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En el cuarto mes hubo otro incidente.

Se trataba de un hombre, de aproximadamente cuarenta años, su nombre era Mazlow Elrodd, vivía solo y nunca tuvo hijos. Desapareció un día martes, algo que no acostumbrado a hacer y lo encontraron dos días después, pero estaba en el cementerio, tendido sobre una tumba, como si hubiese arrastrado hasta quedarse dormido.

Y nunca más volver a despertar.

Mazlow tenía el dorso desnudo con señales de haber sido torturado.

Sus manos atadas con un cable grueso, aparte de tener sangre seca, estaban llenas de moretones, rasguños de haberse defendido; en su pecho y espalda era notorias unas marcas hechas con un instrumento muy afilado.

Además, sus ojos, sus ojos que deberían estar en sus cuencas, no estaban por ningún lado. Solo había un par de agujeros negros salpicados de sangre de una tonalidad negruzca que nos devolvían la mirada.

Era como si él mismo se los hubiera arrancado por la desesperación.

Todos nos hacíamos la misma pregunta: ¿quién sería capaz de ocasionarse ese nivel de daño?

Mazlow no era una persona con problemas mentales, al contrario, era buen tipo. A veces visitaba mi granja para comprar uno que otro animal para su consumo y en ocasiones me invitaba a tomar los fines de semana a su casa.

Hasta podía considerarlo como un buen amigo, algo que, con mucha seguridad podía decir que no tenía en este pueblo.

Lamenté mucho su pérdida, porque realmente no le encontraba sentido que alguien le hiciera eso. ¿Tendría alguna rivalidad? No que yo supiera.

Se llevaron su cuerpo para analizarlo, con la esperanza de encontrar evidencias del homicida, sin embargo, no hallaron nada.

Transcurrían los días, pero el temor se seguía expandiendo a paso vertiginoso en todos los rincones de Towness.

—Ni de mensa cruzo esa puerta —me dijo Abby un día, cuando le había pedido que me acompañara a comprar suministros para la casa—. Me siento más segura estando aquí dentro.

—Le estarás dando más poder al miedo si te retraes a ella —contesté. Abrí la puerta con intenciones de salir, solo asomé la cabeza por la rendija para decirle—: No puedo obligarte a hacer nada que no quieras. Solo avísame si notas algo extraño, ¿de acuerdo?

Abby estaba de pie cerca de la escalera que conducía al segundo piso.

La veía un poco más pálida e incluso su cuerpo estaba más delgada, algo que no era habitual en ella y eso me generó cierta preocupación. Había dejado de comer y aunque le insistía, prefería irse a dormir con el estómago vacío.

Si se seguía a ese ritmo, los resultados no serían nada buenos.

—¿Te tardarás, Sherman? —preguntó ella.

Se abrazó a sí misma, moviendo la cabeza de un lado a otro, asustada.

—Trataré de volver lo más rápido que pueda —le dije y cerré la puerta.

No me gustaba la idea de dejarla sola, pero tampoco me gustaba obligarla a venir conmigo.

El mercado donde solía comprar las cosas no estaba lejos, podía llegar caminando en cuestiones de minutos. Mientras avanzaba, veía las calles desoladas, silenciosas y eso me estremeció.

Las tiendas, algunos locales de consumo diario estaban cerrados. Y los que estaban abiertos, mantenían la guardia en todo momento.

Normalmente tendría que estar concurrido, como en el pasado.

Ahora, parecía un pueblo fantasma.

Ley de retorno [#1.5] - ✔Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang