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La cara se me ilumina cuando Daniel aparece en mi habitación para despertarme, pero lo que él no sabía era que yo también iba a ir a buscarle para ir a la cocina a desayunar.

—Buenos días —saluda, y antes de que pueda responder ya me está besando, así sin más.

Mis taquicardias vuelven otra vez.

—¿Por qué vas así vestido? —pregunto, viendo que lleva unos pantalones de deporte y una camiseta térmica azul que se adhiere perfectamente a su anatomía.

—Me apetece entrenar. Creo que esto de no hacer nada y comer los pucheros de tu madre me están poniendo gordo.

Le miro escéptica.

—¿Qué tonterías dices?

—Te lo tomarás a broma, pero noto cómo la grasa se me pega en los músculos.

Pongo los ojos en blanco con una sonrisa.

—Vamos a desayunar anda...

Cuando estoy a punto de salir me agarra por la cintura y junta mi espalda a su torso para besarme en el cuello con una ternura que me abrasa la piel.

—¿Por qué no vienes conmigo?

—Ni hablar, no estoy hecha para sufrir de agujetas.

—Vamos, entrena conmigo —me pide, con un falso tono de tristeza.

Giro entre sus brazos y rodeo su cuello con los míos.

—Daniel, nací para comer, no para hacer ejercicio.

—No me conozco bien la ciudad, ¿y si me pierdo? ¿Podrías con eso en tu conciencia? —me besa en la nariz—. Además, prometo no machacarte mucho.

Suspiro.

—Bueno, vale, pero si no puedo más no quiero quejas.

—¡Esa es mi chica! —exclama complacido, después besa mi frente.

Vamos a la cocina y el olor a café recién hecho hace que la boca se me haga agua mientras mi madre deja un cuenco lleno de fruta troceada en la mesa.

—¿Por qué pones fruta para desayunar? —le pregunto extrañada después de saludarla con un beso en la mejilla.

—Tu padre me ha dicho que Daniel necesita desayunar fuerte, así que he preparado de todo —anuncia, poniendo otro plato hasta arriba de tortitas y una jarra de zumo sobre la mesa.

—No debió molestarse —comenta Daniel sonriente.

—Juan dice que por tu profesión comes mucho y que todo tiene que ser sano —añade ella alegre—. Me alegra cocinar tanto por una vez porque la señorita que tienes al lado se llena enseguida y siempre le sobra comida.

—¿Qué hago si no me entra? —protesto—. Ojalá pudiera comer más —Daniel se ríe y le miro ofendida de broma—. No te rías, es frustrante tener hambre siempre y llenarme enseguida.

—No, si yo no me río...

Nos ponemos a desayunar los tres juntos y mantenemos una charla tranquila mientras tanto.

—Hay algo que quería preguntarle desde hace tiempo —le dice Daniel a mi madre.

—Pregunta con total confianza —sonríe ella.

—¿Por qué el nombre de Vera? Es decir, me encanta, pero es muy poco conocido, ¿no?

Mamá sonríe con amplitud y se limpia las comisuras de la boca antes de responder.

—Juan y yo intentamos ser padres durante muchos años, pero por más que insistimos no había manera —empieza a relatar, algo que ya sé—. Los médicos decían que mis óvulos apenas eran fértiles y que era muy improbable que pudiéramos concebir un hijo. Nos planteamos la opción de adoptar y estuvimos a punto de hacerlo hasta que descubrimos que estaba embarazada —mama sonríe otra vez y yo me siento realmente feliz—. Era un milagro, uno de verdad que nacería en mayo. Una preciosa niña que nacería en plena primavera y en honor a esa estación que tanta alegría nos había dado, la llamamos Vera.

Entre Tus BrazosWhere stories live. Discover now