Z Í A
Lo que restó de esa mañana pasó en un abrir y cerrar de ojos, entre lápices de colores y brillantina. De acuerdo, mucha brillantina por parte de mi nueva compañera de asiento; al parecer ese era su toque personal, ya que toda la mañana la acaparó.
No podría culparla.
Lucía tan entretenida y feliz que no quise interrumpirla.
Lo que hicimos ese día no era nada que no hubiera hecho con el abuelo y la señora Tasha en casa ya: un montón de manualidades coloridas para pegarlas en cada rincón de ella con la intención de hacerla un poco más alegre, pues el ambiente en ella parecía estar bajo una gran nube negra después de la muerte de la abuela y la partida de mi padre.
Aunque nadie quisiera admitirlo, era así. Sabía con certeza que era así.
Y tampoco había mucho que hacer...
Cuando el timbre dió finalizada la jornada, nos tocó ordenar, recoger, guardar y limpiar nuestras pertenencias y zonas de trabajo. Y nunca me había sentido tan feliz. Tatiana nos acompañó hasta el jardín delantero y nos despidió a cada uno de nosotros en la reja de la entrada animosa esperando a vernos el día siguiente. Al parecer, amaba lo que hacia, se le notaba. Incluso muchas veces en la mañana parecía una de nosotros, a pesar de tener tal vez más del doble de edad que nosotros teníamos en ese entonces.
Pero eso era lo de menos, no importaba. No era enojona como el abuelo la había descrito los días anteriores con la intención de asustarme, era todo lo contrario. Y lo agradecía. Si algo podría caracterizarla era su abundante alegría, no había duda de ello y me parecía tan familiar...
El abuelo no tardó demasiado en pasar por mí, a penas crucé el umbral de la puerta principal del edificio él ya se encontraba ahí, sonriendo, con los brazos extendidos para recibirme en un cálido y fuerte abrazo. Los que tanto amaba. Cuando lo solté esperé un pequeño regaño de su parte, pero el único comentario que soltó al terminar de abrazarme fue un: "Al parecer alguien se divirtió demás", señalando mi uniforme bajo la mirada comprensiva de Tatiana, —ella no dijo ni una sola palabra después de haberle suplicando que no lo hiciera minutos antes de salir para no provocar problemas innecesarios, no quería que mamá se enojara conmigo, mucho menos que lo hiciera el abuelo. —En repuesta ella únicamente se encogió de hombros sonriendo aún con una mezcla de complicidad y pena en sus ojos, luego él procedió a acomodar mis rebeldes cabellos nuevamente detrás de las orejas.
El tema había quedado olvidado.
Era una costumbre, mientras lo hacía pude notar en su mirada que estaba feliz de verme.
Y yo mucho más de verlo a él, aunque no fuera capaz de decírselo en ese momento.
[...]
Reí a la vez que hacía malabares para que el resto de mi helado no cayera al suelo.
—¡No! —Exclamé rindiéndome, se derretía cada vez más rápido.
—Es increíble que esté haciendo un calor tan insoportable cuando esta mañana parecía que no dejaría de llover, —asentí como si comprendiera algo acerca del clima. A la vez que me pasaba rápidamente una servilleta intentando limpiar el poco de chocolate que había caído sobre mi falda, quejándose.
No tenía remedio, pensé fijándome en los manchones de tierra seca que aún tenía y que ahora estaban siendo acompañados por una mancha pegajosa de helado.
—Esto habrá que lavarlo sí o sí, —dio por hecho, también rindiéndose.
Estaba hecha un verdadero desastre.
Pero al menos había pasado la primera prueba.
Se levantó de la banca y caminó hasta el cesto de basura más cercano para arrojar lo que quedaba de la servilleta usada.
—Entonces... —dijo cuando regresó, sentándose nuevamente a mi lado.
Observé con cautela las hojas de los árboles cayendo a nuestro alrededor, temiendo que una de ellas cayera y arruinara mi helado. O bueno, lo que quedaba de él.
Una pequeña paranoia había surgido debido a lo de esa mañana. Era inevitable.
—¿Zía?
—Mhm, —respondí distraída, manteniendo mi atención fija entre las hojas y mi helado.
No quería repetir lo de esa mañana.
—¿Qué era lo que me contabas?
—¡Ah! ¡Ya recordé! —Respondí de pronto, tan rápido como llegó a mí, elevando un poco la voz haciendo que él encarnara una de sus canosas cejas: entonces conocí a una niñita muy amable.
» Estoy segura que te gustaría conocerla.
—Seguramente, ¿cuál es su nombre? —Preguntó animándome a continuar, como siempre hacia.
—No lo sé, —contesté con total sinceridad, como si aquello no fuera de importancia realmente.
El abuelo se giró hacia mí frunciendo el ceño, haciendo sus arrugas mucho más notorias.
—¿Dices que son amigas?
—Sí, —reafirmé con seguridad.
—¿Pero no sabes su nombre?
—No.
Sonrió, como si no tuviera remedio.
—Es muy extraña, —solté al cabo de unos cuantos minutos.
—¿Por qué dices eso, Zía? —Cuestionó, aunque su tono de voz sonó muy parecida a un regaño.
Había metido la pata.
Suspiré y recordé la conversación que tuvo con mamá anoche y negué con la cabeza riendo, también algo preocupada por el cambio de actitud que tuvo. No se venía feliz, sino algo molesto por mi comentario.
—¡Es que su cara está cubierta de chispas de chocolate y su cabello parece la noche! —Intenté excusarme, recordando que era una combinación rarísima.
¿Cómo era eso posible?, eso ni siquiera tenía sentido.
Su arrugado rostro se relajo de inmediato, al escucharme soltó una ruidosa carcajada ganándose unas cuantas miradas curiosas de las personas que caminaban a nuestro alrededor en el parque.
—¡Qué cosas inventas, Zía! —Exclamó entre risas, como si fuera una locura, algo imposible.
¡Pero era posible!
—Tenemos muchísimas cosas en común, —añadí pasado unos minutos, cuando su risa cesó. —Tenemos casi la misma altura, tenemos la misma mochila, nos gusta el mismo cereal. ¡Y vemos las mismas caricaturas! —Exclamé finalizando el listado que había enumerado con los dedos de mi mano libre, como si tantas coincidencias fueran imposibles también.
Estaba exagerando.
» Aunque pensándolo bien, me asusta que se lleve mi mochila por equivocación, ¿crees que lo haga?
—No lo creo, son amigas.
—Más que amigas, —corregí.
—Ah, ¿sí?
—Sí, ¡mejores amigas! —respondí con entusiasmo.
Luego terminé de devorar mi helado, o más bien, lo poco que quedaba de él.
—Entonces no habrá problema, de todos modos, —pensó. —¿Qué te parece un bonito bordado para diferenciarlo?
—Suena genial —acepté, limpiando las comisuras de mis labios con otra servilleta que el abuelo había guardado para mí. —¿Tan bonito como los que solía hacer la abuela?
Su mirada se entristeció un segundo.
—No exijas, —pidió aclarando que eso era imposible.
Hice un mohín, a lo que él suspiró haciéndome entender que al menos lo intentaría.
Era el mejor.
—¿Entonces tuviste un buen día? —Preguntó intentando asegurarse de ello.
Recordé y repasé cada uno de los hechos, desde que llegué hasta que salí de ahí, incluyendo aquel desastroso recreo —que había contado a medias y quería olvidar, —para finalmente asentir.
No había sido tan malo después de todo...
—¿Sabes quién más se alegrará de saber eso?
Asentí, está vez con verdadero entusiasmo.
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Pronto les traeré una sorpresita. 👀💕
No se les olvide que los quiero un montón, nos leemos pronto.