10

7.4K 463 401
                                    

Decir que estoy nerviosa es quedarme corta. Estoy que me da algo, un paro cardíaco una parálisis cerebral, no estoy segura, pero estoy al borde del colapso tanto metal como emocional. En vez de acostumbrarme a salir con más frecuencia por ahí con Daniel, lo que hago es ponerme más inquieta y agitada.

No es la primera vez que voy montada en su coche, pero sí es la primera vez que me encuentro tan malditamente nerviosa y emocionada. Su fragancia está impregnada por todo el vehículo, lo que me causa una sensación de atracción increíblemente poderosa; nada que haya olido huele tan bien como él. La sudadera gris que lleva se ciñe completamente a los músculos de sus brazos, creando la sensación de que la prenda va a reventar por la presión que ejercen y sus manos aferradas al volante llaman mi atención de manera escandalosa por lo grandes y fuertes que aprecen. Me estoy volviendo loca. Su cercanía me pone los pelos de punta. Todo mi cuerpo arde demandando ser tocado por esas manos. Recuerdo lo bien que se siente en mi cuerpo cuando sus manos me tocaron; una vez fue sin querer en aquella pizzería y la otra fue en la feria cuando agarró mi mano para llevarse el algodón de azúcar a la boca. Recuerdo cómo la electricidad recorrió mi cuerpo y cómo mi piel comenzó a irradiar calor. Es una sensación indescriptible y poderosa.

—¿Te encuentras bien? —me pregunta, observándome un segundo antes de poner sus ojos en la carretera de nuevo.

—Sí, ¿por qué?

—Me estás mirando fijamente y me estás poniendo nervioso.

Las mejillas se me encienden por la vergüenza y acabo apartando la mirada para ver a través de mi ventanilla. Miro las luces de las farolas pasar muy rápido por mi lado y me entretengo viéndolas a la espera de que se me pase esta sensación extraña e incontrolable que siento.

—Perdona... —susurro.

—No, joder, no te disculpes, no es nada malo. En cualquier otra circunstancia me agradaría, pero no ahora.

—¿Por qué ahora no?

—Porque... bueno, se trata de... ti.

—¿De mí? —murmuro en voz baja, notando que las mejillas se me calientan.

Su mano baja a la palanca de cambios para reducir la velocidad porque a unos metros hay un semáforo en rojo y tengo que mover mis piernas hacia la derecha para que no me roce con los dedos, aunque esté muriéndome por que me toque.

—Que me mires me inquieta —admite con naturalidad, como si no le diera vergüenza. Creo que tengo yo más vergüenza por escucharle que él por decirlo, y tengo apartar la cara para que no me mire más con esos ojazos—. Me pones extrañamente nervioso, Vera..., pero creo que sabes a lo que me refiero.

—¿Qué?

El semáforo cambia a verde y reanuda la marcha.

—Parece que estés inquieta, respiras demasiado rápido y cada vez que te miro apartas la mirada —analiza en voz alta—. Creo que sabes bien cómo me siento.

¡Infarto inminente!

Ahora sí que respiro rápido.

No puede decirme estas cosas sin provocar nada en mí. No sé qué está pasándome, pero cada vez que estoy con él es como si el tiempo se frenase y ambos fuéramos a nuestra propia velocidad, al menos así lo siento yo. Noto que mi cuerpo se escapa de mi propio control cuando Daniel está a mi lado. Toda mi piel arde. Cada instante con él se siente libre, efímero y a la vez lento, y sentir eso sólo puede significar una cosa...

Me temo lo peor.

No vuelvo a hablar y a él no parece importarle. De hecho, parece muy relajado mientras conduce y no logro ver ningún comportamiento por su parte que me indique que está incómodo, serio o, simplemente, inquieto. Si está nervioso sabe perfectamente mantener la calma, yo estoy hecha un flan: blandita y temblorosa.

Entre Tus BrazosWhere stories live. Discover now