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Más gente siguió muriendo y el noveno mes empezó… y de la peor forma.

Un martes, al atardecer, se dio la noticia de que un grupo de niños pescaba en el río conocido como Aqueronte, pero se llevaron un susto de muerte al encontrar dos cuerpos flotando en el agua.

Eran un hombre y una mujer, de mediana edad.

Al principio creyeron que nadaban, sin embargo el olor putrefacto era fuerte y los cuerpos tenían un color pálido y enfermizo, entonces llegaron a la conclusión de que llevan días de estar muertos. Notificaron inmediatamente a las autoridades y tras llegar, realizaron una investigación y determinaron que los cadáveres pertenecían a Lester y Sarah Prelooker.

La pareja había sido acusada de robo varias veces, eso lo recuerdo perfectamente. Fueron arrestados hacía tiempo y al parecer, finalmente habían pagado la condena de la que tanto habían estado huyendo.

Eso me sorprendió demasiado, porque no tenía idea de que fuera de esta manera.

Cerca del río encontraron únicamente un viejo y desgastado libro, que olía a especias.

Ya resultaba muy sospechoso, sin embargo, nada estaba claro todavía.

Según dijeron, la encuadernación de libro era lo que alguna vez fue cuero, las páginas en su interior estaban dobladas, algunas arrancadas de su sitio y otras manchadas de tinta oscura y lo que era probablemente sangre.

En otras páginas había anotaciones casi ilegibles, pues eran de un lenguaje poco conocido, además de que en la portada había una cruz invertida, rodeada a su vez con una serpiente plateada mostrando los colmillos.

No fue necesario sacar conclusiones,  todos ya sabíamos que se trataba de algo oscuro, algo que estaba fuera de nuestro alance.

La policía tuvo que examinar cada parte de libro, tratando de hallar al o a los propietarios pero no tuvieron suerte. Solo había una pequeña firma al final de la tapa, una que incluía la letra «R».

¿Una notable conciencia? ¡Desde luego!

Los Ravenwood, para su fortuna, en ningún momento fueron llamados a la estación para declarar, eso enfureció aún más a los vecinos.

—¡Practican brujería justo delante de nuestras narices! ¡Lo sé! ¡Lo sé! —rebatió Abby aquella noche. Su rostro colérico empezaba a preocuparme—. ¿Cómo sabemos que no nos harán lo mismo?

Yo la miré con detenimiento.

—No podrán —le aseguré—. Aunque lo intenten, no lo lograrán.

Abby tenía los ojos enrojecidos, supuse que en cualquier momento se echaría a llorar.

Y era seguro que terminaría llorando con ella.

—¿No irán a por nosotros? —preguntó Abby, su voz temblaba.

Me acerqué a ella y la abracé.

Colocó la cabeza junto a mi palpitante corazón; un sencillo movimiento que me hizo sentir tranquilo y relajado.

El resto de su cuerpo se fundió junto al mío; podía sentir la calidez tan reconfortante y sabía que a ella no le pasaría nada.

—No, jamás lo harán —contesté.

Ella levantó la mirada de golpe.

—¿Cómo sabes eso, Sherman? —su expresión estaba a punto de quebrarse, era algo que no soportaría ver.

Yo le sonreí con determinación.

—Mamá y papá nos protegen —mentí.

Luego de eso, Abby y yo nos sumimos en un miedo aún profundo y la comida ya no era lo más importante para nosotros, ni para el resto de los vecinos. No dormíamos y cada vez que salíamos, era necesario estar en alerta la mayor parte del tiempo, porque era incierto lo que nos esperaba.

Y hemos aquí, a 13 meses desde que los Ravenwood arribaron y trajeron consigo una serie de tragedias.

Ley de retorno [#1.5] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora