[HIATUS] No elegí Enamorarme...

By A-Malfoy-Potter

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Draco Malfoy es simpático, humilde y inteligente pero ¿sus padres ven eso? ¡claro que no! Nunca ha estado de... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Aviso importante
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20: LA CÁMARA SECRETA
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capitulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33: EL PRISIONERO DE AZKABAN
Capítulo 34
Capitulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 45: EL CÁLIZ DE FUEGO (2)
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
50
51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capitulo 56
Capitulo 57 - debemos hablar

Capítulo 44

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By A-Malfoy-Potter

Me saltare el capítulo de "la mansión de los Ryddle " espero que a nadie le moleste.

- Ya me has oído, Colagusano.

Lentamente, con el rostro crispado como si prefiriera hacer cualquier cosa antes que aproximarse a su señor y a la alfombra en que descansaba laserpiente, el hombrecillo dio unos pasos hacia delante y comenzó a girar la butaca. La serpiente levantó su fea cabeza triangular y profirió un silbido cuando las patas del asiento se engancharon en la alfombra.

Y entonces Frank tuvo la parte delantera de la butaca ante sí y vio lo quehabía sentado en ella. El cayado se le resbaló al suelo con estrépito. Abrió la boca y profirió un grito. Gritó tan alto que no oyó lo que decía la cosa que había en el sillón mientras levantaba una varita. Vio un resplandor de luz verde y oyó un chasquido antes de desplomarse. Cuando llegó al suelo, Frank Bryce ya había muerto.

A trescientos kilómetros de distancia, un muchacho llamado Harry Potter se despertó sobresaltado.

Harry se hallaba acostado boca arriba, jadeando como si hubiera estado corriendo. Acababa de despertarse de un sueño muy vívido y tenía las manos sobre la cara. La antigua cicatriz con forma de rayo le ardía bajo los dedos como si alguien le hubiera aplicado un hierro al rojo vivo.

Se incorporó en la cama con una mano aún en la cicatriz de la frente y la otra buscando en la oscuridad las gafas, que estaban sobre la mesita de noche. Al ponérselas, el dormitorio se convirtió en un lugar un poco más nítido, iluminado por una leve y brumosa luz anaranjada que se filtraba por las cortinas de la ventana desde la farola de la calle.

Volvió a tocarse la cicatriz. Aún le dolía. Encendió la lámpara que tenía a su lado y se levantó de la cama; cruzó el dormitorio, abrió el armario ropero y se miró en el espejo que había en el lado interno de la puerta. Un delgado muchacho de catorce años le devolvió la mirada con una expresión de desconcierto en los brillantes ojos verdes, que relucían bajo el enmarañado pelo negro. Examinó más de cerca la cicatriz en forma de rayo del reflejo.Parecía normal, pero seguía escociéndole.

Harry intentó recordar lo que soñaba antes de despertarse. Había sido tan real... Aparecían dos personas a las que conocía, y otra a la que no. Se concentró todo lo que pudo, frunciendo el entrecejo, tratando de recordar...

Vislumbró la oscura imagen de una estancia en penumbra. Había una serpiente sobre una alfombra... un hombre pequeño llamado Peter y apodo Colagusano... y una voz fría y aguda... la voz de lord Voldemort. Sólo con pensarlo, Harry sintió como si un cubito de hielo se le hubiera deslizado por la garganta hasta el estómago.

Apretó los ojos con fuerza e intentó recordar qué aspecto tenía lord Voldemort, pero no pudo, porque en el momento en que la butaca giró y él, Harry, lo vio sentado en ella, el espasmo de horror lo había despertado... ¿o había sido el dolor de la cicatriz?

¿Y quién era aquel anciano? Porque ya tenía claro que en el sueñoaparecía un hombre viejo: Harry lo había visto caer al suelo. Las imágenes lellegaban de manera confusa. Se volvió a cubrir la cara con las manos e intentó representarse la estancia en penumbra, pero era tan difícil como tratar de que
el agua recogida en el cuenco de las manos no se escurriera entre los dedos. Voldemort y Colagusano habían hablado sobre alguien a quien habían matado, aunque no podía recordar su nombre... y habían estado planeando un nuevo
asesinato: el suyo.

Harry apartó las manos de la cara, abrió los ojos y observó a su alrededor tratando de descubrir algo inusitado en su dormitorio. En realidad, había una cantidad extraordinaria de cosas inusitadas en él: a los pies de la cama habíaun baúl grande de madera, abierto, y dentro de él un caldero, una escoba, unatúnica negra y diversos libros de embrujos; los rollos de pergamino cubrían laparte de la mesa que dejaba libre la jaula grande y vacía en la quenormalmente descansaba Hedwig, su lechuza blanca; en el suelo, junto a lacama, había un libro abierto. Lo había estado leyendo por la noche antes dedormirse. Todas las fotos del libro se movían. Hombres vestidos con túnicas de color naranja brillante y montados en escobas voladoras entraban y salían de la foto a toda velocidad, arrojándose unos a otros una pelota roja.

Harry fue hasta el libro, lo tomo y observó cómo uno de los magos marcaba un tanto espectacular colando la pelota por un aro colocado a quince metros de altura. Luego cerró el libro de golpe. Ni siquiera el quidditch (en opinión de Harry, el mejor deporte del mundo) podía distraerlo en aquel momento. Dejó Volando con los Cannons en su mesita de noche, se fue al otro extremo del dormitorio y retiró las cortinas de la ventana para observar la calle.

El aspecto de Privet Drive era exactamente el de una respetable calle de las afueras en la madrugada de un sábado. Todas las ventanas tenían las cortinas corridas. Por lo que Harry distinguía en la oscuridad, no había un alma en la calle, ni siquiera un gato.Y aun así, aun así... Nervioso, Harry regresó a la cama, se sentó en ella yvolvió a llevarse un dedo a la cicatriz. No era el dolor lo que le incomodaba:estaba acostumbrado al dolor y a las heridas. En una ocasión había perdidotodos los huesos del brazo derecho, y durante la noche le habían vuelto a crecer, muy dolorosamente. No mucho después, un colmillo de treintacentímetros de largo se había clavado en aquel mismo brazo. Y durante elúltimo curso, sin ir más lejos, se había caído desde una escoba voladora aquince metros de altura. Estaba habituado a sufrir extraños accidentes yheridas: eran inevitables cuando uno iba al Colegio Hogwarts de Magia yHechicería, y él tenía una habilidad especial para atraer todo tipo de
problemas.

No, lo que a Harry le incomodaba era que la última vez que le había dolidola cicatriz había sido porque Voldemort estaba cerca. Pero Voldemort no podíaandar por allí en esos momentos... La misma idea de que lord Voldemort merodeara por Privet Drive era absurda, imposible.

Harry escuchó atentamente en el silencio. ¿Esperaba sorprender el crujidode algún peldaño de la escalera, o el susurro de una capa? Se sobresaltó al oír un tremendo ronquido de su primo Dudley, en el dormitorio de al lado.

Harry se reprendió mentalmente. Se estaba comportando como unestúpido: en la casa no había nadie aparte de él y de tío Vernon, tía Petunia y Dudley, y era evidente que ellos dormían tranquilos y que ningún problema nidolor había perturbado su sueño.

Cuando más le gustaban los Dursley a Harry era cuando estabandormidos; despiertos nunca constituían para él una ayuda. Tío Vernon, tía Petunia y Dudley eran los únicos parientes vivos que tenía. Eran muggles (no magos) que odiaban y despreciaban la magia en cualquiera de sus formas, lo que suponía que Harry era tan bienvenido en aquella casa como una plaga de termitas. Habían explicado sus largas ausencias durante el curso en Hogwarts los últimos tres años diciendo a todo el mundo que estaba internado en elCentro de Seguridad San Bruto para Delincuentes Juveniles Incurables. LosDursley estaban al corriente de que, como mago menor de edad, a Harry no le permitían hacer magia fuera de Hogwarts, pero aun así le echaban la culpa de todo cuanto iba mal en la casa. Harry no había podido confiar nunca en ellos, ni contarles nada sobre su vida en el mundo de los magos. La sola idea de explicarles que le dolía la cicatriz y que le preocupaba que Voldemort pudieraestar cerca, le resultaba graciosa.

Y sin embargo había sido Voldemort, principalmente, el responsable de que Harry viviera con los Dursley. De no ser por él, Harry no tendría la cicatriz en la frente. De no ser por él, Harry todavía tendría padres...

Tenía apenas un año la noche en que Voldemort (el mago tenebroso más poderoso del último siglo, un brujo que había ido adquiriendo poder duerante once años) llegó a su casa y mató a sus padres. Voldemort dirigió su varita hacia Harry, lanzó la maldición con la que había eliminado a tantos magos y brujas adultos en su ascensión al poder e, increíblemente, ésta no hizo efecto: en lugar de matar al bebé, la maldición había rebotado contra Voldemort. Harry había sobrevivido sin otra lesión que una herida con forma de rayo en la frente, en tanto que Voldemort quedaba reducido a algo que apenas estaba vivo. Desprovisto de su poder y casi moribundo, Voldemort había huido; el terror que había atenazado a la comunidad mágica durante tanto tiempo se disipó, sus seguidores huyeron en desbandada y Harry se hizo famoso.

Fue bastante impactante para él enterarse, el día de su undécimo cumpleaños, de que era un mago. Y aún había resultado más desconcertante descubrir que en el mundo de los magos todos conocían su nombre. Al llegar a Hogwarts, las cabezas se volvían y los cuchicheos lo seguían por dondequiera que iba. Pero ya se había acostumbrado: al final de aquel verano comenzaría el cuarto curso. Y contaba los días que le faltaban para regresar al castillo.

Pero todavía quedaban dos semanas para eso. Abatido, volvió a repasar con la vista los objetos del dormitorio, y sus ojos se detuvieron en las tarjetas de felicitación que sus dos mejores amigos le habían enviado a finales de julio, por su cumpleaños. ¿Qué le contestarían ellos si les escribía y les explicaba lo del dolor de la cicatriz?

De inmediato, la voz asustada y estridente de Hermione Granger le vino a la cabeza:

¿Que te duele la cicatriz? Harry, eso es tremendamente grave... ¡Escribe al profesor Dumbledore! Mientras tanto yo iré a consultar el libro Enfermedades y dolencias mágicas frecuentes... Quizá encuentre algo sobre cicatrices producidas por maldiciones...

Sí, ése sería el consejo de Hermione: acudir sin demora al director de Hogwarts, y entretanto consultar un libro. Harry observó a través de la ventana el oscuro cielo entre negro y azul. Dudaba mucho que un libro pudiera ayudarlo en aquel momento. Por lo que sabía, era la única persona viva que habíasobrevivido a una maldición como la de Voldemort, así que era muy improbable que encontrara sus síntomas en Enfermedades y dolencias mágicas frecuentes. En cuanto a lo de informar al director, Harry no tenía la más remota idea de adónde iba Dumbledore en sus vacaciones de verano. Por un instante le divirtió imaginárselo, con su larga barba plateada, túnica talar de mago ysombrero puntiagudo, tumbándose al sol en una playa en algún lugar delmundo y dándose loción protectora en su curvada nariz. Pero, dondequiera que estuviera Dumbledore, Harry estaba seguro de que Hedwig lo encontraría: lalechuza de Harry nunca había dejado de entregar una carta a su destinatario, aunque careciera de dirección. Pero ¿qué pondría en ella?

Querido profesor Dumbledore: Siento molestarlo, pero la cicatriz me hadolido esta mañana. Atentamente, Harry Potter.

Incluso en su mente, las palabras sonaban tontas. Así que intentó imaginarse la reacción de su otro mejor amigo, Ron Weasley, y al instante el pecoso rostro de Ron, con su larga nariz, flotaba ante él con una expresión de desconcierto:

¿Que te duele la cicatriz? Pero... pero no puede ser que Quien-tú-sabes esté ahí cerca, ¿verdad? Quiero decir... que te habrías dado cuenta, ¿no? Intentaría liquidarte, ¿no es cierto? No sé, Harry, a lo mejor las cicatricesproducidas por maldiciones duelen siempre un poco... Le preguntaré a mi padre...

El señor Weasley era un mago plenamente cualificado que trabajaba en elDepartamento Contra el Uso Incorrecto de los Objetos Muggles del Ministeriode Magia, pero no tenía experiencia en materia de maldiciones, que Harry supiera. En cualquier caso, no le hacía gracia la idea de que toda la familiaWeasley se enterara de que él,Harry, se había preocupado mucho a causa de un dolor que seguramente duraría muy poco. La señora Weasley alborotaríaaún más que Hermione; y Fred y George, los gemelos de dieciséis añoshermanos de Ron, podrían pensar que Harry estaba perdiendo el valor. LosWeasley eran su familia favorita: esperaba que pudieran invitarlo a quedarsealgún tiempo con ellos (Ron le había mencionado algo sobre los Mundiales de quidditch), y no quería que esa visita estuviera salpicada de indigmaciones sobre su cicatriz.

Pensó en como reaccionaria su Draco si decía que le dolía la cicatriz. Tenia entendido que ahora que quedaba con unas familia de magos así que tal vez ellos podrían ayudar si no se alarmaban tanto como los Weasley.

¿Tu cicatriz? Harry... Tal vez esto sea algo que Sirius tenga que saber - y después finjiria que no estaba preocupado aunque sus ojos lo delataran con solo un breve contacto visual, que apestar de que no podría verlo, lo conocía bastante bien para notar su preocupación escrita solo en palabras.

Harry se golpeo levemente la frente con la palma de su mano. Claro. Lo que realmente quería (y casi le avergonzaba admitirlo ante sí mismo) era alguien como... alguien como un padre: un mago adulto al que pudiera pedir consejo sin sentirse estúpido,alguien que lo cuidara, que hubiera tenido experiencia con la magia oscura...Y Sirius era todo eso.

Harry saltó de un brinco de la cama, fue rápidamente al otro extremo deldormitorio y se sentó a la mesa. Sacó un trozo de pergamino, cargó de tinta la pluma de águila, escribió «Querido Sirius», y luego se detuvo, pensando cuálsería la mejor forma de expresar su problema y sin dejar de extrañarse de que no se hubiera acordado antes de Sirius. Pero bien mirado no era nadasorprendente: al fin y al cabo, hacía menos de un año que había averiguadoque Sirius era su padrino.

Había un motivo muy simple para explicar la total ausencia de Sirius en la vida de Harry: había estado en Azkaban, la horrenda prisión del mundo mágico vigilada por unas criaturas llamadas dementores, unos monstruos ciegos que absorbían el alma y que habían ido hasta Hogwarts en persecución de Sirius cuando éste escapó. Pero Sirius era inocente, ya que los asesinatos por losque lo habían condenado eran en realidad obra de Colagusano, el secuaz de Voldemort a quien casi todo el mundo creía muerto. Harry, Draco, Ron y Hermione, sin embargo, sabían que la verdad era otra: el curso anterior habían tenido a Colagusano frente a frente, aunque luego sólo el profesor Dumbledore leshabía creído.

Durante una hora de gloriosa felicidad, Harry había creído que podríaabandonar a los Dursley, porque Sirius le había ofrecido un hogar una vez que su nombre estuviera rehabilitado. Pero aquella oportunidad se había esfumadomuy pronto: Colagusano se había escapado antes de que hubieran podidollevarlo al Ministerio de Magia, y Sirius había tenido que huir volando para salvar la vida. Harry lo había ayudado a hacerlo sobre el lomo de un hipogrifo llamado Buckbeak, y desde entonces Sirius permanecía oculto. Harry se habíapasado el verano pensando en la casa que habría tenido si Colagusano no sehubiera escapado. Había resultado especialmente duro volver con los Dursley sabiendo que había estado a punto de librarse de ellos para siempre.

No obstante, y aunque no pudiera estar con Sirius, éste había sido decierta ayuda para Harry. Gracias a Sirius, ahora podía tener todas sus cosascon él en el dormitorio. Antes, los Dursley no lo habían consentido: su deseo de hacerle la vida a Harry tan penosa como fuera posible, unido al miedo que les inspiraba su poder, habían hecho que todos los veranos precedentesguardaran bajo llave el baúl escolar de Harry en la alacena que había debajode la escalera. Pero su actitud había cambiado al averiguar que su sobrinotenía como padrino a un asesino peligroso (oportunamente, Harry había olvidado decirles que Sirius era inocente).

Desde que había vuelto a Privet Drive, Harry había recibido dos cartas deSirius. No se las había entregado una lechuza, como era habitual en el correoentre magos, sino unos pájaros tropicales grandes y de brillantes colores. AHedwig no le habían hecho gracia aquellos llamativos intrusos y se había resistido a dejarlos beber de su bebedero antes de volver a emprender el vuelo, usualmente al único que se lo permitía era a Zeus, la mascota de Draco. A Harry, en cambio, le habían gustado: le habían hecho imaginarse palmeras y arena blanca, y esperaba que dondequiera que se encontrara Sirius (él nuncadecía dónde, por si interceptaban la carta) se lo estuviera pasando bien. Harrydudaba que los dementores sobrevivieran durante mucho tiempo en un lugar muy soleado. Quizá por eso Sirius había ido hacia el sur. Las cartas de supadrino (ocultas bajo la utilísima tabla suelta que había debajo de la cama deHarry) mostraban un tono alegre, y en ambas le insistía en que lo llamara si lo necesitaba. Pues bien, en aquel momento lo necesitaba...

La lámpara de Harry pareció oscurecerse a medida que la fría luz gris queprecede al amanecer se introducía en el dormitorio. Finalmente, cuando losprimeros rayos de sol daban un tono dorado a las paredes y empezaba a oírse ruido en la habitación de tío Vernon y tía Petunia, Harry despejó la mesa detrozos estrujados de pergamino y releyó la carta ya acabada:

Querido Sirius:

Gracias por tu última carta. Vaya pájaro más grande: casi no podíaentrar por la ventana.Aquí todo sigue como siempre. La dieta de Dudley no vademasiado bien. Mi tía lo descubrió ayer escondiendo en su habitaciónunas rosquillas que había traído de la calle. Le dijeron que tendrían que rebajarle la paga si seguía haciéndolo, y él se puso como loco ytiró la videoconsola por la ventana. Es una especie de ordenador en elque se puede jugar. Fue algo bastante tonto, realmente, porque ahorani siquiera puede evadirse con su Mega-Mutilation, tercera generación.

Yo estoy bien, sobre todo gracias a que tienen muchísimo miedode que aparezcas de pronto y los conviertas en murciélagos.

Sin embargo, esta mañana me ha pasado algo raro. La cicatriz meha vuelto a doler. La última vez que ocurrió fue porque Voldemortestaba en Hogwarts. Pero supongo que es imposible que él rondeahora por aquí, ¿verdad? ¿Sabes si es normal que las cicatricesproducidas por maldiciones duelan años después?

Enviaré esta carta en cuanto regrese Hedwig. Ahora está por ahí, cazando. Recuerdos a Buckbeak de mi parte.

Harry.

«Sí - pensó Harry -, no está mal así.» No había por qué explicar lo delsueño, pues no quería dar la impresión de que estaba muy preocupado. Plegó el pergamino y lo dejó a un lado de la mesa, preparado para cuando volvieraHedwig. Luego se puso de pie, se desperezó y abrió de nuevo el armario. Sin mirar al espejo, empezó a vestirse para bajar a desayunar.

Los tres Dursley ya se encontraban sentados a la mesa cuando Harry llegó a la cocina. Ninguno de ellos levantó la vista cuando él entró y se sentó. El rostro de tío Vernon, grande y colorado, estaba oculto detrás de un periódicosensacionalista, y tía Petunia cortaba en cuatro trozos un pomelo, con loslabios fruncidos contra sus dientes de conejo.

Dudley parecía furioso, y daba la sensación de que ocupaba más espacio del habitual, que ya es decir, porque él siempre abarcaba un lado entero de la mesa cuadrada. Cuando tía Petunia le puso en el plato uno de los trozos depomelo sin azúcar con un temeroso «Aquí tienes, Dudley, cariñín», él la miró ceñudo. Su vida se había vuelto bastante más desagradable desde que había llegado con el informe escolar de fin de curso.

Como de costumbre, tío Vernon y tía Petunia habían logrado encontrardisculpas para las malas notas de su hijo: tía Petunia insistía siempre en queDudley era un muchacho de gran talento incomprendido por sus profesores, entanto que tío Vernon aseguraba que no quería «tener por hijo a uno de esos mariquitas empollones». Tampoco dieron mucha importancia a las acusaciones de que su hijo tenía un comportamiento violento. («¡Es un niño un poco inquieto, pero no le haría daño a una mosca!», dijo tía Petunia con lágrimas en los ojos.)

Pero al final del informe había unos bien medidos comentarios de laenfermera del colegio que ni siquiera tío Vernon y tía Petunia pudieronsoslayar. Daba igual que tía Petunia lloriqueara diciendo que Dudley era decomplexión recia, que su peso era en realidad el propio de un niñito saludable, y que estaba en edad de crecer y necesitaba comer bien: el caso era que los que suministraban los uniformes ya no tenían pantalones de su tamaño. Laenfermera del colegio había visto lo que los ojos de tía Petunia (tan agudos cuando se trataba de descubrir marcas de dedos en las brillantes paredes de su casa o de espiar las idas y venidas fe los vecinos) sencillamente se negaban a ver: que, muy lejos de necesitar un refuerzo nutritivo,Dudley habíaalcanzado ya el tamaño y peso de una ballena asesina joven.

Y de esa manera, después de muchas rabietas y discusiones que hicieron temblar el suelo del dormitorio de Harry y de muchas lágrimas derramadas por tía Petunia, dio comienzo el nuevo régimen de comidas. Habían pegado a la puerta del frigorífico la dieta enviada por la enfermera del colegio Smeltings, yel frigorífico mismo había sido vaciado de las cosas favoritas de Dudley (bebidas gaseosas, pasteles, tabletas de chocolate y hamburguesas) y llenando en su lugar con fruta y verdura y todo aquello que tío Vernon llamaba «comida de conejo». Para que Dudley no lo llevara tan mal, tía Petunia había insistidoen que toda la familia siguiera el régimen. En aquel momento le sirvió su trozo de pomelo a Harry, quien notó que era mucho más pequeño que el de Dudley. A juzgar por las apariencias, tía Petunia pensaba que la mejor manera delevantar la moral a Dudley era asegurarse de que, por lo menos, podía comermás que Harry.

Pero tía Petunia no sabía lo que se ocultaba bajo la tabla suelta del piso de arriba. No tenía ni idea de que Harry no estaba siguiendo el régimen. En cuanto éste se había enterado de que tenía que pasar el verano alimentándose detiras de zanahoria, había enviado a Hedwig a casa de sus amigos pidiéndoles socorro, y ellos habían cumplido maravillosamente: Hedwig había vuelto decasa de Hermione con una caja grande llena de cosas sin azúcar para picar(los padres de Hermione eran dentistas); Draco le había mandado una caja grande de ranas de chocolate, unos cuantos pasteles pequeños (que Harry creía había hecho él) y una pequeña caja con lo que parecían gomitas de cereza, sin embargo, estas venían con una pequeña nota pegada (Dora insistió en que te mandara esto que no se que es, por seguridad no lo comas); Hagrid, el guardabosque de Hogwarts, le había enviado una bolsa llena de bollos de frutos secos hechos por él (Harry ni siquiera los había tocado: ya habel experimentado las dotes culinarias de Hagrid); en cuanto a la señora Weasley, le había enviado a la lechuza de la familia, Errol, con un enorme pastel de frutas y pastas variadas. El pobre Errol, que el viejo y débil, tardó cinco días en recuperarse del viaje. Y luego, el díade su cumpleaños (que los Dursley habían pasado olímpicamente por alto),había recibido cinco tartas estupendas enviadas por Draco, Ron, Hermione, Hagrid ySirius. Todavía le quedaban tres, y por eso, impaciente por tomarse un desayuno de verdad cuando volviera a su habitación, empezó a comerse elpomelo sin una queja.

Tío Vernon dejó el periódico a un lado con un resoplido de disgusto yobservó su trozo de pomelo.

- ¿Esto es el desayuno? - preguntó de mal humor a tía Petunia.

Ella le dirigió una severa mirada y luego asintió con la cabeza, mirando deforma harto significativa a Dudley, que había terminado ya su parte de pomeloy observaba el de Harry con una expresión muy amarga en sus pequeños ojos de cerdito.

Tío Vernon lanzó un intenso suspiro que le alborotó el poblado bigote ytomo la cuchara.

Llamaron al timbre de la puerta. Tío Vernon se levantó con mucho esfuerzo y fue al recibidor. Veloz como un rayo, mientras su madre preparaba el té,Dudley le robó a su padre lo que le quedaba de pomelo.

Harry oyó un murmullo en la entrada, a alguien riéndose y a tío Vernonrespondiendo de manera cortante. Luego se cerró la puerta y oyó rasgar un papel en el recibidor.

Tía Petunia posó la tetera en la mesa y miró a su alrededor preguntándose dónde se había metido tío Vernon. No tardó en averiguarlo: regresó un minuto después, lívido.

- Tú - le gritó a Harry - ven a la sala, ahora mismo.

Desconcertado, preguntándose qué demonios había hecho en aquellaocasión, Harry se levantó, salió de la cocina detrás de tío Vernon y fue con él hasta la habitación contigua. Tío Vernon cerró la puerta con fuerza detrás deellos.

- Vaya - dijo, yendo hasta la chimenea y volviéndose hacia Harry como siestuviera a punto de pronunciar la sentencia de su arresto - vaya.

A Harry le hubiera encantado preguntar «¿Vaya qué?», pero no juzgóprudente poner a prueba el humor de tío Vernon tan temprano, y menos teniendo en cuenta que éste se encontraba sometido a una fuerte tensión porla carencia de alimento. Así que decidió adoptar una expresión de cortésdesconcierto.

- Acaba de llegar esto - dijo tío Vernon, blandiendo ante Harry un trozo depapel de color púrpura - una carta. Sobre ti.

El desconcierto de Harry fue en aumento. ¿Quién le escribiría a tío Vernonsobre él? ¿Conocía a alguien que enviara cartas por correo?

Tío Vernon miró furioso a Harry; luego bajó los ojos al papel y empezó aleer:

Estimados señor y señora Dursley:

No nos conocemos personalmente, pero estoy segura de queHarry les habrá hablado mucho de mi hijo Ron. Draco otro amigo muy especial para Harry también estará aquí, al igual que su amiga, Hermione.

Como Harry les habrá dicho, la final de los Mundiales de quidditch tendrá lugar el próximo lunes por la noche, y Arthur, mi marido, acaba de conseguir entradas de primera clase gracias a sus conocidos en el Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

Espero que nos permitan llevar a Harry al partido, ya que es unaoportunidad única en la vida. Hace treinta años que Gran Bretaña noes la anfitriona de la Copa y es extraordinariamente difícil conseguir una entrada. Nos encantaría que Harry pudiera quedarse con nosotros lo que queda de vacaciones de verano y acompañarlo al tren que lo llevará de nuevo al colegio.

Sería preferible que Harry nos enviara la respuesta de ustedes porel medio habitual, ya que el cartero muggle nunca nos ha entregado una carta y me temo que ni siquiera sabe dónde vivimos.

Esperando ver pronto a Harry, se despide cordialmente

Molly Weasley

P. D.: Espero que hayamos puesto bastantes sellos.

Tío Vernon terminó de leer, se metió la mano en el bolsillo superior y sacó otra cosa.

- Mira esto - gruñó.

Levantó el sobre en que había llegado la carta, y Harry tuvo que hacer unesfuerzo para contener la risa. Todo el sobre estaba cubierto de sellos salvo untrocito, delante, en el que la señora Weasley había consignado en letradiminuta la dirección de los Dursley.

- Creo que si que han puesto bastantes sellos - comentó Harry, como sicualquiera pudiera cometer el error de la señora Weasley.

Hubo un fulgor en los ojos de su tío.

- El cartero se dio cuenta - dijo entre sus dientes apretados - estabamuy interesado en saber de ñ dónde procedía la carta. Por eso llamó al timbre. Daba la impresión de que le parecía divertido.

Harry no dijo nada. Otra gente podría no entender por qué tío Vernonarmaba tanto escándalo porque alguien hubiera puesto demasiados sellos enun sobre, pero Harry había vivido demasiado tiempo con ellos para nocomprender hasta qué punto les molestaba cualquier cosa que se saliera de lo ordinario. Nada los aterrorizaba tanto como que alguien pudiera averiguar quetenían relación (aunque fuera lejana) con gente como la señora Weasley.

Tío Vernon seguía mirando a Harry, que intentaba mantener su expresiónneutra. Si no hacía ni decía ninguna tontería, podía lograr que lo dejaran asistiral mejor espectáculo de su vida. Esperó a que tío Vernon añadiera algo, perosimplemente seguía mirándolo. Harry decidió romper el silencio.

- Entonces, ¿puedo ir? - preguntó.

Un ligero espasmo cruzó el rostro de tío Vernon, grande y colorado. Se le erizó el bigote. Harry creía saber lo que tenía lugar detrás de aquel mostacho: una furiosa batalla en la que entraban en conflicto dos de los instintos másbásicos en tío Vernon. Permitirle marchar haría feliz a Harry, algo contra lo que tío Vernon había luchado durante trece años. Pero, por otro lado, dejar que se fuera con los Weasley lo que quedaba de verano equivalía a deshacerse de él dos semanas antes de lo esperado, y tío Vernon aborrecía tener a Harry en casa. Para ganar algo de tiempo, volvió a mirar la carta de la señora Weasley.

- ¿Quién es esta mujer? - inquirió, observando la firma con desagrado.

- La conoces - respondió Harry -. Es la madre de mi amigo Ron. Loestaba esperando cuando llegamos en el expreso de Hog... en el tren del colegio al final del curso.

Había estado a punto de decir «expreso de Hogwarts», y eso habríairritado a tío Vernon. En casa de los Dursley no se podía mencionar el nombre del colegio de Harry.

Tío Vernon hizo una mueca con su enorme rostro como si tratara derecordar algo muy desagradable.

- ¿Una mujer gorda? -gruñó por fin -. ¿Con un montón de niños pelirrojos?

Harry frunció el entrecejo pensando que tenía gracia que tío Vernonllamara gordo a alguien cuando su propio hijo, Dudley, acababa de lograr loque había estado intentando desde que tenía tres años: ser más ancho quealto.

Tío Vernon volvió a examinar la carta.

- Draco - susurro - ¿quien diablos es Draco? ¿y que es eso de amigo especial? - Harry solo alzo un poco los hombros.

- Mi amigo desde primer año, creo que lo conoces, rubio, alto, piel blanca -  y por el cual siento algo termino una voz en su cabeza.

-Quidditch - murmuró entre dientes impidiendole incluso avergonzarse por lo que acababa de pensar -, quidditch. ¿Qué demonios eseso?

Harry sintió una segunda punzada de irritación.

- Es un deporte - dijo lacónicamente - que se juega sobre esc...

-¡Vale, vale! - interrumpió tío Vernon casi gritando.

Con cierta satisfacción, Harry observó que su tío tenía expresión de miedo. Daba la impresión deque sus nervios no aguantarían el sonido de las palabras «escobas voladoras» en la sala de estar. Disimuló volviendo a examinar lacarta. Harry descubrió que movía los labios formando las palabras «que nosenviara la respuesta de ustedes por el medio habitual».

- ¿Qué quiere decir eso de «el medio habitual»? - preguntó irritado.

- Habitual para nosotros - explicó Harry y, antes de que su tío pudieradetenerlo, añadió -: Ya sabes, lechuzas mensajeras. Es lo normal entremagos.

Tío Vernon parecía tan ofendido como si Harry acabara de soltar una horrible blasfemia. Temblando de enojo, lanzó una mirada nerviosa por laventana; parecía temeroso de ver a algún vecino con la oreja pegada al cristal.

(Eso es, Harry, tú demuestra quién manda aquí)

- ¿Cuántas veces tengo que decirte que no menciones tu anormalidadbajo este techo? -dijo entre dientes. Su rostro había adquirido un tono ciruelavivo -. Recuerda dónde estás, y recuerda que deberías agradecer un poco esaropa que Petunia y yo te hemos da...

- Después de que Dudley la usó - lo interrumpió Harry con frialdad; dehecho, llevaba una sudadera tan grande para él que tenía que dar cinco vueltas a las mangas para poder utilizar las manos y que le caía hasta más abajo de las rodillas de unos vaqueros extremadamente anchos.

- ¡No consentiré que se me hable en ese tono! - exclamó tío Vernon,temblando de ira.

Pero Harry no pensaba resignarse. Ya habían pasado los tiempos en quese había visto obligado a aceptar cada una de las estúpidas disposiciones delos Dursley. No estaba siguiendo el régimen de Dudley, y no se iba a quedarsin ir a los Mundiales de quidditch por culpa de tío Vernon si podía evitarlo.Harry respiró hondo para relajarse y luego dijo:

- Bien, no iré a los Mundiales. ¿Puedo subir ya a mi habitación? Tengoque terminar una carta para Sirius. Ya sabes... mi padrino.

Lo había hecho, había pronunciado las palabras mágicas. Vio cómo lacolorada piel de tío Vernon palidecía a ronchas, dándole el aspecto de un helado de grosellas mal mezclado.

- Le... ¿le vas a escribir, de verdad? - dijo tío Vernon, intentandoaparentar tranquilidad. Pero Harry había visto cómo se le contraían de miedo los diminutos ojos.

- Bueno, sí... - contestó Harry, como sin darle importancia - hace tiempo que no ha tenido noticias mías y, bueno, si no le escribo puede pensar que algo va mal.

Se detuvo para disfrutar el efecto de sus palabras. Casi podía ver funcionarlos engranajes del cerebro de tío Vernon debajo de su grueso y oscuro cabellopeinado con una raya muy recta. Si intentaba impedir que Harry escribiera aSirius, éste pensaría que lo maltrataban. Si no lo dejaba ir a los Mundiales dequidditch, Harry se lo contaría a Sirius, y Sirius sabría que lo maltrataban. A tío Vernon sólo le quedaba una salida, y Harry pudo ver esa conclusión formársele en el cerebro como si el rostro grande adornado con el bigote fuera transparente. Harry trató de no reírse y de mantener la cara tan inexpresivacomo le fuera posible. Y luego...

- Bien, de acuerdo. Puedes ir a esa condenada... a esa estúpida... a esaCopa del Mundo. Escríbeles a esos... a esos Weasley para que vengan a recogerte, porque yo no tengo tiempo para llevarte a ningún lado. Y puedespasar con ellos el resto del verano. Y dile a tu... tu padrino... dile... dile que vas.

- Muy bien - asintió Harry, muy contento.

Se volvió y fue hacia la puerta de la sala, reprimiendo el impulso de gritar y dar saltos. Iba a... ¡Se iba con los Weasley! ¡Iba a presenciar la final de losMundiales! En el recibidor estuvo a punto de atropellar a Dudley, que acechabadetrás de la puerta esperando oír una buena reprimenda contra Harry y sequedó desconcertado al ver su amplia sonrisa.

- ¡Qué buen desayuno!, ¿verdad? - le dijo Harry - estoy lleno, ¿tú no?

Riéndose de la cara atónita de Dudley, Harry subió los escalones de tres en tres y entró en su habitación como un bólido.

Lo primero que vio fue que Hedwig ya había regresado. Estaba en la jaula, mirando a Harry con sus enormes ojos ambarinos y chasqueando el pico comohacía siempre que estaba molesta. Harry no tardó en ver qué era lo que le molestaba en aquella ocasión.

- ¡Ay! - gritó.

Acababa de pegarle en un lado de la cabeza lo que parecía ser una pelota de tenis pequeña, gris y cubierta de plumas. Harry se frotó con fuerza la zona dolorida al tiempo que intentaba descubrir qué era lo que lo había golpeado, y vio una lechuza diminuta, lo bastante pequeña para ocultarla en la mano, que,como si fuera un cohete buscapiés, zumbaba sin parar por toda la habitación.Harry se dio cuenta entonces de que la lechuza había dejado caer a sus pies una carta. Se inclinó para recogerla, reconoció la letra de Ron y abrió el sobre. Dentro había una nota escrita apresuradamente:

Harry: ¡MI PADRE HA CONSEGUIDO LAS ENTRADAS! Irlanda contraBulgaria, el lunes por la noche. Mi madre les ha escrito a los muggles para pedirles que te dejen venir y quedarte. A lo mejor ya han recibido la carta, no sé cuánto tarda el correo muggle. De todas maneras, he querido enviarte esta nota por medio de Pig.

Harry reparó en el nombre «Pig», y luego observó a la diminuta lechuzaque zumbaba dando vueltas alrededor de la lámpara del techo. Nunca había visto nada que se pareciera menos a un cerdo. Quizá no había entendido bien la letra de Ron. Siguió leyendo:

Vamos a ir a buscarte tanto si quieren los muggles como si no,porque no te puedes perder los Mundiales. Lo que pasa es que mispadres pensaban que era mejor pedirles su consentimiento. Si dicenque te dejan, envía a Pig inmediatamente con la respuesta, e iremos a recogerte el domingo a las cinco en punto. Si no te dejan, envíatambién a Pig e iremos a recogerte de todas maneras el domingo a las cinco.

Hermione llega esta tarde y Draco no tarda en llegar. Percy ha comenzado a trabajar: en elDepartamento de Cooperación Mágica Internacional. No mencionesnada sobre el extranjero mientras estés aquí a menos que quieras que te mate de aburrimiento.

Hasta pronto,

Ron

- ¡Cálmate! - dijo Harry a la pequeña lechuza, que revoloteaba porencima de su cabeza gorjeando como loca (Harry supuso que era a causa del orgullo de haber llevado la carta a la persona correcta) - ¡Ven aquí! Tienesque llevar la contestación.

La lechuza revoloteó hasta posarse sobre la jaula de Hedwig, que le echó una mirada fría, como desafiándola a que se acercara más. Harry volvió a tomar su pluma de águila y un trozo de pergamino, y escribió:

Todo perfecto, Ron: los muggles me dejan ir. Hasta mañana a lascinco. ¡Me muero de impaciencia!

Harry

Plegó la nota hasta hacerla muy pequeña y, con inmensa dificultad, la ató a la diminuta pata de la lechuza, que aguardaba muy excitada. En cuanto la nota estuvo asegurada, la lechuza se marchó: salió por la ventana zumbando y seperdió de vista.

Harry se volvió hacia Hedwig.

- ¿Estás lista para un viaje largo? - le preguntó. Hedwig ululó henchida de dignidad.

- ¿Puedes hacerme el favor de llevar esto a Sirius? - le pidió, tomando lacarta - espera: tengo que terminarla.

Volvió a desdoblar el pergamino y añadió rápidamente una postdata:

Si quieres ponerte en contacto conmigo, estaré en casa de mi amigoRon hasta el final del verano. ¡Su padre nos ha conseguido entradaspara los Mundiales de quidditch!

Una vez concluida la carta, la ató a una de las patas de Hedwig, que permanecía más quieta que nunca, como si quisiera mostrar el modo en que debía comportarse una lechuza mensajera.

- Estaré en casa de Ron cuando vuelvas, ¿de cuerdo? - le dijo Harry.

Ella le pellizcó cariñosamente el dedo con el pico y, a continuación, con un zumbido, extendió sus grandes alas y salió volando por la ventana.Harry la observó mientras desaparecía. Luego se metió debajo de la cama, tiró de la tabla suelta y sacó un buen trozo de tarta de cumpleaños. Se lo comió sentado en el suelo, disfrutando de la felicidad que lo embargaba: tenía tarta,mientras que Dudley sólo tenía pomelo; era un radiante día de verano; se iríade casa de los Dursley al día siguiente, la cicatriz ya había dejado de dolerle eiba a presenciar los Mundiales de quidditch. Era difícil, precisamente en aquel momento, preocuparse por algo. Ni siquiera por lord Voldemort.

A las doce del día siguiente, el baúl de Harry ya estaba lleno de sus cosas del colegio y de sus posesiones más apreciadas: la capa invisible heredada de su padre, la escoba voladora que le había regalado Sirius y el mapa encantado de Hogwarts que le habían dado Fred y George el curso anterior. Había vaciadode todo comestible el espacio oculto debajo de la tabla suelta de su habitación y repasado dos veces hasta el último rincón de su dormitorio para no dejarseolvidados ninguna pluma ni ningún libro de embrujos, y había despegado de lapared el calendario en que marcaba los días que faltaban para el 1 de septiembre, el día de la vuelta a Hogwarts.

El ambiente en el número 4 de Privet Drive estaba muy tenso. La inminentellegada a la casa de un grupo de brujos ponía nerviosos e irritables a los Dursley. Tío Vernon se asustó mucho cuando Harry le informó de que losWeasley llegarían al día siguiente a las cinco en punto.

- Espero que le hayas dicho a esa gente que se vista adecuadamente - gruñó de inmediato - he visto cómo van. Deberían tener la decencia deponerse ropa normal.

Harry tuvo un presentimiento que le preocupó. Muy raramente había visto a los padres de Ron vistiendo algo que los Dursley pudieran calificar de«normal». Los hijos a veces se ponían ropa muggle durante las vacaciones,pero los padres llevaban generalmente túnicas largas en diversos estados dedeterioro. A Harry no le inquietaba lo que pensaran los vecinos, pero sí lodesagradables que podían resultar los Dursley con los Weasley si aparecíancon el aspecto que aquéllos reprobaban en los brujos.

Tío Vernon se había puesto su mejor traje. Alguien podría interpretarlo como un gesto de bienvenida, pero Harry sabía que lo había hecho para impresionar e intimidar. Dudley, por otro lado, parecía algo disminuido, lo cualno se debía a que su dieta estuviera por fin dando resultado, sino al pánico. La última vez que Dudley se había encontrado con un mago adulto salió ganando una cola de cerdo que le sobresalía de los pantalones, y tía Petunia y tío Vernon tuvieron que llevarlo a un hospital privado de Londres para que se laextirparan. Por eso no era sorprendente que Dudley se pasara todo el tiemporestregándose la mano nerviosamente por la rabadilla y caminando de unahabitación a otra como los cangrejos, con la idea de no presentar al enemigo el mismo objetivo.

La comida (queso fresco y apio rallado) transcurrió casi en total silencio.Dudley ni siquiera protestó por ella. Tía Petunia no probó bocado. Tenía los brazos cruzados, los labios fruncidos, y se mordía la lengua como masticando la furiosa reprimenda que hubiera querido echarle a Harry.

- Vendrán en coche, espero - dijo a voces tío Vernon desde el otro ladode la mesa.

- Ehhh... - Harry no supo qué contestar.

La verdad era que no había pensado en aquel detalle. ¿Cómo irían abuscarlo los Weasley? Ya no tenían coche, porque el viejo Ford Anglia que habían poseído corría libre y salvaje por el bosque prohibido de Hogwarts. Sinembargo, el año anterior el Ministerio de Magia le había prestado un coche alseñor Weasley. ¿Haría lo mismo en aquella ocasión?

- Creo que sí - respondió al final.

El bigote de tío Vernon se alborotó con su resoplido. Normalmente hubierapreguntado qué coche tenía el señor Weasley, porque solía juzgar a los demás hombres por el tamaño y precio de su automóvil. Pero, en opinión de Harry, a tío Vernon no le gustaría el señor Weasley aunque tuviera un Ferrari.

Harry pasó la mayor parte de la tarde en su habitación. No podía soportar la visión de tía Petunia escudriñando a través de los visillos cada pocossegundos como si hubieran avisado que andaba suelto un rinoceronte. A lascinco menos cuarto Harry volvió a bajar y entró en la sala. Tía Petunia colocaba y recolocaba los cojines de manera compulsiva. Tío Vernon hacía como que leía el periódico, pero no movía los minúsculos ojos, y Harry supuso que enrealidad escuchaba con total atención por si oía el ruido de un coche. Dudleyestaba hundido en un sillón, con las manos de cerdito puestas debajo de él y agarrándose firmemente la rabadilla. Incapaz de aguantar la tensión que habíaen el ambiente, Harry salió de la habitación y se fue al recibidor, a sentarse en la escalera, con los ojos fijos en el reloj y el corazón latiéndole muy rápido por la emoción y los nervios.

Pero llegaron las cinco en punto... y pasaron. Tío Vernon, sudandoligeramente dentro de su traje, abrió la puerta de la calle, escudriñó a un lado y a otro, y volvió a meter la cabeza en la casa.

- ¡Se retrasan! - le gruñó a Harry.

- Ya lo sé - murmuró Harry - a lo mejor hay problemas de tráfico, yo qué sé.

Las cinco y diez... las cinco y cuarto... Harry ya empezaba a preocuparse. A las cinco y media oyó a tío Vernon y a tía Petunia rezongando en la sala de estar.

- No tienen consideración.

- Podríamos haber tenido un compromiso.

- Tal vez creen que llegando tarde los invitaremos a cenar.

- Ni soñarlo - dijo tío Vernon. Harry lo oyó ponerse en pie y caminarnerviosamente por la sala - Recogerán al chico y se irán. No se entretendrán. Eso... si es que vienen. A lo mejor se han confundido de día. Me atrevería adecir que la gente de su clase no le da mucha importancia a la puntualidad. O bien es que en vez de coche tienen una cafetera que se les ha avena...¡Ahhhhhhhhhhhhh!

Harry pegó un salto. Del otro lado de la puerta de la sala le llegó el ruidoque hacían los Dursley moviéndose aterrorizados y descontroladamente por lasala. Un instante después, Dudley entró en el recibidor como una bala, completamente lívido.

- ¿Qué pasa? - preguntó Harry - ¿Qué ocurre?- Pero Dudley parecíaincapaz de hablar y, con movimientos de pato y agarrándose todavía las nalgas con las manos, entró en la cocina. En el interior de la chimenea de los Dursley, que tenía empotrada una estufa eléctrica que simulaba un falso fuego, se oíangolpes y rasguños.

- ¿Qué es eso? - preguntó jadeando tía Petunia, que había retrocedidohacia la pared y miraba aterrorizada la estufa - ¿Qué es, Vernon?

La duda sólo duró un segundo. Desde dentro de la chimenea cegada sepodían oír voces.

- ¡Ay! No, Fred... Vuelve, vuelve. Ha habido algún error. Dile a George queno... ¡Ay! No, George, no hay espacio. Regresa enseguida y dile a Ron...

- A lo mejor Harry nos puede oír, papá... A lo mejor puede ayudarnos asalir...

Se oyó golpear fuerte con los puños al otro lado de la estufa.

- ¡Harry! Harry, ¿nos oyes?

Los Dursley rodearon a Harry como un par de lobos hambrientos.

- ¿Qué es eso? - gruñó tío Vernon - ¿Qué pasa?

- Han... han intentado llegar con polvos flu - explicó Harry, conteniendo unas ganas locas de reírse - pueden viajar de una chimenea a otra... pero no se imaginaban que la chimenea estaría obstruida. Un momento...

Se acercó a la chimenea y gritó a través de las tablas:

- ¡Señor Weasley! ¿Me oye?

El martilleo cesó. Alguien, dentro de la chimenea, chistó: «¡Shh!»

- ¡Soy Harry, señor Weasley. ..! La chimenea está cegada. No podránentrar por aquí.

- ¡Maldita sea! - dijo la voz del señor Weasley - ¿Para qué diablostaparon la chimenea?

- Tienen una estufa eléctrica - explicó Harry.

- ¿De verdad? - preguntó emocionado el señor Weasley - ¿Has dichoecléctica? ¿Con enchufe? ¡Santo Dios! ¡Eso tengo que verlo...! Pensemos... ¡Ah, Ron!

La voz de Ron se unió a la de los otros.

- ¿Qué hacemos aquí? ¿Algo ha ido mal?

- No, Ron, qué va - dijo sarcásticamente la voz de Fred - éste esexactamente el sitio al que queríamos venir.

- Sí, nos lo estamos pasando en grande - añadió George, cuya voz sonaba ahogada, como si lo estuvieran aplastando contra la pared.

- Muchachos, muchachos... - dijo vagamente el señor Weasley - estoyintentando pensar qué podemos hacer... Sí... el único modo... Harry, échate atrás.

Harry se retiró hasta el sofá, pero tío Vernon dio un paso hacia delante.

- ¡Esperen un momento! - bramó en dirección a la chimenea -  ¿Qué es lo que pretenden...?

¡BUM!

La estufa eléctrica salió disparada hasta el otro extremo de la sala cuandotodas las tablas que tapaban la chimenea saltaron de golpe y expulsaron alseñor Weasley, Fred, George y Ron entre una nube de escombros y gravillasuelta. Tía Petunia dio un grito y cayó de espaldas sobre la mesita del café. Tío Vernon la agarro antes de que pegara contra el suelo, y se quedó con la boca abierta, sin habla, mirando a los Weasley, todos con el pelo de color rojo vivo,incluyendo a Fred y George, que eran idénticos hasta el último detalle.

- Así está mejor - dijo el señor Weasley, jadeante, sacudiéndose el polvo de la larga túnica verde y colocándose bien las gafas - ¡Ah, ustedes deben de ser los tíos de Harry!

Alto, delgado y calvo, se dirigió hacia tío Vernon con la mano tendida, perotío Vernon retrocedió unos pasos para alejarse de él, arrastrando a tía Petuniae incapaz de pronunciar una palabra. Tenía su mejor traje cubierto de polvoblanco, así como el cabello y el bigote, lo que lo hacía parecer treinta años más viejo.

- Eh... bueno... disculpe todo esto - dijo el señor Weasley, bajando lamano y observando por encima del hombro el estropicio de la chimenea - ha sido culpa mía: no se me ocurrió que podía estar cegada. Hice que conectaran su chimenea a la Red Flu, ¿sabe? Sólo por esta tarde, para que pudiéramosrecoger a Harry. Se supone que las chimeneas de los muggles no debenconectarse... pero tengo un conocido en el Equipo de Regulación de la Red Flu que me ha hecho el favor. Puedo dejarlo como estaba en un segundo, no se preocupe. Encenderé un fuego para que regresen los muchachos, y repararésu chimenea antes de desaparecer yo mismo.

Harry sabía que los Dursley no habían entendido ni una palabra. Seguíanmirando al señor Weasley con la boca abierta, estupefactos. Con dificultad, tíaPetunia se alzó y se ocultó detrás de tío Vernon.

- ¡Hola, Harry! - saludó alegremente el señor Weasley - ¿Tienes listo elbaúl?

- Arriba, en la habitación - respondió Harry, devolviéndole la sonrisa.

- Vamos por él - dijo Fred de inmediato. Él y George salieron de la salaguiñándole un ojo a Harry. Sabían dónde estaba su habitación porque en una ocasión lo habían ayudado a fugarse de ella en plena noche. A Harry le dio laimpresión de que Fred y George esperaban echarle un vistazo a Dudley,porque les había hablado mucho de él.

- Bueno - dijo el señor Weasley, balanceando un poco los brazosmientras trataba de encontrar palabras con las que romper el incómodosilencio - tie... tienen ustedes una casa muy agradable.

Como la sala habitualmente inmaculada se hallaba ahora cubierta de polvoy trozos de ladrillo, este comentario no agradó demasiado a los Dursley. Elrostro de tío Vernon se tiñó otra vez de rojo, y tía Petunia volvió a quedarse boquiabierta. Pero tanto uno como otro estabanbdemasiado asustados para decirnada.

La chimenea volvió a prender fuego, Harry se dirigió su mirada a la chimenea viendo a un chico mas alto que el salir de esta, el corazón le empezó a golpear un poco más rápido al reconocer a Draco.

(No se si les guste esta parte, no se me ocurrió nada mas)

Draco llevaba ropa muggle que Harry jamás había visto en él, pero aprecia tan natural, como si no hubiera puesto nada de esfuerzo en buscarla, una pequeña sonrisa se dibujo en su rostro al verlo, pero esta desapareció al ver a los Dursley.

Camino hacia ellos a paso lento y tendió su mano.

- Draco Malfoy - se presento, pero Harry no estaba seguro de que pasaba con él, con los Dursley parecía mas... Malfoy, mas imponente ante los demás.

- Lindo traje - comento dándoles la espalda, sin que el señor Weasley lo mirara pero ante la atenta mirada de los Dursley y de Harry limpio levemente su mano con el pantalón indignado a Vernon, ¡él tendría que ser el que estuviera asqueado! Pero no se atrevió a decirle nada, en ese momento parecía que si se atrevian a contestarle no terminarían vivos, Draco se estaba comportando casi de la misma manera que se comportó con Colagusano el año pasado.

Draco fue hacia Harry e inmediatamente su rostro se suavizo, mientras el gris y el verde de sus ojos volvían a brillar a la par.

- Te vez bien - dijo Harry cubriendo su boca con su mano, para que no saliera su risa al ver a los Dursley temblando aun mas asustados por un chico de 14 años. Ron de igual manera parecía sorprendido, pero Harry creía que solo quería echarse a reír

- Gracias - contesto y se puso a su lado pasando un brazo por sus hombros, aunque en su rostro no se reflejo, el rubio también estaba algo nerviso, no por los Dursley, si no por la cercanía con el pelinegro.

El señor Weasley miró a su alrededor. Le fascinaba todo lo relacionado conlos muggles. Harry lo notó impaciente por ir a examinar la televisión y el vídeo.

- Funcionan por eclectricidad, ¿verdad? - dijo en tono de entendido - ¡Ah, sí, ya veo los enchufes! Yo colecciono enchufes - añadió dirigiéndose atío Vernon - y pilas. Tengo una buena colección de pilas. Mi mujer cree que estoy chiflado, pero ya ve.

Era evidente que tío Vernon era de la misma opinión que la señora Weasley. Se movió ligeramente hacia la derecha para ponerse delante de tía Petunia, como si pensara que el señor Weasley podía atacarlos de un momento a otro.

Dudley apareció de repente en la sala. Harry oyó el golpeteo del baúl en los peldaños y comprendió que el ruido había hecho salir a Dudley de la cocina. Fue caminando pegado a la pared, vigilando al señor Weasley con ojos desorbitados, e intentó ocultarse detrás de sus padres. Por desgracia, las dimensiones de tío Vernon, que bastaban para ocultar a la delgada tía Petunia, de ninguna manera podían hacer lo mismo con Dudley.

- ¡Ah, éste es tu primo!, ¿no, Harry? - dijo el señor Weasley, tratando de entablar conversación.

- Sí - dijo Harry -, es Dudley.

Él y Ron se miraron y luego apartaron rápidamente la vista. La tentación de echarse a reír fue casi irresistible. Dudley seguía agarrándose el trasero como si tuviera miedo de que se le cayera, sin embargo, Draco enterró su rostro en el hombro de Harry y una pequeña risa salio de su boca indignado aun mas al señor Dursley, ¿quien se creía ese niño? El señor Weasley, en cambio, parecía sinceramente preocupado por el peculiar comportamiento de Dudley. Por el tono de voz que empleó al volver a hablar, Harry comprendió que el señor Weasley suponía a Dudley tan mal de la cabeza como los Dursley lo suponían a él, con la diferencia de que el señor Weasley sentía hacia el muchacho más conmiseración que miedo.

- ¿Estás pasando unas buenas vacaciones, Dudley? - preguntó cortésmente.

Dudley gimoteó. Harry vio que se agarraba aún con más fuerza el enorme trasero.

Fred y George regresaron a la sala, transportando el baúl escolar de Harry. Miraron a su alrededor en el momento en que entraron y distinguieron a Dudley. Se les iluminó la cara con idéntica y maligna sonrisa.

- ¡Ah, bien! - dijo el señor Weasley -. Será mejor darse prisa.

Se remangó la túnica y sacó la varita. Harry vio a los Dursley echarse atrás contra la pared, como si fueran uno solo.

- ¡Incendio! - exclamó el señor Weasley, apuntando con su varita al orificio que había en la pared.

De inmediato apareció una hoguera que crepitó como si llevara horas encendida. El señor Weasley se sacó del bolsillo un saquito, lo desanudó, tomo un pellizco de polvos de dentro y lo echó a las llamas, que adquirieron un color verde esmeralda y llegaron más alto que antes.

- Tú primero, Fred - indicó el señor Weasley.

- Voy - dijo Fred -. ¡Oh, no! Espera...

A Fred se le cayó del bolsillo una bolsa de caramelos, y su contenido rodó en todas direcciones: grandes caramelos con envoltorios de vivos colores.

Fred los recogió a toda prisa y los metió de nuevo en los bolsillos; luego se despidió de los Dursley con un gesto de la mano y avanzó hacia el fuego diciendo: «¡La Madriguera!» Tía Petunia profirió un leve grito de horror. Se oyó una especie de rugido en la hoguera, y Fred desapareció.

- Ahora tú, George - dijo el señor Weasley - con el baúl.

Harry ayudó a George a llevar el baúl hasta la hoguera, y lo puso de pie para que pudiera sujetarlo mejor. Luego, gritó «¡La Madriguera!», se volvió a oír el rugido de las llamas y George desapareció a su vez.

- Te toca, Ron - indicó el señor Weasley.

- Hasta luego - se despidió alegremente Ron. Tras dirigirle a Harry una amplia sonrisa y una aun mas amplia a Draco, pues habíasido divertido ver a los Dursley temblar aun mas que con su padre, entró en la hoguera, gritó «¡La Madriguera!»  desapareció.

- Ahora tú, Draco - Draco se separo de Harry brindandole una sonrisa, miro a los Dursley y se despido con un movimiento de cabeza, mas por obligación que por otra cosa. Draco entro a la hoguera y grito ¡La madriguera! Y desapareció.

Ya sólo quedaban Harry y el señor Weasley.

- Bueno... Pues adiós - les dijo Harry a los Dursley.

Pero ellos no respondieron. Harry avanzó hacia el fuego; pero, justo cuando llegaba ante él, el señor Weasley lo sujetó con una mano. Observaba atónito a los Dursley.

- Harry les ha dicho adiós - dijo -. ¿No lo han oído?

- No tiene importancia - le susurró Harry al señor Weasley - de verdad, me da igual.

Pero el señor Weasley no le quitó la mano del hombro.

- No va a ver a su sobrino hasta el próximo verano - dijo indignado a tío Vernon - ¿No piensa despedirse de él?

El rostro de tío Vernon expresó su ira. La idea de que un hombre que había armado aquel estropicio en su sala de estar le enseñara modales era insoportable. Pero el señor Weasley seguía teniendo la varita en la mano, y tío Vernon clavó en ella sus diminutos ojos antes de contestar con tono de odio:

- Adiós.

- Hasta luego - respondió Harry, introduciendo un pie en la hoguera de color verde, que resultaba de una agradable tibieza. Pero en aquel momento oyó detrás de él un horrible sonido como de arcadas y a tía Petunia que se ponía a gritar.

Harry se dio la vuelta. Dudley ya no trataba de ocultarse detrás de sus padres, sino que estaba arrodillado junto a la mesita del café, resoplando y dando arcadas ante una cosa roja y delgada de treinta centímetros de largo que le salía de la boca. Tras un instante de perplejidad, Harry comprendió que aquella cosa era la lengua de Dudley... y vio que delante de él, en el suelo, había un envoltorio de colores brillantes.

Tía Petunia se lanzó al suelo, al lado de Dudley, agarró el extremo de su larga lengua y trató de arrancársela; como es lógico, Dudley gritó y farfulló más que antes, intentando que ella desistiera. Tío Vernon daba voces y agitaba los brazos, y el señor Weasley no tuvo más remedio que gritar para hacerse oír.

- ¡No se preocupen, puedo arreglarlo! - chilló, avanzando hacia Dudley con la mano tendida.

Pero tía Petunia gritó aún más y se arrojó sobre Dudley para servirle de escudo.

- ¡No se pongan así! - dijo el señor Weasley, desesperado - es un proceso muy simple. Era el caramelo. Mi hijo Fred... es un bromista redomado. Pero no es más que un encantamiento aumentador... o al menos eso creo. Déjenme, puedo deshacerlo...

Pero, lejos de tranquilizarse, los Dursley estaban cada vez más aterrorizados: tía Petunia sollozaba como una histérica y tiraba de la lengua de Dudley dispuesta a arrancársela; Dudley parecía estar ahogándose bajo la doble presión de su madre y de su lengua; y tío Vernon, que había perdido completamente el control de sí mismo, tomo una figura de porcelana del aparador y se la tiró al señor Weasley con todas sus fuerzas. Éste se agachó, y la figura de porcelana fue a estrellarse contra la descompuesta chimenea.

- ¡Vaya! - exclamó el señor Weasley, enfadado y blandiendo la varita -. ¡Yo sólo trataba de ayudar!

Aullando como un hipopótamo herido, tío Vernon agarró otra pieza de adorno.

- ¡Vete, Harry! ¡Vete ya! - gritó el señor Weasley, apuntando con la varita a tío Vernon -. ¡Yo lo arreglaré!

Harry no quería perderse la diversión, pero un segundo adorno le pasó rozando la oreja izquierda, y decidió que sería mejor dejar que el señor Weasley resolviera la situación. Entró en el fuego dando un paso, sin dejar de mirar por encima del hombro mientras decía «¡La Madriguera!». Lo último que alcanzó a ver en la sala de estar fue cómo el señor Weasley esquivaba con la varita el tercer adorno que le arrojaba tío Vernon mientras tía Petunia chillaba y cubría con su cuerpo a Dudley, cuya lengua, como una serpiente pitón larga y delgada, se le salía de la boca. Un instante después, Harry giraba muy rápido, y la sala de estar de los Dursley se perdió de vista entre el estrépito de llamas de color esmeralda.

Harry dio vueltas cada vez más rápido con los codos pegados al cuerpo. Borrosas chimeneas pasaban ante él a la velocidad del rayo, hasta que se sintió mareado y cerró los ojos. Cuando por fin le pareció que su velocidad aminoraba, estiró los brazos, a tiempo para evitar darse de bruces contra el suelo de la cocina de los Weasley al salir de la chimenea.

- ¿Se lo comió? - preguntó Fred ansioso. Draco llego y le tendio a Harry la mano para ayudarlo a levantarse, una claro sonrisa estaba en su cara. Ahora no se parecía a nada al que había sido con los Dursley.

- Sí - respondió Harry poniéndose en pie -. ¿Qué era?

- Caramelo longuilinguo - explicó Fred, muy contento - los hemos inventado George y yo, y nos hemos pasado el verano buscando a alguien en
quien probarlos...

Todos prorrumpieron en carcajadas en la pequeña cocina; Harry miró a su alrededor, y vio que Ron y George estaban sentados a una mesa de madera desgastada de tanto restregarla, con dos pelirrojos a los que Harry no había visto nunca, aunque no tardó en suponer quiénes serían: Bill y Charlie, los dos hermanos mayores Weasley.

- ¿Qué tal te va, Harry? - preguntó el más cercano a él, dirigiéndole una amplia sonrisa y tendiéndole una mano grande que Harry estrechó. Estaba llena de callos y ampollas. Aquél tenía que ser Charlie, que trabajaba en Rumania con dragones. Su constitución era igual a la de los gemelos, y diferente de la de Percy y Ron, que eran más altos y delgados. Tenía una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida por el clima de Rumania y tan llena de pecas que parecía bronceada; los brazos eran musculosos, y en uno de ellos se veía una quemadura grande y brillante.

Bill se levantó sonriendo y también le estrechó la mano a Harry, quien se sorprendió. Sabía que Bill trabajaba para Gringotts, el banco del mundo mágico, y que había sido Premio Anual de Hogwarts, y siempre se lo había imaginado como una versión crecida de Percy: quisquilloso en cuanto al incumplimiento de las normas e inclinado a mandar a todo el mundo. Sin embargo, Bill era (no había otra palabra para definirlo) guay: era alto, tenía el pelo largo y recogido en una coleta, llevaba un colmillo de pendiente e iba vestido de manera apropiada para un concierto de rock, salvo por las botas (que, según reconoció Harry, no eran de cuero sino de piel de dragón).

Antes de que ninguno de ellos pudiera añadir nada, se oyó un pequeño estallido y el señor Weasley apareció de pronto al lado de George. Harry no lo había visto nunca tan enfadado.

- ¡No ha tenido ninguna gracia, Fred! ¿Qué demonios le diste a ese niño muggle?

- No le di nada - respondió Fred, con otra sonrisa maligna - sólo lo dejé caer... Ha sido culpa suya: lo tomo y se lo comió. Yo no le dije que lo hiciera.

- ¡Lo dejaste caer a propósito! - vociferó el señor Weasley - sabías que se lo comería porque estaba a dieta...

- ¿Cuánto le creció la lengua? - preguntó George, con mucho interés.

- Cuando sus padres me permitieron acortársela había alcanzado más de un metro de largo.

Harry, Draco y los Weasley prorrumpieron de nuevo en una sonora carcajada.

- ¡No tiene gracia! - gritó el señor Weasley -. ¡Ese tipo de comportamiento enturbia muy seriamente las relaciones entre magos y muggles! Me paso la mitad de la vida luchando contra los malos tratos a los muggles, y resulta que mis propios hijos...

- ¡No se lo dieron porque fuera muggle! - respondió Draco, indignado.

- No. Se lo dimos porque es un asqueroso bravucón - explicó George

- ¿No es verdad, Harry? - pregunto Fred.

- Sí, lo es - contestó Harry seriamente.

- ¡Ésa no es la cuestión! - repuso enfadado el señor Weasley - ya veran cuando se lo diga a su madre.

- ¿Cuando me digas qué? - preguntó una voz tras ellos.

La señora Weasley acababa de entrar en la cocina. Era bajita, rechoncha y tenía una cara generalmente muy amable, aunque en aquellos momentos la sospecha le hacía entornar los ojos.

- ¡Ah, hola, Harry! - dijo sonriéndole al advertir que estaba allí. Luego volvió bruscamente la mirada a su mando - ¿Qué es lo que tienes que decirme?

El señor Weasley dudó. Harry se dio cuenta de que, a pesar de estar tan enfadado con Fred y George,no había tenido verdadera intención de contarle a la señora Weasley lo ocurrido. Se hizo un silencio mientras el señor Weasley observaba nervioso a su mujer. Entonces aparecieron dos chicas en la puerta de la cocina, detrás de la señora Weasley: una, de pelo castaño y espeso e incisivos bastante grandes, era Hermione Granger, la amiga de Harry y Ron; la otra, menuda y pelirroja, era Ginny, la hermana pequeña de Ron. Las dos sonrieron . Harry, y él les sonrió a su vez, lo que provocó que Ginny se sonrojara: Harry le había gustado desde su primera visita a La Madriguera, pero el parecía no saberlo, sin embargo, eso no evito el pequeño resoplido que salio de los labios de Draco.

- ¿Qué tienes que decirme, Arthur? - repitió la señora Weasley en un tono de voz que daba miedo.

- Nada, Molly - farfulló el señor Weasley - Fred y George sólo... He tenido unas palabras con ellos...

- ¿Qué han hecho esta vez? - preguntó la señora Weasley - si tiene que ver con los «Sortilegios Weasley»...

- ¿Por qué no le enseñas a Harry dónde va a dormir, Ron? - propuso Hermione desde la puerta.

- Ya lo sabe - respondió Ron - en mi habitación, con Draco. Además durmió allí la última...

- Podemos ir todos - dijo Hermione, con una significativa mirada.

- ¡Ah! - exclamó Ron, cayendo en la cuenta - de acuerdo.

- Sí, nosotros también vamos - dijo George.

- ¡Ustedes dos se quedan donde están! —gruñó la ñ señora Weasley.

- Bueno, yo me voy con ellos.

- ¡Ah, no, Draco tu también te quedas aquí, revise que no llevaran nada antes de salir - tal vez ya sospechaba que tenia que ver con los Dursley - así que tuviste que ser tú!

- ¡Pero, m-señora Weasley, no fui yo! - y ámenos de que les hubiera dado los caramelos antes de que ellos desaparecieron de La madriguera, Draco decía la verdad.

Harry vio como los tres bajaban la cabeza "avergonzados" por lo que habían hecho, pero antes de salir del todo Harry vio pequeñas sonrisas en sus rostros. 

Harry y Ron salieron por completo de la cocina y, acompañados por Hermione y Ginny, emprendieron el camino por el estrecho pasillo y subieron por la desvencijada escalera que zigzagueaba hacia los pisos superiores.

Hola, si soy yo, la que tiene que estar en clases pero para ella claramente es mas importante actualizar.

Espero que les gustara el capitulo porque a mi no tanto. O y siento si algunas palabras están juntas o mano escritas, mi celular las esta cambiando aunque las corriga.

Por cierto la ropa que tenia Draco era algo así ¿? No tengo mucho sentido de la moda pero este me gusto así que...


Att: Malfoy-Potter

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