué querrían ocultar sus rostros? La conversación que tenían daba más a entender que también estaban interesados con el charco. Eso quería decir que... ¿había un segundo grupo? ¿Serían buenos o malos? ¿Podríamos unir fuerzas con ellos? Si eran buenos, sí, pero si no lo eran, no sería muy buena idea. Fuese lo que fuese teníamos otra cosa que investigar y ver si eran un problema o no. Decidí contárselo al día siguiente a mis amigos, sería mejor hablarlo en persona ¿Qué dirían ellos?

Estaba dejando la mochila, cuando me sonó la notificación de los mensajes del móvil, la dejé y cogí el teléfono, vi que era Daniel, me preguntaba qué es lo que había pasado y le expliqué que sería mejor contárselo mañana a todos en persona, él respondió con un vale. Ya iba a dejar el móvil para ir a comer, pero me volvió a sonar, pensé que era otra vez Daniel pero no, el mensaje era de otra persona, ponía: "Llegamos el viernes".

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