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Fue uno de los peores sonidos que escuché alguna vez en mi vida.

No se asemejaba en nada que había oído anteriormente, como de mis incontables víctimas, por ejemplo. Y vaya que gritaban de dolor, de angustia y desesperación mientras les arrebataba la vida y suplicaban por la misma.

Era como si le arrancaran desde su interior, algo poderoso y brutal al mismo tiempo, luego de eso Abby se desplomó y se quedó quieta.

Los latidos de mi corazón se aceleraron, la sangre inyectó mis ojos y todo mi cuerpo reaccionó de una manera aterradora. No supe con exactitud cuál hechizo conjuré, pero era potente y vi como Deedee y Matthew salían disparados como juguetes de trapo, hasta chocar contra las paredes, con un fuerte crujido.

Ambos jadearon y no se movieron.

Ese castigo no sería suficiente, nada de lo que les haría sería suficiente, porque tenían que sufrir más, pero en ese preciso momento, en mi mente descontrolada solo se repetía el grito de Abby. Una y otra vez, sin parar.

Sentía mis huesos hechos de plomo, por esa razón me tuve que me arrastrar en dirección al cuerpo inerte de Abby.

Cuando noté que Matthew y Deedee se disponían en levantarse, dije en voz alta:

Ch’oloj, are’ ri kamikal.

La casa se sacudió, esta vez más fuerte; el suelo donde estaba Deedee se abrió y unas manos con dedos largos y negros surgieron, los sujetaron para ser arrastrada pero ella, como era de esperarse, se resistía.

Conjuró varios hechizos.

Mi boca se curvó en una sonrisa.

Eso no le sería de ayuda, en absoluto.

Deedee estaba gritando por el miedo y la desesperación, eso me hizo sentir más tranquilo, porque nadie que se había atrevido antes a desafiarme, se libraría de recibiría lo que se merecía.

Infligir dolor era apenas el comienzo.

Cuando me sentí ligeramente recuperado, me acerqué a ella, que me miraba con súplica en los ojos, sin embargo yo no sentía otra cosa que fuera odio y resentimiento.

—¿Creíste que me vencerías? —murmuré sin dejar de verla—. Nunca debieron haber venido a este lugar. Los brujos negros son imparables.

Deedee estaba llorando, veía el temor reflejado en sus ojos.

Poco me importaba lo que haría lo que me diría.

—Por favor, por favor…

Ch’ikimanik —susurré.

La energía salió disparada y la golpeó en el pecho, ella se retorció y las manos salidas del mismo Infierno finalmente la sujetaron. Fue arrastrada en cuestión de segundos. Luego de eso, el suelo se cerró dejando una marca oscura y humeante.

Solo faltaba Matthew.

Me acerqué a él, con los ojos drenados de furia.

—¿Qué es lo que querían? —le pregunté.

Matthew se veía mal, muy mal.

Otro motivo para sentirme tranquilo, casi satisfecho.

—Ayudarte… —respondió él.

—¡Mentira!

—Sherman, yo…

Empleé el hechizo que hizo aparecer cadenas de fuego para sostener sus manos y alzarlo ante mí. Matthew torció el gesto de dolor que le provocaban las llamas.

—Me las pagarás —sentencié.

Antes de emplear un nuevo conjuro, él lo hizo primero.

Un remolino entró por la ventana destruyendo todo a su paso, las llamas se agitaron y el remolino lo succionó. El techo de la casa se desplomó; yo apenas tuve tiempo suficiente para hacerme a un lado y esquivar los restos que pudieron haberme matado.

Matthew aprovechó el momento de distracción para huir.

Aunque, no iría lejos.

Ley de retorno [#1.5] - ✔Where stories live. Discover now