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—¿Tú también los sientes? —me preguntó Abby esa mañana, con la voz temblorosa. Su rostro estaba ligeramente tenso—. La presencia…

El día apenas había empezado y ya tendríamos una discusión en la cocina, la misma que ya había presenciado varias en el pasado. Y sentí pena, porque siempre decían que las paredes podían escuchar.

Sin embargo, esta vez quizá eran nuestros difuntos padres los que nos estarían escuchando.

Contuve una carcajada, porque sabía que eso a Abby le molestaría.

—¡Bah! Te imaginas cosas, solo es eso.

Dejé sobre la mesa el vaso de jugo que estaba tomando y la observé.

—No es verdad —refunfuñó, entrecerrando los ojos—. Las noches no solían durar tanto y el aire… parece más denso.

Juro que si seguía con esa idea loca, me iba a reír.

—Yo no siento nada —afirmé, dándole un pequeño sorbo al café—. Siempre ha sido igual, poco ha cambiado en los últimos años, por si no te habías dado cuenta —terminé por decir.

Abby me miró con su habitual rostro de preocupación.

Se parecía demasiado a su madre, solo que ella era un poco más sensata.

—¿Cómo explicas lo de tus pesadillas? Antes podías hacer… cosas —hizo un gesto impaciente con las manos—. Ya sabes a lo que me refiero.

—Es porque trabajo en exceso y lo sabes. Estoy de camino hacia los 40 años, me canso más que de costumbre y eso me provoca lo demás —me encogí de hombros, restándole un poco interés.

Intentaba, además, lograr que no se preocupara tanto.

Ella dejó escapar un suspiro.

Abby era una mujer muy susceptible y emocional, tal vez le afectaba la manera en que le hablaba, pero insistía demasiado en algo que no tenía sentido.

Tenía que ser muy cuidadoso en cuanto a mis palabras.

—Mamá y papá no estarían de acuerdo —siguió diciendo ella—. Ellos dirían que no estoy loca.

Solté un gruñido por lo bajo.

Estaba a punto de perder la paciencia.

Tener una discusión mañanera no era del todo agradable.

—¿Y yo he dicho que estás loca?

Ella se vio pillada por sorpresa.

Su boca se transformó en una ligera mueca y sus ojos parecieron apagarse un poco.

—No, claro que no.

—Ya ves. Tú te imaginas cosas. Deja de pensar y verás que todo parecerá normal.

Abby estaba decidida en seguir con la discusión.

Su optimismo y temperamento no tenían límite, no descansaría hasta lograr que yo le diera la razón, aunque no la tuviera.

—Entonces, ¿cómo explicas que hayan encontrado este lugar? —quiso saber ella.

Esa era una pregunta interesante, de todos modos, no sabía la respuesta.

—No lo sé. Tal vez estuvieron un día en Google Maps y ¡zas! Decidieron por asentarse un tiempo con nosotros. ¿Qué tan malo puede ser? —contesté con la voz tranquila, dándole a entender que no había nada del cual se sintiera preocupada.

—No estoy segura —dijo Abby en un susurro, movió los ojos de un lado a otro—. Oigo cosas. Los vecinos, por muy insoportables que sean, tienen razón en decir que ellos no son personas como nosotros.

Me crucé de brazos.

—¿Y qué somos nosotros?

Ella, desde luego, se limitó a apartar la mirada y guardarse su respuesta.

—Tranquila, cariño —repuse, tratando de animarla un poco—. Los nuevos vecinos no nos harán nada. Yo me encargaré de eso. 

¿Qué tan ciertas eran mis palabras?

Ley de retorno [#1.5] - ✔Où les histoires vivent. Découvrez maintenant