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By aliceindrama

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«Porque, yo no soy ella y tú no eres él. Afortunadamente». Historia dedicada a dos personas, las cuales amo... More

Importante.
Sinopsis.
Prólogo.
Capítulo uno.
Capítulo dos.
Capítulo tres.
Capítulo cuatro.
Capítulo cinco.
Capítulo seis.
Capítulo siete.
Capítulo ocho.
Capítulo nueve.
Capítulo diez.
Capítulo once.
Capítulo doce.
Capítulo trece.
Capítulo catorce.
Capítulo quince.
Capítulo dieciséis.
Capítulo diecisiete.
Capítulo dieciocho.
Capítulo diecinueve.
Capítulo veintiuno.
Capítulo veintidós.
Capítulo veintitrés.
Capítulo veinticuatro.
Capítulo veinticinco.
Capítulo veintiséis.
Capítulo veintisiete.
Capítulo veintiocho.
Capítulo veintinueve.
Capítulo treinta.
Epílogo.
Agradecimientos.

Capítulo veinte.

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By aliceindrama

Todas las producciones que se llevaban a cabo en aquella cadena televisiva, se unieron para realizar una fiesta de Halloween, ya que faltaba un día para el treinta y uno de octubre.

Cada vez, faltaba menos para acabar las grabaciones en La Mujer del Retrato, Martín Alonso anunció que, para el mes de febrero del año 2005, estarían cerrando el set.

Le habían avisado a todo el elenco, que pronto culminarían su labor en esa producción, trayendo consigo sentimientos encontrados. La mayoría, estaban acostumbrados a las emociones que se desataban al final del trabajo. Sin embargo, les resultaba imposible no despecharse un poco con la noticia.

―Corte ―exclamó el director, ordenando apagar las cámaras. Habían terminado por ese día―. Nos vemos mañana, muchachos.

Chantal, junto con Virginia, Carlos y otros actores más, terminaban de filmar una escena que consistía en una cena familiar bastante incómoda dentro de la película.

Todos se retiraron a sus respectivos camerinos, a fin de cambiarse la ropa y retirarse.

Al día siguiente, debían seguir grabando hasta la tarde, porque a partir de las siete empezaría la fiesta de Halloween.

Virginia y Carlos, quienes se ignoraron la mayor parte de los descansos entre las escenas; se despidieron por mera cortesía y cada uno cogió a su camerino.

Augusto le marcó a su esposa, soltándole que la estaba esperando abajo en el coche, junto al chofer y los guardaespaldas.

La idea de que ella no usara escoltas, lo timbraba, pero Virginia le dejó en claro que prefiere su privacidad, y las fans se portaban lindas con su persona, hasta ahora no había sufrido algún altercado que requiera la presencia de hombres cuidándola todo el tiempo.

―Hola, cariño ―le saludó dentro del auto como si nada, como si él fuera el centro de su vida. Lo besó brevemente―. ¿Qué haces aquí? ―preguntó desilusionada, mientras se cambiaba el vestuario en su camerino pensó en hablar con Carlos, la situación de su alejamiento la tenía consternada. Sin embargo, ya no lo haría, no con su esposo allí. Además, llevaban rato en carretera. Su casa, quedaba un poco aislada de la ciudad.

―Pareciera que no te agradara verme ―expresó, con el ceño fruncido.

―No es eso, claro que sí, me encantó ―fingió una sonrisa, usando sus dotes histriónicos―. Estoy cansada, es todo.

Augusto, no muy convencido le cambió el tema hasta que llegaron a la mansión. Cada uno cogió un rumbo, ella al sanitario y él al despacho a continuar con su trabajo pendiente. Debía viajar dentro de dos días, y todavía le faltaba revisar el discurso que su agente le estaba preparando.

Virginia encendió la televisión, después de colocarse el pijama. El cabello le goteaba en las puntas, que recién cortó en el salón de belleza. Ya la servidumbre preparaba la cena, lo adivinaba por el olor a verduras sancochándose. Ella no tenía apetito, se dedicaba a morder un lapicero, es una mala maña que adquirió a los doce años de edad.

Con la otra mano, sujetaba el mando a distancia e iba pasando de canales, a su vez que los ojos se le cerraban solos, sentía un peso incontrolable en el cuerpo. Continuó cambiando la programación, hasta que decidió sintonizar en donde transmitían una película que de seguro ella había visto antes. Se acomodó mejor en la almohada, y no supo cuando dejó que el sueño la arrastrara.

La empleada de servicio, subió y le llevó la bandeja con la cena servida. Tocó varias veces, pero al no tener una respuesta entró sin más. Dejó la bandeja en la mesita de noche y se marchó.

Dos horas después, Augusto acabó y se metió a la ducha un rato, se colocó un pantalón de chándal y se acostó junto a su esposa. Apagó el televisor, y trató de descansar.

A la mañana siguiente, Virginia despertó y después de asearse y tomar un ligero desayuno, se marchó al apartamento de su hermana. Evitaba a toda costa, usar el chófer personal que su marido le había asignado. Sí, ella tenía muy en cuenta que era toda una celebridad, y aparte primera dama del Estado. Condujo por sí misma, y cuando llegó ya Gisela la esperaba abajo.

― ¿Conseguiste el disfraz? ―preguntó, dejando su cartera en la encimera de la cocina.

―Sí. ―Lanzó un bostezo.

― ¿El de las dos?

―El de las dos, sí ―respondió cansada.

―Tenemos que ir a este lugar a buscarlos ―dijo la rubia, enseñándole un papel con una dirección escrita.

―Iré yo, no hay problema.

Gisela se fue a su habitación, para cambiarse de ropa y partir al canal. Virginia, la esperaba en la que fue su recamara mirando algunas cosas que guardaba en las gavetas.

Al cabo rato, las hermanas Moreno arribaron al foro y se desviaron a hacer sus asuntos.

― ¿No tenías que reunirte con Marlo? ―inquirió la pelinegra, viendo como Gisela continuaba su camino junto a ella.

―Primero debo conversar unas cosas con Martín, ya luego veo a Marlo. ―Se encogió de hombros.

Virginia corrió a su camerino a cambiarse, para luego deslizarse al área de maquillaje y peinado. Le esperaba un día ajetreado.

―Buenos días, mi querida Chantal ―saludó con efusividad, la morena.

― ¿Qué tal, Virginia? ―Se besaron en la mejilla, después de toparse en el mismo espacio de maquillaje. Las estilistas, le aplicaban la base correctora a Chantal.

La pelinegra tomó asiento en otra silla, y otra mujer empezó por limpiarle el rostro con un gel.

―Bien, ¿y tú?

―Estoy bien, gracias. ¿Cómo te preparas para esta noche?

―Genial, ya tengo mi disfraz, ¿tú vendrás?

―Sí, pero no me quedaré mucho. Ya no estoy para estas cosas.

―No digas eso, estás fresca todavía. ―Le guiñó un ojo, y las dos rieron.

―Me iré temprano de todos modos. Ahora, cualquier cosa me cansa ―contestó.

―Lista, señora Andrade ―intervino una chica, se quitó el delantal y se retiró.

―Quedé como la auténtica villana ―se burló de su maquillaje, mientras causaba risa a Virginia y a la otra estilista.

―Y yo estoy quedando como la llorona de María ―bromeó, aunque era verdad. Era la palabra, que más definía a su personaje.

Dentro de la ficción, ese par se lanzaba dardos aniquiladores y cargaban con un rencor increíble. Sin embargo, fuera de los reflectores eran muy cercanas, y grandes amigas. Antes grabaron una película juntas, en los inicios de la carrera de Virginia.

La maquillista las dejó solas, y Chantal aprovechó para conversar con la morena sobre algunas cosas importantes, entre esas, advertirle sobre las sospechas del resto del elenco en cuanto a su cercanía con Carlos.

― ¿Qué...Quién? ―Virginia quedó muda, palidecida en su totalidad. Las manos se le enfriaron, y se sujetó fuerte de la posa brazos. La vergüenza la nubló, y de repente bajó la mirada a su regazo.

―Veo que no tienes la mínima idea, pero sí, estoy siendo muy honesta ―declaró, en un tono de voz neutral―. En la hora del descanso, varios compañeros lo comentaron. No me gustó su abuso porque, aunque sea verdad lo que sospechan o dicen, se deben abstener de decir eso, pueden meterse en problemas.

A medida que Chantal le contaba abiertamente y en entera confianza, cada cosa vista y escuchada por ella misma, Virginia quedaba más boquiabierta que hace un segundo.

―Pero, ¿qué?, pero, ¡¿cómo?! ―exclamó horrorizada. Ahora se dio cuenta, que no estaban siendo para nada discretos.

―Como escuchaste, niña ―espetó, con las cejas arqueadas―. Y es lo que yo sé, ve tú a saber qué dirán en mi ausencia.

Virginia pasaba las manos por su cara, desesperada y preocupada.

― ¿Le has dicho de esto a Carlos? ―preguntó, en un hilo de voz. Cualquier movimiento junto a él, el más mínimo comentario los llevaría al acabose.

―No, justo estoy confesándotelo a ti ―respondió―. Creí que tú podrías decírselo.

―Yo no lo―

―Está bien, querida. ―Hizo un ademán, para que le restara importancia―. No tienes que explicarme nada, con que tú lo tengas es cuenta es suficiente para mi conciencia.

―Gracias, Chantal, en serio. ―Le tomó la mano, y se la apretó.

―No es nada, Virginia. ―Se sonrieron y partieron al set de grabación.

Continuó el día sintiéndose insegura, ni siquiera se atrevía a mirar a Carlos, por el miedo de quedar al descubierto.

Por otro lado, Carlos intentaba buscarle su atención por medio de la mirada y fallaba. Realmente ansiaba conversar con ella, no sabía si tenía oportunidad a la hora de la comida, o si asistiría a la fiesta de Halloween de esa noche. De lo que estaba cien por ciento seguro, era que le costaría un montón sacarle una plática, pues se le veía esquiva, renuente y odiosa. Tanto así, que no la había saludado por temor a lo que ella pueda decirle, aún estaba herido. No había transcurrido demasiado tiempo, pero para ambos parecía un milenio.

Gisela intercambió información con Martín, y después de despedirse de su hermana se marchó a su verdadera cita de negocios, con el director Marlo.

Dadas las cinco y media de la tarde, Martín salvador despachó al elenco a casa, a fin de que se preparasen para la festividad de esa noche.

El canal televisivo, se decoraba con telarañas artificiales, calaveras falsas, luces de colores y una máquina de humo, arañas e insectos de plástico, canasta en forma de calabazas maquiavélicas, dándole ese toque macabro que se quería lograr por parte del personal de utilería que se encargó de adornar todo el salón de fiesta, el exterior e interior del canal.

Carlos llegó a casa, saludó a su esposa e hija, ambas miraban una película en la televisión de la sala de estar.

―Qué raro que estés temprano aquí, papi ―dijo una Cristina de ocho años, con el ceño fruncido. Vivian lo vio de reojo―. Pero, me alegro mucho.

―Hola, preciosa; debo arreglarme para irme de vuelta al set. Tengo un compromiso.

― ¿Puedo ir contigo? ―inquirió, haciendo un puchero.

Carlos estaba a punto de ceder, sin embargo; Vivian intercedió.

―Hija, es una reunión donde no permiten niños ni esposas ―espetó―. Ni siquiera iré yo.

―Oh ―contestó con un deje de tristeza―. ¿Cuándo podrás llevarme a tu trabajo?

―Muy pronto lo haré ―prometió, dudando si realmente lo cumpliría―. Iré arriba.

―Ya te alcanzo, cariño ―agregó Vivian, sonriéndole.

Él asintió y despareció por las escaleras.

Sacó del armario su disfraz, consistía en una réplica del personaje del cómic Batman. No estaba seguro si colocarse ese atuendo, creía que se vería ridículo y anticuado. No obstante, lo dejó sobre la cama y se metió a bañar.

Por otro lado, Virginia condujo hasta el sitio donde tenían su disfraz y el de Gisela. La dependienta la reconoció, y le pidió un autógrafo. Con mucho gusto, la morena se lo firmó y se retiró con el vestuario.

A todas estas, ella no tenía en cuenta cuál era su disfraz para esa noche. Solo le dijo a su hermana, que quería algo acorde a una fiesta de Halloween. De camino a casa, se detuvo en un semáforo y ojeó por encima el traje. Abrió la boca, incrédula que Gisela haya escogido eso para las dos. La luz cambió a verde, y arrancó.

Apenas llegó a casa, le entregó el disfraz a Gisela y se marchó a su habitación para acomodarse. Una hora después, estuvo lista y se retocaba el labial; optó por un maquillaje tenue, un poco de rubor, rímel, creyón y un brillo rosita en su boca.

Salió enseñando sus piernas tras unas medias pantis color negro, calzando unos tacones del mismo color; un vestido azabache muy arriba del muslo, con mangas largas, cubriéndole el cuello y parte de las clavículas en un tono blanco. Una cadena con un dije de cruz y en la cabeza, llevaba el cabello suelto y un velo negro, con una cinta blanca.

―Hermana, estás ardiente ―halagó Gisela, soltando un silbido―. La monja sexy, atrapará muchos pecadores con esa faldita.

―Cállate, babosa. ―Rodó los ojos, y estiró los labios en una sonrisa―. Espero atrapar al que me interesa.

 ―Por Dios ―exclamó emocionada―. ¿Qué harás?

―Ni yo misma lo sé, tengo un presentimiento. Algo pasará esta noche.

―Ay, Virginia...

Por otro lado, Gisela vestía un traje de diabla, con una diadema con cuernos en rojo, una cola puntiaguda, un conjunto en negro y rojo de pantalón y camisa y unas botas altas. Ah, y el infaltable tridente de satanás. Se hizo un maquillaje que combinara, y se amarró el cabello en una coleta de caballo.

Reproduzcan la canción, pero como vaaan :3

Salieron disparadas, y abordaron el coche. Los paparazzi las fotografiaron de lejos.

Llegaron al canal, con gafas oscuras puestas y gabardinas cada una. De igual forma, algunas fans pidieron autógrafos y fotos, complacieron a algunas y se adentraron al sitio.

―Que calor hace ―profirió Virginia, sacándose la gabardina y las gafas. Terminaban de recorrer el pasillo que daba al estudio donde se realizaría el agasajo.

Había personas por doquier, sin embargo; no se sentía agobiante. El servicio catering hacía su trabajo, repartiendo botanas y asegurándose que todo esté en orden.

Gisela se reunió con un grupo de personas, halando a Virginia con ella. Sin embargo, parloteaban de guiones, puestas de escena y ya estaba aburriéndose. Se excusó y fue a la barra que los del servicio habían instalado allí. Tomó asiento en el taburete, y pidió un whisky.

A lo lejos vio un grupo de hombres, sumidos en una conversación que no lograba escuchar, por la música tan alta. Varios disfrazados de personajes icónicos, se sonrió y bebió de un tajo el líquido etílico.

―Sírveme otro, por favor ―ordenó arrugando la cara, dejando de un golpe el vaso de cristal sobre la encimera.

El bartender, la miró de arriba abajo y le sirvió el trago.

― ¿¡Virginia!? ―escuchó su nombre, y enseguida se volteó en dirección a los hombres. Resulta, que ahora solo había uno y estaba sentado en un taburete.

―Hola, ¿cómo está? ―Debido a la poca claridad del sitio, la música y el barullo le impedían reconocer al sujeto. 

El hombre con el disfraz de Batman, tomó su bebida y la arrastró con su cuerpo hasta situarse en el banquillo al lado de la morena.

Virginia, olfateó el perfume de Carlos y lo reconoció al acto. Se removió en el asiento, y comenzó a beber del whisky.

―Estoy muy bien ―dijo él―. Extrañándote.

―Yo también, no tienes idea ―susurró en su oído. El miembro de Carlos palpitó―. Separarnos fue muy mala decisión.

―Te tardaste mucho en darte cuenta.

Sus cuerpos estaban cerca, emanando calor placentero con solo tenerse así.

―Me di cuenta al instante, pero no podía remediarlo.

―Sí podías ―espetó.

―No hablemos de esto, por favor ―pidió, escudriñándolo con la mirada.

Ellos, olvidándose de todos y todo a su alrededor, conversaban y entre tanto comentaban algunos disfraces que pasaban frente a su vista. Tarareando algunas canciones que sonaban por el altavoz. Habían declinado del whisky, ahora bebían tequila.

― ¿Qué hace Batman aquí? ―cuestionó, enarcando una ceja, seductora―. ¿Por qué no está salvando la noche?

―Porque está por encaminar a una monja al convento ―respondió con la voz pastosa―. Creo que se ha descarrilado.

― ¿Bailamos? ―Él le asintió, y se levantaron a la pista.

Una melodía eufórica, le latió en las venas y les aceleró el torrente sanguíneo. Virginia movía los brazos al ritmo de la canción, que bien no los definía en su totalidad; podían identificarse por encima. Carlos, se reía y le seguía los pasos a la mujer con la cual bailaba. Soltaban risotadas, obviando su panorama, las miradas que se lanzaban enseñando su complicidad a través de ellas. Virginia se sacó el velo, dejándolo sobre un banquillo y se alborotó el cabello con la mano. Con sumo cuidado, le quitó el antifaz a Carlos y le pasó los brazos por el cuello, entre tanto bailaba con afán muy cerca de él.

Tres minutos transcurridos, luego de la canción y se hallaban comiéndose a besos en el camerino de ella. Sin pasar el pestillo, pegados a la puerta y exudando lujuria y pecado. Virginia, enroscó las piernas alrededor de la cintura de él y lo pegaba a su cuerpo como su fuera posible.

―Por favor, estoy muriéndome ―gimió, casi en una súplica. Lo acariciaba por todos lados, sin poder parar de jadear―. Tócame, Carlos ―pidió, sobre sus labios.

―Una propuesta indecente, Sor Virginia ―se burló, rastrillándole el labio inferior con los dientes.

La llevó al sillón y la acostó, Virginia abrió las piernas dejándole su parte más íntima a merced de Carlos, quien soltó un improperio y le alzó la faldita. Vio unas bragas color rosita, y asomó una sonrisa. Tocó por encima, encontrándolas húmedas. Virginia se mordisqueó el labio, con la respiración acelerada. La observó con deseo y sin pudor, le arrimó las bragas y le acarició el clítoris.

―Oh, Dios ―exhaló la pelinegra, cerrando los ojos.

Carlos, llevó dos de sus dedos a la cavidad vaginal de Virginia y los movió con rapidez, a su vez le apretó el delicado botoncito haciéndola estremecer. Su miembro erguido, dolía de la excitación y con dificultad lograba aguantar las ganas de penetrarla de una vez. Continuó y aceleró, ahora introduciendo otro dedo y llevándola al extremo con sus caricias y dejándola irse en un orgasmo delicioso. Virginia se carcajeó, y sin importarle los espasmos que su experimentado cuerpo atravesaba se incorporó y se lanzó a los labios de Carlos, besándole con ahínco arremolinándole la mota de cabello y desordenándole el disfraz. La actriz, se meneaba sobre el regazo de él, friccionando su descubierta intimidad con el pene de erecto de su compañero de trabajo, haciéndolo gruñir de placer. También, comenzó a desabrocharle la camisa y la hebilla del cinturón. Le besó el pecho cubierto de vellos, toqueteándole la polla sobre el bóxer.

Inmersos en su ardua faena, no determinaron que una persona abrió la puerta, quedando estupefacta con el espectáculo que ambos protagonizaban en el sofá.


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