| 01 |

60 6 4
                                    

Llevo bastante tiempo viviendo en este ridículo pueblo y si de algo estoy seguro, es que mis patéticos vecinos y yo tenemos algo en común: odiarnos mutuamente.

Nos declaramos en guerra mucho antes de que yo naciera.

Bien, vamos por partes. Me llamo Sherman, tengo treinta años y todavía no sé con certeza qué originó aquella rivalidad.

Hay varias teorías, desde luego (y bastante disparatadas, por cierto). Aunque ninguno de nosotros se ha atrevido a confirmarlas alguna vez.

Yo he sido uno de ellos.

Aun así, me sigue sorprendiendo que a lo largo de los años, jamás he visto turista, investigadores de NatGeo o Discovery dando vueltas en Towness, y si lo hicieran alguna vez, les diría lo siguiente: «¡huyan, este lugar está maldito!».

Nadie nos ha puesto en su radar, quizá porque la lejanía del pueblo lo impide o porque nosotros mismos nos hemos empeñado en hacer que las visitas no sean frecuentes. 

Se preguntarán entonces, ¿se ha ido alguien del sitio? Sí, muchas veces. Sin embargo, algunos regresan tan pronto como se van, porque la nostalgia es más fuerte que el atrevimiento y luego mueren por causas desconocidas y otros simplemente no tienen pensado en volver jamás.

¡Uff! ¿Dejaría yo este lugar en la mínima oportunidad? Claro que no, no seré un cobarde, igual que los otros.

Tengo una granja que cuidar, la que heredé de mi padre, y él de su propio padre. Y no me gustaría abandonar todo lo que a él le costó construir y a mí, que me ha costado seguir adelante, a pesar de los muchos altibajos que tenían el atrevimiento de tocar mi puerta.

Además, mi esposa Abby me lo impide.

Llevamos muchos años de casados, algo que me aún me sorprende, porque en ocasiones nuestras discusiones llegan a ser tan intensas e innecesarias, que nuestros propios vecinas se acercan a decir que nos escuchan a kilómetros de nuestra casa.

Abby es una excelente mujer, una pareja perfecta en todos los sentidos, pero tiene ciertas debilidades en cuanto a su desconfianza que eso a veces me cansa.

Ella piensa lo mismo de mí, sin embargo, puedo decir con toda certeza que mi calma, mi tranquilidad y capacidad de razonamiento eran, evidentemente, superiores.

Es igual de obstinada como hermosa, pero el resto de mujeres no se compara con ella.

Tenía unos 15 años cuando mis padres murieron  y más tarde, los de Abby.

Fue una muerte natural, desde luego, pero el vacío que ellos nos dejaron sigue presente en nosotros, cuando nos levantamos, cuando salimos e incluso cuando dormimos. Sus voces aún resuenan por toda la casa, algo al que ya nos hemos acostumbrado.

¿Cuándo los veríamos nuevamente? Esa es una pregunta que Abby y yo nos hacemos casi todos los días.

Los restos descansan ahora en aquel frío y casi desolado cementerio ubicado a unas cuantas casas de distancia, donde las tumbas permanecen bajo poca vigilancia y el saqueo de restos humanos es constante y aparentemente inevitable.

¿Hemos sido capaces de conservar lo poco que nos queda de ellos? Sí, claro, por ahora.

¿Abby yo tenemos hijos? No. ¿Los tendremos pronto? ¡Ja! Como si esa idea bastaría en hacer mi vida más miserable de lo que ya es. ¿Cómo hemos sobrevivido tanto tiempo? Aunque Towness parece un sitio que no alberga esperanzas para sus habitantes, tiene lo suficiente para abastecernos, existen cultivos por donde se mirase; tiendas, granjas (no tan buenas como la mía), almacenes y pequeños negocios que nos brindan lo necesario.

Como decía, los vecinos nos odiamos, no lo suficiente como para matarnos, pero sí para dirigirnos miradas rabiosas donde sea que nos veamos.

No hasta que, a finales del 2016, ellos llegaron.

Ley de retorno [#1.5] - ✔Where stories live. Discover now