—¿Vas a clase los domingos?

—Claro que no, es que he quedado con mi amiga Laura en el centro comercial en menos de una hora —respondo, con la cabeza metida en el armario para elegir ropa.

—Entonces tienes tiempo de sobra.

—Mi tío no me dejará el coche y el autobús tarda media hora sin contar que tardo diez en llegar a la parada —digo mientras busco y busco.

—Yo te puedo llevar, Vera.

—No hace falta, seguro que tienes toda la mañana ocupada con los entrenamientos.

—En absoluto, arisca —toma mi cintura para sacarme del armario y me hace dar la vuelta entre sus brazos—. Los domingos me toco los huevos todo lo que puedo.

—Es que me sabe mal que siempre me estés llevando a todas partes.

Toma mis mejillas con mimo y sonríe sin mostrar los dientes.

—A mí me sabe mal que siempre quieras ir caminando o en bus cuando puedo llevarte y disfrutar un poco más de tiempo contigo.

«No querrás pasar tiempo conmigo cuando te enteres...», pienso, volviendo a entristecerme.

La ternura con la que acaricia mis mejillas me encanta y su olor me vuelve loca, pero también trato de no acostumbrarme porque sé lo que hay. Sé que la que se quedará machacada y con ganas de llorar seré yo, así que me alejo sutilmente de él y pregunto:

—¿Tienes hambre?

—Un poco.

—Un poco para ti son dos pizzas enteras —comento, saliendo al pasillo seguida por él.

—Este cuerpo no se mantiene solo, ya lo sabes.

Al llegar a la cocina nos encontramos con que mi tío está sentado en una de las sillas con la frente apoyada en una mano mientras que con la otra sube y baja la bolsita del té dentro de una taza. Le indico a Daniel que se siente mientras me encamino a encender la cafetera y la tostadora.

—¿Podrías no hacer tanto ruido? —pide Luis, sin levantar la cabeza, por lo que todavía no ha notado la presencia de Daniel.

—Sólo he pulsado un par de botones —protesto.

—No hables tan alto —vuelve a quejarse.

—La resaca es lo que tiene —comenta el boxeador, sentado en una esquina. Su espalda es tan ancha que la cocina parece más pequeña con él aquí dentro.

—Daniel —pronuncia mi tío cuando eleva la cabeza y levanta la mano para estrechársela—. ¿Qué haces aquí?

—Velar por tu seguridad —responde el otro, dándole la mano para saludar.

—¿Perdón?

—Daniel te trajo anoche —le explico—. Cuando me llamaste estaba con él y se ofreció a ayudar.

—Joder, qué vergüenza —masculla Luis, negando con la cabeza.

—No te preocupes —responde él—, todos nos hemos emborrachado alguna vez.

Mientras se enzarzan en una conversación a la que no presento atención me dedico a preparar el desayuno. Meto una y otra vez tostadas en la tostadora porque sé que Daniel tiene un agujero negro por estómago y no me gustaría dejarle hambriento. Rallo tomate, saco mantequilla y mermelada y pongo los cafés sobre la mesa después de dejar el plato con montones de trozos de pan tostado en el medio. En lo que yo me como una, Daniel se ha comido tres y mi tío de tan solo mirarlas parece querer vomitar.

Entre Tus BrazosWhere stories live. Discover now