36. Las canciones molan

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Esta vez, cuando Natalia llegó a la puerta de la clínica ya estaba Alba fuera, esperándola junto a Sergio y África. Era miércoles y, como si a partir de entonces se fuera a convertir eso en una rutina, casi no habían tenido que hablar para decidir cenar juntas de nuevo a mitad de semana. Era un fastidio tener unos horarios tan distintos en el trabajo, porque a ambas les apetecía, como solía pasar en esos inicios cuando todo es tan mágico, pasar juntas las tardes enteras. Pero no podía ser, así que tenían que conformarse con verse tras la jornada laboral de la pediatra una vez a la semana y esperar con ganas el finde.

-Hola-saludó con timidez al llegar a ellos.
-Hola, Nat-la rubia le sonrió con todo lo que era y se puso de puntillas para darle un beso rápido en los labios, gesto que hizo sonrojarse a la fotógrafa y a sus amigos mirarse con los ojos muy abiertos.
-La ha llamado Nat-susurró África, como si estuviera presenciando el mismísimo fin del mundo.
-Lo he oído-respondió Sergio, con el mismo tono.
-Que os den-se rió Alba, volviendo a su altura-. Nos vamos, anda.
-No nos dejas ni tiempo para saludar a Natalia, fascista-se quejó Sergio.
-¡Oye!-se le ocurrió de pronto a África-. Podemos quedar el viernes con ellas, pero en plan cena, para charlar, de tranquileo. Que en la discoteca se baila, pero no se habla mucho.
-¿Te apetece?-Alba miró a la fotógrafa alzando una ceja.
-¿Conmigo?
-Y con tu amiga María, por favor, que está loca del coño-se rió la morena.
-También se puede venir Vicky, si quiere-añadió la rubia. No lo había pensado antes, pero le parecía una buena idea eso de juntar a sus amigos.
-Eh... vale, se lo comento a las dos. A ver si Vicky puede dejar a Ale con mis padres o algo.
-¡Hala, ya tenemos planazo! Y así te conocemos también más a ti, porque entre tú y yo, me muero de curiosidad por ver qué tiene a mi amiga tan boba.
-Afri, venga, ¿tú no habías quedado con Damion?-se rió la rubia al ver que natalia solo respondía con una risa tímida.
-Ay, me lo puedo llevar también el viernes.
-Venga, andando, ¡hasta mañana!-se despidió Alba.
-¡Hasta el viernes!-dijo Natalia, viéndose arrastrada por la pediatra.
-¿Te importa lo del viernes? Que si prefieres esperar un poco más, yo se lo digo y cancelamos, ¿eh? Que no hay problema.
-No, no, está bien.
-¿Sí?
-Sí, bueno, en realidad ya les conozco. Creo que puedo afrontarlo perfectamente-bromeó.
-Y vas a tener a María, y a Vicky, y a mí.
-Tres conocidas y tres a medio conocer, igual no es tan horrible, ¿no?
-¿Pero te apetece? Que si no les digo que otra semana y listo.
-Que me apetece en serio-sonrió Natalia-. Si son super majos, y a María y Vicky seguro que les parece genial.
-Pues ya tenemos plan para el viernes-dijo la pediatra en tono feliz-. Oye, ¿qué tal ha ido al final la sesión de hoy?

Natalia empezó a contarle cómo le había ido en la sesión de esa mañana, una a la que temía un poco porque eran unos clientes con los que ya habían trabajado y no eran necesariamente majos, y de la que había estado hablándole a Alba la noche anterior. Casi no se dio cuenta, mientras reproducía las contestaciones bordes que habían tenido con su compañero Dani y con ella, de lo muchísimo que estaba hablando del tirón, y como no se dio cuenta siguió haciéndolo casi hasta que llegaron al mismo bar en el que se habían sentado la semana anterior. Se contaron anécdotas de pacientes y clientes maleducados durante vete a saber cuánto tiempo, intercalándolas con pausas para mirarse de la forma en la que solían mirarse, como si no existiera nada más alrededor. Y se rieron, como solían hacer, cuando la rubia empezó a hacer el payaso de manera escandalosa, como solía hacer, y la fotógrafa estiró los brazos para taparle la boca con las mejillas rojas de rubor, como solía hacer. Era algo que ocurría con bastante frecuencia, aquello, porque la pediatra había descubierto lo mucho que le gustaba ese "¡Alba!" que exclamaba la morena medio susurrado y entre carcajadas, y lo guapa que se ponía cuando se le achinaban los ojos y su labio superior se ensanchaba, al contrario de lo que le pasaba al suyo al reírse, que desaparecía en una línea fina. "Hasta en eso vamos a ser distintas", había pensado la pediatra una vez mientras la observaba reírse. No era la primera vez que se fijaba en cómo aumentaba el grosor del labio superior de la morena mientras sonreía tanto, pero sí la primera que se dio cuenta de esa diferencia más entre ambas. Así que le gustaba hacerlo, lo de hacerla reír aunque pasara vergüenza, porque siempre aprovechaba y alargaba el contacto de sus pieles cuando le tapaba la boca con un ademán de caricia en la mejilla. Además, la morena pasaba vergüenza, sí, pero no como para pasarlo mal. Eso también le sorprendió a ella cuando se dio cuenta: se moría de vergüenza, sí, pero no era en plan "quiero desaparecer", como solía pasarle, porque no quería desaparecer, había que ser tonta para querer desaparecer de ahí mientras Alba se reía a carcajadas.

La casa del árbolOù les histoires vivent. Découvrez maintenant