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Y así fue como la estabilidad que había comenzado a construirse en nuestras vidas se desmoronó hasta reducirse a escombros...

Quisiera poder decirte que ahora, tres días después, ya estoy mejor, que Daniel y yo estamos bien, pero sería mentir descaradamente. Nadie se encuentra bien después de un aborto, no cuando todas tus ilusiones habían florecidos gracias a un bebé que iba a tener todo nuestro amor.

Daniel y yo llevamos tres días en los que hemos hablado lo justo, pero no porque estemos enfadado o algo así, sino porque la tristeza es tan grande que apenas las palabras nos salen. Aun con todo eso, Daniel no ha sido capaz de dejarme sola ni un instante, ni siquiera ha continuado con el proyecto del gimnasio e incluso ha paralizado las obras del local. El suceso fue tan demoledor que relentizó nuestras vidas en pocos segundos llegando a congelarlas y ahora ninguno de los dos sabemos qué hacer.

Nadie sabe lo que pasó, no hemos sido capaces de abrir la boca. ¿Cómo íbamos a darles una noticia tan horrible y dolorosa a nuestros amigos? ¿Cómo iba a reaccionar Rocío al enterarse? ¿Cómo iban a tomárselo mis padres después de lo que les costó a ellos traerme al mundo? Les destrozaría... Todos quedarían devastados después de que la ilusión creció al saber que tendríamos un bebé. Daniel y yo no estamos preparados para contarlo y supongo que el que no lo hayamos asimilado aún tiene mucho que ver.

Cuando ocurrió y pude recolectar un poco de fuerza, me lavé y me vestí más rápido que en toda me vida para ir al hospital; apenas podía caminar y Daniel tuvo que cargarme hasta el coche para lograrlo. Dio igual si me había lavado o no porque terminé manchando mi ropa e incluso el asiento del coche muy a mi pesar, pero en aquel momento eso no era mi mayor preocupación.

El médico lo denominó endometriosis, un trastorno en el cual el tejido crece en el exterior del útero, lo que justifica mis dolorosos períodos o, en este traumático caso, la pérdida de un bebé.

—¿Te apetece comer algo? —pregunta Daniel sentado a mi lado, con un tono bajo y preocupado.

—No.

—Yo tampoco tengo hambre, pero no podemos estar tres días sin probar bocado, preciosa.

—Creo que tengo el estómago cerrado —comento en voz baja, acurrucándome contra su pecho gracias al brazo que él pasa por mis hombros.

—Se abrirá si comes algo.

Intento pensar en que lo que nos ha ocurrido no es real, que no es más que una horrible pesadilla de la que acabaré despertándome, pero la realidad me golpea con fuerza cuando Daniel me abraza sin motivo y las lágrimas se me agolpan en los ojos para recordarme una vez más que lo que al principio me asustaba y luego me ilusionó, se ha marchado para siempre.

—Es que... —susurro contra su pecho, con la garganta comprimida por intentar aguantar el llanto— no entiendo por qué. ¿Qué he hecho mal? No dejo de superar algo doloroso cuando otro trauma aparece.

—Tranquila, mi vida —susurra para calmarme—. No estás sola en esto.

—¿No te cansas de apoyarme siempre? —inquiero, deshaciéndome en lágrimas que acaban en su camiseta.

—¿Qué estás diciendo? —espeta en un tono serio, empujándome levemente para poder mirarme a la cara.

—Soportaste tener que esperar a estar preparada para tener sexo. Tuviste paciencia para hacerme ver que no soy la escoria que me hicieron creer. Casi pierdes la oportunidad de ser campeón por mi culpa y yo...

—¿Y tú qué?

Duele...

Duele tantísimo emocionalmente que ni siquiera sé en lo que estoy pensando. No estoy procesando con claridad lo que estoy diciendo y creo que sólo es debido a la agonía que me consume.

Entre Tus BrazosWhere stories live. Discover now