XIX: Two suns in the sunset

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El invierno había llegado una vez más. El año se terminaba otra vez. Los abrigos gruesos envolvían a cada cuerpo que se movía a través de la ciudad. Las manos enguantadas, el vapor que escapaba de sus labios a cada palabra, murmullo, risa o suspiro. La punta de la nariz se mantenía fría y rojiza, las mejillas también adoptaban un tenue color carmín que Shouto no podía evitar quedarse mirando más de la cuenta. Se llevaba los dedos hacia su propio rostro, tocando su lado frío, tocando su lado cálido, y sabía que en él esas características no aparecían, pero siempre fue así y estaba más que acostumbrado.

Aún así, disfrutaba de una bebida caliente tanto como el resto de la población.

Eran alrededor de la once de la mañana. Su sesión de terapia había terminado media hora antes y Shouto decidió caminar después de despedirse del terapeuta y mencionar que lo vería la próxima semana para seguir trabajando.

En cuanto salió de la consulta, caminó sin un rumbo fijo. Disfrutando del día, mirando el cielo claro sobre su cabeza; era casi imposible imaginar que solo la noche anterior había estado cubierto de espesas nubes grises que dejaron caer la nieve que ahora se acumulaba en cada rincón de la ciudad. El bicolor recordó sentarse frente al ventanal del balcón de su casa, con una taza de té entre las manos y observar, tranquilamente, con calma y paciencia, como los distintos copos de nieve caían a la tierra y poco a poco se convertían en parte de un gran velo que a la mañana siguiente tuvo que palear de la entrada.

Caminó con cuidado. La acera estaba resbalosa en cada parte de la ciudad. Aun así, sus piernas se movieron un poco más rápido cuando el local de té se posó frente a sus ojos. Incluso si aún debía dar veinte pasos más, Shouto estaba seguro de que podía oler el aroma del té desde la distancia.

Su mano izquierda se posó sobre la manilla de la puerta y la empujó, dejando un rastro de calidez para la persona que entrara después de él. Caminó hacia la fila frente al mostrador, distrayéndose por un momento con un cartel que señalaba las nuevas delicias que el local estaba ofreciendo.

—¿Shouto?

Su mirada se desvió rápidamente y, cuando captó el rostro del hombre de cabello castaño y expresión tenuemente cansada, pero feliz de verle, Shouto sonrió.

—Masaru —saludó, su rostro mantuvo su sonrisa y expresión tranquila —. Ha pasado tiempo desde la última vez que lo vi.

El hombre mayor rió.

—Más que solo un tiempo. Ya han sido casi ocho meses.

Ah, cierto. La última vez que vio al padre de Katsuki fue a principio de año. ¿Cuándo había pasado tanto tiempo? Realmente no mentían cuando decían que los días, meses, años y el dolor pasaban "volando" sin que se dieran cuenta.

—Supongo que perdí la noción del tiempo en algún momento —masculló el bicolor, desviando la mirada, sumergido en una lejana memoria que rápidamente se desvaneció. Elevó sus iris heterocromáticos una vez más y observó al otro hombre—. ¿Aún le gusta el mismo té?

—Por supuesto, el mismo que es también tu favorito. ¿Por qué no ordenamos algo y conversamos un rato?

Estaba encantado, siempre se llevó bastante bien con Masaru y sus pláticas siempre fueron cómodas y agradables; iguales a las que compartía con su propio padre durante las largas tardes en las que, después de las terapias o trabajo, visitaba al antiguo héroe, jugaban un poco de shogi, con Kaen durmiendo sobre su regazo o sobre el de Enji, y se pasaban el resto del día charlando tranquilamente hasta que la noche llegaba y Hawks también, obligándolo a quedarse a cenar.

Se sentaron en la mesa más alejada y ordenaron el mismo té. La conversación fluyó rápidamente, Masaru haciendo un par de preguntas y Shouto respondiéndolas con sinceridad. Habló sobre sus terapias, los avances que había estado haciendo durante todos esos meses y que, pronto, terminaría con aquellas sesiones puesto que su terapeuta estaba asombrado del avance de su recuperación, además de feliz y orgulloso de su paciente. El bicolor también se sentía feliz por sí mismo, mencionó al otro hombre. Una vez que decidió no volver a aquella fría, pequeña y oscura habitación en la cual el mismo, de una u otra forma se empujó, ya nunca más volvería a ella incluso si algunos días eran más difíciles que otros. Ahora poseía las herramientas para enfrentar los cambios que viniesen a su vida, con paciencia y madurez. Con calma y sin apresurarse a solucionar todo de una sola vez.

Why are you so angry? [©]Where stories live. Discover now