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Cerré los ojos y conjuré:

Jumul kej.

No pasó nada.

Concentré de nuevo mi energía y recité en voz alta varias veces:

Rax kan, rax kan, rax kan.

Matthew me miró sorprendido.

Su mayor problema fue haberse confiado, porque supuse que no sabía que podía invocar espíritus, criaturas que no existían en este plano dimensional y que podía controlar bajo mi antojo.

Le sacaba ventaja y tenía que aprovechar.

Disfruté ver su expresión de horror, era como la obra majestuosa recién terminada de un artista y ahora quería destruir con todo el placer del mundo.

El suelo donde Matthew estaba parado, tembló y se abrió por completo: una serpiente con escamas hechas de fuego surgió desde las sombras y rodeó todo su cuerpo. Era enorme, su siseo hacía eco en las paredes y sus ojos ardían de furia.

La serpiente ejerció más presión; chispas rojas salieron disparadas en todas direcciones.

Matthew dejó escapar un alarido de dolor cuando la serpiente lo cubrió por completo y sin previo aviso, ambos cayeron pesadamente como un árbol seco quemado hasta la raíz.

—¡Sherman! —era la voz de Abby.

Volví la mirada y la vi, acorralada por Deedee, que le sangraba la nariz.

Corrí despavorido en dirección a ellas, pero de pronto Deedee gritó:

—¡B’aq’atim!

Mis pies y manos se tensaron; dejé de moverme.

Estaba punto de pedirle a la serpiente que acatara nuevamente, pero no fui capaz.

Sentía que mi boca e incluso mis extremidades hubiesen sido pegadas a mí en su totalidad. Por más que intentaba, no lograba mover siquiera un músculo. Entonces fui derribado y sucumbí, igual como lo había Matthew.

Golpeé la cabeza contra el suelo y me giré, para minimizar la sensación de malestar. Torcí el gesto por el dolor, ignorando aquel zumbido que se fue tornando gradual a medida que intentaba contrarrestar el hechizo.

Pero era evidente que tardaría.

Después de derribar a Abby, Deedee corrió en dirección a Matthew para socorrerlo.

Escuché cómo ella decía:

—¡Chatkuntajop b’a’! —era un hechizo de curación… eso significaba que Abby y yo estábamos perdidos—. Chawesaj, Matthew, ¡chatwaj’lijoq! —terminó por decir, y después de eso, la serpiente de fuego que lo envolvía, siseó y se consumió hasta volverse cenizas.

El cuerpo de Matthew humeaba, desde luego, sus ropas estaban roídas, pero él parecía intacto.

Se levantó como si nada y soltó un gruñido.

—Será más difícil de lo que había imaginado —dijo Matthew.

Con el libro en manos, se aproximó a mí.

—El ritual de conversión es complejo y muy doloroso, y si eres más bueno que malo, más Luz que Oscuridad, más Cielo que Infierno, el fuego lo sabrá. Y si no, te matará y tu alma será arrastrada para ser castigada, Sherman.

Dicho esto, empezó a salmodiar de nuevo.

Su voz era tan ruidosa, casi me hacía sangrar los oídos de solo escucharlo.

Mientras tanto, yo seguía luchando para liberarme pero no funcionaba.

El hechizo era poderoso.

La casa se sacudía una vez más, como si se preparara para la parte final del ritual.

—… chu santil uloq —dijo Matthew y luego añadió—: Che uwa’lajisaxik.

Cerré los ojos, preparándome para recibir la poderosa descarga de la energía que se había invocado. Sin embargo, nada pasó. El silencio dentro de la casa era terrible e inquietante.

Cuando abrí los ojos, vi que alguien estaba delante de mí.

El cabello de Abby hondeó por unos segundos en el aire, antes de que ella gritara.

Ley de retorno [#1.5] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora