H I D D E N ©✔

By aliceindrama

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«Porque, yo no soy ella y tú no eres él. Afortunadamente». Historia dedicada a dos personas, las cuales amo... More

Importante.
Sinopsis.
Prólogo.
Capítulo uno.
Capítulo dos.
Capítulo tres.
Capítulo cuatro.
Capítulo cinco.
Capítulo seis.
Capítulo siete.
Capítulo ocho.
Capítulo nueve.
Capítulo diez.
Capítulo once.
Capítulo doce.
Capítulo trece.
Capítulo quince.
Capítulo dieciséis.
Capítulo diecisiete.
Capítulo dieciocho.
Capítulo diecinueve.
Capítulo veinte.
Capítulo veintiuno.
Capítulo veintidós.
Capítulo veintitrés.
Capítulo veinticuatro.
Capítulo veinticinco.
Capítulo veintiséis.
Capítulo veintisiete.
Capítulo veintiocho.
Capítulo veintinueve.
Capítulo treinta.
Epílogo.
Agradecimientos.

Capítulo catorce.

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By aliceindrama

Augusto desde su oficina, con el papeleo encima y más asuntos por resolver; le marcaba preocupado a Virginia. Era la quinta llamada que ella no contestaba, decidió hablar con Gisela.

Sí, no te preocupes ―dijo la rubia―. Ella ya me avisó que venía para acá.

―Pero, ustedes están enojadas ―señaló el político. 

Antes de la premiación, la llamé y hablamos ―mintió―. Me prometió arreglar las cosas hoy, estoy esperando que llegue.

―Me alegro mucho, en serio ―sinceró el sujeto―. Cuando ella esté allá, por favor que me llame.

Tranquilo. Buenas noches.

―Gracias. ―Él cerró la llamada, suspirando conforme.

Dejó el móvil sobre el escritorio, le marcó a su asistente y le ordenó que le pidiera algo para cenar. Tomó varios papeles, y comenzó a leerlos para luego firmarlos.

Mientras que, en el apartamento una Gisela angustiada, daba vueltas por la estancia esperando que su hermana mayor contestara. Estaba molesta, porque esa mujer la trató mal y ahora es ella quién la está salvando. Nunca mantuvieron una conversación telefónica, pero sintió la necesidad de apoyarla, por si Virginia cometía una locura.

Y, por supuesto que no cogía el celular.

No tuvo otra opción, que llamar a Martín.

―Disculpa la molestia, Martín. ¿Por allí estará Virginia?

―Sí, yo creo que debe estar bailando, ¿no te contesta el celular?

―No, tal vez lo tiene apagado. Comunícamela, por favor.

Dame un minuto, voy a buscarla. ―El productor, se levantó de su asiento y recorrió el salón sin ver a la mujer por ningún lado. La llamada seguía corriendo, pero él tenía el móvil con el micrófono cubierto. Preguntó a varias personas que llegaron con ellos, sin obtener buenos resultados.

Nadie la había visto.

De inmediato, se propuso buscar a Carlos con la mirada.

No, Gisela, ella no está por acá. De seguro y salió hace rato.

―Gracias, Martín. Avísame si la encuentras por ahí, y no le marques a su casa.

El sujeto frunció el entrecejo, ya que su antagonista tampoco se hallaba en la fiesta. Silbó con picardía.

―Trata de llamarle a Carlos, suerte.

―Esa Virginia... ―farfulló, negando con la cabeza―. Está bien, otra vez gracias.

―Avísame si das con ella.

―Seguro.

Cerraron la llamada, y no pasó ni un segundo cuando la mujer regordeta le marcó al celular de Carlos.

Gisela ―respondió.

―Hola, Carlos, disculpa la hora, ¿Virginia está contigo? ―le cuestionó apenada.

Sí, voy conduciendo para llevarla a su casa ―informó.

― ¡NO! ―gritó, ocasionando que él se alejara el celular del oído―. Mejor tráela a mi casa.

― ¿Qué pa...pasa, Carlitos? ―masculló la actriz, estrujándole el esmoquin mientras se reía.

Mándame tu dirección ―exigió―. Voy a colgar, no quiero que me multen.

 ―Vale.

―Era tu hermana ―le contó, alternando la vista entre ella y la carretera. El sonido del móvil, le avisó que el mensaje había llegado. Lo miró por encima, y dio rumbo.

―Gise, Gise ―canturreó, a medio dormir.

Carlos suspiró, y apenas llegó al apartamento de la menor de las hermanas Moreno se aseguró que no anduviera ningún paparazzi, ni reporteros asechando. Se bajó del auto, y ayudó a Virginia a bajarse.

―Esta no es mi casa ―habló, yéndose de un lado―. Vámonos...

―Haz silencio. Creo que tu hermana, está salvando tu pellejo ―adivinó.

Gisela los estaba esperando en la parte trasera del estacionamiento, abrió la reja para el paso de personas y los dejó entrar. Llevaba un chongo mal hecho, sus lentes para lectura, una sudadera, un pantalón de chándal y unas chanclas con calcetines.

―Gracias, Carlos, que pena contigo ―lamentó, tomando a su hermana por un brazo―. Ten buenas noches, te lo compensaré luego.

―Ella está tan ebria, y no tienes de que preocuparte, no diré nada.

―Lo sé. Confío en ti. Adiós, maneja con cuidado.

Cada quien tomó su rumbo, y apenas llegaron al apartamento. Gisela se desprendió de la morena, dejándola en un estado de embriaguez muy vergonzoso. 

―Hermanita... ―vociferó.

―Cállate, Virginia. Augusto está preocupado por ti, ¿por qué bebiste así? ―escupió, cruzando los brazos frente a ella.

―Fueron dos copitas nada más, te lo juro. ―La actriz, cerraba los ojos y los volvía a abrir, luchando por mantenerse despierta.

―Mira, tú y yo hablaremos más tarde. Ni siquiera puedes moverte.

Y se encerró en su habitación, sin importarle haberla dejado así en su sofá. Le dolía tener esa actitud con ella, pero más le afectaba el hecho de que no le creyó antes.

Al día siguiente, la luz solar se colaba por las ventanas de aquel pulcro apartamento, ocasionando que una desaliñada Virginia se tapara la cara con la palma de sus manos.

―Ay, no puede ser ―masticó, incorporándose en el sofá. Tenía un dolor de columna insoportable, su cabeza estallaría y los ojos le ardían.

Le llegaron los recuerdos de la noche anterior, su atrevimiento con Carlos y el cómo le propuso una escapada de aquella fiesta. Afortunadamente, él se portó como un caballero y no pasó nada más allá del límite.

Ya hubieras querido, mijita.

Le habló su conciencia.

― ¡Augusto! ―exclamó, y de su bolsa que yacía en la mesita de vidrio, sacó el teléfono y le marcó. Sus manos, permanecieron sosteniendo su cabeza, porque sentía que se le caería en cualquier segundo.

La enviaba directo a buzón. De una u otra forma lo agradeció, porque no quería platicar con su esposo todavía.

Se zafó los tacones, dejándolos arrimados al pie del sofá, caminó a la que fue su recamara y estando allí, se liberó del vestido, su ropa interior y se metió bajo la ducha; calmando un poco la puntada en su cabeza.

Gisela salió de su alcoba, por el ruido del agua caer en la habitación de al lado. Aseguró que la morena, ya estaba activa otra vez. Se acicaló, y caminó a la cocina, a fin de prepararse el desayuno.

Luego que Virginia se vistiera, y apareciera por el umbral conectaron sus parecidas miradas.

―Buenos días ―pronunció, aun con los dedos masajeándose la sien.

―Buenos ―espetó, apartando la mirada a los panqueques en la sartén.

―Gisela, yo... ―cerró los ojos, resopló y vaciló algunos pasos. Al final, se acercó a ella―. Perdóname, ¿sí?, fui una estúpida, inmadura y aun así terminaste salvándome de un aprieto.

―Está bien ―dijo, sin mirarle―. En corto sirvo la comida.

― ¿Solo eso dirás?

―No creas que, con esas palabritas voy a actuar como si nada hubiera pasado ―espetó, acomodando el desayuno en dos platos. Virginia sacó una silla bajo la mesa, y tomó asiento―. Esfuérzate más.

―Lo haré, te lo aseguro. Hermana, yo me porté muy mal y sabré remendarlo.

―Ajá. ¿Por qué tú y Carlos estaban juntos ayer? ―inquirió, enarcando una ceja y pasándole los panqueques. Quedaron frente a frente.

―Lo extrañaba, y se lo hice saber... ―Bajó la vista, y plantó un mordisco al desayuno―. Lo besé, no enredamos nuestros cuerpos, pero estuve a punto―. ¡Le propuse irnos!

 ―y él accedió ―afirmó.

―Por mi bien, y lo agradezco ahora.

―Ayer Augusto me llamó ―soltó, apreciando como el semblante de su hermana se contrajo―. Aunque no debí, le dije que antes nosotras hablamos y que venías para acá.

Virginia expulsó el aire, y bebió del zumo frutal.

―Te lo agradezco. Hace media hora iba a llamarle, pero me lanzó al buzón. Menos mal, eh.

― ¡Ja! ―exclamó, comiendo también―. ¿Carlos sabe de tus suposiciones?

―Para nada, y que no se entere. Cometí un error al poner en duda tus palabras. Pero, contéstame algo.

―Dime. ―Se miraron fijamente, alejando los platos vacíos.

― ¿Por qué tu actitud fría el día de mi boda? ―Realizó una mueca.

―Por tus malas decisiones, mi hermana. Yo... ―jadeó―. Le llamé a Carlos, para que interviniera. Para que, Dios, para que detuviera esa locura.

― ¿¡Qué hiciste qué!? ―gritó, levantándose como energúmena.

―Tranquilízate, sé que no debí. Sin embargo, yo quería agotar los recursos; así evitarte una tragedia.

Virginia cerró los ojos, con la cabeza martilleándole. Percibió una sensación parecida, a la de un cuchillo afilado atravesando su corazón. No obstante, se trataba del dolor por enterarse después de esa idea. Nunca pensó que él se apareciera, no tenía el derecho. Pero, pensándolo bien; no hubiera estado nada mal...

― ¿Por qué...por qué no llegó? ―Relamió sus labios, enseñando el arrepentimiento en el rostro. El nudo amarrándole la garganta, y las lágrimas próximas a salir.

―No lo vio correcto. Además, tú ya estabas decidida. ―Se encogió de hombros.

―Pero...

―Aquí no caben el si hubiera, o el pero ―interrumpió, remedando su voz―. Eres una terca arrepentida, que pudiste haberte librado del matrimonio, solo que preferiste unirte con un hombre al que no quieres.

―De todas formas, con Carlos sería arriesgarme sin certeza de que funcionara. En fin, ya no hay tiempo para nada. ―Sonrió con tristeza, y se marchó a su recamara.

―Ay, esta mujer...

Virginia había llegado a su casa, esperando el peor de los regaños. Sin embargo, se encontró con la cena ya preparada y un Augusto perfumado, quitándose el delantal de cocina.

― ¡Cariño, hola! ―exclamó, acercándose a ella y besándola. La tomó desprevenida, pero la morena tuvo que corresponderle―. ¿Cómo te fue?

―Estuvo divino, pude despejarme un poco; a pesar que no gané ―farfulló, encogiéndose de hombros. Pasaron directamente al comedor―. ¿Y esto?

―Solo es un recibimiento, a mi hermosa esposa ―indicó, arrimándole la silla para que se sentara.

―Espera, iré a lavarme las manos.

Dejó la cartera en el mango de la silla, y fue al sanitario del primer piso. 

Una vez estuvo frente al espejo, abrió el grifo del lavabo y tomó el jabón, restregándose las manos. 

 Se puso a pensar, que su esposo era atento la mayoría de las veces, se desvivía por complacerla. Ella actuaba bien, fingía ser la mujer enamorada; porque no quería hacerlo sentir mal. No deseaba desilusionarlo, diciéndole que ella se casó por despecho. Lo quiere, le tiene un gran aprecio y cariño. Sin embargo, es todo lo que siente por Augusto.

Se secó con una toalla, y arribó a la cena con su marido. Estando frente a frente, entablaron una conversación, mientras comían su espagueti.

―Me hace mucha ilusión tener hijos, y más si es contigo ―dice él―. ¿Quisieras ponerlo en práctica?

―Ponerlo en práctica, sin duda ―verbalizó, guiñándole un ojo―. La verdad, tener hijos no me emociona mucho por ahora. 

Mentira.

Tener hijos es una de sus mayores ilusiones, pero no quiere dárselos a él. Sería atarse de por vida.

―Cuando estés lista, los tendremos. No te voy a presionar ―objetó, sonriéndole con sinceridad―. Por cierto, me gustaría llevarte a una cena el viernes.

―Okey, ¿en dónde? ―interrogó, frunciendo el ceño.

―En un restaurante que me trae recuerdos.

―Perfecto.

Cambiaron de tema, a uno más monótono. Durante toda la cena, Virginia le prestó atención, lo escudriñó y se fijó en cada gesto que hacía. Pero, no halló nada que la atrapara.

Quiso compararlo con Carlos, aunque no cabía el caso. La realidad, era que le gustaba otro hombre, uno de bigote y chivera y ojos color verde. La amabilidad, la cordialidad y el cariño de tu pareja; nunca será suficiente cuando tu alma y tu mente están en otro lado, en otra persona, en otra mirada...

El corazón no entiende de razones, hace lo quiere.

Luego de su armoniosa cena, regresaron a su recamara y tuvieron sexo como dos salvajes. El cuerpo tiene necesidades, y ellos eran dos personas casadas con ansias de placer.

(***)

Carlos disfrutó de la reunión que su esposa le había preparado. Fingían muy bien, frente a los demás. Ellos se apreciaban, pero ambos y sobre todo Viviana; sabían que ya no daba para más.

Siempre recalcaban en medio de su privacidad, que su unión nupcial se mantenía por Cristina, su preciosa hija de tres añitos de edad.

Habían festejado el éxito de la carrera del actor, algo íntimo; con varios amigos y familiares.

En el modesto jardín de la casa, platicaban amenamente las personas invitadas; bebiendo whisky y picando maní.

Viviana con un grupo de damas, incluyendo a Natalia, la esposa de Martín.

―Estoy muy feliz por él ―mencionaba la rubia, viendo a su esposo de lejos―. Con esas últimas películas que ha hecho, su carrera está creciendo notablemente.

―Ay sí, que profesional se mira en la televisión ―intervino otra mujer―. Ojalá se despegue más allá.

―Eso esperamos ―concordó Viviana.

―Oye, Nat ―habló otra―. ¿Qué se siente tener un marido famoso?, al menos así de reconocido como el tuyo.

―Es sensacional ―dijo, viéndolo conversar con Carlos, enamorada―. Pero, a la vez complicado. La fama, hace que te llenes de fans; y por ende esto conlleva hombres y mujeres que admiren el trabajo de tu pareja. Yo lo apoyo en todo, lo amo y sé que no me traicionaría; hasta donde tengo entendido, claro. ―Todas las mujeres a la mesa, la veían concentradas en esas palabras, sobre todo Viviana―. Aunque, es inevitable no sentir celos de las fans, en mi caso a veces me asusta que me cambie por otra mujer del mismo medio.

Hubo un silencio pequeño, hasta que alguien intervino.

―Me imagino que existen técnicas, para sobrellevarlo.

―No, solo te acostumbras ―masticó, dando sorbos pequeños al whisky―. Es cuestión de que él sepa darte tu lugar, y que se quieran mucho.

―Prepárate para los cambios, Vivi ―masculló la mujer―. Conociendo a Carlos, él será igual contigo, ustedes son muy estables.

Viviana sonrió, disimulando la tristeza que la arrinconó. Desde hace mucho, que nada es igual, que los cambios se instalaron en su relación. Solo que, ambos sabían controlarlos.

― ¿No sientes celos por sus compañeras, Viv? ―cuestionó Natalia.

―Para nada ―mintió, carcajeándose. Tenía a una mujer, entre ceja y ceja―. Comprendo que es solo trabajo.

En realidad, Virginia Moreno era un diminuto tormento en su remolino de pensamientos. La expresión y el cambio de actitud de Carlos, aquel día de la ceremonia de premiación; la habían dejado timbrada. No quería asegurar algo que no es, pero sentía la necesidad de estarse alerta.

―Me alegro mucho, por los dos ―agregó, y alzaron sus copas por aquel matrimonio roto.

En otro extremo del jardín, charlaban dos hombres; entre tanto bebían sin sobrepasarse de los límites.

―Hiciste bien en llevar a Virginia con su hermana ―contestó Martín, realizando una mueca―. Según lo que me cuentas, ella estaba borrosísima.

El productor no determinó el estado de su amiga, porque no estaba pendiente de eso. Además, Carlos le dio que ellos se situaron en un lugar oscuro.

―Muchísimo, jamás podría sobrepasarme.

― ¿Y si hubiera estado sobria? ―demandó él, enarcando una ceja. En el fondo, conocía la respuesta.

―No puedo mentirte...Sí, si le hubiera besado hasta la sombra ―confesó, tomándose de golpe el líquido etílico―. Y un poco más, claro.

―Pero, que poeta el hombre ―se burló Martín―. Estás enamorado, compadre.

―Demasiado, y no es correspondido. Ese hecho, me duele.

―Yo no estaría tan seguro de eso, Virginia es muy expresiva cuando le llega al corazón el sentimiento. No eres una excepción, Carlos.

―No lo veo de esa forma, a ella solo le gusto. De una simple atracción a estar enamorado, hay un abismo gigante.

―Ese abismo se cierra con un solo paso, cualquiera de ustedes puede quitar esa brecha. ―Se encogió de hombros.

―Ella es tan hermosa, su esposo no la merece. Por cierto, al verlo siento recordarlo de algún lado.

―Ahora es nuestro gobernador.

―Del Estado, querrás decir.

―Tú me entendiste, hombre.

Soltaron unas carcajadas, y continuaron disfrutando de la reunión.

(***)

Para el cuarto mes del año 2000, Virginia tuvo que abordar varios aviones del gobierno, a fin de hacer sus labores como primera dama del Estado. Viajó a distintos países, para darse a conocer en ese papel; siempre acompañada de Augusto.

Disfrutaron hacer ese trabajo, hasta se dedicaron varios días a hacer el tour por donde pasaron. Tomaron polaroids, para tenerlas como un bonito recuerdo.

Gisela y Virginia, estrecharon más aún su relación luego del malentendido de la vez anterior. La mayor de las hermanas Moreno, había aprendido la lección. Aprovechó el instante, para llevarse a su santa madre, a Ángelo y a Gisela de vacaciones por varios meses más a Las Bahamas, y apreciar aquel paraíso.

Aunque quiso entrar en muchos proyectos, no tuvo el tiempo suficiente y solo se dedicaba a mirar las revistas y los anuncios en la televisión. Martín Alonso, la mantenía informada de los proyectos que se llevarían a cabo en el futuro por parte de su gran equipo de producción.

Gisela trabajaba en varios guiones, para presentarlos en las compañías del séptimo arte, a fin de conseguir una nueva película o serie. Tenía citas a ciegas, para mejorar su vida amorosa. Sin embargo, nada le salía como planeaba. Los hombres solo se fijaban en su físico, y como era regordeta no la aceptaban para una relación estable. Se resignó a ser la solterona, entre ella y su hermana. Ángelo, doña Graciela y por supuesto Virginia, le aconsejaban y le aseguraban su realidad: Ella era una mujer hermosa, que se debía amar como era y que, si algo no le gustaba de su cuerpo, que lo cambiara. Que jamás permitiera, que una persona y mucho menos un hombre; le hiciera sentir mal por su propia esencia.

Los momentos continuaron pasando, como un avión viaja por el cielo y aterrizó en el caluroso año 2004. Carlos y Virginia, se volvieron a distanciar; ninguno se escribía ni siquiera un correo electrónico, ni una carta, ni señales de humo, y claro; ni un mensaje de texto o llamada telefónica. Caminaron los años, aceptando su destino, sin posibilidad de cambiarlos. Él, por su parte; enamorado y con un corazón entregado a la persona que no le corresponde, y ella; esperando que su hombre de bigote y chivera la rescatara de la farsa de su matrimonio. Nunca lo transmitía, pero en el fondo lo anhelaba. Viviana, viendo crecer a su Cristina junto a un sujeto que no la amaba como mujer, y Augusto, aferrado a la idea de que Virginia realmente estaba enamorada de él y que en cualquier momento le daría hijos.

En la oficina de Martín, en la televisora más exitosa del país; se reunían Carlos y el productor; comentando unos detalles para una posible producción.

―Entonces, ¿estás dentro? ―preguntó Martín, entregándole una taza con café―. No tienes que hacer casting, tienes lo que se requiere para el papel principal.

―Muchas gracias por la confianza ―dijo, estrechando su mano con la de él. Se habían convertido en buenos amigos, la relación que forjaron desde su primer contrato se ha fortalecido considerablemente―. Pero, ¿ya estás seguro de querer llevarla a cabo?

―Sí, los castings para los personajes secundarios arrancan mañana ―informó, haciendo ademanes―. Lo que me falta, es mi protagonista mujer.

―Mañana la conseguirás ―afirmó Carlos, inocentemente.

―Claro que sí, haré varias llamadas para ver con cual me quedo.

― ¿A quién tienes en mente?

―A Méndez, a Castro, no sé, ese perfil es el que busco.

―Nunca he trabajado con ellas, pero me han dado buenas opiniones.

―Son fabulosas. ―De pronto, la imaginación de Martín voló más allá y una mujer se le vino a la mente, una que se complementaría a la perfección con su protagonista―. Encontré la actriz ideal para el papel.

―Ah, ¿sí? ―Frunció el ceño, confundido.

―Sí. Sé que te encantará.

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