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Quise lanzarle un golpe, pero dijo algo en una voz extraña y mi brazo se torció en un ángulo muy doloroso.

Caí de rodillas, las manos desgarrando el suelo hecho de duela y luego reparé en la figura que estaba cerca de mí.

—Es una runa de inmovilización, Sherman Crawford —dijo el hombre—. Estoy seguro que la conoces, ¿no es así? —su voz sonaba igual de perturbada que su apariencia.

Intenté levantarme, pero no podía, sentía como si una cadena me ataba al suelo e impedía que me alzara.

—Mientras más te resistes, más doloroso es. 

El hombre apretó la mandíbula.

Mi cuerpo estaba tensado, lo que estaba alimentando más la furia, aquel enojo atrapado en mí y mis entrañas.

Mis manos querían romper la runa, pero no podía.

Y por si fuera poco, me costaba pronunciar palabra. Sentí un calor recorrer mi espalda, viajar por toda mi columna, llegar hasta mis piernas y mis brazos y finalmente llegó en mi rostro, lo que me provocaba sudoración.

Estaba totalmente atrapado.

—Soy Matthew y sabes qué somos, ¿verdad? —continuó diciendo el intruso, aproximándose  a mí. Ladeé la cabeza y noté que Abby estaba en la misma situación que yo; luchaba por liberarse y no era capaz de hacerlo—. Sabes también a qué hemos venido, ¿cierto? —me miró y por un momento creí que estaba sonriendo—. Ella no puede hablarte, por ahora. Deedee le ha puesto una runa de silencio.

Estaba a unos centímetros de distancia y a pesar de su repulsivo aspecto tan extraño y andrajoso, podía percibir un aroma a especias, aquel aroma dulce manando de él, lo que me recordó inmediatamente a la primavera y a las muertes.

Un momento… él…

Sacudí la cabeza varias veces.

Mis sentidos luchaban en adivinar qué mezcla era: me resultaba elegante como los árboles que creían en lo profundo de las montañas que se podían observar desde la lejanía, similar al delicado aroma de las rosas recién cortadas, como la corriente de agua fresca corriendo por los ríos o la suave brisa que me saludaba por las mañana antes de atender la granja… demasiado tranquilizante como para ser verdad.

—¿Qué es lo que quieren? —quise saber, aunque las palabras apenas si podían salir de mi boca.

Por un momento sentí que me estaba desgarrando las cuerdas vocales.

Lo menos que quería era escupir sangre.

—Liberarlos de todo. Especialmente de la maldad —me dijo Metthew.

«¿Maldad?, ¿en serio? ¿El tipo habrá enloquecido?», pensé.

Mi boca a penas se curvó en una mueca de repulsión.

—Desde que nos mudamos, nos dimos cuenta que este lugar fue el hogar de los mejores practicantes de magia que alguna vez hubo —me explicó—. Existe la magia, claro que sí y lo sabes perfectamente —repuso Matthew—. Durante generaciones, se fueron transmitiendo todos los saberes y el conocimiento del arte sobrenatural. Pero donde hay luz, también hay oscuridad.

Mi mandíbula se tensó, impidiendo soltar un insulto.

Al verlo, sus ojos brillaron durante un instante.

—Pero abusar de la magia negra es un crimen; hacerlo daña al mundo y la humanidad de quien lo practica —Matthew hizo aparecer una chispa entre sus dedos—. Altera el orden natural de la vida y sus efectos son difíciles de contrarrestar. La mayoría lo hace para beneficio personal, como lo hizo tu abuelo, luego tu padre y ahora tú, Sherman —se alejó de mí, sin siquiera emitir un ruido—. Tu conexión con la oscuridad es muy fuerte, demasiado para ser normal. Aunque en los demás… es diferente.

Ley de retorno [#1.5] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora